¿De dónde vienen las vocaciones?
Cada vocación inicia de modo diferente, personal, único. Hay, sin embargo, una raíz común: la del corazón de Dios, que prepara, que escoge, que ama, que envía.
Un elemento clave para toda vocación está en la fe, en ese regalo que viene de la gracia. Desde la fe, uno acepta a Jesucristo como Salvador del mundo, y da el paso que le permite formar parte de la Iglesia. Con ese primer paso, ya existe la base que prepara para algo especial: la vocación.
En otras palabras: sin la fe es imposible entender que un chico o una chica puedan dar sus vidas al servicio de los demás. En la fe, en cambio, cada vocación tiene sentido, porque nace desde la acción de Dios que busca a sus hijos y que invita a algunos bautizados para que se conviertan en colaboradores dedicados por completo a la tarea de anunciar el Evangelio y de servir a los hermanos.
¿Y cómo ayuda la fe a descubrir y aceptar la propia vocación? De un modo muy concreto: permite conocer mejor a Dios, acogerlo en la propia vida, amarlo como Padre, como Amigo, como Salvador. Incluso permite conocerse mejor a uno mismo, al descubrir que Dios lo ha bendecido con dones maravillosos, con una inteligencia para pensar y con un corazón para amar libremente.
Desde la fe, cada vocación madura y se concreta en un ámbito de libertad. Al hablar sobre las vocaciones sacerdotales, san Juan Pablo II escribía: “la libertad es esencial para la vocación, una libertad que en la respuesta positiva se cualifica como adhesión personal profunda, como donación de amor, o mejor como re-donación al Donador: Dios que llama, esto es, como oblación” (“Pastores dabo vobis” n. 36).
Si las vocaciones surgen en un clima de fe y de libertad, habrá vocaciones allí donde se conozca y se viva la fe, y donde se aprenda a usar la libertad de la forma más noble que puede darse en un cristiano: en el amor.
Cada familia tiene, en ese sentido, un papel muy importante en la creación de ámbitos cristianos donde puedan crecer y madurar sus hijos. Los padres ayudan a las vocaciones si saben transmitir a los hijos el don de la fe y si crean un clima espiritual en el que Dios ocupe el primer lugar, el Evangelio ilumine las decisiones, y se aprenda que el amor es el mejor camino para vivir libremente.
En conclusión, ¿de dónde vienen las vocaciones? Del corazón de Dios que habla a cada generación humana, que enciende una fe sincera en unos padres de familia y en sus hijos, que respeta la libertad de los que pueden ser llamados, y que susurra respetuosamente a algunos la pregunta: “¿quieres seguirme?”
* Fuente: Fernando Pascual / Catholic.net