Mostrando entradas con la etiqueta TEMAS SOBRE LA FE. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta TEMAS SOBRE LA FE. Mostrar todas las entradas

miércoles, 3 de agosto de 2022

EL PROBLEMA DE QUIEN NO CREE - REFLEXIÓN


 

El problema de quien no cree

¿Cuál es el verdadero problema de quien carece de fe?

Por: P. Eduardo María Volpacchio | Fuente: www.algunasrespuestas.com



“Si el ser humano sólo confía en lo que ven sus ojos, en realidad está ciego porque limita su horizonte de manera que se le escapa precisamente lo esencial.

Porque tampoco tiene en cuenta su inteligencia. Las cosas realmente importantes no las ve con los ojos de los sentidos, y en esa medida aún no se apercibe bien de que es capaz de ver más allá de lo directamente perceptible.”

Joseph Ratzinger, Dios y el mundo, p. 16


Tener fe o no tener fe, esa es la cuestión

Hay personas con fe y personas sin fe. Personas que la tienen y viven como si no la tuvieran; y personas que no la tienen y quisieran tenerla.

Personas que nacen en el seno de una familia cristiana y son casi genéticamente cristianas. Personas a las que nunca nadie habló de Dios, no lo conocen y por falta de experiencia “divina” carecen de sensibilidad para las cosas espirituales. La fe no les dice nada, porque no pueden imaginar lo que es tenerla.

Personas que perdieron la fe que alguna vez tuvieron; se les quedó por el camino y no les interesa mucho por dónde. No les dice nada porque se aburrieron de lo que creían.

Personas ansiosas por encontrar un sentido a la rutina de sus vidas.

En estas breves páginas, quisiera explicar al creyente (que más allá de crisis coyunturales nunca ha experimentado lo que es vivir sin fe) el problema de quien carece de fe. Porque, digámoslo de entrada, aunque no sea consciente, quien no tiene fe tiene un problema muy serio.


¿Cuál es el problema de quien carece de fe?

Para comenzar, se pierde de conocer mucho de la realidad. Y, en concreto, lo más elevado.

Puede alcanzar sólo una visión muy superficial de la vida humana: lo que se ve, se oye, se come, engorda, enferma, etc. Pero el hombre es bastante más que una máquina que procesa comida, trabaja y se reproduce. Quien pierde el espíritu humano (lo más valioso del hombre) pierde mucho (y la relación con Dios es la expresión más alta del espíritu humano).

Pierde, además, la trascendencia y su vida queda así encerrada en la “cárcel” de la inmanencia de este mundo. Podrá disfrutar muchas cosas, divertirse, etc., pero su vida -considerada globalmente- se ha convertido en un camino hacia el cáncer y la tumba. Es duro, pero no cabe esperar otra cosa.

Pierde el sentido más profundo del amor, que sin espíritu queda reducido a mero placer.

Se le escapa el sentido más profundo de la vida (para qué vivo, dónde voy…). No sabe de dónde viene ni adónde va.

No es capaz de alcanzar lo único que, en definitiva, realmente importa. No tiene una sola respuesta para los problemas cruciales de la existencia humana. Como reconocía un premio Nobel español, agnóstico, lleno de tristeza hacia el final de su vida: “no tengo una sola respuesta para las cosas que realmente me interesan. Soy un sabio muy especial. Un sabio que no sabe nada de lo que le importa”.

Quien dice que sólo creerá lo que toque y vea (“si no lo veo no lo creo”), en realidad no sabe lo que está diciendo. La realidad más profunda de las cosas no está a nivel superficial y, por tanto, está fuera del alcance de los sentidos. No se ve con los ojos, no se pesa en una balanza, ni siquiera se alcanza con un microscopio. Se “ve” con la inteligencia, pero más allá de donde llegan los sentidos. Y, la verdad más grande -cómo es la vida íntima de Dios-, supera incluso esta capacidad intelectual de “ver”: sólo se accede a ella por la fe.

De modo brillante y resumido se lo explica el zorro al Principito cuando le dice: “no se puede ver sino con el corazón. Lo esencial está oculto a los ojos” (Antoine de Saint-Exupery, El Principito, XXI).

El hombre sin fe nunca llega a entender algunas de las cosas más importantes de su vida


Como por ejemplo:

La felicidad y las ansias de infinito

Las realidades espirituales

El sentido de la vida (para qué estamos acá)

Los anhelos más profundos de la persona

El fracaso

El dolor

La muerte (tanto en general, como la propia y la de los seres queridos)

Y sobre todo lo que viene después.

Quien se cierra en su no-creencia tiene cerrado el acceso a Dios, a la redención, a la salvación.

Cerrado a la trascendencia, está cerrado a su desarrollo más pleno, y sobre todo a la felicidad perfecta.

En el ser humano hay unas ansias de infinito que no es posible reprimir: nada de este mundo lo satisface plenamente, porque las cosas de aquí le “quedan chicas”. Esas ansias de infinito serán saciadas después de esta vida. Por eso quien está cerrado a la trascendencia, está frustrado existencialmente, pues le resulta imposible concebir como posible la satisfacción de la tendencia más radical de su ser: su tendencia a la plenitud.


Sólo quien sabe quién es puede vivir con plenitud

En la Misa inaugural de su Pontificado Benedicto XVI recordó que “únicamente donde se ve a Dios, comienza realmente la vida. Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida. No somos el producto casual y sin sentido de la evolución. Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él. La tarea del pastor, del pescador de hombres, puede parecer a veces gravosa. Pero es gozosa y grande, porque en definitiva es un servicio a la alegría, a la alegría de Dios que quiere hacer su entrada en el mundo” (Benedicto XVI, Homilía del 24.4.05).

El hombre sin fe, se pierde lo mejor de la vida (que no necesariamente es lo más divertido): Dios y la vida eterna quedan fuera del horizonte de su vida y de su alcance.

Algunos, con buen corazón, pueden ocuparse de cosas muy nobles, como la ciencia o el arte; también contribuir al bien temporal de los demás. Todo esto es muy bueno. Pero, les falta algo, en realidad mucho: la apertura al infinito y la perfección, que da sentido y valor a lo que hacen. Para ellos, este bien, en cierta manera, se convierte en un camino hacia Dios.

Otros -quizá coherentemente con su visión materialista de vida (quien no cree en la trascendencia queda “encerrado” en la materia)- viven en la frivolidad (“comamos y bebamos que mañana moriremos”) pueden distraerse (dis-traerse: alejar la atención de lo importante), entretenerse (entre-tener: pasar ligeramente un rato entre dos cosas), divertirse (ocuparse jugando de cosas livianas), vivir en y para la pavada.

La sociedad actual (tecnológica) les ofrece todo tipo de medios para conseguirlo... y pueden distraerse, entretenerse y divertirse con bastante éxito... y de a ratos olvidarse de quienes son, pero no se realizan: pierden la vida.

Pueden pasar su existencia distraídos, entretenidos y divertidos (con la atención fuera de lo que lo conduciría a una vida realizada).

Incluso morir sin darse cuenta. Pero al final, se desvelará el misterio y se verá cómo han frustrado su existencia llenándola de nada.


¿Es cómodo ser creyente?

Hay quienes repiten una frase gastada: “es duro ser no creyente”.

Como si la postura de los creyentes fuera más cómoda. Como si los no creyentes fueran más honrados al no creer al precio de su inseguridad (cosa realmente dolorosa).


Esta expresión tiene dos partes.

Ser creyente es mucho más seguro y, al mismo tiempo, exigente.

Es cierto que sin fe se carece de la seguridad del creyente. Y esto no puede no ser duro. Pero también puede resultar muy cómodo. No se puede conocer el interior de las personas. Hay quienes para estar cómodos “pagan” el precio de vivir en la oscuridad. No se comprometen con la verdad, no la buscan. Viven tranquilos en su ignorancia para no exponerse a tener que hacer aquellas cosas que les exijiría la fe si la encontraran… y por eso prefieren no buscarla.

No están condenados a no creer. Quienes son honestos consigo mismo no nunca abandonan la búsqueda de la verdad.

La curiosa pretensión del agnóstico Resulta realmente curioso el planteo del agnóstico: afirmar la imposibilidad de conocer lo que él no conoce...

¿No sería más razonable afirmar simplemente que él todavía no pudo conocer lo que no conoce? Hace una extrapolación que no es válida: pasar de un dato particular (su no-conocimiento personal de Dios) a la afirmación general de la imposibilidad del mismo. Pero que él no conozca no demuestra en lo más mínimo que sea imposible conocer.

La fe es el tesoro escondido en un campo.

No haberlo encontrado todavía no alcanza para negar su existencia. Sólo prueba que debo seguir buscando. En cambio, parece bastante irrefutable el hecho de que muchas personas cuerdas (no están locas) han vendido todo lo que tenían para comprar ese campo...

La fe y las apuestas

Quien no cree arriesga demasiado.

La fe no es cuestión de probabilidades, tampoco de cálculos de intereses y conveniencias, pero hace ya mucho tiempo, una mente matemática como la de Pascal planteó las siguientes alternativas:

Si creo en Dios y Dios existe, lo he ganado todo.

Si creo en Dios y Dios no existe, no pierdo nada.

Si no creo en Dios y Dios existe, lo pierdo todo.

Si no creo en Dios y Dios no existe, no gano nada.

Pero no es cuestión de apuestas. La fe no es una apuesta, aunque por cálculo de probabilidades tenga más chances de ganar.

No cree el que quiere sino el que puede La fe es un don que Dios no niega a nadie. Es un misterio de la gracia y la libertad humana.

Impresiona ver a Jesús dar gracias al Padre celestial porque se ha mostrado a los humildes y ha ocultado a los que se tienen a sí mismos por sabios y prudentes (cfr. Mt 11,25). Dios se esconde y se muestra. Sólo los humildes son capaces de ver.

La verdad no se impone: cada uno debe recorrer el camino que conduce a ella. Un camino muy personal. Buscar la verdad y ponerse en condiciones de poder encontrar a Dios.

No se trata de conseguir entender a Dios, sino de encontrarlo. Y cuando se lo encuentra, entonces, se entiende y sobre todo se lo ama.

Ser capaz de escuchar a Dios y ser capaz de hablar a Dios

¿Cómo se llega a encontrar a Dios, a escucharlo y hablarle?

“¿Hay que aprender a hablar con Dios?”

Uno puede ser -o volverse- sordo para las cosas de Dios. “El órgano de Dios, explica el Card. Ratzinger, puede atrofiarse hasta el punto de que las palabras de la fe se tornen completamente carentes de sentido”.

“Y quien no tiene oído tampoco puede hablar, porque sordera y mudez van unidas”. Entonces habrá que aprender -hacerse capaz- a comunicarse con Dios. “Poco a poco se aprende a leer la escritura cifrada de Dios, a hablar su lenguaje y a enteder a Dios, aunque nunca del todo. Poco a poco uno mismo podrá rezar y hablar con Dios, al principio de manera infantil -en cierto modo siempres seremos niños-, pero después cada vez mejor, con sus propias palabras” (Joseph Ratzinger, Dios y el mundo, p. 16).

¿Cómo?

No hay fórmulas mágicas, hay recorridos. En primer lugar, con la apertura a la trascendencia: quien descartara de entrada la posibilidad de lo sobrenatural, cerraría la puerta a la verdad. Estaría rechazando apriorísticamente la existencia de algo que no es irracional. Y con esta actitud obviamente, difícilmente encontrará aquello cuya existencia rechaza voluntariamente. Pero no es que la verdad se le oculte, sencillamente la niega.

Después con todo lo que favorece la actividad del espíritu: arte, poesía, música, etc. Las expresiones del espíritu humano.


Con el realismo filosófico.

Con la lectura de vidas ejemplares (los santos), y en particular con el recorrido de los grandes conversos de la historia.

Con la lectura de la Sagrada Escritura: Dios habla en ella.

Con la oración. Incluso aunque parezca que no sirve para nada: Dios escucha aunque yo no sea consciente de su presencia.


Un secreto

Georges Chevrot nos explica que “Dios se hace amar antes que hacerse comprender” (El pozo de Sicar, Ed. Rialp, p. 291). En efecto, a Dios lo conocemos más a través del amor que de la inteligencia. Juan entendió más a Jesús no porque fuera más inteligente sino porque amó más y, por tanto, tuvo más intimidad con El. Quien no lo entiende, debería comenzar a tratar de amarlo y lo acabará entendiendo. El camino inverso no es de éxito seguro: con facilidad se enreda por la soberbia, y para encontrar la fe, la humildad es requisito fundamental.

Y a quien lo entiende –aquel a quien el cristianismo le “cierra” perfectamente– todavía le queda camino por recorrer, para llegar a amarlo con todo el corazón.

Buscarlo, intentar dirigirse a El, incluso antes de creer en El. La fe es un acto de conocimiento, pero también supone el ejercicio de la voluntad: hay que querer creer. Es difícil que alguien queriendo no creer llegue a creer. Dios no fuerza nuestra libertad. Son muy raros los encuentros inesperados como los de San Pablo o André Frossard (en su libro “Dios existe, yo me lo encontré” cuenta su historia personal).

Pero la fe, es sobre todo un encuentro. No se alcanza por razonamientos intelectuales, sino que la inteligencia se rinde cuando se encuentra delante de Dios. En concreto, un encuentro personal con Cristo (de quien los cristianos afirmamos que vive y por eso es “encontrable”).


Un riesgo frecuente

No pocas personas caen en la tentación de crearse una fe a su medida, según su propio gusto. Pero esto sería un auto-engaño notable.

La verdad tiene que venir de afuera. En el caso de Dios, sólo puede provenir de El. Por mi cuenta puedo llegar a conocer algunas cosas de Dios, pero lo más importante es lo que El revela, que es inaccesible a nuestra inteligencia.


La grandeza de la fe

Permite ir más allá de las apariencias, más allá de este mundo. Descubrir las realidades más profundas, el verdadero sentido de las cosas, el sentido de la vida. Y penetrando en el misterio, encontrarse con Dios.

Los cristianos deberíamos tener una sano complejo de superioridad... que en realidad no es un complejo propiamente dicho. Es simplemente el gozo de vivir una realidad superior. Saberse llamados a algo muy grande, a la vida eterna.

La fe da respuesta a los interrogantes más importantes de la persona. Los más vitales, acuciantes, agudos. Los que el hombre no puede dejar de plantearse. Los que modelarán su vida según la respuesta que les dé.

Quien carece de fe no los resuelve, sencillamente necesita negarse a planteárselos porque sabe que no puede encontrar respuesta para ellos.

Las cuestiones de fe requieren fe. Esto es obvio. Para creer hay que tenerla. Quien no la tiene no puede “ver”.

Pero también es cierto que muchas cosas no “cierran” sin fe (la existencia del mal, la vida después de la muerte, el sentido del dolor, y un largo etc.) y las cosas de la fe “cierran” (no son fábulas descolgadas): llegan a explicar el mundo de un modo totalmente coherente.

La fe no es demostrable, pero creer es razonable. Mucho más razonable que no creer.




sábado, 29 de junio de 2019

LO QUE HACE IMPORTANTE NUESTRA FE


Lo que hace importante nuestra fe
La realidad de un Dios cercano hasta el punto de permanecer realmente entre nosotros todos los días.


Por: P. Juan Carlos Ortega Rodríguez | Fuente: Catholic.net 




Según usted, ¿qué es lo específico de nuestra fe? Haga un esfuerzo por responder la pregunta, ¿qué es lo propio, lo distintivo del cristianismo?

La respuesta que en un primer momento viene a nuestra mente es la caridad.

Indudablemente que esta virtud ocupa un lugar principal en la vida y en la fe cristiana, pero no es algo específico de nuestra religión. Por el contrario, con características diversas, el amor es un elemento común en la mayoría de las religiones.

Lo propio de nuestra fe, lo que la hace diversa y superior a las demás creencias son dos elementos. En primer lugar, la realidad de un Dios cercano hasta el punto, no sólo de hablar con nosotros y venir sobre la tierra, sino de hacerse hombre y permanecer realmente entre nosotros todos los días. El segundo elemento consiste en la misericordia amorosa de Dios.

Él, por medio de la muerte y resurrección de su Hijo, nos perdona todas las ofensas que le podamos infligir, con tal que reconozcamos nuestro error y pidamos perdón.

¿Cómo actúa y vive el creyente los elementos que identifican su fe?
La presencia real y constante de Dios se realiza por medio del sacramento de la Eucaristía, mientras el sacramento de la Reconciliación hace presente su amor misericordioso.

En efecto, al recordar la llamada que todos los cristianos hemos recibido a ser santos, nos ha marcado como camino "la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, pero también de la experiencia personal" La oración litúrgica por excelencia y más común son precisamente los sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación.

Sin embargo, el Papa ha lamentado que "en el mundo contemporáneo, junto a generosos testigos del Evangelio, no faltan bautizados que adoptan una posición de sorda resistencia y, a veces, también de abierta rebelión. Son situaciones en las que la experiencia de la oración se vive de manera bastante superficial, de modo que la palabra de Dios no incide sobre la existencia. Muchos consideran insignificante el mismo sacramento de la penitencia y la celebración eucarística del domingo simplemente un deber que hay que cumplir"

¿Qué esta ocurriendo? Lo que identifica la vida de fe del cristiano, sus sacramentos, son evitados por algunos de ellos. ¿Por qué? Quizás porque no se han entendido bien y se han considerado más como un deber que como
un regalo de Dios.

Para lograr que un regalo sea útil y agradable para la persona que lo recibe es necesario conocer sus gustos y necesidades. ¿Quién mejor que Dios conoce las necesidades del corazón humano? Por lo tanto, ¿quién mejor que Él nos podrá ofrecer los mejores regalos de nuestra vida? Así lo afirmó el Papa: "Los dones del Señor -y los sacramentos son de los más preciosos- vienen de Aquél que conoce bien el corazón del hombre"

Imagínese que usted hiciera un viaje con el fin específico de visitar a un amigo que desde hace años no ve. Llega a su ciudad y el amigo se disculpa diciendo que no puede verle pues se encuentra muy cansado. ¿No se sentiría usted defraudado y confundido? En realidad eso es lo que nosotros hacemos cuando los domingos no participamos en la Santa Misa. Es necesario recordar que el precepto dominical no es algo opcional, por el contrario, "es un deber irrenunciable, que se ha de vivir no sólo para cumplir un precepto, sino como necesidad de una vida cristiana verdaderamente consciente y coherente"

Ojalá que todos nos esforcemos para que "la participación en la Eucaristía sea, para cada bautizado, el centro del domingo". Sabemos que no será fácil pues las circunstancias actuales ponen al cristiano "ante el reto de testimoniar con mayor fuerza los aspectos específicos de su propia identidad. El deber de la participación eucarística es uno de éstos"

Al igual que la Eucaristía es necesario también presentar en su modo correcto el sacramento del perdón. En la confesión, "Dios nos muestra su corazón misericordioso y nos reconcilia plenamente consigo"

Cada vez que nos acercamos al sacramento del perdón, Dios Padre se acerca a su Hijo Jesucristo y le pide que baje a la Tierra, pues una parte de su viña necesita ser limpiada de la maleza y ser abonada. Esa parte de la viña del Señor eres tú y yo cada día que nos acercamos a la confesión.

En efecto, este sacramento es también un don, el don no de la justicia sino del amor de Dios. "Éste es el rostro de Cristo que conviene hacer descubrir también a través del sacramento de la penitencia"

sábado, 27 de abril de 2019

LA FE NOS SALVA


La fe nos salva
La fe es un don y una tarea, nos da vida y nos mantiene con vida aquí y en la eternidad.


Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: es.catholic.net 




Somos lo que pensamos y lo que creemos. Según pensamos en positivo o negativo, vivimos en el cielo o en el infierno. Todo es posible para el que cree, pues si Dios está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? Dios camina con nosotros y no tenemos que temer, sino apoyarnos en Él y saber que de derrota en derrota se ha logrado llegar a la victoria final (Churchill). Estamos en las manos de Dios.

 La fe es don y tarea, es misterio, exige compromiso. El cristiano tiene una gran tarea y una gran ocasión en la sociedad de la incredulidad funcional y de la incredulidad de los hombres ávidos de sentido: se trata de ser testigos de la profundidad en medio de la profanidad (J. M. Mardones).

La fe nos da la seguridad de que Dios camina con nosotros, de que para Él y con Él todo es posible, de que con su presencia tenemos todo: sol, luz, paz, bien, vida. Si falta Él, no tenemos nada. Lord Byron tiene estas significativas palabras: Cuando nos acercamos a casa, es dulce oír cómo ladra el perrito al sentir nuestra presencia, como si quisiera darnos la bienvenida. También nosotros marcharemos un día a la casa del Padre, y es consolador pensar que Cristo nos espera en ella con una dulce sonrisa. Sin fe, estamos perdidos.

La fe nos salva, nos mantiene vivos, nos da la vida aquí, y la eterna.

miércoles, 19 de diciembre de 2018

NUESTRA FE NO ESTÁ MUERTA, ESTÁ DORMIDA


Nuestra fe no está muerta, está dormida
La clave está en atreverse a creer que el Señor está palpitante en cada orla de su manto


Por: Hermano Lázaro Clemente, fmp | Fuente: Catholic.net 




Tal como ocurriera con los dos sueños del Faraón que José discernió, las dos mujeres que Marcos nos presenta (Mc 5, 21-43), la hemorroísa y la hija de Jairo son en realidad “una sola persona”. Eres tú. Somos cada uno de nosotros. De ninguna de la dos nos ofrece San Marcos su nombre. Pongamos el nuestro, sintámonos aludidos, interpelados, por la Palabra.

Ambas mujeres tienen entre sí un triple nexo que nos permite identificarlas como un solo mensaje del Señor. Por una parte, San Marcos nos presenta “trenzadas” las dos sanaciones. Por otra, ambas “cuentan” 12 años. Pareciera que el Evangelista hubiera “subrayado” en rojo este detalle. Abundemos en él.

La mujer enferma lleva 12 años “perdiendo vida”. La sangre es signo de vida en el contexto bíblico. Curiosamente, 2000 años después, en las campañas de donación de sangre uno de los lemas es “donar sangre es donar vida”. Y así es.

Ella se ha gastado su fortuna en tratamientos que, a la postre, no sólo han resultado infructuosos, sino que han empeorado su estado. Aterricemos: en nuestra vida hay muchas heridas emocionales y situaciones dolorosas por las que vamos “perdiendo” alegría, paz, bondad, etc. Se nos va la “vida... en el Espíritu”, se nos van los frutos. Se nos va la vida, solemos decir ante un golpe de calor estival. Muchas veces nos acostumbramos a confiar demasiado en nuestro propios recursos y experiencia vital para salir del atolladero, porque nos cuesta pedir ayuda. Es como su tuviéramos frío y en lugar de buscar el calor del hermano, quisiéramos “reinventar” el fuego.

Hay diferencia entre ver y mirar, entre oír y escuchar. Tampoco es lo mismo apretujar que tocar. La multitud que apretuja al Maestro nos recuerda a nosotros mismos cuando estamos con el Señor sólo “emocionalmente”, cuando estamos en la Eucaristía “de cuerpo presente”, sin darnos cuenta de la Presencia. Cuando leemos mucho sobre el Evangelio, pero no terminamos de sumergirnos en el Evangelio. Cuando lamentamos lo mal que va el mundo en lugar de dar gracias a Dios “siempre y en todo lugar, porque es justo y necesario”.

Ella toca la orla del manto, es decir la parte de su túnica aparentemente más “alejada” de la mirada del Señor. La túnica representa la Iglesia misma, que “reviste” al Señor y le hace visible en el mundo. El testimonio de aquella mujer nos recuerda que el Amor del Señor nos puede sanar sólo con que “toquemos” levemente cualquiera de las piedras vivas que la formamos. Tocar es abrazar es expresar el amor fraterno. Es como la “caricia del Papa” que el Beato Juan XXIII regaló a los padres para sus niños, en el famoso discurso de la Luna la noche inaugural del Concilio.

La hija de Jairo representa nuestra vida en Cristo, nuestro primer amor con el Señor. La joven lleva casi 2000 años teniendo doce, porque la obra de Dios en cada uno de nosotros no envejece. Es como dicen los Padres Orientales de la Iglesia refiriéndose al corazón interior: Nuestra porción de vida eterna, el “lugar” genuino de nuestra semejanza con Dios.

Jairo, jefe de la sinagoga, representa a la Iglesia, que intercede al Señor por todos los hombres y por cada uno de sus hijos, seamos o no conscientes de ello. La niña, en efecto, no es consciente, no puede salir a pedir ayuda. Cuando los amigos de Jairo comentan a éste que ya no hace falta “molestar“ al Maestro, no es difícil aventurar la frase siguiente: “Jesús no ha llegado a tiempo, estaba atendiendo a esta otra señora”. Son los mismos parientes que alternan el llanto desconsolado por la joven difunta con la risa burlesca ante el diagnóstico del Señor: “La niña está dormida”. Ellos representan nuestros sentimientos desbocados, variables, cuando les falta el dominio de sí que los gobierne como el imán a las limaduras de hierro. Pero Jairo confía y deja en manos del Señor a su pequeña. San Marcos no nos dice su nombre, pero en el nombre de su padre está escrita la obra que va a hacer el Señor en ella, porque Jairo deriva de Yag´ir, que significa "Dios iluminará".

En efecto, nuestra fe no está muerta, está dormida. Los “parientes” ya tienen la siguiente pregunta preparada: Si está dormida, ¿por qué a nadie se le ocurrió despertarla? ¿Acaso Jairo o su esposa no hubieran podido tocarle en el brazo levemente? No, porque de ese sueño sólo puede despertarnos la Voz de Cristo. Por eso, cuando sentimos dormido el ánimo y deprimido el corazón sólo la escucha de la Palabra puede hacernos llegar el “Talitha kumi”. Es cierto que también podemos rechazar el diagnóstico del Médico y certificar nuestra desesperanza, como forenses de nosotros mismos. Aun así, a los tres días nos daremos cuenta con asombro de que nuestra “hija de Jairo” no sufre descomposición alguna. Nos daremos cuenta de que nuestra esperanza está viva, pero dormida. Está dormida, pero muy viva.

El lenguaje coloquial viene a iluminar esta realidad con pintoresca gracia: Tras una jornada de fatigoso trabajo solemos decir: “Estoy muerto de cansancio”. Y no nos damos cuenta de que un difunto no experimenta cansancio alguno, al contrario, goza de descanso perfecto. Saquémosle punta a la frase citada: Cuanto más grande es el cansancio experimentado más vivos estamos, más nos hemos apasionado en el trabajo. En clave de Evangelio, los caminos de Dios son distintos de los nuestros, porque cuanto más nos hemos desgastado por los hermanos, más vivos estamos, y más vivos nos sentimos. Cuanto más ha ardido nuestra zarza con el fuego del amor de Dios, más ligera navega la savia del Espíritu por nuestras ramas.

El tercer nexo entre las dos mujeres es que ambas tienen un encuentro personal con el Maestro. La mujer sanada es la única que le ha “tocado”. La orla del manto puede ser cualquier cosa, por pequeña que sea, de la que el Señor se sirve para mostrarnos su presencia en lo cotidiano. Para Blaise Pascal fueron unas notas de órgano, para la Madre Teresa la llamada de un mendigo. La clave está en atreverse a creer que el Señor está palpitante en cada orla de su manto. Ella lo creyó... y así fue.

Y en cuanto a la joven, muchos hablaban de ella, pero sólo Jesús le habló a ella. Y después de despertarla tuvo la emocionante delicadeza de pedir que le dieran de comer. Ahí ha dejado escrita una ulterior exhortación para nosotros: Cuando el Amor de Dios nos saca de nuestra postración, depresión y melancolía, hemos de alimentar a la hija de Jairo, hemos de robustecer nuestra dieta espiritual con los sacramentos, la Palabra, la vida fraterna, etc... Hemos, en suma, de vivir como hijos resucitados.

Hermano Lázaro Clemente, fmp

lunes, 10 de diciembre de 2018

LA FE NOS SALVA


La fe nos salva
La fe es un don y una tarea, nos da vida y nos mantiene con vida aquí y en la eternidad.


Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: es.catholic.net 




Somos lo que pensamos y lo que creemos. Según pensamos en positivo o negativo, vivimos en el cielo o en el infierno. Todo es posible para el que cree, pues si Dios está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? Dios camina con nosotros y no tenemos que temer, sino apoyarnos en Él y saber que de derrota en derrota se ha logrado llegar a la victoria final (Churchill). Estamos en las manos de Dios.

 La fe es don y tarea, es misterio, exige compromiso. El cristiano tiene una gran tarea y una gran ocasión en la sociedad de la incredulidad funcional y de la incredulidad de los hombres ávidos de sentido: se trata de ser testigos de la profundidad en medio de la profanidad (J. M. Mardones).

La fe nos da la seguridad de que Dios camina con nosotros, de que para Él y con Él todo es posible, de que con su presencia tenemos todo: sol, luz, paz, bien, vida. Si falta Él, no tenemos nada. Lord Byron tiene estas significativas palabras: Cuando nos acercamos a casa, es dulce oír cómo ladra el perrito al sentir nuestra presencia, como si quisiera darnos la bienvenida. También nosotros marcharemos un día a la casa del Padre, y es consolador pensar que Cristo nos espera en ella con una dulce sonrisa. Sin fe, estamos perdidos.

La fe nos salva, nos mantiene vivos, nos da la vida aquí, y la eterna.

lunes, 24 de septiembre de 2018

LA FE NOS SALVA


La fe nos salva
La fe es un don y una tarea, nos da vida y nos mantiene con vida aquí y en la eternidad.


Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: es.catholic.net 




Somos lo que pensamos y lo que creemos. Según pensamos en positivo o negativo, vivimos en el cielo o en el infierno. Todo es posible para el que cree, pues si Dios está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? Dios camina con nosotros y no tenemos que temer, sino apoyarnos en Él y saber que de derrota en derrota se ha logrado llegar a la victoria final (Churchill). Estamos en las manos de Dios.

 La fe es don y tarea, es misterio, exige compromiso. El cristiano tiene una gran tarea y una gran ocasión en la sociedad de la incredulidad funcional y de la incredulidad de los hombres ávidos de sentido: se trata de ser testigos de la profundidad en medio de la profanidad (J. M. Mardones).

La fe nos da la seguridad de que Dios camina con nosotros, de que para Él y con Él todo es posible, de que con su presencia tenemos todo: sol, luz, paz, bien, vida. Si falta Él, no tenemos nada. Lord Byron tiene estas significativas palabras: Cuando nos acercamos a casa, es dulce oír cómo ladra el perrito al sentir nuestra presencia, como si quisiera darnos la bienvenida. También nosotros marcharemos un día a la casa del Padre, y es consolador pensar que Cristo nos espera en ella con una dulce sonrisa. Sin fe, estamos perdidos.

La fe nos salva, nos mantiene vivos, nos da la vida aquí, y la eterna.

jueves, 20 de septiembre de 2018

QUÉ SIGNIFICA TENER FE?


¿Qué significa tener fe?
Poner toda nuestra vida en las manos de Dios, totalmente, sin condiciones ni reservas


Por: Daniel Alberto Robles Macías | Fuente: ConMasGracia.org 




Charles Blondin fue un famoso equilibrista de cuerda floja y acróbata francés. Uno de sus actos más reconocidos fue cuando cruzó las cataratas del Niágara sobre una cuerda suspendida a una altura de 48 metros sobre el agua y una longitud de 335 metros. Acto que realizó por primera vez en 1859.

Después de aquella primera vez, continúo haciéndolo varias veces más, pero cada vez iba aumentando el grado de dificultad con actos variados. Primero, con los ojos vendados, luego, dentro de una bolsa y finalmente lo cruzó en zancos. Incluso, en una ocasión, se sentó a la mitad de la cuerda para cocinar y comer su almuerzo.

En una de esas ocasiones, miembros de la familia real de Inglaterra decidieron acudir a  ver su acto. Era un duque junto con sus dos hijos. Esa mañana, cruzaría la cuerda arrastrando una carretilla. De inicio, lo hizo sin nada sobre ella; para luego, colocar una bolsa de papas, fue todo un éxito. Los aplausos de la gente no dejaban de sonar.

Luego, Blondin bajó hasta donde se encontraba la familia real y le preguntó al duque: Señor, ¿cree usted que yo podría cruzar a un hombre sobre esta carretilla hasta el otro lado del río?– ¡Sin duda alguna, claro que sí! Le dijo el duque. Pues lo invito a subir a usted, ¿Qué dice? Le dijo Blondin.

De inmediato se escuchó al unísono una expresión de sorpresa de toda la audiencia. Nadie podría creer lo que acababa de pasar. El duque, por su parte, se quedó frío y se puso muy nervioso, después de un momento, negó aquella invitación.





Entonces Blondin, luego de escuchar la negativa del duque, se volvió a la gente que estaba allí y dijo: ¿Hay alguien entre ustedes que crea que pueda hacerlo? El silencio inundó el lugar, todos se miraban entre sí pero nadie se ofrecía a ser parte de ese acto.

Después de un momento, se escuchó una voz: ¡Yo sí creo!  Y de entre toda la multitud salió una mujer muy anciana. Subió  entonces a la carretilla y fue llevada por el equilibrista hasta el otro lado y luego de regreso. Esa mujer era la madre de Blodin, la única dispuesta a poner su vida en las manos de aquel hombre.

Con esta historia podemos ejemplificar el significado de la fe. Es poner toda nuestra vida en las manos de Dios, totalmente, sin condiciones ni reservas. Ya nos dice San Pablo: “La fe es como aferrarse a lo que se espera, es la certeza de cosas que no se pueden ver.” (Hebreos, 11, 1) y como esa mujer, hay que atrevernos a ponemos toda nuestra confianza en aquel que con seguridad nos llevará del otro lado del camino.

“Quien tiene fe tiene la vida eterna, tiene la vida. Pero la fe es un don, es el Padre que nos la da” nos dice el Papa Francisco. Y si, la fe es el único camino para llegar a Dios, para alcanzar la vida eterna. Es tener la certeza de que no vamos solos, sino que Él camina con nosotros.  ¿Te atreves a dejar tu vida en sus manos?

lunes, 11 de diciembre de 2017

LA FE NOS SALVA


La fe nos salva
La fe es un don y una tarea, nos da vida y nos mantiene con vida aquí y en la eternidad.


Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: es.catholic.net 




Somos lo que pensamos y lo que creemos. Según pensamos en positivo o negativo, vivimos en el cielo o en el infierno. Todo es posible para el que cree, pues si Dios está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? Dios camina con nosotros y no tenemos que temer, sino apoyarnos en Él y saber que de derrota en derrota se ha logrado llegar a la victoria final (Churchill). Estamos en las manos de Dios.

 La fe es don y tarea, es misterio, exige compromiso. El cristiano tiene una gran tarea y una gran ocasión en la sociedad de la incredulidad funcional y de la incredulidad de los hombres ávidos de sentido: se trata de ser testigos de la profundidad en medio de la profanidad (J. M. Mardones).

La fe nos da la seguridad de que Dios camina con nosotros, de que para Él y con Él todo es posible, de que con su presencia tenemos todo: sol, luz, paz, bien, vida. Si falta Él, no tenemos nada. Lord Byron tiene estas significativas palabras: Cuando nos acercamos a casa, es dulce oír cómo ladra el perrito al sentir nuestra presencia, como si quisiera darnos la bienvenida. También nosotros marcharemos un día a la casa del Padre, y es consolador pensar que Cristo nos espera en ella con una dulce sonrisa. Sin fe, estamos perdidos.

La fe nos salva, nos mantiene vivos, nos da la vida aquí, y la eterna.

lunes, 10 de julio de 2017

NUESTRA FE NO ESTÁ MUERTA, ESTÁ DORMIDA


Nuestra fe no está muerta, está dormida
La clave está en atreverse a creer que el Señor está palpitante en cada orla de su manto


Por: Hermano Lázaro Clemente, fmp | Fuente: Catholic.net 




Tal como ocurriera con los dos sueños del Faraón que José discernió, las dos mujeres que Marcos nos presenta (Mc 5, 21-43), la hemorroísa y la hija de Jairo son en realidad “una sola persona”. Eres tú. Somos cada uno de nosotros. De ninguna de la dos nos ofrece San Marcos su nombre. Pongamos el nuestro, sintámonos aludidos, interpelados, por la Palabra.

Ambas mujeres tienen entre sí un triple nexo que nos permite identificarlas como un solo mensaje del Señor. Por una parte, San Marcos nos presenta “trenzadas” las dos sanaciones. Por otra, ambas “cuentan” 12 años. Pareciera que el Evangelista hubiera “subrayado” en rojo este detalle. Abundemos en él.

La mujer enferma lleva 12 años “perdiendo vida”. La sangre es signo de vida en el contexto bíblico. Curiosamente, 2000 años después, en las campañas de donación de sangre uno de los lemas es “donar sangre es donar vida”. Y así es.

Ella se ha gastado su fortuna en tratamientos que, a la postre, no sólo han resultado infructuosos, sino que han empeorado su estado. Aterricemos: en nuestra vida hay muchas heridas emocionales y situaciones dolorosas por las que vamos “perdiendo” alegría, paz, bondad, etc. Se nos va la “vida... en el Espíritu”, se nos van los frutos. Se nos va la vida, solemos decir ante un golpe de calor estival. Muchas veces nos acostumbramos a confiar demasiado en nuestro propios recursos y experiencia vital para salir del atolladero, porque nos cuesta pedir ayuda. Es como su tuviéramos frío y en lugar de buscar el calor del hermano, quisiéramos “reinventar” el fuego.

Hay diferencia entre ver y mirar, entre oír y escuchar. Tampoco es lo mismo apretujar que tocar. La multitud que apretuja al Maestro nos recuerda a nosotros mismos cuando estamos con el Señor sólo “emocionalmente”, cuando estamos en la Eucaristía “de cuerpo presente”, sin darnos cuenta de la Presencia. Cuando leemos mucho sobre el Evangelio, pero no terminamos de sumergirnos en el Evangelio. Cuando lamentamos lo mal que va el mundo en lugar de dar gracias a Dios “siempre y en todo lugar, porque es justo y necesario”.

Ella toca la orla del manto, es decir la parte de su túnica aparentemente más “alejada” de la mirada del Señor. La túnica representa la Iglesia misma, que “reviste” al Señor y le hace visible en el mundo. El testimonio de aquella mujer nos recuerda que el Amor del Señor nos puede sanar sólo con que “toquemos” levemente cualquiera de las piedras vivas que la formamos. Tocar es abrazar es expresar el amor fraterno. Es como la “caricia del Papa” que el Beato Juan XXIII regaló a los padres para sus niños, en el famoso discurso de la Luna la noche inaugural del Concilio.

La hija de Jairo representa nuestra vida en Cristo, nuestro primer amor con el Señor. La joven lleva casi 2000 años teniendo doce, porque la obra de Dios en cada uno de nosotros no envejece. Es como dicen los Padres Orientales de la Iglesia refiriéndose al corazón interior: Nuestra porción de vida eterna, el “lugar” genuino de nuestra semejanza con Dios.

Jairo, jefe de la sinagoga, representa a la Iglesia, que intercede al Señor por todos los hombres y por cada uno de sus hijos, seamos o no conscientes de ello. La niña, en efecto, no es consciente, no puede salir a pedir ayuda. Cuando los amigos de Jairo comentan a éste que ya no hace falta “molestar“ al Maestro, no es difícil aventurar la frase siguiente: “Jesús no ha llegado a tiempo, estaba atendiendo a esta otra señora”. Son los mismos parientes que alternan el llanto desconsolado por la joven difunta con la risa burlesca ante el diagnóstico del Señor: “La niña está dormida”. Ellos representan nuestros sentimientos desbocados, variables, cuando les falta el dominio de sí que los gobierne como el imán a las limaduras de hierro. Pero Jairo confía y deja en manos del Señor a su pequeña. San Marcos no nos dice su nombre, pero en el nombre de su padre está escrita la obra que va a hacer el Señor en ella, porque Jairo deriva de Yag´ir, que significa "Dios iluminará".

En efecto, nuestra fe no está muerta, está dormida. Los “parientes” ya tienen la siguiente pregunta preparada: Si está dormida, ¿por qué a nadie se le ocurrió despertarla? ¿Acaso Jairo o su esposa no hubieran podido tocarle en el brazo levemente? No, porque de ese sueño sólo puede despertarnos la Voz de Cristo. Por eso, cuando sentimos dormido el ánimo y deprimido el corazón sólo la escucha de la Palabra puede hacernos llegar el “Talitha kumi”. Es cierto que también podemos rechazar el diagnóstico del Médico y certificar nuestra desesperanza, como forenses de nosotros mismos. Aun así, a los tres días nos daremos cuenta con asombro de que nuestra “hija de Jairo” no sufre descomposición alguna. Nos daremos cuenta de que nuestra esperanza está viva, pero dormida. Está dormida, pero muy viva.

El lenguaje coloquial viene a iluminar esta realidad con pintoresca gracia: Tras una jornada de fatigoso trabajo solemos decir: “Estoy muerto de cansancio”. Y no nos damos cuenta de que un difunto no experimenta cansancio alguno, al contrario, goza de descanso perfecto. Saquémosle punta a la frase citada: Cuanto más grande es el cansancio experimentado más vivos estamos, más nos hemos apasionado en el trabajo. En clave de Evangelio, los caminos de Dios son distintos de los nuestros, porque cuanto más nos hemos desgastado por los hermanos, más vivos estamos, y más vivos nos sentimos. Cuanto más ha ardido nuestra zarza con el fuego del amor de Dios, más ligera navega la savia del Espíritu por nuestras ramas.

El tercer nexo entre las dos mujeres es que ambas tienen un encuentro personal con el Maestro. La mujer sanada es la única que le ha “tocado”. La orla del manto puede ser cualquier cosa, por pequeña que sea, de la que el Señor se sirve para mostrarnos su presencia en lo cotidiano. Para Blaise Pascal fueron unas notas de órgano, para la Madre Teresa la llamada de un mendigo. La clave está en atreverse a creer que el Señor está palpitante en cada orla de su manto. Ella lo creyó... y así fue.

Y en cuanto a la joven, muchos hablaban de ella, pero sólo Jesús le habló a ella. Y después de despertarla tuvo la emocionante delicadeza de pedir que le dieran de comer. Ahí ha dejado escrita una ulterior exhortación para nosotros: Cuando el Amor de Dios nos saca de nuestra postración, depresión y melancolía, hemos de alimentar a la hija de Jairo, hemos de robustecer nuestra dieta espiritual con los sacramentos, la Palabra, la vida fraterna, etc... Hemos, en suma, de vivir como hijos resucitados.

Hermano Lázaro Clemente, fmp

lunes, 12 de diciembre de 2016

LA FE ES GARANTÍA DE LO QUE SE ESPERA


La fe es garantía de lo que se espera
Sin la fe no podríamos subsistir, somos lo que creemos, el poder sin límites está en nuestra fe, cuando hay confianza mostramos lo que verdaderamente somos.


Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: es.catholic.net 




Un hombre estaba sentado en el comedor de su casa; a su izquierda había un vaso de agua y a su derecha un plato de comida. Inseguro de si era hambre o sed lo que padecía, dudaba entre tomar la comida o beber el agua. Y al persistir la incertidumbre, murió sin probar alimento ni saciar su sed.

Para la Biblia, la fe es la fuente de toda la vida religiosa. A Dios debe responderle el ser humano con la fe. Siguiendo las huellas de Abrahán, padre de todos los creyentes (Rm 4, 11), personajes ejemplares del Antiguo Testamento vivieron y murieron en la fe (Hb 11), que Jesús lleva a su perfección (Hb 12, 2). Los discípulos de Cristo son los que han creído (Hch 2, 44) en Él.

El que ha creído en la Palabra, introducido en la Iglesia por el bautismo, participa en la enseñanza, en el espíritu, en la liturgia de la Iglesia (Hch 7, 55-60), en una confianza absoluta en Aquel en quien ha creído (2 Tm 1, 12; 4, 17s.) Se llega a la fe por la entrega, por la confianza en Dios, por la aceptación de su Palabra. El corazón tiene razones que la razón no comprende… Es el corazón el que siente a Dios, no la razón. Y eso es precisamente la fe: Dios sensible al corazón, no a la razón (Pascal).

La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven (Hb 11, 1). La fe mueve montañas. Sólo las personas de fe pueden realizar grandes empresas y sacar fuerzas de todas las contrariedades que salen al paso. La fe ayuda, la fe es tabla de salvación. La fe te ayuda mucho. Cuando no hay fe, falta la vida.

Sin la fe no podríamos subsistir. El hombre es lo que cree. Somos lo que creemos que somos. A. Chejov y J. Suart Mill afirman que la persona que tiene fe posee más fuerza que otras noventa y nueve que sólo tengan intereses. Cuando uno cree que algo es verdadero, se pone en un estado como si lo fuese. Fe es cualquier principio, guía, aforismo, convicción o pasión que pueda suministrar sentido y orientación a la vida (A. Robbins).

El poder sin límites está en nuestra fe, pues ya lo expresaba muy bien Virgilio: Pueden porque creen que pueden. Hay que aprovechar cualquier cosa que ofrezca a un ser humano un rayo de fe y de esperanza y lo pueda cambiar. Somos lo que creemos. Nuestro sistema de creencias se basa en nuestras experiencias pasadas, las cuales revivimos constantemente en el presente, temiendo que el futuro vaya a ser igual que el pasado.

Sólo en el ahora podemos rectificar nuestras percepciones erróneas, y eso sólo se puede lograr eliminando de nuestra mente todo lo que creemos que otros nos han hecho y lo que nosotros creemos haberles hecho a otros.

La duda y la indecisión nos llevan a la muerte. No podemos vivir sin fe, sin confianza. Las dudas son nuestros traidores, decía Shakespeare. Y es cierto, porque basta con que penetre una duda en nuestra mente para acabar con toda la confianza y seguridad del mundo. La duda forma parte del sistema de nuestras creencias.
Al dudar de nuestros logros potenciales, proclamamos con certeza lo que es y lo que no es posible. Nadie se puede permitir el lujo de albergar dudas y admitir en su mente frases como: No tengo el talento suficiente, Eso no se puede hacer, sé realista.

Si hay confianza al pedir, también la hay al expresarse en cualquier tipo de conversación. Cuando hay confianza nos movemos a gusto, nos mostramos como somos, abrimos la mente, el corazón y todo el ser.

En 1982, la Corporación Forum, de Boston Massachussets, estudió a 341 vendedores de distintas compañías, en cinco industrias, para determinar a qué se debía la diferencia entre los más altos productores y los productores término medio. De éstos, 173 eran vendedores del más alto nivel, y 168 eran vendedores término medio.

Cuando se terminó el estudio, era claro que la diferencia entre los dos grupos no podía atribuirse a destrezas, conocimientos o habilidad. La Corporación Forum encontró que la diferencia ¡se debía a la honradez! Las personas que alcanzaban el más alto nivel en ventas eran más productivas porque los clientes tenían confianza en ellas. Y como les creían, les compraban a ellas.

En Jeremías (17,5-8) se ponen en claro dos actitudes, la del que confía en el ser humano y la del que pone toda su confianza en el Señor. Por eso dice maldito, es decir, infeliz, a quien pone su propia estabilidad, el fundamento de todo el edificio de su existencia, en sí mismo y en la caducidad humana: maldito el hombre que confía en otra persona (Jr 17,5); y declara bendito, es decir, lleno de vida, al que pone toda su existencia en la fidelidad de la palabra de Dios: bendito el hombre que confía en el Señor (Jr 17,7). Al ser humano se le presentan dos opciones fundamentales en su vida, o poner su confianza en Dios, en la vida, adherirse a él, o vivir alejado de Dios y poner su confianza en los ídolos que llevan a la muerte.

En Lc 6,20-26 se nos ofrece la proclamación fundamental de Jesús condensada en las bienaventuranzas, dirigida a los pobres e infelices, y en los ayes, que tienen como destinatarios a los ricos de este mundo. En los salmos se declara a una persona bienaventurada o feliz porque cumple con la ley del Señor: ¡Dichoso el que teme al Señor y sigue su camino! (Sal 128,1).

Las maldiciones, o ayes, son dirigidos a aquellos que se han apartado de Dios y viven en la muerte. ¡Ay de los que disimulan sus planes para ocultarlos al Señor! (Is 29,15).

Jesús dirige las bienaventuranzas simplemente a los pobres, a los hambrientos, a los que lloran, a los perseguidos, como declaración de felicidad. Los pobres, los perseguidos, los mansos, son felices porque, son ya desde ahora los seguros y privilegiados destinatarios de la misericordia de Dios.

lunes, 5 de diciembre de 2016

LA FE NOS SALVA


La fe nos salva
La fe es un don y una tarea, nos da vida y nos mantiene con vida aquí y en la eternidad.


Por: P. Eusebio Gómez Navarro | Fuente: es.catholic.net 




Somos lo que pensamos y lo que creemos. Según pensamos en positivo o negativo, vivimos en el cielo o en el infierno. Todo es posible para el que cree, pues si Dios está con nosotros, ¿quién podrá contra nosotros? Dios camina con nosotros y no tenemos que temer, sino apoyarnos en Él y saber que de derrota en derrota se ha logrado llegar a la victoria final (Churchill). Estamos en las manos de Dios.

 La fe es don y tarea, es misterio, exige compromiso. El cristiano tiene una gran tarea y una gran ocasión en la sociedad de la incredulidad funcional y de la incredulidad de los hombres ávidos de sentido: se trata de ser testigos de la profundidad en medio de la profanidad (J. M. Mardones).

La fe nos da la seguridad de que Dios camina con nosotros, de que para Él y con Él todo es posible, de que con su presencia tenemos todo: sol, luz, paz, bien, vida. Si falta Él, no tenemos nada. Lord Byron tiene estas significativas palabras: Cuando nos acercamos a casa, es dulce oír cómo ladra el perrito al sentir nuestra presencia, como si quisiera darnos la bienvenida. También nosotros marcharemos un día a la casa del Padre, y es consolador pensar que Cristo nos espera en ella con una dulce sonrisa. Sin fe, estamos perdidos.

La fe nos salva, nos mantiene vivos, nos da la vida aquí, y la eterna.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

PAPA FRANCISCO DA ESTOS CONSEJOS A QUIENES DUDAN DE SU FE


Papa Francisco da estos consejos a quienes tienen dudas de fe
Por Álvaro de Juana
 Foto: Lucía Ballester / ACI Prensa




VATICANO, 23 Nov. 16 / 05:40 am (ACI).- La primera Audiencia General después de concluir el Jubileo de la Misericordia tuvo lugar en el Aula Pablo VI del Vaticano con miles de fieles que escucharon al Papa Francisco hablar de dos obras de misericordia: aconsejar a los que dudan y enseñar a los ignorantes.

En la catequesis, el Papa habló también de las dudas de fe y explicó que estas “tocan la fe, en sentido positivo, son un signo de que queremos conocer mejor y más a fondo a Dios, a Jesús y al misterio de su amor hacia nosotros”.

“Es un bien que nos preguntemos sobre nuestra fe, porque de este modo somos empujados a profundizar en ella”, destacó. No obstante, “las dudas, de todas maneras, son superadas”. Para ello “es necesario escuchar la Palabra de Dios y comprender todo lo que nos enseña”.

El Papa explicó que una ayuda importante a este respecto es la catequesis con la que “el anuncio de la fe viene a encontrarnos en lo concreto de la vida persona y comunitaria”. El otro camino es el de “vivir lo más posible la fe”. “No hagamos de la fe una teoría abstracta donde las dudas se multiplican” sino “hagamos sobre todo de la fe nuestra vida”, exhortó el Pontífice.

“Busquemos practicarla en el servicio a los hermanos, especialmente a los más necesitados” y entonces “muchas dudas se desvanecerán porque sentimos la presencia de Dios y la verdad del Evangelio en el amor que, sin nuestro mérito, habita en nosotros y compartimos con los otros”, pidió a los miles de fieles que lo escuchaban.


Sobre las obras de misericordia de educar y aconsejar, el Obispo de Roma apuntó que “se pueden vivir tanto desde una dimensión sencilla, familiar, al alcance de todos como desde una dimensión institucional, organizada”.

El Papa pidió pensar en “cuántos niños sufren todavía de analfabetismo, de falta de instrucción”. “Es una condición de gran injusticia que afecta a la dignidad misma de la persona”, añadió.

“Sin educación, después se convierte fácilmente en presa de la explotación y de varias formas de malestar social”, manifestó en la catequesis.

El Santo Padre recordó también que la Iglesia a lo largo de los siglos ha sido protagonista de la educación “porque su misión de evangelizar comporta el compromiso de restituir la dignidad a los más pobres”.

“Del primer ejemplo de una ‘escuela’ fundada por San Justino que está aquí en Roma, en el segundo siglo, para que los cristianos conocieran mejor la Sagrada Escritura, hasta San José de Calasanz, que abrió las primeras escuelas populares gratuitas de Europa, tenemos una larga lista de santos y santas que en varias épocas han llevado educación a los más desfavorecidos, sabiendo que a través de este camino podían superar la miseria y las discriminaciones”.

Francisco señaló entonces que estos santos comprendieron el significado de esta obra de misericordia y “a través de un trabajo sencillo y pocas estructuras han sabido restituir la dignidad a muchas personas”.


“La educación que daban a menudo estaba orientada también al trabajo”, y de ese modo "han surgido muchas y diversas escuelas profesionales, que habilitaban para el trabajo mientras educaban en los valores humanos y cristianos”.

“La educación, por tanto, es de verdad una peculiar forma de evangelización”, subrayó, y agregó luego: “cuánto más crece la educación, las personas adquieren más certeza y conciencia”.

El Papa también dijo que “expresar la misericordia hacia los dubitativos equivale a aliviar el dolor y el sufrimiento que proviene del miedo de la angustia que son consecuencia de la duda”.

“Es por tanto un acto de verdadero amor con el cual se tiene la intención de apoyar a una persona en la debilidad provocada por la incertidumbre”. 
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...