martes, 25 de enero de 2011

LA CONVERSIÓN DE SAN PABLO - 25 DE ENERO

25 de Enero
La Conversión de San Pablo

La Sagrada Biblia, en el capítulo 9 de los Hechos de los Apóstoles, narra así La Conversión de San Pablo:
"Saulo, respirando amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al Sumo Sacerdote y le pidió cartas de recomendación para las sinagogas de los judíos de Damasco, para que si encontraba algunos seguidores de Cristo, los pudiera llevar presos y encadenados a Jerusalén.
Y sucedió que yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo; cayó en tierra y oyó una voz que le decía: "Saulo, Saulo, ¿Por qué me persigues?". El respondió: ¿Quién eres tú Señor? Y oyó que le decían: "Yo soy Jesús a quien tú persigues. Pero ahora levántate; entra en la ciudad, y allí se te dirá lo que tendrás que hacer".

Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía los ojos abiertos no veía nada. Lo llevaron de la mano y lo hicieron entrar en Damasco. Pasó tres días sin comer y sin beber.

Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: ¡Ananías! El respondió: "Aquí estoy Señor" y el Señor le dijo: "Levántate. Vete a la calle Recta y pregunta en la casa de Judas por uno de Tarso que se llama Saulo; mira: él está en oración y está viendo que un hombre llamado Ananías entra y le coloca las manos sobre la cabeza y le devuelve la vista.

Respondió Ananías y dijo: "Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los males que ha causado a tus seguidores en Jerusalén, y que ha venido aquí con poderes de los Sumos Sacerdotes para llevar presos a todos los que creen en tu nombre".

El Señor le respondió: "Vete, pues a éste lo he elegido como un instrumento para que lleve mi nombre ante los que no conocen la verdadera religión y ante los gobernantes y ante los hijos de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre".

Fue Ananías. Entró en la casa. Le colocó sus manos sobre la cabeza y le dijo: "Hermano Saulo: me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías. Y me ha enviado para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo". Al instante se le cayeron de los ojos unas como escamas y recobró la vista. Se levantó y fue bautizado. Tomó alimento y recobró las fuerzas.

Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco y enseguida se puso a predicar en favor de Jesús, en las sinagogas o casas de oración, y decía que Jesús es el Hijo de Dios. Todos los que lo escuchaban quedaban admirados y decían: ¿No es éste el que en Jerusalén perseguía tan violentamente a los que invocaban el nombre de Jesús? Y ¿No lo habían enviado los Sumos Sacerdotes con cartas de recomendación para que se llevara presos y encadenados a los que siguen esa religión? "Pero Saulo seguía predicando y demostraba a muchos que Jesús es el Mesías, el salvador del mundo".

Saulo se cambió el nombre por el de Pablo. Y en la carta a los Gálatas dice: "Cuando Aquél que me llamó por su gracia me envió a que lo anunciara entre los que no conocían la verdadera religión, me fui a Arabia, luego volví a Damasco y después de tres años subí a Jerusalén para conocer a Pedro y a Santiago". Las Iglesias de Judea no me conocían pero decían: "El que antes nos perseguía, ahora anuncia la buena noticia de la fe, que antes quería destruir". Y glorificaban a Dios a causa de mí.

Apóstol San Pablo: que tu conversión sea como un ideal para todos y cada uno de nosotros. Que también en el camino de nuestra vida nos llame Cristo y nosotros le hagamos caso y dejemos nuestra antigua vida de pecado y empecemos una vida dedicada a la santidad, a las buenas obras y al apostolado.

Si lo que busco es agradar a la gente, no seré siervo de Cristo.

Fuente: EWTN

SEÑOR, NO QUIERO...

Señor, no quiero...

Señor no quiero grandes cosas...
No me des los océanos, sino un vaso de agua cada vez que tenga sed.

Señor no quiero grandes cosas...
No me des los sembrados de la tierra, sino una rebanada de pan cada vez que tenga hambre.

Señor no quiero grandes cosas...
No me des la extensión de praderas, sino una parcelita verde donde echarme cara al cielo a mirar las estrellas.

Señor no quiero grandes cosas...
Sólo quiero una parcelita donde mirar el vuelo de los pájaros y los rayos amarillos con que el Sol me hace cerrar los párpados.

Señor no quiero grandes cosas...
No me des un vergel: quiero una flor, tan sólo un jazmín infinito que perfume mis días.

Señor no quiero grandes cosas...
Quiero una sonrisa que no se gaste como las cuentas de un rosario.

Señor no quiero grandes cosas...
Dame ganas de hacer lo que hago, para que no me convierta en un autómata.

Señor no quiero grandes cosas...
Dame esa cuota de amor que le permita al corazón latir sin sobresaltos, latir seguro y suave con ese movimiento de vaivén con que la brisa mueve las ramas de las palmeras.

Señor no quiero grandes cosas...
No me des una enciclopedia, dame tan solo una palabra amable para que cada persona que se acerque a mi pueda ser un poquito más feliz.

Señor no quiero grandes cosas...
Sencillamente quiero esas cosas simples que nos hacen vibrar y le dan sentido a la vida.

LA LUZ DE DIOS EN MI

La luz de Dios se expresa plenamente en mí hoy.

Cada mañana me brinda la oportunidad sagrada de comenzar de nuevo. Antes de levantarme, tomo un momento para apreciar y honrar la vida, para dar gracias a Dios. Me despierto con gozo porque la vida me ofrece un nuevo día.

Camino por un sendero íntegro y sagrado. Elijo compartir mi gozo y permitir que mi luz resplandezca según la luz y el amor de Dios surgen en mí. También afirmo un amanecer de mayor comprensión espiritual y propósito para todas las personas.

Aunque podamos estar en caminos diferentes, todos somos expresiones de Dios. El amor divino mora en mí y lo comparto incondicionalmente con los demás.

La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto. Proverbios 4:18

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