miércoles, 24 de agosto de 2022

EL EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 24 DE AGOSTO DE 2022 - SAN BARTOLOMÉ APÓSTOL



24 de Agosto: San Bartolomé, apóstol

Miércoles 24 de agosto de 2022



 Ver 1ª Lectura y Salmo

1ª Lectura (Ap 21,9-14): El ángel me habló así: «Ven acá, voy a mostrarte a la novia, a la esposa del Cordero». Me transportó en éxtasis a un monte altísimo, y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios, trayendo la gloria de Dios. Brillaba como una piedra preciosa, como jaspe traslúcido. Tenía una muralla grande y alta y doce puertas custodiadas por doce ángeles, con doce nombres grabados: los nombres de las tribus de Israel. A oriente tres puertas, al norte tres puertas, al sur tres puertas, y a occidente tres puertas. La muralla tenía doce basamentos que llevaban doce nombres: los nombres de los apóstoles del Cordero.



Salmo responsorial: 144

R/. Que tus fieles, Señor, proclamen la gloria de tu reinado.

Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles; que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas.

Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y la majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad.

El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que lo invocan sinceramente.

Versículo antes del Evangelio (Jn 1,49): Aleluya. Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Aleluya.

Texto del Evangelio (Jn 1,45-51): En aquel tiempo, Felipe se encontró con Natanael y le dijo: «Ése del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret». Le respondió Natanael: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?». Le dice Felipe: «Ven y lo verás». Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño». Le dice Natanael: «¿De qué me conoces?». Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi». Le respondió Natanael: «Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel». Jesús le contestó: «¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».



«Ven y lo verás»

Mons. Christoph BOCKAMP Vicario Regional del Opus Dei en Alemania

(Bonn, Alemania)



Hoy celebramos la fiesta del apóstol san Bartolomé. El evangelista san Juan relata su primer encuentro con el Señor con tanta viveza que nos resulta fácil meternos en la escena. Son diálogos de corazones jóvenes, directos, francos... ¡divinos!

Jesús encuentra a Felipe casualmente y le dice «sígueme» (Jn 1,43). Poco después, Felipe, entusiasmado por el encuentro con Jesucristo, busca a su amigo Natanael para comunicarle que —por fin— han encontrado a quien Moisés y los profetas esperaban: «Jesús el hijo de José, el de Nazaret» (Jn 1,45). La contestación que recibe no es entusiasta, sino escéptica : «¿De Nazaret puede haber cosa buena?» (Jn 1,46). En casi todo el mundo ocurre algo parecido. Es corriente que en cada ciudad, en cada pueblo se piense que de la ciudad, del pueblo vecino no puede salir nada que valga la pena... allí son casi todos ineptos... Y viceversa.

Pero Felipe no se desanima. Y, como son amigos, no da más explicaciones, sino dice: «Ven y lo verás» (Jn 1,46). Va, y su primer encuentro con Jesús es el momento de su vocación. Lo que aparentemente es una casualidad, en los planes de Dios estaba largamente preparado. Para Jesús, Natanael no es un desconocido: «Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Jn 1,48). ¿De qué higuera? Quizá era un lugar preferido de Natanael a donde solía dirigirse cuando quería descansar, pensar, estar sólo... Aunque siempre bajo la amorosa mirada de Dios. Como todos los hombres, en todo momento. Pero para darse cuenta de este amor infinito de Dios a cada uno, para ser consciente de que está a mi puerta y llama necesito una voz externa, un amigo, un “Felipe” que me diga: «Ven y verás». Alguien que me lleve al camino que san Josemaría describe así: buscar a Cristo; encontrar a Cristo; amar a Cristo. 

CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LA HISTORIA DE LA CRIATURA COMO MISTERIO DE LA GESTACIÓN



Catequesis del Papa Francisco sobre “La historia de la criatura como misterio de la gestación”

Redacción ACI Prensa

 Crédito: Pablo Esparza/ACI Group



El Papa Francisco concluyó sus catequesis sobre la vejez en la Audiencia General de este miércoles 24 de agosto, donde habló acerca de “Los dolores de la creación: la historia de la criatura como misterio de la gestación”.


A continuación, las palabras del Papa Francisco:


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!  


Acabamos de celebrar la Asunción al cielo de la Madre de Jesús. Este misterio ilumina el  cumplimiento de la gracia que ha plasmado el destino de María y que también ilumina nuestro destino, que es el cielo.

 Con esta imagen de la Virgen asunta al cielo quisiera concluir el ciclo de las catequesis sobre la vejez. En  occidente la contemplamos elevada hacia arriba envuelta por una luz gloriosa; en oriente se representa  tumbada, durmiente, rodeada por los Apóstoles en oración, mientras el Señor Resucitado la lleva entre las  manos como si fuera una niña. 

La teología ha reflexionado siempre sobre la relación de esta singular "asunción" con la muerte,  que el dogma no define. Creo que sería aún más importante explicitar la relación de este misterio con la resurrección del Hijo, que abre el camino de la generación a la vida a todos nosotros. 

En el acto divino de  la reunificación de María con Cristo resucitado no trasciende simplemente la normal corrupción corporal  de la muerte humana, sino se anticipa la asunción corporal de la vida de Dios. En efecto, se anticipa el  destino de la resurrección que nos concierne: porque, según la fe cristiana, el Resucitado es el  primogénito de muchos hermanos y hermanas.  El Señor resucitado ha sido el primero, luego iremos nosotros. Este es nuestro destino, resucitar.

Podríamos decir – siguiendo la palabra de Jesús a Nicodemo – que es como volver a nacer (cf. Jn 3, 3-8). Si el primero ha sido un nacimiento sobre la tierra, el segundo es el nacimiento en el cielo. No por  casualidad el Apóstol Pablo, en el texto que se ha leído al principio, habla de los dolores de parto (cf. Rm 8,22). Como, recién salidos del seno de nuestra madre, somos siempre nosotros, el mismo ser humano  que estaba en el vientre, así, después de la muerte, nacemos en el cielo, en el espacio de Dios, y somos siempre nosotros los que hemos caminado sobre esta tierra. Análogamente a lo que le sucedió a Jesús: el  Resucitado es siempre Jesús: no pierde su humanidad, su vivencia, ni siquiera su corporeidad, porque sin  ella ya no sería Él, no sería Jesús. Con su humanidad y sus vivencias.

Nos lo dice la experiencia de los discípulos, a quienes Él aparece durante cuarenta días tras su  resurrección. El Señor muestra las heridas que sellaron su sacrificio; pero ya no son las fealdades del  envilecimiento sufrido dolorosamente, ya son la prueba indeleble de su amor fiel hasta el final. ¡Jesús  resucitado con su cuerpo vive en la intimidad trinitaria de Dios!

Y en ella no pierde la memoria, no  abandona su propia historia, no disuelve las relaciones en las que vivió en la tierra. A sus amigos les  prometió: «Cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin  de que donde yo esté, estén también ustedes» (Jn 14,3).  Y Él vendrá, no sólo al final para todos, sino que vendrá cada vez para cada uno de nosotros, vendrá a buscarnos, a buscarnos para llevarnos con Él.

En este sentido, la muerte es un poco el paso al encuentro con Jesús, que me está esperando para llevarme con Él. 

El Resucitado vive en el mundo de Dios, donde hay sitio para todos, donde se forma una nueva  tierra y se va construyendo la ciudad celestial, hogar definitivo del hombre. Nosotros no podemos  imaginar esta transfiguración de nuestra corporeidad mortal, pero estamos seguros de que ella mantendrá  nuestros rostros reconocibles y nos permitirá permanecer seres humanos en el cielo de Dios. Nos  permitirá participar, con sublime emoción, a la exuberancia infinita y feliz del acto creador de Dios, del  que viviremos en primera persona todas las aventuras interminables.

Jesús, cuando habla del Reino de Dios, lo describe como un banquete de bodas, como una fiesta  con los amigos, como el trabajo que hace perfecta la casa, o las sorpresas que hacen la cosecha más rica de la siembra. Tomar en serio las palabras evangélicas sobre el Reino habilita nuestra sensibilidad a gozar  del amor laborioso y creativo de Dios, y nos pone en sintonía con el destino inaudito de la vida que  sembramos.

En nuestra vejez, queridas y queridos coetáneos, hablo a los ancianos y ancianas, la importancia de tantos "detalles" de los  que se constituye la vida - una caricia, una sonrisa, un gesto, un trabajo apreciado, una sorpresa  inesperada, una alegría acogedora, un vínculo fiel - se hace más grave. 

Lo esencial de la vida, al que en  las cercanías de nuestra despedida nos damos más importancia, nos parece definitivamente claro. He aquí:  esta sabiduría de la vejez es el lugar de nuestra gestación, que ilumina la vida de los niños, de los jóvenes,  de los mayores, de toda la comunidad. Los ancianos debemos ser esto, luz para los demás.

Toda nuestra vida aparece como una semilla que deberá ser  enterrada para que nazca su flor y su fruto. Nacerá, junto con todo el mundo. No sin dolores, no sin dolor,  pero nacerá (cf. Jn 16,21-23). Y la vida del cuerpo resucitado será cien y mil veces más viva que la que  probamos en esta tierra (cf. Mc 10,28-31).  

El Señor resucitado, no por casualidad, mientras espera a los Apóstoles a la orilla del lago, asa el  pescado (cf. Jn 21,9) y luego se lo ofrece. Este gesto de amor atento nos hace intuir lo que nos espera mientras pasamos a la otra orilla. Sí, queridos hermanos y hermanas, especialmente vosotros, ancianos, lo  mejor de la vida todavía está por ver. Somos ancianos, ¿qué más podemos ver? Lo mejor. Porque lo mejor de la vida todavía está por ver. Esperemos, esperemos esta plenitud de vida que nos espera a todos cuando el Señor nos llame. 

Que la Madre del Señor y Madre nuestra, que nos ha precedido en el  Paraíso, nos devuelva la inquietud de la espera.  Porque no es una espera anestesiada, no es una espera aburrida, no. Es una espera con inquietud, una espera de cuándo vendrá mi Señor, cuándo podré ir…y da un poco de miedo porque este camino no sé qué significa, y pasar aquella puerta da un poco de miedo. Pero está siempre la mano del Señor que te lleva adelante, y pasada la puerta está la fiesta.

Estemos atentos, vosotros queridos ancianos y ancianas coetáneos, estemos atentos, Él no está esperando. Es solo un camino, y después la fiesta. Gracias. 

HOY CELEBRAMOS A SAN BARTOLOMÉ, 24 DE AGOSTO

SAN BARTOLOMÉ

Jesús no mira por casualidad.
San Bartolomé, conocido como Natanael. Bastó que Jesús le dijera “te vi, cuando estabas debajo de la higuera”, para que Natanael se convenciera de que Jesús era a quien debía de seguir. Y es que cuando Jesús ve, elige.

Se dice que Bartolomé llegó a una de las ciudades principales de Armenia y presentándose ante el Rey cuando recibía oráculos del demonio por medio del ídolo Astarot, éste enmudeció. Los sacerdotes preguntaron a otro demonio por la causa y este les dijo que fue el hombre llamado Bartolomé, pues viene en nombre de Dios.

Su fama se esparcía por todos lados, convirtiendo a la gente. Le conocían por el apóstol del verdadero Dios o el obrador de milagros. El rey, urgido de su ayuda porque su hija estaba poseída por un demonio, lo mando a llamar y cuando Bartolomé puso un pie en la corte, inmediatamente el demonio liberó a su hija. El rey le ofreció oro, pero santo le dijo que venía para su conversión y la de sus vasallos.

Los hechiceros, buscaron ayuda en el hermano del rey, ordenando que lo desollaran vivo. Pero al ver que no dejaba de predicar, le cortaron la cabeza.

Se le retrata con un cuchillo y una Biblia, por su tenaz labor apostólica y por su martirio. Su ejemplo de firmeza y su disposición en el seguimiento a Jesús, nos inspiren a darlo todo por el todo, hasta dejar la piel si es necesario.

Del santo Evangelio según san Juan 1, 45-51

En aquel tiempo, Felipe se encontró con Natanael y le dijo: “Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés en la ley y también los profetas. Es Jesús de Nazaret, el hijo de José”. Natanael replicó: “¿Acaso puede salir de Nazaret algo bueno?”. Felipe le contestó: “Ven y lo verás”.
Cuando Jesús vio que Natanael se acercaba, dijo: “Éste es un verdadero israelita en el que no hay doblez”. Natanael le preguntó: “¿De dónde me conoces?”. Jesús le respondió: ‘‘Antes de que Felipe te llamara, te vi cuando estabas debajo de la higuera”. Respondió Natanael: “Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel”. Jesús le contestó: “Tú crees, porque te he dicho que te vi debajo de la higuera. Mayores cosas has de ver”. Después añadió: “Yo les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre”.

CONOCE A SANTA ROSA DE LIMA


SANTA ROSA DE LIMA

La belleza que Dios le da al alma que le adora, excede la imaginación.

Santa Rosa de Lima, primera santa de América. Se llamaba Isabel de nacimiento, pero su madre la llamaba mi pequeña Rosa por la dulzura de su rostro. Fue bautizada por Santo Toribio de Mogrovejo, Obispo de Lima, con el nombre de Rosa, que le va bien por sus innumerables muestras de piedad, que evidenciaban la belleza de su alma.

A muy temprana edad tenía una especial atracción por Jesucristo en la Eucaristía y en la cruz, a quien veía en los pobres y dolientes llevándolos a su casa para atenderlos con gran caridad.

Siendo niña, tuvo una visión, en la que el niño Jesús le decía “Rosa de mi corazón, yo te quiero por esposa, consagra a mí todo tu amor” y desde ese día, le consagró su vida. A santa Rosa de Lima, la movía su deseo de santidad inspirado por Santa Catalina de Siena. Y el 10 de agosto de 1606, vistió el hábito de las monjas de la orden de Terciarias Dominicas.

Construyó una pequeña capilla en el jardín de su casa, donde solo cabía ella y Jesús, pero ahí encontraba todo el deleite para su vida. Se mortificaba grandemente, demasiado talvez para su edad, pero en aquel tiempo, era la forma de dominar las pasiones del cuerpo y educar el alma.

Fue amiga de san Martín de Porres, otro gran santo dominico.

Santa Rosa, Patrona de Hispanoamérica, Perú y de las Islas Filipinas. Indescriptible es la belleza de un alma que se entrega a Dios por amor verdadero.


 

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