lunes, 2 de mayo de 2011

¿Fanático?... no, tan sólo católico

¿Fanático?... no, tan sólo católico
Autor: Andrés Tapia Arbulú

 
Durante una reunión social, me dijeron que soy un fanático.

Francamente, mi primera reacción ¿casi tentación? hubiera sido de protesta y enojo. En mi léxico personal, como en el de muchas personas, la palabra fanático abarca una serie de conceptos que van de la gama de lo irracional a la de la violencia.

¿Me había exasperado ante una opinión contraria? No, había estado de lo más tranquilo. ¿Había gritado o ridiculizado a alguien? Menos, además de no ser caritativo. ¿Había decidido defender a ultranza a algún político, equipo de fútbol o propuesto alguna violencia? Nada de eso.

Uds. juzguen: sencillamente lo que expresé, en diversos momentos de la reunión, fue una serie de puntos de vista, no muy originales por cierto:

Que el matrimonio es para toda la vida.
Que las relaciones fuera del matrimonio están mal.
Que la vida es sagrada y el aborto es un asesinato aún en caso de violación.
Que la homosexualidad es un desorden moral grave y dista mucho de ser normal.

Como les decía, ideas no muy originales pues todas ellas se encuentran en el Catecismo de la Iglesia Católica. Consideraciones que la Iglesia y los católicos han mantenido durante siglos.

Lo curioso es que no me encontraba en una reunión de librepensadores u otro tipo de aquelarre bohemio. Se encontraban muchos católicos y algunos de más de una misa de domingo. ¿Qué es lo que había pasado entonces?

Algo muy sencillo y preocupante: los católicos se van mimetizando con una sociedad secularizada, la cual va minando sutil pero inexorablemente su fe hasta amoldarla a una especie de buenas costumbres sociales. Y como la sociedad se encuentra en un desvarío donde cada uno tiene su opinión, ellos, irresponsablemente, van perdiendo su identidad católica hasta terminar creyendo que ser católico es más un compromiso con las buenas costumbres de la sociedad que con el Dios de Jesucristo.

Por eso ya no reconocen lo que significa ser católico.

Por eso cuando expresé mi manera de ver la realidad las reacciones fueron varias. Algunos apuraron lo que estaban bebiendo. Otro hizo un gesto de disgusto y una pareja me dijo (ellos sí levantando la voz): ¡eres un fanático!, con el mismo tono que hubieran empleado para referirse a que era un grosero o un enfermo sexual.

Los miré un poco sorprendidos y les dije tranquilamente: ¿Fanático?... no, tan sólo católico.

Para Juan Pablo II rezar era respirar


Autor: . | Fuente: Ecclesia
Para Juan Pablo II rezar era respirar
Recuerda su secretario personal, el actual cardenal Dziwisz


Para Juan Pablo II rezar era respirar
01 de mayo de 2011

El Arzobispo de Cracovia (Polonia) y secretario personal de Karol Wojtyla por más de 40 años, Cardenal Stanislaw Dziwisz, señaló que para el Papa Juan Pablo II "rezar era como respirar".
En un artículo publicado hoy por L´Osservatore Romano en ocasión de su participación en la multitudinaria vigilia que se celebró en vísperas de su beatificación, el Cardenal afirmó que "rezar para Juan Pablo II era respirar. Cuando hablaba luego de Jesucristo, no hacía otra cosa que contar su experiencia. Siempre hubo entonces correspondencia entre lo que decía y lo que vivía. Era siempre auténtico, incluso y sobre todo en la escucha".

Estar con el Papa, dijo, significaba garantizar sus espacios de silencio, especialmente el que dedicaba a Dios: "Dios y punto. Los dos. Juan Pablo II era una enamorado de Dios. Lo buscaba, nunca se cansó de estar con Él. En Dios sabía sumergirse en todo lugar, en toda condición: incluso cuando estudiaba o estaba en medio de la gente, lo hacía con la máxima naturalidad".
Para el Cardenal, si Juan Pablo II "es proclamado beato, es porque ya era santo en vida, lo era también para nosotros que estábamos a su alrededor, yo sabía que era un santo".
"Yo lo sabía desde hace tiempo, desde que estaba en vida e incluso antes de que fuera elegido para el pontificado. Yo lo sabía desde cuando comencé a vivir a su lado. No era un Papa que en lo privado fuese distinto al Papa público. Era siempre él mismo. Siempre como ante Dios".

El Arzobispo se presentó, "con la cabeza gacha y el corazón agradecido", usando una expresión del Pontífice polaco para expreser "el tumulto de sentimientos que están en mi alma al darles mi humilde testimonio en esta ‘noche de fe’ como se le ha llamado".

El Arzobispo reiteró su profunda gratitud por la beatificación del Papa peregrino y recordó el especial amor que le tenía a la Ciudad Eterna a la que bendecía todas las noches desde la ventana de su departamento.

"Su mirada –prosiguió el Cardenal– estaba nutrida por la fe, y la fe era potencia y profundidad de su mirada. En uno de sus últimos días, me acerqué al lecho del Papa, y viéndolo dormido, traté de levantarle con cierta emoción y respeto uno de los párpados: me tocó mucho ver que la mirada era muy vívida. No sólo estaba consciente, sino que estaba perfectamente presente. Era como si él nos velara. Y como si esperase que nosotros y los jóvenes que lo acompañaban desde la Plaza de San Pedro, estuviésemos listos".

Del Papa "brotaba incluso en esa situación algo de su antigua y plácida energía. La energía extraordinaria que había impulsado continuamente ante su mirada, motivándolo a exigirse todo tipo de empresa: ‘¿Y ahora qué debo hacer?’ Era la energía creativa que brotaba de su vida interior".

Finalmente el Cardenal Dziwisz dijo que la disciplina mental de Juan Pablo II "no lo abandonó nunca: hasta el final de todo, hasta la meta. Como un patriarca bíblico nos preparó para el desprendimiento, llevándonos de la mano, concentrado en lo que hacía. Moría como un luchador exhausto pero lúcido: Aquí estoy muerte, me tendrás solo un instante. Voy a mi Casa, con mi Padre y mi Madre, voy allí adonde siempre he querido llegar. Allí donde está la vida verdadera, para siempre, benditos".

PENSAMIENTO MARIANO

A Jesús siempre se va y se "vuelve" por María.

San Josemaría Escrivá de Balaguer


MEJORAR LAS CONFESIONES CON SAN FRANCISCO DE SALES



Mejorar las confesiones con san Francisco de Sales
Hay confesiones no llegan a fondo, o son rutinarias, o están vacías de un dolor sincero y no permiten un cambio serio.


Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net


Recurrimos al sacramento de la confesión porque Dios ha movido nuestros corazones. Primero, nos ha hecho ver que hemos pecado. Luego, nos ha invitado al arrepentimiento, a las lágrimas sinceras del corazón. Después, nos ha dado fuerzas para tomar propósitos que nos lleven a cambiar de vida. Finalmente, nos ha esperado en un sacerdote que pronuncia las palabras de la misericordia: “yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.

Notamos, sin embargo, que algunas confesiones no llegan a fondo, o son rutinarias, o están vacías de un dolor sincero, o no permiten un cambio serio, una conversión auténtica.

¿Cómo mejorar, entonces, nuestras confesiones? Podemos ayudarnos de algunos consejos que ofrecía san Francisco de Sales.

En su obra “Introducción a la vida devota”, san Francisco de Sales explicaba a Filotea (es decir, a quien dirigía su libro, al alma enamorada de Dios) cómo hay confesiones que no están bien llevadas porque el penitente hace una acusación vaga, genérica, de los propios pecados.

Tras recomendar la confesión frecuente (cada 8 días) y dar una serie de indicaciones importantes (qué pecados hay que decir, el dolor, el propósito de la enmienda), el santo pone su atención en el modo de presentar los pecados veniales para sacar mejor provecho del sacramento. Sus palabras son claras y prácticas:

“No hagas tan sólo ciertas acusaciones superfluas, que muchos hacen por rutina: no he amado a Dios como debía; no he rezado con la debida devoción; no he amado al prójimo cual conviene; no he recibido los sacramentos con la reverencia que se requiere, y otras cosas parecidas. La razón es, porque, diciendo esto, nada dices, en concreto, que pueda dar a conocer a tu confesor el estado de tu conciencia, pues todos los santos del cielo y todos los hombres de la tierra podrían decir lo mismo, si se confesaran” (Introducción a la vida devota, parte II, capítulo XIX).

Para evitar esas acusaciones superfluas o vagas, Francisco recomienda ir a lo concreto. Luego, fijarse en las actitudes que el alma tenía cuando cometió un pecado. El texto antes citado sigue así:

“Examina, pues, de qué cosas, en particular, hayas de acusarte, y, cuando las hubieres descubierto, acúsate de las faltas cometidas, con sencillez e ingenuidad. Te acusas, por ejemplo, de que no has amado al prójimo como debías; ¿lo haces porque has encontrado un pobre necesitado, al cual podías socorrer y consolar, y no has hecho caso de él? Pues bien, acúsate de esta particularidad y di: he visto un pobre necesitado, y no lo he socorrido como podía, por negligencia, o por dureza de corazón, o por menosprecio, según conozcas cuál sea el motivo del pecado. Asimismo, no te acuses, en general, de no haberte encomendado a Dios con la devoción que debías; sino que, si has tenido distracciones voluntarias o no has tenido cuidado en elegir el lugar, el tiempo y la compostura requerida para estar atento en la oración, acúsate de ello sencillamente, según sea la falta, sin andar con vaguedades, que nada importan en la confesión”.

Junto con la claridad de los pecados, que han de ser presentados de modo concreto, Francisco exhortaba a buscar y corregir las raíces que provocan nuestras faltas:

“No te limites a decir los pecados veniales en cuanto al hecho; antes bien, acúsate del motivo que te ha inducido a cometerlos. No te contentes con decir que has mentido sin dañar a nadie; di si lo has hecho por vanagloria, para excusarte o alabarte, en broma o por terquedad. Si has pecado en las diversiones, di si te has dejado llevar del placer en la conversación, y así de otras cosas. Di si has persistido mucho en la falta, pues, generalmente, la duración acrecienta el pecado, porque es mucha la diferencia entre una vanidad pasajera, que se habrá colado en nuestro espíritu por espacio de un cuarto de hora, y aquella en la cual se habrá recreado nuestro corazón, durante uno, dos o tres días. Por lo tanto, conviene decir el hecho, el motivo y la duración de los pecados, pues, aunque, ordinariamente, no tenemos la obligación de ser tan meticulosos en la declaración de los pecados veniales, ni nadie está obligado a confesarlos, no obstante, los que quieren purificar bien sus almas, para llegar más fácilmente a la santa devoción, han de ser muy diligentes en dar a conocer al médico espiritual el mal, por pequeño que sea, del cual desean ser curados”.

San Francisco de Sales nos deja, así, consejos concretos y realistas. No podemos curarnos sin recurrir al Médico, y no podemos recibir con fruto el sacramento de la reconciliación sin un examen que saque a la luz las raíces de nuestros pecados.

Si mejoramos, por lo tanto, la manera de acusar los pecados, el confesor, que actúa en nombre de Cristo y de la Iglesia, podrá guiarnos con un conocimiento mejor de las actitudes de nuestro corazón. De este modo, desde la luz del Espíritu Santo, seremos más conscientes de los puntos en los que tenemos que poner mayor esfuerzo para erradicar el pecado de la propia vida y para pensar y actuar según el Evangelio.
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