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domingo, 9 de diciembre de 2018

LLAMADO A LA CONVERSIÓN - MEDITACIÓN DEL II DOMINGO DE ADVIENTO


Llamado a la conversión 



Estamos en el segundo domingo de Adviento, que significa venida del Señor. En este domingo ya se hace más presente la primera venida de Jesús en su nacimiento. Nosotros lo recordaremos en la Navidad; pero debe ser un recuerdo vivo, porque Jesús quiere venir de una manera más plena a nosotros. Para que sea más real y vivo este encuentro con el Señor nos debemos preparar. Ya sé que hay muchos que están preparando en sentido material la próxima Navidad; sé que hay muchos que se dejan llevar de la propaganda comercial y por ello se van a quedar casi sólo con lo que tiene de satisfacción material una fiesta, que les traerá luces fugaces, quizá consuelos familiares muy dignos; pero el alma vacía (y también quizá los bolsillos), si no han sabido buscar lo que debe dar el verdadero sentido y esperanza cierta a nuestra vida.

La Navidad debe ser un encuentro íntimo con el Señor, que viene en un sentido más amable, pero salvador. Para vivir una Navidad espiritual, debemos prepararnos. Hoy el Evangelio nos trae la figura de san Juan Bautista que nos invita a una digna preparación. San Lucas nos le presenta de una manera solemne recordando las circunstancias históricas y políticas de aquel tiempo. Nos dice que vino sobre él la palabra de Dios en el desierto. Esto significa que era un hombre disponible a la palabra de Dios, porque estaba desprendido de las cosas materiales. Si nosotros estamos atados a los atractivos materiales de este mundo, es muy difícil que podamos acoger con paz la palabra de Dios que nos ha de salvar, la que hoy se nos da.

San Juan predicaba un bautismo de penitencia en remisión de los pecados. La liturgia de este tiempo de Adviento es de color morado. Es el color de la penitencia, de la austeridad. Todos tenemos pecados. Por lo cual el acercarse a Dios requiere primero el apartarse del mal para con esfuerzo poder hacer el bien. Esto es lo que el Bautista decía con la palabra “conversión”. Para encontrarnos más vivamente con Dios en la Navidad, necesitamos convertirnos. No se trata de la conversión de los grandes pecadores. ¡Ojalá que alguno se convierta a Dios! Se trata sobre todo de los que nos creemos “gente buena”. Necesitamos convertirnos un poco más cada día. Convertirse significa volver a Dios, cambiar de actitud en la manera de pensar y de actuar. Es quitar la mentalidad mundana y tener unos criterios de fe al estilo de Jesucristo. Es llegar a pensar como Jesús en cuanto a querer a todos hasta a los enemigos, es amar la pobreza y el dolor, buscando el bien de todos. Es algo “radical” y muy serio.

San Juan Bautista también nos dice qué es lo que tenemos que hacer, siguiendo las palabras que había dicho el profeta Isaías, palabras esperanzadoras para el regreso del pueblo desde el destierro: Hay que preparar el camino del Señor. Por eso hay que rellenar los barrancos, allanar los montes y enderezar los caminos tortuosos. Los montes que hay que quitar son la soberbia, el orgullo y la prepotencia. Los valles a rellenar son las grandes faltas, desconfianzas y depresiones. Lo torcido y escabroso son los pecados en general, los vicios y malas pasiones. Tenemos mucha tarea para realizar con la gracia de Dios para que la Navidad sea una salvación.

Termina el Evangelio diciendo que, si esto es así, “todos verán la salvación”. La Navidad es un tiempo de una actualización especial de la salvación de Dios. Todos pueden llegar a ver la salvación que Dios realiza en nosotros, si nos empeñamos en realizar las palabras del Bautista. Convertirse es realizar lo que decía el profeta Ezequiel: transformar el corazón de piedra en corazón de carne, que significa de amor, compasión, perdón y caridad. Es llegar a pensar como Cristo para actuar como Él.

Dios quiere para nosotros la alegría; pero que sea verdadera, la que procede de un corazón que sabe que vive algo que da pleno sentido a su vida. En el salmo de la misa de hoy se dice: “Dios ha estado grande con nosotros y estamos alegres”. Esto es lo que deberemos decir en la Navidad, si abrimos el corazón al Niño Dios.



Padre Silverio Velasco

domingo, 18 de noviembre de 2018

NADIE SABE EL DÍA - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 18 NOVIEMBRE 2018


NADIE SABE EL DÍA
Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Mc (13,24-32)



El mejor conocimiento del lenguaje apocalíptico, construido de imágenes y recursos simbólicos para hablar del fin del mundo, nos permite hoy escuchar el mensaje esperanzador de Jesús sin caer en la tentación de sembrar angustia y terror en las conciencias.

Un día, la historia apasionante del ser humano sobre la tierra llegará a su final. Esta es la convicción firme de Jesús. Esta es también la previsión de la ciencia actual. El mundo no es eterno. Esta vida terminará. ¿Qué va a ser de nuestras luchas y trabajos, de nuestros esfuerzos y aspiraciones?

Jesús habla con sobriedad. No quiere alimentar ninguna curiosidad morbosa. Corta de raíz cualquier intento de especular con cálculos, fechas o plazos. «Nadie sabe el día o la hora…, solo el Padre». Nada de psicosis ante el final. El mundo está en buenas manos. No caminamos hacia el caos. Podemos confiar en Dios, nuestro Creador y Padre.

Desde esta confianza total, Jesús expone su esperanza: la creación actual terminará, pero será para dejar paso a una nueva creación, que tendrá por centro a Cristo resucitado. ¿Es posible creer algo tan grandioso? ¿Podemos hablar así antes de que nada haya ocurrido?

Jesús recurre a imágenes que todos pueden entender. Un día el sol y la luna que hoy iluminan la tierra y hacen posible la vida se apagarán. El mundo quedará a oscuras. ¿Se apagará también la historia de la humanidad? ¿Terminarán así nuestras esperanzas?

Según la versión de Marcos, en medio de esa noche se podrá ver al «Hijo del hombre», es decir, a Cristo resucitado, que vendrá «con gran poder y gloria». Su luz salvadora lo iluminará todo. Él será el centro de un mundo nuevo, el principio de una humanidad renovada para siempre.

Jesús sabe que no es fácil creer en sus palabras. ¿Cómo puede probar que las cosas sucederán así? Con una sencillez sorprendente invita a vivir esta vida como una primavera. Todos conocen la experiencia: la vida que parecía muerta durante el invierno comienza a despertar; en las ramas de la higuera brotan de nuevo pequeñas hojas. Todos saben que el verano está cerca.

Esta vida que ahora conocemos es como la primavera. Todavía no es posible cosechar. No podemos obtener logros definitivos. Pero hay pequeños signos de que la vida está en gestación. Nuestros esfuerzos por un mundo mejor no se perderán. Nadie sabe el día, pero Jesús vendrá. Con su venida se desvelará el misterio último de la realidad, que los creyentes llamamos Dios. Nuestra historia apasionante llegará a su plenitud.

domingo, 11 de noviembre de 2018

LOS MEJOR DE LA IGLESIA - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 11 NOV. 2018


LO MEJOR DE LA IGLESIA
Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Mc (12,38-44)



El contraste entre las dos escenas no puede ser más fuerte. En la primera, Jesús pone a la gente en guardia frente a los dirigentes religiosos: «¡Cuidado con los maestros de la Ley!», su comportamiento puede hacer mucho daño. En la segunda llama a sus discípulos para que tomen nota del gesto de una viuda pobre: la gente sencilla les podrá enseñar a vivir el Evangelio.

Es sorprendente el lenguaje duro y certero que emplea Jesús para desenmascarar la falsa religiosidad de los escribas. No puede soportar su vanidad y su afán de ostentación. Buscan vestir de modo especial y ser saludados con reverencia para sobresalir sobre los demás, imponerse y dominar.

La religión les sirve para alimentar su fatuidad. Hacen «largos rezos» para impresionar. No crean comunidad, pues se colocan por encima de todos. En el fondo solo piensan en sí mismos. Viven aprovechándose de las personas débiles, a las que deberían servir.

Marcos no recoge las palabras de Jesús para condenar a los escribas que había en el Templo de Jerusalén antes de su destrucción, sino para poner en guardia a las comunidades cristianas para las que escribe. Los dirigentes religiosos han de ser servidores de la comunidad. Nada más. Si lo olvidan, son un peligro para todos. Hay que reaccionar para que no hagan daño.

En la segunda escena, Jesús está sentado frente al arca de las ofrendas. Muchos ricos van echando cantidades importantes: son los que sostienen el Templo. De pronto se acerca una mujer. Jesús observa que echa dos moneditas de cobre. Es una viuda pobre, maltratada por la vida, sola y sin recursos. Probablemente vive mendigando junto al Templo.

Conmovido, Jesús llama rápidamente a sus discípulos. No han de olvidar el gesto de esta mujer, pues, aunque está pasando necesidad, «ha echado de lo que necesitaba, todo lo que tenía para vivir». Mientras los maestros viven aprovechándose de la religión, esta mujer se desprende por los demás, confiando totalmente en Dios.

Su gesto nos descubre el corazón de la verdadera religión: confianza grande en Dios, gratuidad sorprendente, generosidad y amor solidario, sencillez y verdad. No conocemos el nombre de esta mujer ni su rostro. Solo sabemos que Jesús vio en ella un modelo para los futuros dirigentes de su Iglesia.

También hoy tantas mujeres y hombres de fe sencilla y corazón generoso son lo mejor que tenemos en la Iglesia. No escriben libros ni pronuncian sermones, pero son los que mantienen vivo entre nosotros el Evangelio de Jesús. De ellos hemos de aprender los presbíteros y los obispos.

sábado, 3 de noviembre de 2018

UNA CUESTIÓN DE AMOR - MEDITACIÓN EVANGELIO DOMINGO 4 NOVIEMBRE 2018


Comentario al Evangelio del domingo, 4 de noviembre de 2018
 Fernando Torres cmf


Una cuestión de amor

      Todos estamos sometidos a normas y leyes. Hay reglas para organizar el tráfico, la vida en las ciudades, las relaciones entre las empresas y muchas otras cosas. También hay muchos mandamientos en la Iglesia. Sucede hoy y ya sucedía hace muchos años. Por eso el escriba se acerca a Jesús. Quiere saber, cuál es el más importante de todos los mandamientos. La respuesta de Jesús es clara: lo más importante es la relación con Dios y con los hermanos. Esa relación es la misma en ambos casos. Debe ser una relación de amor. 

      Primera consecuencia: a Dios no se le teme ni se le adora. A Dios se le ama. Nuestra relación con Dios es una relación de amor por la sencilla razón de que él nos amó primero. Somos creación suya, obra de sus manos. Nuestra relación con él es tan profunda o más como la que tenemos con nuestros padres. Sólo los que han tenido la experiencia de ser padres, podrán imaginarse, y no perfectamente, el amor con que Dios nos ama. 

      Segunda consecuencia: no hay diferencia entre la relación con Dios y con los hermanos. Es decir, amar es la única forma posible de relacionarse con los hermanos. Cualquier otra forma de relacionarse con ellos está fuera del mandato de Jesús. Y no hablamos de una norma cualquiera sino de “la más importante”, tal y como se asegura en el Evangelio. Para el cristiano, pues, no vale sentir odio ni rabia ni enemistad ni envidia. El otro es siempre un hermano al que amar. Es posible que no hayamos llegado todavía a vivir este amor universal, pero al menos debemos tener claro a dónde debemos llegar. El horizonte a donde nos dirigimos es amar. 

      Pero, ¿qué es eso de amar? Algunos piensan inmediatamente en el sexo. ¡Pobrecillos! Les falta mucho por aprender todavía. Amar es mucho más. Tampoco tiene nada que ver con poseer o dominar al otro para que haga lo que yo quiera. Amar es acercarse al otro, atenderle en sus necesidades, servirle. Es poner los intereses del otro por delante de los míos. Y hacerlo gratuitamente, sin pedir nada a cambio. Porque la felicidad del que ama está precisamente en la felicidad del otro. En la medida en que el otro es feliz, el que ama experimenta su propia felicidad y plenitud.

      Hoy Jesús nos recuerda que puede haber muchos mandamientos pero que todos se resumen en una cuestión básica: amar. Los que aman es posible que no sepan mucha teología ni tengan mucha cultura pero son los que están mas cerca del Reino de Dios. Así se lo dijo Jesús al escriba. Así la Iglesia nos recuerda hoy nuestro principal mandamiento. 



Para la reflexión

      ¿Soy capaz de amar gratuitamente o me dejo llevar siempre por el egoísmo de mis intereses? ¿Qué significa en concreto para mí amar a mi familia, a mis amigos? ¿Qué puedo hacer en concreto por ellos que todavía no hago?

domingo, 28 de octubre de 2018

CON OJOS NUEVOS - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 28 OCTUBRE 2018


Con ojos nuevos



La curación del ciego Bartimeo está narrada por Marcos para urgir a las comunidades cristianas a salir de su ceguera y mediocridad. Solo así seguirán a Jesús por el camino del Evangelio. El relato es de una sorprendente actualidad para la Iglesia de nuestros días.

Bartimeo es "un mendigo ciego sentado al borde del camino". En su vida siempre es de noche. Ha oído hablar de Jesús, pero no conoce su rostro. No puede seguirlo. Está junto al camino por el que marcha Jesús, pero está fuera. ¿No es esta nuestra situación? ¿Cristianos ciegos, sentados junto al camino, incapaces de seguir a Jesús?

Entre nosotros es de noche. Desconocemos a Jesús. Nos falta luz para seguir su camino. Ignoramos hacia dónde se encamina la Iglesia. No sabemos siquiera qué futuro queremos para ella. Instalados en una religión que no logra convertirnos en seguidores de Jesús, vivimos junto al Evangelio, pero fuera. ¿Qué podemos hacer?

A pesar de su ceguera, Bartimeo capta que Jesús está pasando cerca de él. No duda un instante. Algo le dice que en Jesús está su salvación: "¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!". Este grito repetido con fe va a desencadenar su curación.

Hoy se oyen en la Iglesia quejas y lamentos, críticas, protestas y mutuas descalificaciones. No se escucha la oración humilde y confiada del ciego. Se nos ha olvidado que solo Jesús puede salvar a esta Iglesia. No percibimos su presencia cercana. Solo creemos en nosotros.

El ciego no ve, pero sabe escuchar la voz de Jesús que le llega a través de sus enviados: "¡Ánimo, levántate, que te llama!". Este es el clima que necesitamos crear en la Iglesia. Animarnos mutuamente a reaccionar. No seguir instalados en una religión convencional. Volver a Jesús que nos está llamando. Este es el primer objetivo pastoral.

El ciego reacciona de forma admirable: suelta el manto que le impide levantarse, da un salto en medio de su oscuridad y se acerca a Jesús. De su corazón solo brota una petición: "Maestro, que recobre la vista". Si sus ojos se abren, todo cambiará. El relato concluye diciendo que el ciego recobró la vista y "le seguía por el camino".

Esta es la curación que necesitamos hoy los cristianos. El salto cualitativo que puede cambiar a la Iglesia. Si cambia nuestro modo de mirar a Jesús, si leemos su Evangelio con ojos nuevos, si captamos la originalidad de su mensaje y nos apasionamos con su proyecto de un mundo más humano, la fuerza de Jesús nos arrastrará. Nuestras comunidades conocerán la alegría de vivir siguiéndolo de cerca.


Padre José Antonio Pagola

domingo, 21 de octubre de 2018

NO HA DE SER ASÍ, MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 21 OCTUBRE 2018


No ha de ser así



Hoy nos enseña Jesús algo esencial y muy difícil de cumplir en nuestra religión. Se trata de tener una actitud totalmente diferente de lo que piensa el mundo. La mayoría de las personas piensan que es más importante quien tiene más poder o está por encima de los demás en dignidad, en dinero y en otras cosas materiales. Sin embargo Jesús nos dice que es más importante quien más está al servicio de los demás. La mayoría de los “cristianos” no nos lo creemos. Y sin embargo miles y miles de cristianos verdaderos sí lo han creído y lo han practicado y lo siguen practicando.

Jesús iba con sus apóstoles camino de Jerusalén. Ya les había anunciado por tres veces que iban a Jerusalén, donde él moriría a manos de las autoridades. Ellos estaban perplejos y no lo entendían o no lo querían entender. Ciertamente que también Jesús les decía que a los tres días resucitaría; pero esto menos lo entendían, porque se quedaban a pensar lo primero, lo cual les parecía extraño y casi como una blasfemia. Ellos habían aprendido desde niños que cuando viniera el Mesías, sería el rey triunfante que les haría dominar sobre todas las naciones. Algunos pensaban que con las armas; otros al menos pensaban que sería mediante las creencias religiosas en el Dios todopoderoso, protector especialmente de ellos. Los apóstoles, al ir caminando hacia Jerusalén, pensaban en su interior, que ésta sería la hora en que se declararía rey y sería proclamado así en la capital. Seguro que entre ellos lo comentaban.

Con ese pensamiento, Santiago y Juan, hermanos, se atreven a proponer algo grande para ellos. Al fin y al cabo ellos eran de los más estimados por Jesús. Dice el evangelista san Mateo que fue la madre de los dos hermanos quien se atrevió a hacer la proposición. Le proponen los dos puestos más importantes en ese reino. Jesús no les reprendió, porque veía una buena voluntad. Por eso les dijo que no sabían lo que pedían. Sin embargo les puso las condiciones, que eran beber el mismo cáliz que Él y ser bautizados en el mismo bautismo. Cuando el evangelista escribía esto, ya sabían que se trataba de imitar a Jesús en la entrega total, hasta dar su sangre para que otros puedan conseguir el Reino. Los dos hermanos dijeron a Jesús que estaban dispuestos a ello. Seguro que en ese momento no sabían lo que prometían, pero manifestaban su decisión y buena voluntad. A Jesús le gustó esa decisión; sin embargo les dijo que la cuestión de puestos no entraba en sus planes, pues estaba ya determinado.

Entonces Jesús enseñó cuáles son los planes de Dios en cuanto a la importancia. Resulta que los otros diez apóstoles, que todavía estaban bastante “verdes” en cuanto al verdadero seguimiento de Cristo, se pusieron a discutir sobre quiénes debían ser los primeros en ese Reino. En ese momento es cuando Jesús nos enseña que en ese Reino de Dios la importancia es totalmente diferente de lo mundano. El más importante va a ser quien más sea servidor de los demás. Él mismo se pone de ejemplo.

No es que todos los que mandan sean perversos; pero la realidad es que el poder es una gran tentación y la realidad de la historia nos dice que la mayoría de los que tienen el poder lo aprovechan para su propio beneficio material. Y ello aunque en la propaganda electoral digan que están al servicio del pueblo. ¡Ojalá sea verdad! Se nos ha metido demasiado el concepto mundano de importancia. Y esto hasta en muchos ámbitos eclesiales y de trabajo por la Iglesia. Alguno puede sacar la conclusión de que, si es así, la mayoría de “cristianos” no son cristianos. Pues es verdad. O podemos decir que son cristianos a medias. El estar al servicio de otros no es sólo hacer obras buenas de caridad, que se pueden hacer para ganar “méritos” y mejores puestos, sino que es sobre todo una actitud. Es el desear una vida plena y gozosa para los demás; es el aplaudir las obras buenas de otros y procurar aumentarlo. Una cosa es procurar aumentar económicamente en una familia para el bien de los hijos y otra el querer estar por encima de los demás. Servir es el hacer el bien, dejando que el premio lo dé Dios.



Padre Silverio Velasco

domingo, 7 de octubre de 2018

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 7 OCTUBRE 2018


CONTRA EL PODER DEL VARÓN



Los fariseos plantean a Jesús una pregunta para ponerlo a prueba. Esta vez no es una cuestión sin importancia, sino un hecho que hace sufrir mucho a las mujeres de Galilea y es motivo de vivas discusiones entre los seguidores de diversas escuelas rabínicas: «¿Le es lícito al marido separarse de su mujer?».

No se trata del divorcio moderno que conocemos hoy, sino de la situación en que vivía la mujer judía dentro del matrimonio, controlado absolutamente por el varón. Según la Ley de Moisés, el marido podía romper el contrato matrimonial y expulsar de casa a su esposa. La mujer, por el contrario, sometida en todo al varón, no podía hacer lo mismo.

La respuesta de Jesús sorprende a todos. No entra en las discusiones de los rabinos. Invita a descubrir el proyecto original de Dios, que está por encima de leyes y normas. Esta ley «machista», en concreto, se ha impuesto en el pueblo judío por la dureza del corazón de los varones, que controlan a las mujeres y las someten a su voluntad.

Jesús ahonda en el misterio original del ser humano. Dios «los creó varón y mujer». Los dos han sido creados en igualdad. Dios no ha creado al varón con poder sobre la mujer. No ha creado a la mujer sometida al varón. Entre varones y mujeres no ha de haber dominación por parte de nadie.

Desde esta estructura original del ser humano, Jesús ofrece una visión del matrimonio que va más allá de todo lo establecido por la Ley. Mujeres y varones se unirán para «ser una sola carne» e iniciar una vida compartida en la mutua entrega, sin imposición ni sumisión.

Este proyecto matrimonial es para Jesús la suprema expresión del amor humano. El varón no tiene derecho alguno a controlar a la mujer como si fuera su dueño. La mujer no ha de aceptar vivir sometida al varón. Es Dios mismo quien los atrae a vivir unidos por un amor libre y gratuito. Jesús concluye de manera rotunda: «Lo que Dios unió que no lo separe el hombre».

Con esta posición, Jesús está destruyendo de raíz el fundamento del patriarcado bajo todas sus formas de control, sometimiento e imposición del varón sobre la mujer. No solo en el matrimonio, sino en cualquier institución civil o religiosa.

Hemos de escuchar el mensaje de Jesús. No es posible abrir caminos al reino de Dios y su justicia sin luchar activamente contra el patriarcado. ¿Cuándo reaccionaremos en la Iglesia con energía evangélica contra tanto abuso, violencia y agresión del varón sobre la mujer? ¿Cuándo defenderemos a la mujer de la «dureza de corazón» de los varones?


Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola

Mc (10,2-16)

domingo, 30 de septiembre de 2018

DEJAR DE LADO EL ORGULLO - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 30 SEPTIEMBRE


Dejar de lado el orgullo 




En un cine el protagonista es predicador evangélico.  Se llama a sí mismo “el Apóstol”.  En una escena este predicador mira a un sacerdote bendiciendo una flota de botes de pesca.  No muestra ningún enojo o envidia.  Sólo comenta: “Ellos hacen las cosas en su manera, y yo en mi manera.  Ambos de nosotros cumplimos la tarea”.  De una manera el Apóstol muestra la misma apertura de Jesús en el evangelio hoy.

Juan viene alterado a Jesús.  Los discípulos han encontrado a un exorcista trabajando en su nombre.  Porque no era de los doce, buscan la aprobación del Señor por haberlo prohibido.  Se quiere preguntar: ¿Qué es el problema al fondo?  ¿Es que el exorcista tiene una doctrina extraña? A través del Nuevo Testamento hay gran preocupación por enseñanzas falsas.  Pero el texto no dice nada de doctrina, sólo que el exorcista hizo un servicio en el nombre de Jesús.  A lo mejor los doce resienten que un no conocido se atrevería a hacer el ministerio suyo.  Recordamos cómo eran los doce que recibieron la comisión de expulsar demonios.  También nos acordamos del pasaje del domingo pasado.  Los discípulos entonces discutían entre sí sobre quién era el más importante.  Los discípulos no son purificados de sus tendencias a pecar.  Tienen tan gran orgullo que no quieren que nadie se meta en su campo de ministerio.  En contraste Jesús no tiene una mente estrecha. Quiere que todos experimenten los frutos del Reino de Dios.  Rechaza la petición de Juan firmemente.  Dice: “’Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor’”.

Se ha dicho que el orgullo fue el primer pecado.  Adán y Eva comieron de la fruta porque querían ser grande como Dios.  Se puede ver fácilmente cómo el orgullo lleva a otros pecados en nuestras vidas.  Por el orgullo caemos en la envidia cuando nos entristecemos con el éxito del otro.  Por el orgullo mentimos para esconder nuestras faltas.  En estos modos actuamos en contra de este evangelio hoy.  Jesús está pidiendo que sus discípulos sean perfectos para que no causen escándalo a la “gente sencilla”.   Habla de manera exagerada para enfatizar su posición: “Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela…” Tenemos el ejemplo de San Francisco de Asís, cuyo día festivo vamos a celebrar en los pocos días más.

Francisco solía decir a todos que él era el peor pecador del mundo.  Cuando sus compañeros le preguntaron cómo podría ser, él les respondió que era la verdad porque a pesar de que Dios le había dado tantos dones, él seguía pecando.  Aunque nos parece exagerado el reclamo que era el peor pecador, tenemos que decir que Francisco de ningún modo era orgulloso.  Al contrario, era muy humilde.  Lo admiramos por su sencillez y por su compromiso completo a los modos de Jesús. Tanto como cualquier santo, Francisco merece nuestra imitación.

Moisés dice en la primera lectura: “’Ojalá que… descendiera sobre todos ellos el espíritu del Señor".  Es lo que ha pasado con la resurrección de Jesucristo de la muerte.  Todos sus discípulos, ciertamente incluyendo a nosotros, son purificados de los pecados.  Ya podemos desvestirnos del orgullo.  Ya podemos hacer lo bueno, evitar lo malo, y nunca causar escándalo.  Ya podemos ser si no perfectos, al menos mucho mejor que antes.



Padre Carmelo Mele O.P

domingo, 23 de septiembre de 2018

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 23 SEPTIEMBRE 2018


Comentario al Evangelio del domingo, 23 de septiembre de 2018
 Fernando Torres cmf


Vivir lo que Jesús nos enseña

      Los discípulos no fueron santos de golpe. En realidad, nadie en la historia de la Iglesia ha sido un perfecto cristiano desde el principio de sus días. Ser cristiano es ser seguidor de Jesús y a serlo sólo se aprende siguiendo el camino de la vida con Jesús. Es un camino largo, a veces complicado. En él hay momentos de gozo y alegría y también momentos difíciles. Pero hay algo que debe estar claro desde el principio: en el seguimiento de Jesús todos somos hermanos, todos estamos al mismo nivel, todos compartimos todo. Lo mismo que Jesús lo compartió todo con nosotros. Incluso a su Padre del cielo. Incluso su Espíritu. 

      A lo largo del camino, Jesús va enseñando a los discípulos. Como cualquier estudiante en cualquier colegio del mundo, los discípulos no lo entienden todo a la primera. A veces, ni a la segunda. Pero Jesús, el buen maestro, no pierde la calma. Y repite la explicación. Eso es lo que se ve en el Evangelio de hoy. Después de haber hecho tanto camino juntos –ya están cerca del final porque Jesús les está ya anunciando su muerte–, los discípulos discuten entre sí quién es el más importante entre ellos. Se ve que no han entendido nada. No importa. Jesús con toda paciencia repite la explicación: “El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. 

      No hay que dar por supuesto que los discípulos lo entendiesen ya para siempre. Recordemos que en el momento de la cruz todos salieron corriendo llenos de miedo. Pero seguro que hubo otras repeticiones. Y en la carta de Santiago, vemos que la lección está aprendida y se transmite a las siguientes generaciones de creyentes. Claro que tampoco el que la lección esté aprendida significa que se haga realidad en la vida de las personas. En la comunidad de Santiago posiblemente habían oído la lección más de una vez. Ya la “sabían”. Pero en la práctica seguían presentes las envidias y rivalidades, las discordias y conflictos. Santiago tiene que recordar una vez más lección de la fraternidad. 

      Hoy nosotros seguimos necesitando escuchar esa lección de vez en cuando. Porque en nuestra vida, en nuestras familias, en nuestras comunidades, de vez en cuando hay brotes de violencia, de envidia, hay rencores que no nos dejan vivir en paz y que nos amargan la existencia, hay demasiadas aspiraciones a los primeros puestos, a ser importantes. Hoy nos viene bien que Jesús nos repita la lección: “El que quiera ser el primero...”



Para la reflexión

      ¿Tengo rencores, envidias, conflictos, guardados en mi corazón? ¿Qué consecuencias traen para mi vida personal, para mi familia, para mi comunidad? ¿Buenas o malas? ¿Qué sucedería si siguiese de verdad el consejo de Jesús sobre el servicio? ¿Viviría mejor y más feliz?

lunes, 17 de septiembre de 2018

LA FE DEL CENTURIÓN


La fe del centurión
Para creer, son de gran importancia la humildad y la sencillez del corazón


Por: F.L. Mateo Seco | Fuente: Opusdei.es 




Cuenta san Lucas que, terminado el sermón de la montaña, Nuestro Señor entró en Cafarnaún. “Había allí un centurión que tenía un siervo enfermo, a punto de morir, a quien quería mucho. Habiendo oído hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que viniera a curar a su siervo"[1]. La escena es encantadora: en el comienzo de la vida pública del Señor, durante el ministerio en Galilea, he aquí que le llega una embajada solicitándole un milagro. La envía un centurión –una persona importante en la ciudad–, que tiene un siervo gravemente enfermo para pedirle su curación.

El envío de esos mensajeros es fruto de un sentimiento de indignidad por parte del centurión: no se consideraba digno de presentarse ante Jesús, ni de que Jesús entrase en su casa, que era la casa de un «gentil». Todo hace pensar que aquel oficial se había formado un alto concepto de la dignidad de Jesús y que conocía las costumbres y leyes del pueblo judío en lo referente al trato con los «gentiles». Por esta razón, cuando sabe que Jesús viene hacia la casa, envía una segunda embajada pidiéndole que no se moleste en llegar hasta ella. Los enviados se lo comunican al Señor con unas palabras que la Iglesia evoca a diario en la liturgia de la Santa Misa: «Domine, non sum dignus ut intres sub tectum meum, sed tantum dic verbo…»[2] Señor, “no soy digno de que entres en mi casa (…). Pero dilo de palabra y mi criado quedará sano"[3]. El Señor alaba esta actitud y exclama ante la multitud que le acompaña: “Os digo que ni siquiera en Israel he encontrado una fe tan grande"[4]. Cuando los enviados vuelven a la casa, ya está curado el siervo. San Lucas recalca que Jesús se admiró de la humildad y de la fe del centurión. Esta vez ha sido un «gentil», es decir, alguien no perteneciente al pueblo escogido, el que ha dado ejemplo de «fe», llenando de alegría al Señor.

Un obsequio razonable

Jesús ha calificado como fe el comportamiento del centurión que tiene muchas facetas: la confianza absoluta en el poder del Señor, la sencilla manifestación de humildad, la confesión pública de su dignidad. Todo sucede ante la multitud que rodea al Señor, sin que el militar se recate de confesar su «indignidad» y de mostrar su fe. Jesús alaba la decisión del centurión, en la que van unidas la humildad y la confianza en su Persona junto con el reconocimiento de que Él viene de parte de Dios. Estas son las disposiciones que la Iglesia desea suscitar en nosotros al pedir que, inmediatamente antes de acercamos a recibir la Sagrada Comunión, nos dirijamos al Señor con esas palabras, aumentando así nuestras disposiciones de fe, de humildad y de confianza.

El centurión ha oído hablar de Jesús y de su poder de curar; quizás han llegado hasta sus oídos algunas palabras pronunciadas por el Señor en el Sermón del Monte, o quizás también alguien le haya contado algún milagro. En cualquier caso, no ha podido escuchar todavía noticias de muchas cosas, pues nos encontramos en el comienzo de la vida pública. Y sin embargo, lo poco que le ha llegado ha sido suficiente para hacerle creer y confiar en Jesús; algo le ha dado a su corazón motivo suficiente para creer en su poder, incluso para entrever la «dignidad» del Señor.

La fe es un «obsequio razonable» a Dios, pues se apoya en unos motivos que hacen razonable el creer, más aún, que nos dicen que debemos creer, pues, junto con la gracia de Dios, se nos han dado signos suficientes que nos indican que debemos fiarnos de Él. No creemos en el absurdo, sino en algo que está por encima de nuestra inteligencia. Y creemos, porque se nos dan razones suficientes para hacer el paso hacia la fe de manera razonable y honesta. La fe no sería un obsequio que el hombre ofrece a Dios, si no tuviese esas dos características: Dios quiere la adhesión de nuestra inteligencia a su palabra, no la anulación de la razón; quiere su apertura a la verdad, no que se ciegue ante ella adhiriéndose al absurdo. Escribe san Ireneo, «como desde el principio el ser humano fue dotado del libre albedrío, Dios, a cuya imagen fue hecho, siempre le ha dado el consejo de perseverar en el bien, que se perfecciona por la obediencia a Dios. Y no sólo en cuanto a las obras, sino también en cuanto a la fe, el Señor ha respetado la libertad y el libre albedrío del hombre... como se demuestra en las palabras de Jesús al centurión: Vete, que te suceda según tu fe»[5].

La fe es un acto humano que perfecciona al hombre en cuanto tal, y esto no sería así, si le llevase a actuar contra su razón. La fe no es involución de la inteligencia, sino apertura a la verdad por el camino de la confianza en quien nos la propone. Esa confianza es esencial para que la fe sea razonable. En el caso de la fe teologal, se trata de una adhesión que se debe a Dios y sólo a Él. «La fe es ante todo una adhesión personal del hombre a Dios; es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado. En cuanto adhesión personal a Dios y a la verdad que Él ha revelado, la fe cristiana difiere de la fe en una persona humana. Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que Él dice»[6]: «es razonable tener fe en Él, cimentar la propia seguridad sobre su Palabra»[7].


Un corazón sencillo

La fe es un obsequio razonable a Dios, pero la «racionabilidad» de la fe no justifica lo que podría calificarse como un «corazón desconfiado», «un corazón duro», que necesita demasiados motivos para creer. Lo vemos en la actitud del Señor ante quienes no acababan de aceptar su Resurrección a pesar de los testimonios fiables que les llegaban. Cuenta san Marcos que el Señor “se apareció a los Once cuando estaban a la mesa y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no creyeron a los que lo habían visto resucitado"[8], es decir, no habían dado crédito al testimonio de quienes vieron al Señor resucitado antes que ellos. El reproche por la incredulidad y dureza de corazón de estos discípulos es buena muestra de la importancia de un corazón abierto a la fe, y es un contrapunto ejemplar que destaca la figura del centurión en su descomplicada apertura a la fe.

Para creer, son de gran importancia la humildad y la sencillez del corazón, porque es en el corazón «donde nos abrimos a la verdad y al amor, y dejamos que nos toquen y nos transformen en lo más hondo»[9]. La fe compromete a la persona entera, pues es, antes que nada, confianza en Dios que se revela y confianza también en Aquel que ha ofrecido el testimonio de su palabra y de su vida, y lo sigue ofreciendo por medio de su Iglesia: Jesucristo. Esta confianza, esencial en la fe, implica no sólo la inteligencia, sino también el corazón, «precisamente porque la fe se abre al amor»[10]. Leemos en la Carta a los Romanos: Porque si confiesas con tu boca «Jesús es el Señor», y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, te salvarás. Porque con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa la fe para la salvación[11].


La fe es obsequio a Dios, porque es fiarse de Él. El afán desmesurado de seguridad, que brota de una predisposición interior a la desconfianza, es un grave obstáculo para la fe, que tiene un doble carácter de don. Antes que nada es don de Dios al hombre, es gracia; después, es también respuesta del hombre a Dios, donación de sí mismo en una apertura confiada: «Para dar la respuesta de la fe es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu, y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad. Y para que la inteligencia de la revelación sea más profunda, el mismo Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe por medio de sus dones»[12].


Todo es posible para el que cree

Es una fe llena de confianza la que hace posible los «milagros», especialmente en el apostolado. Ya lo anotó san Josemaría en Camino,: “Omnia possibilia sunt credenti –Todo es posible para el que cree. –Son palabras de Cristo. –¿Qué haces, que no le dices con los apóstoles “adauge nobis fidem!" –¡auméntame la fe!?"[13]. Por este motivo, ante las dificultades,solía repetir: “–Ecce non est abbreviata manus Domini -¡El brazo de Dios, su poder, no se ha empequeñecido!"[14]. Y en otra ocasión, escribía: “Que eres... nadie. –Que otros han levantado y levantan ahora maravillas de organización, de prensa, de propaganda. –¿Que tienen todos los medios, mientras tú no tienes ninguno?... Bien: acuérdate de Ignacio: Ignorante, entre los doctores de Alcalá. –Pobre, pobrísimo, entre los estudiantes de París. –Perseguido, calumniado... Es el camino: ama, cree y ¡sufre!: tu Amor y tu Fe y tu Cruz son los medios infalibles para poner por obra y para eternizar las ansias de apostolado que llevas en tu corazón"[15].

Son palabras escritas por san Josemaría en los comienzos del Opus Dei, en medio de unas circunstancias a veces humanamente duras, que parecían hacer imposible lo que Dios le pedía. Sus palabras y su ejemplo pueden servirnos el peso de nuestra debilidad se haga especialmente patente, y parezca que lo que Dios pide a cada uno es poco menos que imposible. En esos momentos, es necesario atender a nuestro corazón y pedir al Señor un corazón sencillo, que no exige seguridades humanas, un corazón como el del centurión de Cafarnaún. Un corazón que, por estar abierto a Dios, es capaz de entregarse generosamente a los demás con la certeza que da la fe en el amor de Dios y con la seguridad que da la esperanza.

_________________________________________ 

[1] Lc 7, 2-3.

[2] Misal Romano, rito de comunión. Cfr. Mt 8, 8.

[3] Lc 7, 6-7.

[4] Lc 7, 9.

[5] San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, XXXVII, 1.5.

[6] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 150.

[7] Francisco, Carta enc. Lumen fidei, 29-VI-2013, n. 23.

[8] Mc 16, 14.

[9] Francisco, Carta enc. Lumen fidei, 29-VI-2013, n. 26.

[10] Francisco, Litt. enc. Lumen fidei, 29-VI-2013, n. 26.

[11] Rom 10, 9-10.

[12] Conc. Vaticano II, Const. dogm. Dei Verbum, n. 5.

[13] San Josemaría, Camino, n. 588.

[14] San Josemaría, Camino, n. 586.

[15] San Josemaría, Camino, n. 474.

domingo, 16 de septiembre de 2018

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO: TOMAR EN SERIO A JESÚS


TOMAR EN SERIO A JESÚS




El episodio de Cesarea de Filipo ocupa un lugar central en el evangelio de Marcos. Después de un tiempo de convivir con él, Jesús hace a sus discípulos una pregunta decisiva: «¿Quién decís que soy yo?». En nombre de todos, Pedro le contesta sin dudar: «Tú eres el Mesías». Por fin parece que todo está claro. Jesús es el Mesías enviado por Dios, y los discípulos lo siguen para colaborar con él.

Pero Jesús sabe que no es así. Todavía les falta aprender algo muy importante. Es fácil confesar a Jesús con palabras, pero todavía no saben lo que significa seguirlo de cerca compartiendo su proyecto y su destino. Marcos dice que Jesús «empezó a enseñarles» que debía sufrir mucho. No es una enseñanza más, sino algo fundamental que los discípulos tendrán que ir asimilando poco a poco.

Desde el principio les habla «con toda claridad». No les quiere ocultar nada. Tienen que saber que el sufrimiento los acompañará siempre en su tarea de abrir caminos al reino de Dios. Al final será condenado por los dirigentes religiosos y morirá ejecutado violentamente. Solo al resucitar se verá que Dios está con él.

Pedro se rebela ante lo que está oyendo. Su reacción es increíble. Toma a Jesús consigo y se lo lleva aparte para «increparlo». Había sido el primero en confesarlo como Mesías. Ahora es el primero en rechazarlo. Quiere hacer ver a Jesús que lo que está diciendo es absurdo. No está dispuesto a que siga ese camino. Jesús ha de cambiar esa manera de pensar.

Jesús reacciona con una dureza desconocida. De pronto ve en Pedro los rasgos de Satanás, el tentador del desierto que busca apartarlo de la voluntad de Dios. Se vuelve de cara a los discípulos y «reprende» literalmente a Pedro con estas palabras: «Ponte detrás de mí, Satanás»: vuelve a ocupar tu puesto de discípulo. Deja de tentarme. «Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres».

Luego llama a la gente y a sus discípulos para que escuchen bien sus palabras. Las repetirá en diversas ocasiones. No han de olvidarlas jamás. «Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga».

Seguir a Jesús no es obligatorio. Es una decisión libre de cada uno. Pero hemos de tomar en serio a Jesús. No bastan confesiones fáciles. Si queremos seguirlo en su tarea apasionante de hacer un mundo más humano, digno y dichoso, hemos de estar dispuestos a dos cosas. Primero, renunciar a proyectos o planes que se oponen al reino de Dios. Segundo, aceptar los sufrimientos que nos pueden llegar por seguir a Jesús e identificarnos con su causa.


Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Mc (8,27-35)

domingo, 9 de septiembre de 2018

ROMPER NUESTRA SORDERA


Romper nuestra sordera
¿Es Dios el que se ha quedado mudo, o somos nosotros los que nos hemos quedado sordos?


Por: Monseñor José Ignacio Munilla Aguirre | Fuente: www.enticonfio.org 




¿Es Dios el que se ha quedado mudo, o somos nosotros los que nos hemos quedado sordos? Basta que nos asomemos a la Sagrada Escritura, para convencernos de lo segundo. Precisamente, en ella se presenta a Jesucristo como la Palabra pronunciada por Dios Padre para romper nuestra “sordera” y para acallar los ruidos que, dentro y fuera de nosotros, nos impiden escuchar la voz divina, la de nuestra conciencia y la de nuestros hermanos.

Al igual que hizo con el sordomudo del Evangelio (cfr. Mc 7, 34), también hoy, Jesucristo “toca nuestros oídos y nuestra lengua” y pronuncia su poderoso “effetá!” (¡ábrete!). Es una llamada a abrirnos a la escucha de la voz de Dios que resuena en nuestro interior, como un eco de la predicación de la Iglesia y del clamor de tantas personas y situaciones, a través de las cuales Dios sigue saliendo a nuestro encuentro. Ciertamente, distraídos por mil reclamos y replegados en nuestros problemas, tenemos el riesgo de permanecer sordos a la VOZ de quien es la PALABRA: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap 3, 20).

La tarea de la Nueva Evangelización que se nos presenta en el Tercer Milenio, consiste en ofrecernos como altavoces del Verbo Divino: poner voz a esa Palabra de Dios, buscando conductos eficaces para que su mensaje eterno llegue al hombre moderno. Para romper la sordera de nuestro Occidente secularizado, como decía Juan Pablo II, es necesario emprender la Evangelización con nuevos métodos, nuevas expresiones y un nuevo coraje, en fidelidad al mensaje inmutable de Cristo y de su Iglesia. No podemos permanecer impasibles mientras que Dios es un auténtico desconocido para un gran número de nuestros hermanos. El celo apostólico nos lleva a revivir aquel sentimiento apremiante de San Pablo: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1Cor 9, 16).

Pero, nos equivocaríamos si pensásemos que el problema principal de la Evangelización es un problema de métodos. Los métodos son de gran ayuda e indispensables, pero nuestra necesidad fundamental es la de un celo apostólico ardiente, que sólo puede brotar de un corazón enamorado de Dios. Ésta es la clave de la Nueva Evangelización: ¡Sólo los enamorados enamoran! Y a ello hemos de añadir la búsqueda de recursos creativos, actuales y eficaces para llegar a quienes permanecen sordos a esa Voz que viene de lo alto. Ciertamente, en nuestros días es más urgente que nunca anunciar a Jesucristo en los grandes areópagos modernos de la cultura, de la ciencia, de la economía, del arte, de la música y de los medios de comunicación.

Concluyo transcribiendo algunos de los eslóganes que la Iglesia de Singapur divulgó en la prensa local. Fueron publicados uno a uno, en días sucesivos, a modo de reclamo publicitario, con el deseo de “romper nuestra sordera”.

“¿Qué debo hacer para llamar tu atención? ¿Poner un aviso en el periódico?”
(Dios)

“Necesitamos hablar.”
(Dios)

“Si te perdiste el amanecer que hice hoy para ti, no importa. Te haré otro mañana.”
(Dios)

“¿Te imaginas el precio del “aire” si te lo trajera otro proveedor?”
(Dios)

“No te olvides el paraguas. Hoy tengo que regar las plantas.”
(Dios)

“Si piensas que la Gioconda es asombrosa, deberías ver mi obra maestra… en el espejo.”
(Dios)

“Venid a mi casa el domingo antes del partido.”
(Dios)

“Amo las fiestas de casamiento, invítame a tu boda.”
(Dios)

“Diles a los niños que les amo.”
(Dios)

“¿Leíste mi primer best-seller? Es todo un desafío.”
(Dios)

“¿Tienes alguna idea de adónde vas?”
(Dios)

“Eso de “amar al prójimo”… lo dije en serio.”
(Dios)

“¡No me hagas bajar!”
(Dios)

sábado, 23 de junio de 2018

NO OS PREOCUPÉIS Y ANGUSTIÉIS


¡No os preocupéis y angustiéis!
Hay que cuidar que las preocupaciones no nos paralicen.


Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer 




Mateo 6, 24-34
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso os digo: No estéis agobiados por la vida, pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?
¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?
¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues, si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados, pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso.
Sobre todo buscad el reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos.»

Reflexión
1. Jesús, en el Evangelio de hoy, nos revela el rostro de Dios-Padre: su amor paternal que se manifiesta en su providencia para con cada hombre.
Sabemos que el Padre tiene un plan de vida, que es un plan de amor, para cada uno de sus hijos, para cada uno de nosotros. Por medio de este plan providente quiere conducir y llevarnos a su reino, hacia su casa paterna. No sólo nos creó, sino también nos provee y cuida de todos nuestros pasos.
Y si ya vela con solicitud sobre criaturas insignificantes como “los pájaros del cielo” y “los lirios del campo”, aún cuando no hacen nada - cuánto más cuidado tendrá de estas criaturas más dignas y preferidas que somos nosotros.

2. Por eso, Jesús nos exhorta: ¡No os angustiéis! ¡No os preocupéis!
Pero esto no nos impide trabajar, sino todo lo contrario: el Evangelio da ánimo para trabajar. Cristo alaba al criado que, cuando viene su dueño, está ocupado (Lc 12,43). Cristo no quiere gente ociosa. Él condena, en la parábola de los talentos, al criado infiel por no haber hecho fructificar su talento.

La verdadera fe no tiene nada que ver con la ociosidad, con la pasividad. El cristiano no tiene nada que ver con el fatalista. Dios nos ha dado la capacidad para el trabajo. Éste es el primero de sus dones, la primera señal de su providencia.

Cristo no nos pone en guardia contra la ocupación, sino contra la preocupación - ni contra el trabajo, sino contra la intranquilidad. “No os preocupéis diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?”

Hay que ocuparse, razonablemente, de todo esto, pero sin intranquilizarse, porque la intranquilidad es precisamente lo que paraliza la acción, lo que impide obrar como es debido.

3. Lo que Cristo nos pide, en el Evangelio de hoy, es la cosa más natural del mundo: la confianza. Es la misma confianza, que acá en la tierra el hijo da a sus padres, el marido a su esposa, el alumno a su maestro. Lo que es indispensable en las relaciones sociales, Dios-Padre lo espera también de nosotros: que tengamos confianza en Él.

Si estamos inquietos, angustiados, nerviosos - es probable que ello ocurra porque nos falta la confianza en Dios. Es el miedo que paraliza y hace ineficaz el esfuerzo. Cuando mejor se trabaja es cuando hay confianza.

Dios está con nosotros en nuestra vida, en cada momento, hoy y también mañana. ¡Contamos cada día con Él! La inquietud por el mañana perjudica el trabajo de hoy: “No os inquietéis por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción”.

4. Pero Cristo no condena la previsión ni el ahorro. Tenemos que saber prever razonablemente las cosas y estamos obligados a ahorrar.
Pero no exijamos una seguridad total, porque no la tendremos nunca. Es preciso aceptar cierta inseguridad necesaria. Tenemos que asegurarnos, pero no es posible que nos aseguremos contra todo. No hay que buscar el medio de poder prescindir de la providencia.

Incluso con los hijos: tenemos que saber pensar en ellos, pero no protegerlos contra la providencia. No debe-mos enseñarles que puedan prescindir del Padre. Por supuesto, tenemos que amarlos, educarlos bien, instruirlos todo lo que podamos, darles las mejores posibilidades para el porvenir.
Pero, sobre todo, debemos enseñarles la alegría y la tranquilidad de que tienen un Padre en el cielo, y que - como nosotros - pueden poner en Él toda su confianza filial.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

Padre Nicolás Schwizer
Instituto de los Padres de Schoenstatt

domingo, 10 de junio de 2018

QUÉ ES MÁS SANO? MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 10 JUNIO 2018


¿QUÉ ES MÁS SANO?



La cultura moderna exalta el valor de la salud física y mental, y dedica toda clase de esfuerzos para prevenir y combatir las enfermedades. Pero, al mismo tiempo, estamos construyendo entre todos una sociedad donde no es fácil vivir de modo sano.

Nunca ha estado la vida tan amenazada por el desequilibrio ecológico, la contaminación, el estrés o la depresión. Por otra parte, venimos fomentando un estilo de vida donde la falta de sentido, la carencia de valores, un cierto tipo de consumismo, la trivialización del sexo, la incomunicación y tantas otras frustraciones impiden a las personas crecer de manera sana.

Ya S. Freud, en su obra El malestar en la cultura, consideró la posibilidad de que una sociedad esté enferma en su conjunto y pueda padecer neurosis colectivas de las que tal vez pocos individuos sean conscientes. Puede incluso suceder que dentro de una sociedad enferma se considere precisamente enfermos a aquellos que están más sanos.

Algo de esto sucede con Jesús, de quien sus familiares piensan que «no está en sus cabales», mientras los letrados venidos de Jerusalén consideran que «tiene dentro a Belzebú».

En cualquier caso, hemos de afirmar que una sociedad es sana en la medida en que favorece el desarrollo sano de las personas. Cuando, por el contrario, las conduce a su vaciamiento interior, la fragmentación, la cosificación o disolución como seres humanos, hemos de decir que esa sociedad es, al menos en parte, patógena.

Por eso hemos de ser lo suficientemente lúcidos como para preguntarnos si no estamos cayendo en neurosis colectivas y conductas poco sanas sin apenas ser conscientes de ello.

¿Qué es más sano, dejarnos arrastrar por una vida de confort, comodidad y exceso que aletarga el espíritu y disminuye la creatividad de las personas o vivir de modo sobrio y moderado, sin caer en «la patología de la abundancia»?

¿Qué es más sano, seguir funcionando como «objetos» que giran por la vida sin sentido, reduciéndola a un «sistema de deseos y satisfacciones», o construir la existencia día a día dándole un sentido último desde la fe? No olvidemos que Carl G. Jung se atrevió a considerar la neurosis como «el sufrimiento del alma que no ha encontrado su sentido».

¿Qué es más sano, llenar la vida de cosas, productos de moda, vestidos, bebidas, revistas y televisión o cuidar las necesidades más hondas y entrañables del ser humano en la relación de la pareja, en el hogar y en la convivencia social?

¿Qué es más sano, reprimir la dimensión religiosa vaciando de trascendencia nuestra vida o vivir desde una actitud de confianza en ese Dios «amigo de la vida» que solo quiere y busca la plenitud del ser humano?


Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Mc 3, 20-35

sábado, 5 de mayo de 2018

MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 6 MAYO 2018


Comentario al Evangelio del domingo, 6 de mayo de 2018
 Fernando Torres cmf



El amor que se adelanta a nuestro amor 

     El Evangelio de hoy va al centro de la vida cristiana. Nos habla del mandamiento, del único mandamiento: “que se amen unos a otros como yo los he amado”. Pero, ¿puede ser el amor un mandamiento, una ley, una orden? ¿Nos pueden ordenar que amemos? En realidad, el amor es algo que brota de adentro de la persona pero no de una orden recibida de otro. En el ejército se dan órdenes y se obedecen. En el trabajo sucede lo mismo. Pero nadie nos puede ordenar lo que tenemos que sentir hacia los que nos rodean. Eso es algo diferente. 

     Jesús sabe que es algo diferente. Jesús ha experimentado el amor de Dios. Es más, ha experimentado que Dios es amor. Su presencia en nuestro mundo es signo concreto, real, de ese amor de Dios por cada uno de nosotros. Ese amor es el que nos da la vida. El amor de Dios es el que creó este mundo y el que lo mantiene en su existencia, a pesar de lo mal que lo tratamos y que nos tratamos unos a otros. Ahí está la razón por la que Jesús habla del “mandamiento del amor”. Porque Dios nos ha amado primero. Porque somos criaturas de su amor. El amor, como dice la segunda lectura, no es algo que nace de nosotros sino que nace en Dios. Él es el origen del amor, de esa corriente vital sin la que no podemos vivir. 

     No hay forma de ponerle fronteras a ese amor que viene de Dios. Para Dios no hay judíos ni paganos. Ésa es la sorpresa que se llevan los judíos en la lectura de los Hechos de los Apóstoles. Dios va más allá de las normas, de las tradiciones. Su amor es más fuerte que cualquier ley humana. Dios se regala y se da a todos. 

     Las lecturas de hoy nos hablan del mandamiento del amor. Pero en realidad nos invitan a fijarnos en el amor con el que Dios nos ama y nos cuida. Sólo de esa experiencia brotará nuestro propio amor, nuestra capacidad de amar y regalar vida a los que nos rodean. Es algo parecido a intentar convencer a alguien de que no ir a Misa los domingos es pecado. Es mucho mejor invitarle a venir a nuestra comunidad, hacerle que disfrute en la celebración de la Eucaristía con los cantos, con la fraternidad, con el encuentro con Jesús. Es posible que vuelva. Pero si le amenazamos con el pecado, es muy fácil que no vuelva. Con el amor sucede algo parecido. Nadie va a amar bajo la amenaza de una multa si no lo hace. Pero es muy fácil que ame si se ha experimentado amado y reconocido por los que le rodean. Hoy está en nuestras manos hacer conocer a los que viven con nosotros el amor con el que Dios les ama. No otra cosa significa en la práctica ser cristianos. 


Para la reflexión

      ¿Sé que Dios me ama? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué signos concretos y prácticos tengo de ese amor de Dios? ¿Será posible que el amor que recibo de los que me rodean sea el mejor signo del amor de Dios? ¿Cómo transmito ese amor de Dios a los que están a mi alrededor?
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