sábado, 5 de noviembre de 2016

EL EVANGELIO DE HOY SÁBADO 5 DE NOVIEMBRE 2016


No hay criado que pueda servir a dos amos
Lucas 16, 9-15. Sábado XXXI. Tiempo ordinario. Ciclo C. No podéis servir a Dios y al dinero


Por: H. Hiram Galán LC | Fuente: www.missionkits.org 



En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Cristo, Rey nuestro. ¡Venga tu Reino!
Oración preparatoria (para ponerme en presencia de Dios)
Señor, estás a la puerta y llamas… Cuántas veces has tocado a la puerta de mi corazón y yo continuamente te ignoro. Hoy al menos quiero regalarte este momento; si bien no me siento capaz de abrirte pues me da miedo que me puedas pedir algo, te dejo la puerta de mi corazón sin seguro para que pases y seas Tú el que vea la necesidades que hay en él.
Evangelio del día (para orientar tu meditación)


Del santo Evangelio según san Lucas 16, 9-15
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Con el dinero, tan lleno de injusticias, gánense amigos que, cuando ustedes mueran, los reciban en el cielo.
El que es fiel en las cosas pequeñas, también es fiel en las grandes; y el que es infiel en las cosas pequeñas, también es infiel en las grandes. Si ustedes no son fieles administradores del dinero, tan lleno de injusticias, ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Y si no han sido fieles en lo que no es de ustedes, ¿quién les confiará lo que sí es de ustedes?
No hay criado que pueda servir a dos amos, pues odiará a uno y amará al otro, o se apegará al primero y despreciará al segundo. En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero".
Al oír estas cosas, los fariseos, que son amantes del dinero, se burlaban de Jesús. Pero él les dijo: "Ustedes pretenden pasar por justos delante de los hombres; pero Dios conoce sus corazones, y lo que es muy estimable para los hombres es detestable para Dios".
Palabra del Señor. 
Medita lo que Dios te dice en el Evangelio.
Ésta es una de las frases evangélicas más conocidas por la sociedad, pero paradójicamente es también la que muchos parecen intentar vivir de manera contraria.La gran mayoría de los católicos tenemos muy en claro que amamos a Dios sobre todas las cosas, y que si bien no todos tenemos un compromiso activo con la iglesia, si tratamos de vivir de acuerdo a las leyes de Dios. Pero la verdadera interrogante llega cuando el amar a Dios sobre todas las cosas pasa de la teoría a la vida real.
¿Cuántas veces hemos estado dispuestos a hacer lo que sea con tal de ganar más dinero? Si se nos presenta la oportunidad de mentir, modificar e incluso hacer alguna trampilla para ahorrarnos o ganarnos unos centavos, ¿preferimos optar por vivir en la verdad y pagar el precio de ello?
Creo que no, una prueba clara de ello está en nuestro comportamiento diario, ya sea en la evasión de impuestos, en la mordida que le damos al oficial de tránsito para evitar una multa mayor, o en las simples mentiras diarias que nos permiten conservar nuestro puesto de trabajo o incluso granjearnos un ascenso.
¿Esto es amar a Dios sobre todas las cosas? ¿En verdad podemos pretender llevar una doble vida de amor a Dios y amor al dinero?
Nuestra vida se desarrolla en una continua búsqueda de la felicidad, y eso está perfecto, cuando tenemos bien claro que nuestra felicidad sólo está en Cristo. Pero cuando buscamos la felicidad en otros sitios, no sólo no la encontramos sino que terminamos más infelices y vacíos de como empezamos.
El dinero no es malo, es malo darle un lugar privilegiado en nuestra jerarquía de valores, o peor aún, suplantar el lugar que le debemos a Dios poniendo al dios dinero. Recordemos siempre que nos veamos agobiados y preocupados por algo que no sea Dios, que «no podemos servir a dos amos pues terminaremos amando a uno y odiando al otro.»
«La Palabra de Dios nos conduce a una elección final: “ningún criado puede servir a dos señores porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro”. El estafador ama la estafa y odia la honestidad. El estafador ama los sobornos los acuerdos oscuros, esos acuerdos que se hacen en la oscuridad. Y la cosa peor es que él cree ser honesto. El estafador ama el dinero, ama las riquezas: las riquezas son un ídolo. A él no le importa —como dice el profeta— pisotear a los pobres. Son los que tienen las grandes “industrias del trabajo esclavo”. Y hoy en el mundo, el trabajo esclavo es un estilo de gestión.»
(Homilía de S.S. Francisco, 18 de septiembre de 2016).
Diálogo con Cristo
Ésta es la parte más importante de tu oración, disponte a platicar con mucho amor con Aquel que te ama.
Propósito
Proponte uno personal. El que más amor implique en respuesta al Amado… o, si crees que es lo que Dios te pide, vive lo que se te sugiere a continuación.
Trataré de considerar que en el mundo existen personas que sobreviven con una cuarta parte de lo que yo tengo y buscaré algún medio por el cual pueda ayudar y ser solidario con los que menos tienen.
Despedida
Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a Ti que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén.
¡Cristo, Rey nuestro!
¡Venga tu Reino!
Virgen prudentísima, María, Madre de la Iglesia.
Ruega por nosotros.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.

BIENAVENTURANZAS PARA SER SANTOS


Bienaventuranzas para ser Santos


Bienaventurado si, en aquello que haces, no eres negativo: verás que hay muchas cosas positivas en ti.

Bienaventurado si, en lo que realizas, eres inconformista: porque experimentarás que la mano de Dios te empuja a superarte a ti mismo.

Bienaventurado si, en tu camino, no vives de espaldas a los demás: comprobarás que Dios te rodea con gente que te quiere.

Bienaventurado si, en lo que piensas, no buscas solamente tu beneficio personal: alcanzarás felicidad promoviendo el bienestar de los demás.

Bienaventurado si, allá donde trabajas, vas al fondo de las cosas: porque contribuirás a perfeccionar la creación del mismo Dios.

Bienaventurado si, en las pequeñas cosas de cada día, te mejoras y potencias a los demás: descubrirás que la santidad se talla con pequeños golpes.

Bienaventurado si, aún mirando al cielo, eres consciente de que tú puedes hacer algo por la tierra: te dará satisfacción el sembrar el amor de Dios en medio de los hombres.

Bienaventurado si, observando el mundo que te rodea, no te conformas con ser un mero autómata y pides ayuda de las alturas: tus fuerzas lejos de disminuir, serán inagotables por la presencia divina.

Bienaventurado si, ante tantas situaciones de miseria, tu corazón no se endurece: Dios recordará las veces en que fuiste sensible.

Bienaventurado si, en la soledad que te acecha, descubres la comunión con Dios y con tantos hombres y mujeres que te han precedido, sentirás en propia carne el secreto de aquellos que murieron con esperanza: Jesucristo.

Bienaventurado si, a pesar de los tropiezos, te mantienes en pie: te darás cuenta que la fidelidad es más auténtica cuando se prueba con las dificultades.

Bienaventurado si, contemplando los santos de madera, no te confundes con lo auténticamente importante: hay que tener buena madera para ser un buen santo.

Bienaventurado si, contemplando a los santos, no te desanimas: ellos también –en muchos sentidos- fueron como tú, de carne y hueso.

Bienaventurado si, rezando ante los santos, no miras demasiado arriba: ellos vivieron comprometidos en la cruda realidad de aquí abajo.

Bienaventurado si, pensando en los santos, no los ves demasiado lejos: porque forman parte de nuestra gran familia. La familia de los hijos de Dios.

Bienaventurado si, les das movimiento a los santos: porque lejos de estar muertos son motor para nuestra vida, ejemplo para nuestras obras, aliento para nuestras palabras.

Bienaventurado si, lejos de parecerte un imposible, descubres que la santidad puede cambiar tu vida: el Espíritu encontrará contigo un aliado perfecto para construir el reino de Dios en la tierra.

Bienaventurado si, lejos de sentirte un bicho raro, te ves original: Dios te hará ser luz en la oscuridad y punto de referencia en una sociedad donde se confunde todo.

Bienaventurado si, en la Eucaristía, encuentras una fuente para tu sed y alimento para tu hambre, porque edificarás tu vida en los mismos cimientos que los santos levantaron su propia existencia: el amor de Cristo.



Javier Leoz

CONFIANZA


Confianza


Cierta vez un niño visitó una pequeña pero hermosa casa en un tranquilo barrio. La casa era de dos pisos, con alfombras en los cuartos, paredes blancas y una gran ventana con vista al jardín. Le
encantó aquel lugar y en su corazón pidió a Dios tener una casa así al crecer, para poder ver crecer a sus hijos. El tiempo pasó y aquel niño creció y como es costumbre, olvidó esa y muchas otras
peticiones que se hacen a Dios cuando se es niño. Estudió, se graduó como profesional y se casó.


Una noche clara de verano mientras su esposa dormía tranquilamente en su primer mes de embarazo, tomó la Biblia y leyó el Salmo 37:4 que dice: "Deléitate en el Señor, y Él te concederá los deseos más profundos de tu corazón". Por un momento se detuvo a pensar y meditaba mientras caminaba por la alfombra del cuarto, entonces bajó al primer piso de su casa. Al llegar abajo cayó de rodillas, y rodeado de paredes blancas, en medio de la quietud de aquel barrio, mientras miraba por la ventana grande que daba al jardín... agradeció en medio de lágrimas a Dios diciendo: "Gracias Señor, pues eres fiel en todo y cumples aún aquello que yo mismo había olvidado...".

Todos tenemos sueños, deseos y anhelos y muchas veces nos frustramos por no alcanzarlos dejando de lado la confianza en Dios y la fe de creer en sus palabras, y olvidamos aquella frase de la Biblia que dice: "Poderoso es Dios para cumplir lo que promete". Si tienes un corazón puro, deseoso de servir a Dios cada día, no te debe quedar ninguna duda de que Dios cumplirá, pues su fidelidad es eterna.

PAPA FRANCISCO: A LA LUZ DE CRISTO, LA MUERTE ES EL INGRESO EN LA PLENITUD DE LA VIDA


Papa Francisco: A la luz de Cristo, la muerte es el ingreso en la plenitud de la vida
Por Miguel Pérez Pichel

El Papa Francisco en la Misa que presidió hoy en la Basílica de San Pedro por los obispos y cardenales fallecidos.


VATICANO, 04 Nov. 16 / (ACI).- “Aparentemente, la muerte nos separa, pero el poder de Cristo y de su Espíritu nos unen ahora de manera más profunda con nuestros hermanos difuntos”. Con estas palabras, el Papa Francisco recordó que la muerte, “a la luz del misterio pascual de Cristo, es en realidad el ingreso en la plenitud de la vida”.

El Santo Padre dio este mensaje de esperanza durante la Misa que presidió en la Basílica de San Pedro, en Roma, en sufragio de las almas de los cardenales y obispos fallecidos a lo largo del año.

“El mes de noviembre, que la piedad cristiana dedica al recuerdo de los fieles difuntos, suscita hoy en la comunidad eclesial el pensamiento de la vida después de la muerte y, sobre todo, el pensamiento del encuentro definitivo con el Señor”, explicó el Papa. “Él juzgará nuestro camino en la tierra”, recordó.

Sin embargo, Francisco explicó que este juicio no lo realizará un juez implacable, sino “un juez cuyas características son la misericordia y la piedad”.

El Pontífice recordó que los cardenales y obispos que ya partieron al Padre “han llegado a su destino después de haber servido a la Iglesia y amado al Señor Jesús, en la certeza del amor que el Apóstol Pablo nos recuerda en la segunda lectura: ‘¿Qué nos separará del amor de Cristo?’. De la fe en el amor de Cristo nadie nos puede separar: ni la tribulación, ni la angustia, ni la persecución, ni el peligro, ni la muerte, ni la vida”.


“Ellos también han tenido muy claro las palabras del libro de la Sabiduría: ‘Los que le son fieles permanecerán junto a Él en el amor’. Sabían que nuestra peregrinación terrenal termina en la casa del Padre celestial, y que sólo en Él se encuentra la meta, el descanso y la paz. En la casa que nos lleva hacia el Señor Jesús, el camino, la verdad y la vida”.

El Papa señaló asimismo que “el camino hacia la casa del Padre comienza, para cada uno de nosotros, el mismo día en que abrimos los ojos a la luz y, por medio del bautismo, a la gracia”.

Además, especificó que “una etapa importante en este camino, para nosotros sacerdotes y obispos, es el momento en el que pronunciamos el ‘¡aquí estoy!’ durante la ordenación sacerdotal".

"Desde ese momento, estamos unidos a Cristo de una manera especial, asociados a su sacerdocio ministerial. En la hora de la muerte pronunciaremos el último ‘¡Aquí estoy!’, unido al de Jesús, que murió encomendando su espíritu a las manos del Padre”.

Francisco indicó que “los cardenales y obispos que hoy recordamos en la oración, durante toda su vida, especialmente después de haberla consagrado a Dios, se han dedicado a dar testimonio y a llevar a los demás el amor de Jesús. Y, con la palabra y el ejemplo, han exhortado a los fieles a hacer lo mismo”.

“Fueron pastores del rebaño de Cristo y, a imitación de Él, se han dedicado, entregado y sacrificado por la salvación del pueblo que les fue confiado”, destacó en la homilía.

“Lo han santificado mediante los sacramentos –continuó el Papa–, y lo han guiado por la vía de la salvación; llenos del poder del Espíritu Santo han anunciado el Evangelio; con amor paterno se han esforzado en amar a todos, especialmente a los pobres, a los indefensos, a los necesitados de ayuda. Por eso, al terminar su existencia, pensamos que el Señor ‘los aceptó como un holocausto’”.

“Con su ministerio han grabado en el corazón de los fieles el consuelo de la verdad: que la ‘gracia y la misericordia están con sus elegidos’. En el nombre del Dios de la misericordia y del perdón, sus manos han bendecido y absuelto, sus palabras han consolado, secado las lágrimas, su presencia ha dado testimonio elocuente de la bondad inagotable de Dios y de su infinita misericordia”.

Alguno de ellos, continuó Francisco, “estuvo llamado a dar testimonio del Evangelio de manera heroica, sosteniendo pesadas tribulaciones. En esta Santa Misa, memorial de la muerte y resurrección de Cristo, alabamos a Dios por todo el bien que ha realizado con nosotros y con su Iglesia por medio de nuestros hermanos y padres en la fe”.

“Ahora, nosotros estamos aquí para rezar por ellos, para ofrecer el divino sacrificio en sufragio por sus almas, y para pedir al Señor que les haga brillar para siempre en su reino de luz”, concluyó.

LECTURAS BÍBLICAS Y MEDITACIÓN DEL DOMINGO 6 DE NOVIEMBRE DEL 2016


XXXII del Tiempo Ordinario – Ciclo C
Domingo 6 de Noviembre de 2016

“Es el Dios de la VIDA, en cada pálpito va conmigo“



Primera lectura
Lectura del segundo libro de los Macabeos (7,1-2.9-14):

En aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley.
Uno de ellos habló en nombre de los demás: «¿Qué pretendes sacar de nosotros? Estamos dispuestos a morir antes que quebrantar la ley de nuestros padres.»
El segundo, estando para morir, dijo: «Tú, malvado, nos arrancas la vida presente; pero, cuando hayamos muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para una vida eterna.»
Después se divertían con el tercero. Invitado a sacar la lengua, lo hizo en seguida, y alargó las manos con gran valor. Y habló dignamente: «De Dios las recibí, y por sus leyes las desprecio; espero recobrarlas del mismo Dios.»
El rey y su corte se asombraron del valor con que el joven despreciaba los tormentos. Cuando murió éste, torturaron de modo semejante al cuarto. Y, cuando estaba para morir, dijo: «Vale la pena morir a manos de los hombres, cuando se espera que Dios mismo nos resucitará. Tú, en cambio, no resucitarás para la vida.»

Palabra de Dios    

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Salmo
Salmo Responsorial: 16,1.5-6.8.15

R/. Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor

Señor, escucha mi apelación,
atiende a mis clamores,
presta oído a mi súplica,
que en mis labios no hay engaño. R/.

Mis pies estuvieron firmes en tus caminos,
y no vacilaron mis pasos.
Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío;
inclina el oído y escucha mis palabras. R/.

Guárdame como a las niñas de tus ojos,
a la sombra de tus alas escóndeme.
Yo con mi apelación vengo a tu presencia,
y al despertar me saciaré de tu semblante. R/.

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Segunda lectura
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses (2,16–3,5):

Que Jesucristo, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza, os consuele internamente y os dé fuerza para toda clase de palabras y de obras buenas. Por lo demás, hermanos, rezad por nosotros, para que la palabra de Dios siga el avance glorioso que comenzó entre vosotros, y para que nos libre de los hombres perversos y malvados, porque la fe no es de todos. El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno. Por el Señor, estamos seguros de que ya cumplís y seguiréis cumpliendo todo lo que os hemos enseñado. Que el Señor dirija vuestro corazón, para que améis a Dios y tengáis constancia de Cristo.

Palabra de Dios

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Lectura del Santo Evangelio según san Lucas (20,27-38)

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella.»
Jesús les contestó: «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección. Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob.” No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos.»

Palabra del Señor

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A DIOS NO SE LE MUEREN SUS HIJOS

Jesús ha sido siempre muy sobrio al hablar de la vida nueva después de la resurrección. Sin embargo, cuando un grupo de aristócratas saduceos trata de ridiculizar la fe en la resurrección de los muertos, Jesús reacciona elevando la cuestión a su verdadero nivel y haciendo dos afirmaciones básicas.

Antes que nada, Jesús rechaza la idea pueril de los saduceos que imaginan la vida de los resucitados como prolongación de esta vida que ahora conocemos. Es un error representarnos la vida resucitada por Dios a partir de nuestras experiencias actuales.

Hay una diferencia radical entre nuestra vida terrestre y esa vida plena, sustentada directamente por el amor de Dios después de la muerte. Esa Vida es absolutamente «nueva». Por eso, la podemos esperar pero nunca describir o explicar.

Las primeras generaciones cristianas mantuvieron esa actitud humilde y honesta ante el misterio de la «vida eterna». Pablo les dice a los creyentes de Corinto que se trata de algo que «el ojo nunca vio ni el oído oyó ni hombre alguno ha imaginado, algo que Dios ha preparado a los que lo aman».

Estas palabras nos sirven de advertencia sana y de orientación gozosa. Por una parte, el cielo es una «novedad» que está más allá de cualquier experiencia terrestre, pero, por otra, es una vida «preparada» por Dios para el cumplimiento pleno de nuestras aspiraciones más hondas. Lo propio de la fe no es satisfacer ingenuamente la curiosidad, sino alimentar el deseo, la expectación y la esperanza confiada en Dios.

Esto es, precisamente, lo que busca Jesús apelando con toda sencillez a un hecho aceptado por los saduceos: a Dios se le llama en la tradición bíblica «Dios de Abrahán, Isaac y Jacob». A pesar de que estos patriarcas han muerto, Dios sigue siendo su Dios, su protector, su amigo. La muerte no ha podido destruir el amor y la fidelidad de Dios hacia ellos.

Jesús saca su propia conclusión haciendo una afirmación decisiva para nuestra fe: «Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos». Dios es fuente inagotable de vida. La muerte no le va dejando a Dios sin sus hijos e hijas queridos. Cuando nosotros los lloramos porque los hemos perdido en esta tierra, Dios los contempla llenos de vida porque los ha acogido en su amor de Padre.

Según Jesús, la unión de Dios con sus hijos no puede ser destruida por la muerte. Su amor es más fuerte que nuestra extinción biológica. Por eso, con fe humilde nos atrevemos a invocarlo: «Dios mío, en Ti confío. No quede yo defraudado» (Salmo 25,1-2).


Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Lc 20,27-38

MARÍA, SIEMPRE HUMILDE Y OBEDIENTE


María, siempre humilde y obediente
Ella, en la humildad de su faena diaria, de su trabajo y silencio hecho oración, era tan apóstol como el que más.


Por: El Paraíso de Nazaret | Fuente: Catholic.net 




Humildad en Belén

El nacimiento del Mesías no pudo haber sido más sencillo y humilde. Una cueva. Un pesebre con pajas. Un buey y una mula. Simplicidad y ocultamiento envueltos en silencio.

Pero no muy lejos de allí, un ángel del Señor se presentaba a unos pastores y les anunciaba con júbilo: “os ha nacido un Salvador, que es el Cristo Señor”. Luego, una multitud del ejército celestial que se puso a armar un jaleo imponente en el cielo, cantando a grandes voces...

Los pastores, al llegar al lugar del nacimiento, contaron emocionados todo eso a María. Todos se maravillaban de lo que decían aquellas simples personas, mientras Ella, “por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón...” No es esa la reacción normal de una mujer o de un hombre ante tales acontecimientos... Cualquiera de nosotros se hubiera puesto a presumir (¿discretamente?) comentando a los que ya empezaban a juntarse: “fíjaos, todo esto por mi hijo; si será importante...” María no procedió así.

Unos días después. Los chiquillos del pueblo pasaron por las calles de Belén anunciando a voz en grito: “¡que llega gente importante! ¡con camellos y caballos y cofres...!”

Y así era. Llegaban a la aldea unos Reyes Magos de Oriente. Fueron guiados por una estrella. Iban derechitos a la casa donde estaban la pareja de extranjeros recién llegados a Belén, a los que les acaba de nacer un hijo. Entraron en la casa. Se postraron adorando al Niño. Le entregaron oro, incienso y mirra (homenaje ofrecido a los Reyes...).

Eso era como para llenar de ínfulas a cualquiera de nosotros. El montón de curiosos que ya tapaba la puerta, estarían boquiabiertos... Pero a María no se le subió el incienso a la cabeza; ni la mirra, ni el oro. Además, ni tiempo tuvo. Tras atender debidamente a sus ilustres huéspedes, debieron salir con premura a Egipto. Porque a los pocos días se les avisó de que Herodes buscaba al Niño para matarlo...

¡Qué lástima! -podríamos pensar nosotros-. Justo ahora que se había corrido su fama por Belén y por toda la región. Justo ahora que empezaban a ser gente importante para todos aquellos aldeanos...

Nosotros seguramente habríamos obrado muy diversamente. Nosotros quizá habríamos aprovechado la lograda situación social y económica para hacernos proteger y esconder por los muchos admiradores que ya tendríamos en Belén. Nosotros quizá, dado que había oro abundante, habríamos pagado a un buen puñado de guardaespaldas y de soldados para velar y defender al Niño contra la guardia de Herodes. Nosotros, sintiendonos famosos, ricos, fuertes e inteligentes, quizá habríamos desafiado así la prepotencia del tirano. Nosotros quizá habríamos hecho todo eso quedándonos cómodamente en Belén, pero desatendiendo temerariamente la voluntad de Dios.

María, no. Ella con José y el Niño, tomando lo necesario y dejando lo demás a los necesitados, huyeron a Egipto. ¡Eso es aceptar y vivir con humildad y sencillez la voluntad de Dios! Aunque cueste. Y costó lo suyo.

Humildad en Egipto.

Llegaron a Egipto. Allí ya no eran nadie. Inmigrantes. Tuvieron que empezar de cero. Casa, trabajo, amistades... todo. A ganarse la vida. Porque del oro de los reyes ya no les quedaría nada. No debían estar muy acostumbrados a tener tanto y en pocos días habrían ya repartido casi todo a los pobres e indigentes de los barrios vecinos. Y quién sabe si calcularon bien para el viaje... Total, que lo más seguro es que no les debía quedar apenas nada.

Parece increíble, pero así fue. El Hijo de Dios, la Madre de Dios y el bueno de José, de inmigrantes. Ganándose la vida en Egipto, como podían. Salieron adelante confiados en la providencia y gracias a su trabajo y a no pocos sacrificios y privaciones, sobrellevados con una sencillez admirable y conmovedora. Dios no pudo dejar de bendecir un amor y un esfuerzo tan impregnados de humildad.

Humildad durante la presentación de Jesús en el tempo de Jerusalén.

Recuerda el evangelista que “cuando se cumplieron los días de la purificación...” Pero, purificación... ¿de qué? ¿de quién? Si nunca ha existido ni existirá mujer más pura que aquella María de Nazaret...

Y prosigue el relato sagrado: “para presentarlo al Señor...” Pero, si el Señor era precisamente aquel bebé que María llevaba en brazos y acariciaba con ternura...

Sí. Al recordar la purificación de María y la presentación del Niño en el templo, asombra cómo se dan la mano la humildad de María y el amor a la misión del mismo Cristo. Ni María necesitaba purificarse, pues es la Inmaculada, ni Jesús niño necesitaba ofrecerse al Padre, pues toda su vida no tenía otro sentido, otra finalidad distinta de la de hacer la voluntad de Dios.

Pues, nada. Ahí van, humildemente, a cumplir lo prescrito por la ley, a obedecer. Como Dios manda.

En esto, apareció el anciano Simeón, que se prodigó en alabanzas al Niño: “porque han visto mis ojos tu salvación... luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel”. Y por si no era suficiente, se presentó también la profetisa Ana, que no paraba de alabar a Dios y hablaba del Niño a todo el mundo...

Y José y María, la Madre de ese gran Salvador, no podían permitirse ni siquiera un cordero de un año... No tenían más que para un par de tórtolas... Sí, eso; lo de la gente pobre y humilde. Sus ahorros no les daban para más... Paciencia, claro; pero sobre todo, humildad.

Nosotros, sin duda, hubiéramos organizado otra entrada “como Dios manda”. Una entrada triunfal, como se merece el Mesías y su Madre. Con trompetas, carrozas, presentes valiosísimos para el Templo, con alfombra roja y transmitiéndolo todo en directo al mundo entero vía satélite. Porque nosotros tenemos en mucho eso de ser alcanzados por la fama y eso de tener importancia y una “posición” considerable y de cierta categoría. Nosotros somos bastante soberbios y orgullosos. Y aquí la Virgen con su humildad y sencillez, nos está recordando que todo eso que nos parece tan importante, a los ojos de Dios no vale absolutamente nada, si está al margen de su voluntad.

Humildad en Nazaret.

¡Cuánto tiempo en la más pura simplicidad y ocultamiento! Treinta años de vecindad en Nazaret. Ni un sólo gesto o actitud en María que indicara a los vecinos y vecinas su verdadero rango, su fenomenal categoría de Madre de Dios, de Reina del cielo y de todo el universo.

¡Que diversos, a veces, hemos salido sus hijos! Nosotros, disimulando nuestros defectos. María, disimulando sus grandezas.

Ella, durante treinta años, tratando de ocultar que es Madre del Mesías, del Salvador, Reina del universo. Ella, con el vestidito usado y remendado de los días de labor. La mujer del carpintero. Una vecina más de Nazaret.

Treinta años siendo Reina, y aparentando ser una vecina más. Treinta años siendo Madre de Dios y apareciendo como la mujer del carpintero del pueblo. Ella, que era la única persona en el mundo que ha podido decirle a Dios: “Hijo mío...” La única que pudo mandar a Dios a la fuente con el cántaro; o al huerto, con el borriquillo...

Treinta años sin darse importancia. La humildad de María en Nazaret parece haberse adentrado de lleno en los confines de lo heroico. Y aún más si consideramos que, en aquel pueblecito, la Virgen tuvo que añadir a lo anterior el peso humillante de la murmuración y la calumnia.

Sí. Cuando por la aldea se corría la voz de la locura de Cristo... Cuando murmurando se le consideraba endemoniado, amigo de publicanos y pecadores, borracho y glotón... O cuando, aquel día, después de su intervención en la sinagoga, estuvieron a punto de despeñarlo en su misma tierra...

Después de todo eso, María no desapareció de Nazaret. No se volvió a marchar a Egipto... No. Soporto con humildad y silencio lo que por ahí se comenzaba a decir, lógicamente, también de Ella: “ahí va la madre del loco, la madre del endemoniado, la madre del tal por cual...”

Cuánto necesitamos nosotros estar, como María Santísima, Virgen de humilde y obediente, listos ante la calumnia, el desprecio, la incomprensión y la indiferencia. Listos en la humildad, que es olvido de sí mismo, que es aceptación sumisa y confiada de lo que Dios mande y permita...

Humildad en Pentecostés.

Aquella mañana de Pentecostés, por las plazas de Jerusalén, los Apóstoles comenzaron a organizar un lío de mucho cuidado.

Mientras tanto, por una calle cualquiera, pasaba María desapercibida, quizá con la cesta de la compra...

Ella, la persona más excelsa de la Iglesia, venga a merecer gracias de Dios para que allá, en la plaza, miles y más miles de gentes comenzaran a convertirse al Cristianismo, al oír a San Pedro hablando en Griego, en Hebreo, en Latín, en Inglés y en todo...

Ella, en la humildad de su faena diaria, de su trabajo y silencio hecho oración, era tan apóstol como el que más. A decir verdad, más que cualquiera de ellos. Ninguno lo hubiera sido, ni lo será nunca, sin la intercesión callada y humilde de María.

María, Virgen humilde y obediente, ¡qué Madre tenemos en Ti!

HOY 5 DE NOVIEMBRE ES FIESTA DE SAN ZACARÍAS Y SANTA ISABEL, PADRES DE SAN JUAN BAUTISTA


Hoy 5 de noviembre  es fiesta de San Zacarías y Santa Isabel, padres de Juan Bautista


 (ACI).- “Ambos eran justos a los ojos de Dios y seguían en forma irreprochable todos los mandamientos y preceptos del Señor”, afirma San Lucas en su evangelio (Lc. 1,6) sobre San Zacarías y Santa Isabel -padres de San Juan Bautista y tíos de Jesús-, cuya fiesta litúrgica es cada 5 de noviembre.

Tal como describe el Evangelista San Lucas en su primer capítulo, Zacarías pertenecía a la clase sacerdotal de Abdías e Isabel era descendiente de Aarón. Ambos eran de edad avanzada y no tenían hijos porque Isabel era estéril.

Cierto día le tocó a Zacarías ingresar al “Santuario del Señor” para quemar el incienso. Un ángel del Señor se le apareció y le dijo que su esposa le daría un hijo al que llamaría Juan.

“Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto”, le dijo el ángel a Zacarías.

Zacarías le preguntó cómo podía estar seguro de esto porque él y su esposa eran ancianos. A lo que el ángel contestó que él era Gabriel, el que está delante de Dios, y que había sido enviado para hablarle y anunciarle esta buena noticia. Luego le dijo que se quedaría mudo por no haber creído.

Cuando Zacarías retornó a su casa, su esposa Isabel concibió un hijo y ella pensaba: “Esto es lo que el Señor ha hecho por mí, cuando decidió librarme de lo que me avergonzaba ante los hombres”.


Después que el ángel Gabriel se le apareció a la Virgen María, la Madre de Dios fue a ayudar a Isabel, quien al verla, exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.

Cuando Juan nació todos se alegraban de la misericordia de Dios. En el día de la circuncisión, todos querían llamarlo como su padre. Sin embargo, Isabel comunicó que se llamaría Juan, Zacarías lo confirmó escribiendo ese nombre en una pizarra y al instante recuperó el habla.

Finalmente el papá de San Juan Bautista, alabando a Dios, pronunció el famoso “Cántico de Zacarías”, una de las oraciones que los sacerdotes y religiosos rezan cada mañana en sus oraciones llamadas “Laudes”.

BIENVENIDOS!!!



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