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domingo, 13 de abril de 2025

CON LOS CRUCIFICADOS - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 13 DE ABRIL DE 2025



CON LOS CRUCIFICADOS


El mundo está lleno de iglesias cristianas presididas por la imagen del Crucificado, y está lleno también de personas que sufren, crucificadas por la desgracia, las injusticias y el olvido: enfermos privados de cuidado, mujeres maltratadas, ancianos ignorados, niños y niñas violados, emigrantes sin papeles ni futuro. Y gente, mucha gente hundida en el hambre y la miseria en el mundo entero.


Es difícil imaginar un símbolo más cargado de esperanza que esa cruz plantada por los cristianos en todas partes: «memoria» conmovedora de un Dios crucificado y recuerdo permanente de su identificación con todos los inocentes que sufren de manera injusta en nuestro mundo.


Esa cruz, levantada entre nuestras cruces, nos recuerda que Dios sufre con nosotros. A Dios le duele el hambre de los niños de Calcuta, sufre con los asesinados y torturados de Iraq, llora con las mujeres maltratadas día a día en su hogar. No sabemos explicarnos la raíz última de tanto mal. Y, aunque lo supiéramos, no nos serviría de mucho. Solo sabemos que Dios sufre con nosotros. No estamos solos.


Pero los símbolos más sublimes pueden quedar pervertidos si no recuperamos una y otra vez su verdadero contenido. ¿Qué significa la imagen del Crucificado, tan presente entre nosotros, si no vemos marcados en su rostro el sufrimiento, la soledad, la tortura y desolación de tantos hijos e hijas de Dios?


¿Qué sentido tiene llevar una cruz sobre nuestro pecho si no sabemos cargar con la más pequeña cruz de tantas personas que sufren junto a nosotros? ¿Qué significan nuestros besos al Crucificado si no despiertan en nosotros el cariño, la acogida y el acercamiento a quienes viven crucificados?


El Crucificado desenmascara como nadie nuestras mentiras y cobardías. Desde el silencio de la cruz, él es el juez más firme y manso del aburguesamiento de nuestra fe, de nuestra acomodación al bienestar y nuestra indiferencia ante los que sufren. Para adorar el misterio de un «Dios crucificado» no basta celebrar la Semana Santa; es necesario además acercarnos más a los crucificados, semana tras semana.


José Antonio Pagola


domingo, 6 de abril de 2025

COMPASIÓN ANTE EL PECADO


 

Compasión ante el pecado


Mayormente conocemos este pasaje del Evangelio como ‘La Mujer Adúltera’, pero el enfoque queda más bien en el juicio de Jesús por los maestros de la ley y los fariseos. Jesús se encuentra en el Templo, sentado entre mucha gente con la intención de enseñar. Él había pasado la noche en el monte de los Olivos, orando y entrando en meditación. Al amanecer, llegó al Templo para compartir con la gente los resultados de su oración.

 

Pero no pudo seguir con su plan. Llegaron los maestros de la Ley y los fariseos, trayendo a una mujer que había sido sorprendida en adulterio. Colocándole en medio, hablaron de la ley de Moisés y pusieron a Jesús la pregunta, “Tú, ¿qué dices?” Parece que ellos habían planeado este ataque contra Jesús, porque llegaron justo al momento cuando Jesús empezó a enseñar, trayendo a la mujer. No tenían ningún interés en la justicia. Era más bien una trampa para Jesús.

 

Jesús se da cuenta de sus intenciones y sabe que la mujer es nada más que una excusa para los fariseos. Si él dice que debe morir, va en contra de la ley de los romanos. Si dice que debe ser perdonada está violando la ley de Moisés. Entonces, en vez de enseñar con palabras, Jesús enseña con acciones. Sin decir nada, se inclina y se pone a escribir en el suelo con el dedo. Cuando insisten los fariseos, Jesús dice, “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que arroje la primera piedra.” Y de nuevo se inclina y sigue escribiendo.

 

No sabemos lo que escribió Jesús, pero uno por uno se fueron retirando, comenzando por los más viejos. Cuando estaban solos, Jesús y la mujer, Jesús le trata no como juez ni acusador, no como los fariseos que le han visto solamente como pecadora. Jesús se muestra como un maestro lleno de compasión. No hay duda de que ella había pecado, pero Jesús no ve solamente su pasado, ve que ella es capaz de vivir en el futuro como hija amada de Dios.

 

Es interesante que la mujer tiene solamente una sola frase en el relato. No se defiende, pero tampoco se condena. A la pregunta de Jesús acerca de sus acusadores, ella contesta “Ninguno, Señor.” Parece que ella está lista a empezar su vida de nuevo como hija amada de Dios. No queda en la condenación. No se encierre en su pasado. Como dijo san Agustín, se quedaron solamente dos realidades, la miseria y la misericordia.

 

Como decimos al principio, este juicio trata más de Jesús que de la mujer. Los fariseos querían encontrar un pecado en Jesús para que pudieran juzgarle, como habían juzgado a la mujer. Pero Jesús no queda en la trampa. El usa esta situación para demostrar otra manera de vivir. El rechaza la condenación, enseñando que en Dios no hay condenación. Jesús le manda a la mujer con las palabras “Vete y en adelante no vuelvas a pecar.” Nos enseña que Dios está siempre listo a mandarnos hasta un futuro sin pecado. Jesús no se deja engañar por las trampas de los demás y nos enseña que tampoco tenemos que caer en tales trampas.

 

Durante este tiempo de Cuaresma, estamos invitados a aceptar esta misericordia de Dios en nuestras vidas. Cada vez que nos encontramos con Jesús, podemos empezar de nuevo, listos a vivir en el futuro con la libertad de los hijos e hijas de Dios. Hoy nos acercamos al altar con confianza, buscando la compasión y misericordia de un Dios de amor.

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Kathleen Maire OSF

domingo, 30 de marzo de 2025

VOLVER AL PADRE - MEDITACIÓN DE HOY DOMINGO 30 DE MARZO DE 2025


 

Volver al Padre


Acabamos de escuchar la parábola comúnmente llamada del hijo pródigo. Parábola es un relato imaginario, ideado para explicar, de manera fácilmente inteligible, una doctrina o un acontecimiento espiritual que, aunque es real verdaderamente porque sucede en el interior de una persona, no es perceptible por los sentidos ni fácil de comprender con la sola razón.

 

En la parábola de hoy el padre representa a Dios que nos tiene a todos por hijos y nos trata como a tales; que nos protege y nos deleita con su amor incondicional y gratuito. Es el Padre bueno, que perdona a sus hijos sin condiciones previas, no les reprocha las culpas ni les exige la firma de ningún documento que sea garantía infalible de su conversión definitiva. Dios es el Padre que acoge al hijo pródigo con los brazos abiertos, dispuesto a celebrar con gozo festivo el retorno del hijo desencaminado. Aquel esperado retorno es motivo suficiente para una celebración festiva, expresada muy gráficamente con aquellas célebres palabras de Jesús: En verdad os digo que hay más alegría entre los ángeles del cielo por la conversión de un solo pecador, que por la perseverancia de noventa y nueve justos.

 

El hijo pequeño de la parábola nos representa a muchos de nosotros que, de una u otra manera, hemos dejado, a veces, la casa del Padre, para buscar la felicidad por nuestra cuenta fuera del abrigo familiar.

 

Nos han encandilado ciertas promesas fáciles venidas desde fuera y algunas ilusiones y deseos incontrolados de nuestro corazón y, para conseguirlo, nos hemos arriesgado a una vida errante más o menos alejada de Dios; nos hemos construido nuevos altares, donde entronizar ídolos en los que confiar, hasta el momento en que, entristecidos por el error y el fracaso, decidimos llamar de nuevo a la puerta de nuestra casa -la casa del Padre- con ademán humilde y compungido. Después de despilfarrar los bienes espirituales con que el Padre nos había enriquecido y, al darnos cuenta del descalabro, tuvimos fuerza suficiente para tomar la decisión de rehacer el camino y recuperar la dignidad.

 

Para abandonar la casa del Padre, no hace falta haber sido grandes pecadores y haber cometido grandes barbaridades. Ha bastado con volvernos de espaldas a Dios y haber puesto toda la esperanza en nosotros mismos y en las cosas que hemos pretendido poseer. Ni hace falta ningún acto heroico para reparar el daño, porque es suficiente reconocer el error, aceptar nuestra situación con humildad y acercarnos al Padre que nos espera, diciendo como el hijo pródigo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.

 

Hacer el camino de retorno confiados en la bondad del Padre es un gran alivio de conciencia, como un respiro de aire fresco, como un aliento vital hasta entonces desconocido.

 

En la parábola que comentamos está también el hijo mayor, que representa la postura de quienes no se alegran de la vuelta del hermano, que dudan de su sinceridad, que le echan en cara las culpas cometidas, que tal vez sienten envidia por la alegría y la fiesta general por la vuelta, y no quieren compartirla. Son personas fieles al Padre, en principio, pero con una fidelidad interesada y mezquina. También ellos se sentirán felices, si vuelven al Padre con otras disposiciones interiores.

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Mons. Enric Prat 

domingo, 23 de marzo de 2025

¿PARA QUÉ UNA HIGUERA ESTÉRIL?



¿PARA QUÉ UNA HIGUERA ESTÉRIL?


Jesús se esforzaba de muchas maneras en despertar en la gente la conversión a Dios. Era su verdadera pasión: ha llegado el momento de buscar el reino de Dios y su justicia, la hora de dedicarnos a construir una vida más justa y humana, tal como la quiere él.


Según el evangelio de Lucas, Jesús pronunció en cierta ocasión una pequeña parábola sobre una «higuera estéril». Quería desbloquear la actitud indiferente de quienes le escuchaban, sin responder prácticamente a su llamada. El relato es breve y claro.


Un propietario tiene plantada en medio de su viña una higuera. Durante mucho tiempo ha venido a buscar fruto en ella. Sin embargo, años tras año, la higuera viene defraudando sus expectativas. Allí sigue, estéril en medio de la viña.


El dueño toma la decisión más sensata. La higuera no produce fruto y está absorbiendo inútilmente las energías del terreno. Lo más razonable es cortarla. «¿Para qué va a ocupar un terreno en balde?».


Contra toda sensatez, el viñador propone hacer todo lo posible para salvarla. Cavará la tierra alrededor de la higuera, para que pueda contar con la humedad necesaria, y le echará estiércol, para que se alimente. Sostenida por el amor, la confianza y la solicitud de su cuidador, la higuera queda invitada a dar fruto. ¿Sabrá responder?


La parábola ha sido contada para provocar nuestra reacción. ¿Para qué una higuera sin higos? ¿Para qué una vida estéril y sin creatividad? ¿Para qué un cristianismo sin seguimiento práctico a Jesús? ¿Para qué una Iglesia sin dedicación al reino de Dios?


¿Para qué una religión que no cambia nuestros corazones? ¿Para qué un culto sin conversión y una práctica que nos tranquiliza y confirma en nuestro bienestar? ¿Para qué preocuparnos tanto de «ocupar» un lugar importante en la sociedad si no introducimos fuerza transformadora con nuestras vidas? ¿Para qué hablar de las «raíces cristianas» de Europa si no es posible ver los «frutos cristianos» de los seguidores de Jesús? 


Evangelio Comentado por:

José Antonio Pagola

domingo, 16 de marzo de 2025

JESÚS SUBIÓ AL MONTE A ORAR - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 16 DE MARZO DE 2025



 «Jesús subió al monte a orar»

Rev. D. Jaume GONZÁLEZ i Padrós

(Barcelona, España)




Hoy, segundo domingo de Cuaresma, la liturgia de la palabra nos trae invariablemente el episodio evangélico de la Transfiguración del Señor. Este año con los matices propios de san Lucas.


El tercer evangelista es quien subraya más intensamente a Jesús orante, el Hijo que está permanentemente unido al Padre a través de la oración personal, a veces íntima, escondida, a veces en presencia de sus discípulos, llena de la alegría del Espíritu Santo.


Fijémonos, pues, que Lucas es el único de los sinópticos que comienza la narración de este relato así: «Jesús (...) subió al monte a orar» (Lc 9,28), y, por tanto, también es el que especifica que la transfiguración del Maestro se produjo «mientras oraba» (Lc 9,29). No es éste un hecho secundario.


La oración es presentada como el contexto idóneo, natural, para la visión de la gloria de Cristo: cuando Pedro, Juan y Santiago se despertaron, «vieron su gloria» (Lc 9,32). Pero no solamente la de Él, sino también la gloria que ya Dios manifestó en la Ley y los Profetas; éstos —dice el evangelista— «aparecían en gloria» (Lc 9,31). Efectivamente, también ellos encuentran el propio esplendor cuando el Hijo habla al Padre en el amor del Espíritu. Así, en el corazón de la Trinidad, la Pascua de Jesús, «su partida, que iba a cumplir en Jerusalén» (Lc 9,31) es el signo que manifiesta el designio de Dios desde siempre, llevado a término en el seno de la historia de Israel, hasta el cumplimiento definitivo, en la plenitud de los tiempos, en la muerte y la resurrección de Jesús, el Hijo encarnado.


Nos viene bien recordar, en esta Cuaresma y siempre, que solamente si dejamos aflorar el Espíritu de piedad en nuestra vida, estableciendo con el Señor una relación familiar, inseparable, podremos gozar de la contemplación de su gloria. Es urgente dejarnos impresionar por la visión del rostro del Transfigurado. A nuestra vivencia cristiana quizá le sobran palabras y le falta estupor, aquel que hizo de Pedro y de sus compañeros testigos auténticos de Cristo viviente.

domingo, 16 de febrero de 2025

TOMARSE EN SERIO A LOS POBRES - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 16 DE FEBRERO DE 2025



TOMARSE EN SERIO A LOS POBRES


Acostumbrados a escuchar las «bienaventuranzas» tal como aparecen en el evangelio de Mateo, se nos hace duro a los cristianos de los países ricos leer el texto que nos ofrece Lucas. Al parecer, este evangelista –y no pocos de sus lectores– pertenecía a una clase acomodada. Sin embargo, lejos de suavizar el mensaje de Jesús, Lucas lo presenta de manera más provocativa.


Junto a las «bienaventuranzas» a los pobres, el evangelista recuerda las «malaventuranzas» a los ricos: «Dichosos los pobres… los que ahora tenéis hambre… los que ahora lloráis». Pero, «ay de vosotros, los ricos… los que ahora estáis saciados… los que ahora reís». El Evangelio no puede ser escuchado de igual manera por todos. Mientras para los pobres es una Buena Noticia que los invita a la esperanza, para los ricos es una amenaza que los llama a la conversión. ¿Cómo escuchar este mensaje en nuestras comunidades cristianas?


Antes que nada, Jesús nos pone a todos ante la realidad más sangrante que hay en el mundo, la que más le hace sufrir, la que más llega al corazón de Dios, la que está más presente ante sus ojos. Una realidad que, desde los países ricos, tratamos de ignorar, encubriendo de mil maneras la injusticia más cruel, de la que en buena parte somos cómplices nosotros.


¿Queremos continuar alimentando el autoengaño o abrir los ojos a la realidad de los pobres? ¿Tenemos voluntad de verdad? ¿Tomaremos alguna vez en serio a esa inmensa mayoría de los que viven desnutridos y sin dignidad, los que no tienen voz ni poder, los que no cuentan para nuestra marcha hacia el bienestar?


Los cristianos no hemos descubierto todavía la importancia que pueden tener los pobres en la historia del cristianismo. Ellos nos dan más luz que nadie para vernos en nuestra propia verdad, sacuden nuestra conciencia y nos invitan a la conversión. Ellos nos pueden ayudar a configurar la Iglesia del futuro de manera más evangélica. Nos pueden hacer más humanos: más capaces de austeridad, solidaridad y generosidad.


El abismo que separa a ricos y pobres sigue creciendo de manera imparable. En el futuro será cada vez más difícil presentarnos ante el mundo como Iglesia de Jesús ignorando a los más débiles e indefensos de la Tierra. O tomamos en serio a los pobres o nos olvidamos del Evangelio. En los países ricos nos resultará cada vez más difícil escuchar la advertencia de Jesús: «No podéis servir a Dios y al Dinero». Se nos hará insoportable. 


José Antonio Pagola


domingo, 19 de enero de 2025

ALEGRÍA Y AMOR - MEDITACION DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 19 DE ENERO DE 2025



Alegría y amor


Según el evangelista Juan, Jesús fue realizando signos para dar a conocer el misterio encerrado en su persona y para invitar a la gente a acoger la fuerza salvadora que traía consigo. ¿Cuál fue el primer signo? ¿Qué es lo primero que hemos de encontrar en Jesús?

 

El evangelista habla de una boda en Caná de Galilea, una pequeña aldea de montaña, a quince kilómetros de Nazaret. Sin embargo, la escena tiene un carácter claramente simbólico. Ni la esposa ni el esposo tienen rostro: no hablan ni actúan. El único importante es un «invitado» que se llama Jesús.

 

Las bodas eran en Galilea la fiesta más esperada y querida entre las gentes del campo. Durante varios días, familiares y amigos acompañaban a los novios comiendo y bebiendo con ellos, bailando danzas de boda y cantando canciones de amor. De pronto, la madre de Jesús le hace notar algo terrible: «no les queda vino». ¿Cómo van a seguir cantando y bailando?

 

El vino es indispensable en una boda. Para aquellas gentes, el vino era, además, el símbolo más expresivo del amor y la alegría. Lo decía la tradición: «El vino alegra el corazón». Lo cantaba la novia a su amado en un precioso canto de amor: «Tus amores son mejores que el vino». ¿Qué puede ser una boda sin alegría y sin amor? ¿Qué se puede celebrar con el corazón triste y vacío de amor?

 

En el patio de la casa hay «seis tinajas de piedra». Son enormes. Están «colocadas allí», de manera fija. En ellas se guarda el «agua» para las purificaciones. Representan la piedad religiosa de aquellos campesinos que tratan de vivir «puros» ante Dios. Jesús transforma el agua en vino. Su intervención va a introducir amor y alegría en aquella religión. Esta es su primera aportación.

 

¿Cómo podemos pretender seguir a Jesús sin cuidar más entre nosotros la alegría y el amor? ¿Qué puede haber más importante que esto en la Iglesia y en el mundo? ¿Hasta cuándo podremos conservar en «tinajas de piedra» una fe triste y aburrida? ¿Para qué sirven todos nuestros esfuerzos, si no somos capaces de introducir amor en nuestra religión? Nada puede ser más triste que decir de una comunidad cristiana: «No les queda vino».

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P. José Antonio Pagola  

domingo, 12 de enero de 2025

EL BAUTISMO DE JESÚS - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 12 DE ENERO DE 2025



 El Bautismo de Jesús


El Bautismo de Jesús en el Jordán, cuya fiesta celebramos hoy, cierra el tiempo de Navidad. Es verdad que el Bautismo de Jesús no tiene el mismo significado que el nuestro, por eso uno de los evangelistas, Mateo, que escribía para judíos, y por lo tanto podía no entender bien el gesto de Jesús, pone un dialogo entre Juan y Jesús en el que el primero se niega a bautizarlo, diciéndole que es Él el que lo tiene que bautizar, pero Jesús le pide ser bautizado, y le pide ser bautizado para darnos una nueva lección de humildad y de saber hacer, el evangelista aprovecha el rito del bautismo para presentar a Jesús como el Mesías esperado.

 

Juan bautiza a Jesús al comienzo de su vida pública, es como la puesta en marcha de la misma. De los treinta años de vida oculta de Jesús con sus padres en Nazaret los evangelios no nos dicen nada, hay un silencio respetuoso sobre ella. Aunque nos gustaría saber cómo fue la vida durante esos treinta años en Nazaret, la verdad es que lo que verdaderamente nos interesa es lo que Jesús dijo e hizo en su vida pública y ésa es la que comienza después de su bautismo. Por lo tanto

si queremos conocer y profundizar en el mensaje de Jesús tenemos que estar atentos a la palabra de Dios en los domingos que van a venir a partir de ahora hasta el tiempo de Cuaresma. En ellos iremos recorriendo el camino que Jesús realiza hasta Jerusalén, escuchando su mensaje, viendo cómo trata a las personas, contemplando sus gestos y aprendiendo de todo lo que dice y hace.

 

Juan nos presenta a Jesús como el enviado de Dios, el esperado por el pueblo, el anunciado por los profetas del Antiguo Testamento, es nuestro Salvador, nuestro Dios. Nos lo señala con el dedo, para que no tengamos ninguna duda y nos dice que es Él. Que dispongamos nuestro corazón para seguirle y nuestro oídos para escucharle. Efectivamente, Jesús es la referencia principal del cristiano, Él es el modelo fundamental. Las actitudes de Jesús deben ser las nuestras, la manera de comportarse de Jesús debe reflejarse en nuestro comportamiento, su talante, su modo de situarse ante las cosas, su manera de tratar a las personas, deberían ser imitados por nosotros. Pero, difícilmente puedo seguir y actuar como alguien que no conozco, o peor, que sólo conozco de oídas o porque otros me lo han dicho. Debo ser yo quien me preocupe por conocer lo que hizo Jesús, debo ser yo el que personalmente interiorice y haga mío, todo lo que ese Jesús me enseñó, sólo de esta manera Jesús podrá ser alguien significativo para mí.

 

El reflexionar hoy sobre el bautismo de Jesús, puede ser también un buen momento para reflexionar sobre el nuestro. Todos sabemos que el bautismo es el sacramento fundamental del cristiano, desde que me bauticé puedo decir que pertenezco a la Iglesia, de aquí la importancia que tiene el saber lo que se hace cuando se pide este sacramento, y que el mismo no tiene que responder a la sola presión social, sino más bien a la exigencia de ser transmisores de lo que creemos. Como

perteneciente a la Iglesia, tengo la obligación de intentar vivir como esa pertenecía me exige, y mi conducta tendría que ser manifestación de sus exigencias, por eso hoy podríamos preguntarnos, ¿qué fidelidad tengo yo a lo que mis padres hicieron por mí el día de mi bautismo?, ¿he hecho mío aquel gesto?, ¿he aceptado las consecuencias que lleva consigo estar bautizado?

 

Le pedimos con sinceridad al Señor, que nos de la fuerza necesaria para ser sus testigos fieles en este mundo nuestro, que nos haga valorar los sacramentos en los que su presencia se hace más real y más evidente. Y lo hacemos al tiempo que seguimos pidiendo los unos por los otros, especialmente por los que menos tienen, para que el Señor los ayude, los que sufren, los enfermos, para que ya que son los preferidos del Señor, también lo sean los nuestros.

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P. Antonio Pariente

domingo, 5 de enero de 2025

SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR - MEDITACIÓN


 

Solemnidad de la Epifanía del Señor


Epifanía significa "manifestación". Jesús se da a conocer. Aunque Jesús se dio a conocer en diferentes momentos a diferentes personas, la Iglesia celebra como epifanías tres eventos:

Su Epifanía ante los Magos de Oriente: Se trata de una manifestación a los paganos, para poner de relieve que el Niño Dios que nace, viene para salvarnos a todos, independientemente de nuestra raza.

Su Epifanía del Bautismo del Señor: Manifestación a los judíos por medio de San Juan Bautista.

Su Epifanía de las Bodas de Caná: Manifestación a Sus discípulos y comienzo de Su vida pública por intercesión de su Madre María.


LOS OBSEQUIOS

Melchor, que representa a los europeos, ofreció al Niño Dios un presente de oro que atestigua su realeza. Gaspar, representante de los semitas de Asia, cuyo bien más preciado es el incienso, lo ofreció al Niño como símbolo de su divinidad. Y por último, Baltasar, negro y con barba, se identifica con los hijos de Cam, los africanos, que entregan la mirra, en alusión a su futura pasión y resurrección.


LA ADORACIÓN DE LOS REYES MAGOS

según las visiones de la Beata Ana Catalina Emmerich.


"Vi la caravana de los tres Reyes llegando a una puerta situada hacia el Sur. Un grupo de hombres los siguió hasta un arroyo que hay delante de la ciudad, volviéndose luego. Cuando hubieron pasado el arroyo, se detuvieron un momento para buscar la estrella en el cielo. Habiéndola divisado dieron un grito de alegría y continuaron su marcha cantando. La estrella no los conducía en línea recta, sino por un camino que se desviaba un poco al Oeste.


La gran estrella

"La estrella, que brillaba durante la noche como un globo de fuego, se parecía ahora a la luna vista durante el día; no era perfectamente redonda, sino como recortada; a menudo la vi oculta por las nubes (...) El camino que seguían los Reyes era solitario, y Dios los llevaba sin duda por allí para que pudieran llegar a Belén durante la noche, sin llamar demasiado la atención.

Los vi ponerse en camino cuando ya el sol se hallaba muy bajo. Iban en el mismo orden, en que habían venido ; Ménsor, el más joven, iba delante; luego venía Saír, el cetrino, y por fin Teóceno, el blanco, que era también el de más edad.

"Les hablaron del valle de los pastores como de un buen lugar para levantar sus carpas. Ellos se quedaron durante largo rato indecisos. Yo no les oí preguntar nada acerca del rey de los judíos recién nacido. Sabían que Belén era el sitio designado por la profecía; pero, a causa de lo que Herodes les había dicho, temían llamar la atención.

"Pronto vieron brillar en el cielo, sobre un lado de Belén, un meteoro semejante a la luna cuando aparece; montaron entonces nuevamente en sus cabalgaduras, y costeando un foso y unos muros ruinosos, dieron la vuelta a Belén, por el Sur, y se dirigieron al Oriente hacia la gruta del Pesebre, que abordaron por el costado de la llanura donde los ángeles se habían aparecido a los pastores (...) "El campamento se hallaba en parte arreglado, cuando los Reyes vieron aparecer la estrella, clara y brillante, sobre la colina del Pesebre, dirigiendo hacia ella perpendicularmente sus rayos de luz. La estrella pareció crecer mucho y derramó una cantidad extraordinaria de luz (...)


Un gran júbilo

"De pronto sintieron un gran júbilo, pues vieron en medio de la luz, la figura resplandeciente de un niño. Todos se destocaron para demostrar su respeto; luego los tres Reyes fueron hacia la colina y encontraron la puerta de la gruta. Ménsor la abrió, viéndola llena de una luz celeste, y al fondo, a la Virgen, sentada, sosteniendo al Niño, tal como él y sus compañeros la habían visto en sus visiones.

³Volvió sobre sus pasos para contar a los otros lo que acababa de ver (...) Los vi ponerse unos grandes mantos, blancos con una cola que tocaba el suelo. Tenían un reflejo brillante, como si fueran de seda natural; eran muy hermosos y flotaban ligeramente a su alrededor. Eran éstas las vestiduras ordinarias para las ceremonias religiosas. En la cintura llevaban unas bolsas y unas cajas de oro colgadas de cadenas, cubriendo todo esto con sus amplios mantos. Cada uno de los Reyes venía seguido por cuatro personas de su familia, además de algunos servidores de Ménsor que llevaban una mesa pequeña, una tapete con flecos y otros objetos.

"Los Reyes siguieron a San José, y al llegar bajo el alero que estaba delante de la gruta, cubrieron la mesa con el tapete y cada uno de ellos puso encima las cajas de oro y los vasos que desprendieron de su cintura : eran los presentes que ofrecían entre todos.


En el pesebre

"Ménsor y los demás se quitaron las sandalias, y José abrió la puerta de la gruta. Dos jóvenes del séquito de Ménsor iban delante de él; tendieron una tela sobre el piso de la gruta, retirándose luego hacia atrás ; otros dos los siguieron con la mesa, sobre la que estaban los presentes.

Una vez llegado delante de la Santísima Virgen, Ménsor los tomó, y poniendo una rodilla en tierra, los depositó respetuosamente a sus plantas. Detrás de Ménsor se hallaban los cuatro hombres de su familia que se inclinaban con humildad. Saír y Teóceno, con sus acompañantes, se habían quedado atrás, cerca de la entrada.

"María, apoyada sobre un brazo, se hallaba más bien recostada que sentada sobre una especie de alfombra, a la izquierda del Niño Jesús, el cual estaba acostado en el lugar en que había nacido; pero en el momento en que ellos entraron, la Santísima Virgen se sentó, se cubrió con su velo y tomó entre sus brazos al Niño Jesús, cubierto también por su amplio velo.

Entre tanto, María había desnudado el busto del Niño, el cual miraba con semblante amable desde el centro del velo en que se hallaba envuelto; su madre sostenía su cabecita con uno de sus brazos y lo rodeaba con el otro.

Tenía sus manitas juntas sobre el pecho, y a menudo las tendía graciosamente a su alrededor (...)  Vi entonces a Ménsor que sacaba de una bolsa, colgada de su cintura, un puñado de pequeñas barras compactas, pesadas, del largo de un dedo, afiladas en la extremidad y brillantes como el oro; era su regalo, que colocó humildemente sobre las rodillas de la Santísima Virgen al lado del Niño Jesús (...) Después se retiró, retrocediendo con sus cuatro acompañantes, y Saír, el Rey cetrino, se adelantó con los suyos y se arrodilló con una profunda humildad, ofreciendo su presente con palabras conmovedoras. Era un vaso de oro para poner el incienso, lleno de pequeños granos resinosos, de color verdoso; lo puso sobre la mesa delante del Niño Jesús.

Luego vino Teóceno, el mayor de los tres. Tenía mucha edad; sus miembros estaban endurecidos, no siéndole posible arrodillarse; pero se puso de pie, profundamente inclinado, y colocó sobre la mesa un vaso de oro con una hermosa planta verde. Era un precioso arbusto de tallo recto, con pequeños ramos crespos coronados por lindas flores blancas: era la mirra (...) Las palabras de los Reyes y de todos sus acompañantes eran llenas de simplicidad y siempre muy conmovedoras. En el momento de prosternarse y al ofrecer sus presentes, se expresaban más o menos en estos términos: «Hemos visto su estrella; sabemos que Él es el Rey de todos los reyes; venimos a adorarlo y a ofrecerle nuestro homenaje y nuestros presentes». Y así sucesivamente (...)


Dulce y amable gratitud

La madre de Dios aceptó todo con humilde acción de gracias; al principio no dijo nada, pero un simple movimiento bajo su velo expresaba su piadosa emoción. El cuerpecito del Niño se mostraba brillante entre los pliegues de su manto.

Por fin, Ella dijo a cada uno algunas palabras humildes y llenas de gracia, y echó un poco su velo hacia atrás. Allí pude recibir una nueva lección.

Pensé: «con qué dulce y amable gratitud recibe cada presente! Ella, que no tiene necesidad de nada, que posee a Jesús, acoge con humildad todos los dones de la caridad. Yo también, en lo futuro, recibiré humildemente y con agradecimiento todas las dádivas caritativas» ¡Cuánta bondad en María y en José! No guardaban casi nada para ellos, y distribuían todo entre los pobres

(...)

Los honores solemnes rendidos al Niño Jesús, a quien ellos se veían obligados a alojar tan pobremente, y cuya dignidad suprema quedaba escondida en sus corazones, los consolaba infinitamente. Veían que la Providencia todopoderosa de Dios, a pesar de la ceguera de los hombres, había preparado para el Niño de la Promesa, y le había enviado desde las regiones más lejanas, lo que ellos por sí no podían darle: la adoración debida a su dignidad, y ofrecida por los poderosos de la tierra con una santa magnificencia. Adoraban a Jesús con los santos Reyes. Los homenajes ofrecidos los hacían muy felices (...)


Agasajo

"Entre tanto, José, con la ayuda de dos viejos pastores, había preparado una comida frugal en la tienda de los tres Reyes. Trajeron pan, frutas, panales de miel, algunas hierbas y frascos de bálsamo, poniéndolo todo sobre una mesa baja, cubierta con un tapete. José había conseguido estas cosas desde la mañana para recibir a los Reyes, cuya venida le había sido anunciada de antemano por la Santísima Virgen (...) En Jerusalén vi hoy, durante el día, a Herodes leyendo todavía unos rollos en compañía de unos escribas, y hablando de lo que habían dicho los tres Reyes. Después todo entró nuevamente en calma, como si se hubiera querido acallar este asunto.

"Hoy por la mañana temprano vi a los Reyes y a algunas personas de su séquito, visitando sucesivamente a la Sagrada Familia. Los vi también, durante el día, cerca de su campamento y de sus bestias de carga, ocupados en hacer diversas distribuciones. Estaban llenos de júbilo y de felicidad, y repartían muchos regalos. Vi que entonces, se solía siempre hacer esto, en ocasión de acontecimientos felices.

"Por la noche, fueron al Pesebre para despedirse. Primero fue sólo Ménsor.

María le puso al Niño Jesús en los brazos; él lloraba y resplandecía de alegría.

Luego vinieron los otros dos, y derramaron lágrimas al despedirse. Trajeron todavía muchos presentes; piezas de tejidos diversos, entre los cuales algunos que parecían de seda sin teñir, y otros de color rojo o floreados; también trajeron muy hermosas colchas. Quisieron además dejar sus grandes mantos de color amarillo pálido, que parecían hechos con una lana extremadamente fina; eran muy livianos y el menor soplo de aire los agitaba.

Traían también varias copas, puestas las unas sobre las otras, cajas llenas de granos, y en una cesta, unos tiestos donde había hermosos ramos de una planta verde con lindas flores blancas. Aquellos tiestos se hallaban colocados unos encima de otros dentro de la canasta. Era mirra. Dieron igualmente a José unos jaulones llenos de pájaros, que habían traído en gran cantidad sobre sus dromedarios para alimentarse con ellos.


La despedida

"Cuando se separaron de María y del Niño, todos derramaron muchas lágrimas.

Vi a la Santísima Virgen de pie junto a ellos en el momento de despedirse.

Llevaba sobre su brazo al Niño Jesús envuelto en su velo, y dio algunos pasos para acompañar a los Reyes hasta la puerta de la gruta; allí se detuvo en silencio, y para dar un recuerdo a aquellos hombres excelentes, desprendió de su cabeza el gran velo transparente de tejido amarillo que la envolvía, así como al Niño Jesús, y lo puso en las manos de Ménsor. Los Reyes recibieron aquel presente inclinándose profundamente, y un júbilo lleno de respeto hizo palpitar sus corazones, cuando vieron ante ellos a la Santísima Virgen sin velo, teniendo al pequeño Jesús. ¡Cuántas dulces lágrimas derramaron al abandonar la gruta! El velo fue para ellos desde entonces la más santa de las reliquias que poseían.

"Hacia la medianoche, tuve de pronto una visión. Vi a los Reyes descansando en su carpa sobre unas colchas tendidas en el suelo, y cerca de ellos percibí a un hombre joven y resplandeciente. Era un ángel que los despertaba y les decía que debían partir de inmediato, sin volver por Jerusalén, sino a través del desierto, siguiendo las orillas del Mar Muerto.

"Los Reyes se levantaron enseguida de sus lechos, y todo su séquito pronto estuvo en pie. Mientras los Reyes se despedían en forma conmovedora de san José una vez más delante de la gruta del Pesebre, su séquito partía en destacamentos separados para tomar la delantera, y se dirigía hacia el Sur con el fin de costear el Mar Muerto atravesando el desierto de Engaddi.

"Los Reyes instaron a la Sagrada Familia a que partiera con ellos, porque sin duda alguna un gran peligro la amenazaba; luego aconsejaron a María que se ocultara con el pequeño Jesús, para no ser molestada a causa de ellos.

Lloraron entonces como niños, y abrazaron a san José diciéndole palabras conmovedoras; luego montaron sus dromedarios, ligeramente cargados, y se alejaron a través del desierto. Vi al ángel cerca de ellos, en la llanura, señalarles el camino. Pronto desaparecieron. Seguían rutas separadas, a un cuarto de legua unos de otros, dirigiéndose durante una legua hacia el Oriente, y enseguida hacia el Sur, en el desierto.




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