El ayuno
El ayuno, especialmente el de la comida, nos abre de una manera misteriosa a la presencia de Dios. Parecería como si el hambre corporal se fuera convirtiendo en hambre de Dios.
Para que esto se realice, el ayuno debe estar unido a la oración. Sin oración el ayuno se convierte en dieta o en estoicismo, que poco o nada ayuda a la vida espiritual.
Nuestra Madre Bendita nos invita a hacer ayuno para prevenir guerras y catástrofes naturales, por la conversión de los pecadores, para liberación de las almas, etc. Lo ha dicho en Fátima, también en Medjugorje. “Practicad el ayuno, porque con el ayuno obtendréis que se realice completamente el plan que Dios tiene. Con esto me daréis una gran alegría”
El ayuno busca la verdadera vida a través de la purificación. Ayunar a pan y agua es un llamado a crecer en dependencia de la Eucaristía. Es también un llamado a adentrarnos en una vida de purificación, de conversión, de arrancar de nosotros todo lo que nos separa del Señor o no nos deja ser sus hijos adoptivos, ni su imagen y semejanza.
¿Cómo debemos ayunar? Debemos ayunar cuando la Iglesia entera es llamada al ayuno en ocasiones especiales. Por una ancestral tradición los viernes son considerados como un día de penitencia. Esto es debido principalmente a que en un viernes, Jesús padeció por nosotros para darnos la vida eterna.
Pero debemos ser conscientes que la falta de prudencia puede desordenar la misma penitencia, con lo cual se causan graves daños, sobre todo al alma, ya que la práctica de la mortificación debe ser siempre un acto de templanza.
Cuando nos privamos de cualquier cosa que está en relación con nuestros apetitos, especialmente con el placer (comer, beber, ver, oír, sentir), estamos acostumbrando a nuestra voluntad a recibir órdenes directamente de nosotros y no de nuestras pasiones.
Nos lleva a ser dueños de nosotros mismos. De esta manera una persona habituada a ayunar será una persona habituada a la renuncia, y tendrá sometidas sus pasiones a la voluntad, de manera que el cuerpo come, duerme, y hace lo que la voluntad le indica.
1. El ayuno debe ser progresivo: hay que comenzar por lo poco y lentamente progresar en él. Empieza entonces con pequeñas renuncias, como negarte un café, un vaso de agua, un dulce, un postre, un programa de televisión, etc. Esto irá poco a poco aumentando tu capacidad de renuncia.
2. Cuando decidas ayunar inicia con un buen rato de oración y ofrecimiento: pide a Dios la gracia que estás necesitando o el sentido que quisieras ver fortalecido con tu ayuno. Es importante siempre que hagas este ofrecimiento. Durante todo el día de ayuno, dedica el mayor tiempo que puedas a la oración o a la meditación.
3. Es muy conveniente iniciar el ayuno con la Eucaristía: busca una Iglesia en donde puedas comulgar en la mañana. Y si no se puede, haz al menos una comunión espiritual.
4. Finalmente podrás aspirar al ayuno de pan y agua: consiste en comer solo pan y agua. Eres libre de ofrecer la cantidad de pan y agua que necesites durante el día de acuerdo a tu deseo y discernimiento. Si deseas puedes ofrecer tomar pan y agua tres veces al día; en caso contrario puedes ofrecer tomar todo lo que quieras durante el día. Lo importante es lo que motiva a hacerlo y que seas fiel tus propósitos al inicio del día.
Recuerda que es una obra del Espíritu, por lo que no esperes resultados como si a cada acción hubiera una reacción. A veces un pequeño esfuerzo de nuestra parte corresponde a una gracia inmensa de Dios y viceversa.
Dios sabe cómo y en qué momento darnos las gracias. De lo que si puedes estar seguro es que al iniciarte en el ayuno te abrirás a la santidad y tu vida cambiará radicalmente. El ayuno es el camino muy importante a la perfección cristiana.
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(Fuente: “Unidos en amor a Jesús”)