miércoles, 24 de diciembre de 2025

HOMILÍA COMPLETA DEL PAPA LEÓN XIV EN SU PRIMERA MISA DE NOCHEBUENA 2025



 Homilía completa del Papa León XIV en su primera Misa de Nochebuena

El Papa León XIV en la Misa de Nochebuena en su primera Navidad.

24 de diciembre de 2025



Presentamos a continuación el texto completo de la homilía de la Misa de Nochebuena del Papa León XIV, en la primera Navidad de su pontificado.


Queridos hermanos y hermanas:

Durante milenios, en todas partes del mundo, los pueblos han escrutado el cielo dando nombres y formas a estrellas mudas; en su imaginación, leían en ello los acontecimientos del futuro buscando en lo alto, entre los astros, la verdad que faltaba abajo, entre las casas. Sin embargo, como a tientas, en esa oscuridad seguían confundidos por sus propios oráculos.


En esta noche, en cambio, «el pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz: sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz» (Is 9,1). He aquí la estrella que sorprende al mundo, una chispa recién encendida y resplandeciente de vida: «Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor» (Lc 2,11).


En el tiempo y en el espacio, allí donde estamos, viene Aquel sin el cual nunca habríamos existido. Vive entre nosotros quien da su vida por nosotros, iluminando nuestra noche con la salvación. No hay tiniebla que esta estrella no ilumine, porque en su luz toda la humanidad ve la aurora de una existencia nueva y eterna. Es el nacimiento de Jesús, el Emmanuel.


En el Hijo hecho hombre, Dios no nos da algo, sino a sí mismo, «a fin de librarnos de toda iniquidad, purificarnos y crear para sí un Pueblo elegido» (Tt 2,14). Nace en la noche Aquel que nos rescata de la noche: ya no hay que buscarla lejos, en los espacios siderales, sino inclinando la cabeza en el establo de al lado.


La clara señal dada al oscuro mundo es, de hecho, «un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lc 2,12). Para encontrar al Salvador no hay que mirar hacia arriba, sino contemplar hacia abajo: la omnipotencia de Dios resplandece en la impotencia de un recién nacido; la elocuencia del Verbo eterno resuena en el primer llanto de un infante; la santidad del Espíritu brilla en ese cuerpecito limpio y envuelto en pañales.


Es divina la necesidad de cuidado y calor que el Hijo del Padre comparte con todos sus hermanos en la historia. La luz divina que irradia este Niño nos ayuda a ver al hombre en cada vida que nace.


Para iluminar nuestra ceguera, el Señor quiso revelarse al hombre como hombre, su verdadera imagen, según un proyecto de amor iniciado con la creación del mundo. Mientras la noche del error oscurezca esta verdad providencial, «tampoco queda espacio para los otros, para los niños, los pobres, los extranjeros» (Benedicto XVI, Homilía en la noche de Navidad, 24 diciembre 2012).


Las palabras del Papa Benedicto XVI, tan actuales, nos recuerdan que en la tierra no hay espacio para Dios si no hay espacio para el hombre: no acoger a uno significa rechazar al otro. En cambio, donde hay lugar para el hombre, hay lugar para Dios; y entonces un establo puede llegar a ser más sagrado que un templo y el seno de la Virgen María, el arca de la nueva alianza.


Admiremos, queridos amigos, la sabiduría de la Navidad. En el niño Jesús, Dios da al mundo una nueva vida ―la suya―, para todos. No es una idea que resuelva todos los problemas, sino una historia de amor que nos involucra.


Ante las expectativas de los pueblos, Él envía un niño, para que sea palabra de esperanza; ante el dolor de los miserables, Él envía un indefenso, para que sea fuerza para levantarse; ante la violencia y la opresión, Él enciende una suave luz que ilumina con la salvación a todos los hijos de este mundo.


Como señalaba San Agustín, «tanto te oprimió la soberbia humana, que sólo la humildad divina te podía levantar» (Sermo in Natale Domini,188, III, 3). Sí, mientras una economía distorsionada induce a tratar a los hombres como mercancía, Dios se hace semejante a nosotros, revelando la dignidad infinita de cada persona. Mientras el hombre quiere convertirse en Dios para dominar al prójimo, Dios quiere convertirse en hombre para liberarnos de toda esclavitud. ¿Será suficiente este amor para cambiar nuestra historia?


La respuesta llega en cuanto nos despertamos, como los pastores, de una noche mortal, a la luz de la vida naciente, contemplando al niño Jesús. En el establo de Belén, donde María y José, llenos de asombro, veían al recién nacido, el cielo estrellado se convierte en «una multitud del ejército celestial» (Lc 2,13).


Son huestes desarmadas y desarmantes, porque cantan la gloria de Dios, cuya manifestación en la tierra es la paz (cf. v. 14); en el corazón de Cristo, en efecto, palpita el vínculo que une en el amor el cielo y la tierra y el Creador con las criaturas.


Por eso, hace exactamente un año, el Papa Francisco afirmaba que el nacimiento de Jesús reaviva en nosotros «el don y la tarea de llevar esperanza allí donde se ha perdido», porque «con Él florece la alegría, con Él la vida cambia, con Él la esperanza no defrauda» (Homilía en la noche de Navidad, 24 diciembre 2024).


Con estas palabras daba comienzo el Año Santo. Ahora que el Jubileo llega a su fin, la Navidad es para nosotros tiempo de gratitud y de misión. Gratitud por el don recibido, misión para dar testimonio de este don al mundo. Como aclama el salmista: «Canten al Señor, bendigan su Nombre, día tras día, proclamen su victoria. Anuncien su gloria entre las naciones, y sus maravillas entre los pueblos» (Sal 96,2-3).


Hermanas y hermanos, la contemplación del Verbo hecho carne suscita en toda la Iglesia una palabra nueva y verdadera: proclamemos, pues, la alegría de la Navidad, que es fiesta de la fe, de la caridad y de la esperanza.


Es fiesta de la fe, porque Dios se hace hombre, naciendo de la Virgen. Es fiesta de la caridad, porque el don del Hijo redentor se realiza en la entrega fraterna. Es fiesta de la esperanza, porque el niño Jesús la enciende en nosotros, haciéndonos mensajeros de paz. Con estas virtudes en el corazón, sin temer a la noche, podemos ir al encuentro del amanecer del nuevo día.

ORACIÓN PARA BENDECIR LA CENA DE NAVIDAD



 Oración para bendecir la mesa en Navidad

Oración para bendecir la mesa en Nochebuena y Navidad


Las fiestas de Navidad suelen ser ocasión para reunir en casa a familiares y amigos. Compartir los alimentos -lo poco o mucho que se tenga- es siempre un acto de generosidad y amor que nace de Dios, quien es generoso siempre con nosotros (A continuación encontrarás una sencilla oración publicada por la Diócesis de Málaga, España, para bendecir la mesa de Navidad).


Todos: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


Bendice, Señor, nuestra mesa en esta noche de Luz.

Quienes vamos a cenar celebrándote, 

sabemos que la fiesta eres Tú que nos invitas a nacer siempre de nuevo.


Gracias por el pan y el trabajo, por la generosidad y la esperanza.

Llena nuestra mesa de fuerza y ternura para ser personas justas, 

llena de paz nuestras vidas y que la amistad y la gratitud alimenten cada día del año.


Tú eres bendición para nosotros, por eso, 

en esta noche fraterna, bendice la tierra toda, bendice nuestro país.

Bendice esta familia y esta mesa.

Bendícenos a cada uno de los que estamos aquí.


Que así sea. Amén.


Todos: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

ORACIÓN FAMILIAR PARA PONER AL NIÑO JESÚS EN EL PESEBRE



Oración familiar para poner al Niño en el pesebre


La siguiente oración puede ser rezada tanto la noche del 24 de diciembre, durante la Nochebuena, como a lo largo del día 25, día de Navidad. Es de esperar que se busque el lugar y el momento propicios, cuando esté reunida la familia o los amigos y se desee colocar la imagen del Niño Dios en el pesebre, como símbolo de la llegada del Salvador.


Sabemos que poner al niñito Jesús en el pesebre es un gesto hermoso: expresa nuestro amor, gratitud y el deseo de que Él nazca también en nuestros corazones.


NOTA: Las indicaciones aparecen en letra cursiva siempre. No se deben leer. Es bueno que los participantes revisen el texto completo de la oración previamente, para no dejar detalles sueltos.


(Se hace silencio y luego se empieza la oración)


TODOS:


En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.



Lector 1:


Querido Padre, Dios del cielo y de la tierra:


En esta noche santa te queremos dar gracias por tanto amor. Gracias por nuestra familia y por nuestro hogar. Gracias por nuestros amigos, vecinos y por las personas que trabajan con nosotros.


Bendícenos en este día tan especial en el que esperamos el nacimiento de tu Hijo. Ayúdanos a preparar nuestros corazones para recibir al Niño Jesús con amor, alegría y esperanza. Estamos aquí reunidos para adorarlo y darle gracias por haber venido al mundo a llenar nuestras vidas.


En esta noche (mañana/ tarde) hermosa, al contemplar el pesebre, recordamos de manera especial a las familias que no tienen techo, alimento y comodidad. Te pedimos por ellas para que la Virgen y San José les ayuden a encontrar un cálido hogar. También recordamos a quienes han sido llamados a tu presencia y que en esta noche gozan contemplando tu rostro en el cielo.


Lector 2:


Padre bueno, te pedimos que el Niño Jesús nazca en nuestros corazones como nació en Belén, para que podamos regalarle a otros el amor que Tú nos muestras día a día. Ayúdanos a reflejar con nuestra vida tu abundante misericordia.


Que junto con tus ángeles y arcángeles vivamos siempre alabándote y glorificándote.


(En este momento alguien de la familia o comunidad pone al Niño Jesús en el pesebre, o si ya está allí, se coloca, con cuidado, un pequeño cirio o una velita delante de Él).


Lector 3:


Santísima Virgen María, gracias por aceptar ser la Madre de Jesús y Madre nuestra, gracias por tu amor y protección. Sabemos que día a día intercedes por nosotros y por nuestras intenciones, gracias Madre buena.


Querido San José, gracias por ser padre y protector del Niño Jesús, te pedimos que ruegues a Dios por nosotros para que seamos una familia unida en el amor. Intercede por todas las familias del mundo para que en cada hogar haya calor, seguridad, paz y reconciliación. Amén.


Recemos ahora un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.


(Para finalizar se puede entonar algún villancico que elijan los participantes)


TODOS:


En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.


(Todos se dan un abrazo de paz y se desean una feliz Navidad) 

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