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domingo, 21 de julio de 2024

DESCANSO RENOVADOR - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 21 DE JULIO DE 2024



 Descanso renovador


Es gozoso para un creyente encontrarse con un Jesús que sabe comprender las necesidades más hondas del ser humano. Por eso se nos llena el alma de alegría al escuchar la invitación que dirige a sus discípulos: «Venid a un sitio tranquilo a descansar un poco».

 

Los hombres necesitamos «hacer fiesta». Y quizá hoy más que nunca. Sometidos a un ritmo de trabajo inflexible, esclavos de ocupaciones y tareas a veces agotadoras, necesitamos ese descanso que nos ayude a liberarnos de la tensión, el desgaste y la fatiga acumulada a lo largo de los días.

 

El hombre contemporáneo ha terminado con frecuencia por ser un esclavo de la productividad. Tanto en los países socialistas como en los capitalistas, el valor de la vida se ha reducido en la práctica a producción, eficacia y rendimiento laboral. Según el teólogo Harvey Cox, el hombre actual «ha comprado la prosperidad al precio de un vertiginoso empobrecimiento en sus elementos vitales». Lo cierto es que todos corremos el riesgo de olvidar el valor último de la vida para ahogarnos en el activismo, el trabajo y la producción.

 

La sociedad industrial nos ha hecho más laboriosos, mejor organizados, más eficaces, pero, mientras tanto, son muchos los que tienen la impresión de que la vida se les escapa tristemente de entre las manos. Por eso el descanso no puede ser solo la «pausa» necesaria para reponer nuestras energías agotadas o la «válvula de escape» que nos libera de las tensiones acumuladas, para volver con nuevas fuerzas al trabajo de siempre.

 

El descanso nos tendría que ayudar a regenerar todo nuestro ser descubriéndonos dimensiones nuevas de nuestra existencia. La fiesta nos ha de recordar que la vida no es solo esfuerzo y trabajo agotador. El ser humano está hecho también para disfrutar, para jugar, para gozar de la amistad, para orar, para agradecer, para adorar... No hemos de olvidar que, por encima de luchas y rivalidades, todos estamos llamados ya desde ahora a disfrutar como hermanos de una fiesta que un día será definitiva.

 

Tenemos que aprender a «hacer vacaciones» de otra manera. No se trata de obsesionarnos con «pasarlo bien» a toda costa, sino de saber disfrutar con sencillez y agradecimiento de los amigos, la familia, la naturaleza, el silencio, el juego, la música, el amor, la belleza, la convivencia. No se trata de vaciarnos en la superficialidad de unos días vividos de manera alocada, sino de recuperar la armonía interior, cuidar más las raíces de nuestra vida, encontrarnos con nosotros mismos, disfrutar de la amistad y el amor de las personas, «gozar de Dios» a través de la creación entera. Y no olvidemos algo importante. Solo tenemos derecho al descanso y la fiesta si nos cansamos diariamente en el esfuerzo por construir una sociedad más humana y feliz para todos.

 P. José Antonio Pagola 

domingo, 30 de junio de 2024

BASTA CON TENER FE - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 30 DE JUNIO DE 2024


 

Basta con tener fe


Nos cuenta el evangelio de este domingo dos signos de Jesús. Imaginemos la escena. La multitud se arracima en torno a él hasta impedirle andar. En esto llega un jefe de la sinagoga, que, echándose a sus pies, le ruega insistentemente que vaya a imponer las manos sobre su niña, que está agonizando. El segundo caso es el de una mujer, que sufría hemorragias desde hacía doce años. Ésta se acerca a Jesús por detrás, segura de que si tocaba su manto quedaría curada.

 

En el primer caso, cuando llegaron a la casa la niña ya había muerto. “Basta que tengas fe” le dice Jesús al padre. Y la tuvo. Fue así como su preciosa niña resplandeció de nuevo con todos los colores de una vida de doce años. Lo mismo le pasó a la hemorroisa, que, superando el miedo a la ley (la hemorragia la convertía en impura y por tanto indigna tocar a nadie), osó tocar el manto de Jesús y quedó totalmente curada.

 

Jesús, que siempre rehúye el sensacionalismo, sólo se hace acompañar, en el primer caso, de tres de sus discípulos. Cuando oye el griterío de los familiares y de las plañideras dice con serenidad: “¿A qué viene ese alboroto?, la niña no está muerta sino dormida”. Entra en la habitación acompañado sólo del padre, la madre y los tres discípulos. Marcos cita en arameo, el dialecto materno de Jesús, sus palabras, conservadas seguramente en la memoria de Pedro, a cuya sombra escribe el evangelista Marcos: “Talitha Koum”, que significan “niña, levántate”.

 

En el caso de la hemorroisa, cuando Jesús se percató de que una fuerza sanadora había salido de él preguntó: “¿Quién me ha tocado?”. Pregunta extraña, pues la gente le estrujaba por los cuatro costados. Jesús, que es buen educador y sabe que retrata de una creencia imperfecta, quiere que la mujer supere sus creencias mágicas para pasar a una fe superior, al encuentro con su persona. Y la mujer, postrada a sus pies, temblando de miedo y de asombro, acaba confesando toda la verdad.

 

Quizá entre los miles de comulgantes que nos acercamos cada domingo a participar de la Eucaristía haya muchos que siguen cerrados en sí mismos, incapaces de vivir la comunión con nadie, incapaces de compartir. Muchos a los que, tal vez, se les va la vida a chorros. Es que no es lo mismo apretujar a Jesús que tocarlo con fe. No es lo mismo el consumo de sacramentos que entrar en comunión con la muerte y la resurrección de Cristo.

 

Nos acercamos con verdad a los sacramentos cuando dejan de ser actos sociales o puramente rutinarios; cuando sabemos que algo importante para nuestra vida se ventila tras los signos que los significan y arropan. Entonces, aunque estemos muertos, como la niñita de Jairo; aunque llevemos doce años, como la hemorroisa,

viendo cómo la vida se nos escapa a chorros, podemos sentir que nos hemos encontrado con quien dijo: “Yo he venido para que los hombres tengan vida, y vida en plenitud”. Entonces podremos cantar con el salmista: “Sacaste mi vida del abismo; me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. Cambiaste mi luto en danzas; te daré gracias por siempre”.


Mons. Ciriaco Benavente Mateos

martes, 18 de junio de 2024

LA VIDA COMO REGALO - REFLEXIÓN




La vida como regalo


Casi todo nos invita hoy a vivir bajo el signo de la actividad, la programación y el rendimiento. Pocas diferencias ha habido en esto entre el capitalismo y el socialismo.

A la hora de valorar a la persona, siempre se termina por medirla por su capacidad de producción.

Se puede decir que la sociedad moderna ha llegado a la convicción práctica de que, para darle a la vida su verdadero sentido y su contenido más pleno, lo único importante es sacarle el máximo rendimiento por medio del esfuerzo y la actividad.

Por eso se nos hace tan extraña y embarazosa esa pequeña parábola, recogida por el evangelista Marcos, en la que Jesús compara el «reino de Dios» con una semilla que crece por sí sola, sin que el labrador le proporcione la fuerza para germinar y crecer. Sin duda es importante el trabajo de siembra que realiza el labrador, pero en la semilla hay algo que no ha puesto él: una fuerza vital que no se debe a su esfuerzo. 

Experimentar la vida como regalo es probablemente una de las cosas que nos puede hacer vivir a los hombres y mujeres de hoy de manera nueva, más atentos no solo a lo que conseguimos con nuestro trabajo, sino también a lo que vamos recibiendo de manera gratuita. 

Aunque tal vez no lo percibimos así, nuestra mayor «desgracia» es vivir solo de nuestro esfuerzo, sin dejarnos agraciar y bendecir por Dios, y sin disfrutar de lo que se nos va regalando constantemente. Pasar por la vida sin dejarnos sorprender por la «novedad» de cada día.

Todos necesitamos hoy aprender a vivir de manera más abierta y acogedora, en actitud más contemplativa y agradecida. Alguien ha dicho que hay problemas que no se «resuelven» a base de esfuerzo, sino que se «disuelven» cuando sabemos acoger la gracia de Dios en nosotros. Se nos olvida que, en definitiva, como decía Georges Bernanos, «todo es gracia», porque todo, absolutamente todo, está sostenido y penetrado por el misterio de ese Dios que es gracia, perdón y acogida para todas sus criaturas. Así nos lo revela Jesús.

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P. José Antonio Pagola 

domingo, 7 de abril de 2024

HAZ LA PROMESA


Haz la promesa...


✸ De ser tan fuerte, que nada ni nadie pueda perturbar la Paz de tu Espíritu... 

✸ De hablar de salud, progreso y felicidad a todos los que encuentres...

✸ De hacer sentir a tus amigos que algo grande existe dentro de ellos...

✸ De ver todo por el lado noble y hermoso, haciendo que tu optimismo sea sincero...

✸ De pensar solo lo mejor y esperar solo lo mejor...

✸ De tener tanto entusiasmo por el éxito de los demás como por el tuyo propio...

✸ De olvidar los errores del pasado y luchar por las grandes realizaciones del porvenir...

✸ De llevar todo el tiempo un semblante alegre y tener siempre una sonrisa para todos...

✸ De emplear tanto tiempo en tu mejoramiento, que no tengas lugar para criticar a los demás...

✸ De ser tan GRANDE para la pena, tan NOBLE para la cólera...tan FUERTE, para el miedo... que tu felicidad no tema la presencia del dolor y así el dolor desaparezca. 

domingo, 3 de marzo de 2024

LIMPIEMOS EL TEMPLO NUESTRO - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 3 DE MARZO - III DOMINGO DE CUARESMA



Limpiemos el templo nuestro


Seguimos avanzando, ayudados por los resortes que la Santa Cuaresma nos ofrece, hacia la celebración de la Pascua. Sólo, cuando sintamos en lo más hondo de nuestro ser, la presencia real y transformadora de Dios, podremos decir y concluir lo que el Evangelio de hoy nos viene a recordar: somos templos del Dios vivo y nada ni nadie lo puede descafeinar o adulterar. ¿Lo percibimos así? ¿Cuidamos –en decoro y con orden– la vida interior del templo de nuestro cuerpo? ¿Abrimos sus ventanas –oídos y ojos– para que se deslicen hasta su interior las Palabras y los gestos de Jesús?

Sí, amigos; el hombre es el templo de Dios. Somos el santuario de un Dios que no desea otra cosa que habitar en él. En lo más hondo de nuestra vida. Y, cuando el Señor, comprueba el desbarajuste interno y externo que existe en nuestra vida, en nuestras palabras, en nuestro testimonio, es cuando nos pone en el lugar que nos corresponde: no podemos hacer de la casa de Dios un mercado. No podemos confundir templo de Dios, con una simple tienda.

Porque el Señor nos quiere y desea para nosotros lo mejor, nos orienta con su Palabra y pide un mínimo de coherencia y de fidelidad. Y, esa coherencia y fidelidad, las podemos demostrar de las siguientes maneras:

a) Huyendo de una fe mercantilista. No podemos elegir lo que queremos, cuanto queremos y cuando queremos para seguir a Dios. Nuestro “sí” ha de ser un “si” y, nuestro “no” ha de ser un “no”. Muchas veces convertimos la fe en una estantería de la que vamos seleccionando aquellos productos (oraciones, sacramentos, devociones…) que más nos convienen.

b) No olvidando que, los 10 mandamientos, siguen estando vigentes. Que Jesús, lejos de derogarlos, viene a darles sentido y plenitud. Nos sorprende la violencia con la que Jesús actúa en este evangelio. El Señor, también entra dentro de nosotros, y con el látigo de la oración, de la reflexión o de la penitencia, va arrojando del templo de nuestras almas aquello que vicia o confunde nuestra vida cristiana. Aquello que nos impide ser totalmente hijos de Dios. Arroja lejos de nosotros, toda mercancía que obstaculiza el paso de la gracia. Vuelca las mesas de nuestro orgullo y de nuestra autosuficiencia. En definitiva; para apostar por el Reino de Dios, hemos de expulsar todo aquello que paraliza y distorsiona nuestra fe.

Hoy, al hilo de este evangelio, pedimos al Señor perdón por aquello que nos impide llegar hasta Él. Perdón por dar excesiva importancia y protagonismo de elementos que dificultan su reinado; fotógrafos, flores, banquetes, cámaras de fotos, músicas profanas, chicles, teléfonos móviles, vestidos llamativos y un largo etc. Qué bueno sería ir reduciendo todo ello en aras a unas más sinceras, limpias y dignas celebraciones cristianas. Hay cosas que, nunca mejor dicho, debieran de estar, verse, ofrecerse y darse del atrio hacia fuera. Aun a riesgo de ser impopulares.

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P. Javier Leoz 

domingo, 14 de enero de 2024

¿QUÉ BUSCÁIS? - HOMILÍA DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 14 DE ENERO DE 2024



¿Qué buscáis?

Queridos hermanos, paz y bien.


Hemos dejado atrás los tiempos litúrgicos de Adviento y Navidad, y nos recibe el tiempo ordinario, que no aburrido. Todo lo vivido hasta ahora nos puede ayudar a afrontar este periodo que llega hasta el Miércoles de Ceniza, en este año, el 14 de febrero.

Comienza el tiempo ordinario con la historia de un joven que andaba siempre en el templo, cerca de las cosas de Dios. Podemos decir que “se las sabía todas”. Conocería el terreno, sabría dónde estaban todas las cosas, habría ido a cientos de ceremonias, habría visto a muchas personas rezando… Pero no conocía al Señor, todavía. No le había sido revelada su Palabra. No había tenido un encuentro personal con Dios.

Porque ser cristiano es una llamada personal. No es apuntarse a algo. No es ser miembro de un partido, o tener el carnet de un equipo de fútbol. No es una ideología. Tampoco algo para un horario concreto. Es un estilo que abarca toda la vida, sin vacaciones ni descansos. De día y de noche, en trabajo y en el ocio. A tiempo completo.

A Samuel le cuesta reconocer la llamada. A nosotros, hoy en día, también nos resulta difícil saber qué quiere Dios de mí. No era frecuente que el Señor se revelara directamente. Por eso, Samuel no puede encontrar por sí mismo el origen de la voz. Tampoco Andrés y el discípulo amado pueden descubrir Quién es el único y verdadero Maestro. Son necesarios “guías” que hayan tenido esa experiencia. Y no hablamos de charletas, ni de cursillo, ni de técnicas de oración o de libros sobre la esencia de Dios. Se trata de la palabra de personas que han recorrido esos caminos y ayudan a otros a andar por ellos. Maestros de vida, personas con “experiencia de Dios”. Que saben lo que dicen. Porque lo han vivido ya. ¿Tengo algún director espiritual que me ayuda en esta búsqueda, por ejemplo?

La experiencia de Samuel sucede de noche. Cuando “aún ardía la lámpara de Dios”. La lámpara se encendía por la noche (Ex 27, 20-21; Lv 24, 3). De noche, en silencio, se para el ruido de las cosas, descansan los sentidos del cuerpo y se disparan los del alma. Dios se puede revelar. ¿Hace falta recordar que necesitamos silencio para escuchar al Señor? Porque el silencio nos cuesta, lo llenamos con muchas cosas, con mucho ruido.

Y no es baladí la invitación del apóstol Pablo para cuidar el cuerpo. “No os poseéis en propiedad, porque Dios os ha comprado pagando un precio por vosotros”. Un precio muy grande. El de la vida de su propio Hijo. Y las preguntas que hace Pablo a los Corintios son muy actuales. Porque vivimos en un mundo en el que el cuerpo se ha desnaturalizado, se ha convertido en mercancía, y se ha perdido el pudor, por culpa de la “hipersexualización” de la sociedad. ¿Se nos ha olvidado que nuestros cuerpos “son miembros de Cristo”? “¿No habéis oído que sois templos del Espíritu Santo, que habita en vosotros y habéis recibido de Dios?” Él vive en nosotros, le pertenecemos, por eso deberíamos huir de toda inmoralidad. Que se note que somos cristianos.

En el Evangelio vemos a dos discípulos de Juan que tienen ganas de buscar. “¿Qué buscáis?”, les pregunta Jesús. Querían saber dónde vivía Cristo. Están dispuestos a salir de su zona de confort, para encontrar al Mesías. Tenían ya un maestro, a Juan el Bautista, pero buscaban al Maestro, al definitivo. Un buen ejemplo para nosotros, a los que nos cuesta salir de la cama, para ir a Misa, de nuestro grupo de siempre, de nuestras oraciones de siempre… Y nos quejamos de que no encontramos al Señor. A veces hace falta un esfuerzo, para verlo. Y confiar en la palabra de los que saben más de esto.

Dice el Evangelio que se quedaron todo el día. En realidad, me parece que se quedaron más de un día. Ese encuentro con Jesús les cambió la vida para siempre. Anduvieron con él, vieron cómo hablaba, cómo predicaba, cómo se relacionaba con la gente, y los “llamados” se convirtieron en “llamadores”. Esa fue la tarea de Elí, de Juan Bautista, de los primeros discípulos… “Hemos encontrado al Mesías”, y llevaron a Pedro hasta Jesús.

Quizá podamos decir algo más. Si un cristiano no habla de su experiencia del Mesías, si no comparte con otros hermanos su encuentro con Cristo, lo que ha aprendido después de estar un día con Él, si no ha sentido cómo ha recibido una llamada para evangelizar… Pues no somos cristianos del todo. Tenemos que seguir creciendo como creyentes.

Escuchamos de labios de Samuel “Habla que tu siervo escucha”. El salmo ha reforzado esa disposición, con “aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Son buenos mensajes para el que quiere orar de verdad. Debiéramos pensar que cada oración que dirigimos a Dios pidiéndole lo que sea, debería ir acompañada necesariamente de este complemento. Porque orar no es solo esperar que Dios arregle nuestras cosas, sino ponernos en sus manos, para que Él pueda arreglarlas. Es un buen momento para preguntarnos si nos hemos puesto a tiro de Jesús, si hemos escuchado la Palabra y hemos dedicado un tiempo a responderla. Porque, a lo peor, Dios está esperando nuestra respuesta a su interpelación.

Y un detalle más. A Samuel se le apareció el Señor cuando ya estaba en el templo. Y a los primeros discípulos los llama cuando ya eran discípulos del Bautista. Lo que nos recuerda que debemos actualizar la respuesta al Señor cada día. Dios sigue llamando, y nuestra contestación ha de actualizarse también.

Y, al final, vemos cómo Jesús le da un nuevo nombre a Pedro. Es el nuevo nombre, por el que Cristo lo iba a conocer. En el nombre va implícita la misión. También ante el Señor tenemos nuestro propio nombre. Él nos conoce y nos llama por ese nombre, exclusivo, cuando nos llama a nuestra vocación cristiana. Nos invita, como a Samuel, a seguirle como cristianos. Y, como dice el p. Fernando Armellini, “La vocación no nos ha sido revelada a través de sueños y visiones sino que la descubrimos mirando dentro de nosotros mismos, escuchando la palabra del Señor que se hace oír, no ver, que se manifiesta en los acontecimientos y habla a través de los ángeles que nos pone a nuestro lado: los hermanos encargados de interpretarnos sus pensamientos y su voluntad.”

Por último, subrayemos que Dios Padre y el mismo Jesucristo necesitan siempre de colaboradores a tiempo pleno, para llevar a cabo su tarea. Quieren que tú participes. Cuando hay tantas cosas que hacer en la Iglesia y en el mundo, y cuando hay tantas cosas que no se hacen, ¿no será que nos hemos puesto unas anteojeras y unos tapones, para no ver ni escuchar, para no complicarnos la vida con las cosas del Padre? Es un buen momento para reaccionar. Dios te llama. ¿Qué vas a responder?

Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F. 

jueves, 11 de enero de 2024

PREOCUPARNOS POR LAS PERSONAS



 Preocuparnos por las personas

Estamos llamados a prestar nuestro cariño y atención a las personas.

Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net



Nos preocupamos por la limpieza de la casa, por el buen funcionamiento en el puesto de trabajo, por las colas en las oficinas públicas, por la limpieza de las calles, por la puntualidad de los trenes y autobuses.

Podríamos, al mismo tiempo, preocuparnos más por las personas. Porque lo que funciona, o lo que no funciona a nuestro alrededor, tienen su origen en lo que cada uno piensa, siente, decide, hace.

Preocuparnos por las personas significa dar su debida importancia a ese familiar, que no es simplemente alguien que compra la comida o que plancha la ropa durante el día.


Preocuparnos por las personas permite descubrir si ese compañero de trabajo que a veces llega tarde quizá vive una difícil situación familiar o tiene problemas de salud.

Preocuparnos por las personas nos ayuda a dejar en segundo lugar la búsqueda de buenos resultados en las tareas comunes para dar prioridad a las necesidades y situaciones que experimentan quienes conviven a nuestro lado.


Esto vale también para la Iglesia católica. Porque sería triste que solo nos fijásemos en la limpieza de la parroquia o en la calidad del sonido en las misas, y nos olvidásemos de la persona que tiene tos o del párroco que no consigue pagar la luz al final de mes.

Es cierto que tenemos que esforzarnos para que las cosas salgan adelante, para que las oficinas sean eficientes, para que en casa haya más limpieza y orden, para que los hospitales atiendan tempestivamente a los enfermos.

Pero también es cierto que estamos llamados a prestar nuestro cariño y atención a las personas, que no son simplemente productores o funcionarios, sino hombres y mujeres que sueñan, que lloran, que sufren y que hacen fiesta.

Por eso, cuando aprendemos a preocuparnos por las personas, adquirimos un modo de verlo todo en un nivel superior, de forma que al pensar cómo poner en orden esos papeles que llenan una estantería, también sabremos prestar atención al oficinista que está cansado porque su hijo pequeño estuvo llorando toda la noche...

domingo, 26 de noviembre de 2023

JESUCRISTRO REY DEL UNIVERSO



Jesucristo Rey del Universo

“... todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes…”

 

Hace algunos años conocí al P. Joss Van der Rest, un jesuita belga que lleva muchos años dedicado a servir a los más pobres en Chile a través de la obra “El Hogar de Cristo”, fundada por San Alberto Hurtado, S.J., canonizado por su Santidad Benedicto XVI el 26 de octubre de 2005.

 

Al hablar de su vocación, el P. Joss siempre recuerda que, siendo joven, prestó servicio militar en su país al final de la II Guerra Mundial. Cuando los aliados vencieron a Hitler, él tuvo que entrar, montado en un enorme tanque de guerra, en una población alemana que había sido prácticamente arrasada por los bombardeos aliados.

Desde el visor del poderoso tanque fue descubriendo los destrozos causados por la guerra. Todo le impresionaba a medida que entraba por el pueblo... pero lo que lo marcó para toda su vida fue encontrarse, en un momento de su recorrido, con una estatua del Sagrado Corazón que había perdido sus brazos por las bombas.

Alguien había colgado del cuello de la imagen medio destruida, un letrero que decía: “No tengo brazos... tengo sólo tus brazos para hacer justicia en este mundo”.

Al regresar a su país, dejó el ejército y decidió entrar a la Compañía de Jesús para hacer lo que esa imagen del Sagrado Corazón no podía hacer por los más abandonados de la sociedad.

 

Jesús presenta, en este último domingo del tiempo ordinario, una parábola que nos deja siempre delante del juicio definitivo de Dios sobre nosotros: tuve hambre, tuve sed, anduve como forastero, me faltó ropa, estuve enfermo, estuve en la cárcel... Algunos atendieron sus necesidades básicas con generosidad, mientras que otros no hicieron caso y siguieron su camino sin atenderlo. Unos y otros le preguntan al Hijo del hombre: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o como forastero, o falto de ropa, o enfermo, o en la cárcel?” Y la respuesta fue la misma para los dos grupos: Les aseguro que todo lo que hicieron (o lo que no hicieron) por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron (o no lo hicieron).

 

Todo lo que hacemos por los que más sufren a nuestro alrededor, lo hacemos al Señor mismo; y todo lo que dejamos de hacer por los más humildes, lo dejamos de hacer al Señor. Leyendo este texto recordé parte de una oración que leí hace muchos años:

 

CRISTO, no tienes manos, tienes sólo nuestras manos para construir un mundo nuevo donde habite la justicia.

CRISTO, no tienes pies, tienes sólo nuestros pies para poner en marcha a los oprimidos por el camino de la libertad.

CRISTO, no tienes labios, tienes sólo nuestros labios para proclamar a los pobres la Buena Nueva de la libertad.

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(Texto del P. Jorge Humberto Peláez SJ - Imagen de Misioneros Digitales Católicos) 

domingo, 17 de septiembre de 2023

PERDONAR SIEMPRE - REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 17 DE SEPTIEMBRE DE 2023



 PERDONAR SIEMPRE


A Mateo se le ve preocupado por corregir los conflictos, disputas y enfrentamientos que pueden surgir en la comunidad de los seguidores de Jesús. Probablemente está escribiendo su evangelio en unos momentos en que, como se dice en su evangelio, «la caridad de la mayoría se está enfriando» (Mateo 24,12).

Por eso concreta con mucho detalle cómo se ha de actuar para extirpar el mal del interior de la comunidad, respetando siempre a las personas, buscando antes que nada «la corrección a solas», acudiendo al diálogo con «testigos», haciendo intervenir a la «comunidad» o separándose de quien puede hacer daño a los seguidores de Jesús.

Todo eso puede ser necesario, pero ¿cómo ha de actuar en concreto la persona ofendida?, ¿Qué ha de hacer el discípulo de Jesús que desea seguir sus pasos y colaborar con él abriendo caminos al reino de Dios, el reino de la misericordia y la justicia para todos?

Mateo no podía olvidar unas palabras de Jesús recogidas por un evangelio anterior al suyo. No eran fáciles de entender, pero reflejaban lo que había en el corazón de Jesús. Aunque hayan pasado veinte siglos, sus seguidores no hemos de rebajar su contenido.

Pedro se acerca a Jesús. Como en otras ocasiones, lo hace representando al grupo de seguidores: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?, ¿hasta siete veces?». Su pregunta no es mezquina, sino enormemente generosa. Le ha escuchado a Jesús sus parábolas sobre la misericordia de Dios. Conoce su capacidad de comprender, disculpar y perdonar. También él está dispuesto a perdonar «muchas veces», pero ¿no hay un límite?

La respuesta de Jesús es contundente: «No te digo siete veces, sino hasta setenta veces siete»: has de perdonar siempre, en todo momento, de manera incondicional. A lo largo de los siglos se ha querido rebajar de muchas maneras lo dicho por Jesús: «perdonar siempre, es perjudicial»; «da alicientes al ofensor»; «hay que exigirle primero arrepentimiento». Todo esto parece muy razonable, pero oculta y desfigura lo que pensaba y vivía Jesús.

Hay que volver a él. En su Iglesia hacen falta hombres y mujeres que estén dispuestos a perdonar como él, introduciendo entre nosotros su gesto de perdón en toda su gratuidad y grandeza. Es lo que mejor hace brillar en la Iglesia el rostro de Cristo.

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