domingo, 26 de octubre de 2025

ALGO MÁS QUE LEYES Y NORMAS

 


Algo más que leyes y normas


Estamos convencidos de que guardar las normas, las leyes y los reglamentos, como lo hacían los fariseos, es en sí mismo un procedimiento irreprochable. El primero de los dos hombres que subieron al tiempo a orar -según el mismo proclamó- no era ladrón, injusto ni adúltero, sino que, además, ayunaba dos veces por semana y pagaba la décima parte de todos sus ingresos. Concedemos de buena gana que un tal comportamiento es bastante correcto. No todo el mundo, por desgracia, llega hasta ahí.

 

Con todo, una vida de este calibre tiene un grave inconveniente: que se limita a la observancia estricta y escrupulosa de las leyes, de lo que le está impuesto desde fuera. Podríamos afirmar que es una conducta correcta pero insuficiente, porque acaba reduciendo al mínimo su espacio vital que queda materializado en un moralismo a secas. Podríamos preguntarle: ¿Qué pasa cuando la conciencia o el simple sentido común humanitario va más allá de lo que está prescrito por la ley?

 

Resulta que aquel comportamiento es, en el fondo de su intención, la estricta observancia de la ley por la ley, y el único móvil consistente es el egoísmo de sentir tranquilizada la propia conciencia. Todo lo que pretende el sujeto es poder dormir tranquilo mirándose a sí mismo y a su bienestar personal como el objetivo más importante de su vida. Ésta es una manera espiritual de vivir que hace personas encorsetadas y centradas sobre sí mismas, sin alas ni espacio para volar, sin miras

altruistas y generosas que le moverían a mirar a su entorno, al mundo que le rodea para ver qué hace falta ahí y qué puede hacer para que otros puedan también vivir con dignidad y tranquilidad, y el mundo sea un poquito mejor para todos.

 

Para que el mundo sea mejor y la humanidad avance hacia una situación esplendorosa, como correspondería a hijos de Dios llenos de esperanza, se precisan muchas personas con una visión espiritual más amplia, de manera que, sin perder de vista el cumplimiento de las leyes y los mandamientos, se fijen como objetivo irrenunciable de sus vidas el amor y la práctica del bien más allá de lo que está mandado, hasta hacer de sus vidas un servicio desinteresado a favor de los demás; actitud en la cual florece, para el sujeto que la practica, el máximo espacio de felicidad sin barreras, cortapisas ni sombras.

 

Personas con una mentalidad así se pierden de vista a sí mismas, mirando a la humanidad, globalmente considerada como un solo pueblo, una comunidad destinada por Dios al éxito final comunitario.

 

El mensaje de la revelación es claramente éste: un pueblo escogido, un pueblo santificado, un pueblo salvado; unidos todos los hombres por un único destino y una misma suerte. Un pueblo salvado compuesto por personas individuales salvadas. En este sentido debe entenderse quizás el pensamiento de algunos santos, cuando afirman que ninguno se salva solo y ninguno se pierde solo. ¿Entendemos nosotros esta visión global de la Historia de la salvación?

HOMILÍA DE PAPA LEÓN XIV CON MOTIVO DEL JUBILEO DE LOS EQUIPOS SINODALES Y DE LOS ÓRGANOS DE PARTICIPACIÓN



TEXTO COMPLETO: Homilía de Papa León XIV con motivo del Jubileo de los Equipos Sinodales y de los órganos de participación

El Papa lee la homilía en la basílica de San Pedro | Crédito: Daniel Ibañez/ EWTN News

26 de octubre de 2025



Lea aquí el texto completo de la homilía que el Papa León XIV pronunció este domingo en la basílica de San Pedro con motivo del Jubileo de los Equipos Sinodales y de los órganos de participación:


Hermanos y hermanas:

Al celebrar el Jubileo de los equipos sinodales y de los órganos de participación, se nos invita a contemplar y a redescubrir el misterio de la Iglesia, que no es una simple institución religiosa ni se identifica con las jerarquías o con sus estructuras. La Iglesia, en cambio, como nos lo ha recordado el Concilio Vaticano II, es el signo visible de la unión entre Dios y los hombres, de su proyecto de reunirnos a todos en una única familia de hermanos y hermanas y de hacer de nosotros su pueblo, un pueblo de hijos amados, todos unidos en el único abrazo de su amor.

Mirando el misterio de la comunión eclesial, generada y custodiada por el Espíritu Santo, podemos comprender también el significado de los equipos sinodales y de los órganos de participación. Estas estructuras expresan lo que ocurre en la Iglesia, donde las relaciones no responden a las lógicas del poder sino a las del amor. Las primeras —para recordar una admonición constante del Papa Francisco— son lógicas “mundanas”, mientras que en la comunidad cristiana el primado atañe a la vida espiritual, que nos hace descubrir que todos somos hijos de Dios, hermanos entre nosotros, llamados a servirnos los unos a los otros.

La regla suprema en la Iglesia es el amor. Nadie está llamado a mandar, todos lo son a servir; nadie debe imponer las propias ideas, todos deben escucharse recíprocamente; sin excluir a nadie, todos estamos llamados a participar; ninguno posee la verdad toda entera, todos la debemos buscar con humildad, y juntos.

Precisamente la palabra “juntos” expresa la llamada a la comunión en la Iglesia. El Papa Francisco nos lo ha recordado también en su último Mensaje de Cuaresma: «La vocación de la Iglesia es caminar juntos, ser sinodales. Los cristianos están llamados a hacer camino juntos, nunca como viajeros solitarios. El Espíritu Santo nos impulsa a salir de nosotros mismos para ir hacia Dios y hacia los hermanos, y nunca a encerrarnos en nosotros mismos. Caminar juntos significa ser artesanos de unidad, partiendo de la dignidad común de hijos de Dios (Mensaje de Cuaresma, 25 de febrero de 2025).

Caminar juntos. Aparentemente es lo que hacen los dos personajes de la parábola que hemos recién escuchado en el Evangelio. El fariseo y el publicano suben los dos al templo a orar, podríamos decir que “suben juntos” o de todas formas se encuentran juntos en el lugar sagrado; y sin embargo, están divididos y entre ellos no hay ninguna comunicación. Ambos recorren el mismo camino, pero su caminar no es un caminar juntos; ambos se encuentran en el templo, pero uno ocupa el primer lugar y el otro, el último; ambos rezan al Padre, pero sin ser hermanos y sin compartir nada.

Esto depende sobre todo de la actitud del fariseo. Su oración, aparentemente dirigida a Dios, es solamente un espejo en el que él se mira, se justifica y se elogia a sí mismo. Él «subió a orar, pero no quiso rogar a Dios, sino alabarse a sí mismo» (S. AGUSTÍN, Sermón 115,2), sintiéndose mejor que el otro, juzgándolo con desprecio y mirándolo con desdén. Está obsesionado con su ego y, de ese modo, termina por girar en torno a sí mismo sin tener una relación ni con Dios ni con los demás.

Hermanos y hermanas, esto puede suceder también en la comunidad cristiana. Sucede cuando el yo prevalece sobre el nosotros, generando personalismos que impiden relaciones auténticas y fraternas; cuando la pretensión de ser mejor que los demás, como hace el fariseo con el publicano, crea división y transforma la comunidad en un lugar crítico y excluyente; cuando se aprovecha del propio cargo para ejercitar el poder y ocupar espacios.

Es al publicano, en cambio, al que debemos mirar. Con su misma humildad, también en la Iglesia nos debemos reconocer todos necesitados de Dios y necesitados los unos de los otros, ejercitándonos en el amor mutuo, en la escucha recíproca, en la alegría de caminar juntos, sabiendo que «Cristo está con los que son humildes de corazón y no con los que se exaltan a sí mismos por encima de la grey» (S. CLEMENTE DE ROMA, Carta a los corintios, c. XVI).

Los equipos sinodales y los organismos de participación son imagen de esa Iglesia que vive en la comunión. Y hoy quisiera invitarlos a que, en la escucha del Espíritu, en el diálogo, en la fraternidad y en la parresia, nos ayuden a comprender que, en la Iglesia, antes de cualquier diferencia de sexos o de roles, estamos llamados a caminar juntos en busca de Dios, despojándonos del clericalismo y la vanagloria, para revestirnos de los sentimientos de Cristo; ayúdennos a ensanchar el espacio eclesial para que este sea colegial y acogedor.

Esto nos ayudará a afrontar con confianza y con espíritu renovado las tensiones que atraviesan la vida de la Iglesia —entre unidad y diversidad, tradición y novedad, autoridad y participación—, dejando que el Espíritu las transforme, para que no se conviertan en contraposiciones ideológicas y polarizaciones dañinas. No se trata de resolverlas reduciendo unas a otras, sino dejar que sean fecundadas por el Espíritu, para que se armonicen y orienten hacia un discernimiento común.

Como equipos sinodales y miembros de organismos de participación saben ciertamente que el discernimiento eclesial requiere «libertad interior, humildad, oración, confianza mutua, apertura a la novedad y abandono a la voluntad de Dios. No es nunca la afirmación de un punto de vista personal o de grupo, ni se resuelve en la simple suma de opiniones individuales» (Documento final, 26 octubre 2024, n. 82). Ser Iglesia sinodal significa reconocer que la verdad no se posee, sino que se busca juntos, dejándonos guiar por un corazón inquieto y enamorado del Amor.

Queridos hermanos y hermanas, debemos soñar y construir una Iglesia humilde. Un Iglesia que no se mantiene erguida como el fariseo, triunfante y llena de sí misma, sino que se abaja para lavar los pies de la humanidad; una Iglesia que no juzga como hace el fariseo con el publicano, sino que se convierte en un lugar acogedor para todos y para cada uno; una Iglesia que no se cierra en sí misma, sino que permanece a la escucha de Dios para poder, al mismo tiempo, escuchar a todos.

Comprometámonos a construir una Iglesia totalmente sinodal, totalmente ministerial, totalmente atraída por Cristo y por lo tanto dedicada al servicio del mundo. Sobre ustedes, sobre todos nosotros, sobre la Iglesia extendida por el mundo, invoco la intercesión de la Virgen María con las palabras del siervo de Dios don Tonino Bello: «Santa María, mujer afable, alimenta en nuestras Iglesias el anhelo de comunión. [...] Ayúdala a superar las divisiones internas. Interviene cuando el demonio de la discordia serpentea en su seno. Apaga los focos de las facciones. Reconcilia las disputas mutuas. Atenúa sus rivalidades. Detenlas cuando decidan actuar por su cuenta, descuidando la convergencia en proyectos comunes» (Maria, Donna dei nostri giorni, Cinisello Balsamo 1993, 99).

Que el Señor nos conceda la gracia de permanecer enraizados en el amor de Dios para vivir en comunión entre nosotros. De ser, como Iglesia, testigos de unidad y de amor. 

IMÁGENES DE SAN MARTÍN DE PORRES







 

HOY CELEBRAMOS A SAN GREGORIO HERNÁNDEZ - EL MÉDICO DE LOS POBRES - 26 DE OCTUBRE


 

Cada 26 de octubre la Iglesia Católica celebra a San José Gregorio Hernández (1864-1919), a quien en vida ya llamaban “el médico de los pobres”, canonizado hace solo unos días, el 19 de octubre de 2025 por el Papa León XIV.

José Gregorio Hernández fue médico de profesión, y combinó la práctica con la investigación científica y la docencia universitaria. Se hizo miembro de la OFS (Orden Franciscana Seglar) como parte de un camino de discernimiento de los planes de Dios para su vida. Falleció a los 54 años, víctima de un accidente automovilístico.

¿Abogado o médico?

José Gregorio Hernández Cisneros nació el 26 de octubre de 1864 en el pequeño pueblo de Isnotú, Municipio de la Libertad, Distrito Betijoque, en el estado de Trujillo (Venezuela). Fue el primero de seis hermanos, uno de los cuales murió a los 7 meses. José perdió a su madre muy pronto, cuando tenía 8 años. Su padre, un comerciante local de abarrotes, lo envió al colegio, donde empezó a mostrar su talento e inteligencia, al punto que el maestro de aula le sugirió que mandara a su hijo a estudiar a Caracas, la capital del país.

A los 13 años a José Gregorio le agradaba la idea de ser abogado, y así se lo comunicó a su padre, quien le sugirió que vaya por otro camino: la medicina. A partir de entonces, el chico asumió la idea como propia, como una pequeña epifanía de su vocación.

En Caracas ingresó al Colegio Villegas, propiedad de Guillermo Tell Villegas -político venezolano, tres veces presidente interino de Venezuela-, quien describió alguna vez a José Gregorio como “poco dado a jugar con sus compañeros”, uno de esos alumnos que “prefería pasar el tiempo libre en compañía de los libros".

Ser santo en la universidad

A los 17 años ingresó a la Universidad Central de Venezuela (UCV) a la carrera de medicina. Allí destacó entre sus compañeros llegando a ocupar el primer lugar de su promoción; y en ese puesto se graduó, como el primero de su clase. Ya por esos días escribía: “En el hombre el deber ser es la razón del derecho, de manera que el hombre tiene deberes, antes que tener derechos”.

Graduarse de médico (29 de junio de 1888) fue el capítulo final de un proceso formativo en el que José Gregorio había expandido con creces su talento: hablaba varios idiomas y conocía el latín y el hebreo; además había incursionado en la filosofía, la teología y la música -aprendió a tocar el piano y el violín-; y como si esto fuera poco, también aprendió el oficio de sastre.

El presidente de la Facultad de Medicina le ofreció entonces un consultorio en Caracas -una oportunidad que le hubiese permitido ganar mucho dinero y prestigio-, pero José Gregorio declinó la oferta porque entendía que su misión estaba con los suyos, en el pueblo donde nació, donde hacía falta lo mínimo para atender a su gente, No había ni un médico ni la infraestructura que asegure salud a la población rural.


El gran profesional: siendo primero se hizo “último”

De vuelta en Isnotú, José Gregorio concretó su sueño de ponerse al servicio de la gente. Con su trabajó alivió a muchos. Él mismo se hacía de las medicinas necesarias y consiguió recursos para mejorar la atención a su comunidad. Ese rol solidario acentuó su interés por conocer mejor las enfermedades y despertó su deseo de hacer investigación científica. “El doctor del pueblo”, como se le empezaría a llamar, no regateaba nada a nadie y servía con total desprendimiento, sin cobrar a los pobres, viendo en cada uno de ellos al Señor sufriente.

El Dr. Hernández haría de Isnotú su centro de operaciones, desde el que viajó recorriendo las poblaciones aledañas de hasta tres estados (Trujillo, Mérida y Táchira).

De pronto, cuando menos lo esperaba, uno de sus maestros de la universidad lo recomendó nada menos que con el presidente de la República, Juan Pablo Rojas Paúl, para que fuera a Francia a estudiar medicina experimental y cooperara a su regreso en la modernización del sistema de salud de Venezuela. En París, José Gregorio se codeó con los mejores médicos del momento y con la escuela y legado de Louis Pasteur, el famoso médico y microbiólogo francés.

El beato se especializó primero en microbiología y bacteriología, y luego se trasladó a Berlín (Alemania) para estudiar histología y patología. Así, enriquecido con la experiencia europea, regresó a Venezuela. Fue Hernández quien llevó consigo el primer microscopio a su país. Por otro lado, empieza a enseñar en su alma mater, la Universidad Central de Venezuela. En esa casa de estudios se dedica a la formación de futuros médicos e investigadores. Su  labor estaba inspirada en su fe en Dios y devoción a la Virgen María. Para él no había oposición entre su catolicismo y su trabajo científico, sino todo lo contrario. José Gregorio combina la consulta, el laboratorio y la capilla, donde pasa tiempo rezando y participando de la Misa. Es en ese contexto que desde el 7 de diciembre de 1899 hace suyo el espíritu e ideales de San Francisco de Asís cuando es incorporado a la Orden Franciscana Seglar (OFS).


Señor, muéstranos tu voluntad

Las profundas convicciones religiosas de José Gregorio Hernández lo llevaron a considerar seriamente la vida religiosa en varias etapas de su vida. De hecho, hay algunos periodos en los que su trabajo profesional se vio “interrumpido”: primero quiere ser monje cartujo -viajó a Italia en 1908 con ese propósito e ingresa al monasterio de la Farneta-, pero sus superiores lo enviaron de regreso a Venezuela cuando el “hermano Marcelo” -nombre que adoptó el beato- cae enfermo y requiere de un prolongado tratamiento.

De retorno a su país, unos diez meses después, es recibido en el seminario Santa Rosa de Lima, hasta que, totalmente recuperado, tres años más tarde, enrumba a Roma para completar los estudios de teología, con la idea de regresar a la cartuja. Lamentablemente volvió a enfermar y decide emprender retorno de nuevo a su patria.

Tras estos intentos frustrados y viendo que las puertas se volvían a abrir para continuar su servicio a los más pobres como médico, retoma su carrera como investigador y docente a tiempo completo. Así continuaría, consagrado al servicio al prójimo hasta el último de sus días.


El día final

El 29 de junio de 1919 el Dr. José Gregorio Hernández salió de urgencia a atender a una mujer enferma. Tristemente nunca llegó pues fue atropellado en el camino por un joven que conducía un automóvil. El médico golpeó violentamente el suelo y su cráneo dio con el borde de la acera. Fue asistido y llevado a emergencias del hospital, pero poco se pudo hacer, pues sus lesiones eran muy graves. Recibió los santos óleos de manos del capellán del hospital mientras los médicos se limitaron a certificar su fallecimiento. Tenía 54 años.

Ese día, la Madre Candelaria de San José (1863-1940), beata venezolana, se encontraba en el mismo hospital, recuperándose de una operación. Como le fue comunicada la noticia del accidente del Dr. Hernández, ella permaneció en oración por él mientras este recibía las últimas atenciones médicas y espirituales.


Un milagro llamado caridad

El proceso rumbo a la canonización de José Gregorio Hernandez se inició en 1949, en tiempos del Papa Pio XII. El Papa San Juan Pablo en 1986 hizo público el reconocimiento de sus virtudes heroicas y lo declaró Venerable.

El 18 de enero de 2021 se reactivó el proceso de Hernández después de la corroboración del milagro atribuido a su intercesión por el que una niña que recibió un impacto de bala en la cabeza -con fractura craneal y pérdida de masa encefálica severa- quedó recuperada, sin mayores repercusiones en sus facultades intelectuales o motoras.

Gracias a este milagro, obra del poder intercesor del “médico de los pobres”, el Papa Francisco autorizó su beatificación, llevada a cabo el 30 de abril de 2021, y asignó el día 26 de octubre para su memoria litúrgica.


Canonización

Aunque su estado de salud era crítico y estaba ingresado en el Hospital Gemelli, el 25 de febrero de 2025 el Papa Francisco aprobó la canonización del "médico de los pobres".

La ceremonia se realizó el 19 de octubre de 2025. San José Gregorio Hernández, junto con Santa Carmen Rendiles, se convirtieron en los dos primeros santos de Venezuela.

EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 26 DE OCTUBRE DE 2025

 


Domingo 30 (C) del tiempo ordinario

Domingo 26 de octubre de 2025




 Ver 1ª Lectura y Salmo

1ª Lectura (Eclo 35,12-14.16-18): El Señor es juez, y para él no cuenta el prestigio de las personas. Para él no hay acepción de personas en perjuicio del pobre, sino que escucha la oración del oprimido. No desdeña la súplica del huérfano, ni a la viuda cuando se desahoga en su lamento. Quien sirve de buena gana, es bien aceptado, y su plegaria sube hasta las nubes. La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino. No desiste hasta que el Altísimo lo atiende, juzga a los justos y les hace justicia. El Señor no tardará.



Salmo responsorial: 33

R/. El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó.

Bendigo al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren.


El Señor se enfrenta con los malhechores, para borrar de la tierra su memoria. Cuando uno grita, el Señor lo escucha y lo libra de sus angustias.


El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. El Señor redime a sus siervos, no será castigado quien se acoge a él.

2ª Lectura (2Tim 4,6-8.16-18): Querido hermano: Yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia, que el Señor, juez justo, me dará en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación. En mi primera defensa, nadie estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron. ¡No les sea tenido en cuenta! Mas el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, a través de mí, se proclamara plenamente el mensaje y lo oyeran todas las naciones. Y fui librado de la boca del león. El Señor me librará de toda obra mala y me salvará llevándome a su reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Versículo antes del Evangelio (2Cor 5,19): Aleluya. Dios ha reconciliado consigo al mundo, por medio de Cristo, y nos ha encomendado a nosotros el mensaje de la reconciliación. Aleluya.

Texto del Evangelio (Lc 18,9-14): En aquel tiempo, a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, Jesús les dijo esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano.

»El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: ‘¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias’.

»En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!’. Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado».



«¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí...»

Rev. D. Joan Pere PULIDO i Gutiérrez

(Sant Feliu de Llobregat, España)



Hoy leemos con atención y novedad el Evangelio de san Lucas. Una parábola dirigida a nuestros corazones. Unas palabras de vida para desvelar nuestra autenticidad humana y cristiana, que se fundamenta en la humildad de sabernos pecadores («¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!»: Lc 18,13), y en la misericordia y bondad de nuestro Dios («Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado»: Lc 18,14).


La autenticidad es, ¡hoy más que nunca!, una necesidad para descubrirnos a nosotros mismos y resaltar la realidad liberadora de Dios en nuestras vidas y en nuestra sociedad. Es la actitud adecuada para que la Verdad de nuestra fe llegue, con toda su fuerza, al hombre y a la mujer de ahora. Tres ejes vertebran a esta autenticidad evangélica: la firmeza, el amor y la sensatez (cf. 2Tim 1,7).


La firmeza, para conocer la Palabra de Dios y mantenerla en nuestras vidas, a pesar de las dificultades. Especialmente en nuestros días, hay que poner atención en este punto, porque hay mucho auto-engaño en el ambiente que nos rodea. San Vicente de Lerins nos advertía: «Apenas comienza a extenderse la podredumbre de un nuevo error y éste, para justificarse, se apodera de algunos versículos de la Escritura, que además interpreta con falsedad y fraude».


El amor, para mirar con ojos de ternura —es decir, con la mirada de Dios— a la persona o al acontecimiento que tenemos delante. San Juan Pablo II nos anima a «promover una espiritualidad de la comunión», que —entre otras cosas— significa «una mirada del corazón sobre todo hacia el misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado».


Y, finalmente, sensatez, para transmitir esta Verdad con el lenguaje de hoy, encarnando realmente la Palabra de Dios en nuestra vida: «Creerán a nuestras obras más que a cualquier otro discurso» (San Juan Crisóstomo).

PADRE, ME PONGO EN TUS MANOS

 


Padre, me pongo en tus manos
Autor: José Luis Martín Descalzo.


Cuando Él dijo "Padre"..., el mundo se preguntó por qué aquel día amanecía dos veces... La palabra estalló en el aire como una bengala..., y todos los árboles quisieron ser frutales y los pájaros decidieron enamorarse antes de que llegara la noche...

Hacía siglos que el mundo no había estado tan de fiesta: los lirios empezaron a parecerse a las trompetas y aquella palabra comenzó a circular de mano en mano, bella como una muchacha enamorada...

Los hombres husmeaban un universo recién descubierto y a todos les parecía imposible pero pensaban que, aun como sueño, era ya suficientemente hermoso...

Hasta entonces los hombres se habían inventado dioses tan aburridos como ellos..., serios y solemnes faraones..., atrapamoscas con sus tridentes de opereta...; dioses que enarbolan el relámpago cuando los hombres encendían una cerilla en sábado..., o que reñían como colegiales por un quítame allá ese incienso...; dioses egoístas que imponían mandamientos de amar sin molestarse en cumplirlos... Vanidosos como cantantes de ópera..., pavos reales de su propia gloria a quienes había que engatusar con becerros bien cebados...

Y he aquí que, de pronto, el fabricante de tormentas bajaba (¿bajaba?) a ser Padre..., se unía al carro del amor..., y se sentaba sobre la pradera a comer con nosotros el pan... Era un nuevo Dios bastante poco excelentísimo..., que no desentonaba en las tabernas..., y ante quien sólo era necesario descalzar el alma...

Aquel día los hombres empezaron a ser felices porque dejaron de buscar la felicidad como quien excava una mina... No eran felices porque fueran felices..., sino porque amaban y eran amados..., porque su corazón tenía una casa..., y su Dios, las manos calientes...

LA ORACIÓN SINCERA



 La oración sincera

Lc 18,9-14


Llevar la vida a la oración es un ejercicio muy acertado, para dejarnos transformar por el Señor, para que Él entre en nosotros y nos ayude a aplicar sus criterios en nuestras decisiones. A la oración no se llevan los asuntos de los otros para compararnos con ellos, criticarlos o enaltecernos a nosotros mismos. El que se siente muy satisfecho delante de Dios por comparación con los otros, es digno de lástima y necesita acudir al sacramento del perdón, el único hospital que cura el exceso del amor propio y de las vanas seguridades. Una oración que tiene su raíz en la petición de compasión es sana y convierte el corazón. Es la oración sincera de quien sabe sus limitaciones e incluso siente rubor por sus pensamientos, palabras, obras y omisiones que no han estado en consonancia con el Evangelio.

Pongo mis manos hacia arriba en mi oración, para que Tú las llenes y evites el vacío que hace la mella del egoísmo en mí. Pongo mi cuerpo agazapado, para liberarme de la sombra que ensalza y envolverme de la humildad que conecta con tu Corazón.



Dibu: Patxi Velasco FANO

Texto: Fernando Cordero ss.cc.

FELIZ DOMINGO





 

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