martes, 28 de marzo de 2017

LA MONEDA


La moneda



Un anciano viendo cercana su muerte, habló así a sus tres hijos: —No puedo dividir en tres lo que poseo. Es tan poco que perjudicaría a todos. He dejado encima de la mesa una moneda para cada uno de ustedes. Tómenla. El que compre con esa moneda algo con lo que llenar la casa, se quedará con toda la herencia. Se fueron. 

El primer hijo compró paja, pero sólo consiguió llenar la casa hasta la mitad. 

El segundo compró sacos de plumas, pero no consiguió llenar la casa mucho más que el anterior. 

El tercer hijo -que consiguió la herencia- sólo compró una pequeña vela. Esperó hasta la noche, encendió la vela y llenó la casa de luz.

El Señor te ha regalado la luz de la fe para que la irradies a tu alrededor, con el ejemplo y la palabra. Cada uno tiene posibilidades distintas, pero no menos importantes, aunque parezcan limitadas. Dios ha dispuesto que las almas vayan iluminando otras almas, como si fueran antorchas. Él espera que “hagas brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ti”.

NO OLVIDES LOS DÍAS HERMOSOS


No olvides los días hermosos



Si sabes descubrir el lado positivo de las cosas, en las dificultades, te superarás con más facilidad; en las dudas, sabrás discernir con mayor seguridad; en los problemas, la solución te resultará más fácil; en los momentos de soledad, el pesimismo no te doblegará; en la enfermedad, sabrás luchar con fe.

Si estás cansado o insatisfecho, si te sientes muy desgraciado, acuérdate por un momento de los días hermosos: cuando te reías y soñabas, cuando estabas alegre como niño sin problemas. ¡No olvides los días hermosos! Si el horizonte aparece oscuro y sin luz; si tu corazón está lleno de tristeza y amargura, si tal vez toda esperanza ha desaparecido, busca con cuidado entre tus recuerdos los días hermosos. Cuando todo marchaba bien, cuando te sentías confiado; cuando podías entusiasmarte, ¡no olvides los días hermosos! Si los olvidas, no volverán jamás a sonreír. Vuelve a ser dueño de ti mismo. Llena tu espíritu de sueños alegres, tu corazón de compresión, paciencia y amor; tu boca de una sonrisa, y todo volverá a ir bien.

Winston Churchill dijo que “el optimista descubre una oportunidad en toda calamidad, mientras el pesimista señala una calamidad en toda oportunidad.” Que el Señor te ayude a especializarte en descubrir oportunidades en todas las situaciones de tu vida. Esto marcará la diferencia entre el fracaso y el éxito. Que pases un día muy positivo.


* Enviado por el P. Natalio

PAPA FRANCISCO: VIVES TRISTE, AMARGADO Y LAMENTÁNDOTE SIEMPRE?


¿Vives triste, amargado y lamentándote siempre? Esto es lo que te dice Papa Francisco
Por Álvaro de Juana
 Foto: L'Osservatore Romano





VATICANO, 28 Mar. 17 / 04:55 am (ACI).- Al comentar el Evangelio de día en el que Jesús cura a un paralítico, el Papa Francisco dijo que hay mucha gente que vive siempre triste, lamentándose de todo y afectada por la desgana, pero si quieren “sanar” solo tiene que escuchar a Jesús.

En la Misa matutina de Santa Marta, explicó que Jesús le pregunta al enfermo “¿quieres curarte?”. “Es bonito que Jesús siempre nos dice esto a nosotros: ‘¿quieres sanar?, ¿quieres ser feliz? ¿quieres mejorar tu vida?, ¿quieres estar lleno del Espíritu Santo?, ¿quieres sanar?’. Es palabra de Jesús. todos lo que estaban allí, enfermos, ciegos, cojos, paralíticos habrían dicho: ‘Sí, Señor, ¡Sí!’”.

“Pero este es un hombre extraño, y le responde a Jesús: ‘Señor, no tengo nadie que me meta en la piscina cuando el agua se agita y cuando yo voy a ella otro se adelanta y desciende a ella’. La respuesta es un lamento: ‘Mira Señor, que feo, que injusta ha sido la vida conmigo. Todos los otros pueden ir y curarse y yo desde hace 38 años lo busco y nada’”.

El Papa explicó que “este hombre era como el árbol plantado en las corrientes de agua, del que habla el primer salmo, ‘pero tenía las raíces secas’ y ‘esas raíces no llegaban al agua, no podía tomar la salud del agua’”.

“Esto se entiende por la actitud, los lamentos y por buscar siempre echar la culpa al otro: ‘Pero son los otros quienes van antes que yo, soy un pobrecito de 38 años’. Esto es un pecado muy feo, el pecado de la pereza. Este hombre estaba enfermo no tanto por la parálisis sino por la pereza, que es peor que tener el corazón tibio, todavía peor”.

“Es vivir porque vivo, pero sin querer seguir adelante, no tener deseos de hacer algo en la vida, haber perdido la memoria de la alegría. Este hombre ni siquiera conocía la alegría de nombre, la había perdido. Este es el pecado. Es una enfermedad fea: ‘Estoy cómodo así, me he acostumbrado. La vida ha sido injusta conmigo’. Y se ve el resentimiento, la amargura del corazón”.

Entonces Jesús le dice: “Levántate, toma tu camilla y camina”. Así es como el paralítico se cura, pero al ser sábado los doctores de la Ley le dicen a Jesús que no es lícito llevar la camilla: “Va en contra de las normas, no es de Dios ese hombre”.

El paralítico “se levantó con esa desgana” que hace “vivir porque es gratis el oxígeno”, hace “vivir siempre mirando a los otros que son más felices que yo” y si está “en la tristeza”, se olvida la alegría.

“La desidia –continuó– el Papa, es un pecado que paraliza, nos hace paralíticos. No nos deja caminar. También hoy el Señor nos mira a cada uno de nosotros, todos tenemos pecados, todos somos pecadores, pero mirando este pecado” dice “levántate”.

“Hoy el Señor a cada uno de nosotros nos dice: ‘Levántate, toma tu vida como sea, bonita, fea, como sea, tómala y ve adelante. No tengas miedo, ve adelante con tu camilla’. ‘Pero Señor, no es el último modelo de camilla’. ¡Ve hacia delante! ¡Con esa camilla fea, quizás, pero ve adelante! Es tu vida, es tu alegría. ‘¿Quieres curarte?’, es la primera pregunta que nos hace hoy el Señor. ‘Sí, Señor’. ‘Levántate’. Y en la antífona al comienzo de la Misa hemos escuchado ese inicio tan bonito: ‘Vosotros que tenéis sed venid a las aguas –es un agua gratis, que no se paga–. Saciaréis vuestra sed con alegría’.

“Si decimos al Señor ‘Sí, quiero sanar. Sí, Señor, ayúdame que quiero levantarme’, sabremos cómo es la alegría de la salvación”. 

Lecturas comentadas por el Papa:

Primera lectura
Ezequiel 47:1-9, 12

1 Me llevó a la entrada de la Casa, y he aquí que debajo del umnbral de la Casa salía agua, en dirección a oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia oriente. El agua bajaba de debajo del lado derecho de la Casa, al sur del altar.
2 Luego me hizo salir por el pórtico septentrional y dar la vuelta por el exterior, hasta el pórtico exterior que miraba hacia oriente, y he aquí que el agua fluía del lado derecho.
3 El hombre salió hacia oriente con la cuerda que tenía en la mano, midió mil codos y me hizo atravesar el agua: me llegaba hasta los tobillos.
4 Midió otros mil codos y me hizo atravesar el agua: me llegaba hasta las rodillas. Midió mil más y me hizo atravesar el agua: me llegaba hasta la cintura.
5 Midió otros mil: era ya un torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido hasta hacerse un agua de pasar a nado, un torrente que no se podía atravesar.
6 Entonces me dijo: «¿Has visto, hijo de hombre?» Me condujo, y luego me hizo volver a la orilla del torrente.
7 Y a volver vi que a la orilla del torrente había gran cantidad de árboles, a ambos lados.
8 Me dijo: «Esta agua sale hacia la región oriental, baja a la Arabá, desemboca en el mar, en el agua hedionda, y el agua queda saneada.
9 Por dondequiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Los peces serán muy abundantes, porque allí donde penetra esta agua lo sanea todo, y la vida prospera en todas partes adonde llega el torrente.
12 A orillas del torrente, a una y otra margen, crecerán toda clase de árboles frutales cuyo follaje no se marchitará y cuyos frutos no se agotarán: producirán todos los meses frutos nuevos, porque esta agua viene del santuario. Sus frutos servirán de alimento, y sus hojas de medicina.»

Salmo responsorial
Salmo 46:2-3, 5-6, 8-9

2 Dios es para nosotros refugio y fortaleza, un socorro en la angustia siempre a punto.
3 Por eso no tememos si se altera la tierra, si los montes se conmueven en el fondo de los mares,
5 ¡Un río! Sus brazos recrean la ciudad de Dios, santificando las moradas del Altísimo.
6 Dios está en medio de ella, no será conmovida, Dios la socorre al llegar la mañana.
8 ¡Con nosotros Yahveh Sebaot, baluarte para nosotros, el Dios de Jacob!
9 Venid a contemplar los prodigios de Yahveh, el que llena la tierra de estupores.

Evangelio
Juan 5:1-16

1 Después de esto, hubo una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
2 Hay en Jerusalén, junto a la Probática, una piscina que se llama en hebreo Betesda, que tiene cinco pórticos.
3 En ellos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, paralíticos, esperando la agitación del agua.
4 Porque el Angel del Señor bajaba de tiempo en tiempo a la piscina y agitaba el agua; y el primero que se metía después de la agitación del agua, quedaba curado de cualquier mal que tuviera.
5 Había allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
6 Jesús, viéndole tendido y sabiendo que llevaba ya mucho tiempo, le dice: «¿Quieres curarte?»
7 Le respondió el enfermo: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro baja antes que yo.»
8 Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y anda.»
9 Y al instante el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar. Pero era sábado aquel día.
10 Por eso los judíos decían al que había sido curado: «Es sábado y no te está permitido llevar la camilla.»
11 El le respondió: «El que me ha curado me ha dicho: Toma tu camilla y anda.»
12 Ellos le preguntaron: «¿Quién es el hombre que te ha dicho: Tómala y anda?»
13 Pero el curado no sabía quién era, pues Jesús había desaparecido porque había mucha gente en aquel lugar.
14 Más tarde Jesús le encuentra en el Templo y le dice: «Mira, estás curado; no peques más, para que no te suceda algo peor.»
15 El hombre se fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado.
16 Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.

DESCUBRE DENTRO DE TU CORAZÓN LA MIRADA DE DIOS


Descubre dentro de tu corazón la mirada de Dios
No podemos regresar auténticamente a Dios si no es desde el corazón.


Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net 




Es demasiado fácil dejar pasar el tiempo sin profundizar, sin volver al corazón. Pero cuando el tiempo pasa sobre nosotros sin profundizar en la propia vocación, sin descubrir y aceptar todas sus dimensiones, estamos quedándonos sin lo que realmente importa en la existencia: el corazón (entendido como nuestra facultad espiritual en la que se manejan todas las decisiones más importantes del hombre). El corazón es el encuentro del hombre consigo mismo.

“Volved a mí de todo corazón”. Son palabras de Dios en la Escritura. No podemos regresar auténticamente a Dios si no es desde el corazón, y tampoco podemos vivir si no es desde el corazón. Dios llama en el corazón, pero, en un mundo como el nuestro, en el cual tan fácilmente nos hemos olvidado de Dios, en un mundo sin corazón, a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, nos cuesta llegar al corazón. Dios llama al corazón del hombre, a su parte más interior, a ese yo, único e irrepetible; ahí me llama Dios.

Yo puedo estar viviendo con un corazón alejado, con un corazón distraído en el más pleno sentido de la palabra. Y cuánto nos cuesta volver. Cuánto nos cuesta ver en cada uno de los eventos que suceden la mano de Dios. Cuánto nos cuesta ver en cada uno de los momentos de nuestra existencia la presencia reclamadora de Dios para que yo vuelva al corazón. El camino de vuelta es una ley de vida, es la lógica por la que todos pasamos. Y mientras no aprendamos a volver a la dimensión interior de nosotros mismos, no estaremos siendo las personas auténticas que debemos de ser.

Podría ser que estuviésemos a gusto en el torbellino que es la sociedad y que nuestro corazón se derramase en la vida de apariencia que es la vida social. Pero es bueno examinarse de vez en cuando para ver si realmente ya he aprendido a medir y a pesar las cosas según su dimensión interior, o si todavía el peso de la existencia está en las conveniencias o en las sonrisas plásticas.

¿Pertenezco yo a ese mundo sin corazón? ¿Pertenezco yo a ese mundo que no sabe encontrarse consigo mismo? Dios llama al corazón para que yo vuelva, para que yo aprenda a descubrir la importancia, la trascendencia que tiene en mi existencia esa dimensión interior. Estamos terminando la Cuaresma, se nos ha ido un año más de las manos, recordemos que es una ocasión especial para que el hombre se encuentre consigo mismo.

Curiosamente la Cuaresma no es muy reciente en la historia de la Iglesia, los apóstoles no la hacían. La Cuaresma viene del inicio de la vida monacal en la Iglesia, cuando los monjes empiezan a darse cuenta de que hay que prepararse para la llegada de Cristo. Todavía hoy día hay congregaciones que tienen dos Cuaresmas. Los carmelitas tienen una en Adviento, cuarenta días antes de Navidad, y tienen cuarenta días antes de Pascua, de alguna manera significando que a través de la Cuaresma el espíritu humano busca encontrarse con su Señor. Las dos Cuaresmas terminan en un particular encuentro con el Señor: la primera en el Nacimiento, en la Natividad, en la Epifanía, como dicen estrictamente hablando los griegos; y la segunda, en la Resurrección. Si en la primera manifestación vemos a Cristo según la carne; en la segunda manifestación vemos a Cristo resucitado, glorioso, en su divinidad.

De alguna manera, lo que nos está indicando este camino cuaresmal es que el hombre que quiera encontrarse con Dios tiene que encontrarse primero consigo mismo. No tiene que tener miedo a romper las caretas con las que hábilmente ha ido maquillando su existencia. El hombre tiene que aprender a descubrir dentro de su corazón la mirada de Dios.

Para este retorno es necesario crear una serie de condiciones. La primera de todas es ese aprender a ensanchar el espacio de nuestro espíritu para que pueda obrar en nuestro corazón el Espíritu Santo. Ensanchar nuestro espíritu a veces nos puede dar miedo. Ensanchar el corazón para que Dios entre en él con toda tranquilidad, no significa otra cosa sino aprender a romper todos los muros que en nosotros no dejan entrar a Dios.

¿Realmente nuestro espíritu está ensanchado? ¿Mi vida de oración realmente es vida y es oración? ¿Realmente en la oración soy una persona que se esfuerza? ¿Consigo yo que mi oración sea un momento en el que Dios llena mi alma con su presencia o a veces con su ausencia? Dios puede llenar el corazón con su presencia y hacernos sentir que estamos en el noveno cielo; pero también puede llenarlo con su ausencia, aplicando purificación y exigencia a nuestro corazón.

Cuando Dios llega con su ausencia a mi corazón, cuando me deja totalmente desbaratado, ¿qué pasa?, ¿Ensancho el corazón o lo cierro? Cuando la ausencia de Dios en mi corazón es una constante —no me refiero a la ausencia que viene del sueño, de la distracción, de la pereza, de la inconstancia, sino a la auténtica ausencia de Dios: cuando el hombre no encuentra, no sabe por dónde está Dios en su alma, no sabe por dónde está llegando Dios, no lo ve, no lo siente, no lo palpa—, ¿abrimos el espíritu?, ¿Seguimos ensanchando el corazón sabiendo que ahí está Dios ausente, purificando mi alma? O cuando por el contrario, en la oración me encuentro lleno de gozo espiritual, ¿me quedo en el medio, en el instrumento, o aprendo a llegar a Dios?
Cuando nuestra vida es tribulación o es alegría, cuando nuestra vida es gozo o es pena, cuando nuestra vida está llena de problemas o es de lo más sencilla, ¿sé encontrar a Dios, sé seguirle la pista a ese Dios que va abriendo espacio en el corazón y por eso me preocupo de interiorizar en mi vida? Uno podría pensar: ¿Cuál es mi problema hoy? ¿Hasta qué punto en este problema —un hijo enfermo, una dificultad con mi pareja, algún problema de mi hijo—, he visto el plan de Dios sobre mi vida?

Tenemos que experimentar la gracia de esta convicción, hay que ensanchar el corazón abriéndolo totalmente a la acción transformadora del Señor. Sin embargo, nunca tenemos que olvidar, que contra esta acción transformadora de Dios nuestro Señor hay un enemigo: el pecado. El pecado que es lo contrario a la Santidad de Dios. Y para que nos demos cuenta de esta gravedad, San Pablo nos dice: “Dios mismo, a quien no conoció el pecado, lo hizo pecado por nosotros”. Pero, mientras no entremos en nuestro corazón, no nos daremos cuenta de lo grave que es el pecado.

Cuando yo miro un crucifijo, ¿me inquieta el hecho de que Cristo en la cruz ha sido hecho pecado por mí, de que la mayor consecuencia del pecado es Cristo en la cruz? ¿Me ha dicho Dios: quieres ver qué es el pecado? Mira a mi Hijo clavado en la Cruz.

Cuando uno piensa en el hambre en el mundo; o cuando uno piensa que en cada equis tiempo muere un niño en el mundo por falta de alimento y por otro lado estamos viendo la cantidad de alimento que se tira, preguntémonos: ¿No es un pecado contra la humanidad nuestro despilfarro? No el vivir bien, no el tener comodidades, sino la inconsciencia con la que manejamos los bienes materiales. ¿Nos damos cuenta de lo grave que es y lo culpable que podemos llegar a ser por la muerte de estos hermanos?

¿Me doy cuenta de que cada persona que no vive en gracia de Dios es un muerto moral? ¿No nos apuran la cantidad de muertos que caminan por las calles de nuestras ciudades? Tengo que preguntarme: ¿Me preocupa la condición moral de la gente que está a mi cargo? No es cuestión de meterse en la vida de los demás, pero sí preguntarme: ¿Soy justo a nivel justicia social? ¿Me permito todavía el crimen tan grave que es la crítica? ¿Me doy cuenta de que una crítica mía puede ser motivo de un gravísimo pecado de caridad por parte de otra persona?

Siempre que pensemos en el pecado, no olvidemos que la auténtica imagen, el auténtico rostro donde se condensa toda la justicia, todo desamor, todo odio, todo rencor, toda despreocupación por el hombre, es la cruz de nuestro Señor.

El abandono que Cristo quiere sufrir, el grito del Gólgota: “¿Por qué me has abandonado?” pone ante nuestros ojos la verdadera medida del pecado. En Cristo esta medida es evidente por la desmesurada inmensidad de su amor. El grito: “¿Por qué me has abandonado?” es la expresión definitiva de esta medida. El amor con el que me ha amado, el amor que ama hasta el fin. ¿He descubierto esto y lo he hecho motivo de vida; o sólo motivo de lágrimas el Viernes Santo? ¿Lo he hecho motivo de compromiso, o sólo motivo de reflexión de un encuentro con Cristo? ¿Mi vida en el amor de Dios se encierra en ese grito: ¿“Por qué me has abandonado”?, que es el amor que ama hasta el último despojamiento que puede tener un alma?

En esta Cuaresma es necesario volver al interior, descubrir la llamada de Dios a la entrega y al compromiso, volver a la propia vocación cristiana en todas sus dimensiones. Y para lograrlo es necesario abrir primero nuestro espíritu a Dios y comprender la gravedad del pecado: del pecado de omisión, de indiferencia, de superficialidad, de ligereza. Es ineludible volver a la dimensión interior de nuestro espíritu, en definitiva, no ir caminando por la vida sin darnos cuenta que en nosotros hay un corazón que está esperando ensancharse con el amor de Dios.

LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA, 28 DE MARZO


Los cinco minutos de María
Marzo 28




Nada hay más agradable para una madre que hablarle de su hijo y nada podemos ofrecer a la Santísima Virgen que más le agrade que hablar de su Hijo Jesús, darlo a conocer a todos los hombres, predicar y proclamar su Evangelio, transmitir su mensaje de salvación.

No digas que amas a la Virgen si no das a conocer a Jesucristo, si tus palabras pocas veces lo mencionan, si nunca está en tus conversaciones; no digas que amas a la Virgen si no amas a Jesús, pues conoces muy bien que, si vamos a María, es para llegar a Jesús.

Si amas a Jesús, habla de María; si amas a María, habla de Jesús; que el hombre no separe lo que Dios ha unido.
Madre, refuerza nuestro entusiasmo misionero para que anunciemos a tu Hijo en todos los ambientes que frecuentamos.



* P. Alfonso Milagro

EL EVANGELIO DE HOY MARTES 28 DE MARZO DEL 2017


Levántate, toma tu camilla y anda
San Juan 5, 1-16. IV Martes de Cuaresma



Por: H. Rubén Tornero, L.C. | Fuente: missionkits.org 





En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, una vez más estoy aquí, en tu presencia. Sólo vengo a rendirme a tus pies, a decirte que te amo y que te necesito. Todo mi ser te anhela. Mi alma está sedienta de Ti como una tierra árida que necesita y añora el agua.
Mi corazón está inquieto, busca una felicidad que no se acabe, un amor que jamás termine, una belleza que nunca se marchite…en resumidas cuentas, busco tu rostro. ¡Muéstrame tu rostro! Deseo descubrirte en cada segundo y circunstancia de mi vida. Ayúdame, pues yo te busco…pero sólo Tú puedes encontrarme. Ayúdame a escuchar tu voz.


Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Juan 5, 1-16
Era un día de fiesta para los judíos, cuando Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina llamada Betesdá, en hebreo, con cinco pórticos, bajo las cuales yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban la agitación del agua. Porque el ángel del Señor descendía de vez en cuando a la piscina, agitaba el agua y, el primero que entraba en la piscina, después de que el agua se agitaba, quedaba curado de cualquier enfermedad que tuviera. Entre ellos estaba un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.
Al verlo ahí tendido y sabiendo que llevaba mucho tiempo en tal estado, Jesús le dijo: "¿Quieres curarte?". Le respondió el enfermo: "Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua. Cuando logro llegar, ya otro ha bajado antes que yo". Jesús le dijo: "Levántate, toma tu camilla y anda". Al momento el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar.
Aquel día era sábado, por eso los judíos le dijeron al que había sido curado: "No te es lícito cargar tu camilla". Pero él contestó: "El que me curó me dijo: "Toma tu camilla y anda". Ellos le preguntaron: "¿Quién es el que te dijo: "Toma tu camilla y anda?". Pero el que había sido curado no lo sabía, porque Jesús había desaparecido entre la muchedumbre. Más tarde lo encontró Jesús en el templo y le dijo: "Mira, ya quedaste sano. No peques más, no sea que te vaya a suceder algo peor". Aquel hombre fue y les contó a los judíos que el que lo había curado era Jesús. Por esto los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado.
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Jesús, hoy quiero contemplarte y oír lo que quieres decirme. Es de mañana. Te miro mientras entras en el templo. Cojos, ciegos, paralíticos… todos enfermos, esperando que el agua de la piscina se agite. Miras a cada uno. Tu mirada tierna y compasiva va recorriendo a todos los presentes... hasta que se detiene en uno. Es un hombre, enfermo desde hace 38 años. No tiene más que la vieja camilla donde reposa sus miembros. Lleva mucho tiempo intentando quedar sano. Quizá ha gastado todo su dinero en remedios inútiles, tal vez dolorosos, y quién sabe si en lugar de mejorar, ha empeorado. Quizá ha perdido toda su fortuna buscando sanar, hasta el punto que no tiene más posesión que la camilla sobre la que yace.
¿Dónde están sus familiares?, ¿dónde sus amigos? Todos lo han abandonado... y lleva 38 años así. Tu mirada se detiene en este hombre y le haces una pregunta que parecería obvia: «¿quieres quedar sano?» ¿Cómo preguntas eso Jesús?, ¿no te das cuenta de su lamentable estado? El enfermo no te responde directamente, sino que hace alusión a su soledad y a la imposibilidad de llegar a la piscina. Tú lo miras lleno de compasión y le dices: «levántate, toma tu camilla y anda»… ¿Qué sentido tiene, Jesús, llevar su camilla ahora que ya no la necesita?
Me miras a los ojos Jesús, y en lo profundo de mi corazón, escucho tu voz que me dice: "Tú eres ese hombre enfermo, paralizado por el pecado. Sediento de amor, has tratado de mitigar tu sed a base de cosas, personas, sensaciones, placeres... y no obstante, la sed y el vacío que he sentido no sólo no ha desaparecido, sino que se han acrecentado. Llevas mucho tiempo tratando de superar por tus propias fuerzas ese pecado, odio o situación que te lastima y te impide ser libre y feliz. ¿Quieres curarte? Déjame actuar. Quiero sanarte, quiero hacerte feliz. No importa si parece que nada ni a nadie puede llenar el vacío infinito que experimentas. Estoy aquí, a tu lado. No estás solo. Yo puedo curarte. Solamente te pido que tomes tu camilla y camines. Ya sé que te parece raro, pero confía en mí. En tu caminar encontrarás tantos heridos por el pecado, tantos envenenados por el odio... Cárgalos. Sé testigo de misericordia y verás que esa camilla que para ti fue un peso, para otros será una bendición... como bendición será en breve mi cruz. ¡Anda! Levántate, toma tu camilla y camina a mi lado."
También le dice al paralítico de la piscina de Betesda: "No peques más". Pero a este, que se justificaba con las cosas tristes que "le sucedían", que tenía una psicología de víctima -la mujer no-, lo pincha un poco con eso de que "no sea que te suceda algo peor". Aprovecha el Señor su manera de pensar, aquello que teme, para sacarlo de su parálisis. Lo persuade con el susto, digamos. Así, cada uno tenemos que escuchar este "no peques más" de manera honda, personal. Esta imagen del Señor, que pone a caminar a la gente, es muy suya: él es el Dios que se pone a caminar con su pueblo, que lleva adelante y acompaña nuestra historia. Por eso, el objeto al que se dirige la misericordia es muy preciso: es hacia aquello que hace que un hombre o una mujer no caminen en su lugar, con los suyos, a su ritmo, hacia donde Dios los invita a andar.

(Homilía de S.S. Francisco, 2 de junio de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a animar a quien vea desanimado.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

BUENOS DÍAS!!


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