martes, 21 de marzo de 2017

DAME DE BEBER


Dame de beber



Nos encontramos viviendo la Cuaresma. Preparando nuestro corazón para que pueda irradiar la luz de Cristo Resucitado en la Pascua. Esa luz que recibimos el día del Bautismo y que en la Confirmación  prometimos no ocultarla jamás.

Uno de los signos de la Cuaresma es el desierto. Ese lugar inhóspito, deshabitado, silencioso, sin plantas, caracterizado por la falta de agua. Es el lugar de la soledad, del sufrimiento, del cansancio, de la oración…Dios habla en el silencio. Dios habita en la profundidad del corazón. Dios le habla a cada uno de manera tal que lo pueda comprender. Como un padre o una madre les hablan a sus hijos pequeños.

“Lo que embellece el desierto es que esconde un pozo en cualquier parte”. “Dame de beber”. “Tengo sed de esta agua”. Estas son palabras del Principito al aviador, cuando luego de una larga caminata a través del desierto, encuentran un pozo de agua. Y es a causa de este pedido que el aviador comprende qué era lo que el Principito deseaba. “Esa agua era más que un simple alimento. Había nacido de la caminata bajo las estrellas, del canto de la polea, del esfuerzo de sus brazos. Era buena para el corazón”. Al libro de Saint Exupéry siempre se le puede encontrar algo nuevo, por más que se haya leído y releído muchas veces.

Es duro soportar la sed. Sentir la necesidad de beber y no poder hacerlo por falta de agua. Jesús sintió sed más de una vez. Tenía las necesidades humanas porque es hombre. Es hombre y es Dios. San Juan nos habla en el Evangelio de la sed de Jesús, cuando un mediodía, cansado luego de una larga caminata rumbo a Galilea,  se sentó junto al pozo de Jacob, en Samaría, (Juan 4,5-26) a esperar a una mujer samaritana. Porque, sin duda,  no es casualidad el encuentro del Señor con esa mujer sino obra de la Providencia Divina. Ella va a buscar agua a ese pozo profundo y Jesús le dice: “Dame de beber”. La samaritana reacciona extrañada. No entiende cómo un judío habla con una mujer, samaritana para colmo, ya que la enemistad entre ambos pueblos existía desde mucho tiempo atrás. ¿Quién este hombre que le pide agua con humildad y que, paradójicamente, le asegura que él posee un agua viva capaz de apagar la sed para siempre? Y compara esa agua viva con un manantial interior que mana hasta la vida eterna. ¡Jesús es esa agua viva!

La mujer confunde las palabras del Señor y ve en ellas la posibilidad de no tener que volver al pozo a buscar agua. ¡Qué alivio! Ante el giro que va tomando la conversación, el Divino Maestro, toca ese lugar del corazón, ese desierto, esa profundidad, donde la mujer guarda su secreto, su historia personal, y le habla de su pasado y de su presente. Hay en ella asombro, silencio, sacudón de la conciencia.

¿Por qué esta mujer había tenido cinco maridos? ¿Había quedado cinco veces viuda? ¡Era alguien de mala fama? ¿La habían abandonado esos hombres? No lo sabemos. La samaritana desvía el tema  hacia lo formal religioso, pregunta dónde se debe adorar a Dios, si donde lo hacen los samaritanos o en Jerusalén, como los judíos. Jesús le responde que el Padre quiere adoradores verdaderos. Dios es espíritu y por eso quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad. Lo importante no es el lugar.

¡Qué transformación profunda produce en el alma de esta mujer el encuentro con Jesús, que deja todo, se olvida el cántaro y corre a contarles a sus vecinos lo sucedido!  ¡Se convierte en apóstol! ¡Una mujer! ¡Una samaritana! Y ellos le creen. No es la misma mujer que iba todos los días al pozo. ¡Es una nueva mujer! Una mujer valiente. Que tiene el coraje, la fuerza para volver a empezar, a pesar de todo. Tiene esperanza.

Jesús tenía sed, pero fue más importante para él sacar a la mujer del pozo, de la oscuridad en que se encontraba, que saciar su sed. Volvieron los apóstoles con alimentos, que tampoco probó porque Él vino para hacer la voluntad del Padre. Ese es su manjar más delicioso. Y la voluntad del Padre es que todos los seres humanos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2,4). Para eso vino Jesús. Eso es lo urgente. Él, ayer a la samaritana, y hoy a cada uno de nosotros, le habla al corazón. Porque como le explicó el zorro al Principito: “Lo esencial es invisible a los ojos. Sólo se ve bien con el corazón”.


© Ana María Casal

NUNCA EN LA OTRA ORILLA


Nunca en la otra orilla



Vivir feliz es un arte. Y nada contribuye tanto a la paz del corazón como valorar todo lo bueno, agradable y valioso de la propia situación. Serás optimista y lleno de esperanza cuando te acostumbres a detectar cada día todo lo que te da satisfacción y contento, todo lo que te gratifica. Y sencillamente lo agradeces a Dios, sin compararte con los demás.

¿Por qué miras siempre hacia el otro lado? ¿Por qué piensas siempre que los otros, amigos, conocidos y vecinos, son más dichosos, y dices con ligereza: “A los otros les va mucho mejor, y yo que doy lo mejor de mí, no llego a nada?” La otra orilla siempre es más bella. Yace muy lejos. Como petrificado, miras fijamente hacia la bella claridad. Jamás tuviste en cuenta que también los de la otra orilla te observan y piensan que posees mucha más felicidad, pues ellos solo ven tu parte agradable. Tus pequeñas y grandes preocupaciones no las conocen. Vivir feliz es un arte. Para ello conviene sentirse satisfecho. La felicidad no está en la otra orilla. ¡Está en tu forma de ver tu orilla!  Aprecia la orilla donde Dios te puso, y no creas que la otra es la mejor, pues Dios te puso donde debes estar.

Enumera los dones y talentos recibidos del Señor, y agradécelos; incluso valora lo que encierra dolor y fracaso, porque hay también la escondida sabiduría de convertir un menos en más, un fracaso en victoria y una cruz en resurrección y vida. Que el Espíritu Santo te dé serenidad y prudencia.


* Enviado por el P. Natalio

EL EVANGELIO DE HOY MARTES 21 DE MARZO DEL 2017


Un corazón perdonado que perdona
San Mateo 18, 21-35. III Martes de Cuaresma



Por: H. Rubén Tornero, LC | Fuente: www.missionkits.org 





En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Jesús, vengo a Ti en este día. Quiero ser consciente de tu grandeza, de tu poder y de tu amor. Creo en Ti, Señor. Sólo Tú conoces las luchas, las victorias y las derrotas que tengo cada día. Te necesito Jesús. Soy débil y pequeño. Te necesito para no desfallecer, para encontrar lo que mi corazón a cada segundo anhela: un amor que nunca termine, un amor que nunca falle, un amor eterno… un amor que sea el tuyo, Jesús.
Regálame la gracia de que en este momento de oración pueda experimentar un poco más tu amor por mí.


Evangelio del día (para orientar tu meditación)
Del santo Evangelio según san Mateo 18, 21-35
En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: "Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?". Jesús le contestó: "No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete".
Entonces Jesús les dijo: "El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron le debía muchos millones. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la deuda. El servidor, arrojándose a sus pies, le suplicaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo". El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda.
Pero, apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba, mientras le decía: "Págame lo que me debes". El compañero se le arrodilló y le rogaba: "Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo". Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.
Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.
Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano".
Palabra del Señor.
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Jesús, al mirar la actitud del siervo duro, me siento indignado. ¿Cómo puede ser posible que justo después de haber sido perdonado este siervo haya sido capaz de una acción tan vil?, ¿qué clase de bellaco era? Y sin embargo, Jesús, aquí, donde podemos hablar de Corazón a corazón, sin necesidad de frases hechas, sin tapujos, tengo que reconocer que yo he sido peor que ese siervo inmisericorde.
Él estaba reclamando lo que legítimamente era suyo. Lo había ganado con el sudor de su frente. Es cierto que estrangular a su compañero no era el mejor método para reclamar lo que le correspondía, pero de ningún modo cometía una fechoría al pedir lo que había prestado… ¿y yo? ¡Ay Jesús! yo muchas veces he reclamado lo que no era mío: mis cualidades, mi tiempo, mis triunfos... no me he dado cuenta que todo esto lo he recibido de Ti y que nada de esto me pertenece. Además, he reclamado, no a un simple compañero, sino a mi hermano, pues todos somos tus hijos, Jesús, aunque yo no siempre trate a los otros como mis hermanos.
El siervo ahorcaba a su compañero. Yo, con mis malos pensamientos y comentarios contra los demás, he matado su buena fama...
Al siervo le perdonaste la deuda... a mí, no sólo me perdonas mis faltas, sino que, además, me regalas tu gracia, tu presencia constante en mi corazón y en la Eucaristía, ¿qué más puedo pedir?
Jesús, perdóname por todas las veces que he sido un infame. Te suplico que me des la gracia de enmendarme. Soy débil y te necesito. Regálame la gracia de que en esta cuaresma pueda hacer la experiencia profunda y personal de tu perdón y tu misericordia, de modo que yo mismo pueda ser para mis hermanos un mensajero de tu amor y de tu misericordia.
Hemos escuchado la parábola con la que Jesús nos enseña a perdonar (cf. Mt 18,21-35). ¿Por qué debemos perdonar a una persona que nos ha hecho mal? Porque nosotros somos los primeros que hemos sido perdonados, e infinitamente más. No hay ninguno entre nosotros, que no ha sido perdonado. Piense cada uno… pensemos en silencio las cosas malas que hemos hecho y como el Señor nos ha perdonado. La parábola nos dice justamente esto: como Dios nos perdona, así también nosotros debemos perdonar a quien nos hace mal. Es la caricia del perdón. El corazón que perdona. El corazón que perdona acaricia. Tal lejos de aquel gesto: «me lo pagaras. El perdón es otra cosa.

(Homilía de S.S. Francisco, 4 de agosto de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Hoy voy a perdonar y ser paciente con quien tengo a mi lado.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Amén.

¡Cristo, Rey nuestro!

¡Venga tu Reino!

Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.

Ruega por nosotros.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Amén.

DIOS PIDE EL SACRIFICIO DE NUESTRO CORAZÓN


Dios pide el sacrificio de nuestro corazón
¿De qué nos sirve sacrificar nuestras cosas si no nos sacrificamos nosotros?


Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net 




“El que en Ti confía no queda defraudado”.

Esta oración del Antiguo Testamento podría resumir la actitud de quien comprende dónde está la esencia fundamental del hombre, dónde está lo que verdaderamente el hombre tiene que llevar a su Creador: un corazón contrito y humillado, como auténtico y único sacrificio, como verdadero sacrificio. ¿De qué nos sirve sacrificar nuestras cosas si no nos sacrificamos nosotros? ¿De qué nos sirve ofrecer nuestras cosas si no nos ofrecemos nosotros? El mensaje de la Escritura es, en este sentido, sumamente claro: es fundamental, básico e ineludible que nosotros nos atrevamos a poner nuestro corazón en Dios nuestro Señor.

“Ahora te seguiremos de todo corazón”. Quizá estas palabras podrían ser también una expresión de lo que hay en nuestro corazón en estos momentos: Padre, quiero seguirte de todo corazón. Son tantas las veces en las que no te he seguido, son tantas las veces en las que no te he escuchado, son tantos los momentos en los que he preferido ser menos generoso; pero ahora, te quiero seguir de todo corazón, ahora quiero respetarte y quiero encontrarte.

Ésta es la gran inquietud que debe brotar en el alma de todos y cada uno de nosotros: Te respetamos y queremos encontrarte. Si éste fuese nuestro corazón hoy, podríamos tener la certeza de que estamos volviéndonos al Señor, de que estamos regresando al Señor y de que lo estamos haciendo con autenticidad, sin posibilidad de ser defraudados.

¿Es así nuestro corazón el día de hoy? ¿Hay verdaderamente en nuestro corazón el anhelo, el deseo de volvernos a Dios? Si lo hubiese, ¡cuántas gracias tendríamos que dar al Señor!, porque Él permite que nuestra vida se encuentre con Él, porque Él permite que nuestra vida regrese a Él. Y si no lo hubiese, si encontrásemos nuestro corazón frío, temeroso, débil, ¿qué es lo que podríamos hacer? La oración continúa y dice: “Trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia”.

También el Señor es consciente de que a veces en el corazón del hombre puede haber un quebranto, una duda, un interrogante. Y es consciente de que, en el corazón humano, tiene que haber un espacio para la misericordia y la clemencia de Dios. Dejemos entrar esta clemencia y esta misericordia en nuestra alma; hagamos de esta Cuaresma el cambio, la transformación, los días de nuestra decisión por Cristo. No permitamos que nuestra vida siga corriendo engañada en sí misma.

Sin embargo, Dios está pidiendo el sacrificio de nuestro corazón: “Un sacrificio de carneros y toros, un millar de corderos cebados”. El reto de responder a ese Dios que nos llama por nuestro nombre, el reto de respoder a ese Dios que nos invita a seguirlo en nuestro corazón, en nuestra vida, en nuestra vocación cristiana puede ser, a veces, un reto muy pesado; sin embargo, ahí está Dios nuestro Señor dispuesto a prestarnos el suplemento de fuerza, el suplemento de generosidad, el suplemento de entrega y el suplemento de fidelidad que quizá a nosotros nos pudiese faltar en nuestro corazón.

Si nos sentimos flaquear, si no somos capaces, Señor, de encontrarnos contigo, de estar a tu lado, de resistir tu paso, de ir al ritmo que Tú nos estás pidiendo, hagamos la oración tan hermosa de la primera lectura: “Trátanos según tu clemencia y tu abundante misericordia”. Si tengo miedo de soltar mi corazón, si tengo miedo de pagar alguna deuda que hay en mi alma... “Trátame según tu clemencia y tu abundante misericordia”. Si todavía en mi interior no hay esa firme decisión de seguirte , tal y cómo Tú me lo pides, con el rostro concreto por el cual Tú me quieres llamar... “Trátame según tu clemencia y tu abundante misericordia”.

Que ésta sea la actitud de nuestra alma, que éste sea el auténtico sacrificio que ofrecemos a Dios nuestro Señor. A Él no le interesan nuestras cosas, le interesamos nosotros; no busca nuestras cosas, nos busca a nosotros. Somos, cada uno de nosotros, el objeto particular de la predilección de Dios nuestro Señor.

Que en esta Cuaresma seamos capaces de abrir nuestro corazón, como auténtico sacrificio, en la presencia de Dios. O, que por lo menos, se fortalezca en nuestro interior la firme decisión de dar al Señor lo que quizá hasta ahora hemos reservado para nosotros. Quitar ese miedo, esa inquietud, esa falta total de disponibilidad que, a lo mejor, hasta estos momentos teníamos exclusivamente en nuestras manos.

Que la Eucaristía se convierta para nosotros en una poderosa intercesión ante Dios Padre por medio de su Hijo Jesucristo, para que en este tiempo de Cuaresma logremos renovarnos y transformarnos verdaderamente. Que nos permita abrir nuestra mente a nuestro Señor, con un corazón dispuesto a lanzarse en esa obra hermosísima de la santificación que Dios nos pide a cada uno de nosotros.

PAPA FRANCISCO: EL CONFESIONARIO NO ES UNA LAVANDERÍA, HAY QUE SENTIR VERGUENZA


Papa Francisco: El confesionario no es una lavandería, hay que sentir vergüenza
Por Miguel Pérez Pichel
 Foto: L'Osservatore Romano





VATICANO, 21 Mar. 17 / 05:55 am (ACI).- “El confesionario no es una lavandería para limpiar las manchas de la conciencia. Al confesarse hay que sentir vergüenza de los pecados”, dijo el Papa Francisco en la Misa del martes en la Casa Santa Marta, en el Vaticano.

El perdón “es un misterio difícil de entender”, señaló, y destacó que la vergüenza del pecado y el arrepentimiento del pecador pueden ayudar a ser más receptivo al perdón de Dios.

En este sentido, Francisco defendió que el primer paso para una correcta confesión es la vergüenza del propio pecador:


“Si yo pregunto: ‘Pero, ¿todos vosotros sois pecadores?’. ‘Sí, padre. Todos’. ‘¿Y qué hacéis para obtener el perdón de los pecados?’. ‘Nos confesamos’. ‘¿Y cómo vais a confesaros?’. ‘Voy, digo mis pecados, el sacerdote me perdona, me dice que rece tres Avemarías y después me voy en paz’. ¡Pues entonces no has entendido!”.

Esa actitud, advirtió el Obispo de Roma, entraña una profunda hipocresía, “la hipocresía de robar un perdón, un perdón que es falso”.

El Pontífice insistió en que sin sentir vergüenza, ir al confesionario es como ir a “hacer una operación bancaria, a hacer un trabajo de oficina”. “No te has sentido avergonzado de aquello que has hecho. Has visto alguna mancha en tu conciencia y has creído que el confesionario es una tintorería para limpiar las manchas. Has sido incapaz de sentir vergüenza de tus pecados”.

Además, exhortó a creerse que en la confesión, Dios realmente perdona los pecados, porque “si tú no tienes conciencia de haber sido perdonado, nunca podrás perdonar. Nunca. Siempre existe esa actitud de querer pedir cuentas a los demás”.

“El perdón es total. Pero sólo puede hacerse real si siento mi pecado, si me avergüenzo, si tengo vergüenza y pido perdón a Dios, y me siento perdonado por el Padre. De ese modo puedo perdonar. Si no, no se puede perdonar, somos incapaces de ello. Por eso, el perdón es un misterio”.

El Papa finalizó la homilía pidiendo “la gracia de la vergüenza delante de Dios. ¡Es una gran gracia! Avergonzarnos de nuestros propios pecados y, de esa forma, recibir el perdón y la gracia de la generosidad para dar ese perdón a los demás. Si el Señor me ha perdonado tanto, ¿quién soy yo para no perdonar?”.

LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA, 21 DE MARZO


Los cinco minutos de María
Marzo 21



Gracias quiero darte, buena Madre de Jesús; gracias quiero darte por la vida de la gracia; gracias, Madre mía por habernos dado a Cristo, por los hondos beneficios que nos da la redención.
Porque Dios habita en mí y enriquece mi existencia, por el cielo que yo espero, por la vida de esta tierra, por poder llamarte Madre y contar con tu socorro, por confiar en tus bondades, recibir tu protección.

“Madre, tú quisiste a cada hijo en el Corazón de Jesús, aceptaste a cada uno de los miembros de la Iglesia” (san Juan Pablo II). Haz que nuestras comunidades cristianas sean abiertas, hospitalarias, fraternas.


* P. Alfonso Milagro

FELIZ MARTES


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