jueves, 10 de diciembre de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: JUEVES 10 DE DICIEMBRE DEL 2015



Juan Bautista, el precursor
Adviento


Mateo 11,11-15. Adviento. El don que Cristo viene a traer, lo trae a través de otras personas, a través de precursores. 


Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net 



Del santo Evangelio según san Mateo 11, 11-15
En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: «Les aseguro que no ha surgido entre los hombres nadie mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los cielos es mayor que él. Desde que apareció Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los cielos sufre violencia, y los violentos pretenden apoderarse de él. Pues todos los profetas y la ley anunciaron esto hasta que vino Juan. Y es que, lo acepten o no, él es Elías, el que tenía que venir. El que tenga oídos, que oiga».

Oración introductoria
Señor, creo en Ti, confío en tu misericordia y te amo sobre todas las cosas. Quiero oírte para ser fiel en mi esfuerzo constante por alcanzar tu Reino. Que este rato de intimidad contigo me fortalezca y me anime a seguirte con entusiasmo y fidelidad, cueste lo que cueste.

Petición
Jesús, dame la gracia de vivir con un espíritu de lucha aprovechando los innumerables dones que me concedes.

Meditación del Papa Francisco
Podemos caer en la trampa de medir el valor de nuestros esfuerzos apostólicos con los criterios de la eficiencia, de la funcionalidad y del éxito externo, que rige el mundo de los negocios. Ciertamente, estas cosas son importantes. Se nos ha confiado una gran responsabilidad y justamente por ello el Pueblo de Dios espera de nosotros una correspondencia. Pero el verdadero valor de nuestro apostolado se mide por el que tiene a los ojos de Dios. Ver y valorar las cosas desde la perspectiva de Dios exige que volvamos constantemente al comienzo de nuestra vocación y –no hace falta decirlo– exige una gran humildad. La cruz nos indica una forma distinta de medir el éxito: a nosotros nos corresponde sembrar, y Dios ve los frutos de nuestras fatigas. Si alguna vez nos pareciera que nuestros esfuerzos y trabajos se desmoronan y no dan fruto, tenemos que recordar que nosotros seguimos a Jesucristo, cuya vida, humanamente hablando, acabó en un fracaso: en el fracaso de la cruz. (Homilía de S.S. Francisco, 24 de septiembre de 2015).
Reflexión
Juan Bautista aparece en el Evangelio como la figura del hombre que precede a Cristo. Y no cabe duda que la misión de Juan Bautista, la misión de preparar el camino del Redentor, la misión de precursor se encaja en su vida como algo que él tiene que vivir, que tiene que aceptar.

La vocación de Juan Bautista no se da simplemente por el hecho de que Dios llama a su vida; también se da, se cuaja, se fecunda, se madura porque, con su libertad, Juan Bautista acepta esta misión. Ya su padre Zacarías había hablado de su misión cuando Juan es llevado a circuncidar. Zacarías dice que ese niño "será llamado Profeta del Altísimo porque irá delante del Señor a preparar sus caminos, para anunciar a su pueblo la salvación mediante el perdón de los pecados".

Esta es la misión del precursor, ser el hombre que va delante del Señor, que prepara sus caminos y que anuncia el gran don que es el perdón de los pecados. Lo que hace grande a Juan es que la misión que Dios le propone, él la lleva a cabo. Y el hecho de que sea el precursor, de alguna manera, se convierte para Juan Bautista no sólo en un motivo de gloria para él, sino que también se convierte en el modo en el que él llega a nuestras vidas.

También en cada uno de nosotros se realiza una misión semejante. En cierto sentido, cada uno de nosotros es un precursor, es un hombre o una mujer que va delante en el camino de la Redención. Todos estamos llamados, al igual que Juan Bautista, a realizar, a llevar a cabo nuestra misión.

¿Hasta qué punto valoramos la misión que se nos encomienda? ¿Sabemos apreciar el don que hemos recibido? Un don que, como dirá Zacarías, no es otra cosa sino "el Sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte y para guiar nuestros pasos por el camino de la paz". Ese es el don que recibimos, el don que Cristo viene a traer.

Pero, el don que Cristo viene a traer, lo trae a través de otras personas, a través de precursores. ¿Yo valoro el don de Cristo, el don que yo puedo dar a mis hermanos? ¿Me doy cuenta de la inmensa riqueza que supone para mi vida, pero también la inmensa riqueza que supone para los demás? Cuántos hombres -como dirá también Zacarías- viven en manos de sus enemigos y en manos de todos los que los aborrecen. Cuántos hombres y mujeres son atacados, denigrados, humillados, hundidos, manipulados.

Y sin embargo, la misericordia de Dios tiene que llegar a sus vidas. Pero ¿cómo va a llegar si no hay nadie que lo proclame, si no hay nadie que vaya delante del Señor para preparar sus caminos y anunciar a su pueblo la salvación? ¿Cuántos corazones no podrán encontrarse con Cristo en esta Navidad?

En estos días en que nos estamos preparando de una forma más intensa para el Nacimiento de Nuestro Señor, tendríamos que preguntarnos ¿cuántos corazones, por mi omisión, por mi falta de delicadeza, por mi falta de preocupación, quedarán sin encontrarse con Dios? ¿Cuántos corazones en las familias, cuántos corazones en el ambiente, cuántos corazones en el ámbito laboral y social no van a saber que Cristo nace para ellos y por ellos? ¿No va a haber nadie que se los enseñe, no va a haber nadie que les predique el camino de la Salvación?

¿Podremos ser tan egoístas como para cerrar el conocimiento de la salvación a los demás? Nuestro corazón no puede pensar tanto en sí mismo como para olvidarse del don que tiene para dárselo a otro. Es una tarea que tenemos que hacer; pero no la podemos hacer si no valoramos primero el don que podemos tener en nuestras manos, si no somos nosotros los que acogemos, los que recibimos el don de Dios. Un don que tiene que vivirse, que tiene que manifestarse, de una manera muy especial, a través de nuestro testimonio de vida; un don que no es tanto la teoría y consejos que podemos decir a los demás, sino sobre todo, lo que nosotros estamos haciendo con nuestra vida.

¡De qué poco nos serviría decir que valoramos mucho el don de Cristo que viene en esta Navidad si no lo transmitiéramos, si no lo diéramos a los demás! ¡De qué poco serviría que dijéramos que queremos ser estos profetas del Altísimo que van delante del Señor para preparar sus caminos, si nuestra vida no se transforma, si nuestra vida no recibe esa visita de Dios, si nuestra vida no quiere ser recibida por Cristo nuestro Señor! No se puede, es imposible. Antes que redimir a otros, hay que redimir mi corazón, hay que cambiar mis actitudes, hay que cambiar mi comportamiento. Tengo que ser el primer redimido. Tengo que redimir mi corazón, tengo que cambiar mis actitudes, tengo que ser el primero que acepta a Cristo como el que me salva de mis pecados, como el que me salva de mis fragilidades.

Jesús en el Evangelio dice: "El que tenga oídos para oír, que oiga", que es una forma hebrea de decir que quien esté dispuesto, quien quiera, que escuche mi palabra. Pero hay una cosa muy clara, ninguno de nosotros entrará en el camino de la paz que Zacarías profetiza cuando ve a su hijo, si no somos capaces de oír lo que Dios nos pide, el cambio concreto que Dios pide a cada uno.

Propósito
"No niegues un beneficio al que lo necesita, siempre que en tu poder esté el hacerlo" (Pr 3, 27).

Diálogo con Cristo
Jesucristo, dame la gracia de ser decidido y audaz para saber trasmitir mi fe a los demás. Concédeme ser valiente y persistente, buscando caminos para la nueva evangelización. Haz que sea capaz de dejar mis gustos y mis pareceres, para que, en todo momento, sepa armonizar la diversidad con la caridad.

 
Preguntas o comentarios al autor P. Cipriano Sánchez LC

DESDE EL CORAZÓN... TE DOY GRACIAS


Desde el Corazón... te doy gracias



Desde el corazón, te doy gracias
por los bienes que me das
y por las cosas que comparto.

Quiero ser una persona responsable
y atenta a las necesidades de los demás.

Haz Jesús que mi corazón
esté siempre abierto para dar
y abierto para recibir todo lo que viene de ti:
amor, justicia, paz,…

Desde el corazón, quiero ser apoyo
y ayuda para los que me acompañan
amigos, compañeros de clase y familiares.

Que en el camino de la vida
nunca les falte una sonrisa,
una palabra de consuelo,
una mano amiga que les ayuda a caminar.

ORACIÓN A JESÚS EUCARISTÍA



ORACIÓN A JESÚS EUCARISTÍA

Oh saludable Hostia
Que abres la puerta del cielo:
en los ataques del enemigo danos fuerza,
concédenos tu auxilio.
Al Señor Uno y Trino 
se atribuye eterna gloria:
y El, vida sin término 
nos otorgue en la Patria.

Amén.

LA HISTORIA DE LOS JUBILEOS

Historia de los Jubileos
El primer jubileo fue en 1300

La continua afluencia de peregrinos incentivó a Bonifacio VIII a convocar el Jubileo cada cien años y a promulgar la indulgencia plenaria


Por: Jubil2000, Sitio Oficial del Jubileo 2000 | Fuente: Jubil2000 



1300: El primer Jubileo de la historia

El primer Jubileo cristiano fue convocado por el Papa Bonifacio VIII en el 1300. Esta decisión dio nueva dimensión y significado a las peregrinaciones a Roma, hacia las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo. El inicio de un nuevo siglo había visto llegar a Roma a un excepcional número de peregrinos para venerar la más famosa de las reliquias romanas conservada en San Pedro, la de la "Verónica", que representa el rostro dolorido de Jesús en la Pasión,. La continua afluencia de peregrinos incentivó a Bonifacio VIII a convocar el Jubileo cada cien años y a promulgar la indulgencia plenaria. Un cronista de la época escribió con entusiasmo: "Desde los tiempos más antiguos no existió tanta devoción y fervor de fe en el pueblo cristiano".


1350: Un Jubileo sin el Papa

En el año 1343 una delegación de romanos fue a visitar al Papa Clemente VI en Aviñón, Francia, donde estaba en exilio desde 1309, para pedirle un Jubileo extraordinario en el año 1350, reduciendo así la periodicidad de los Jubileos, a sólo cincuenta años. El pedido se fundamentaba en la antigua costumbre hebrea, referida por el Levítico: después de cuarenta y nueve años el quincuagésimo (50) debe ser jubilar. Los romanos fueron impulsados a pedir un Jubileo, por el creciente clima de malestar que se había producido en la ciudad a causa de la prolongada ausencia del Papa. Se pensaba que el evento jubilar habría sido una ocasión oportuna para el regreso del Papa a su sede episcopal. Clemente VI convocó este Jubileo anticipado, concedió la indulgencia plenaria a cuantos fueran en peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo y, la novedad con relación al año 1300, es que se añadió la peregrinación a la Basílica de San Juan de Letrán. No obstante, por motivos políticos, el Papa no pudo ir a Roma.


1390: El Jubileo tiene una nueva periodicidad

La frecuencia de los Jubileos cambió después del año 1350 a causa del Gran Cisma de Occidente del año 1378, es decir, debido a un conflicto vinculado con la legitimidad de la elección del Papa. También para este Jubileo se cambió la frecuencia establecida. De hecho Urbano VI lo promulgó para el año 1390, a pesar de que su intención era introducir un nuevo período entre un Jubileo y otro: cada treintitrés años, en recuerdo de la vida de Jesús. Diversos fueron los motivos que llevaron a postergar este plazo. El Jubileo tuvo lugar en 1390 y fue celebrado por Bonifacio IX, sucesor del desaparecido Urbano VI. En este Jubileo se agrega Sta. María Mayor a las basílicas que los peregrinos deben visitar.


1400: La peregrinación penitencial

Bonifacio IX quiso que se celebrara también el Jubileo del año 1400 para respetar la periodicidad de cincuenta años establecida en el año 1350. La Iglesia estaba aún dividida ese año, entre Roma y Aviñón, donde reinaba un antipapa. Los cristianos franceses, españoles y una parte de los italianos no tomaron parte en la peregrinación jubilar porque sus reyes, adhiriéndose a la parte cismática de la Iglesia, no permitieron a sus súbditos que participaran en el Jubileo. Bonifacio IX extendió la visita para obtener las indulgencias, a las basílicas de San Lorenzo extramuros, Sta. María en Trastévere y Sta. María Rotonda, que así se añadieron a las cuatro basílicas mayores ya escogidas en los años precedentes. En el Jubileo del año 1400 se dio inicio a un nuevo tipo de peregrinación penitencial que, partiendo de diversas regiones de Italia septentrional, se dirigían a Roma bajo el lema "paz y misericordia".


1450: "El Jubileo de los Santos"

Este Jubileo fue abierto en la basílica de San Juan de Letrán, por Nicolás V, considerado el primer Papa humanista. La respuesta de los fieles a su convocatoria fue excepcional, tanto que este Jubileo se recuerda entre los que tuvieron mayor participación en la historia y como la última gran manifestación colectiva de la edad media. Roma fue puesta a dura prueba por la presencia de esa multitud de peregrinos, que provocó problemas de orden público, de sanidad y de abastecimiento. Ese Jubileo fue definido además, como el "Jubileo de los Santos", porque entre otros, estuvieron presentes en Roma, los futuros Sta. Rita de Casia y San Antonino de Florencia. Este último definió el Jubileo como: "El Año de oro", para indicar que después del cisma se había encontrado nuevamente la unidad de la Iglesia de Occidente


1475: El Jubileo comienza a llamarse también Año Santo

Desde el año 1475 los Jubileos se realizan cada veinticinco años. Sixto IV para hacer convergir todo el mundo católico a Roma suspendió, durante el período jubilar, todas las indulgencias plenarias fuera de Roma. Fue utilizada la nueva tecnología de la imprenta, descubierta en el año 1444 por Gutemberg: las Bulas jubilares, las instrucciones para la jornada del peregrino y las oraciones que se debían recitar en los lugares sagrados fueron presentadas, por primera vez, en modernos caracteres impresos. Por otra parte, a partir de este Jubileo, entró en uso la sencilla y significativa denominación de "Año Santo" que ha llegado hasta nuestros días. Sixto IV favoreció también la creación de muchas obras urbanísticas y arquitectónicas para que la ciudad pudiera acoger mejor a los peregrinos. Entre las obras se cuenta incluso un puente, llamado Sixto, construido para facilitar el movimiento de los fieles.


1500: Se abre en San Pedro la Puerta Santa

Ocho años atrás había sido descubierto el continente Americano: el Año Santo del 1500 representa por lo tanto un momento de paso no solamente hacia un nuevo siglo, sino también hacia un mundo más vasto. Alejandro VI, el 24 de diciembre de 1499, inauguró solemnemente el Jubileo y añadió un nuevo rito: la apertura de una Puerta Santa en la Basílica de San Pedro a la que, desde entonces, fue adjudicado el papel tradicional que la puerta áurea de San Juan de Letrán, había desempeñado por siglos. El Papa quiso, además, que la apertura de las Puertas Santas se realizara en cada una de las cuatro basílicas mayores establecidas para la visita jubilar. Desde aquel momento la apertura de la Puerta Santa y el paso a través de ella, se convirtió en uno de los actos más importantes del Año Santo. Fue también inaugurado un nuevo camino denominado Alejandrino, que unía el Castillo del Santo Angel con la Basílica de San Pedro.


1525: El Jubileo de la crisis religiosa en Europa

Clemente VII abrió la Puerta Santa de este Jubileo en un tiempo de conflictos religiosos y políticos. En efecto, estaba en pleno apogeo la crisis religiosa, iniciada con Martín Lutero en Alemania el año 1517. El monje agustino había puesto en discusión entre otras cosas el mismo principio de las indulgencias. Se ponía así en tela de juicio uno de los fundamentos del Año Santo. Por otra parte, desde muchas partes se solicitaba una reforma de la Iglesia. También en el campo político las dificultades eran enormes: el conflicto entre Carlos V y Francisco I inició la primera gran fractura política de la época moderna en Europa. También la Iglesia pagó las consecuencias. Dos años después del Año Santo, Roma fue invadida y saqueada, por las tropas imperiales de Carlos V. El Jubileo fue, sin embargo, convocado regularmente, y la Puerta Santa abierta en un clima de agitación.


1550: El Jubileo en el tiempo del Concilio de Trento

Los Papas de este Jubileo son dos: Pablo III y Julio III. El primero de ellos trabajó en la preparación hasta su muerte en el año 1549, después de haber encontrado la ciudad de Roma, todavía desgarrada a causa del saqueo de 1527 y luego de haberse iniciado la reforma de la Iglesia católica con el Concilio de Trento. Julio III lo celebró a partir de febrero del año 1550, fecha de su elección. Por este retraso inicial, el Año Santo fue prolongado hasta la Epifanía sucesiva. Este Jubileo fue una ocasión propicia para realizar la renovación de la vida religiosa que habría encontrado su plena manifestación en el Concilio de Trento. El esfuerzo de los romanos, en la acogida a los peregrinos fue muy grande, especialmente con los peregrinos más pobres.


1575: San Felipe Neri organiza la acogida de los peregrinos

Es el primer Jubileo después del Concilio de Trento. Roma se preparó para el acontecimiento con particular esmero y austeridad. Ya desde 1573, a los dueños de hosterías y hoteles se les ordenó que no subieran los precios. Fueron construidas nuevas calles para facilitar el recorrido de los peregrinos; entre ellas la Avenida Merulana que une San Juan de Letrán con Sta. María la Mayor. En la vigilia del Año Santo, el Papa Gregorio XIII pidió a los Cardenales un nuevo estilo de vida para dar ejemplo a los fieles. Entre los cardenales presentes en Roma estuvo el gran arzobispo de Milán, Carlos Borromeo. El Jubileo se caracterizó por la presencia de nuevas asociaciones seglares y religiosas, entre ellas la Cofradía de la Santísima Trinidad de los Peregrinos y Convalecientes, fundada de San Felipe Neri. Esta institución organizó la hospitalidad de los peregrinos aún en los más mínimos detalles.


1600: Una gran participación de peregrinos

"Avisos de Roma", un diario urbano de la época, refirió que el Año Santo del 1600 fue uno de los que tuvo mas éxito tanto por la gran participación de fieles, como por la especial devoción de los peregrinos. Dos son las razones: el hecho de que la Iglesia católica comienza a recoger los frutos del Concilio de Trento y el clima de distensión que vivía Europa, después de tantos años de guerras y de divisiones. En Roma las instituciones de hospitalidad, creadas por las diversas Cofradías, desempeñaron un papel determinante, para resolver el problema del alojamiento y alimentación de la gran mayoría de los peregrinos, que eran pobres y no podían acceder a las estructuras normales de hospedaje.


1625 : El Jubileo es también para los enfermos y prisioneros

El Año Santo se abrió entre los "rumores" de la guerra de los Treinta Años que estalló en el año 1618. Urbano VIII promulgó un edicto para prohibir a todas las personas llevar armas y provocar actos de violencia en Roma. Una epidemia de peste se difundió en algunas regiones del Sur de Italia y el Papa, para evitar que la misma se extendiera a Roma, resolvió sustituir la visita a la Basílica de San Pablo extramuros, por la de Santa María en Trastévere. Por primera vez los efectos espirituales del Jubileo fueron extendidos a quienes, por razones de salud o de reclusión, no podían llegar a Roma. Es una importante innovación que modifica en profundidad el concepto inspirador de esta indulgencia que, originalmente, estaba asociada al viaje a Roma.


1650: Para el Año Santo se restaura la Catedral de Roma

Este Jubileo se abrió, a diferencia del precedente, en una época de paz relativa: había terminado la guerra de los Treinta Años que había devastado Europa. Inocente X inicia, en presencia de una gran muchedumbre de peregrinos, el Año Santo en la Basílica de San Pedro, que para la ocasión había sido renovada por dentro,. Uno de los hechos más relevantes de la celebración jubilar fue la restauración, deseada por el Papa, de la entonces derruida Catedral de Roma, San Juan de Letrán que, según algunos estudiosos, fue "vestida" por Borromini como una blanca esposa. El Papa aprovechó la ocasión de la restauración de su sede episcopal para manifestar el propósito de pacificación universal de la Iglesia. Inocente X había trabajado, en efecto, por la pacificación de Europa durante la larga guerra de los Treinta Años. Con la restauración de la Catedral, intentó consolidar el prestigio de la iglesia, y subrayar su posición neutral con respecto a las grandes potencias europeas.


1675: La columnata de Bernini acoge por primera vez los peregrinos

El Jubileo acogió por primera vez a los peregrinos dentro de la columnata de la Plaza San Pedro, realizada por Bernini. Los brazos extendidos la columnata son el símbolo más cabal de la nueva disposición de la ciudad hacia la muchedumbre de peregrinos que la visitan cada Año Santo. En la vigilia del Jubileo, Clemente X canoniza la primera santa de América del Sur, Rosa de Lima. Después erige la primera diócesis de América del Norte, la de Quebec. El Jueves Santo, el Papa se dirige a la sede de la Cofradía de los Peregrinos para lavar los pies a doce pobres y hace servir una cena para diez mil personas. La reina Cristina de Suecia participa, en el mismo lugar, del "lavatorio de los pies" de las peregrinas.


1700: El Jubileo en el siglo de las "luces"

Inicia un nuevo siglo, denominado "de las luces", fundamentado en la cultura de la "razón". El Jubileo fue abierto por Inocencio XII que muere antes de que termine el año. Por primera vez un Año Santo es alterado por la muerte del Papa. Le sucede Clemente XI. Muchos ilustres peregrinos llegan a Roma para el acontecimiento jubilar. Entre estos la reina polaca María Cristina, viuda de Juan III Sobieski, que entra descalza en San Pedro y vestida de penitente visita las iglesias romanas. Un viajero inglés, a propósito de la devoción de los peregrinos escribe: "La muchedumbre sigue pasando de rodillas la Puerta Santa de San Pedro con tal afluencia que no he podido todavía abrirme camino para entrar".


1725: El Año Santo del rescate de los esclavos

El Jubileo quedó fuertemente marcado por la personalidad de Benedicto XIII, que convocó un Sínodo en la provincia romana y estableció una serie de normas para la preparación espiritual del evento. Los romanos vieron al Papa recorrer las calles de la ciudad sobre humildes carrozas, salmodiar con devoción durante el trayecto y transcurrir jornadas enteras en oración en la Iglesia de Santa María sobre Minerva, a cargo de los Dominicos, orden a la que había pertenecido. El Papa quiso que se realizara una esmerada predicación en las diversas iglesias de Roma y, con este objetivo, hizo llamar los más famosos predicadores del tiempo. Un hecho significativo fue la acogida reservada por los Padres Mercedarios a 370 esclavos rescatados para el Año Santo. Para el Jubileo fue inaugurada la estupenda escalinata de la Trinidad de los Montes en la Plaza de España.


1750: El Año Santo de los predicadores y de la cruz en el Coliseo

En la Bula de convocación del Jubileo, Peregrinantes a Domino, Benito XIV destacó la necesidad de hacer penitencia para que el Año sea verdaderamente "Santo": Año de edificación y no de escándalo. El Papa recordó el valor de la peregrinación como superación de las dimensiones cotidianas de pecado. El Jubileo tuvo así, una fuerte característica espiritual. Uno de los predicadores más escuchados fue Leonardo de Puerto Mauricio, un franciscano reformado: a sus predicaciones en Plaza Navona, asistió también el Papa. El Padre Leonardo erigió en Roma durante el Año Santo, 572 cruces y la más célebre fue la que se levantó en el Coliseo, que se venera hasta nuestros días.


1775: El Jubileo más breve de la historia

Por primera vez la Bula de convocación del Jubileo se hace en idioma italiano: "L’Autore della nostra vita". Pío VI, en febrero apenas elegido, abrió la Puerta Santa en San Pedro para el Jubileo más breve de la historia. La preparación fue realizada por su predecesor, Clemente XIV, con un ciclo de predicaciones, procesiones y misiones en algunas plazas romanas. Las misiones respondían a una exigencia: la de preparar la ciudad para el Año Santo. Fueron realizadas también algunas obras públicas, entre ellas la restauración de los hospitales Espíritu Santo y San Juan. El Jubileo del año 1775 es recordado también por la presencia de un numeroso grupo de Patriarcas y Obispos católicos de rito oriental.


1800: El Jubileo no se celebra: La Puerta Santa está inmersa en el sufrimiento de la historia

El Jubileo del nuevo siglo no se celebró a causa de los profundos cambios que involucraron el continente europeo después de la Revolución Francesa. En el año 1797 las tropas francesas ocuparon Roma y la ciudad se transformó en el centro de la República Romana. El Papa Pío VI que debería haberlo convocado, murió desterrado en el año 1799. El año que debía haber sido jubilar transcurrió entre la ausencia forzada del Papa de Roma, las difíciles condiciones políticas generales y la incertidumbre que caracteriza los tiempos de guerra. Todos estos factores impidieron a Pío VII celebrar el Año Santo, incluso con retraso.


1825: El único Jubileo del siglo XIX, se celebra en medio de dificultades

El del año 1825 es el único Jubileo celebrado en el siglo XIX. Las cancillerías europeas del período de la Restauración miraban con mucha preocupación la convocación del Jubileo por el notable movimiento de personas que habría provocado. En un tiempo de revoluciones liberales y de conspiraciones, cada viajero era considerado sospechoso, las fronteras están cerradas, los caminos vigilados, las posadas desaparecieron. Sin embargo, León XII lo quiso, lo organizó y celebró. En la Bula de convocación hace referencia a las dificultades, pero al mismo tiempo pone la celebración jubilar bajo el signo de la alegría. Una de las novedades fue que se concedía la indulgencia a quienes veneraran uno de los iconos más antiguos del mundo, el de la Virgen de la Clemencia, del siglo VII, conservado en la Basílica de Sta. María en Trastévere.


1850: El Jubileo no se convoca porque el Papa está ausente de Roma

El Jubileo correspondiente a esta fecha no fue convocado, ni celebrado. Pío IX estaba desterrado desde hacía un tiempo y regresó a Roma en abril del año 1850, demasiado tarde para convocar el Año Santo. El alejamiento del Papa de Roma era consecuencia del amplio fenómeno de agitación general que acosaba la ciudad y los Estados Pontificios a partir del año 1848. Eran los presagios de la llamada cuestión romana, en la que se ponía en discusión el poder temporal del Papa. Este Jubileo fallido planteaba una pregunta a Pío IX y a sus sucesores: ¿Sería posible en el futuro otra celebración jubilar si se ponía en discusión el poder temporal del Papa?


1875: La Puerta Santa permanece cerrada

Roma se había convertido en capital de Italia desde hacía unos años. El Papa que había perdido el poder temporal sobre la ciudad y los Estados Pontificios, decidió quedarse en Roma encerrándose en el Vaticano, declarándose "prisionero del rey". La Puerta Santa de San Pedro quedó nuevamente cerrada, como en el año 1850. Pío IX, consideró que no se daban las condiciones para una celebración normal del acontecimiento, pero quiso de todos modos convocarlo de manera nueva con respecto al pasado. El Papa extendió el Jubileo a todo el mundo católico y lo celebró en Roma en forma reducida inaugurándolo en la Basílica de San Pedro con la única presencia del clero romano y sin la apertura de la Puerta Santa. Fue por lo tanto un Jubileo, a "puertas cerradas".


1900: La Puerta Santa se abre nuevamente en un clima de reconciliación

El nuevo siglo que empieza, celebra el renacimiento del Jubileo. Después de setenta y cinco años se abrió de nuevo la Puerta Santa. León XIII, el 24 de diciembre de 1899, pudo inaugurar el primer Año Santo después del fin del poder temporal del Papa. León XIII, que se había pronunciado sobre una de las cuestiones centrales del tiempo, la social, con la histórica Encíclica Rerum novarum, consideraba también necesario redimensionar la imagen de la Iglesia y del pontificado romano. El Jubileo le ofrecía la ocasión. La preparación logística y la organización fueron apoyadas también, por primera vez, por el gobierno italiano. La apertura de la Puerta Santa se realizó con solemnidad y también en un clima de reconciliación y fiesta. Roma se llenó en esa ocasión, de peregrinos procedentes de todas las partes del mundo.


1925: "El Año Santo de la pacificación y de la paz"

Es la definición del Jubileo del año 1925 convocado por Pío XI en un clima de renovada distensión entre la Iglesia y el Estado Italiano. La prensa italiana concedió amplio espacio al evento, poniendo así en evidencia el nuevo clima de paz que se había instaurado en Roma. Pío XI dio al Jubileo un carácter eminentemente misionero, ya que las misiones constituyeron uno de los grandes temas de su pontificado. A él se debe la consagración de los primeros obispos chinos. El año jubilar fue también coronado por una serie de solemnes ceremonias religiosas, entre las cuales las más significativas fueron algunas canonizaciones: la de Teresa del Niño Jesús, la del Cura de Ars y de Juan Eudes. La participación de los peregrinos fue impresionante. De hecho aquel año llegaron a Roma más de medio millón de personas.


1933: El Año Santo extraordinario de la Redención

El 24 de diciembre de 1932, Pío XI anunció, sorprendiendo a todos, la convocación de un Año Santo extraordinario para 1933: el de la Redención. Después de haber instituido la fiesta de Cristo Rey y de haber consagrado la humanidad al Sagrado Corazón de Jesús, en la vigilia del centenario de la muerte de Cristo el Papa anunciaba el Año Santo de la Redención. Los tiempos litúrgicos de este Jubileo fueron diversos de los anteriores. En efecto, la apertura de la Puerta Santa fue fijada para el Domingo de Pasión (y no la noche de Navidad), y la clausura para el Lunes de Pasión del año sucesivo. Pío XI creó así un gran acontecimiento religioso centrado en la figura de Cristo Redentor. Este Jubileo fue la primera ocasión, después del fin del poder temporal, en el que algunas celebraciones presididas por el Papa se realizaron fuera de la Basílica de San Pedro.


1950: El Jubileo "del gran retorno y del gran perdón"

Pío XII abrió el Año Santo en un horizonte cargado de tensiones y con las heridas de la segunda guerra mundial todavía no cicatrizadas. Un mensaje de paz subyace en el Jubileo del año 1950. Es el año del "gran retorno y del gran perdón" de todos los hombres, también de los más alejados de la fe cristiana. Europa estaba dividida en dos partes y los católicos del Este no podían ir a Roma. No obstante estas dificultades, la participación de los peregrinos fue extraordinaria y la audiencia con el Papa, a partir de este Jubileo, entró a formar parte integrante de la vida de los fieles. Videre Petrum pasó a ser el objetivo de muchos. Durante el año jubilar Pío XII proclamó el dogma de la Asunción de María, en la Plaza San Pedro en presencia de casi quinientos mil fieles y 622 obispos. Otro aspecto significativo fue el espectáculo ofrecido por la presencia de los peregrinos. Su ejemplo fue definido: "la mejor predicación de este siglo".


1975: El Jubileo de la reconciliación y de la alegría

"¿Tiene todavía sentido la celebración del Jubileo?". Esta era una pregunta frecuente entre los católicos del inmediato posconcilio. Después del Vaticano II una celebración jubilar, a muchos les parecía anacrónica, ligada a una idea de cristiandad medieval. El Papa Pablo VI sentía estos problemas, pero decidió no interrumpir la tradición de los Jubileos. El Papa vio el Año Santo como una oportunidad de renovación interior del hombre. Con ocasión de este Jubileo escribió la Exhortación Apostólica Gaudete in Domino, con la intención de poner las celebraciones jubilares bajo el signo de la alegría. Los tres puntos fundamentales de este Año Santo fueron: la alegría, la renovación interior y la reconciliación. Un observador seglar de la historia de la Iglesia escribió a propósito del Jubileo del año 1975: "Fue un gran éxito".


1983: El Jubileo de la Redención prepara el Año Santo del 2000

"¡Abran las puertas al Redentor!". Con estas palabras Juan Pablo II introdujo la Bula que, el 6 de enero de 1983, convocaba el Jubileo de la Redención. El motivo de este Año Santo extraordinario fue el 1950 aniversario de la muerte de Jesús que el Papa entendía celebrar en continuidad con el Jubileo extraordinario de 1933 y en vista del Jubileo del Jubileo del año 2000. Es decir, como una anticipación del Jubileo de este fin de milenio. El Jubileo extraordinario tuvo la función "de llevar a cabo una digna preparación para el "Año Santo del 2000".

2000: El Gran Jubileo
Fue un acontecimiento en la Iglesia católica que tuvo lugar entre la Nochebuena (24 de diciembre) de 1999 y la Epifanía (6 de enero) de 2001.  Proclamado por el Papa san Juan Pablo II, quien el 10 de noviembre de 1994 publicó su carta apostólica Tertio Millennio Adveniente. En ella se invitó a la Iglesia a comenzar un período de tres años de intensiva preparación para la celebración del tercer milenio cristiano, donde 1997 estaría marcado por la exploración de la figura de Cristo, 1998 por la meditación de la persona del Espíritu Santo, y 1999 por la meditación en la figura de Dios Padre. Al igual que otros años jubilares anteriores, fue una celebración por la misericordia de Dios y el perdón de los pecados. La principal innovación de este Jubileo fue la adición de muchos "jubileos particulares", celebrados simultáneamente en Roma, Israel y otras partes del mundo.



2016: Año Santo de la Misericordia
"Queridos hermanos y hermanas, he pensado frecuentemente en cómo la Iglesia pueda hacer más evidente su misión de ser testigo de su misericordia. Es un camino que inicia con una conversión espiritual. Y tenemos que andar este camino. Por eso, he decidido llamar un Jubileo extraordinario que tenga en el centro la misericordia de Dios. Será un Año Santo de la Misericordia. Lo queremos vivir a la luz de la palabra del Señor: “Sean misericordiosos como el Padre” (cfr Lc 6,36). Y esto especialmente para los confesores, ¿eh? ¡Tanta misericordia!
Este Año Santo iniciará en la próxima solemnidad de la Inmaculada Concepción y concluirá el 20 de noviembre de 2016, domingo de Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo y rostro vivo de la misericordia del Padre. Confío la organización de este Jubileo al Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, para que pueda animarlo como una nueva etapa del camino de la Iglesia en su misión de llevar a cada persona el Evangelio de la misericordia.
Estoy convencido que toda la Iglesia, que tiene tanta necesidad de recibir misericordia, porque somos pecadores, podrá encontrar en este Jubileo la alegría para redescubrir y hacer más fecunda la misericordia de Dios, con la cual todos estamos llamados a dar consolación a cada hombre y a cada mujer de nuestro tiempo. No olvidemos que Dios perdona todo, y Dios perdona siempre. No nos cansemos de pedir perdón. Confiemos este año desde ahora a la Madre de la Misericordia, para que dirija a nosotros su mirada y vele sobre nuestro camino: Nuestro camino penitencial, nuestro camino con el corazón abierto, durante un año a recibir la indulgencia de Dios, a recibir la misericordia de Dios". Papa Francisco, 13 marzo 2015

¿CÓMO ORAR CUANDO ALGUIEN TE HACE SUFRIR?


¿Cómo orar cuando alguien te hace sufrir?
Al rezar por quienes te hacen sufrir, te das la oportunidad de desahogarte y de hacerlo con quien es todopoderoso y puede remediar las cosas.


Por: P Evaristo Sada LC | Fuente: www.la-oracion.com 




Hay personas que nos hacen sufrir. Sabiéndolo o no, queriéndolo o no, pero nos hacen pasar malos ratos. Nos duelen sus palabras hirientes, sus actitudes humillantes, sus tratos despóticos, su falta de responsabilidad, sus infidelidades, sus prontos temperamentales, sus olvidos y negligencias...

Ante personas así podemos reaccionar siendo con ellos de la misma manera que sonellos con nosotros: "para que se enteren", "para que vean lo que se siente". O bien podemos enfrentarlos, decirles sus verdades y ponerles un alto. O incluso evadir el problema ignorándolo y dejándolo a su suerte. Pero sabemos que estos recursos pocas veces funcionan.

Sin embargo, podemos también buscar el momento y las palabras más adecuadas para hacerle ver lo que está sucediendo. Podemos poner amor: "Donde no hay amor, pon amor y encontrarás amor" (San Juan de la Cruz). Y por fin, orar por ellos.
Orar por una persona querida es fácil, pero orar por una persona que te hace daño es difícil. Apenas lo traes a la memoria en la oración y se te retuerce el estómago. Y si llegas a formular una oración, lo más probable es que ésta sea para pedirle a Dios que lo parta un rayo, que le dé una buena lección o que lo cree de nuevo. Aún si te salen estos sentimientos, intenta de nuevo. Verás que la oración irá ablandando tu corazón, pues en la oración se hace presente el Espíritu de Dios que es amor, y Él, el Amor en persona, irá renovando tu corazón. Y te dirás: "pero de lo que se trataba era de que el otro cambiara". Sí, pero al orar por quien te hace sufrir te darás cuenta de que el primero que comienza a cambiar eres tú mismo.

Al rezar por quienes te hacen sufrir:

- Te das la oportunidad de desahogarte y de hacerlo con quien es todopoderoso y puede remediar las cosas. Desahogarse con Dios sana y libera. Poner en manos de Dios aquello que no puedes controlar ni remediar es de personas sensatas.

- Dios te hace ver que el rencor, la venganza, la falta de perdón, el resentimiento, el odio, no son virtudes cristianas, y que más bien debes aprender a ser como es Dios con nosotros: rico en misericordia, dispuesto aperdonarme siempre (aunque no lo merezca), tolerante, paciente, compasivo. “Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34) “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. (Lc 23, 43)

- Rezas con coherencia y sinceridad el padrenuestro y le das a tu Padre celestial excusa suficiente para perdonarte. “Perdónanos nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

- El Espíritu Santo comienza a modelar tu corazón conforme al Suyo. Verás que todo ese rencor que llevas dentro es veneno que intoxica, vinagre que amarga la vida, y que a medida que te purificas de él y lo suples con la miel de la caridad cristiana, la vida se te hace mucho más llevadera. Ya bastante mal te lo pasas con el sufrimiento que el otro te impone como para que lo amplifiques con el reflujo de tu propia amargura.

- Y no te quede la menor duda de que si rezas con fe y caridad por quienes tehacen sufrir, Dios actuará. No esperes resultados inmediatos, simplemente espera con absoluta confianza en que Dios obrará en el momento y de la manera que considere oportunas.




Tal vez te pueda servir esta oración de intercesión y sanación del P. Emiliano Tardif:

Padre de bondad, Padre de amor, te bendigo, te alabo y te doy gracias porque por amor nos diste a Jesús.

Gracias Padre porque a la luz de tu Espíritu
comprendemos que él es la luz, la verdad y el buen pastor, que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia.

Hoy, Padre, quiero presentarte a este hijo(a). Tú lo(a) conoces por su nombre. Te lo(a) presento, Señor, para que Tú pongas tus ojos de Padre amoroso en su vida.

Tú conoces su corazón y conoces las heridas de su historia.
Tú conoces todo lo que él ha querido hacer y no ha hecho.
Conoces también lo que hizo o le hicieron lastimándolo.
Tú conoces sus limitaciones, errores y su pecado.

Conoces los traumas y complejos de su vida.
Hoy, Padre, te pedimos que por el amor que le tienes a tu Hijo, Jesucristo,derrames tu Santo Espíritu sobre este hermano(a) para que el calor de tu amor sanador, penetre en lo más íntimo de su corazón.

Tú que sanas los corazones destrozados y vendas las heridas, sana a este hermano, Padre.
Entra en ese corazón, Señor Jesús, como entraste en aquella casa donde estaban tus discípulos llenos de miedo. Tú te apareciste en medio de ellos y les dijiste: "paz a vosotros". Entra en este corazón y dale tu paz. Llénalo de amor.

Sabemos que el amor echa fuera el temor.
Pasa por su vida y sana su corazón.
Sabemos, Señor, que Tú lo haces siempre que te lo pedimos, y te lo estamos pidiendo con María, nuestra madre, la que estaba en las bodas de Caná cuando no había vino y Tú respondiste a su deseo, transformando el agua en vino.

Cambia su corazón y dale un corazón generoso, un corazón afable, un corazón bondadoso, dale un corazón nuevo.

Haz brotar, Señor, en este hermano(a) los frutos de tu presencia. Dale el fruto de tu Espíritu que es el amor, la paz y la alegría. Haz que venga sobre él el Espíritu de las bienaventuranzas, para que él pueda saborear y buscar a Dios cada día viviendo sin complejos ni traumas junto a su esposo(a), junto a su familia, junto a sus hermanos.

Te doy gracias, Padre, por lo que estás haciendo hoy en su vida.
Te damos gracias de todo corazón porque Tú nos sanas, porque tu nos liberas, porque Tú rompes las cadenas y nos das la libertad.

Gracias, Señor, porque somos templos de tu Espíritu y ese templo no se puede destruir porque es la Casa de Dios. Te damos gracias, Señor, por la fe. Gracias por el amor que has puesto en nuestros corazones.

¡Qué grande eres Señor!

Bendito y alabado seas, Señor

¿CÓMO PODEMOS VIVIR REALMENTE EL TIEMPO DE ADVIENTO?


¿Cómo podemos vivir realmente el tiempo de Adviento?
Por Hillary Mast







(ACI).- Ahora que hemos llegado casi a la mitad del Adviento aún podemos preguntarnos ¿qué significa realmente vivir el tiempo de Adviento? ¿Cómo nos podemos preparar mejor para la Navidad?

Si se busca en Pinterest “cómo celebrar el Adviento”, aparecerán tutoriales sobre cómo hacer un calendario de Adviento, como hacer tu propia corona, el Árbol de Navidad y diversas ideas del tipo “hazlo tú mismo” para crear adornos, por ejemplo, para esta época.

Pareciera que, en los últimos años, el tiempo de penitencia como preparación para la Navidad se hubiera convertido en una época para hacer manualidades, gracias a sitios web como Pinterest o los tutoriales.

Si bien estas manualidades y actividades pueden contribuir en cierto modo a la celebración de la Navidad, es importante que estas no sean una distracción sobre el verdadero propósito de este tiempo: la preparación para el nacimiento del Hijo de Dios.

Al respecto, el P.Mike Schmitz, capellán del Centro Newman de la Universidad de Minnesota Duluth, dijo a ACI Prensa que una de las cosas que se han pasado por alto del Adviento es que “es un tiempo de penitencia, y como tal la Iglesia nos pide hacer oración, ayuno y limosna”.

“Es algo así como el aguafiestas del Adviento porque uno se dice: ‘no puedo divertirme porque estamos en un tiempo de penitencia’”.

Sin embargo, el hecho de que sea un tiempo de penitencia no significa que este tiene que ser sombrío. “Pienso que hay buenas maneras para que una persona o una familia puedan hacer de la oración, el ayuno y la limosna, parte de la preparación para Navidad. No tiene que ser una experiencia severa”, explicó.



El P. Schmitz indicó que la manera más simple que un católico tiene para prepararse para la Navidad es confesarse. “En el Adviento no solo se pide a los fieles que se preparen para celebrar la Navidad, sino que también se preparen para encontrarse con Jesús en el fin de los tiempos”, señaló.

Prepararse en familia

Para Kathryn Whitaker, del blog “Team Whitaker” (Equipo Whitaker)  vivir el Adviento tiene que ver con saber lo que se puede hacer con la familia.

“Hay miles y miles de ideas preciosas en Pinterest y en otros lugares, pero creo que uno tiene que ver que encaja con su familia y no sentirse mal porque otro lo hace diferente”, manifestó.

En un intento de marcar de nuevo el frenesí de la mañana de Navidad, indicó que su familia comenzó a buscar formas de servir a otros y de agradecer por lo que tenían en las semanas previas.

“Creo que para nosotros, sólo se trata de esparcir un poco de amor, especialmente en estas cuatro semanas, en cada cosa que hacemos”.

Los Whitaker “adoptan” cada año a una familia que pasa necesidad para darle regalos y comida, o donan obsequios para el Brown Santa, una tradición que recibe su nombre de los uniformes marrones que utilizan los miembros del condado de Trevis, de la Oficina del Sheriff de Texas (Estados Unidos), que asisten a los vecinos más desfavorecidos,
especialmente en Navidad.

También como parte del Adviento, aparte de la Misa y la confesión, enciende con los niños del nido donde trabaja una corona de Adviento, hecha de papel tejido y papel higiénico, y tiene un Árbol de Jesse, una antigua tradición que se trata de decorar un árbol con
ornamentos que representan la historia de la salvación.

Con el paso de los años, Kathryn y su familia han adaptado la temporada de adviento a su vida familiar. Por ejemplo, el año en que ella y su esposo trajeron a su hijo prematuro del hospital a su casa, apenas consiguieron armar el árbol de Navidad y decorarlo con algunos
adornos.

“Con eso estuvo bien, y sabiendo que el Adviento u otro tiempo litúrgico se aproxima, tu puedes hacer más o menos”, dijo.

¿Y si cambiamos un poco el orden?

Así como Whitaker, Bonnie Engstrom del blog “A Knotted Life” (Una vida enredada) dijo que la mejor forma para que una familia viva el tiempo de Adviento es “ver las opciones que pueden generar lecciones significativas y recuerdos duraderos. Después tiene que ver si funciona y confiar en que estás haciendo un buen trabajo”.

Hace algunos años, los Engstrom han reducido considerablemente sus actividades de Adviento y se han enfocado en hacer la corona y en recordar algunos santos. Incluso en lugar de colocar luces, beber chocolate y mirar películas navideñas como lo hacen los demás, esta familia posterga esas actividades para después de ese día.

“Esto ha reforzado enormemente la Navidad después del 25 de diciembre y ha traído mucha más paz y alegría a nuestra casa, al mismo tiempo que reduce el estrés ", dijo ella.

Bonnie señaló que involucra más a sus hijos en la fe con actividades divertidas como dejar que armen el belén, añadan adornos al árbol de Jesse y que celebren el día de San Nicolás.

También enseñan a sus hijos que celebrar el Adviento es importante para crecer en su relación con Dios.

“El silencio, la belleza simple y el centrarse en la preparación son las cosas que me ayudaron a aquietar mi vida interna y externa para que Dios pudiera hablarme”, comentó.

Traducido por María Ximena Rondón.

EL SEGUNDO PEDIDO - CUENTO CORTO


El segundo pedido
Si la Virgen María había atendido tan generosamente el primer pedido, ¿por qué no quiso hacer lo mismo con el segundo?


Por: Redacción | Fuente: salvadmereina.co.cr 




Fray Martín, sacristán de un convento franciscano, de Italia, cumplía con sus funciones a la perfección. Se esmeraba por dejar blanquísimos y bien almidonados los manteles del altar. No se veía nunca restos de cera o polvo en el presbiterio, y los cálices y copones siempre estaban relucientes.

“La limpieza es el lujo del pobre”, se decía a sí mismo, mientras trabajaba con redoblado empeño, al tratarse del culto al Señor. En la vida de voluntaria pobreza, abrazada por amor a Él, quería servirle de la manera más excelente posible, pues además del sentido del deber brillaba en el alma de fray Martín una profunda devoción a Jesús Eucaristía.

Cuando este sacristán terminaba sus quehaceres, se dirigía invariablemente ante el sagrario y allí permanecía rezando, en íntimos coloquios con el Señor. Como todos los jueves había en el convento adoración solemne al Santísimo Sacramento, siempre conseguía organizar el servicio con el fin de pasar un largo rato arrodillado a los pies de la Custodia.

Se acercaba por aquellos días la fiesta del patrón del convento. Fray Martín era el encargado de decorar la iglesia y de preparar los vasos sagrados y demás elementos litúrgicos para la Misa solemne. Siempre activo y dedicado, había conseguido flores para adornar el altar, cosa nada fácil para aquella época del año.

La noche anterior lo había dejado todo listo para la celebración. Quería tener en ese día el menor número posible de ocupaciones, pues así podría asistir a la Santa Misa con más recogimiento y recibir con más fervor a Jesús en su alma. Pero cuál no fue su sorpresa cuando el padre prior le asignó la función de limosnero aquella misma jornada festiva. Había que conseguir sin tardanza un refuerzo de víveres, pues la casa estaba repleta: además de los frailes llegados de otros conventos, estaba un grupo de peregrinos pobres. Y la despensa estaba casi vacía… Corrían el riesgo de servirles a los visitantes un frugal almuerzo y despedirles sin cenar.



Como buen religioso, fray Martín obedeció con prontitud y alegría. Tan sólo le pedía a Jesús Sacramentado la gracia de regresar temprano para poder asistir a la Misa vespertina y recibirlo en su corazón.

Iba acompañado por fray Salomón. Llamaron de puerta en puerta durante varias horas, pero parecía que las almas caritativas habían desaparecido de la región. Únicamente consiguieron algunos panes duros, ni siquiera las legumbres necesarias para hacer una humilde sopa…

La tarde estaba cayendo y entraron en una capillita cerca de donde estaban. Le pidieron con mucha confianza a la Virgen María que les ayudase a obtener no sólo los alimentos indispensables para la comunidad, sino también poder volver a tiempo para oír Misa y recibir el Cuerpo de Cristo.

Poco después de haber retomado su tarea, se encontraron con un campesino que conducía un pequeño carromato. Tras saludarles respetuosamente y pedirles la bendición les preguntó:

— Mis buenos frailes, parecen preocupados… ¿Necesitan ayuda?

Fray Martín le explicó la dificultad por la que estaban pasando. Enseguida el campesino les dio la solución:

— Fíjense lo buena que es la Santísima Virgen al hacerme pasar por este desvío, precisamente ahora.

Aquí tienen un saco de patatas, zanahorias, rábanos y tomates. Y en este otro hay un par de jamones bien grandes. Ahora entiendo por qué no conseguí venderlo todo en el mercado… Nuestra Señora ha decidido reservar todo esto para el convento. Pues nada; se lo pueden llevar todo, que lo doy con mucho gusto.

Los dos religiosos le agradecieron al campesino de todo corazón su generosidad y le prometieron oraciones por él y su familia; y emprendieron contentos el camino de vuelta. Con todo, la distancia hasta el convento era larga y llegaron casi al final de la tarde. Entregaron las provisiones al hermano cocinero, se limpiaron el polvo y apresuradamente se fueron hacia la iglesia, donde aún resonaban las melodías eucarísticas.

Sin embargo, la Misa había terminado…

No tuvieron ni siquiera el consuelo de recibir la Comunión. Si la Virgen María había atendido tan generosamente el primer pedido, ¿por qué no quiso hacer lo mismo con el segundo?

Consternados, se pusieron de rodillas ante el sagrario y le hicieron a Jesús un amoroso lamento:

— Señor, ¿por qué nos has abandonado? ¡Cómo queríamos haber participado en esta Misa! No obstante, por amor a la obediencia, hemos sido privados de recibirte en la Eucaristía.

Poco a poco, la iglesia se iba vaciando, pero los dos religiosos allí permanecían aún en oración. De pronto, vieron que surgía en el presbiterio un varón alto, lleno de nobleza y con una fisonomía reluciente.

— La Reina del Cielo ha oído complacida vuestras súplicas, les dijo, y me ha enviado para atenderlas.

Arrodillaos en el comulgatorio y preparad vuestros corazones para recibir dignamente a su divino Hijo.

El Ángel de luz abrió el tabernáculo, cogió el copón y les administró la Sagrada Comunión. Después hizo un breve acto de Adoración al Santísimo Sacramento, lo repuso en su lugar y desapareció.

Lágrimas de consolación corrían por las mejillas de los frailes Martín y Salomón. Después de una larga acción de gracias, la más bendecida de sus vidas, fueron a contarle al padre prior lo ocurrido. Éste mandó que tocaran la campana para reunir a los demás religiosos y dirigirse todos a la capilla del Santísimo, para dar gracias a Dios por tan insigne gracia. Y allí vieron —¡Oh maravilla!— que el Ángel había dejado una marca de su paso: en bellísimas letras doradas, las iniciales de Jesús y de María.
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