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La Virgen custodia nuestra salud |
Esta tarde estamos aquí ante María. Hemos rezado bajo su
guía maternal para que nos conduzca a estar cada vez
más unidos a su Hijo Jesús, le hemos traído nuestras
alegrías y nuestros sufrimientos, nuestras esperanzas y nuestras dificultades, la
hemos invocado con la bella advocación de "Salus Populi Romani",
pidiendo para todos nosotros, para Roma y para el mundo
que nos done la salud. Sí, porque María nos da
la salud, es nuestra salud.
Jesucristo, con su Pasión, Muerte y
Resurrección, nos trae la salvación, nos dona la gracia y
la alegría de ser hijos de Dios, de llamarlo en
verdad con el nombre de Padre. María es madre y
una madre se preocupa sobre todo por la salud de
sus hijos, sabe cuidarla siempre con amor grande y tierno.
La Virgen custodia nuestra salud. ¿Qué quiere decir esto? Pienso
sobre todo en tres aspectos: nos ayuda a crecer, a
afrontar la vida, a ser libres.
Los cuidados de la Virgen
nos ayudan a crecer
Una mamá ayuda a los hijos a
crecer y quiere que crezcan bien, por ello los educa
a no ceder a la pereza - que también se
deriva de un cierto bienestar – a no conformarse con
una vida cómoda que se contenta sólo con tener algunas
cosas. La mamá cuida a los hijos para que crezcan
más y más, crezcan fuertes, capaces de asumir responsabilidades, de
asumir compromisos en la vida, de tender hacia grandes ideales.
El Evangelio de san Lucas dice que, en la familia
de Nazaret, Jesús " iba creciendo y se fortalecía, lleno
de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él
" (Lc 2, 40). La Virgen hace precisamente esto con
nosotros, nos ayuda a crecer humanamente y en la fe,
a ser fuertes y a no ceder a la tentación
de ser hombres y cristianos de una manera superficial, sino
a vivir con responsabilidad, a tender cada vez más hacia
lo alto.
Los cuidados de la Virgen nos ayudan a afrontar
la vida
Una mamá además piensa en la salud de sus
hijos, educándolos también a afrontar las dificultades de la vida.
No se educa, no se cuida la salud evitando los
problemas, como si la vida fuera una autopista sin obstáculos.
La mamá ayuda a los hijos a mirar con realismo
los problemas de la vida y a no perderse en
ellos, sino a afrontarlos con valentía, a no ser débiles,
y saberlos superar, en un sano equilibrio que una madre
"siente" entre las áreas de seguridad y las zonas de
riesgo. Y esto una madre sabe hacerlo. Lleva al hijo
no siempre sobre el camino seguro, porque de esta manera
no puede crecer. Pero tampoco solamente sobre el riesgo, porque
es peligroso. Una madre sabe equilibrar estas cosas. Una vida
sin retos no existe y un chico o una chica
que no sepa afrontarlos poniéndose en juego ¡no tiene columna
vertebral! Recordemos la parábola del buen samaritano: Jesús no propone
la conducta del sacerdote y del levita, que evitan socorrer
al hombre que había caído en manos de ladrones, sino
el samaritano que ve la situación de ese hombre y
la afronta de una manera concreta. María ha vivido muchos
momentos no fáciles en su vida, desde el nacimiento de
Jesús, cuando para ellos "no había lugar para ellos en
el albergue" (Lc 2, 7), hasta el Calvario (cfr. Jn
19, 25). Y como una buena madre está cerca de
nosotros, para que nunca perdamos el valor ante las adversidades
de la vida, ante nuestra debilidad, ante nuestros pecados: nos
da fuerza, nos muestra el camino de su Hijo. Jesús
en la cruz le dice a María, indicando a Juan:
"¡Mujer, aquí tienes a tu hijo!" y a Juan: "Aquí
tienes a tu madre"(cfr. Jn 19, 26-27). En este discípulo
todos estamos representados: el Señor nos confía en las manos
llenas de amor y de ternura de la Madre, para
que sintamos que nos sostiene al afrontar y vencer las
dificultades de nuestro camino humano y cristiano. No tener miedo
de las dificultades. Afrontarlas con la ayuda de la madre
Los
cuidados de la Virgen nos ayudan a ser libres
Un último
aspecto: una buena mamá no sólo acompaña a los niños
en el crecimiento, sin evitar los problemas, los desafíos de
la vida, una buena mamá ayuda también a tomar las
decisiones definitivas con libertad. Esto no es fácil. Pero una
madre sabe hacerlo, en este momento en que reina la
filosofía de lo provisorio. Pero, ¿qué significa libertad? Por cierto,
no es hacer todo lo que uno quiere, dejarse dominar
por las pasiones, pasar de una experiencia a otra sin
discernimiento, seguir las modas del momento; libertad no significa, por
así decirlo, tirar por la ventana todo lo que no
nos gusta. La libertad se nos dona ¡para que sepamos
optar por las cosas buenas en la vida! María como
buena madre nos educa a ser, como Ella, capaces de
tomar decisiones definitivas, con aquella libertad plena con la que
respondió "sí" al plan de Dios para su vida (cfr.
Lc 1, 38).
Queridos hermanos y hermanas, ¡qué difícil es, en
nuestro tiempo, tomar decisiones definitivas! Nos seduce lo provisorio. Somos
víctimas de una tendencia que nos empuja a lo efímero...
¡como si deseáramos permanecer adolescentes para toda la vida! ¡No
tengamos miedo de los compromisos definitivos, de los compromisos que
involucran y abarcan toda la vida! ¡De esta manera, nuestra
vida será fecunda! Y ¡esto es libertad! Tener el coraje
de tomar decisiones con grandeza.
Toda la existencia de María es
un himno a la vida, un himno de amor a
la vida: ha generado a Jesús en la carne y
ha acompañado el nacimiento de la Iglesia en el Calvario
y en el Cenáculo. La Salus Populi Romani es la
mamá que nos dona la salud en el crecimiento, para
afrontar y superar los problemas, en hacernos libres para las
opciones definitivas; la mamá que nos enseña a ser fecundos,
a estar abiertos a la vida y a ser cada
vez más fecundos en el bien, en la alegría, en
la esperanza, a no perder jamás la esperanza, a donar
vida a los demás, vida física y espiritual.
Es lo que
te pedimos esta tarde, Oh María, Salus Populi Romani, para
el pueblo de Roma, para todos nosotros: dónanos la salud
que sólo tú puedes donarnos, para ser siempre signos e
instrumentos de vida.
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