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viernes, 25 de diciembre de 2020
ORACIÓN DE FIN Y PRINCIPIO DE AÑO
Oración de fin y principio de año
Señor Dios, dueño del tiempo y de la eternidad, tuyo es el hoy y el mañana; el pasado y el futuro.
Al terminar este año quiero darte las gracias por todo aquello que recibí de Ti. Gracias por la vida y por el amor, por las flores, el aire y el sol, por la alegría y el dolor, por cuanto fue posible y por lo que no pudo ser.
Te ofrezco cuanto hice en este año, el trabajo que pude realizar y las cosas que pasaron por mis manos y lo que con ellas pude construir.
Te presento a las personas que a lo largo de estos meses amé, las amistades nuevas y los antiguos amores, los más cercanos a mí y los que están más lejos, los que me dieron su mano y aquellos a los que pude ayudar, con los que compartí la vida, el trabajo, el dolor y la alegría.
Pero también, Señor hoy quiero pedirte perdón. Perdón por el tiempo perdido, por el dinero mal gastado, por la palabra inútil y el amor desperdiciado.
Perdón por las obras vacías y por el trabajo mal hecho y perdón por vivir sin entusiasmo. También por la oración que poco a poco fui aplazando y que hasta ahora vengo a presentarte. Por todos mis olvidos, descuidos y silencios nuevamente te pido perdón.
Mañana iniciaremos un nuevo año y detengo mi vida ante el nuevo calendario aun sin estrenar y te presento estos días que solo Tú sabes si llegaré a vivirlos.
Hoy te pido para mí y los míos la paz la alegría, la fuerza y la prudencia, la claridad y la sabiduría.
Quiero vivir cada día con optimismo y bondad llevando a todas partes un corazón lleno de comprensión y paz.
Cierra Tú mis oídos a toda falsedad y mis labios a palabras mentirosas, egoístas, mordaces e hirientes.
Abre en cambio mi ser a todo lo bueno, que mi espíritu se llene solo de bendiciones y las derrame a mi paso.
Cólmame de bondad y de alegría para que, cuantos conviven conmigo o se acerquen a mí encuentren en mi vida un poquito de Ti.
Danos un año feliz y enséñanos a repartir felicidad.
Amén.
HOY SE INICIA LA OCTAVA DE NAVIDAD - DEL 25 DE DICIEMBRE AL 1 DE ENERO DEL 2021
Hoy se inicia la Octava de Navidad, celebramos el nacimiento de Jesús 8 días seguidos
Redacción ACI Prensa
Como es tradición en la Iglesia, la noche del 24 de diciembre se empieza a celebrar de manera solemne la Natividad del Señor y luego siguen ocho días llamados “Octava de Navidad”, que comienza el 25 de diciembre y concluye el 1 de enero, en los que igualmente se festeja el nacimiento del Niño Dios.
La celebración de la “Octava” tiene sus raíces en el Antiguo Testamento, en el que los judíos festejaban las grandes fiestas por ocho días. Asimismo, tal como se lee en el Génesis (17, 9-14), hace muchos siglos Dios hizo una alianza con Abraham y su descendencia cuyo signo es la circuncisión al octavo día después del nacimiento.
Jesús mismo, como todo judío, también fue circuncidado al octavo día y resucitó el “día después del séptimo día de la semana”. Es así que la Octava (ocho días) sigue siendo una tradición muy importante en la Iglesia y por ello se ha establecido sólo dos en el calendario litúrgico: la “Octava de Navidad” y la “Octava de Pascua”.
En la Octava de Navidad también se celebran las siguientes fiestas importantes:
26 de diciembre: San Esteban es el primer mártir del cristianismo y representa a todos los que murieron por Cristo voluntariamente.
27 de diciembre: San Juan Evangelista es el joven y valiente apóstol que permaneció al pie de la cruz con la Virgen María. Es considerado el “discípulo amado” y representa a los que estuvieron dispuestos a morir por Cristo, pero no los mataron.
28 de diciembre: Los Santos inocentes representan a los que murieron por Cristo sin saberlo y a los millones de bebés que mueren hoy día con el aborto.
Domingo después de Navidad: La Sagrada Familia es modelo para todas las familias y símbolo de la unión de la Santísima Trinidad. Este año cae domingo 27 de diciembre.
1 de enero: María Madre de Dios. Todos los títulos atribuidos a la Virgen María tienen su raíz en este dogma de fe.
MENSAJE DE NAVIDAD Y BENDICIÓN URBI ET ORBI DEL PAPA FRANCISCO - 25 DE DICIEMBRE DEL 2020
Mensaje de Navidad y bendición Urbi et Orbi del Papa Francisco
Redacción ACI Prensa
El Papa Francisco impartió la tradicional Bendición “Urbi et Orbi” (a la ciudad de Roma y al mundo) con motivo de la celebración de la Navidad este viernes 25 de diciembre.
En su mensaje pronunciado desde el aula de las bendiciones, y no desde el balcón central de la fachada de la Basílica Vaticana debido a las restricciones sanitarias por el COVID-19, el Santo Padre rezó para que “la Palabra eterna del Padre sea fuente de esperanza para el continente americano, particularmente afectado por el coronavirus, que ha exacerbado los numerosos sufrimientos que lo oprimen, a menudo agravados por las consecuencias de la corrupción y el narcotráfico” y añadió que ayude “a superar las recientes tensiones sociales en Chile y a poner fin al sufrimiento del pueblo venezolano”.
A continuación, el texto completo del mensaje del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Navidad!
Deseo hacer llegar a todos el mensaje que la Iglesia anuncia en esta fiesta, con las palabras del profeta Isaías: «Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado» (Is 9,5).
Ha nacido un niño: el nacimiento es siempre una fuente de esperanza, es la vida que florece, es una promesa de futuro. Y este Niño, Jesús, “ha nacido para nosotros”: un nosotros sin fronteras, sin privilegios ni exclusiones. El Niño que la Virgen María dio a luz en Belén nació para todos: es el “hijo” que Dios ha dado a toda la familia humana.
Gracias a este Niño, todos podemos dirigirnos a Dios llamándolo “Padre”, “Papá”. Jesús es el Unigénito; nadie más conoce al Padre sino Él. Pero Él vino al mundo precisamente para revelarnos el rostro del Padre celestial. Y así, gracias a este Niño, todos podemos llamarnos y ser verdaderamente hermanos: de todos los continentes, de todas las lenguas y culturas, con nuestras identidades y diferencias, sin embargo, todos hermanos y hermanas.
En este momento de la historia, marcado por la crisis ecológica y por los graves desequilibrios económicos y sociales, agravados por la pandemia del coronavirus, necesitamos más que nunca la fraternidad. Y Dios nos la ofrece dándonos a su Hijo Jesús: no una fraternidad hecha de bellas palabras, de ideales abstractos, de sentimientos vagos... No. Una fraternidad basada en el amor real, capaz de encontrar al otro que es diferente a mí, de compadecerse de su sufrimiento, de acercarse y de cuidarlo, aunque no sea de mi familia, de mi etnia, de mi religión; es diferente a mí, pero es mi hermano, es mi hermana. Y esto es válido también para las relaciones entre los pueblos y las naciones. Hermanos todos.
En la Navidad celebramos la luz del Cristo que viene en el mundo, y Él viene para todos, no solamente para algunos.
Hoy en este tiempo de obscuridad y de incertidumbre por la pandemia aparecen diversas luces de esperanza como el descubrimiento de las vacunas. Pero para que estas luces puedan iluminar y llevar esperanza a todo el mundo deben estar a disposición de todos. No podemos dejar que los nacionalismos cerrados nos impidan vivir como la verdadera familia humana que somos. No podemos dejar tampoco que el virus del individualismo radical nos venza y nos haga indiferentes al sufrimiento de otros hermanos y hermanas. No puedo colocarme a mi mismo antes que los otros, colocando en las leyes del mercado y de las patentes de invenciones encima de las leyes del amor y de la salud de la humanidad.
Pido a todos los responsables de los Estados, empresas, organismos internacionales promover la colaboración y no la competición y de buscar una solución para todos, vacunas para todos, especialmente para los más vulnerables y necesitados de todas las regiones del planeta. Al primer lugar los más vulnerables y necesitados.
Que el Niño de Belén nos ayude, pues, a ser disponibles, generosos y solidarios, especialmente con las personas más frágiles, los enfermos y todos aquellos que en este momento se encuentran sin trabajo o en graves dificultades por las consecuencias económicas de la pandemia, así como con las mujeres que en estos meses de confinamiento han sufrido violencia doméstica.
Que el Hijo de Dios inspire a quienes tienen responsabilidades políticas y de gobierno a renovar la cooperación internacional, empezando por el sector sanitario, para que todos tengan garantizado el acceso a las vacunas y a los tratamientos. Ante un desafío que no conoce fronteras, no se pueden erigir barreras. Estamos todos en la misma barca. Cada persona es mi hermano. En cada persona veo reflejado el rostro de Dios y, en los que sufren, vislumbro al Señor que pide mi ayuda. Lo veo en el enfermo, en el pobre, en el desempleado, en el marginado, en el migrante y en el refugiado.
En el día en que la Palabra de Dios se hace niño, volvamos nuestra mirada a tantos niños que, en todo el mundo, especialmente en Siria, Irak y Yemen, están pagando todavía el alto precio de la guerra. Que sus rostros conmuevan las conciencias de las personas de buena voluntad, de modo que se puedan abordar las causas de los conflictos y se trabaje con valentía para construir un futuro de paz.
Que este sea el momento propicio para disolver las tensiones en todo Oriente Medio y en el Mediterráneo oriental.
Que el Niño Jesús cure nuevamente las heridas del amado pueblo de Siria, que desde hace ya un decenio está exhausto por la guerra y sus consecuencias, agravadas aún más por la pandemia. Que lleve consuelo al pueblo iraquí y a todos los que se han comprometido en el camino de la reconciliación, especialmente a los yazidíes, que han sido duramente golpeados en los últimos años de guerra. Que porte paz a Libia y permita que la nueva fase de negociaciones en curso acabe con todas las formas de hostilidad en el país.
Que el Niño de Belén conceda fraternidad a la tierra que lo vio nacer. Que los israelíes y los palestinos puedan recuperar la confianza mutua para buscar una paz justa y duradera a través del diálogo directo, capaz de acabar con la violencia y superar los resentimientos endémicos, para dar testimonio al mundo de la belleza de la fraternidad.
Que la estrella que iluminó la noche de Navidad sirva de guía y aliento al pueblo del Líbano para que, en las dificultades que enfrenta, con el apoyo de la Comunidad internacional no pierda la esperanza. Que el Príncipe de la Paz ayude a los dirigentes del país a dejar de lado los intereses particulares y a comprometerse con seriedad, honestidad y transparencia para que el Líbano siga un camino de reformas y continúe con su vocación de libertad y coexistencia pacífica.
Que el Hijo del Altísimo apoye el compromiso de la comunidad internacional y de los países involucrados de mantener el cese del fuego en el Alto Karabaj, como también en las regiones orientales de Ucrania, y a favorecer el diálogo como única vía que conduce a la paz y a la reconciliación.
Que el Divino Niño alivie el sufrimiento de las poblaciones de Burkina Faso, de Malí y de Níger, laceradas por una grave crisis humanitaria, en cuya base se encuentran extremismos y conflictos armados, pero también la pandemia y otros desastres naturales; que haga cesar la violencia en Etiopía, donde, a causa de los enfrentamientos, muchas personas se ven obligadas a huir; que consuele a los habitantes de la región de Cabo Delgado, en el norte de Mozambique, víctimas de la violencia del terrorismo internacional; y aliente a los responsables de Sudán del Sur, Nigeria y Camerún a que prosigan el camino de fraternidad y diálogo que han emprendido.
Que la Palabra eterna del Padre sea fuente de esperanza para el continente americano, particularmente afectado por el coronavirus, que ha exacerbado los numerosos sufrimientos que lo oprimen, a menudo agravados por las consecuencias de la corrupción y el narcotráfico. Que ayude a superar las recientes tensiones sociales en Chile y a poner fin al sufrimiento del pueblo venezolano.
Que el Rey de los Cielos proteja a los pueblos azotados por los desastres naturales en el sudeste asiático, especialmente en Filipinas y Vietnam, donde numerosas tormentas han causado inundaciones con efectos devastadores para las familias que viven en esas tierras, en términos de pérdida de vidas, daños al medio ambiente y repercusiones para las economías locales.
Y pensando en Asia, no puedo olvidar al pueblo Rohinyá: Que Jesús, nacido pobre entre los pobres, lleve esperanza a su sufrimiento.
Queridos hermanos y hermanas:
«Un niño nos ha nacido» (Is 9,5). ¡Ha venido para salvarnos! Él nos anuncia que el dolor y el mal no tienen la última palabra. Resignarse a la violencia y a la injusticia significaría rechazar la alegría y la esperanza de la Navidad.
En este día de fiesta pienso de modo particular en todos aquellos que no se dejan abrumar por las circunstancias adversas, sino que se esfuerzan por llevar esperanza, consuelo y ayuda, socorriendo a los que sufren y acompañando a los que están solos.
Jesús nació en un establo, pero envuelto en el amor de la Virgen María y san José. Al nacer en la carne, el Hijo de Dios consagró el amor familiar. Mi pensamiento se dirige en este momento a las familias: a las que no pueden reunirse hoy, así como a las que se ven obligadas a quedarse en casa.
Que la Navidad sea para todos una oportunidad para redescubrir la familia como cuna de vida y de fe; un lugar de amor que acoge, de diálogo, de perdón, de solidaridad fraterna y de alegría compartida, fuente de paz para toda la humanidad.
A todos, ¡Feliz Navidad!