¡Ha resucitado el Señor!
“Si no lo veo…no lo creo” (Jn 20,19-31) En cierta ocasión un predicador se acercó a una gran ciudad y dejó amarrado, en el exterior de sus muros, un caballo que llevaba para su misión apostólica. Comenzó su predicación sobre las verdades de la fe y, uno de los asistentes, le grito: “eso que Vd. dice no me lo creo” Y el predicador le contestó, esto que os digo, es tan verdad como que hay un caballo detrás de aquellos muros al cual vosotros no veis pero del cual os fiais que existe por mi palabra.
Santo Tomás, en este segundo Domingo de Pascua, representa a ese mundo nuestro que se fija y se deja llevar por lo palpable. Por aquello que se siente en la mano, se saborea en el paladar o se hace color frente a la mirada de los ojos: ¡Ha resucitado el Señor!
Y, como Santo Tomás, nos gustaría meter nuestras manos en su costado. Hurgar en los orificios que dejaron los clavos para, a continuación, salir corriendo y llevar la buena noticia de que Jesús no sólo murió sino que, además, sigue tan vivo como el primer día: ¡Ha resucitado el Señor!
La mayor prueba de su triunfo sobre la muerte nos la dan aquellos que tuvieron la suerte de encararse frente a frente con aquel misterio que ha dado un resplandor y un esplendor nuevo y alegre a nuestro futuro: aquellas mujeres que se acercaron temerosas al sepulcro.
El mayor respaldo a nuestra fe, viene de aquellos hombres que, sin dudar un solo instante, lo dejaron todo para dispararse por los cuatro puntos cardinales pregonando aquella buena noticia: ¡es verdad…ha resucitado! ¡Ha resucitado el Señor! Y, muchos de nosotros, somos fotocopia idéntica a aquel Tomás que, no solamente no creía que Jesús había salido triunfante del sepulcro, sino que además no se fiaba ni un pelo de la palabra de sus amigos cuando le decían, que sí Tomás, “hemos visto al Señor”.
Ese Tomás se prolonga en nuestro tiempo y en el entorno que nos preocupa. En aquellos/as que vivieron una experiencia religiosa pero que la abandonaron al ahogarse por el pragmatismo reinante o por exigir demasiadas razones.
Ese Tomás sigue reclamando pruebas con tantos de nuestros hermanos que piden conversión a la Iglesia, pruebas de su fidelidad al Evangelio pero….que son incapaces de mirar por encima de sus debilidades la grandeza que ella encierra, actualiza y conserva: ¡Cristo muerto y resucitado! ¡Ha resucitado el Señor! Y muchos de nosotros, en medio de las sacudidas a las que estamos sometidos, seguimos creyendo en EL como valor supremo de nuestra vida cristiana y como cumbre de todo lo que realizamos y celebramos en su nombre.
¡Ha resucitado el Señor! Como aquellos hombres y mujeres de entonces, seguimos siendo (con virtudes y defectos) los eternos entusiastas de la muerte y de la vida del Resucitado.
P. Javier Leoz