Dejar de lado el orgullo
En un cine el protagonista es predicador evangélico. Se llama a sí mismo “el Apóstol”. En una escena este predicador mira a un sacerdote bendiciendo una flota de botes de pesca. No muestra ningún enojo o envidia. Sólo comenta: “Ellos hacen las cosas en su manera, y yo en mi manera. Ambos de nosotros cumplimos la tarea”. De una manera el Apóstol muestra la misma apertura de Jesús en el evangelio hoy.
Juan viene alterado a Jesús. Los discípulos han encontrado a un exorcista trabajando en su nombre. Porque no era de los doce, buscan la aprobación del Señor por haberlo prohibido. Se quiere preguntar: ¿Qué es el problema al fondo? ¿Es que el exorcista tiene una doctrina extraña? A través del Nuevo Testamento hay gran preocupación por enseñanzas falsas. Pero el texto no dice nada de doctrina, sólo que el exorcista hizo un servicio en el nombre de Jesús. A lo mejor los doce resienten que un no conocido se atrevería a hacer el ministerio suyo. Recordamos cómo eran los doce que recibieron la comisión de expulsar demonios. También nos acordamos del pasaje del domingo pasado. Los discípulos entonces discutían entre sí sobre quién era el más importante. Los discípulos no son purificados de sus tendencias a pecar. Tienen tan gran orgullo que no quieren que nadie se meta en su campo de ministerio. En contraste Jesús no tiene una mente estrecha. Quiere que todos experimenten los frutos del Reino de Dios. Rechaza la petición de Juan firmemente. Dice: “’Todo aquel que no está contra nosotros, está a nuestro favor’”.
Se ha dicho que el orgullo fue el primer pecado. Adán y Eva comieron de la fruta porque querían ser grande como Dios. Se puede ver fácilmente cómo el orgullo lleva a otros pecados en nuestras vidas. Por el orgullo caemos en la envidia cuando nos entristecemos con el éxito del otro. Por el orgullo mentimos para esconder nuestras faltas. En estos modos actuamos en contra de este evangelio hoy. Jesús está pidiendo que sus discípulos sean perfectos para que no causen escándalo a la “gente sencilla”. Habla de manera exagerada para enfatizar su posición: “Si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela…” Tenemos el ejemplo de San Francisco de Asís, cuyo día festivo vamos a celebrar en los pocos días más.
Francisco solía decir a todos que él era el peor pecador del mundo. Cuando sus compañeros le preguntaron cómo podría ser, él les respondió que era la verdad porque a pesar de que Dios le había dado tantos dones, él seguía pecando. Aunque nos parece exagerado el reclamo que era el peor pecador, tenemos que decir que Francisco de ningún modo era orgulloso. Al contrario, era muy humilde. Lo admiramos por su sencillez y por su compromiso completo a los modos de Jesús. Tanto como cualquier santo, Francisco merece nuestra imitación.
Moisés dice en la primera lectura: “’Ojalá que… descendiera sobre todos ellos el espíritu del Señor". Es lo que ha pasado con la resurrección de Jesucristo de la muerte. Todos sus discípulos, ciertamente incluyendo a nosotros, son purificados de los pecados. Ya podemos desvestirnos del orgullo. Ya podemos hacer lo bueno, evitar lo malo, y nunca causar escándalo. Ya podemos ser si no perfectos, al menos mucho mejor que antes.
Padre Carmelo Mele O.P
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