Dios mío, qué grande eres
La naturaleza ayuda a entrar en sí mismo. Se trata de sentir y admirar lo que se va presentando a los sentidos: formas, colores, perfumes, sonidos… déjate envolver por el viento, el sol, el paisaje; pisa la arena, moja los pies en el arroyo… Es un camino fácil para llegar al recogimiento, percibir la presencia de Dios y entrar en comunicación filial con él.
¡Dios mío, qué grande eres! Te vistes de belleza y majestad, la luz te envuelve como un manto (104). Proclamad conmigo la grandeza del Señor, bendigamos juntos su nombre (34). Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? (8). El Señor es un Dios grande, soberano de todos los dioses: tiene en su mano las simas de la tierra, son suyas las cumbres de los montes; suyo es el mar, porque él lo hizo, la tierra firme que modelaron sus manos (95). Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra (8).
La naturaleza tiene una fuerza extraordinaria. Es una gran maestra de oración. En medio de la naturaleza admira la belleza de una flor, observa los colores de una piedra, quédate apreciando la forma de un árbol o los movimientos de un insecto. Hay salmos que prestarán palabras a tus sentimientos (104 y 8), y volverás renovado y más sereno.
* Enviado por el P. Natalio