domingo, 12 de marzo de 2017

A LOS JÓVENES ESPOSOS


A los jóvenes esposos



Cuando Dios regala a una familia un hijo, la alegra con una preciosa donación, confiando que los padres de la criatura la cuidarán con responsabilidad hasta la edad adulta. Se ha escrito mucho sobre cómo educar a los niños y a los adolescentes. Por eso, cuando encuentro sobre el tema una orientación luminosa, breve y perfecta, siento el deseo de compartirla para que todos aprovechen ese condensado de sabiduría. Lee y medita.

Si el supremo Creador te da un hijo, tiembla por el sagrado depósito que confía a tus cuidados. Haz que ese hijo hasta los diez años, te admire. Hasta los 20, te ame. Y hasta la muerte, te respete. Sé para ese hijo hasta los diez, su padre. Hasta los 20 años, su maestro y hasta la muerte, su amigo.

Qué metas simples pero exigentes: ser para el hijo un padre, un maestro y un amigo, poniendo sin embargo el acento hasta los diez años, en la paternidad protectora, hasta los veinte en la docencia del difícil arte de vivir honestamente, y hasta la muerte en la amistad que todo lo comparte con humildad y sabiduría. Gracias, hermano/a, por acercarte a este sitio web. Hasta mañana.


* Enviado por el P. Natalio

PAPA FRANCISCO: LA CRUZ NO ES UN ADORNO PARA LLEVAR, SINO EL SÍMBOLO DE LA FE CRISTIANA


Papa Francisco: La cruz no es un adorno para llevar, sino el símbolo de la fe cristiana
 Foto: L'Osservatore Romano




VATICANO, 12 Mar. 17 / 06:58 am (ACI).- En sus palabras previas al rezo del Ángelus dominical, el Papa Francisco invitó a los fieles a que en Cuaresma se contemple “devotamente la imagen del crucifijo”, porque no es un adorno más para llevar, sino “el símbolo de la fe cristiana, es el símbolo de Jesús, muerto y resucitado por nosotros”.

“La cruz cristiana no es un utensilio de la casa o un adorno para llevar, sino la cruz cristiana es un recordatorio del amor con que Jesús se sacrificó para salvar a la humanidad del mal y del pecado”, expresó el Santo Padre a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro.


En sus palabras previas a la oración mariana, Francisco reflexionó sobre el Evangelio del segundo domingo de Cuaresma, que relata el episodio de la Transfiguración del Señor.

Jesús “toma a parte a tres apóstoles: Pedro, Santiago y Juan. Sale con ellos a un monte alto y viene este singular fenómeno: el rostro de Jesús ‘brilló como el sol y sus vestimentas se tornaron blancas como la luz’”.

De este modo, indicó Francisco, “el Señor hizo resplandecer en su propia persona aquella gloria divina que se podía recibir con la fe, en su predicación y en sus gestos milagrosos. Y a la transfiguración le acompaña, sobre el monte, la aparición de Moisés y de Elías, ‘que conversaban con Él’”.

El Papa explicó que “la luminosidad que caracteriza este evento extraordinario simboliza su finalidad: iluminar las mentes y los corazones de los discípulos a fin de que puedan comprender claramente quién es su Maestro”.

Esta luz, dijo el Papa, ilumina toda persona de Cristo, quien quiere preparar a los suyos frente a lo que sucederá en Jerusalén.

“Ahora firmemente en el camino de Jerusalén, donde tendrá que sufrir la pena de muerte por crucifixión, Jesús quiere preparar a los suyos para este escándalo demasiado fuerte para su fe y, al mismo tiempo, anunciar su resurrección, manifestándose como el Mesías, el Hijo de Dios”, señaló.

“De hecho, Jesús se estaba mostrando como un Mesías diferente a lo esperado, a aquel que se imaginaban: no un rey poderoso y glorioso, sino un siervo humilde y desarmado; no un señor de gran riqueza, un signo de bendición, sino como un hombre pobre que no tiene donde reclinar la cabeza; no un patriarca con una numerosa descendencia, sino un célibe sin casa y sin nido”.

“Es realmente una revelación de Dios al revés”, afirmó el Papa, e indicó que “el signo más desconcertante” es la cruz.

“Pero precisamente a través de la cruz, Jesús alcanzará la gloriosa resurrección” y que será definitiva. “Jesús transfigurado en el monte Tabor quiso mostrar a sus discípulos su gloria, no para evitarles pasar por la cruz, sino para indicar a dónde lleva la cruz. El que muere con Cristo, con Cristo resucitará. Y la cruz es la puerta de la resurrección. Quien lucha junto a Él, con Él triunfará”, afirmó.

Francisco dijo que “este es el mensaje de esperanza que la cruz de Jesús contiene, exhortando a la fortaleza de nuestra existencia”.

Por ello, animó a los cristianos para que en este tiempo de Cuaresma, contemplen “devotamente la imagen del crucifijo: es el símbolo de la fe cristiana, es el símbolo de Jesús, muerto y resucitado por nosotros. Nos aseguramos de que la cruz marque las etapas de nuestro camino cuaresmal para comprender cada vez más plenamente la gravedad del pecado y el valor del sacrificio con el que el Redentor nos ha salvado, a todos nosotros”.

“La Virgen ha sabido contemplar la gloria de Jesús escondida en su humanidad. Ella nos ayude a estar con Él en la oración silenciosa, a dejarnos iluminar por su presencia, para llevar en el corazón, a través de las noches más oscuras, un reflejo de su gloria”, concluyó.

TRANSFIGURACIÓN, LO QUE CRISTO ES

Transfiguración, lo que Cristo es
Segundo domingo Cuaresma. ¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza con la auténtica felicidad, que es Cristo?


Por: P. Cipriano Sánchez LC | Fuente: Catholic.net 




La Transfiguración del Señor es particularmente importante para nosotros por lo que viene a significar. Por una parte, significa lo que Cristo es; Cristo que se manifiesta como lo que Él es ante sus discípulos: como Hijo de Dios. Pero,además, tiene para nosotros un significado muy importante, porque viene a indicar lo que somos nosotros, a lo que estamos llamados, cuál es nuestra vocación.

Cuando Pedro ve a Cristo transfigurado, resplandeciente como el sol, con sus vestiduras blancas como la nieve, lo que está viendo no es simplemente a Cristo, sino que, de alguna manera, se está viendo a sí mismo y a todos nosotros. Lo que San Pedro ve es el estado en el cual nosotros gloriosos viviremos por la eternidad.

Es un misterio el hecho de que nosotros vayamos a encontrarnos en la eternidad en cuerpo y alma. Y Cristo, con su verdadera humanidad, viene a darnos la explicación de este misterio. Cristo se convierte, por así decir, en la garantía, en la certeza de que, efectivamente, nuestra persona humana no desaparece, de que nuestro ser, nuestra identidad tal y como somos, no se acaba.
Está muy dentro del corazón del hombre el anhelo de felicidad, el anhelo de plenitud. Muchas de las cosas que hacemos, las hacemos precisamente para ser felices. Yo me pregunto si habremos pensado alguna vez que nuestra felicidad está unida a Jesucristo; más aún, que la Transfiguración de Cristo es una manifestación de la verdadera felicidad.

Si de alguna manera nosotros quisiéramos entender esta unión, podríamos tomar el Evangelio y considerar algunos de los aspectos que nos deja entrever. En primer lugar, la felicidad es tener a Cristo en el corazón como el único que llena el alma, como el único que da explicación a todas las obscuridades, como dice Pedro: "¡Qué bueno es estar aquí contigo!". Pero, al mismo tiempo, tener a Cristo como el único que potencia al máximo nuestra felicidad.

Las personas humanas a veces pretendemos ser felices por nosotros mismos, con nosotros mismos, pero acabamos dándonos cuenta de que eso no se puede. Cuántas veces hay amarguras tremendas en nuestros corazones, cuántas veces hay pozos de tristeza que uno puede tocar cuando va caminando por la vida.

¿Sabemos nosotros llenar esos pozos de tristeza, de amargura o de ceguera con la auténtica felicidad, que es Cristo? Cuando tenemos en nuestra alma una decepción, un problema, una lucha, una inquietud, una frustración, ¿sabemos auténticamente meter a Jesucristo dentro de nuestro corazón diciéndole: «¡Qué bueno es estar aquí!»?

Hay una segunda parte de la felicidad, la cual se ve simbolizada en la presencia de Moisés y de Elías. Moisés y Elías, para la mentalidad judía, no son simplemente dos personaje históricos, sino que representan el primero la Ley, y el segundo a los Profetas. Ellos nos hablan de la plenitud que es Cristo como Palabra de Dios, como manifestación y revelación del Señor a su pueblo. La plenitud es parte de la felicidad. Cuando uno se siente triste es porque algo falta, es porque no tiene algo. Cuando una persona nos entristece, en el fondo, no es por otra cosa sino porque nos quitó algo de nuestro corazón y de nuestra alma. Cuando una persona nos defrauda y nos causa tristeza, es porque no nos dio todo lo que nosotros esperábamos que nos diera. Cuando una situación nos pone tristes o cuando pensamos en alguien y nos entristecemos es porque hay siempre una ausencia; no hay plenitud.

La Transfiguración del Señor nos habla de la plenitud, nos habla de que no existen carencias, de que no existen limitaciones, de que no existen ausencias. Cuántas veces las ausencias de los seres queridos son tremendos motivos de tristeza y de pena. Ausencias físicas unas veces, ausencias espirituales otras; ausencias producidas por una distancia que hay en kilómetros medibles, o ausencias producidas por una distancia afectiva.

Aprendamos a compartir con Cristo todo lo que Él ha venido a hacer a este mundo. El saber ofrecernos, ser capaces de entregarnos a nuestro Señor cada día para resucitar con Él cada día. "Si con Él morimos -dice San Pablo- resucitaremos con Él. Si con Él sufrimos, gozaremos con Él". La Transfiguración viene a significar, de una forma muy particular, nuestra unión con Cristo.

Ojalá que en este día no nos quedemos simplemente a ver la Transfiguración como un milagro más, tal vez un poquito más espectacular por parte de Cristo, sino que, viendo a Cristo Transfigurado, nos demos cuenta de que ésa es nuestra identidad, de que ahí está nuestra felicidad. Una felicidad que vamos a ser capaces de tener sola y únicamente a través de la comunión con los demás, a través de la comunión con Dios. Una felicidad que no va a significar otra cosa sino la plenitud absoluta de Dios y de todo lo que nosotros somos en nuestra vida; una felicidad a la que vamos a llegar a través de ese estar con Cristo todos los días, muriendo con Él, resucitando con Él, identificándonos con Él en todas las cosas que hagamos.

Pidamos para nosotros la gracia de identificarnos con Cristo como fuente de felicidad. Pidámosla también para los que están dentro de nuestro corazón y para aquellas personas que no son capaces de encontrar que estar con Cristo es lo mejor que un hombre o que una mujer pueden tener en su vida.

LOS CINCO MINUTOS DE MARÍA, 12 DE MARZO


Los cinco minutos de María
Marzo 12



Dios toma la iniciativa y sale al encuentro del hombre para salvarlo. Pero Dios no salva al hombre sin la colaboración del hombre. “El que te creó a ti, no te va a salvar sin ti” decía San Agustín.

María vio en el ángel al enviado de Dios y sus palabras fueron escuchadas por María como palabras de Dios. Por eso su respuesta no fue dirigida tanto al ángel cuanto a Dios, a cuya disposición su puso incondicionalmente.

María, enséñanos a ponernos a disposición de Dios y a colaborar en nuestra salvación y en la de nuestros hermanos.


* P. Alfonso Milagro

ESCUCHAR A JESÚS - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY 12 MARZO 2017 - LA TRANSFIGURACIÓN


ESCUCHAR A JESÚS

El centro de ese relato complejo, llamado tradicionalmente la «transfiguración de Jesús», lo ocupa una voz que viene de una extraña «nube luminosa», símbolo que se emplea en la Biblia para hablar de la presencia siempre misteriosa de Dios, que se nos manifiesta y, al mismo tiempo, se nos oculta.

La voz dice estas palabras: «Este es mi Hijo, en quien me complazco. Escuchadlo». Los discípulos no han de confundir a Jesús con nadie, ni siquiera con Moisés o Elías, representantes y testigos del Antiguo Testamento. Solo Jesús es el Hijo querido de Dios, el que tiene su rostro «resplandeciente como el sol».

Pero la voz añade algo más: «Escuchadlo». En otros tiempos, Dios había revelado su voluntad por medio de los «diez mandamientos» de la Ley. Ahora la voluntad de Dios se resume y concreta en un solo mandato: «Escuchad a Jesús». La escucha establece la verdadera relación entre los seguidores y Jesús.

Al oír esto, los discípulos caen por los suelos «aterrados de miedo». Están sobrecogidos por aquella experiencia tan cercana de Dios, pero también asustados por lo que han oído: ¿podrán vivir escuchando solo a Jesús, reconociendo solo en él la presencia misteriosa de Dios?

Entonces Jesús «se acerca, los toca y les dice: “Levantaos. No tengáis miedo”». Sabe que necesitan experimentar su cercanía humana: el contacto de su mano, no solo el resplandor divino de su rostro. Siempre que escuchamos a Jesús en el silencio de nuestro ser, sus primeras palabras nos dicen: «Levántate, no tengas miedo».

Muchas personas solo conocen a Jesús de oídas. Su nombre les resulta tal vez familiar, pero lo que saben de él no va más allá de algunos recuerdos e impresiones de la infancia. Incluso, aunque se llamen cristianos, viven sin escuchar en su interior a Jesús. Y sin esa experiencia no es posible conocer su paz inconfundible ni su fuerza para alentar y sostener nuestra vida.

Cuando un creyente se detiene a escuchar en silencio a Jesús, en el interior de su conciencia escucha siempre algo como esto:

«No tengas miedo. Abandónate con toda sencillez en el misterio de Dios. Tu poca fe basta. No te inquietes. Si me escuchas, descubrirás que el amor de Dios consiste en estar siempre perdonándote. Y, si crees esto, tu vida cambiará. Conocerás la paz del corazón».

En el libro del Apocalipsis se puede leer así: «Mira, estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa». Jesús llama a la puerta de cristianos y no cristianos. Podemos abrirle la puerta o rechazarlo. Pero no es lo mismo vivir con Jesús que sin él.

Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Mt 17,1-9

EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 12 DE MARZO 2017 - LA TRANSFIGURACIÓN


II Domingo de Cuaresma – Ciclo A
Domingo 12 de Marzo de 2017

“Jesús es Dios“





Primera lectura
Lectura libro del Génesis (12,1-4a):

En aquellos días, el Señor dijo a Abrán: «Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre, y será una bendición. Bendeciré a los que te bendigan, maldeciré a los que te maldigan. Con tu nombre se bendecirán todas las familias del mundo.»
Abrán marchó, como le había dicho el Señor.

Palabra de Dios    

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Salmo

Salmo Responsorial: 32,4-5.18-19.20.22

R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti

La palabra del Señor es sincera,
y todas sus acciones son leales;
él ama la justicia y el derecho,
y su misericordia llena la tierra. R/.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.

Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R/.

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Segunda lectura

Comienzo de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (1,8b-10):

Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios. Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal, por medio del Evangelio.

Palabra de Dios

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Lectura del Santo Evangelio según san Mateo (17,1-9):

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta. Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.
Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien se está aquí! Sí quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»
Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.» Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.
Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo: «Levantaos, no temáis.» Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Palabra del Señor

FELIZ DOMINGO


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