Reflexionaremos en el gesto que tiene María de Betania con
Jesucristo nuestro Señor cuando ella unge a Jesús, según narra San Juan.
Este Evangelio, en el que María realiza la unción de Jesús, nos habla
de una mujer que ha puesto totalmente, sin reticencias de ningún tipo y
con mucha firmeza, su corazón en Jesucristo. Lo que la lleva a dar
testimonio público de agradecimiento para nuestro Señor.
Esta mujer se presenta ante el mundo como fiel seguidora de
Jesucristo. Es un gesto de amor, de gratitud, pero que en el fondo, es
un gesto profundo de compromiso; porque la unción compromete a María a
estar cada vez más cerca de Cristo.
¿Cuáles son los detalles que María de Betania muestra? Delante de
todos, toma una libra de perfume de nardo puro, muy caro, unge los pies
de Cristo y los seca con sus cabellos. No mide su gratitud con Aquél que
es objeto de su amor. Es alguien que está convencida del bien que
Cristo ha hecho en su vida, porque Cristo ha hecho un cambio profundo en
ella. Detrás de todo está la sensibilidad profunda que la lleva a no
medir su gratitud.
El gesto de la mujer, que es el gesto de una profunda gratitud, es
el fruto de un corazón comprometido, que no sólo quiere recibir, sino
dar agradecimiento. Esta dimensión cambia totalmente el gesto, porque
hace de un gesto común, un detalle de amor, de donación personal, de
compromiso.
Siendo Jesús un hombre discreto, que no gusta de honores, deja que
María lo haga, porque Jesús ve en su corazón el compromiso personal que
ella tiene con Él. Dice Jesús: “Déjala que lo guarde para el día de mi
sepultura”, la estoy uniendo al misterio más grande, que es mi donación
personal por la salvación de los hombres. Jesús une ese darse de María
de Betania al misterio de su cruz, al gesto de su don personal en la
cruz; hace que esa mujer se asocie al don que Él va a dar en la cruz.
Jesús llama de esta forma al amor a María de Betania: la llama a
seguirlo con decisión hasta la sepultura; hasta compartir con Él el
misterio de su pasión.
Así es Jesús. Jesús, cuando ve a un alma generosa no la deja en
buenos deseos sino que la une a Él. Esto es lo que el Señor ve en todas
las almas a las que llama a un mayor compromiso, a las que pide un paso
más de entrega: ve un corazón como el de María de Betania.
“A Mí no siempre me tendréis”. Ésta es la segunda dimensión con la
que Jesús mira a María de Betania. La dimensión de una mujer que ha
captado que seguir a Cristo es un compromiso exigente, firme, sin
remilgos. María quizá no había entendido quién era Cristo, pero había
experimentado que seguirlo a Él no puede dejar indiferente su vida, que
para seguirlo tiene que transformar hasta las fibras más íntimas de su
corazón. Es un implícito acto de adoración a Cristo, de adoración a
Alguien que la une a su misterio doloroso, a su misterio de don al
hombre, a Alguien que se convierte para ella en una persona.
Cristo es una persona que me ha unido a su misión redentora y que
además es mi Señor. Al ser llamados, no nos podemos quedar con el buen
deseo de amarlo, tenemos que llegar a la dimensión de que Cristo es el
Señor, el Creador Todopoderoso, y que, además, me ha querido unir a su
don a la humanidad, al misterio de salvación que es su entrega por cada
uno de los hombres.
Si es grande el misterio de su llamada, es más grande el misterio de
la respuesta de María, que se entrega en ese momento, se pone a su
disposición ante la llamada a hacer del amor a Cristo un amor personal, y
hacer de la decisión por Cristo una opción y una decisión eficaz, sin
otro límite que el del propio corazón. Esta opción nace de la conciencia
profunda de haber hecho la experiencia profunda de Cristo en su alma.
El gesto de María no tendría sentido si no fuera fruto del
conocimiento personal de su opción por Cristo. Los gestos debemos
llenarlos de sentido. Nuestra opción por Cristo debe tener un sentido en
todas partes: en casa, en el apostolado, en la sociedad, porque los
mismos gestos tienen diferente contenido, porque es una opción ofrecida a
Jesucristo nuestro Señor por amor a Él.
Cada uno de nosotros tiene que ser consciente de que, por el
bautismo, es una persona más unida a Cristo, porque en cada gesto, en
cada detalle que hace, hay una particular donación de su vida a
Jesucristo.
En nuestras vidas hay los mismos gestos, pero el amor es diferente,
porque amamos con más profundidad, porque hemos sido unidos más a la
sepultura del Señor, a la redención de Cristo, al misterio de la
salvación de la humanidad.
Cristo es dado a la humanidad. En cierto sentido, María de Betania,
por su experiencia de Cristo, es también dada a Cristo. María es de
Cristo porque ha tocado, ha descubierto la dimensión personal del Señor,
y para ella ser cristiana no es pertenecer a una religión, sino
enamorarse de una persona, tener arraigada en el corazón a una persona.
Ser cristiano es seguir a Cristo, es amar a una persona, seguirla y
vivir según esa persona. Es un compromiso distinto, sobre todo cuando
vemos que el compromiso nace de dos dones: el don de Cristo a mi vida y
el don de mi vida a Cristo para la salvación de la humanidad, en mi
ambiente, en mi casa, con los míos.
Pidámosle a Jesucristo que la unción en Betania tenga sentido en
nuestras vidas, porque de la opción personal por Cristo depende todo lo
que hagamos. Debemos ver a María de Betania como la mujer que ve a su
Señor, se une a Él, se acerca a Él y lo experimenta personalmente.
Preguntas o comentarios al autor
P. Cipriano Sánchez LC