martes, 30 de junio de 2020

EL EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES 30 DE JUNIO DE 2020


Lecturas de hoy Martes de la 13ª semana del Tiempo Ordinario
Hoy, martes, 30 de junio de 2020



Primera lectura
Lectura de la profecía de Amós (3,1-8;4,11-12):

Escuchad esta palabra que dice el Señor, hijos de Israel, a todas las familias que saqué de Egipto:
«A vosotros solos os escogí, entre todas las familias de la tierra; por eso os tomaré cuentas por vuestros pecados. ¿Caminan juntos dos que no se conocen? ¿Ruge el león en la espesura sin tener presa? ¿Alza su voz el cachorro en la guarida sin haber cazado? ¿Cae el pájaro por tierra si no hay una trampa? ¿Salta la trampa del suelo sin haber atrapado? ¿Suena la trompeta en la ciudad sin que el pueblo se alarme? ¿Sucede una desgracia en la ciudad que no la mande el Señor? Que no hará cosa el Señor sin revelar su plan a sus siervos, los profetas. Ruge el león, ¿quién no teme? Habla el Señor, ¿quién no profetiza? Os envié una catástrofe como la de Sodoma y Gomorra, y fuisteis como tizón salvado del incendio, pero no os convertisteis a mí –oráculo del Señor–. Por eso, así te voy a tratar, Israel, y, porque así te voy a tratar, prepárate a encararte con tu Dios.»

Palabra de Dios


Salmo
Salmo 5,5-8

R/. Señor, guíame con tu justicia

Tú no eres un Dios que ame la maldad,
ni el malvado es tu huésped,
ni el arrogante se mantiene en tu presencia. R/.

Detestas a los malhechores,
destruyes a los mentirosos;
al hombre sanguinario y traicionero
lo aborrece el Señor. R/.

Pero yo, por tu gran bondad,
entraré en tu casa,
me postraré ante tu templo santo
con toda reverencia. R/.


Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Mateo (8,23-27):

En aquel tiempo, subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. De pronto, se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas; él dormía.
Se acercaron los discípulos y lo despertaron, gritándole: «¡Señor, sálvanos, que nos hundimos!»
Él les dijo: «¡Cobardes! ¡Qué poca fe!»
Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma.
Ellos se preguntaban admirados: «¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!»

Palabra del Señor




Comentario al Evangelio de hoy martes, 30 de junio de 2020
Fernando Torres cmf


      Vamos a echar un poco la mirada atrás, a la vida de nuestra familia y a nuestra vida personal. ¿Quién no se ha sentido alguna vez como los discípulos en la barca zarandeada por el temporal? Un temporal en el mar no es cosa de risa. Da miedo al más valiente. Recuerdo mis tiempos jóvenes en el seminario menor. Tenía por entonces 15 o 16 años. Y el Seminario estaba situado en una pequeña y preciosa ciudad del norte de España. En verano la playa se llenaba de veraneantes pero en invierno era otra cosa. La ciudad tenía su puerto, dedicado básicamente a la pesca. Un largo dique de cemento protegía el interior del puerto de los embates del mar. Tenía unos diez metros de ancho por otros 10 de alto sobre el nivel del mar. Aquel dique se quedó roto por la mitad una noche de temporal. ¿Os podéis imaginar la fuerza de las olas? 

      Pues hay personas que se sienten así ante las inclemencias de la vida: incapaces de mantenerse estables ante los golpes que parece que se suceden uno detrás de otro sin solución de continuidad. Enfermedades, problemas económicos, injusticias, problemas familiares, infidelidades... Todo parece que se junta para hacer la vida más difícil. 

      Y entonces, recurrimos a Dios. Seguro que alguna vez se nos ha venido a la mente la oración, simple, sencilla, urgente, de los discípulos, despertando a Jesús al grito de “¡Señor, sábanos, que nos hundimos!”

      El Evangelio cuenta la reacción de Jesús. Les increpa diciendo: “¡Cobardes! ¡Qué poca fe!” Alguno pensará que les riñe, que no quiere que acudan a él en esos momentos de dificultad, en que se sienten amenazados por fuerzas insuperables. Yo prefiero pensar que es la reacción  normal de alguien a quien le despiertan de golpe durante un buen sueño. Lo más importante no son las palabras de Jesús sino lo que hace. Jesús se pone en pie, increpa a los vientos y al lago. Y, como resultado, vino una gran calma. 

      No hay que tener miedo a quejarse a Jesús. No hay que tener miedo a repetir la oración de los discípulos cuando la vida se nos pone de frente como un toro amenazándonos con sus cuernos. No hay que tener miedo a molestar a Jesús con nuestros gritos y peticiones de socorro. Lo que no hay que hacer nunca es tirarnos al agua, desesperarnos. Hay que mantenerse firmes ante la tribulación porque Jesús está ahí, cerca de nosotros. No sabemos cómo va a responder a nuestras oraciones. Pero, como somos gente de fe, de lo que estamos seguros es de que responderá.

NARDO Y MEDITACIÓN DÍA 30 - FIN DEL MES DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


Nardo del 30 de Junio
¡Oh Sagrado Corazón, Camino, Verdad y Vida!



Meditación: Sabes, Señor, me parece verte en una colina de la hermosa Galilea. Vestido de blanco estás, el manto no llevas, Tus discípulos están descansando y el cielo se está pintando de un rojo tornasolado. Se levanta un rico olor a tierra mojada, y sobre la colina en que pones Tu mirada un trigal se alza, parece como que el campo se ha vestido de dorado para alabar al Dios de lo alto. En la otra colina, sencillas flores multicolores esparcidas la tapizan, y sonríen al nuevo día. Más allá hay un campo ralo en el que no crece ningún sembrado. Señor, me parece que me quieres decir que el mundo así está. A pesar de que toda la tierra fue regada con la Santísima Sangre de Mi Señor, en muchos lugares la semilla no germinó pues no se trabajó con fe y amor. Fue entonces que la planta murió y la tierra en desierto se convirtió. La otra colina en la que germinan flores sencillas son las que han luchado en un campo no tan trabajado, pero donde los talentos a Dios se han presentado y El los ha premiado. El trigal del cual se saca el Pan son todos aquellos a quienes el Señor eligió para ser Sus testigos, y que se vistieron de dorado, abrazándose con nardos pues junto a El su vida han entregado.

Señor, que en la Santa Llaga de Tu Corazón nos abrazas a todos con el Fuego del Amor, escóndenos allí hoy, para evitar que caigamos en el mal. Purifícanos cual metal, para que alcancemos la Verdadera Vida en la Tierra Prometida.

Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!

¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.

Florecilla: Llenemos el altar que hemos preparado de flores físicas y espirituales, y cantemos en alabanza al Corazón del Amor, que es Jesús, Nuestro Redentor.

Oración: Diez Padre Nuestros, un Ave María y un Gloria.


SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS, 
EN TI CONFÍO, MÁS AUMENTA MI FE




30. - LA COMUNIÓN REPARADORA

Si quieres amar al Corazón de Jesús debes comulgar su cuerpo muy frecuentemente. ¿No eres digno? Y para hacerla una vez al año ¿te sientes digno? No eres perfecto. Pero la comunión no es un premio; es un medio para llegar a la perfección. ¿Tienes muchos defectos? Para corregirlos tienes necesidad de la comunión. No son los sanos los que tienen necesidad de curación, sino los enfermos. ¿No sabes que la comunión borra por sí todos los pecados veniales y preserva de los mortales?



(Texto anterio del Boletín 351 de los P.P. Reparadores)

¿QUÉ SIGNIFICA SER MÁRTIR?


¿Qué significa ser mártir?
El mártir es aquel que da a la muerte un rostro humano; paradójicamente, expresa la belleza de la muerte


Por: Mons. Jorge Arturo Mejía Flores | Fuente: Vícaría de Pastoral de México




El término Mártir viene del griego y significa "Testigo",
lo mismo que "Martirio" significa "Testimonio".
Por lo tanto, los mártires son los testigos de la fe.
El mártir no es un extraño para nosotros. Sabemos quién es y logramos captar su personalidad y su significado histórico; sin embargo, con frecuencia, su imagen parece evocar en nosotros un mundo que no es ya el nuestro. Aparece como un personaje lejano, relegado a épocas y períodos históricos que pertenecen al pasado y que tan sólo la memoria litúrgica nos lo propone de nuevo en el culto cotidiano.

El mártir, en la acepción que hoy tiene, es aquel que da su propia vida por la verdad del evangelio. En este sentido es muy expresivo un texto de Orígenes: "Todo el que da testimonio de la verdad, bien sea con palabras o bien con hechos o trabajando de alguna manera en favor de ella, puede llamarse con todo derecho: testigo".

Esta dimensión permite comprender plenamente el significado de los mártires en la historia en la vida de la comunidad cristiana. Mediante su testimonio, la Iglesia verifica que sólo a través de este camino se puede hacer plenamente creíble el anuncio del evangelio.

Esto permite además explicar el hecho de que desde sus primeros años la Iglesia haya visto en el martirio un lugar privilegiado para verificar la verdad y la eficacia de su anuncio; en efecto, en estos acontecimientos el testimonio por el evangelio no se limitaba solamente a la forma verbal, sino que se extendía a la concreción de la vida. Por eso la Iglesia comprendió que el mártir no tenía necesidad de sus oraciones; al contrario, era ella la que rezaba a los mártires para obtener su intercesión. Por tanto, no se reza por el mártir, sino que se reza al mártir por la Iglesia. El día del martirio se recordaba y se memorizaba como el momento al que había que volver con gozo para celebrar una fiesta, ya que se encontraba allí la fuerza y el apoyo para proseguir en la obra evangelizadora.

El martirio, como objeto de estudio teológico, pertenece a diferentes disciplinas, mismas que nos ayudan a tener una visión más completa de su realidad. Así por ejemplo:

La teología dogmática, valorará más directamente en el martirio el elemento de testimonio para la verdad del evangelio;
La espiritualidad, por su parte, estudiará sus formas y sus características para que pueda ser presentado también hoy como modelo de vida cristiana;
La historia de la Iglesia intentará reconstruir las causas que produjeron situaciones de martirio y valorará la exactitud de los relatos más allá de toda lectura legendaria;
El derecho canónico, finalmente, valorará las formas y las motivaciones con las que se realizó el testimonio del mártir, para establecer su validez con vistas a la canonización.
La teología fundamental estudia el martirio dentro de la dimensión apologética, para mostrar que es el lenguaje expresivo de la revelación y el signo creíble del amor trinitario de Dios. Mediante el testimonio de los mártires se muestra que todavía hoy, la revelación tiene su fuerza de provocación respecto a nuestros contemporáneos, bien para permitir la opción de la fe, bien para vivirla de forma coherente y significativa.

a) El martirio como lenguaje. Querámoslo o no, el término mártir trae a la mente del que lo pronuncia -o del que lo escucha- una realidad definida. Como todos los términos del lenguaje humano, también éste está sometido al análisis lingüístico, que busca ante todo su sensatez, y por tanto su verdad o no-verdad, en la experiencia cotidiana. En cuanto lenguaje humano, revela la dimensión más personal del sujeto, que ve realizada de esta manera tanto su capacidad para poseer la realidad que experimenta y que lleva a cabo como la autocomprensión de sí como sujeto creativo.

Una forma peculiar de lenguaje humano es la que se realiza a través del lenguaje del testimonio. Su hermenéutica permite recuperar algunos datos que ofrecen una visión más orgánica y significativa del martirio.

El testimonio va unido intuitivamente al ámbito "jurídico" de la experiencia humana; en efecto, se comprende como un acto mediante el cual se refiere lo que ha sido objeto de conocimiento personal. Sin embargo, esta dimensión es sólo la primera forma de nuestro conocimiento; efectivamente, el testimonio revela, en un análisis más profundo, ciertas características que llegan hasta la esfera más personal del sujeto.

Todo testimonio encierra al menos dos elementos: en primer lugar, el acto de comunicar; luego, el contenido que se expresa. Esta forma de comunicación necesita inevitablemente la presencia de un receptor que acoja el testimonio. Esto permite afirmar que el testimonio es una relación interpersonal que se crea entre dos sujetos en virtud de un contenido que se comunica. La calidad de la relación que se forma pertenece a la esfera más profunda de la relación interpersonal, en cuanto que, sobre la base del contenido expresado, los dos se arriesgan en la confianza mutua y en la credibilidad de su propio ser. En efecto, el testigo, en proporción con la fidelidad con que expresa el contenido de su propia experiencia, revela la veracidad o no veracidad de su propio ser; por otra parte, el que recibe este testimonio, al valorar el grado de fiabilidad de lo que se le comunica, arriesga su propia confianza en el otro. De todas formas, en ambos sujetos se pone de manifiesto la voluntad de participar una parte de su propia vida y de salir de sí mismo con vistas a la comunicación.


Así pues, en esta perspectiva, el testimonio no puede reducirse a una simple narración de hechos; se convierte más bien en un compromiso concreto, con el que se quiere comunicar y expresar, si fuera necesario con la propia muerte, la verdad de lo que se está diciendo, insistiendo en la verdad de la propia persona. Con el testimonio, cada uno dispone de sí mismo con aquella libertad original que le permite verificarse como sujeto verdadero y coherente; en una palabra, el testimonio representa uno de los rasgos constitutivos del lenguaje humano.

El martirio se comprendió siempre como la forma de testimonio supremo que daba el creyente con vistas a la verdad de su fe en el Señor. Las Actas de los mártires confirman explícitamente que el martirio se comprendía como aquel testimonio definitivo que, comenzado ante el juez, se concluía luego con la aceptación de la muerte.

b) El martirio como signo. Los ejemplos que nos refieren las Actas de los mártires muestran de forma clara que el testimonio del mártir fue leído como signo de la presencia de Dios en la comunidad. La misma Trinidad revelaba en la muerte del mártir la expresión última de su naturaleza: el amor que llega hasta el don completo de sí mismo. La Iglesia ha comprendido siempre el valor de este testimonio y lo ha interpretado como el signo permanente del amor fiel e inmutable de Dios que, en la muerte de Jesús, había alcanzado su expresión culminante.

El signo, con sus cualidades de mediación y de comunicación, tiene la característica de crear un consenso en torno a su significado y de provocar al interlocutor para que tome una decisión. Las notas esenciales de signo se verifican también plenamente en el martirio. En torno al mártir resulta fácil ver realizado el consenso unánime sobre su fuerza de ánimo y su coherencia; el contenido de su gesto se convierte en posibilidad, para todo el que lo desee, de pasar al significado expresado en aquella muerte: el amor mismo de Dios.

La fuerza provocativa que dimana del martirio y que mueve a reflexionar sobre el sentido de la existencia y sobre el significado esencial que hay que dar a la vida es tan evidente que no se necesita ninguna demostración para convencer de ella. La decisión de llegar a una opción coherente y definitiva encuentra aquí su espacio vital. La historia de los mártires manifiesta con toda lucidez que la muerte de cada uno de ellos, si por una parte dejaba atónitos a los espectadores, por otra sacudía hasta tal punto su conciencia personal que se abrían a la conversión y a la fe: sangre de los mártires, semilla de cristianos.

La reflexión teológico fundamental encuentra en el martirio una de las expresiones más cualificadas para proponer auténticamente, aun hoy día, la credibilidad de la revelación cristiana.

La perspectiva apologética preconciliar se limitaba normalmente al estudio del martirio dentro de la esfera de una casuística para el descubrimiento de las virtudes heroicas que atestiguaban los mártires en favor de la verdad de la fe. Superando esta lectura, es posible ver el martirio relacionado más bien con las perennes cuestiones del hombre, y, por tanto, adecuado para ser signo que ilumina a quienes se ponen a buscar un sentido a su existencia.


Hay tres cuestiones que parecen afectar continuamente a la persona humana:

La verdad de su propia vida personal,
La libertad ante la muerte y
La decisión para la eternidad.

Por lo que se refiere al primer momento, la verdad de la propia vida personal, se puede observar que, desde los primeros tiempos de la Iglesia, el martirio fue interpretado como uno de los gestos más coherentes que el hombre podía realizar. El creyente que había acogido la fe veía realizada en la muerte del mártir la coherencia más profunda entre la profesión de la fe y la vida cotidiana. Un análisis de los informes procesales de los mártires nos hace descubrir que el mártir concebía el camino del martirio como el sendero que tenía que seguir para ver finalmente realizada su propia identidad de cristiano y para sentirse completo.

La verdad de la fe, que al final se convierte para el mártir en "dar la vida por los amigos" (Jn 15, 13), es una experiencia concreta de verdad sobre sí mismo; en efecto, el mártir comprende que entregar su vida en nombre de Cristo, es lo que constituye y forma la verdad de su ser. La verdad sobre su vida y la verdad del evangelio, confluyen aquí en una síntesis tan estrecha que ya no cabe la idea de concebirse fuera de la verdad acogida en la fe. De este modo el mártir se hace testigo de la verdad del evangelio, descubriendo la verdad sobre su propia vida, que carecería de sentido fuera de esa perspectiva.

Sin embargo, el martirio es en este contexto una expresión de la honestidad y de la coherencia que lleva a privilegiar y a anteponer la verdad universal sobre las propias opciones personales de vida.

En efecto, el mártir indica no solamente que cada uno puede conocer integralmente la verdad sobre su propia vida, sino más aún, que él puede dar su misma vida para convencer sobre la verdad que guía sus convicciones y sus opciones.

Por lo que se refiere al segundo momento, la libertad personal ante la muerte, hay que observar que en el martirio esta libertad resulta tan paradójica que parece contradictora: ¿cómo puede pensarse que uno es libre, si éste es precisamente el momento en que la propia vida depende de la voluntad de otro? Además de la tesis iluminadora de K. Rahner sobre este punto, hay que señalar los siguientes aspectos ulteriores:

a) La muerte constituye un acontecimiento que determina la vida de cada uno y que forma la historia personal. Se sitúa como elemento significativo para el discernimiento de la verdad sobre uno mismo y sobre todo lo que realiza; en una palabra, la muerte toca al hombre en su globalidad, es un hecho universal; nadie queda excluido.

Sin embargo, la muerte no es un simple dato biológico ante el que cada uno ve la parábola de su propia vida; es algo más, ya que precisamente en ese momento se descubre que uno no está hecho para la muerte, sino para la vida. La negativa a perderse con la desaparición física de sí mismo hace comprender cuán esencial es para la persona el enfrentamiento consciente con este acontecimiento, a pesar de que nos gustaría borrarlo de nuestra propia mente.

b) La muerte constituye también un misterio, que desborda infinitamente al hombre y ante el cual se alternan las reacciones más diversas: el miedo, la huida, la duda, la contradicción, el deseo de querer saber más, la desconfianza, la serenidad, la desesperación, el cinismo, la resignación, la lucha.

En la muerte, cada uno juega su carta definitiva, ya que se ve obligado a esa "partida de ajedrez" que ya no puede diferirse más y que al final se busca como algo necesario e improrrogable.

Por este motivo se puede afirmar que también el mártir, más aún, sobre todo el mártir, revela su libertad plena ante la muerte, precisamente cuando parece que no queda ya ningún espacio para la libertad.

En efecto, puesto ante la muerte, el mártir sabe dar el significado supremo a su vida, aceptando la muerte en nombre de la vida que le proviene de la fe. Por consiguiente, el mártir, a pesar de estar condenado a morir, escoge la muerte; para él, morir equivale a escoger libremente, entregarse a sí mismo, plena y totalmente, al amor del Padre. El mártir sabe que su aceptación de la muerte, con este significado, corresponde a liberarse a sí mismo de una vida que, fuera de ese horizonte, se quedaría sin sentido.

Finalmente, también para la última pregunta -¿qué habrá después de la muerte?- el martirio consigue ser expresión de un sentido nuevo.

En los procesos de los mártires aparece siempre la expresión "reunirse con el Señor". Así pues, en la muerte se encuentra la dimensión íntima de la capacidad personal de decisión. Aunque pueda parecer paradójico, la decisión más auténtica para el sujeto, y por tanto la más libre, es la de saber confiarse al misterio que se percibe. El hombre es misterio, pero comprende dentro de sí la presencia de un misterio mayor que lo abraza sin destruirlo. Fuera de este horizonte uno se convertiría en enigma insoluble; por el contrario, dentro de él se encuentra la clave para poder autocomprenderse.

El martirio, en cuanto signo del amor, es también signo de aquel que en el amor acoge el misterio del otro. En este punto ya no existen más preguntas, sino sólo la certeza de ser amado y acogido por Él. La fuerza del mártir tiene que encontrarse en la conciencia de que, puesto que Cristo ha vencido a la muerte, también el que se confía a él reinará para siempre. La palma del mártir se convierte en el signo perenne de la victoria que va más allá de la derrota de la muerte.

Estos elementos que hemos descrito permiten ver el martirio como un signo importante para la búsqueda del sentido y para la credibilidad de la revelación. La muerte del mártir se convierte en signo de la naturaleza del morir cristiano: asunción de la muerte misma de Cristo en la vida, acto supremo de la libertad que introduce en el amor del Padre.

El mártir, en definitiva, es aquel que da a la muerte un rostro humano; paradójicamente, expresa la belleza de la muerte. Yendo a su encuentro, él la ve ciertamente como un momento dramático, aunque no trágico, de su existir, y sin embargo digna de ser vivida por ser expresión de su capacidad para saber amar hasta el fin.

Los manuales de teología en su definición del martirio, defenderán particularmente el motivo del odio a la fe. Teológicamente el martirio se define así: sufrimiento voluntario de la condenación a muerte, infligida por odio contra la fe o la ley divina, que se soporta firme y pacientemente y que permite la entrada inmediata en la bienaventuranza.

También el concilio ha procurado dar su propia visión teológica del martirio, en la que es fácil ver una articulación que se puede describir con estas características: en primer lugar, las premisas cristológicas, luego la inserción en el escenario eclesial, después la comprobación de la especificidad del mártir creyente y, finalmente, la parénesis, para que todos los bautizados estén dispuestos a profesar la fe incluso con la entrega de su propia vida. "Dado que Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su amor entregando su vida por nosotros, nadie tiene mayor amor que el que entrega su vida por él y por sus hermanos (premisa cristológica). Pues bien, algunos cristianos, ya desde los primeros tiempos, fueron llamados, y seguirán siéndolo siempre, a dar este supremo testimonio de amor ante todos, especialmente ante los perseguidores (escenario eclesial). Por tanto, el martirio, en el que el discípulo se asemeja al maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a Él en la efusión de su sangre, es estimado por la iglesia como un don eximio y la suprema prueba de amor (especificidad del martirio). Y aunque concedido a pocos, todos deben estar prestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz, en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia " (LG 42; cf. también LG 511; GS 20; AG 24; DH 11.14).

Como se advierte en este texto, el Vaticano II inserta al mártir en una clara perspectiva cristocéntrica; la muerte salvífica de Jesús de Nazaret constituye el principio normativo del discernimiento del martirio cristiano. De todas formas, esta centralidad se describe con la expresión "dar la vida por los hermanos", que recuerda el texto de Jn 15, 13 y permite verificar que lo que mueve al mártir a dar su vida es el amor arquetípico y normativo de Cristo. Igualmente, el recuerdo de la dimensión eclesial no hace más que subrayar la continuidad del testimonio de amor dado por el mártir para confirmar a los hermanos en la fe. Además, cuando el texto conciliar habla de la especificidad del martirio cristiano diciendo que es un "don eximio", y por tanto una gracia y un carisma dados a quien más ama, y "la suprema prueba de amor", es decir, el testimonio definitivo del amor, tanto lo uno como lo otro es visto como algo que se da en la Iglesia y para la Iglesia, para que de este modo pueda crecer "hacia aquel que es la cabeza, Cristo. Por él, el cuerpo entero, trabado y unido por medio de todos sus ligamentos, según la actividad propia de cada miembro, crece y se desarrolla en el amor" (Ef 4,15-16; cf. 1 Cor 12-14).

Así pues, cabe pensar que con esta descripción, el Vaticano II abre el camino a una interpretación nueva y más globalizante del testimonio del mártir, con vistas a las nuevas formas de martirio a las que hoy asistimos debido a la modificación de los acontecimientos. Por tanto, es lícito pensar que con el concilio se llega a identificar el martirio con la forma del don de la vida por amor.

El texto de LG 42, anteriormente citado, no habla ni de profesión de fe ni de odio a la fe; los supone ciertamente, pero prefiere hablar de martirio como signo del amor que se abre hasta hacerse total donación de sí.

Si se subraya el amor más que la fe, se comprende que es más fácil destacar la normatividad del amor de Cristo, que está en la base del testimonio del mártir; en efecto, esta forma de amor sigue siendo creíble también entre los contemporáneos, que se ven provocados por una persona en la esfera más profunda de su ser.

Luego si el acento se pone en el amor que está en la base del testimonio del mártir, se comprende también que resulte mucho más fácil la identificación del mártir con aquel que no sólo profesa la fe, sino que la atestigua en todas las formas de justicia, que es el mínimo del amor cristiano.

Por consiguiente, el amor permite referir a la identidad del mártir su testimonio personal y su compromiso directo en el desarrollo y progreso de la humanidad; el mártir atestigua que la dignidad de la persona y sus derechos elementales, hoy universalmente reconocidos pero no respetados, son los elementos básicos para una vida humana. Si se asume este horizonte interpretativo, resulta claro que el mártir no se limita ya a unos cuantos casos esporádicos, sino que se le puede encontrar en todos aquellos lugares en los que por amor al Evangelio, se vive coherentemente hasta llegar a dar la vida, al lado de los pobres; de los marginados y de los oprimidos, defendiendo sus derechos pisoteados. Mártir, por lo tanto, no es sólo el que derrama su sangre sino que lo es también aquel que día a día da su vida por sus hermanos en el servicio del Evangelio.

3 HERMOSAS ORACIONES AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS QUE TODO CATÓLICO DEBE SABER



3 hermosas oraciones al Sagrado Corazón de Jesús que todo católico debe saber


A continuación hay cinco oraciones al Sagrado Corazón de Jesús ¡Dirígete al Sagrado Corazón de Jesús en cualquier momento, y él te ayudará!




La Gran Oración al Sagrado Corazón de Santa Gertrudis 

“Oh Sagrado Corazón de Jesús,
fuente de la vida eterna,
Tu Corazón es un horno brillante de Amor.
eres mi refugio y mi santuario.
Oh mi mi adorado y amado Salvador,
consume mi corazón con la llama
con la que se quema el Tuyo.
Vierte en mi alma esas gracias
que emanan de tu Amor.
Deja que mi corazón se una al Tuyo.
Deja que mi Voluntad se conforme
al Tuyo en todas las cosas.
Que Tu Voluntad sea la norma de
todos mis deseos y acciones”. 



Oración de Gratitud  

“Señor, tu mereces todo honor y gloria,
porque tu amor es perfecto
y Tu Corazón es sublime.
Mi corazón se desborda de gratitud
por todas las bendiciones
y gracias que me has dado
y los cuales amo.
Siempre a tu servicio,
que siempre este yo atento
y nunca considere ganado
los regalos de tu misericordia
y amor que fluyen
tan libre y generosamente de
Tu Sagrado Corazón.
Corazón de Jesús, te adoro.
Corazón de Jesús, te venero.
Corazón de Jesús, te agradezco.
Corazón de Jesús, te amo por siempre”. 



Oración por la paz interior

“Santo Corazón de Jesús, Dulce Santuario de descanso,
dame paz a mi alma y calma mi espíritu,
en especial en cuanto (mencionar petición).
Prometo poner todas mi preocupaciones y miedos
en las heridas de tu Sagrado Corazón,
para que sean atendidos por Ti según tu Voluntad,
que solo me desea lo mejor y el mayor bien.
Solo Tu Amor basta, y me rindo ante este;
me aferro a la esperanza de tener
una respuesta rápida tuya,
y de tener el cumplimiento
de todas tus promesas”. 

Recuerda estas oraciones al Sagrado Corazón.

¡Sagrado Corazón de Jesús, en Ti Confío!

CONOCE LA DEVOCIÓN AL DETENTE DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


Conoce la devoción «¡Detente! 
El corazón de Jesús está aquí»



Este emblema puede llevarse en el pecho, el cuello o en la chaqueta, pero lo ideal es llevarlo a la altura del corazón
El «detente» es un pequeño emblema que se lleva sobre el pecho, con la imagen del Sagrado Corazón. Es propio de quien ama llevar consigo un signo de su amado, así el «detente» es signo de nuestro amor al Sagrado Corazón de Jesús y de nuestra confianza en su protección contra las acechanzas del maligno. Le decimos «detente», en nombre de Jesús, al demonio y a toda maldad. 

Se le conoce también como el “Pequeño Escapulario del Sagrado Corazón”, aunque no es, en el sentido estricto de la palabra, un escapulario.


Origen 
Proviene de santa Margarita María Alacoque, como lo atestigua una carta dirigida por ella a la Madre Saumaise el 2 de Marzo de 1686 en la que le dice:

“Él(Jesús) desea que usted mande a hacer unas placas de cobre con la imagen de su Sagrado Corazón para que todos aquellos que quisieran ofrecerle un homenaje las pongan en sus casas, y unas pequeñas para llevarlas puestas.” (Vida y Obras, vol.II, p.306, nota).

Ella misma llevaba una sobre su pecho, debajo del hábito e invitaba a sus novicias a hacer lo mismo. Hizo muchas de estas imágenes y decía que su uso era muy agradable al Sagrado Corazón.


Fue especialmente en el año 1720, durante una terrible plaga en Marsella, Francia (Cf. Hamon, op.cit., vol. III, p. 431) que este pequeño escapulario, o como se le llamó “Salvaguardia,” se difundió entre todos los fieles.

Este “Detente” consistía en un pedazo de tela blanca en la cual la imagen del Sagrado Corazón era bordada, con la leyenda “Oh Corazón de Jesús, abismo de amor y misericordia, en ti confío” (Las palabras: “Detente, el Corazón de Jesús está aquí” corresponden a un período posterior. Hamon, ibid.,Nota).

La forma que hoy tiene el detente fue dada por la Venerable Ana Magdalena Rémuzat, a quien el Señor le había dejado saber de antemano el daño que iba a causar la plaga y también el maravilloso auxilio que la ciudad encontraría en la devoción a Su Sagrado Corazón.

Ella hizo, con la ayuda de sus hermanas en religión, miles de estos emblemas y los repartieron por toda la ciudad y alrededores. La historia nos relata que poco después la plaga cesó. (Cf. Hamon, op. cit., vol III, p.425; Beringer, op. cit., vol I, n. 953, p. 520).

Entre los regalos que el papa Bendicto XIV, en el 1748, envió a la princesa Polaca Mary Lczinska con la ocasión de su matrimonio con el rey de Francia Luis XV, habían, de acuerdo a las memorias de ese tiempo, “muchos escudos del Sagrado Corazón hechos de taffeta roja y bordados en oro.” (De Franciosi, s.j., La dévotion au Sacré-Coeur de Jésus, p. 289).

En el tiempo de la Revolución Francesa se desató una violenta persecución contra la Iglesia. Estos escapularios se tuvieron por “la manifestación viva del fanatismo” y como evidencia de hostilidad al régimen revolucionario.

Durante el juicio de la reina María Antonieta, se produjo en su contra, como evidencia, un pedazo de papel muy fino que se encontró entre sus pertenencias, en el que la imagen del Sagrado Corazón estaba dibujada, con la llaga, la cruz y la corona de espinas, y con la leyenda: “Sagrado Corazón de Jesús, ten misericordia de nosotros.” (Ibid., p. 290).

El uso del detente se extendió grandemente, especialmente desde el 1866, durante los estragos producidos por la epidemia del cólera de Amiens, Roubaix, Cairo y otras partes. Suinfluencia beneficiosa se hizo evidente.

Después de la guerra Franco-Alemana los “Salvaguardia” probaron ser en más de una ocasión, un escudo que protegió a muchos soldados franceses de las balas enemigas. (Cf. Messager du Coeur de Jésus, vol. XIX, p. 180).


Indulgencia
El papa Pío IX le concedió en el año 1872, una indulgencia de 100 días una vez al día a todos los fieles que usaran alrededor de sus cuellos este emblema piadoso y rezaran un Padre Nuestro, Ave María y Gloria. (Preces et pia opera, n. 219).

En un breve de fecha 20 de Junio de 1873 encontramos la respuesta a dos preguntas en referencia al Detente:

1. Como no es un escapulario en el sentido estricto de la palabra, sino más bien un escudo o emblema del Sagrado Corazón, las reglas generales para el escapulario propiamente llamado, no son aplicables a él. Así que no necesita ni una bendición especial, ni una ceremonia o inscripción. Es suficiente con usarlo para que cuelgue en el cuello.

2. La leyenda “Detente, el Corazón de Jesús está aquí” no es requerida.
(Beringer, op. cit., n. 953; Preces et pia opera, n. 219.)




Oración
El papa Pío IX compuso esta oración:

“¡Abridme Vuestro Sagrado Corazón Oh Señor Jesús! …Mostradme Sus Encantos, unidme a Él para siempre. Que todos los movimientos y latidos de mi corazón, incluso durante el sueño, os sean un testimonio de mi amor y os digan sin cesar:

Sí, Señor Jesús, yo Os adoro… aceptad el poco bien que practico… Hacedme la merced de reparar el mal cometido… para que os alabe en el tiempo y os bendiga durante toda la eternidad. Amén”.



En base a un artículo publicado por Corazones.org

PAPA FRANCISCO: EL CORONAVIRUS MUESTRA QUE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN SON ESENCIALES


Papa Francisco: El coronavirus muestra que los medios de comunicación son esenciales
Redacción ACI Prensa
 Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa




El Papa Francisco destacó la importancia que los medios de comunicación están teniendo en la pandemia de coronavirus, y los confinamientos de la población decretados en numerosos países para frenarla, como vehículo “para acercar a las personas, acortar las distancias, proveer la información necesaria y abrir las mentes y los corazones a la verdad”.

Así lo señaló en el mensaje que envió a los miembros de la Asociación de Prensa Católica que organiza la Conferencia de Medios Católicos. Este año, este evento se etá realizando desde este martes 30 de junio y hasta el 2 de julio de forma virtual por la pandemia con el título “Juntos mientras estamos separados”.

En su mensaje, Francisco destacó que “necesitamos medios de comunicación capaces de construir puentes, defender la vida y abatir los muros, visibles e invisibles, que impiden el diálogo sincero y la comunicación verdadera entre personas y comunidades”.


“Necesitamos medios de comunicación que puedan ayudar a las personas”, hizo hincapié el Papa. Medios que ayuden “especialmente a los jóvenes, a distinguir el bien del mal; a desarrollar juicios sólidos basados en una presentación clara e imparcial de los hechos; y a comprender la importancia de trabajar por la justicia, la concordia social y el respeto a nuestra casa común”.

También “necesitamos hombres y mujeres con sólidos valores que protejan la comunicación de todo lo que puede distorsionarla o desviarla hacia otros propósitos”.

Por ello, el Papa pidió a periodistas y comunicadores “que permanezcan unidos y sean signo de unidad también entre ustedes. Los medios de comunicación pueden ser grandes o pequeños, pero en la Iglesia estas no son categorías importantes”.

En la Iglesia, “todos hemos sido bautizados en un único Espíritu y hechos miembros de un solo cuerpo. Como en todo cuerpo, a menudo son los miembros más pequeños los que, al final, son los más necesarios. Lo mismo sucede en el cuerpo de Cristo. Cada uno de nosotros, dondequiera que nos encontremos, está llamado a contribuir, mediante la profesión de la verdad en el amor, al crecimiento de la Iglesia hasta su plena madurez en Cristo”.

“La comunicación, lo sabemos, no es meramente una cuestión de competencia profesional”, explicó el Santo Padre en su mensaje. “Un verdadero comunicador se dedica completamente al bien de los demás en todos los niveles, desde la vida de cada persona a la vida de toda la familia humana. No podemos comunicar verdaderamente si no nos involucramos personalmente, si no podemos testimoniar personalmente la verdad del mensaje que transmitimos”.

Asimismo, insistió en que “toda comunicación tiene su fuente última en la vida de Dios Uno y Trino, que comparte con nosotros las riquezas de su vida divina y, a su vez, nos pide que, unidos en el servicio a su Verdad, comuniquemos ese tesoro a los demás”.

SANTORAL DE HOY MARTES 30 DE JUNIO DE 2020

Erentrude,  SantaErentrude, Santa
Abadesa, Junio 30
Marcial de Limoges, SantoMarcial de Limoges, Santo
Obispo, Junio 30
Ladislao de Hungría, SantoLadislao de Hungría, Santo
Laico, 30 de junio
Zenon (Zynovij) Kovalyk, BeatoZenon (Zynovij) Kovalyk, Beato
Presbítero y Mártir, 30 de junio
Basilio Velyckovskyj, BeatoBasilio Velyckovskyj, Beato
Obispo y Mártir, 30 de junio
Felipe Powell, BeatoFelipe Powell, Beato
Sacerdote y Mártir, Junio 30
Otón de Bamberg, SantoOtón de Bamberg, Santo
Obispo, 30 de junio
Genaro María Sarnelli, BeatoGenaro María Sarnelli, Beato
Redentorista, Junio 30
Adolfo de Osnabrück, SantoAdolfo de Osnabrück, Santo
Obispo, Junio 30

BIENVENIDOS !!!





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