domingo, 17 de febrero de 2019

POR CRISTO, CON ÉL Y EN ÉL


"Por Cristo, con Él y en Él"
“Por Cristo” –Año Jubilar Sacerdotal-; “con Cristo” –Adoración Perpetua-; “en Cristo” –renovación de la Consagración de Palencia al Sagrado Corazón de Jesús”.


Por: Monseñor José Ignacio Munilla Aguirre | Fuente: www.enticonfio.org 





La doxología que el sacerdote pronuncia al concluir la Plegaria eucarística de la Santa Misa –“Por Cristo, con Él y en Él”-, visualizada en estos estandartes que adornan el presbiterio, nos ofrece el marco de los tres eventos que hoy nos convocan: “Por Cristo” –Año Jubilar Sacerdotal-; “con Cristo” –Adoración Perpetua-; “en Cristo” –renovación de la Consagración de Palencia al Sagrado Corazón de Jesús”.

La imagen del Cristo del Otero se asoma de medio cuerpo en el estandarte, mostrando su rostro, de forma velada… ¡Todo un símbolo de nuestro seguimiento al Señor: en curso pero inacabado! Le conocemos, aunque todavía es un misterio por explorar; le amamos, pero en una medida inferior a la que Él tiene derecho a recibir de nosotros; esperamos en Él, pero no somos inmunes a los desalientos y desesperanzas…

En esta solemnidad del Corazón de Jesús, fijamos nuestros ojos en esta su imagen, con el deseo de ver cumplida la profecía de Zacarías citada en el Evangelio de San Juan: “Mirarán al que traspasaron” (Jn 19, 37). A Santa María, la que no sólo “miró” sino que llegó a “ver” el misterio de amor que se escondía en el Corazón de su Hijo, le pedimos que nos acompañe y ayude a abrir nuestro corazón en este acto de fe que nos disponemos a realizar.

Por Cristo

No es muy difícil suponer cómo nació la decisión del Papa de convocar este Año Jubilar Sacerdotal. El sucesor de Pedro, gracias al ejercicio de su ministerio, tiene una “atalaya” privilegiada para ver los problemas que acucian a la Iglesia, así como para discernir las prioridades pastorales que deben ser acometidas.

La preocupación por los sacerdotes ocupa un lugar prioritario en el corazón del Papa y en el Corazón de Cristo. También ha de ocuparlo en el nuestro. ¡He ahí la razón de ser de este Año Jubilar!

Las palabras de Benedicto XVI son muy claras: “Para favorecer la necesaria tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual, de la cual depende en gran medida la eficacia de su ministerio, he decidido convocar un Año Sacerdotal especial”. ¡Qué gran responsabilidad tenemos los sacerdotes! Sin exageración alguna podemos afirmar que los fieles que nos son encomendados, se van a ver condicionados, en gran medida, por nuestra santidad o por nuestra mediocridad.

En consecuencia, tenemos que aprovechar este Jubileo para reavivar la gracia que recibimos el día de nuestra ordenación sacerdotal, por la imposición de las manos (cfr. 2 Tm 1, 6). Nuestra identidad sacerdotal necesita de la celebración diaria y devota de la Santa Misa, la confesión frecuente, el rezo ordenado de la Liturgia de las Horas acompañado de la oración mental, la lectura de la Palabra de Dios, el rezo del Santo Rosario, la práctica habitual de los retiros sacerdotales y de los ejercicios espirituales anuales, el estudio ininterrumpido del Magisterio de la Iglesia, el recurso habitual a la dirección espiritual, el trato de amistad y la adhesión cordial con el Obispo y con los hermanos del presbiterio… La caridad pastoral ha de ser alimentada, de modo similar a como aquellas lámparas de las cinco vírgenes sensatas eran provistas de aceite (cfr. Mt 25, 1ss) ¡Estoy seguro de que si viviésemos intensamente estos medios de gracia, estaríamos desarrollando ya, sin pretenderlo incluso, la más eficaz de las campañas vocacionales!

El Año Jubilar Sacerdotal se inaugura coincidiendo con los 150 años del fallecimiento del Santo Cura de Ars, San Juan Maria Vianney. Quien hasta ahora era patrono de los párrocos, pasa a ser, según nos anuncia el Papa, patrono de todos los sacerdotes, independientemente de su cargo pastoral.

Fijémonos en la figura de nuestro patrono: no fundó nada fuera de su aldea de 230 habitantes, no escribió ningún libro, no organizó ningún viaje, no alcanzó ningún título académico, no asumió ningún cargo diocesano de responsabilidad… Se limitó a luchar hasta la extenuación por la oveja perdida en aquella lejana y diminuta aldea de Francia; se convirtió en un apóstol del confesionario, celebró la Santa Misa con gran devoción, catequizó a los niños con paciencia, visitó a los enfermos como a los preferidos de Cristo… Fue “simplemente” ¡sacerdote!

Con Cristo

Como bien sabéis, nos disponemos también a inaugurar la Adoración Perpetua en Palencia. Al concluir esta Eucaristía saldremos en procesión con el Santísimo Sacramento hasta la capilla de las Clarisas, donde será ubicada esta Adoración Permanente.

No dudéis de que estamos comenzando un proyecto vital para nuestra Diócesis. Nuestro objetivo es que haya siempre uno o varios palentinos ante el Santísimo Sacramento, intercediendo por la Iglesia y por el mundo entero. La importancia de la oración la vemos reflejada en la misma vida de Jesucristo. En efecto, el Evangelio nos cuenta que Jesús buscaba con frecuencia lugares solitarios y silenciosos, incluso robando horas al descanso nocturno, para hacer oración.

La eficacia de la evangelización no tiene como único instrumento la predicación o la administración de los sacramentos. Dentro del Cuerpo Místico de Cristo, existe una vocación muy especial de “maternidad espiritual”, que ejercitamos practicando la caridad, ofreciendo sacrificios y rezando, bien sea por los sacerdotes, bien sea en favor de nuestros familiares y conocidos, bien sea por otras personas necesitadas de la ayuda divina para poder afrontar situaciones complicadas en sus vidas… La Adoración Perpetua es una continua intercesión de unos por otros, que nace de la conciencia de que nada somos sin la gracia de Dios. Como dice el Salmo, “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigilan los centinelas”.

Leo literalmente la invitación (8-XII-2007) que nos dirigió a todos los obispos el Cardenal Hummes, Precepto de la Congregación para el Clero: “Suscitemos en la Iglesia un movimiento de oración, que coloque en el centro la adoración eucarística continuada durante las veinticuatro horas, de tal modo, que de cada rincón de la tierra se eleve siempre a Dios incesantemente una oración de adoración, agradecimiento, alabanza, petición y reparación, con el objetivo principal de suscitar un número suficiente de santas vocaciones al estado sacerdotal y, al mismo tiempo, acompañar espiritualmente –a nivel del Cuerpo Místico- con una especie de maternidad espiritual, a quienes ya han sido llamados al sacerdocio ministerial”.

Pero, la Adoración Perpetua no será solamente un ejercicio para hablar con Dios; sino que será también –principalmente- un lugar de escucha. ¡Cuántas cosas quiere decirnos Jesucristo, y no encuentra en nosotros el momento de silencio y de acogida necesario! Si deseamos que el Espíritu Santo ilumine los pasos de nuestra vida, tendremos que ponernos en oración y darle ocasión para que nos inspire… ¡¡Qué menos!!

Por ello, os animo de corazón a que participéis en este proyecto. Yo mismo deseo implicarme personalmente en él. Soy beneficiario de vuestra oración, lo cual os agradezco profundamente, pero también estoy llamado a ser intercesor en favor vuestro. Dios nos ha puesto a unos en el camino de los otros, estamos todos en la misma barca –la barca de Pedro-, nuestra meta es la misma, los peligros que nos acechan son muy similares… ¿No será lógico y normal que recemos unidos, los unos por los otros, creciendo así en conciencia de corresponsabilidad en medio de la Iglesia y del mundo?

En Cristo

Por último, nos disponemos a renovar la Consagración de Palencia al Corazón de Jesús. La realizó por primera vez en esta Diócesis, hace 110 años, el entonces Obispo de Palencia, Enrique Almaraz.

La Consagración al Corazón de Jesús es un acto tan sencillo como profundo. Se trata de reafirmar consciente y libremente que hemos nacido del amor de Dios, y que reconocemos a Cristo como nuestro Salvador. Consagrarse es decirle a Cristo “totus tuus”, somos “plenamente tuyos” y queremos serlo en la práctica, no sólo en la teoría. Consagrarse es volver al “amor primero” del que nunca nos debiéramos haber alejado. Lo más trágico que ha podido suceder en nuestra vida es haber dado la espalda al Amor de Dios. Y, por el contrario, lo más gozoso es el regreso al Corazón de su Hijo Jesucristo, para comprobar que nuestro nombre ha estado inscrito en él desde toda la eternidad.

Pero, vamos a señalar un matiz importante, ya que no se trata de un acto meramente individual. Consagramos Palencia entera al Corazón de Jesús… ¿Por qué?

Somos corresponsables de lo que ocurre a nuestro alrededor. Jesús nos advirtió de ello al dirigirnos aquella palabra de vida: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” (Jn 8, 7). Por ello, la Consagración al Corazón de Jesús tiene también un componente importante de reparación, no sólo por nuestros pecados, sino también por los de los demás. En realidad, el mundo no se divide en buenos y malos, sino en corresponsables e irresponsables. El Cirineo no era menos pecador que los demás, pero tuvo la gracia de cargar unos metros con el peso del pecado del mundo, aliviando las espaldas de Jesucristo.

Consagrar Palencia al Corazón de Jesús supone también una toma de conciencia de que necesitamos abrirnos a Cristo para poder ser felices en nuestras relaciones sociales. La experiencia nos está demostrando que la auténtica justicia social se funda en Cristo, de forma que cuando le damos la espalda a Dios, nos embrutecemos; llegando incluso a ser incapaces de reconocer la dignidad de todo ser humano, especialmente de los más débiles… ¡Sin Cristo no hay justicia social! ¡Sin Cristo no hay hombre!

Ahora bien, el hecho de que consagremos Palencia entera al Corazón de Jesús, no quiere decir que estemos imponiendo nuestra fe a nadie. Cristo se propone, no se impone. Cristo está deseando llevar a cabo su reinado de amor entre nosotros, pero está esperando a que respondamos a su invitación personal y comunitaria: “Mira que estoy a la puerta llamando, si alguno escucha mi voz y me abre, entraré y cenaremos juntos” (Ap 3, 20).

Ese reinado de Cristo tiene una característica que le distingue de todos los demás. Su táctica consiste en transformar los corazones para que el mundo pueda cambiar. ¡Cambiar “cada uno”, para que las cosas puedan ser distintas!... ¿Y si yo cambiase en este día? ¿Y si tú también volvieses a nacer de nuevo? ¿Qué ocurriría si cada uno de los aquí presentes nos sumásemos a esta “ola concatenada” de transformación y de conversión? A buen seguro que podríamos ver realizada la profecía que se describe en el libro final de la Sagrada Escritura, en el Apocalipsis: “Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra ya no existen (…) Entonces dijo el que está sentado en el trono: « Mira que hago un mundo nuevo»” (Ap 21, 1.5).

Corazón de Jesús, me fío de Ti porque lo puedes todo, me conoces del todo y me quieres a pesar de todo. ¡Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío!

PAPA FRANCISCO: LAS BIENAVENTURANZAS NOS AYUDAN A NO CONFIAR EN LAS COSAS MATERIALES


Papa Francisco: Las Bienaventuranzas nos ayudan a no confiar en las cosas materiales
Redacción ACI Prensa





Durante el rezo del Ángelus este domingo 17 de febrero en la Plaza de San Pedro del Vaticano, el Papa Francisco afirmó que las Bienaventuranzas nos ayudan a no confiar en las cosas materiales o pasajeras.

En su reflexión ante miles de fieles presentes, el Santo Padre reflexionó sobre el Evangelio del día, en el que San Lucas narra el episodio de las Bienaventuranzas: “Son un mensaje decisivo que nos alienta a no poner nuestra confianza en las cosas materiales y pasajeras, a no crear la felicidad siguiendo a los vendedores de humo, que muchas veces son vendedores de muerte, a los profesionales de la ilusión. No los sigan. Son incapaces de dar esperanza”, dijo.

Mediante las Bienaventuranzas, “el Señor nos ayuda a abrir los ojos, a adquirir una mirada más penetrante sobre la realidad, a curar la miopía crónica que el espíritu mundano nos contagia”.

“El texto se articula en cuatro Bienaventuranzas y cuatro advertencias formuladas con la expresión ‘ay de vosotros’. Con estas palabras, fuertes e incisivas, Jesús nos abre los ojos, nos hace ver con su mirada más allá de las apariencias, más allá de la superficie, y nos enseña a discernir las situaciones con fe”.


En su sermón, “Jesús declara bienaventurados a los pobres, a los hambrientos, a los afligidos, a los perseguidos; y advierte a aquellos que son ricos, siempre sonrientes, que están saciados, y que son aclamados por la gente”.

El Papa explicó que “la razón de estas bienaventuranzas paradójicas está en el hecho de que Dios es cercano a aquellos que sufren, e interviene para liberarlos de su esclavitud; Jesús ve esto, ve la bienaventuranza más allá de la realidad negativa”.

Del mismo modo, “el ‘ay de vosotros’, dirigido a aquellos que lo pasan bien, sirve para despertarlos del peligroso engaño del egoísmo y abrirlos a la lógica del amor, mientras estén a tiempo de hacerlo”.

Según explicó Francisco, las palabras de Jesús en el Monte de las Bienaventuranzas son una enseñanza contra el peligro de la idolatría: “La página del Evangelio de hoy nos invita, por lo tanto, a reflexionar sobre el sentido profundo de tener fe, que consiste en fiarse totalmente del Señor. Se trata de derrumbar los ídolos mundanos para abrir el corazón al Dios vivo y verdadero; solo Él puede dar a nuestra existencia esa plenitud tan deseada y, al mismo tiempo, tan difícil de alcanzar”.

De hecho, “son muchos, también en nuestros días, aquellos que se presentan como dispensadores de felicidad: prometen el éxito en poco tiempo, grandes ganancias entregadas en mano, soluciones mágicas a todo problema… Y aquí es fácil deslizarse sin darse cuenta hacia el pecado contra el primer Mandamiento: la idolatría, sustituir a Dios por un ídolo”.


“Idolatría e ídolos parecen cosas de otros tiempos, pero en realidad pertenecen a todos los tiempos”, advirtió el Papa. “Describen algunas actitudes contemporáneas mejor que muchos análisis sociológicos”.

Por ello, “Jesús nos abre los ojos a la realidad. Estamos llamados a la felicidad, a ser bienaventurados, y lo conseguimos en la medida en que nos situamos de parte de Dios, de su Reino, de la parte de aquello que no es efímero, sino que dura para la vida eterna”.

“Somos felices si nos reconocemos necesitados delante de Dios y si, como Él y con Él, permanecemos cercanos a los pobres, a los afligidos, a los hambrientos. También nosotros delante de Dios somos pobres, afligidos y hambrientos”.

“Somos capaces de la alegría cada vez que, poseyendo bienes en este mundo, no nos hacemos ídolos a los que entregar nuestra alma, sino que somos capaces de compartirlo con nuestros hermanos”, destacó el Papa.

COMENTARIO DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 17 DE FEBRERO 2019


Comentario al Evangelio de hoy domingo, 17 de febrero de 2019
 Fernando Torres cmf


¡Benditos y malditos!

      A veces conviene exagerar para que se entienda bien lo que se quiere decir. Así hace la primera lectura. Plantea dos formas de vida muy opuestas. Son tan opuestas las dos que en realidad no se dan en la vida real. Es de dudar que existen los que confían sólo y exclusivamente en sí mismos. Y también es de dudar que nosotros seamos de los que confiamos única y exclusivamente en Dios. Pero la oposición nos sirve para comprender por donde deberíamos orientar nuestra vida. Porque con cada uno de los extremos se relacionan en la lectura unas ideas. Los que “confían en el hombre” se parecen a un “desierto”, que es lugar de muerte, estéril y vacío de Dios. Los que “confían en el Señor” son como árboles plantados en agua que siempre dan fruto. Es como si vivieran en un oasis, lugar de vida en medio de la muerte que es el desierto.

      Algo parecido nos plantea Jesús en el evangelio de Lucas. En esta versión de las bienaventuranzas, diferente de la de Mateo, las bendiciones se presentan en paralelo con unas maldiciones. Las maldiciones recogen prácticamente las mismas ideas que hemos comentado de la primera lectura. Los que confían en sí mismos, en el hombre, no tienen mucho futuro. Parece que están condenados al sufrimiento y a la muerte. Confían en sí mismos porque son ricos, porque comen en abundancia, porque gozan y porque todos hablan bien de ellos. En el lado opuesto están los que son declarados “bienaventurados” o “felices” por Jesús. 

      Pero hay un hecho importante a resaltar en este lado de la oposición. Si en la primera lectura se declaraba “bendito” al que confiaba en el Señor, en el Evangelio se declara “bienaventurado” no al que confía en el Señor sino simplemente a los que en este mundo les ha tocado la peor parte. Jesús no dice “dichos los pobres que confían en Dios”. Dice simplemente “Dichosos los pobres” y “los que tienen hambre” y “los que lloran”. Sin más. No es necesario ningún título más para merecer ser declarados “bienaventurados” por Jesús y recibir la promesa de reino. Sólo la última de las bienaventuranzas se refiere a los discípulos de Jesús, a los que serán perseguidos por causa de su nombre. Esos también son “bienaventurados”. 

      El amor y la misericordia de Dios son para todos los hombres y mujeres. Precisamente por eso se manifiesta, en primer lugar, a aquellos que no tienen nada, a los que les ha tocado la peor parte en este mundo. A ellos se dirige preferentemente el amor Dios. A ellos les tenemos que amar preferentemente los cristianos porque son los “bienaventurados” de Dios. Porque son nuestros hermanos pobres y abandonados. Nosotros confiamos en que en el reino nos encontraremos todos, ellos y nosotros, compartiendo la mesa de la “bienaventuranza”. 



Para la reflexión

      ¿Quiénes son, cerca de nosotros, los pobres, los que pasan hambre, los que lloran? ¿Qué hacemos en nuestra comunidad para que se sientan los amados y preferidos de Dios? ¿O preferimos mirar sólo por nuestro bien y confiar en nosotros mismos? ¿Qué podríamos hacer?

LECTURAS BÍBLICAS DE HOY DOMINGO 17 DE FEBRERO DE 2019


Lecturas de hoy Domingo 6º del Tiempo Ordinario - Ciclo C
Hoy, domingo, 17 de febrero de 2019



Primera lectura
Lectura del libro de Jeremías (17,5-8):

Así dice el Señor: «Maldito quien confía en el hombre, y en la carne busca su fuerza, apartando su corazón del Señor. Será como un cardo en la estepa, no verá llegar el bien; habitará la aridez del desierto, tierra salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto.»

Palabra de Dios

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Salmo
Sal 1,1-2.3.4.6

R/. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor

Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, 
ni entra por la senda de los pecadores, 
ni se sienta en la reunión de los cínicos; 
sino que su gozo es la ley del Señor, 
y medita su ley día y noche. R/. 

Será como un árbol plantado 
al borde de la acequia: 
da fruto en su sazón 
y no se marchitan sus hojas; 
y cuanto emprende tiene buen fin. R/.

No así los impíos, no así; 
serán paja que arrebata el viento. 
Porque el Señor protege el camino de los justos, 
pero el camino de los impíos acaba mal. R/.

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Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (15,12.16-20):

Si anunciamos que Cristo resucitó de entre los muertos, ¿cómo es que dice alguno de vosotros que los muertos no resucitan? Si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó; y, si Cristo no ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido, seguís con vuestros pecados; y los que murieron con Cristo se han perdido. Si nuestra esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos.

Palabra de Dios

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Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Lucas (6,17.20-26):

En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón. 
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: «Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis. Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas. Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis. ¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.»

Palabra del Señor

HOY SE CONMEMORA A LOS SIETE SANTOS FUNDADORES DE LA ORDEN SIERVOS DE MARÍA, 17 DE FEBRERO

Hoy se conmemora a los siete Santos fundadores de la Orden Siervos de María
Redacción ACI Prensa





En el siglo XIII (trece) un grupo de siete jóvenes adinerados provenientes de la República Libre de Florencia (hoy Italia) decidieron abandonar sus riquezas para entregarse a Cristo, su Evangelio y a la Virgen María.

Más tarde fundaron la Orden de los Siervos de María, cuya fiesta conmemoramos hoy 17 de febrero.

Este es el único caso en la historia de la Iglesia Católica en el que siete personas fundaron una orden religiosa.


El día 15 de agosto de 1233 (fiesta de la Asunción de María) la Virgen se les apareció y les pidió que renunciaran al mundo y se dediquen exclusivamente a Dios.

Fue entonces que Buonfiglio dei Monaldi (Bonfilio), Giovanni di Buonagiunta (Bonayunta), Bartolomeo degli Amidei (Amadeo), Ricovero dei Lippi-Ugguccioni (Hugo), Benedetto dell’Antella (Maneto), Gherardino di Sostegno (Sosteño), y Alesio de Falconieri (Alejo), quienes por ese entonces conformaban una cofradía de laicos con el nombre de Laudenses, repartieron todo su dinero a los pobres y se retiraron al Monte Senario, cerca de Florencia, a rezar y a hacer penitencia. Allí construyeron una Iglesia y una ermita, en la que llevaron una vida austera.

Tiempo después fueron ordenados sacerdotes por petición del Cardenal, delegado del Sumo Pontífice. Todos excepto San Alejo Falconieri, el menor de ellos, que por humildad quiso permanecer siempre como hermano.

En 1939 los siete fundaron la orden religiosa de Siervos de María tras una nueva visión de la Virgen en la que les dijo que siguieran las reglas de San Agustín y les mostró un hábito negro, recomendándoles que lo llevasen en memoria de la Pasión de su Hijo.

Desde 1240, fueron conocidos como los Servitas y rápidamente extendieron su labor apostólica por toda Florencia, llegando a fundar varios conventos e iglesias.

La característica de esta congregación son la gran devoción a la Santísima Virgen, la soledad y el retiro.

Los Siervos de María fueron reconocidos por la Santa Sede en el año 1304. Su memoria se conmemora el 17 de febrero en el que, según se dice, murió el último de sus miembros, San Alejo Falconieri, el año 1310. 

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Los siete santos


En el monte Senario se dedicaban a hacer muchas penitencias y mucha oración, pero un día recibieron la visita del Sr. Cardenal delegado del Sumo Pontífice, el cual les recomendó que no se debilitaran demasiado con penitencias excesivas, y que más bien se dedicaran a estudiar y se hicieran ordenar sacerdotes y se pusieran a predicar y a propagar el evangelio. Así lo hicieron, y todos se ordenaron de sacerdotes, menos Alejo, el menor de ellos, que por humildad quiso permanecer siempre como simple hermano, y fue el último de todos en morir.

Un Viernes Santo recibieron de la Sma. Virgen María la inspiración de adoptar como Reglamento de su Asociación la Regla escrita por San Agustín, que por ser muy llena de bondad y de comprensión, servía para que se pudieran adaptar a ella los nuevos aspirantes que quisieran entrar en su comunidad. Así lo hicieron, y pronto esta asociación religiosa se extendió de tal manera que llegó a tener cien conventos, y sus religiosos iban por ciudades y pueblos y campos evangelizando y enseñando a muchos con su palabra y su buen ejemplo, el camino de la santidad. Su especialidad era una gran devoción a la Santísima Virgen, la cual les conseguía maravillosos favores de Dios.

El más anciano de ellos fue nombrado superior, y gobernó la comunidad por 16 años. Después renunció por su ancianidad y pasó sus últimos años dedicado a la oración y a la penitencia. Una mañana, mientras rezaba los salmos, acompañado de su secretario que era San Felipe Benicio, el santo anciano recostó su cabeza sobre el corazón del discípulo y quedó muerto plácidamente. Lo reemplazó como superior otro de los Fundadores, Juan, el cual murió pocos años después, un viernes, mientras predicaba a sus discípulos acerca de la Pasión del Señor. Estaba leyendo aquellas palabras de San Lucas: "Y Jesús, lanzando un fuerte grito, dijo: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!" (Lc. 23, 46). El Padre Juan al decir estas palabras cerró el evangelio, inclinó su cabeza y quedó muerto muy santamente.

Lo reemplazó el tercero en edad, el cual, después de gobernar con mucho entusiasmo a la comunidad y de hacerla extender por diversas regiones, murió con fama de santo.

El cuarto, que era Bartolomé, llevó una vida de tan angelical pureza que al morir se sintió todo el convento lleno de un agradabilísimo perfume, y varios religiosos vieron que de la habitación del difunto salía una luz brillante y subía al cielo.

De los fundadores, Hugo y Gerardino, mantuvieron toda la vida entre sí una grande y santísima amistad. Juntos se prepararon para el sacerdocio y mutuamente se animaban y corregían. Después tuvieron que separarse para irse cada uno a lejanas regiones a predicar. Cuando ya eran muy ancianos fueron llamados al Monte Senario para una reunión general de todos los superiores. Llegaron muy fatigados por su vejez y por el largo viaje. Aquella tarde charlaron emocionados recordando sus antiguos y bellos tiempos de juventud, y agradeciendo a Dios los inmensos beneficios que les había concedido durante toda su vida. Rendidos de cansancio se fueron a acostar cada uno a su celda, y en esa noche el superior, San Felipe Benicio, vio en sueños que la Virgen María venía a la tierra a llevarse dos blanquísimas azucenas para el cielo. Al levantarse por la mañana supo la noticia de que los dos inseparables amigos habían amanecido muertos, y se dio cuenta de que Nuestra Señora había venido a llevarse a estar juntos en el Paraíso Eterno a aquellos dos que tanto la habían amado a Ella en la tierra y que en tan santa amistad habían permanecido por años y años, amándose como dos buenísimos hermanos.

El último en morir fue el hermano Alejo, que llegó hasta la edad de 110 años. De él dijo uno que lo conoció: "Cuando yo llegué a la Comunidad, solamente vivía uno de los Siete Santos Fundadores, el hermano Alejo, y de sus labios oímos la historia de todos ellos. La vida del hermano Alejo era tan santa que servía a todos de buen ejemplo y demostraba como debieron ser de santos los otros seis compañeros". El hermano Alejo murió el 17 de febrero del año 1310.

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Los siete amigos


Bonfiglio:

Nació en Firenze, Italia y más tarde fue conocido como comerciante. Como miembro de la cofradía de los Laudesi, iba semanalmente al Templo a cantar con alma devota y voz enamorada, himnos y loas en honor de la Gran Madre, hasta que Ella un día, lo llamó.

Fue entonces, cuando lo dejo todo: familia, ciudad, bienes amores y blasones. Alegre de espíritu y ligero equipaje, ascendió con sus amigos hasta la cumbre del Monte Sonoro. Allá sus hermanos lo nombraron primer Siervo; Prior de la Naciente Familia por la Virgen engendrada.

Ni él mandaba, ni los hermanos obedecían; todos estaban ocupados en servir. En la misma cima del Monte, por amor a Nuestra Gloriosa Señora alzaron un modesto templo, que fulgente bajo los rayos del sol, quería ser signo de paz para un mundo dividido.

La oración, hecha de cantos y silencio, marcaba los ritmos de sus jornadas laboriosas y austeras y la brisa que cantaba en el bosque, despertaba infinitas melodías en el alma y los envolvía con un manto de serena calma el Espíritu que los había convocado. Día a día se empeñaron en emular a la Sierva del Señor y trataban de imitar a su Hijo, manso y humilde de corazón.

Amadeo:

Comenzó su peregrinar por la tierra en la Comuna de Firenze, Italia cuando ésta crecía como lugar de hombres libres; el comercio llegaba a su apogeo, inventaron la letra de cambio y el banco para asegurar los bienes de los grandes señores de este mundo y ponerlos al amparo de la codicia de los bandoleros que asechaban en los caminos.

En su juventud se dedicó con empeño a comerciar lanas, paños, sedas y brocados. Acumulaba florines y buscaba la fama, el halago y el amor. Sobre todo, el amor. Su inquieto corazón anhelaba verse colmado. Era como una herida abierta necesitada de un bálsamo refrescante; como una sed ardiente deseosa de encontrar refrigerio.

Cierto día le invitaron a cantar a la Virgen Madre en la Compañía Mayor y la Virgen, abrió su corazón de par en par al amor de Dios que lo invadió como un diluvio. Entonces renunció a todo para, libre de toda atadura, dedicarse con ahínco a la búsqueda de la Perla preciosa.
En esta búsqueda, fue patente el auxilio de la Virgen Madre. Ella los llamó, junto con sus compañeros y así como hace la gallina con sus polluelos, los juntó bajo sus alas y los cuidó con infinita ternura.

Cuando comenzaron a vivir en el Monte Sonoro, sentían el corazón ardiendo del amor divino. Los coloquios iniciados con Dios en la modesta Capilla construida en honor a Nuestra gloriosa Señora, los continuaba en la intimidad silenciosa de la gruta donde moraba y a la cual el viento llevaba los ecos del suave rumor del bosque y de los cantos de sus otros seis Hermanos que se difundían por el valle como mensajes de amor, de tolerancia y paz.

Sólo bajaba del monte para llevar consuelo y cooperación redentora a los pobres y afligidos como humilde obsequio de servicio a la Madre Misericordiosa. Un día, al volver entró en la gruta curvado por el peso de tanto dolor y de tanta humana miseria, la caverna se inundó de luz y en ella quedó su cuerpo tendido.

Manetto:

El Buen Dios le regaló una voz cálida, potente y de timbre melodioso. Siempre le gustó cantar y fue cantando a la Virgen, que en la Compañía Mayor conoció a sus seis amigos. Juntos entonaban hermosas melodías a la Madre del Redentor y fue por eso que en la Comuna de Firenze, dieron en llamarlos los Trovadores de la Reina Celestial.

Cuando constituyeron la primigenia Comunidad en el Monte, donde también el viento cantaba en las grutas y los abetos se sumaban a la liturgia con sus verdes armonías, sus hermanos lo nombraron Maestro de coro. Desde la modesta Capilla la oración comunitaria ascendía en enamorados arpegios hasta el trono del altísimo.

Comenzaba la jornada al canto del Ave y concluía al canto de la Salve. No podía ser de otra manera, pues de la misma Virgen aprendieron el canto; de Ella, que fue a paso de danza hasta la casa de Isabel para entonar el gran himno de gratitud y alabanza.

Fue siempre un asiduo escrutador de la Palabra dedicando horas al estudio de la Santa Escritura, pues, era lámpara para sus pasos y luz en su camino, el medio por el cual le hablaba Dios de manera particular, puesto que también le hablaba mediante la creación. Toda la naturaleza es como un libro abierto que canta las grandezas del Creador...

En la cima del Monto Sonoro, "regada por una fuente de agua abundante; rodeada por un hermoso bosque de árboles; embellecida por un prado de hierba verde; dotada por Dios de un aire salubre", había encontrado el lugar ideal para la intimidad con el Señor de la cual Santa María era maestra y guía. Por eso sus hermanos le llamaban el Teólogo y le eligieron para representarlos en un Concilio.

Fue él quien alentó a los Siervos a bajar del Monte para llevar la Buena Nueva a ciudades y poblados. Su vida estuvo marcada por el gozo, el gozo de servir a la más noble y grande Reina y a su Hijo el Señor de la Historia, el dueño de la vida.

Bonayunta:

Tenía 27 años cuando impulsado por el deseo de configurarse con Cristo subió al Monte Sonoro en compañía de sus seis amigos.

Su vida estuvo siempre marcada por la lucha: el cuerpo oponía una tenaz resistencia a sus ansias de perfección, los sentidos le quemaban como candentes brasas y, la mente dividida por pensamientos encontrados y antagónicos, parecía un enjambre de abejas que con su zumbido atentaba contra el necesario silencio que requería la oración.

El enemigo no le daba tregua e incluso llegó a personalizarse para hacerle desistir en su empeño de seguir a Cristo. Pero él perseveraba unánime con sus hermanos y con María la Madre del Señor.

Jamás confió en sus propias fuerzas sino que puso en el Señor su confianza y Él le socorrió y le libró porque le amaba. Fue patente su auxilio cierta vez que quisieron envenenarle. Salió ileso del atentado, gracias a la protección de la Madre Misericordiosa.

Sus hermanos, aun conociendo cuanto era tentado, le eligieron para suceder a Bonfiglio como guía de la familia de Nuestra Gloriosa Señora y, así animado por su oración y confortado por el amor fraterno, se dedicó a servir con ánimo sereno y generoso.

Un día, al término de celebrar el sacrificio Eucarístico, sintió que la Reina le llamaba; abrió entonces los brazos y dijo: Heme aquí.
Vestido con los paramentos sagrados quedó su cuerpo tendido en el pavimento de la modesta Capilla del Monte y su alma entró en el gozo del Señor.

Alejo:

Perteneció a la familia de los Falconieri, muy conocida en Firenze, Italia por los bienes de fortuna y de virtud. También de joven se dedicó al comercio y se le conocía por ser alegre y sociable.

En su Comuna natal, era muy sentida la filial devoción, hacía la Virgen María y él no era ajeno a las prácticas que se realizaban en honor de tan buena Madre. Formaba parte de la gran cofradía que por el número de sus integrantes y por las virtudes de los mismos, era llamada la Compañía Mayor. En ese ambiente caldeado por la oración y alegrado por el canto, conoció a muchos integrantes, pero se unió con vínculos de afecto y amistad, con otros seis trovadores, que se distinguían por "amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con la mente, y por amar al prójimo", externando su íntima compasión, socorriendo a los menesterosos, en todas sus necesidades espirituales y materiales, de acuerdo a sus posibilidades.

Inspirados por la Madre de Misericordia a quien, amaban con sincero corazón y trataban de imitar, como a perfecto modelo, de todas las virtudes, se alejaron de la tierra y del propio parentesco, es decir del placer corporal y de la incertidumbre de sus decisiones y acordaron salir de la casa del padre dejando toda relación con el mundo, a fin de llegar sin tropiezos a la tierra de los vivos, que Dios los había indicado.

Ardingo, monje cisterciense y obispo de Firenze, sentía hacía ellos gran estima y, como amaba profundamente a la Gran Madre de Dios y estaba al tanto de su proyecto de vida, les proporcionó el Monte Sonoro, que era de su propiedad, para que fueran a morar en él y levantaran allí su tabernáculo.

Cuando ya viviendo en el Sacro Monte, Nuestra Señora dio inicio a la Orden, pues no fue su intención, ni la de sus compañeros fundar una familia religiosa, sino que fue Nuestra Señora, la Virgen, la única fundadora y por tal se debe atender y venerar siempre. Él no accedió al sacerdocio, sino que permaneció siempre como hermano, pues, no quiso ser señalado, ni siquiera involuntariamente como hombre de poder, y porque no se sentía digno de representar al Sumo y Eterno Sacerdote.

En una gruta del Monte, tenía los más profundos coloquios de amor, con el Redentor y con su Madre Santa. Salía de su retiro para ir a mendigar el cotidiano sustento y para pedir ayuda a las personas caritativas, para bien de los estudiantes, entusiastas jóvenes que se preparaban en las universidades, para servir con decoro y ciencia al pueblo de Dios, como Siervos de María.

Llevó una vida austera, sencilla y penitente. Sus vestidos eran pobres y de paño vil, su lecho era de leño y sus sábanas ásperas; se alimentaba de verduras y era solícito en orar.

Tenía ya los 110 años, cuando un día vio su celda inundada de luz, hasta su camastro, se acercaron pájaros blanquecimos y ángeles que formaban un círculo en medio del cual, Cristo, en figura de hermoso niño le ofrecía una corona de oro. Así fue su tránsito de esta vida mortal a la eterna.

Sosteño:

En su juventud fue orgulloso caballero, amante de las gestas y torneos, de las maneras nobles y del holgado vivir. Por las calles de Firenze, Italia que ya se vislumbraba cuna del arte, gustaba de pasear en alegres jolgorios a ritmo de danza y canto.

Su gran amigo Hugo, conocedor de su ideal caballeresco, lo invitó a cantar a la más bella y noble de todas las mujeres, para ello se unió a otros muchos devotos trovadores que se juntaban en la Compañía Mayor para ensalzar con el canto a la Reina de los Cielos.

Una tarde de viernes santo en el año del ALELUYA, sintió al igual que Hugo y otros cinco cofrades, que el corazón latía con inusual ritmo y que el alma se bañaba en una paz y una gracia hasta entonces desconocidas. El cielo los preparaba para escuchar la voz suave y hermosa de la Virgen Nazarena que los invitaba a dejarlo todo, para iniciar una nueva vida en la que Cristo Jesús sería su único modelo, camino y meta.

Después del voluntario despojo cumplido con generosa prontitud, se encaminaron gozosos hacía el Monte Sonoro; "descubrieron en su cima una hermosa explanada, aunque reducida; a un lado una fuente de agua pura, y en las inmediaciones un bosque bien arreglado, como se hubiera sido plantado por el hombre". Ese era verdaderamente el Monte preparado por la divina providencia, para cumplir en todo su voluntad como era su deseo.

Como ya la naturaleza había preparado las grutas que les servirían como lugar del descanso y del silencio contemplativo, se dieron a la alegre tarea de levantar en la cima la blanca Capilla en honor de Nuestra Gloriosa Señora, que los había convocado para dar inicio a su Orden, la cepa plantada por su diestra.

Como el Padre Bueno le dio el don de una voz clara y potente, puso ese carisma a su servicio y se dedicó a predicar la Buena Nueva del Reino, con entusiasmo y con ardor; y sus predicas tuvieron siempre buen resultado, gracias también a las oraciones y penitencias de su amigo Hugo y al apoyo fraterno de sus otros cinco hermanos.

Un día de mayo, cuando en el Monte era todavía esplendorosa primavera, la Reina lo llamó y, alegre, fue a su encuentro. Entro en el gozo del Señor acompañado de Fray Hugo, pues la amistad que durante la vida los unió, no los separó en la muerte.

Hugo:

La Comuna de Firenze lo vio nacer, crecer y empeñar todas sus cualidades en el arte de mercader. Compraba, vendía, canjeaba y acumulaba florines, admiración y envidias.

No era malo, pero tampoco bueno. Pensaba y actuaba según los criterios de este mundo según los patrones de conducta de la sociedad en la que vivía.

Junto a muchos otros cofrades de la Sociedad Mayor, se dirigía semanalmente al templo para los Oficios de canto y alabanza en honor de la Virgen María. La Palabra del Señor comenzó a barrenarle el alma y una inquietud inexpresable se anidó en su corazón. A medida que pasaba el tiempo se hacía cada vez más urgente en él la necesidad de cambio; era necesario dar un vuelco total a su vida y encausarla hacia los valores perennes propuestos en el Evangelio. A su derredor todo era vanidad de vanidades y tan sólo vanidad.

Con loco afán se encaminaban sus pasos al sepulcro. Un día habló con Sosteño, su gran amigo, su alter ego, y se expresó en la intimidad de la confidencia, desahogando su corazón. La palabra sapiente de Sosteño y su gesto solidario, lo ayudaron a discernir y juntos oraron pidiendo al Señor una señal. Y la señal llegó; la más bella señal: "la Mujer vestida de Sol" vino a iluminar no sólo su vida sino también la de Sosteño y la de otros cincos cofrades de Compañía Mayor. Ella los invitó a dejarlo todo para seguir desde la pobreza a su Hijo y los nombro Siervos, Siervos pobres, de Dios y de los Hermanos.

Después de venderlo todo, aseguró a su familia un futuro digno y repartió lo restante entre los más pobres, para encaminarse al Monto Sonoro. Oración y canto, silencio y trabajo y largos diálogos con Sosteño, su amigo y los demás Hermanos, jalonaban sus jornadas. Por su parte acudió a la penitencia y el silicio para domeñar la carne y mantener vigilante el espíritu. Hasta que el Señor lo llamó a su Morada, o mejor dicho, los llamó, pues el mismo día, su gran Amigo Sosteño lo siguió a la gloria.

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Oración a los siete santos fundadores de la orden de los siervos de María



Dios, Padre de misericordia, con inefable designio de tu providencia dispusiste que nuestra Señora, por medio de los siete santos Fundadores, suscitara la familia de los Siervos de María: concédenos que, dedicados plenamente al servicio de la Virgen,
te sirvamos a ti y a nuestros hermanos con mayor fidelidad y entrega.

Por nuestro Señor Jesucristo.

Amén

FELIZ DOMINGO!!!



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