La
oración puede cambiar vuestra vida. Ya que aparta vuestra atención de
vosotros mismos y dirige vuestra mente y vuestro corazón hacia el Señor.
Si nos miramos solamente a nosotros mismos, con nuestras limitaciones y
nuestros pecados, tomará cuerpo en nosotros con suma rapidez la
tristeza y el desconsuelo. Pero si tenemos nuestros ojos fijos en el
Señor, entonces nuestro corazón se llenará de esperanza, nuestra mente
se iluminará por la luz de la verdad, y llegaremos a conocer la plenitud
del Evangelio con todas sus promesas y su vida.
- ¿Qué es la oración? Comúnmente se considera una conversación.
En una conversación hay siempre un «yo» y un «tú». En este caso un Tú
con mayúscula. La experiencia de la oración enseña que si inicialmente
el «yo» parece el elemento más importante, uno se da cuenta luego de que
en realidad las cosas son de otro modo.
Más importante es el Tú, porque nuestra oración parte de la iniciativa de Dios.
- ¿Cómo reza el Papa? Os respondo: como todo cristiano: habla y escucha.
A veces, reza sin palabras, y es entonces cuando más escucha. Lo más
importante es precisamente lo que «oye». Trata también de unir la
oración a sus obligaciones, a sus actividades, a su trabajo, y unir su
trabajo a la oración.
- Orar no significa sólo que podemos decir a Dios todo lo que nos
agobia. Orar significa también callar y escuchar lo que Dios nos quiere
decir.
- La oración debe abrazar todo lo que forma parte de nuestra vida.
No puede ser algo suplementario o marginal. Todo debe encontrar en ella
su propia voz. También todo lo que nos oprime; de lo que nos
avergonzamos; lo que por su naturaleza nos separa de Dios. Precisamente
esto, sobre todo. La oración es la que siempre, primera y esencialmente,
derriba la barrera que el pecado y el mal pueden haber levantado entre
nosotros y Dios.
- Debemos orar también porque somos frágiles. Es preciso
reconocer humildemente y en forma realista que somos pobres criaturas,
con ideas confusas, tentadas por el mal, frágiles y débiles, con
necesidad contínua de fuerza interior y de consuelo.
- La oración es el reconocimiento de nuestros limites y de nuestra dependencia:
venimos de Dios, somos de Dios y retornamos a Dios. Por lo tanto, no
podemos menos que abandonarnos en Él, nuestro Creador y Señor, con plena
y total confianza.
-
Si tratáis a Cristo, oiréis también vosotros en lo más íntimo del alma los requerimientos del Señor, sus insinuaciones continuas.
- En la oración, pues, el verdadero protagonista es Dios. El
protagonista es Cristo, que constantemente libera la criatura de la
esclavitud de la corrupción y la conduce hacia la libertad, para gloria
de los hijos de Dios. Protagonista es el Espíritu Santo, que «viene en
ayuda de nuestra debilidad».
- Procurad hacer un poco de silencio también vosotros en vuestra
vida para poder pensar, reflexionar y orar con mayor fervor y hacer
propósitos con más decisión. Hoy resulta difícil crearse «zonas de
desierto y silencio» porque estamos continuamente envueltos en el
engranaje de las ocupaciones, en el fragor de los acontecimientos y en
el reclamo de los medios de comunicación, de modo que la paz interior
corre peligro y encuentran obstáculos los pensamientos elevados que
deben cualificar la existencia del hombre.
- Dios nos oye y nos responde siempre, pero desde la perspectiva
de un amor más grande y de un conocimiento más profundo que el nuestro. Cuando
parece que Él no satisface nuestros deseos concediéndonos lo que
pedimos, por noble y generosa que nuestra petición nos parezca, en
realidad Dios está purificando nuestros deseos en razón de un bien mayor
que con frecuencia sobrepasa nuestra comprensión en esta vida. El
desafío es «abrir nuestro corazón» alabando su Nombre, buscando su
Reino, aceptando su Voluntad.
-Cuando recéis debéis ser conscientes de que la oración no significa
sólo pedir algo a Dios o buscar una ayuda particular, aunque
ciertamente la oración de petición sea un modo auténtico de oración.
La oración, sin embargo, debe caracterizarse también por la adoración y la escucha atenta, pidiendo perdón a Dios e implorando la remisión de los pecados.
- La oración debe ir antes que todo: quien no lo entienda así, quien no lo practique, no puede excusarse de la falta de tiempo: lo que le falta es amor.
- No pocas veces acaso podemos sentir la tentación de pensar que Dios no nos oye o que no nos responde.
Pero, como sabiamente nos recuerda san Agustín, Dios conoce nuestros
deseos incluso antes de que se los manifestemos. Él afirma que la
oración es para nuestro provecho, pues al orar «ponemos por obra»
nuestros deseos, de tal manera que podemos obtener lo que ya Dios está
dispuesto a concedernos. Es para nosotros una oportunidad para «abrir
nuestro corazón».
- Para orar hay que procurar en nosotros un profundo silencio interior.
La oración es verdadera si no nos buscamos a nosotros mismos en la
oración, sino sólo al Señor. Hay que identificarse con la Voluntad de
Dios, teniendo el espíritu despojado, dispuesto a una total entrega a
Dios. Entonces nos daremos cuenta de que toda nuestra oración converge,
por su propia naturaleza, hacia la oración que Jesús nos enseñó y que se
convierte en su única plegaria en Getsemaní: «No se haga mi voluntad,
sino la tuya.»
- La oración puede definirse de muchas maneras. Pero lo más
frecuente es llamarla un coloquio, una conversación, un entretenerse con
Dios. Al conversar con alguien, no solamente hablamos sino que además
escuchamos. La oración, por tanto, es también una escucha. Consiste en
ponerse a escuchar la voz interior de la gracia. A escuchar la llamada.
- El hombre no puede vivir sin orar, lo mismo que no puede vivir sin respirar.
- A través de la oración, Dios se revela en primer lugar como Misericordia, es decir, como Amor que va al encuentro del hombre que sufre. Amor que sostiene, que levanta, que invita a la confianza.
- La intervención humanitaria más poderosa sigue siendo siempre la oración, pues constituye un enorme poder espiritual, sobre todo cuando va acompañada por el sacrificio y el sufrimiento.
- La oración es también una arma para los débiles y para cuantos sufren alguna injusticia. Es el arma de la lucha espiritual que la Iglesia libra en el mundo, pues no dispone de otras armas.
- San Pablo, orando en medio de las dificultades de la vida, oyó
estas palabras del Señor: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en
la debilidad.» La oración es la primera y fundamental condición de la
colaboración con la gracia de Dios. Es menester orar para obtener la
gracia de Dios y se necesita orar para poder cooperar con la gracia de
Dios.