El
triunfo de María es también el triunfo de sus hijos. María ha subido al
cielo en cuerpo y alma para decirnos que un día estaremos con Ella, de
manera semejante. Ahí nos espera; en ninguna otra parte, con los brazos
abiertos para abrirnos la puerta de la gloria.
La mujer que podemos definir como Amor vivió en este mundo sólo
amando: amando a Dios, a su Hijo Jesús desde que lo llevaba en su seno
hasta que lo tuvo en brazos desclavado de la cruz. Amó a su querido
esposo san José, y amó a todos y cada uno de sus hijos desde que Jesús
la proclamó madre de todos ellos.
Desde su asunción a los cielos ha seguido amando durante dos mil
años a Dios y a los hombres: Es un amor muy largo y profundo. Y apenas
ha comenzado la eternidad de su amor.
Dentro de ese océano de ternura que es el Corazón de María estamos
tú y yo para alegrarnos infinitamente. Desde el cielo una Madre nos ama
con singular predilección. La fe en este amor debe llenar nuestra vida
de alegría, de paz y de esperanza.
Dios adelantó el reloj de la eternidad para que María pudiese
inaugurar con su hijo nuestra eternidad. Mientras nosotros esperamos,
Ella goza de Dios con su cuerpo inmaculado, el que fue cuna de Jesús
durante nueve meses.
El cuerpo en el que Dios habitó es digno de todo respeto. Está
eternizado en el cielo, incorrupto, feliz como estará un día el nuestro.
El cuerpo que vivirá eternamente en el cielo es digno de todo respeto.
No se debe degradar lo que será tan dignamente tratado. Pasará por la
corrupción, pero sólo para resucitar en nueva espiga y nuevo cuerpo
inmortal, incorrupto, puro y santo.
"Voy a prepararos un lugar": Así hablaba Jesús a los apóstoles con
emoción contenida. Personalmente se encargaría de tener listo ese lugar.
Pero sabemos quién le ayudaría cariñosamente a preparar dicho lugar:
María Santísima. Ella le ayudó -y de qué manera tan eficaz- en sus
primeros pasos a la Iglesia militante. Ella sigue ayudando con su
amorosa intercesión a la Iglesia purgante y, de manera muy particular, a
preparar la definitiva estancia a la Iglesia triunfante.
Podremos estar seguros de ver un ramo de flores con una tarjeta y
nuestro nombre: Hijo, hija, cuánto me costaste. Pero ya estás aquí.
También habrá un crucifijo con esta leyenda: “Te amé y me entregué a la
muerte por ti”. Jesús. Habrá un ramo de almendro florido colocado por
Jesús de parte de María.
El premio de los justos es el cielo, la felicidad eterna. Poco lo
pensamos. Mucho lo ponemos en peligro. “Alegraos más bien de que
vuestros nombres estén escritos en el cielo”. Sabremos entonces por qué
decía Jesús estas solemnes palabras, cuando veamos con los ojos
extasiados lo que ha preparado Dios a sus hijos. Si les dio su sangre y
su vida, ¿no les iba a dar el cielo?
Pero aquí andamos distraídos, perdidos, olvidados, comiendo los
frutos agraces del pecado que pudre la sangre y envenena el alma.
Cuantas veces emprendimos el camino del infierno. Tantas otras una mano
cariñosa y firme nos hizo volver al camino del cielo. Pensamos en todo
menos en los mejor y lo más hermoso. ¡Pobres ignorantes, ingratos,
desconsiderados!
El cielo es cielo por Dios y María. Al fin nos encontraremos cara a
cara con los dos más grandes amores de nuestra vida. Entonces sabremos
lo que es estar locamente enamorados y para siempre de las personas más
dignas de ser amadas. Enamorados de Dios, en un éxtasis eterno de amor:
amados por el Amor Infinito, la Bondad Infinita. Ahí comprenderemos
los misterios del amor aquí muy poco comprendidos. Volveremos a Belén a
amar infinitamente, eternamente a aquel Dios hecho niño por nosotros.
Volveremos a la fuente de Nazareth donde Jesús llenó el cántaro de María
tantas veces. Volveremos al Cenáculo a quedar de rodillas y extasiados
ante la institución de la Eucaristía, y comprenderemos las palabras del
evangelista Juan: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo,
los amó hasta el extremo”.
Volveremos al Calvario y querremos quedarnos allí mucho, mucho
tiempo, siglos para contemplar con el corazón en llamas el amor más
grande, la ternura más delicada, y comprenderemos cada uno lo que Pablo
decía: “Líbreme Dios de gloriarme en nada si no es en la cruz de
nuestro Señor Jesucristo”. Pediremos permiso de bajar a la tierra para
visitar los Santos lugares no como turistas sino como locamente
enamorados.
Al cielo subió la Puerta del cielo. Sueño en ese momento en que
tocaré a la puerta. Y saldrá a abrirme con los brazos abiertos y una
sonrisa celestial María Santísima. Tendré que sostenerme para no morir
otra vez, pero de puro gozo al ver sus ojos de cielo, su rostro
bellísimo, su amor increíble pero real.
María es la mujer más triunfadora. La humilde esclava del Señor ha
logrado lo que ninguna mujer famosa ha conseguido. Eligió como meta
cumplir la voluntad de Dios; como motivación el amor. El Premio: La
Asunción los cielos en cuerpo y alma. Así nos enseña de forma
contundente la mejor forma de vivir.
Preguntas o comentarios al autor
P. Mariano de Blas LC