jueves, 19 de mayo de 2011

A JESÚS HOSTIA

A Jesús Hostia
Autor: Hernando Holguín y C.

Oh, vivir junto a Ti; siempre a tu lado
descanso hallar y conversar contigo,
ser de tu amor y tu bondad testigo,
Tú, de bondad y amor, nunca saciado.

En tu bendito Corazón sagrado
poner la frente y encontrar abrigo,
como la puso tu mejor amigo,
tu dulce Juan, ¡tu compañero amado!

Oh, vivir junto a Ti, cual la sencilla
lámpara tenue que callada brilla
entre las sombras de tu templo santo;

y mientras rueda en su bullicio el mundo,
solo contigo, en éxtasis profundo,
darte mi amor y mi abundoso llanto.

EL BUEN PADRE


El buen padre



Padres buenos hay muchos... Buenos padres hay pocos. No es difícil ser un padre bueno.

En cambio, no hay nada más difícil que ser un buen padre.

Un corazón blando basta para ser un padre bueno pero la voluntad más firme y la cabeza más clara son todavía poco para hacer un buen padre.

El buen padre dice sí cuando es sí y no cuando es no... El padre bueno sólo sabe decir sí...El padre bueno hace de su niño un pequeño Dios que acaba en un pequeño demonio...El buen padre no hace ídolos...Vive la presencia del único Dios.

El padre bueno encoge la imaginación del hijo con juguetes de bazar. El buen padre echa a volar la fantasía del hijo dejándole crear un aeroplano con dos maderas viejas...

El padre bueno hace la voluntad del hijo ahorrándoles esfuerzos y responsabilidades... El buen padre templa el carácter de su hijo llevándolo por el camino del trabajo y del esfuerzo.

Y así, el padre bueno llega a viejo decepcionado y tardíamente arrepentido... mientras que el buen padre crece en años respetado, querido y es, a la larga comprendido.


CULTO A LA EUCARISTÍA

Culto a la Eucaristía
"Propagad la devoción a Jesús Sacramentado y veréis lo que son los milagros" -San Juan Bosco


Quién reconoce que Jesucristo es Dios, fuente de todo bien, debe adorarlo .
Jesucristo está verdaderamente y en su totalidad presente en el Santísimo Sacramento. Se deduce que el creyente debe adorar a Cristo en la Eucaristía. La forma varía según la cultura y los ritos.

La legislación postconciliar para el Rito Latino determina que al Santísimo Sacramento, ya sea en el tabernáculo o expuesto en el altar, se le debe de venerar haciendo una genuflexión con una rodilla.

Su Presencia permanece en las especies sacramentales hasta que se pierda la apariencia de pan. Se deduce que a Cristo Eucarístico se le debe adoración y ésta se extiende a las Sagradas Hostias reservadas en el tabernáculo después de la Santa Misa. Estas últimas son co-objeto de adoración, pues están unidas con Cristo en unidad de sacramento.

Conforme a la costumbre recibida en la Iglesia Católica, todos los fieles de Cristo deben tributarle el culto de latría que se debe al verdadero Dios (Can. 6). El Sacramento fue instituido por Cristo Señor para ser recibido (Mt. 26,26); Los Magos, "postrándose le adoraron" (Mt. 2,11); la Escritura atestigua (Mt. 28,17) que le adoraron los Apóstoles en Galilea. San Pablo escribe: "Y adórenle todos los ángeles de Dios" (Hebr. 1,6)

La Santa Misa

La Santa misa es el Sacrificio del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo, que se ofrece sobre los altares bajo las especies de pan y vino en memoria del sacrificio de la Cruz. Es sustancialmente el mismo sacrificio. El mismo Jesucristo que se ofreció en la Cruz es el que se ofrece por mano de los sacerdotes, sus ministros, sobre nuestros altares; mas, en cuanto al modo en que se ofrece, el sacrificio de la Misa difiere porque en la Cruz Jesucristo se ofreció derramando su sangre y mereciendo la Salvación por nosotros, mientras que en nuestros altares se sacrifica Él mismo sin derramamiento de sangre y nos aplica los frutos de su Pasión y Muerte.

Los principales efectos que produce la Santísima Eucaristía en quien dignamente la recibe son:

- Conserva y aumenta la vida del alma, que es la gracia, como el alimento material mantiene y aumenta la vida del cuerpo;

- Perdona los pecados veniales y preserva de los mortales.
- Trae consigo espiritual consolación.
- Debilita nuestras pasiones, y en especial, amortigua las llamas de la concupiscencia.
- Acrecienta el fervor de la caridad con Dios y con el prójimo y nos ayuda a obrar conforme a los deseos de Jesucristo.
- Nos da una prenda de la futura gloria y de la resurrección de nuestro cuerpo.

Con María, y la soledad de Jesús Sacramentado


Autor: Maria Susana Ratero | Fuente: Catholic.net
Con María, y la soledad de Jesús Sacramentado
Hay un sitio en el Sagrario que tiene tu nombre y toda la paz que ansías... y Jesús te espera.




Madre, hoy he venido a visitar a tu Hijo en el Sagrario, pero siento que no soy hoy la mejor compañía. Mi corazón está triste, con una tristeza pesada y gris que, como humo denso, tiñe mis afectos y mis sueños. Siento una gran soledad, no porque Jesús o tu, Madre querida, se hayan alejado de mí, sino que soy yo la que no logra hallarlos.

- Soledad, hija, soledad... Bien comprendemos esa palabra mi Hijo y yo... soledad. Ven, entra con tu corazón al Sagrario y conversaremos un poco. Sé bien que lo necesitas.

- Gracias, María, gracias. Yo sabía, en lo más íntimo del alma, en ese pequeño rinconcito iluminado y eterno donde la tristeza no llega, allí, sabía que podía contar contigo.

Y mi corazón, lento y pesado por mis pecados y olvidos, se va acercando al Sagrario.

Tú estás a la puerta y me abres. ¡Qué deliciosos perfumes percibe el alma cuando está cerca de ti!
Con gran sorpresa veo que, por dentro, el Sagrario es muchísimo más grande de lo que parece y hay allí demasiados asientos desocupados, demasiados...
Me llevas a un sitio, un lugar inundado de toda la paz que anhela mi alma. Noto que tiene mi nombre, ¡Oh Dios mío, mi nombre!. Me duele el corazón al pensar cuánto tiempo lo he dejado vacío.

- Cuéntame, ahora, de tu soledad- me pides, Madre mía.

Pero ni una palabra se atreve a salir de mi boca. Por el bello y sereno recinto del Sagrario, Jesús camina, mirando uno a uno los sitios vacíos... Solo el más inmenso amor puede soportar la más inmensa soledad.
Inmensa soledad que es larga suma de tantas ausencias. Y cada ausencia tiene un nombre y sé, tristemente, que el mío también suma.
Entonces tu voz, María, me ilumina el alma:

- El Sagrario es demasiado pequeño para tanta soledad. Tú no puedes hacer más grande el Sagrario, pero sí puedes hacer más pequeña su soledad.

Tus ojos están llenos de lágrimas y le miras a Él con un amor tan grande como jamás vi.

- Hija, ¡Si supieras cuánto eres amada! ¡Si supieras cuánto eres esperada!. Cada día, cada minuto, el Amor aguarda tus pasos, acercándose, tu corazón, amándole, tu compañía, que hace más soportable tanta espera.

Siento una dolorosa vergüenza por mis quejas. Cada Sagrario, en su interior, es como todos los Sagrarios del mundo juntos. Miro a mi alrededor y veo a muchas personas. Son todos los que, en este momento, en todo el mundo, están acompañando a Jesús Sacramentado.

Cada uno con su cruz de dolor, tristeza, soledad, vacíos, traiciones.. Y Jesús repite, para cada uno de ellos, las palabras de la Escritura “Vengan a Mí cuando estén cansados y agobiados, que Yo los aliviaré” Mt 11,28.

Y me quedo a tu lado, en mi sitio, Madre, esperando a Jesús que se acerca. Me tomo fuerte de tu mano, para no caerme, para no decir nada torpe e inoportuno, muy habitual en mi. Y allí me quedo, y el Maestro sigue acercándose, y el perfume envuelve al alma y ahuyenta los grises humos de mis penas.
Entonces, escucho en el alma tus palabras, Madre:

- Ahora, ve a confesarte.

Sin preguntar nada, sin saber como terminará este encuentro, te hago caso Madre. Me quedo cerca del confesionario, aunque aún no ha llegado el sacerdote y la misa está por comenzar. Pero si tú lo dices, Madre, seguro lo hallaré. En ese momento llega el sacerdote. Como él no daba la misa, sino el obispo, tuve tiempo de prepararme bien para mi confesión, que me dejó el alma tranquila y sin la pesada carga de mis pecados...

Me quedo pensando en Jesús, que venía a acercándose a mí, en el Sagrario. Pero allí me doy cuenta de tu gesto, Madre querida. Tu me ofrecías algo más. Tú me ofrecías el abrazo real y concreto de Jesús en la Eucaristía, y para que mi alma estuviera en estado de gracia para responder a ese abrazo, me pediste que fuera a confesarme.

¡Gracias Madre! Gracias por amarme y cuidarme tanto... ¡Qué hermosa manera de terminar este encuentro con Jesús! ¡Con su abrazo real, bajo la forma del Pan!
La misa ha comenzado. Siento que la soledad del Sagrario es un poquito más pequeña, no mucho, pero sí mas pequeña... Y si mi compañía alivió su soledad, seguro que la tuya, amigo que lees estas líneas, también la aliviará. Y si invitas a un amigo a hacerle compañía... ¡Oh, cuanto podemos hacer disminuir la soledad de Jesús en el Sagrario!¡Cuánto puede Él, en su infinita Misericordia, colmar nuestras almas de paz!

Hay un sitio en el Sagrario que tiene tu nombre y toda la paz que ansías... y Jesús te espera, diciéndote “Ven a Mi, cuando estés cansado y agobiado, que Yo te aliviaré”

Amigo, nos encontramos en el Sagrario.


NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."
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