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domingo, 18 de diciembre de 2016

MARÍA, LA MUJER DEL ADVIENTO



María, la mujer del Adviento



Poco margen tenemos, en el presente año, entre el IV Domingo de Adviento y la Natividad del Señor. Pero, incluso en ese corto espacio, María emerge como la gran figura de esta liturgia que nos llevará, mañana ya, a la Solemne Misa del Gallo.

No podía faltar, María Madre de Dios, como aquella que nos trae al Salvador en este tiempo de Adviento que es periodo de espera y de esperanza.

Y, con María, llegó la expectación. ¡Todo está a punto de cumplirse! El “sí” de aquella mañana en Nazaret, nos traerá en las próximas horas al Dios con nosotros. Creyó, esperó y se brindó a todo lo que Dios le pidió. ¿Se puede aguardar más de una mujer que fue un cheque en blanco para el Señor?

María, la mujer que se vació totalmente para Dios, está llena a rebosar del Espíritu. Colmada de las promesas que nuestros antiguos confiaban en ver. Seremos nosotros los que en el día de Navidad, contemplemos cara a cara lo que ha germinado en el interior de una Virgen.

A Ella, y no lo olvidemos, le debemos la primera Navidad. ¿Cómo celebrar cristianamente estos próximos días? ¿En dónde poner el acento? ¿Cómo conseguir que Dios siga naciendo en nosotros?

No lo dudemos, en María, tenemos la respuesta. Sus actitudes, su forma de ser, su personalidad y su figura, nos dan el tono para desarrollar la melodía que a Dios más le gusta.

No lo dudemos, en María, se dan una serie de virtudes y de gracias que, al imitarlas, a la fuerza damos con el secreto y en el clavo para complacer a Dios y para hacer el Evangelio realidad.

¡Sí! Con María llegó la esperanza. No podemos dejar de lado a ninguna de las dos: ni a Maria, porque es fuente de esperanza, ni a la esperanza, porque es la mejor radiografía de una mujer que amó en su corazón y con locura a Dios, mucho antes que recibirlo en sus propias entrañas.

¡Qué gran pórtico el de la Navidad! ¡María Virgen! Celebremos con gozo santo estos próximos días. Dejémonos guiar por esta estrella que ilumina los senderos que conducen a Belén. Miremos a esta mujer que, siendo pequeña, es grande y confidente en cuanto que nos enseña a renovar nuestras personas para que Dios pueda también en nosotros nacer.

Miremos hacia el cielo ¿No la veis? ¿Quién ha dicho que solo aparecerá una estrella en el amplio universo? Hoy, en este cuarto domingo de Adviento, María es también un destello que marca los compases del caminante que quiere marchar sin detenerse hacia Belén.

Que apuremos estas últimas horas. Preparemos, por supuesto, el encuentro familiar: la mesa, los dulces, el calor, el belén o el árbol. Pero, que entre todo ello, no olvidemos lo más importante. Dios para nacer necesita de un corazón bien dispuesto. Que cuando llegue en las próximas horas encuentre también una oración en nuestras casas. Que los villancicos sean un distintivo musical de estas jornadas, que además de familiares, son días de fe. En definitiva, ya que Dios sale a nuestro encuentro en un Niño que se mueve en los fondos de Santa María, que salgamos también nosotros alegres, llenos de fe, preparados, convertidos y dispuestos a que sean unas navidades santas y cristianas.


© Padre Javier Leoz

TRABAJAR LA CARIDAD EN ADVIENTO


Trabajar la caridad en Adviento



1)  Para saber
El Papa Francisco nos propone tres actitudes para este tiempo de Adviento: “Vigilantes en la oración, trabajadores en la caridad y exultantes en la bendición”.
Reflexionemos sobre la segunda: la caridad. Si tratamos al Señor en la oración, una consecuencia será que nos infundirá su Amor, y ese amor lo demos a los demás.

2) Para pensar
No suele estar en nuestras manos resolver problemas mundiales, pero basta con poner amor en cada momento. Un relato nos lo muestra.
Un día, en un pueblo pequeño, un muchacho pobre que vendía mercancías de puerta en puerta para pagar sus estudios universitarios de medicina, se encontró sin dinero y tenía hambre.
Desesperado decidió pedir comida. Tocó a una casa humilde, y sus nervios lo traicionaron cuando una encantadora mujer joven le abrió la puerta. En vez de comida pidió un vaso de agua. Ella notó que tenía hambre, así que le trajo un gran vaso de leche. Lo bebió despacio, y le preguntó: “¿Cuánto le debo?” Ella contestó: “No me debes nada. Mi madre nos ha enseñado a nunca aceptar pago por una caridad”
El joven le dijo: “Entonces, te lo agradezco de todo corazón”.
Cuando Howard Kelly se retiró, se sintió más fuerte; estaba por rendirse y dejar todo, y ahora su fe en Dios y en los hombres era más fuerte.
Muchos años después esa mujer enfermó gravemente. Los doctores locales estaban confundidos y la enviaron a la gran ciudad.
Ella viajó. Llamaron al mejor doctor, Howard Kelly, para consultarle. Cuando este oyó el nombre del pueblo de donde venía, una extraña luz llenó sus ojos. Inmediatamente subió al cuarto. Vestido con su bata entró y la reconoció enseguida. Se propuso hacer lo mejor posible para salvar su vida. Desde ese día le prestó la mejor atención. Después de una larga lucha, ella ganó la batalla. ¡Estaba totalmente recuperada!
El Dr. Kelly pidió a la administración del hospital que le enviaran la factura total de los gastos para aprobarla. El la revisó y firmó, escribiendo algo en el borde de la factura y la envió a la paciente.
La cuenta le llegó a la mujer, pero temía abrirla. Sabía que le tomaría el resto de su vida poder pagar todos los gastos.
Finalmente la abrió, y algo llamó su atención: En el borde de la factura leyó estas palabras: “Pagado por completo hace muchos años con un gran vaso de leche”. Firmado Dr. Howard Kelly.
Lágrimas de alegría inundaron sus ojos y su feliz corazón oró así: “Gracias, Dios. Porque tu amor se ha manifestado en las manos y los corazones humanos”.
El Dr. Howard sí existió y fue un muy prestigioso médico y cofundador de un reconocido hospital en los Estados Unidos.

3) Para vivir
Para cumplir el propósito de vivir la caridad este Adviento, como nos dice el Papa, hace falta mirar más a nuestro alrededor, descubrir que los demás están más necesitados que uno, y saber encontrar el rostro de Cristo en ellos, recordando sus palabras: “Porque tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; estuve enfermo y me visitaron…” (cfr. Mt 25, 36).
Si logramos hacerle pasar un momento agradable a una persona enferma o sola, estos días navideños, estarán impregnados de espíritu cristiano.


© Pbro. José Martínez Colín

sábado, 17 de diciembre de 2016

MEDITACIONES DEL EVANGELIO PARA EL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO 2016


EXPERIENCIA INTERIOR

El evangelista Mateo tiene un interés especial en decir a sus lectores que Jesús ha de ser llamado también «Emmanuel». Sabe muy bien que puede resultar chocante y extraño. ¿A quién se le puede llamar con un nombre que significa «Dios con nosotros»? Sin embargo, este nombre encierra el núcleo de la fe cristiana y es el centro de la celebración de la Navidad.

Ese misterio último que nos rodea por todas partes y que los creyentes llamamos «Dios» no es algo lejano y distante. Está con todos y cada uno de nosotros. ¿Cómo lo puedo saber? ¿Es posible creer de manera razonable que Dios está conmigo si yo no tengo alguna experiencia personal, por pequeña que sea?

De ordinario, a los cristianos no se nos ha enseñado a percibir la presencia del misterio de Dios en nuestro interior. Por eso muchos lo imaginan en algún lugar indefinido y abstracto del universo. Otros lo buscan adorando a Cristo presente en la eucaristía. Bastantes tratan de escucharlo en la Biblia. Para otros, el mejor camino es Jesús.

El misterio de Dios tiene, sin duda, sus caminos para hacerse presente en cada vida. Pero se puede decir que, en la cultura actual, si no lo experimentamos de alguna manera vivo dentro de nosotros, difícilmente lo hallaremos fuera. Por el contrario, si percibimos su presencia en nosotros podremos rastrear su presencia en nuestro entorno.

¿Es posible? El secreto consiste sobre todo en saber estar con los ojos cerrados y en silencio apacible, acogiendo con un corazón sencillo esa presencia misteriosa que nos está alentando y sosteniendo. No se trata de pensar en eso, sino de estar «acogiendo» la paz, la vida, el amor, el perdón… que nos llega desde lo más íntimo de nuestro ser.

Es normal que, al adentrarnos en nuestro propio misterio, nos encontremos con nuestros miedos y preocupaciones, nuestras heridas y tristezas, nuestra mediocridad y nuestro pecado. No hemos de inquietarnos, sino permanecer en el silencio. La presencia amistosa que está en el fondo más íntimo de nosotros nos irá apaciguando, liberando y sanando.

Karl Rahner, uno de los teólogos más importantes del siglo XX, afirma que, en medio de la sociedad secular de nuestros días, «esta experiencia del corazón es la única con la que se puede comprender el mensaje de fe de la Navidad: Dios se ha hecho hombre». El misterio último de la vida es un misterio de bondad, de perdón y salvación, que está con nosotros: dentro de todos y cada uno de nosotros. Si lo acogemos en silencio conoceremos la alegría de la Navidad.

Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Mt 1,18-24


«Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado»



Hoy, la liturgia de la Palabra nos invita a considerar y admirar la figura de san José, un hombre verdaderamente bueno. De María, la Madre de Dios, se ha dicho que era bendita entre todas las mujeres (cf. Lc 1,42). De José se ha escrito que era justo (cf. Mt 1,19).

Todos debemos a Dios Padre Creador nuestra identidad individual como personas hechas a su imagen y semejanza, con libertad real y radical. Y con la respuesta a esta libertad podemos dar gloria a Dios, como se merece o, también, hacer de nosotros algo no grato a los ojos de Dios.

No dudemos de que José, con su trabajo, con su compromiso en su entorno familiar y social se ganó el “Corazón” del Creador, considerándolo como hombre de confianza en la colaboración en la Redención humana por medio de su Hijo hecho hombre como nosotros.

Aprendamos, pues, de san José su fidelidad —probada ya desde el inicio— y su buen cumplimiento durante el resto de su vida, unida —estrechamente— a Jesús y a María.

Lo hacemos patrón e intercesor para todos los padres, biológicos o no, que en este mundo han de ayudar a sus hijos a dar una respuesta semejante a la de él. Lo hacemos patrón de la Iglesia, como entidad ligada, estrechamente, a su Hijo, y continuamos oyendo las palabras de María cuando encuentra al Niño Jesús que se había “perdido” en el Templo: «Tu padre y yo...» (Lc 2,48).

Con María, por tanto, Madre nuestra, encontramos a José como padre. Santa Teresa de Jesús dejó escrito: «Tomé por abogado y señor al glorioso san José, y encomendéme mucho a él (...). No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer».

Especialmente padre para aquellos que hemos oído la llamada del Señor a ocupar, por el ministerio sacerdotal, el lugar que nos cede Jesucristo para sacar adelante su Iglesia. —¡San José glorioso!: protege a nuestras familias, protege a nuestras comunidades; protege a todos aquellos que oyen la llamada a la vocación sacerdotal... y que haya muchos.


+ Rev. D. Pere GRAU i Andreu 
(Les Planes, Barcelona, España)

LITURGIA FAMILIAR PARA LA CUARTA SEMANA DE ADVIENTO


Liturgia familiar para la Cuarta Semana de Adviento


INDICACIONES

La corona al inciar la liturgia deben estar encendidas las anteriores velas de la corona. Crear un ambiente recogido, con poca luz. Es recomendable colocar una imagen de la Virgen al lado de la corona, con un cirio a sus pies. De este cirio se puede tomar la llama para encender la tercera vela de la corona.

TODOS: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

MONITOR: Alegrémonos porque el Señor está cerca de nosotros y viene a traernos la reconciliación. Encenderemos la cuarta y última vela de nuestra corona. Que este símbolo nos recuerde la proximidad de la venida del Señor Jesús, que viene a traernos alegría y esperanza. Iniciemos la oración de esta semana cantando MORADA DE LA LUZ (u otro canto apropiado)

CELEBREMOS UNIDOS A LA VIRGEN MARÍA, 
PORQUE ESTÁBAMOS CIEGOS Y NOS DIO A LUZ EL DÍA,
PORQUE ESTÁBAMOS TRISTES Y NOS DIO LA ALEGRÍA.

1. Mujer tan silenciosa y encumbrada, ahora más que el sol, recibes en tu vientre al mismo Dios, al que es tu Creador.

2. Lo que Eva en una tarde misteriosa buscando nos perdió, Tú, Madre, lo devuelves florecido en fruto salvador.

3. Tú que eres bella puerta del Rey sumo, Morada de la Luz, la puerta nos abriste de los cielos al darnos a Jesús.

LECTOR: Lectura tomada del Evangelio según San Lucas:

"En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque , apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" Y dijo María: "Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su sierva, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada."

MONITOR: La presencia del Señor Jesús entre nosotros nos llena de gozo y alegría. Es la Madre quien nos lo hace cercano, quien permite que esa Luz llegue a nosotros e ilumine nuestra vida. En compañía de Santa María encendamos la última vela de nuestra corona de Adviento mientras cantamos.

(Una persona enciende la cuarta vela mientras se entona el canto, de ser posible durante la cuarta estrofa)

HOY SE ENCIENDE UNA LLAMA (u otro canto apropiado)


Hoy se enciende una llama
en la corona de Adviento
que arda nuestra esperanza
en el corazón despierto
y al calor de la Madre
caminemos este tiempo

Un primer lucero se enciende
anunciando al Rey que viene
preparad corazones
allánense los senderos

Hoy se enciende una llama
en la corona de Adviento
que arda nuestra esperanza
en el corazón despierto
y al calor de la Madre
caminemos este tiempo.

Crecen nuestros anhelos al ver
la segunda llama nacer
como dulce rocío vendrá
el Mesías hecho Niño.

Hoy se enciende una llama
en la corona de Adviento
que arda nuestra esperanza
en el corazón despierto
y al calor de la Madre
caminemos este tiempo.

Nuestro gozo hoy quiere cantar
por ver tres luceros brillar
con María esperamos al Niño
con alegría.

Hoy se enciende una llama
en la corona de Adviento
que arda nuestra esperanza
en el corazón despierto
y al calor de la Madre
caminemos este tiempo.

Huyen las tinieblas al ver
cuatro llamas resplandecer
ya la gloria está cerca
levanten los corazones.

Hoy se enciende una llama
en la corona de Adviento
que arda nuestra esperanza
en el corazón despierto
y al calor de la Madre
caminemos este tiempo.

(Se pueden hacer alguna peticiones acudiendo a la intercesión de la Virgen María respondiendo después de cada petición: POR INTERCESIÓN DE TU MADRE, ESCÚCHANOS SEÑOR)

MONITOR: Oremos.

Padre misericordioso, que quisiste que tu Hijo se encarnara en el seno de Santa María Virgen, escucha nuestra súplicas y concédenos tu gracia para que sepamos acoger al Señor Jesús, tu Hijo, que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

TODOS: Amén.

TODOS: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

UN TIERNO SILENCIO DE NAVIDAD


Un tierno silencio de Navidad
Adviento es el tiempo de la humilde espera del Salvador, de la plena alegría por su nacimiento.


Por: Guillaume Derville | Fuente: http://www.opusdei.org 




“El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a la revolución de la ternura”[1]: el papa Francisco muestra que, en el misterio de Cristo, los signos manifiestan la ternura de Dios. Y san Ignacio de Antioquía dice que al Señor se le conoce en su silencio. 

El tiempo de Navidad está anunciado por un Adviento donde la moderación y el relativo silencio de los instrumentos musicales en la liturgia son signos de la humilde espera del Salvador, de la plena alegría de su nacimiento[2]. 

El Verbo se hace carne y lo contemplamos niño: “infans”, en latín, lo que significa literalmente “que no habla”. La Palabra no sabe hablar. El silencio de Dios invita a la contemplación, a la admiración, a la adoración. El Verbo se ha abreviado, dicen los Padres de la Iglesia: el Hijo de Dios se ha hecho pequeño para que la Palabra esté a nuestro alcance, signo silencioso y tierno que pide amor.

La liturgia extiende ese silencio a la naturaleza entera. “Cuando un sereno silencio lo envolvía todo y la noche estaba a la mitad de su curso”, reza el libro de la Sabiduría, bajó a la tierra “desde el Cielo tu omnipotente Palabra” (Sb 18, 14-15). La aplicación de ese texto al nacimiento de Jesús se remonta probablemente al judeocristianismo, es decir en los primeros tiempos de la Iglesia[3].

La Palabra no sabe hablar. El silencio de Dios invita a la contemplación, a la admiración, a la adoración.
El rezo del Ángelus vespertino nació de la creencia de que en aquella hora, cuando cae el silencio de la noche, la Virgen María recibió el saludo angélico. Poco a poco, se extendió la práctica de recitar esa oración a mediodía, pidiendo entonces, en el siglo XV, por la paz de la Iglesia[4].



María, y José, el silencioso, volverán a Nazaret: treinta años de silencio de Jesús, amaba subrayar san Josemaría[5]. Vendrá la vida pública, e incluso un día Cristo callará ante Herodes “con un divino silencio”[6].Isaías había profetizado: “En el silencio y en la esperanza residirá vuestra fortaleza”; san Josemaría lo aplicaba también a la adversidad: “Callar y confiar”[7]; pues, como decía Benedicto XVI, “las circunstancias adversas son misteriosamente «abrazadas» por la ternura de Dios”[8]. En palabras de Francisco, “poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: «[…] Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor» (Lm 3,26)”[9].

Un poeta francés dice que los pensamientos son pájaros que cantan solo cuando están en el árbol del silencio. El cristiano piensa y reza: “Días de silencio y de gracia intensa... Oración cara a cara con Dios...”[10]. 

En la pluma de san Josemaría, la palabra “silencio” es frecuentemente usada con los adjetivos fecundo, alegre, amable[11]. El trabajo callado es elocuente, el esfuerzo silencioso da frutos[12]… 

El silencio respira paz, humildad, descanso, serenidad, e incluso eficacia; permite el recogimiento. Elías escuchó a Dios en “un susurro de brisa suave”, literalmente en “la voz de un fino silencio” (1R 19,12), que expresaba la intimidad de una conversación[13].

Hacen falta tiempos de “silencio interior”, constata san Josemaría[14]. Como dice la beata Madre Teresa de Calcuta, “Dios habla en el silencio del corazón. […] El fruto de ese silencio es la oración. El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. Y el fruto del servicio es la paz. Porque la paz proviene de quien siembra el amor transformándolo en acción”[15].

Da paz buscar un cierto silencio en el trabajo, en la familia y en la sociedad. Según una bella tradición cristiana, se puede tender al silencio cuando empieza la tarde, en memoria de la pasión del Señor, y guardarlo durante la noche, para descansar en Él. Después de la muerte en la cruz vendrá el silencio del sepulcro, hasta la gloria de la resurrección. El gran silencio de los cartujos y de tantos religiosos acompaña y sostiene la oración de toda la Iglesia.

El silencio lleva a ser atento con los demás y refuerza la fraternidad. El Evangelio pide, como recuerda el papa Francisco, “un ejercicio perenne de empatía, de escucha del sufrimiento y de la esperanza del otro”[16]. La ternura de Dios hace nuestro corazón sensible, cercano. Nos abre a los demás y descubrimos, en palabras de san Josemaría, “personas que necesitan ayuda, caridad y cariño”[17]. En un tiempo donde parece que tenemos que llenar todo nuestro día de iniciativas, de actividades, de ruido, es bueno hacer silencio fuera y dentro de nosotros para poder escuchar la voz de Dios y la del prójimo.

Cada Adviento evoca la espera gozosa de la segunda venida del Señor. Cuando se abre el séptimo sello del Apocalipsis, se hace un silencio en el cielo (Ap 8, 1) que nos prepara al misterio trinitario. Calla el cielo porque reza, en humilde espera de la manifestación de Dios. Como dice el Pseudo-Dionisio, veneramos en respetuoso silencio lo inefable de Dios: adoramos[18]. 

El Concilio Vaticano II recomienda en la santa liturgia el “silencio sagrado” ante Dios[19]. Así, durante la celebración eucarística, señala Francisco, “los creyentes hacen silencio y lo dejan hablar a Él”[20]. El Prelado del Opus Dei recuerda como los tiempos de silencio invitan a la asamblea reunida en la caridad a “escuchar las sugerencias íntimas” del Espíritu Santo[21]. 

La ternura de Dios se manifiesta en los signos… Según una bella expresión de los Padres, aprendamos a leer esos «modos de ser» de Dios, que se nos revela en Jesucristo. Acompañemos el silencio de María y José. “Caía la tarde, con un silencio denso... Notaste muy viva la presencia de Dios... Y, con esa realidad, ¡qué paz!”[22].

Guillaume Derville

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[1] Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 24 de noviembre de 2013, 88.

[2] Cf. Ordenación general del Misal Romano, 313.

[3] Cf. Jean Daniélou, Théologie du judéo-christianisme. Histoire des doctrines chrétiennes avant Nicée, 1, Desclée-Cerf, Paris 19912, p. 276.

[4] Cf. Mario Righetti, Historia de la liturgia I, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1955, p. 206-207.

[5] Cf. san Josemaría, Surco, 485; Es Cristo que pasa, 38; Amigos de Dios, 281, 284.

[6] San Josemaría, Es Cristo que pasa, 72; cf. Surco, 485; cf. Via Crucis, 1, 4. Cf. Mt 26, 62.

[7] San Josemaría, Forja, 799. Cf. Is 30, 15.

[8] Benedicto XVI, Exhortación apostólica Verbum Domini, 30 de septiembre de 2010, 106.

[9] Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 6.

[10] San Josemaría, Surco, 179.

[11] Cf. San Josemaría, Camino, 447, 645, 672;

[12] Cf. San Josemaría, Surco 300, 530.

[13] En hebreo, es la fórmula enigmática: “qol demama daqqa”, que Francisco glosa en su homilía en Santa Marta, cf. Osservatore Romano, 13 de diciembre de 2013, p. 8.

[14] San Josemaría, Surco, 670.

[15] Beata Teresa de Calcuta, Entrevista concedida en 1987 al periodista R. Farina, y publicada en el seminario italiano Il Sabato, cit. en J.L. Illanes, Tratado de Teología espiritual, EUNSA, Pamplona 2007, p. 394-395.

[16] Francisco, Mensaje para la celebración de la XLVII Jornada Mundial de la Paz (1 de enero de 2014), 8 de diciembre de 2013, 10.

[17] San Josemaría, Conversaciones, 96.

[18] Cf. Pseudo-Dionisio, De divinis nominibus, c. I, n. 11, cit. en Fernando Ocáriz, Sobre Dios, la Iglesia y el mundo, Rialp, Madrid 2013, p. 70.

[19] Concilio Vaticano II, Const. Sacrosanctum Concilium, 30.

[20] Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 143.

[21] Javier Echevarría, Vivir la Santa Misa, Rialp, Madrid3, p. 70; cf. también p. 25, 106, 186. Cf. Ordenación general del Misal Romano, 45, 55-56. Cf. Benedicto XVI, Exhortación apostólica Verbum Domini, 66.

[22] San Josemaría, Surco, 857.

viernes, 16 de diciembre de 2016

ACTITUDES DE ADVIENTO


Actitudes de Adviento



1. Actitud de espera
El mundo necesita de Dios. La humanidad está desencantada y desamparada. Las aspiraciones modernas de paz y de dicha, de unidad, de comunidad, son terreno preparado para la buena nueva. El Adviento nos ayuda a comprender mejor el corazón del hombre y su tendencia insaciable de felicidad.

2. El retorno a Dios
La experiencia de frustración, de contingencia, de ambigüedad, de cautividad, de pérdida de la libertad exterior e interior de los hombres de hoy, puede suscitar la sed de Dios, y la necesidad de «subir a Jerusalén» como lugar de la morada de Dios, según los salmos de este tiempo. La infidelidad a Dios destruye al pueblo. Su fidelidad hace su verdadera historia e identidad. El Adviento nos ayuda a conocer mejor a Dios y su amor al mundo. Nos da conocimiento interno de Cristo, que siendo rico por nosotros se hace pobre.

3. La conversión
Con Cristo, el reino está cerca dentro de nosotros. La voz del Bautista es el clamor del Adviento: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios...» (Is 40,3-5). El Adviento nos enseña a hacernos presentes en la historia de la salvación de los ambientes, a entender el amor como salida de nosotros mismos y la solidaridad plena con los que sufren.

4. Jesús es el Mesías
Será el liberador del hombre entero. Luchará contra todo el mal y lo vencerá no por la violencia, sino por el camino de una victimización de amor. La salvación pasa por el encuentro personal con Cristo.

5. Gozo y alegría
El reino de Cristo no es sólo algo social y externo, sino interior y profundo. La venida del Mesías constituye el anuncio del gran gozo para el pueblo, de una alegría que conmueve hasta los mismos cielos cuando el pecador se arrepiente. El Adviento nos enseña a conocer que Cristo, y su pascua, es la fiesta segura y definitiva de la nueva humanidad.

6. Meditación
Alzad la vista, restregaos los ojos, otead el horizonte. Daos cuenta del momento. Aguzad el oído. Captad los gritos y susurros, el viento, la vida... Estamos en el Adviento, y una vez más renace la esperanza en el horizonte.
Al fondo, clareando ya, la Navidad. Una Navidad sosegada, íntima, pacífica, fraternal, solidaria, encarnada, también superficial, desgarrada, violenta...; más siempre esposada con la esperanza.
Es Adviento esa niña esperanza que todos llevamos, sin saber cómo, en las entrañas; una llama temblorosa, imposible de apagar, que atraviesa el espesor de los tiempos; un camino de solidaridad bien recorrido; la alegría contenida en cada trayecto; unas huellas que no engañan; una gestación llena de vida; anuncio contenido de buena nueva; una ternura que se desborda... Estad alerta y escuchad.
Lleno de esperanza grita Isaías: "Caminemos a la luz del Señor".
Con esperanza pregona Juan Bautista: "Convertíos, porque ya llega el reino de Dios".
Con la esperanza de todos los pobres de Israel, de todos los pobres del mundo, susurra María su palabra de acogida: "Hágase en mí según tu palabra".
Alegraos, saltad de júbilo. Poneos vuestro mejor traje. Perfumaos con perfumes caros. ¡Que se note!
Viene Dios. Avivad alegría, paz y esperanza. Preparad el camino. Ya llega nuestro Salvador. Viene Dios... y está a la puerta. ¡Despertad a la vida!


© Ulibarri, Fl

miércoles, 14 de diciembre de 2016

DINOS SAN JUAN BAUTISTA, QUÉ TENEMOS QUE HACER?


Dinos San Juan Bautista ¿Qué tenemos que hacer?...
El gran Bautista, el que nos anuncia la llegada del Hijo de Dios entre los hombres, nos ayudará a preparar el camino del Adviento.


Por: P. Alberto Ramírez Mozqueda | Fuente: Catholic.net 




Tercer domingo de Adviento

Walter cursó brillantemente sus estudios de Administración de empresas, y para su tesis, se le ocurrió pensar en la funcionalidad de esa transnacional que comienza aquí en la tierra y termina en el otro lado.

Hizo la solicitud correspondiente, y cosa increíble, le fue concedida, así que se aprestó a marcharse, computadora en mano, y recién llegado al cielo se encontró con San Pedro que fue el encargado de mostrarle cómo funciona la vida en aquella próspera empresa. El santo llevó a Walter a un recorrido por el cielo. Ambos caminaron paso a paso por unos grandes pabellones llenos de ángeles.

San Pedro se detuvo frente a la primera sección y dijo: "Esta es la sección de recibo. Aquí, todas las peticiones hechas a Dios mediante la oración son recibidas". Walter miró a la sección y estaba terriblemente ocupada con
muchos ángeles clasificando peticiones escritas en voluminosas hojas de papel, de personas de todo el mundo.

Ellos siguieron caminando hasta que llegaron a la siguiente sección, y San Pedro le dijo: "Esta es la sección de empaque y entrega. Aquí, las gracias y bendiciones que la gente pide, son empacadas y enviadas a las personas que las solicitaron". Walter vio cuán ocupada estaba. Había tantos ángeles trabajando en ella como tantas bendiciones estaban siendo empacadas y enviadas a la tierra.

Finalmente, en la esquina más lejana del último pabellón, Walter se detuvo en una diminuta sección. Para su sorpresa, sólo un ángel permanecía en ella ocioso, haciendo muy poca cosa. "Esta es la sección del agradecimiento" dijo San Pedro a Walter. "¿Cómo es que hay tan poco trabajo aquí?" Preguntó Walter. "Esto es lo peor"- contestó San Pedro. Después que las personas reciben las bendiciones que pidieron, muy pocas envían su agradecimiento.

"¿Y cómo pueden las gentes agradecer las bendiciones de Dios?
"Simple," contestó San Pedro, "sólo tendrías que decir o escribir o poner un E-mail: “Gracias Señor".

Esta anécdota, que nos han enviado gentilmente, viene bien a cuento, porque se nos llega ya el día de Navidad, y entre regalos y cenas y fiestas de fin de año, se nos olvida lo más importante, que es agradecer cumplidamente a nuestro Buen Padre Dios el tremendo regalazo que nos hizo al enviarnos a su Hijo Jesucristo al mundo, en carne mortal, y sujeto a todas las limitaciones humanas, menos el pecado.

Tendríamos que imitar a esos grandes santos, que cuando las condiciones eran otras, y sólo se permitía comulgar en algunas ocasiones, digamos cada semana, se pasaban tres días preparando la Sagrada comunión, que era recibida entre grandes muestras de júbilo, y alegría, y los tres días restantes eran empleados en bendecir y alabar a Dios por el gran don de la Eucaristía.

Precisamente esto es lo que nos propone San Pablo, al considerar que el Señor está cerca: “No se inquieten por nada; más bien presente en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud”. 

Quisiera que todos los cristianos, viéramos esta Navidad como un don del cielo, como el mejor obsequio que el Señor podría haber hecho a nuestra humanidad, y como el mejor antídoto para esa enfermedad que se anuncia ya como la nueva enfermedad del siglo, la famosa "depre", que en serio afecta a mucha gente sobre la tierra, y que surge en la conciencia del hombre cuando éste se cierra a la gracia, a la amistad, a la cercanía del Dios que nos salva en su Hijo Jesucristo.

Entonces se produce un vacío muy difícil de llenar, porque el corazón del hombre, hecho con las dimensiones del corazón de nuestro Salvador no puede ser llenado con cosas y cosas y cosas, como hacemos normalmente en ocasión de Navidad, para disimular nuestro vacio interior y muchas veces nuestro egoísmo.

San Juan Pablo II reconoció la dificultad que está creando esta enfermedad en el mundo, causada también por la influencia de los medios de comunicación social: que exaltan el consumismo, la satisfacción inmediata de los deseos y la carrera hacia un bienestar material cada vez mayor... 

Esa enfermedad es siempre una prueba espiritual, y por eso es importante tender la mano a los enfermos, ayudarles a percibir la ternura de Dios, a integrarlos en una comunidad de fe y de vida donde puedan sentirse acogidos, comprendido, sostenidos, en una palabra, dignos de amar y de ser amados.

Para ellos, como para cualquier otro, contemplar a Cristo y dejarse “mirar” por él es una experiencia que los abre a la esperanza y los impulsa a elegir la vida”. Esto es muy de considerar, por eso continuamos escuchando al Papa Juan Pablo II:

“En su amor infinito, Dios está siempre cerca de los que sufren. La enfermedad depresiva puede ser un camino para descubrir otros aspectos de sí mismos y nuevas formas de encuentro con Dios. Cristo escucha el grito de aquellos cuya barca está a merced de la tormenta (Cf. Mt 4, 35-41). Está presente a su lado para ayudarles en la travesía y guiarlos al puerto de la serenidad recobrada”.

Esta misma alegría y este compromiso de solidaridad con los que no pueden comprar y comprar como aconsejan los medios de comunicación, son los que nos anuncia el profeta Sofonías:

“Canta, da gritos de júbilo, gózate y regocíjate de todo corazón... el Señor será el Rey en medio de tu pueblo y no temerán ningún mal... que no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, tu poderoso salvador, está en medio de ti; El se goza y se complace en ti: él te ama y se llenará de júbilo por tu causa, como en los días de fiesta”.

Estos días, pues no serán de muchas consideraciones, sino ir saboreando, ayudados por las palabras del Profeta Sofonías, con esa presencia del Señor entre nosotros, y con la tremenda seguridad de que él nos ama, se complace en nosotros, y nos hará vivir en una fiesta, en una eterna Navidad, celebrando al Hijo de Dios que comparte nuestras miserias y nuestros dolores, pero que marca caminos de vida nueva, de salvación y de perdón.

Como conclusión, tendríamos que sentarnos frente a San Juan el Bautista, el gran Bautista, el que nos anuncia la llegada del Hijo de Dios entre los hombres, para preguntarle a boca de jarro: “¿Qué debemos hacer?”.

Su respuesta será clarísima: la solidaridad y el saber compartir lo nuestro, sin olvidarnos de la justicia y el fiel y exacto cumplimiento de nuestros deberes.

“Quien tenga dos túnicas o dos vestidos, dé uno al que no tiene ninguno y quien tenga comida, que haga lo mismo... no cobren más de lo establecido... no extorsionen a nadie ni denuncien falsamente, sino conténtense con su salario...”.

lunes, 12 de diciembre de 2016

ADVIENTO: ESPERANZA, ORACIÓN, ALEGRÍA


Adviento: esperanza, oración, alegría
Adviento es la visita de Dios, es nuestra espera y nuestra esperanza activa, es oración y es alegría.


Por: Ramiro Pellitero | Fuente: iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.it 





El comienzo del adviento me ha traído a la memoria, una vez más, este cuento bien conocido.

     "Martín era un humilde zapatero de un pequeño pueblo de montaña. Vivía solo. Hacía años que había enviudado y sus hijos habían marchado a la ciudad en busca de trabajo.

     Martín, cada noche, antes de ir a dormir leía un trozo de los evangelios frente al fuego del hogar. Aquella noche se despertó sobresaltado. Había oído claramente una voz que le decía. ‘Martín, mañana Dios vendrá a verte’. Se levantó, pero no había nadie en la casa, ni fuera, claro está, a esas horas de la fría noche...

    Se levantó muy temprano y barrió y adecentó su taller de zapatería. Dios debía encontrarlo todo perfecto. Y se puso a trabajar delante de la ventana, para ver quién pasaba por la calle. Al cabo de un rato vio pasar un vagabundo vestido de harapos y descalzo. Compadecido, se levantó inmediatamente, lo hizo entrar en su casa para que se calentara un rato junto al fuego. Le dio una taza de leche caliente y le preparó un paquete con pan, queso y fruta, para el camino y le regaló unos zapatos.

     Llevaba otro rato trabajando cuando vio pasar a una joven viuda con su pequeño, muertos de frío. También los hizo pasar. Como ya era mediodía, los sentó a la mesa y sacó el puchero de la sopa excelente que había preparado por si Dios se quería quedar a comer. Además fue a buscar un abrigo de su mujer y otro de unos de sus hijos y se los dio para que no pasaran más frío.

    Pasó la tarde y Martín se entristeció, porque Dios no aparecía. Sonó la campana de la puerta y se giró alegre creyendo que era Dios. La puerta se abrió con algo de violencia y entró dando tumbos el borracho del pueblo.

    – ¡Sólo faltaba este! Mira, que si ahora llega Dios...– se dijo el zapatero.

    – Tengo sed –exclamó el borracho.

    Y Martín acomodándolo en la mesa le sacó una jarra de agua y puso delante de él un plato con los restos de la sopa del mediodía.

    Cuando el borracho marchó ya era muy de noche. Y Martín estaba muy triste. Dios no había venido. Se sentó ante el fuego del hogar. Tomó los evangelios y aquel día los abrió al azar. Y leyó:

    – ‘Porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estaba desnudo y me vestistes...Cada vez que lo hiciste con uno de mis pequeños, a mí me lo hicistes...’

    Se le iluminó el rostro al pobre zapatero. ¡Claro que Dios le había visitado! ¡No una vez, sino tres veces! Y Martín, aquella noche, se durmió pensando que era el hombre más feliz del mundo...".

    Adviento, esperanza de la venida de Dios que de muchas formas nos visita.

*     *     *


La visita de Dios

     En el comienzo del adviento de 2009, Benedicto XVI se detenía en el uso de la palabra “adviento” (parousia en griego) por San Pablo, cuando invita a los cristianos a preparar “la venida (adventus) del Señor nuestro Jesucristo” (1 Ts 5, 23). Adviento es la visita de Dios, es nuestra espera y nuestra esperanza activa, es oración y es alegría.

     1. Adviento: la visita de Dios. En el lenguaje antiguo, explicaba el Papa, ese término indicaba la llegada de un funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia. También podría indicar la visita de la divinidad que se manifiesta con poder, o a la que se celebra en el culto.

    Pues bien, señala Benedicto XVI: “Los cristianos adoptaron la palabra "Adviento" para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre "provincia" denominada tierra para visitar a todos; invita a participar en la fiesta de su Adviento a todos los que creen en él, a todos los que creen en su presencia en la asamblea litúrgica”.

      De esta manera, con esa palabra, “adviento”, se quería decir: “Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no podamos verlo o tocarlo, como sucede con las realidades sensibles, él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras”.

     Se trata, prosigue el Papa, nada menos que de la visita de Dios: “Él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí”. 


Vencer la tiranía del activismo con la presencia de Dios

     “En la vida cotidiana –observa– todos experimentamos que tenemos poco tiempo para el Señor y también poco tiempo para nosotros. Acabamos dejándonos absorber por el ‘hacer’. ¿No es verdad que con frecuencia es precisamente la actividad lo que nos domina, la sociedad con sus múltiples intereses lo que monopoliza nuestra atención? ¿No es verdad que se dedica mucho tiempo al ocio y a todo tipo de diversiones? A veces las cosas nos ‘arrollan”.

     El Adviento –continúa– es una ocasión para detenernos y darnos cuenta de la presencia de Dios en nuestra vida. “Es una invitación a comprender que los acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de su atención por cada uno de nosotros. ¡Cuán a menudo nos hace percibir Dios un poco de su amor!”. Y añade: “Escribir —por decirlo así— un ‘diario interior’ de este amor sería una tarea hermosa y saludable para nuestra vida”.

     ¿Qué pasaría –cabría cuestionarse– si tuviéramos más presente al Señor?

     “La certeza de su presencia –se pregunta Benedicto XVI– ¿no debería ayudarnos a ver el mundo de otra manera? ¿No debería ayudarnos a considerar toda nuestra existencia como ‘visita’, como un modo en que Él puede venir a nosotros y estar cerca de nosotros, en cualquier situación?”

    Y es que, en la perspectiva realista del cristianismo, nuestra vida es una visita de Dios, un encuentro con Él cada día.


El Adviento es espera

     2. En segundo lugar, otro elemento del Adviento, es la espera, “una espera –señala el Papa– que es al mismo tiempo esperanza”. Notemos por tanto que no se trata de esperar sin más, con los brazos cruzados, a que suceda algo; es más bien una espera activa, tratando de percibir lo que sucede y de colaborar en lo que podamos con la acción divina. Así lo explica Benedicto XVI:

     “El Adviento nos impulsa a entender el sentido del tiempo y de la historia como "kairós", como ocasión propicia para nuestra salvación”. Continúa señalando cómo “Jesús explicó esta realidad misteriosa en muchas parábolas: en la narración de los siervos invitados a esperar el regreso de su dueño; en la parábola de las vírgenes que esperan al esposo; o en las de la siembra y la siega”.

     La espera de algo que ha de acontecer es experiencia de todos: “En la vida, el hombre está constantemente a la espera: cuando es niño quiere crecer; cuando es adulto busca la realización y el éxito; cuando es de edad avanzada aspira al merecido descanso”.

    “Pero –advierte el Papa– llega el momento en que descubre que ha esperado demasiado poco si, fuera de la profesión o de la posición social, no le queda nada más que esperar”. Es, diríamos, como si alcanzada esa meta, o llegado el tiempo en que debería haberse alcanzado, no tuviera respuesta para esta pregunta: ¿Y ahora, qué? 

     Para los cristianos la esperanza está animada por una certeza: “El Señor está presente a lo largo de nuestra vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no lejano, todo encontrará su cumplimiento en el reino de Dios, reino de justicia y de paz”.


Una espera que es esperanza

     3. Añade Benedicto XVI que hay muchas maneras de esperar. Y es muy diferente el caso de que no se tenga nada de lo que se espera, del caso en que haya algo, aunque no sea pleno: “Si el tiempo no está lleno de un presente cargado de sentido, la espera puede resultar insoportable; si se espera algo, pero en este momento no hay nada, es decir, si el presente está vacío, cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grande, porque el futuro es del todo incierto. En cambio, cuando el tiempo está cargado de sentido, y en cada instante percibimos algo específico y positivo, entonces la alegría de la espera hace más valioso el presente”.

     Por eso, porque los cristianos ya tenemos al Señor en los dones que nos da (la fe, los sacramentos, la vida cristiana personal y en la Iglesia), aunque aún no nos hayamos unido a Él de modo pleno, podemos darnos cuenta de que Dios está con nosotros y llenarnos de esperanza en que se nos dará más plenamente aún.

     “Queridos hermanos y hermanas, vivamos intensamente el presente, donde ya nos alcanzan los dones del Señor, vivámoslo proyectados hacia el futuro, un futuro lleno de esperanza”.

     Y así, “el Adviento cristiano es una ocasión para despertar de nuevo en nosotros el sentido verdadero de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe, que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado durante muchos siglos y que nació en la pobreza de Belén. Al venir entre nosotros, nos trajo y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación. Presente entre nosotros, nos habla de muchas maneras: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en los acontecimientos de la vida cotidiana, en toda la creación, que cambia de aspecto si detrás de ella se encuentra Él o si está ofuscada por la niebla de un origen y un futuro inciertos”.


Tiempo de oración y de alegría

     4. Dios está presente; se nos da de tantas maneras; ¿pero qué podemos hacer nosotros? He aquí la propuesta, que pasa necesariamente por la oración:

    “Nosotros podemos dirigirle la palabra, presentarle los sufrimientos que nos entristecen, la impaciencia y las preguntas que brotan de nuestro corazón. Estamos seguros de que nos escucha siempre. Y si Jesús está presente, ya no existe un tiempo sin sentido y vacío. Si él está presente, podemos seguir esperando incluso cuando los demás ya no pueden asegurarnos ningún apoyo, incluso cuando el presente está lleno de dificultades.

     “El Adviento es –concluye el Papa– el tiempo de la presencia y de la espera de lo eterno”. Y añade: “Precisamente por esta razón es, de modo especial, el tiempo de la alegría, de una alegría interiorizada, que ningún sufrimiento puede eliminar. La alegría por el hecho de que Dios se ha hecho niño. Esta alegría, invisiblemente presente en nosotros, nos alienta a caminar confiados”. En todo esto nos sostiene María, y nos obtiene la gracia de vivir este tiempo litúrgico “vigilantes y activos en la espera”.

domingo, 11 de diciembre de 2016

MEDITACIÓN DEL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO, CURAR HERIDAS


CURAR HERIDAS


La actuación de Jesús dejó desconcertado al Bautista. Él esperaba un Mesías que extirparía del mundo el pecado imponiendo el juicio riguroso de Dios, no un Mesías dedicado a curar heridas y aliviar sufrimientos. Desde la prisión de Maqueronte envía un mensaje a Jesús: «¿Eres tú el que tenía que venir o hemos de esperar a otro?».

Jesús le responde con su vida de profeta curador: «Id a contar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan; los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia». Este es el verdadero Mesías: el que viene a aliviar el sufrimiento, curar la vida y abrir un horizonte de esperanza a los pobres.

Jesús se siente enviado por un Padre misericordioso que quiere para todos un mundo más digno y dichoso. Por eso se entrega a curar heridas, sanar dolencias y liberar la vida. Y por eso pide a todos: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo».

Jesús no se siente enviado por un Juez riguroso para juzgar a los pecadores y condenar al mundo. Por eso no atemoriza a nadie con gestos justicieros, sino que ofrece a pecadores y prostitutas su amistad y su perdón. Y por eso pide a todos: «No juzguéis y no seréis juzgados».

Jesús no cura nunca de manera arbitraria o por puro sensacionalismo. Cura movido por la compasión, buscando restaurar la vida de esas gentes enfermas, abatidas y rotas. Son las primeras que han de experimentar que Dios es amigo de una vida digna y sana.

Jesús no insistió nunca en el carácter prodigioso de sus curaciones ni pensó en ellas como receta fácil para suprimir el sufrimiento en el mundo. Presentó su actividad curadora como signo para mostrar a sus seguidores en qué dirección hemos de actuar para abrir caminos a ese proyecto humanizador del Padre que él llamaba «reino de Dios».

El papa Francisco afirma que «curar heridas» es una tarea urgente: «Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita hoy es capacidad de curar heridas». Habla luego de «hacernos cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano, que lava, limpia y consuela». Habla también de «caminar con las personas en la noche, saber dialogar e incluso descender a su noche y oscuridad sin perdernos».

Al confiar su misión a los discípulos, Jesús no los imagina como doctores, jerarcas, liturgistas o teólogos, sino como curadores. Siempre les confía una doble tarea: curar enfermos y anunciar que el reino de Dios está cerca.


Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Mt 11,2-11

HOY 11 DE DICIEMBRE SE CELEBRA EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO


Hoy 11 de diciembre se celebra el Tercer Domingo de Adviento, el domingo de la alegría o de Gaudete


 (ACI).- El tercer domingo de Adviento es llamado “domingo de gaudete”, o de la alegría, por la primera palabra del introito de la Misa: Gaudete, es decir, regocíjense.

En esta fecha se permite la vestimenta color rosa como signo de gozo, y la Iglesia invita a los fieles a alegrarse porque ya está cerca el Señor. En la Corona de Adviento se enciende la tercera llama, la vela rosada. 

Evangelio: Mateo 11,2-11


¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos: "¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?" Jesús les respondió: "Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!"

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: "¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: "Yo envío mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti." Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él."

Domingos de “gaudete” y “laudete”

Hay dos domingos en el año que se permite usar el color rosa en la vestimenta y estos son el cuarto domingo de Cuaresma (laetare) y el tercer domingo de Adviento (gaudete) porque en medio de la “espera”, se recuerda que ya está próxima la alegría de la Pascua o de la Navidad, respectivamente.

En la corona de Adviento también se suele encender una vela rosada.
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