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domingo, 7 de julio de 2024

LA LITURGÍA DE LA PALABRA - EXPLICACIÓN



La Liturgia de la Palabra


La santa Misa está estructurada en dos grandes partes que forman un todo, donde Dios derrama inmensas gracias sobre quien asiste y participa con devoción, comenzando con darnos el pan de la Palabra.

El mismo Señor Jesucristo se lo manifestó al demonio, citando el libro del Deuteronomio (8, 3) cuando se le apareció en el desierto para tentarlo: "Jesús le respondió: Está escrito: 'El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios'" (Mt 4,4).

Quien acude asiduamente a la santa Misa, sabe que el culmen de la celebración llega cuando el sacerdote transforma el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de nuestro Señor Jesucristo (Liturgia de la Eucaristía). 

Pero para entender la magnitud de este acto, la Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo, entendió que para cumplir con el mandato del Señor "hagan esto en memoria mía", no podían simplemente decir las palabras y comer. Supieron que debían estar preparados adecuadamente para participar de estos magníficos Dones.

De ahí la importancia de llegar a la Misa desde el principio y escuchar las lecturas, que, como bien sabemos, son distintas cada día.

La instrucción general del misal romano dice: "Cuando se leen las sagradas Escrituras en la Iglesia, Dios mismo habla a su pueblo, y Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio”.

Por eso las lecturas de la Palabra de Dios, que proporcionan a la Liturgia un elemento de máxima importancia, deben ser escuchadas por todos con veneración. Aunque la palabra divina en las lecturas de la sagrada Escritura se dirija a todos los hombres de todos los tiempos y sea inteligible para ellos, sin embargo, su más plena inteligencia y eficacia se favorece con una explicación viva; es decir, con la homilía, que viene así a ser parte de la acción litúrgica" (IGMR 29).

La riqueza inconmensurable de las lecturas bíblicas disponen el corazón de los fieles, que escuchan la explicación del sacerdote sobre ellas para aplicarlas a la vida diaria y para poder recibir a Cristo en la comunión.

Entender y vivir la liturgia de la Palabra nos ayudará a amar cada vez más la santa Misa y desear comulgar el Cuerpo de Cristo.

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(Mónica Muñoz – Aleteia) 

jueves, 15 de febrero de 2024

¿QUÉ ES MINISTRO EXTRAORDINARIO DE LA COMUNIÓN?



Ministros Extraordinarios de la Comunión


Los laicos pueden ayudar en una forma activa a los párrocos en la distribución de la Comunión, tanto en la misa como fuera de ella. Esas personas son los así llamados Ministros Extraordinarios de la Sagrada Comunión (MEC). 

Es un ministerio laical contemplado en la Iglesia Católica y estipulado en el Canon 230, párrafo tercero del Derecho Canónico y en el canon siguiente (231) establece que para ejercer este ministerio laical se requiere de la debida formación, conciencia y generosidad.

El MEC es instituido con un rito especial que generalmente realiza en obispo del lugar o bien su propio párroco en la Misa dominical para que la comunidad conozca a los nuevos MEC y se le puede otorgar una credencial que lo acredita como tal.

 

El origen del nombre es el siguiente:

- MINISTROS: porque son servidores (eso significa la palabra).

- EXTRAORDINARIOS: porque sólo se requieren cuando lo solicitan los ministros ordinarios (obispos, sacerdotes y diáconos).

- DE LA COMUNIÓN: porque ayudan a distribuirla en Misa o bien la llevan a quienes no pueden acudir a la iglesia a recibirla.

(No son Ministros Extraordinarios de la Eucaristía, sino de la Comunión. Solo el sacerdote es Ministro de la Eucaristía porque es el único que puede consagrar).

 

¿Qué puede hacer un MEC?

1. Distribuir la Comunión en la Misa.

2. Darse a sí mismo la Comunión.

3. Exponer y reservar el Santísimo.

4. Llevar la Comunión a quien por enfermedad o ancianidad, no puede acudir a la iglesia a recibirla.


¿Qué no puede hacer un MEC?

1. No debe recoger la colecta en la Misa (para no tocar el dinero antes de dar a los fieles la Sagrada Comunión).

2. No debe detenerse en ninguna otra parte cuando lleva el Señor a un domicilio, hospital, etc.

3. No da la bendición con el Santísimo.

Durante la Misa el Ministro Ordinario del lugar siempre debe administrar la Comunión, pero puede llamar en su ayuda a Ministros Extraordinarios solamente si está indispuesto o el número de comulgantes es muy grande.

Para administrar la Comunión fuera de la iglesia, deberá llevar siempre la Eucaristía en una cajita u otro recipiente cerrado, vestido y con los modos apropiados a las circunstancias de cada lugar. Además existe un ritual con las oraciones que se aconsejan para rezar antes de dar la Comunión a un enfermo en su domicilio u hospital.

 

Requisitos

Los requisitos para ser designado Ministro Extraordinario de la Comunión son:

1. Especial amor y devoción por la Eucaristía.

2. Ser miembro de la Parroquia al menos un año.

3. Ser mayor de edad y que sea reconocido como un católico activo y virtuoso.

4. Haber recibido los sacramentos de la iniciación cristiana (incluso la confirmación) y ser practicante activo de la religión.

5. Si está casado, que su matrimonio sea reconocido como válido por la Iglesia.

6. Dar a conocer al obispo la intención y presentar una carta solicitud con la firma del párroco.

7. Tomar un curso de formación, que suele ser impartido en las vicarías y que dura un cierto tiempo.

8. Su ministerio debe ser renovado a criterio del párroco, quien evalúa su servicio durante un año (o el período que se fije) 

domingo, 15 de enero de 2023

¿CUALQUIER VINO SE PUEDE CONVERTIR EN LA SANGRE DE CRISTO?



 ¿Cualquier vino se puede convertir en la Sangre de Cristo?

Los estándares del vino han cambiado con el paso del tiempo, estas son las características que tiene el vino de consagrar.


En las comunidades parroquiales puede surgir esta duda, y es importante destacar que no cualquier vino se puede convertir en la Sangre de Cristo, únicamente los que son vinos para consagrar.

Aunque puedan ser ampliamente conocidos por los sacerdotes, no todos los fieles saben lo que representa su elaboración.


¿Qué vino se usa hoy?

El Misal Romano señala que el “vino para la celebración eucarística debe ser ‘del producto de la vid’ (cfr. Lc 22, 18), natural y puro, es decir, no mezclado con sustancias extrañas”.

“Ordinariamente la misión de certificar el vino así como las botellas, y de asegurarse que cumplan con las normas de la Santa Sede y que puedan ser utilizadas por los sacerdotes para la celebración de la Eucaristía, recae en la Diócesis donde se produce y por lo general lo hace el Obispo. Aunque quién debe aprobar las características del vino idóneo es la conferencia episcopal de cada país.

Actualmente, en México se encuentran vinos de la casa Domecq”, certificados por la CEM y obispos residenciales.

“Ahora bien, aunque además de la firma vitivinícola arriba mencionada hay otras que ofrecen vino con semejantes características, mencionadas como requisitos para el vino que se usa en la celebración de la misa, la ‘responsabilidad litúrgica’ recae sobre quien lo certifica o en última instancia sobre el sacerdote que lo usa, tomando en cuenta que, para quien sepa distinguir, en general un vino de cepa no mezclado puede cumplir con las características antes mencionadas”, explicó el padre  Jesús María Sánchez Montejano, especialista en liturgia de la Arquidiócesis de México.


Origen del vino de consagrar

Para el mundo cristiano, el primer milagro obrado por Cristo corresponde a la transformación del agua en vino en las Bodas de Caná; y en la Última Cena, Jesús pasa una copa de vino a los doce apóstoles y en ese momento instituye la Eucaristía, sella la Nueva Alianza y promete no beber del vino de la vid hasta que sus discípulos beban con Él, el vino nuevo del Reino del Padre.

“La utilización del vino en la Eucaristía se origina en el relato de la Última Cena del Señor, que se encuentra en los evangelios, donde el Señor Jesucristo celebró la cena pascual compartiendo como lo hacen los judíos, el pan y el vino con sus discípulos, como signo del compromiso que él hacía de entregar su vida, su Cuerpo y su Sangre, en la cruz, para el perdón de los pecados y la salvación”, explicó el padre Sánchez Montejano. 

El fermentado de uva ya ocupaba un lugar importante en el esquema moral del Antiguo Testamento, prohibiendo su consumo en ciertas circunstancias y celebrando con él notables acontecimientos.

La conmemoración cristiana del Santo Sacrificio a lo largo de los siglos mantuvo sin variaciones la obligatoriedad de utilizar el vino y el pan ácimo. Con los años, las regiones vitivinícolas tuvieron un auge económico importante y comenzaron a existir condiciones cada más expresas sobre la elaboración del vino para Consagrar.

Una de ellas, es legendaria: los campos en donde habrían de ser sembradas las uvas debían ser bendecidos; para la vendimia sólo podrían ser cosechadas las vides por manos de niños o jóvenes vírgenes y, finalmente, cuando el mosto reposaba para su fermentación, un diácono debía velar los toneles cantando salmos sin cesar.

Esta leyenda es semejante a la que dice que sólo los diáconos podían lavar los lienzos del altar y que debía entonar salmos mientras éstos se secaban al sol.


Comercio y competencia

La aparición del sistema feudal y, posteriormente, del libre comercio, conllevó a generar nuevas reglas entorno al vino aprobado para ser utilizado en la Misa. La primera fue en relación a que sólo el obispo de la tierra en donde se cultivara la vid y se elaborara el vino tenía capacidad de otorgarle su venia para que éste fuera utilizado en la celebración.

El sello episcopal que aprobaba el vino sirvió para controlar que los sacerdotes usaran el vino de un lugar particular y que los monasterios pidieran al obispo que aprobara el vino que se elaboraba dentro sus muros. Finalmente, el comercio y tráfico de toneles de vino de Consagrar entre regiones distintas también era estrechamente vigilado por las autoridades eclesiásticas.


El avance del vino

El avance científico, principalmente en la química orgánica, contagió a especialistas y a miembros de la Iglesia para que se analizaran las propiedades moleculares y dinámicas de los vinos que la Iglesia Católica utiliza en la consagración.

Uno de los primeros registros de estos análisis en México, sucedió en los albores del siglo XX, en las navidades de 1903, un cargamento de varios barriles de vino procedentes de España llegó a México, el nombre del  licor era “Vino Virgen Superior Especial para Consagrar” y parecía que podía ser usado en Misa; sin embargo, para evitar suspicacias se mandó a analizar.

Posteriormente, el Arzobispo de México, Mons. José Mora y del Río mandó analizar los vinos “Santo Tomás” y “Angélico” y el 15 de junio de 1909, publicó su autorización para que ambos pudieran ser utilizados para la Eucaristía.

La Iglesia no dejó en manos de improvisados el estudio de los vinos, uno de los primeros analistas fue el ingeniero químico José D. Morales, catedrático de Farmacia de la Escuela Nacional de Medicina y miembro del Consejo Superior de Salubridad; incluso, se preferían los laboratorios extranjeros como el Texas Testing Laboratory de San Antonio para hacer los estudios.

Constantemente, las gacetas diocesanas publicaban en sus páginas desplegados de las casas vitivinícolas con los vinos que contaban con autorización eclesiástica.

La importancia del vino de consagrar no sólo para su fin último sino para el comercio nacional e internacional quedó revelado durante la Segunda Guerra Mundial. En 1941, en medio de la etapa más cruda del enfrentamiento bélico, el presidente del Catholic Supply Company (Compañía Abastecedora Católica) en Nueva Orleans escribió a los obispos de México para “advertirles” de los riesgos de la guerra en la compra y traslado de vino de Consagrar y les “invita” a adquirir sus vinos antes de que cierren los puertos a la navegación comercial como en California, España y Portugal. El comerciante amaga: “hay vino para todo 1942 mientras no haya cambios pues la amenaza de la guerra podría anular esta oportunidad”.

Al inicio de la guerra, en 1939, un cargamento de vino para Consagrar llegó desde Burdeaux, Francia, supuestamente autorizado y comenzó a distribuirse por todo el territorio nacional. El Arzobispo de México solicitó la aprobación episcopal del vino al Arzobispo de Burdeaux y éste respondió “esta Arquidiócesis no garantiza que el vino en cuestión cuente con los requisitos para la celebración”. Al parecer se trató de otro intento de abuso ante el miedo y desconcierto por el conflicto bélico y la invasión nazi a Francia.

La empresas importadoras de artículos religiosos (incluidos vinos en toneles provenientes de Europa) tuvieron un gran auge en esta época aunque no siempre era sencillo obtener el plácet de un obispo para validar el vino para la Consagración.


El caso del Valle de Santo Tomás

El Archivo Histórico de la Arquidiócesis de México resguarda un amplio pasaje sobre la importancia que le daban los obispos al vino a utilizar en la Consagración dentro de sus diócesis. El caso del vino “Gemini Vitis” que comercializado en la ciudad de México, embotellado en Guadalajara y elaborado en Ensenada, Baja California levantó sospechas del Primado de México sobre la calidad del vino y designó en 1956 al P. Luis Reynoso Cervantes a revisar cuidadosamente el proceso e informar a la Arquidiócesis sobre sus resultados.

El P. Reynoso fue hasta Valle de Santo Tomás, en Baja California, y allí se entrevistó con los administradores y productores del vino, les hizo firmar una declaración juramentada sobre cómo se realiza el vino para Consagrar. Corroboró que el vino se realizara según lo especificado por la Sagrada Congregación para el Culto Divino de Roma. La uva, de tipo moscatel, era celosamente vigilada desde el viñedo hasta su reposo en barricas. En la vendimia se supervisaba la pureza de la vid, en el proceso de secado y trituración se vigilaba que no fuera contaminada con sustancias ajenas a la uva; la fermentación se hacía según los cánones vitivinícolas para que el azúcar del fruto se degradara en el justo grado de alcohol, el cocimiento al fuego y reposo y refrigeración por un año eran labores impecables; según documentó el sacerdote, los religiosos franciscanos de la localidad resguardaban las llaves de las barricas en añejamiento para evitar que se les mezclaran sustancias ajenas.

Con muestras de las barricas, el padre Reynoso hizo peritajes químicos en la Universidad de Loyola, en Los Ángeles, EU. Pero, como el vino se embotellaba en Guadalajara, siguió su investigación.

En Guadalajara, el Cardenal José Garibi Rivera otorgaba el sello episcopal a las botellas de vino de consagrar desde 1953; la cancillería tapatía daba ‘contados’ los sellos para las botellas del vino. La inspección del P. Reynoso dio por terminado la sospecha del vino “Gemini Vitis” y, de paso, corroboró que los vinos “Episcopal” y “Misión de Santo Tomás” aprobados por el obispo local, provenía de las mismas barricas y por ello, también era lícito su uso en la Santa Misa.


El P. Soto y su aguardiente de uva

José Hidalgo Tagores en su “Tratado de enología” detalla el proceso de producción de los vinos de Misa: la fermentación se realiza en cubas de gran capacidad de 11 mil litros. Una vez fermentado el vino es trasegado a cubas de 6 mil litros de roble para su envejecimiento; la ‘crianza’ se realiza en estas cubas de 6 meses a 1 año. Las uvas que con frecuencia se utilizan para este vino son: tipo salvador, feherszago, malvasía, carignane y moscatel.

El proceso es, largo y en ocasiones costoso, por ello en 1965 el P. José Raúl Soto (Misionero del Espíritu Santo y reconocido químico quien llevó estudios de vinos como el de las Bodegas de Lourdes, San Juan del Río en 1961) propuso algunas ‘mejoras’ al proceso de elaboración que consistían en “añadir colorante artificial al vino” y la creación de un vino a partir de aguardiente puro de uva destilado al 80 por ciento y rebajado con agua al 55 por ciento. El estudio presentado al Arzobispo de México es impecable en su análisis científico pero no prosperó su iniciativa. La intención del P. Soto era facilitar la elaboración, traslado, conservación del vino y una notable reducción de precio del producto.


¿Cuáles son las normas de un vino idóneo para la Consagración?

La investigación del vino del Valle de Santo Tomás (Baja California) de 1956 enumera los requisitos de un buen vino para el Santo Oficio:

–Grado Alcohólico. Su valor debe ser de entre 7 y 16% de alcohol, pues ninguna uva fermentada naturalmente puede generar menor ni mayor cantidad de alcohol.

–Un vino natural (seco) tiene ente 17 y 25 gramos por litro. Un vino dulce hasta 250gr/lt.

– Entre 1.5 y 4.4 gr/lt.

–Entre 4 y 10 gr/lt.

–No mayores a 2 gr/lt.

–Acidez total. Entre 5 y 9 gr/lt.

–Acidez volátil. No menor a 1.2 gr/lt. Más ácido es un vino ‘enfermo’.

–Ácido tartárico libre. Entre 0.00 y 0.105 gr/lt.

–Sin ninguna azúcar añadida. Su valor debe ser igual a cero.

–Sin conservadores presentes.

–Los adquiridos naturalmente.

El estudio químico sugiere un estudio para descartar adición de arrope (aguamiel) o adición de alcohol de otras fuentes.

viernes, 27 de agosto de 2021

¿QUÉ HACER CON IMÁGENES RELIGIOSAS QUEBRADAS O ROTAS?



 ¿Qué hacer con imágenes religiosas quebradas o rotas?

Un desastre natural o un accidente doméstico puede dejarnos con un objeto religioso roto o deteriorado ¿Qué hacemos con él?

Por: Hno. Ramón Gutiérrez Pavez, a.a. | Fuente: SantuarioLourdesChile.cl



En muchos templos y santuarios se crea una seria dificultad con las imágenes de yeso, en mal estado, que los peregrinos dejan por diversos lugares.

Eso habla de un respeto por lo que la imagen representa y por lo sagrado que la imagen recuerda. Es como las fotos antiguas de los padres, las madres, los abuelos, los hijos ya fallecidos. Se guardan con respeto y cariño aunque estén dañadas o borrosas.

El paso del tiempo, los temblores y otras causas hacen que en nuestras casas se nos destruyan las imágenes del Señor, de la Virgen y de los santos. Actualmente el yeso no es trabajado con materiales que lo refuercen (alambres, estopa, etc.), por lo tanto, al menor golpe tenemos en casa una imagen destrozada.

Pareciera que lo primero que surge en la mente es llevarlas a un templo. Sin embargo, en los templos hay que eliminarlas con respeto y cuidado. Es tarea a veces complicada, por la cantidad de yeso que se acumula.


Tampoco es bueno llevarla a los cementerios.

La Iglesia nos enseña:

“La veneración de las imágenes, sean pinturas, esculturas, bajorrelieves u otras representaciones, además de ser un hecho litúrgico significativo, constituyen un elemento relevante de la piedad popular: los fieles rezan ante ellas, tanto en las iglesias como en sus hogares. Las adornan con flores, luces, piedras preciosas; las saludan con formas diversas de religiosa veneración; las llevan en procesión; cuelgan de ellas exvotos como signo de agradecimiento; las ponen en nichos y templetes en el campo o en las calles”.

”Sin embargo, la veneración de las imágenes si no se apoya en una concepción teológica adecuada, puede dar lugar a desviaciones. Es necesario, por tanto, que se explique a los fieles la doctrina de la Iglesia, sancionada en los concilios ecuménicos y en el Catecismo de la Iglesia Católica, sobre el culto a las imágenes sagradas”. (Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, principios y orientaciones. Ciudad del Vaticano, 2002).

Es conveniente que desterremos de nosotros la idea, muy generalizada, de que una imagen dañada es algo mágico, que tenerla en casa trae mala suerte, que es malo tenerlas. No es malo ni bueno.

“Es necesario, sobre todo, que los fieles adviertan que el culto cristiano de las imágenes es algo que dice relación a otra realidad. La imagen no se venera por ella misma, sino por lo que representa. Por eso a las imágenes se les debe tributar el honor y la veneración debida, no porque se crea que en ellas hay cierta divinidad o poder que justifique este culto o porque se deba pedir alguna cosa a estas imágenes o poner en ellas la confianza, como hacían antiguamente los paganos, que ponían su esperanza en los ídolos, sino porque el honor que se les tributa se refiere a las personas que representan”. (Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, principios y orientaciones. Ciudad del Vaticano, 2002).

Así como nos enseña la doctrina de la Iglesia Católica, nos vamos acercando a la forma cómo debemos actuar con una imagen destruida. Nunca con miedo, nunca pensando o actuando como si nos fuera a pasar algo malo. Nada de eso. La imagen se destruyó, se rompió y nada nos va a pasar, fuera de la pena que a veces sentimos porque era imagen que teníamos desde niños.


¿Qué son las imágenes sagradas?

Según la enseñanza de la Iglesia, las imágenes sagradas son:


- Traducción iconográfica del mensaje evangélico, en el que la imagen y palabra revelada se iluminan mutuamente; la tradición eclesial exige que las imágenes estén de acuerdo con la letra del mensaje evangélico.

- Signos santos, que como todos los signos litúrgicos, tienen a Cristo como último referente; las imágenes de los Santos, de hecho, representan a Cristo, que es glorificado en ellos.

- Memoria de los hermanos Santos que continúan participando en la historia de la salvación del mundo y a los que estamos unidos sobretodo en la celebración sacramental.

- Ayuda en la oración: la contemplación de las imágenes sagradas facilita la súplica y mueve a dar gloria a Dios por los prodigios de gracia realizados en sus Santos.

- Estímulo para su imitación, porque cuanto más frecuentemente se detienen los ojos en estas imágenes, tanto más se aviva y crece en quien lo contempla, el recuerdo y el deseo de los que allí están representados; el fiel tiende a imprimir en su corazón lo que contempla en sus ojos: una “imagen verdadera del hombre nuevo, transformado en Cristo mediante la acción del Espíritu y por la fidelidad a la propia vocación”.

- Una forma de catequesis, puesto que a través de la historia de los misterios de nuestra redención, expresada en las inturas y de otras maneras, el pueblo es instruido y confirmado en la fe recibiendo los medios para recordar y meditar asiduamente los artículos de fe.

No podemos olvidar que actualmente hay en el mercado muchas imágenes feas, decadentes, deformes. Hay que evitar esas imágenes para nuestras casas y comunidades. Las representaciones del Señor, de la Virgen y de los santos deben ser de materiales nobles y deben transmitir belleza.


¿Qué hacer con las imágenes en mal estado?

- No llevarlas a los templos, santuarios ni cementerios.

- Si se trata de telas (pinturas), hay que buscar una persona entendida que nos oriente en la forma de devolverle la belleza a esas pinturas. Algunas pueden ser muy valiosa.

- Cuando se trata de imágenes de madera, bronce, mármol o piedra, hay que conservarlas en casa y buscar algún buen restaurador. Si no se tiene los medios para hacerla restaurar, hay que entregarlas a algún museo, de preferencia religioso (católico). O bien, a un convento o parroquia.

- Si son imágenes de yeso, hay que ver si es posible restaurarlas, porque se puede hacer, especialmente cuando se trata de imágenes con alambres o estopa al interior. Esas imágenes son valiosas. Hay que conservar con cuidado todos los trozos, de manera particular los rostros. Un buen artesano en yeso hace maravillas con esos pequeños trocitos. En el Santuario de Lourdes tenemos las direcciones de algunos artesanos que trabajan muy bien porque conocen las antiguas técnicas.


Cuando la imagen está totalmente destruida...

- Si es yeso, se coloca en un tiesto hasta que se deshaga, y con cuidado se vierte en algún lugar del jardín de la casa donde no haya cultivos de hortalizas, arboles frutales ni de flores ornamentales. Con el paso del tiempo se mezcla solo con la tierra. Tarda un poco el proceso.

- Si se da el caso de alguien que viva en departamento o en casa sin patio, pues se muele completamente la imagen, se reduce a polvo y se elimina en un lugar adecuado, conforme cada persona lo estime. Se ha sabido que algunas personas hacen artesanías con el yeso molido. Lo mezclan con arena de diversos colores y hacen hermosos adornos en botellas blancas.

Consultado un fabricante de imágenes, nos ha señalado que el yeso ya procesado no sirve. No se puede reutilizar, no sirve para estucos, es material inútil que daña bastante la tierra. Por eso es bueno tratar de cuidar las imágenes, y las que pueden ser restauradas hay que repararlas para que duren mucho.

Rosarios, Libros y otros artículos bendecidos: Lo mejor es reparar o restaurar lo que se pueda reparar. Muchos Rosarios pueden ser desarmados de tal manera que sus cuentas terminen formando las de uno nuevo y listo;  sus cruces, también, son susceptibles de ser separadas para usarlas con una cadena. Con relación a los libros una nueva encuadernación puede ser la solución.

Cuando se reciclan Rosarios, puede que sobren partes, también puede que la restauración  de los libros sea mas costosa que comprar uno nuevo, algo similar puede ocurrir con las imágenes. Para estos casos, lo mejor es conseguir un recipiente de plástico lo suficientemente grande para contenerlos y colocar en él estos objetos o restos de los mismos. 

Siempre hay alguna Capilla, Templo, Colegio Católico, Centro de Atención Católico, etc. que esté en construcción. Pues habla con el sacerdote responsable de esta obra y ofrécele tu caja con los objetos para que sean colocados en los cimientos de la edificación. 

Recordemos que, aunque rotos o desgastados, siguen siendo benditos, por lo que seguirán bendiciendo esa construcción.

lunes, 9 de noviembre de 2020

¿QUÉ ES UNA BASÍLICA Y POR QUÉ ES IMPORTANTE?



 ¿Qué es una basílica y por qué es importante?

Este artículo fue creado especialmente para responder a sus dudas.


Por: María Ximena Rondón | Fuente: ACI Prensa



Muchos católicos se han preguntado por qué en la Iglesia Católica hay algunos templos con el título de basílicas y por qué son tan importantes para la vida de fe.

Este artículo fue creado especialmente para responder a sus dudas.

La palabra “basílica” proviene del latín basílica, que deriva del griego basiliké. Significa “casa real”.

En los tiempos del Imperio Romano, una basílica era el lugar donde se ubicaba el tribunal de justicia.

A lo largo de la historia, los Papas han otorgado el título de “basílica” a un templo por su importancia espiritual e histórica.

Una basílica es el centro espiritual y de evangelización de una comunidad y sirve también para difundir una devoción especial a la Virgen María, a Jesús o algún santo.

Las celebraciones litúrgicas que se realizan en ellas deben también oficiarse en las demás iglesias de la diócesis.

Las basílicas también acogen tesoros sagrados de la Iglesia Católica, como las tumbas y reliquias de santos; y promueve la difusión de los documentos de la Santa Sede.


Tipos de basílica

Existen cuatro templos que llevan el título de “basílica mayor”. Se encuentran en Roma y son: la Basílica de San Pedro, la Basílica de Santa María la Mayor, la Basílica de San Pablo de Extramuros y la Basílica de San Juan de Letrán.

Una basílica mayor posee un altar mayor en el que solo el Papa y sus delegados pueden celebrar la Misa. Además, se distingue porque tiene una Puerta Santa que los fieles pueden cruzar durante un Año Santo para ganar la indulgencia plenaria.

Las “basílicas menores” son los templos que obtuvieron ese título por una concesión del Papa o de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos.

Suelen ser en su mayoría santuarios y catedrales que reciben una gran cantidad de peregrinos por los tesoros sagrados que custodian o por su importancia histórica. En total, existen más de 1500 basílicas menores en todo el mundo.

Algunas de las más conocidas en Italia son la de San Lorenzo Extramuros, en Roma; la de San Francisco y la de Santa María de los Ángeles en Asís.

En otros países son conocidas la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en México, la Basílica del Sagrado Corazón (Sacré-Coeur) en Francia, la Iglesia de la Sagrada Familia en Barcelona, la Basílica de Nuestra Señora de Luján en Argentina y la Basílica de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá en Colombia.


La parte exterior de una basílica se llama atrio. El vestíbulo interior se llama nártex y luego le siguen la nave central, donde se congregan los fieles, y las naves laterales, donde suelen estar los confesionarios, las capillas y el baptisterio.

En el ábside, la cabecera del templo, se encuentra el altar mayor, que suele estar cubierto por un baldaquino, una suerte de cúpula sostenida por cuatro columnas. El baldaquino más famoso es el de Bernini que está sobre el altar mayor de la Basílica de San Pedro.

En algunas basílicas, como San Pedro y San Pablo de Extramuros, debajo del altar mayor está la tumba de un santo o mártir.

En la parte trasera del ábside está el trono donde se sienta el Obispo o el Papa, en caso de que este visite el templo.

En la parte lateral del ábside están las sacristías.

La Basílica más antigua del mundo es la de San Juan de Letrán. Fue edificada sobre el palacio de la familia noble de los Lateranos que le obsequió el emperador Constantino a la Iglesia Católica. El Papa San Silvestre consagró el templo en el año 324.

domingo, 26 de julio de 2020

¿DÓNDE SE ENCUENTRAN LAS TUMBAS DE LOS 12 APÓSTOLES?


¿Dónde se encuentran las tumbas de los 12 apóstoles?
Redacción ACI Prensa




En un artículo del National Catholic Register se informó sobre los lugares donde, con mayor certeza y basándose en investigaciones de arqueólogos, se encontrarían las tumbas de los 12 apóstoles.

Los doce apóstoles son: Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Mayor (hijo de Zebedeo) y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el Menor (hijo de Alfeo); Simón el Cananeo, Judas Tadeo y Judas Iscariote, quien entregó a Jesús. En reemplazo de este último, se nombró luego a Matías.

San Pedro

El artículo del escritor Thomas Craughwell, indica que durante los últimos 100 años, los arqueólogos casi han confirmado la ubicación de las tumbas de San Pedro, San Pablo y San Juan.

Alrededor del año 64, San Pedro fue crucificado de cabeza por Nerón en la colina del Vaticano. Los cristianos recuperaron su cuerpo y lo enterraron en un cementerio cercano. Alrededor del año 326, el emperador Constantino niveló lo que quedaba de la arena y la colina y erigió una gran basílica con el altar mayor colocado sobre la tumba de San Pedro. Pero después de siglos de restauraciones y reconstrucciones, la ubicación de la tumba se perdió. La tradición seguía insistiendo en que los huesos de Pedro yacían debajo del altar mayor de su basílica, pero nadie lo había visto en siglos.

En 1939, los trabajadores cavaban una tumba para el Papa Pío XI en las grutas debajo de San Pedro, cuando uno de ellos sintió que su pala no encontraba más tierra. Al pasar una linterna por el agujero, el equipo vio el interior de un mausoleo del siglo II. La exploración reveló una necrópolis romana entera y perfectamente conservada que fue cubierta por pedido de Constantino. Directamente debajo del altar mayor de San Pedro, los arqueólogos encontraron una tumba simple que contenía los huesos de un hombre robusto y anciano. En la pared de la tumba se encontraron innumerables oraciones y peticiones a San Pedro, así como una inscripción griega que decía: “Pedro está dentro”. Después de años de estudio, San Pablo VI declaró en 1968 que los huesos en esa tumba pertenecían a San Pedro.

San Juan

La tradición indica que San Juan Evangelista murió en Éfeso, en lo que ahora es Turquía, alrededor del año 100. En el siglo IV, después de que Constantino pusiera fin a la persecución contra la Iglesia, los cristianos de Éfeso construyeron una capilla sobre la tumba del apóstol. En el siglo V, el emperador Justiniano reemplazó la capilla con una gran basílica. Después de que la región fue conquistada por los turcos, la basílica se convirtió en una mezquita, que a su vez fue destruida por Tamerlane en 1402. En la década de 1920, equipos arqueológicos de Grecia y Austria excavaron los restos de la basílica y encontraron en su interior la tumba de San Juan. La tumba estaba vacía y nadie sabe qué fue del cuerpo del apóstol.

San Andrés

San Andrés, el primer hombre al que Cristo llamó a ser apóstol, fue el hermano de San Pedro. Se dice que después tras la ascensión de Cristo al Cielo, Andrés llevó el evangelio a las tierras que ahora son Rusia y Ucrania. Luego, en su vejez, viajó a Grecia, donde fue martirizado en la ciudad de Patras. Los cristianos locales lo enterraron allí, pero en el año 357 la mayoría de sus huesos fueron trasladados a Constantinopla. En 1204 los cruzados italianos saquearon el santuario de San Andrés y llevaron sus reliquias a Amalfi, donde permanecen hasta el día de hoy.

En 1964, San Pablo VI devolvió algunas de las reliquias de Andrés a la Iglesia ortodoxa griega, y están nuevamente consagradas en la basílica construida sobre lo que se cree que es la tumba original del apóstol.

Santiago el Mayor

En el año 44, Santiago el Mayor, hermano de San Juan, fue martirizado en Jerusalén, siendo el primero de los apóstoles en dar su vida por la fe católica. Según la tradición, su cuerpo fue transportado milagrosamente al norte de España y enterrado en un cementerio cristiano (los españoles creen que durante los viajes misioneros de Santiago por el Mediterráneo predicó el evangelio en España).

Una leyenda popular dice que las reliquias del apóstol se quedaron allí, olvidadas, hasta el 814, cuando un ermitaño llamado Pelayo siguió una estrella a un campo abierto y descubrió los restos del apóstol. Hoy están consagrados en la Catedral de Santiago en Santiago de Compostela. Curiosamente, debajo de la catedral, los arqueólogos han encontrado un cementerio cristiano del primer siglo.

Santiago el Menor

Santiago el Menor sirvió como primer obispo de Jerusalén y fue martirizado allí: arrojado desde el techo del templo y, dado que aún estaba vivo, fue golpeado y apedreado hasta la muerte. Según la tradición, Santiago fue enterrado en el Monte de los Olivos, con vista a Jerusalén. En el siglo VI, el emperador Justiniano II trasladó sus reliquias a Constantinopla. En algún momento, una parte o quizás todas las reliquias de Santiago se trasladaron a la Iglesia de los Doce Apóstoles en Roma, donde hoy se encuentran en el mismo santuario con las reliquias de su compañero apóstol, San Felipe.

San Felipe

En julio de 2011, los arqueólogos que trabajaban en Turquía anunciaron que habían descubierto lo que creían que era la tumba original de San Felipe. El sarcófago romano del siglo I se encontró en las ruinas de una iglesia de los siglos IV o V dedicada al apóstol. De acuerdo con una tradición registrada en el documento apócrifo del siglo IV, conocido como los Hechos de Felipe, alrededor del año 80, el apóstol fue arrestado en Hierópolis, clavado de sus pies en un árbol, boca abajo y finalmente decapitado.

El sitio de la tumba de San Felipe se convirtió en lugar de peregrinación y los arqueólogos han descubierto el camino que conducía al Martyrium o santuario de los mártires. El santuario fue destruido en el siglo VII por un violento terremoto e incendio; las reliquias de San Felipe fueron trasladadas a Constantinopla y de allí a Roma, donde fueron consagradas con las reliquias de Santiago el Menor en la Iglesia de los Doce Apóstoles. 

Cuando los arqueólogos abrieron el sarcófago en Hierópolis, no encontraron huesos humanos en la tumba, por lo que es posible que los restos de San Felipe se conserven en la cripta de los Doce Apóstoles en Roma.

Tomás, Bartolomé, Mateo, Simón y Judas Tadeo, y Matías

La antigua tradición dice que Santo Tomás viajó más lejos que cualquiera de los otros apóstoles, predicando el evangelio en la India, donde fue martirizado por un sacerdote hindú que lo atravesó con una lanza. Hoy en día, una porción de los huesos de Santo Tomás son venerados en la Basílica de Santo Tomás en Chennai (India). De alguna manera, la mayoría de sus restos fueron transportados a Edessa en Mesopotamia. En 1258 estas reliquias fueron llevadas a Ortona (Italia), donde se encuentran en un cofre de oro dentro de un altar de mármol blanco en la Basílica de Santo Tomás Apóstol.


Se cuenta que después de Pentecostés, San Bartolomé llevó la cristiandad a Armenia, donde fue martirizado tras ser desollado vivo. En el 809, las reliquias de San Bartolomé fueron trasladadas de su tumba en Armenia, a Lipar, y luego en 838 a Benevento, en el sur de Italia. En 983, el emperador romano Otto III erigió en Roma una iglesia en la isla Tiberina, en el río Tíber; dedicó la iglesia a San Bartolomé y tenía allí una parte de las reliquias del apóstol. Así que tanto Roma como Benevento son los santuarios principales de San Bartolomé.

El recaudador de impuestos que se convirtió en evangelista, San Mateo, predicó en Etiopía, donde fue martirizado cuando celebró la Misa. En el 954, las reliquias de San Mateo fueron trasladadas de su tumba en Etiopía a la ciudad de Salerno en Italia. Las reliquias son veneradas en la cripta de la catedral de San Mateo de Salerno.

Cada año, millones de peregrinos visitan la Basílica de San Pedro de Roma, y ​​la mayoría de ellos camina por el altar que alberga las reliquias del inmensamente popular San Judas Tadeo y de San Simón, menos venerado. 

La tradición dice que los dos apóstoles viajaron juntos para predicar el evangelio en Persia, donde fueron martirizados: Judas fue golpeado hasta la muerte con un palo y Simón fue cortado por la mitad. Es incierto cuándo sus reliquias fueron trasladadas a Roma.

Los once apóstoles sobrevivientes eligieron a San Matías para reemplazar a Judas Iscariote, que traicionó a Nuestro Señor y luego se quitó la vida. Se dice que alrededor del año 326, la emperatriz Santa Elena encontró la tumba de San Matías en Jerusalén y envió sus reliquias a los cristianos de Tréveris (Alemania). Sus restos todavía son venerados en la Basílica de San Matías de Trier.

Los restos de San Pablo

Aunque Saulo de Tarso -posteriormente llamado Pablo-, no fue parte de los apóstoles que siguieron a Jesús, es conocido también como el apóstol de los gentiles.

Según la tradición, San Pablo fue decapitado el mismo día que San Pedro fue crucificado. Constantino no olvidó a San Pablo: construyó una basílica sobre la tumba del apóstol en la Vía Ostiense. En 2009, el Papa Benedicto XVI anunció que, después de varios años de estudio, los arqueólogos del Vaticano se sintieron seguros de que los restos consagrados en un sarcófago debajo del altar mayor de la Basílica de San Pablo Extramuros de Roma son, de hecho, las reliquias de San Pablo. 

“Fragmentos de hueso fueron carbonizados por expertos que no sabían nada sobre su procedencia y los resultados mostraron que eran de alguien que vivió entre el siglo I y II. Esto parece confirmar la tradición unánime e indiscutible de que estos son los restos mortales de Pablo el Apóstol”, dijo Benedicto XVI.



Traducido y adaptado por Diego López Marina. Publicado originalmente en National Catholic Register.

IMÁGENES DE LAS 8 CLAVES DEL VATICANO PARA QUE LAS PARROQUIAS CUMPLAN MEJOR SU FUNCIÓN














martes, 30 de junio de 2020

¿QUÉ SIGNIFICA SER MÁRTIR?


¿Qué significa ser mártir?
El mártir es aquel que da a la muerte un rostro humano; paradójicamente, expresa la belleza de la muerte


Por: Mons. Jorge Arturo Mejía Flores | Fuente: Vícaría de Pastoral de México




El término Mártir viene del griego y significa "Testigo",
lo mismo que "Martirio" significa "Testimonio".
Por lo tanto, los mártires son los testigos de la fe.
El mártir no es un extraño para nosotros. Sabemos quién es y logramos captar su personalidad y su significado histórico; sin embargo, con frecuencia, su imagen parece evocar en nosotros un mundo que no es ya el nuestro. Aparece como un personaje lejano, relegado a épocas y períodos históricos que pertenecen al pasado y que tan sólo la memoria litúrgica nos lo propone de nuevo en el culto cotidiano.

El mártir, en la acepción que hoy tiene, es aquel que da su propia vida por la verdad del evangelio. En este sentido es muy expresivo un texto de Orígenes: "Todo el que da testimonio de la verdad, bien sea con palabras o bien con hechos o trabajando de alguna manera en favor de ella, puede llamarse con todo derecho: testigo".

Esta dimensión permite comprender plenamente el significado de los mártires en la historia en la vida de la comunidad cristiana. Mediante su testimonio, la Iglesia verifica que sólo a través de este camino se puede hacer plenamente creíble el anuncio del evangelio.

Esto permite además explicar el hecho de que desde sus primeros años la Iglesia haya visto en el martirio un lugar privilegiado para verificar la verdad y la eficacia de su anuncio; en efecto, en estos acontecimientos el testimonio por el evangelio no se limitaba solamente a la forma verbal, sino que se extendía a la concreción de la vida. Por eso la Iglesia comprendió que el mártir no tenía necesidad de sus oraciones; al contrario, era ella la que rezaba a los mártires para obtener su intercesión. Por tanto, no se reza por el mártir, sino que se reza al mártir por la Iglesia. El día del martirio se recordaba y se memorizaba como el momento al que había que volver con gozo para celebrar una fiesta, ya que se encontraba allí la fuerza y el apoyo para proseguir en la obra evangelizadora.

El martirio, como objeto de estudio teológico, pertenece a diferentes disciplinas, mismas que nos ayudan a tener una visión más completa de su realidad. Así por ejemplo:

La teología dogmática, valorará más directamente en el martirio el elemento de testimonio para la verdad del evangelio;
La espiritualidad, por su parte, estudiará sus formas y sus características para que pueda ser presentado también hoy como modelo de vida cristiana;
La historia de la Iglesia intentará reconstruir las causas que produjeron situaciones de martirio y valorará la exactitud de los relatos más allá de toda lectura legendaria;
El derecho canónico, finalmente, valorará las formas y las motivaciones con las que se realizó el testimonio del mártir, para establecer su validez con vistas a la canonización.
La teología fundamental estudia el martirio dentro de la dimensión apologética, para mostrar que es el lenguaje expresivo de la revelación y el signo creíble del amor trinitario de Dios. Mediante el testimonio de los mártires se muestra que todavía hoy, la revelación tiene su fuerza de provocación respecto a nuestros contemporáneos, bien para permitir la opción de la fe, bien para vivirla de forma coherente y significativa.

a) El martirio como lenguaje. Querámoslo o no, el término mártir trae a la mente del que lo pronuncia -o del que lo escucha- una realidad definida. Como todos los términos del lenguaje humano, también éste está sometido al análisis lingüístico, que busca ante todo su sensatez, y por tanto su verdad o no-verdad, en la experiencia cotidiana. En cuanto lenguaje humano, revela la dimensión más personal del sujeto, que ve realizada de esta manera tanto su capacidad para poseer la realidad que experimenta y que lleva a cabo como la autocomprensión de sí como sujeto creativo.

Una forma peculiar de lenguaje humano es la que se realiza a través del lenguaje del testimonio. Su hermenéutica permite recuperar algunos datos que ofrecen una visión más orgánica y significativa del martirio.

El testimonio va unido intuitivamente al ámbito "jurídico" de la experiencia humana; en efecto, se comprende como un acto mediante el cual se refiere lo que ha sido objeto de conocimiento personal. Sin embargo, esta dimensión es sólo la primera forma de nuestro conocimiento; efectivamente, el testimonio revela, en un análisis más profundo, ciertas características que llegan hasta la esfera más personal del sujeto.

Todo testimonio encierra al menos dos elementos: en primer lugar, el acto de comunicar; luego, el contenido que se expresa. Esta forma de comunicación necesita inevitablemente la presencia de un receptor que acoja el testimonio. Esto permite afirmar que el testimonio es una relación interpersonal que se crea entre dos sujetos en virtud de un contenido que se comunica. La calidad de la relación que se forma pertenece a la esfera más profunda de la relación interpersonal, en cuanto que, sobre la base del contenido expresado, los dos se arriesgan en la confianza mutua y en la credibilidad de su propio ser. En efecto, el testigo, en proporción con la fidelidad con que expresa el contenido de su propia experiencia, revela la veracidad o no veracidad de su propio ser; por otra parte, el que recibe este testimonio, al valorar el grado de fiabilidad de lo que se le comunica, arriesga su propia confianza en el otro. De todas formas, en ambos sujetos se pone de manifiesto la voluntad de participar una parte de su propia vida y de salir de sí mismo con vistas a la comunicación.


Así pues, en esta perspectiva, el testimonio no puede reducirse a una simple narración de hechos; se convierte más bien en un compromiso concreto, con el que se quiere comunicar y expresar, si fuera necesario con la propia muerte, la verdad de lo que se está diciendo, insistiendo en la verdad de la propia persona. Con el testimonio, cada uno dispone de sí mismo con aquella libertad original que le permite verificarse como sujeto verdadero y coherente; en una palabra, el testimonio representa uno de los rasgos constitutivos del lenguaje humano.

El martirio se comprendió siempre como la forma de testimonio supremo que daba el creyente con vistas a la verdad de su fe en el Señor. Las Actas de los mártires confirman explícitamente que el martirio se comprendía como aquel testimonio definitivo que, comenzado ante el juez, se concluía luego con la aceptación de la muerte.

b) El martirio como signo. Los ejemplos que nos refieren las Actas de los mártires muestran de forma clara que el testimonio del mártir fue leído como signo de la presencia de Dios en la comunidad. La misma Trinidad revelaba en la muerte del mártir la expresión última de su naturaleza: el amor que llega hasta el don completo de sí mismo. La Iglesia ha comprendido siempre el valor de este testimonio y lo ha interpretado como el signo permanente del amor fiel e inmutable de Dios que, en la muerte de Jesús, había alcanzado su expresión culminante.

El signo, con sus cualidades de mediación y de comunicación, tiene la característica de crear un consenso en torno a su significado y de provocar al interlocutor para que tome una decisión. Las notas esenciales de signo se verifican también plenamente en el martirio. En torno al mártir resulta fácil ver realizado el consenso unánime sobre su fuerza de ánimo y su coherencia; el contenido de su gesto se convierte en posibilidad, para todo el que lo desee, de pasar al significado expresado en aquella muerte: el amor mismo de Dios.

La fuerza provocativa que dimana del martirio y que mueve a reflexionar sobre el sentido de la existencia y sobre el significado esencial que hay que dar a la vida es tan evidente que no se necesita ninguna demostración para convencer de ella. La decisión de llegar a una opción coherente y definitiva encuentra aquí su espacio vital. La historia de los mártires manifiesta con toda lucidez que la muerte de cada uno de ellos, si por una parte dejaba atónitos a los espectadores, por otra sacudía hasta tal punto su conciencia personal que se abrían a la conversión y a la fe: sangre de los mártires, semilla de cristianos.

La reflexión teológico fundamental encuentra en el martirio una de las expresiones más cualificadas para proponer auténticamente, aun hoy día, la credibilidad de la revelación cristiana.

La perspectiva apologética preconciliar se limitaba normalmente al estudio del martirio dentro de la esfera de una casuística para el descubrimiento de las virtudes heroicas que atestiguaban los mártires en favor de la verdad de la fe. Superando esta lectura, es posible ver el martirio relacionado más bien con las perennes cuestiones del hombre, y, por tanto, adecuado para ser signo que ilumina a quienes se ponen a buscar un sentido a su existencia.


Hay tres cuestiones que parecen afectar continuamente a la persona humana:

La verdad de su propia vida personal,
La libertad ante la muerte y
La decisión para la eternidad.

Por lo que se refiere al primer momento, la verdad de la propia vida personal, se puede observar que, desde los primeros tiempos de la Iglesia, el martirio fue interpretado como uno de los gestos más coherentes que el hombre podía realizar. El creyente que había acogido la fe veía realizada en la muerte del mártir la coherencia más profunda entre la profesión de la fe y la vida cotidiana. Un análisis de los informes procesales de los mártires nos hace descubrir que el mártir concebía el camino del martirio como el sendero que tenía que seguir para ver finalmente realizada su propia identidad de cristiano y para sentirse completo.

La verdad de la fe, que al final se convierte para el mártir en "dar la vida por los amigos" (Jn 15, 13), es una experiencia concreta de verdad sobre sí mismo; en efecto, el mártir comprende que entregar su vida en nombre de Cristo, es lo que constituye y forma la verdad de su ser. La verdad sobre su vida y la verdad del evangelio, confluyen aquí en una síntesis tan estrecha que ya no cabe la idea de concebirse fuera de la verdad acogida en la fe. De este modo el mártir se hace testigo de la verdad del evangelio, descubriendo la verdad sobre su propia vida, que carecería de sentido fuera de esa perspectiva.

Sin embargo, el martirio es en este contexto una expresión de la honestidad y de la coherencia que lleva a privilegiar y a anteponer la verdad universal sobre las propias opciones personales de vida.

En efecto, el mártir indica no solamente que cada uno puede conocer integralmente la verdad sobre su propia vida, sino más aún, que él puede dar su misma vida para convencer sobre la verdad que guía sus convicciones y sus opciones.

Por lo que se refiere al segundo momento, la libertad personal ante la muerte, hay que observar que en el martirio esta libertad resulta tan paradójica que parece contradictora: ¿cómo puede pensarse que uno es libre, si éste es precisamente el momento en que la propia vida depende de la voluntad de otro? Además de la tesis iluminadora de K. Rahner sobre este punto, hay que señalar los siguientes aspectos ulteriores:

a) La muerte constituye un acontecimiento que determina la vida de cada uno y que forma la historia personal. Se sitúa como elemento significativo para el discernimiento de la verdad sobre uno mismo y sobre todo lo que realiza; en una palabra, la muerte toca al hombre en su globalidad, es un hecho universal; nadie queda excluido.

Sin embargo, la muerte no es un simple dato biológico ante el que cada uno ve la parábola de su propia vida; es algo más, ya que precisamente en ese momento se descubre que uno no está hecho para la muerte, sino para la vida. La negativa a perderse con la desaparición física de sí mismo hace comprender cuán esencial es para la persona el enfrentamiento consciente con este acontecimiento, a pesar de que nos gustaría borrarlo de nuestra propia mente.

b) La muerte constituye también un misterio, que desborda infinitamente al hombre y ante el cual se alternan las reacciones más diversas: el miedo, la huida, la duda, la contradicción, el deseo de querer saber más, la desconfianza, la serenidad, la desesperación, el cinismo, la resignación, la lucha.

En la muerte, cada uno juega su carta definitiva, ya que se ve obligado a esa "partida de ajedrez" que ya no puede diferirse más y que al final se busca como algo necesario e improrrogable.

Por este motivo se puede afirmar que también el mártir, más aún, sobre todo el mártir, revela su libertad plena ante la muerte, precisamente cuando parece que no queda ya ningún espacio para la libertad.

En efecto, puesto ante la muerte, el mártir sabe dar el significado supremo a su vida, aceptando la muerte en nombre de la vida que le proviene de la fe. Por consiguiente, el mártir, a pesar de estar condenado a morir, escoge la muerte; para él, morir equivale a escoger libremente, entregarse a sí mismo, plena y totalmente, al amor del Padre. El mártir sabe que su aceptación de la muerte, con este significado, corresponde a liberarse a sí mismo de una vida que, fuera de ese horizonte, se quedaría sin sentido.

Finalmente, también para la última pregunta -¿qué habrá después de la muerte?- el martirio consigue ser expresión de un sentido nuevo.

En los procesos de los mártires aparece siempre la expresión "reunirse con el Señor". Así pues, en la muerte se encuentra la dimensión íntima de la capacidad personal de decisión. Aunque pueda parecer paradójico, la decisión más auténtica para el sujeto, y por tanto la más libre, es la de saber confiarse al misterio que se percibe. El hombre es misterio, pero comprende dentro de sí la presencia de un misterio mayor que lo abraza sin destruirlo. Fuera de este horizonte uno se convertiría en enigma insoluble; por el contrario, dentro de él se encuentra la clave para poder autocomprenderse.

El martirio, en cuanto signo del amor, es también signo de aquel que en el amor acoge el misterio del otro. En este punto ya no existen más preguntas, sino sólo la certeza de ser amado y acogido por Él. La fuerza del mártir tiene que encontrarse en la conciencia de que, puesto que Cristo ha vencido a la muerte, también el que se confía a él reinará para siempre. La palma del mártir se convierte en el signo perenne de la victoria que va más allá de la derrota de la muerte.

Estos elementos que hemos descrito permiten ver el martirio como un signo importante para la búsqueda del sentido y para la credibilidad de la revelación. La muerte del mártir se convierte en signo de la naturaleza del morir cristiano: asunción de la muerte misma de Cristo en la vida, acto supremo de la libertad que introduce en el amor del Padre.

El mártir, en definitiva, es aquel que da a la muerte un rostro humano; paradójicamente, expresa la belleza de la muerte. Yendo a su encuentro, él la ve ciertamente como un momento dramático, aunque no trágico, de su existir, y sin embargo digna de ser vivida por ser expresión de su capacidad para saber amar hasta el fin.

Los manuales de teología en su definición del martirio, defenderán particularmente el motivo del odio a la fe. Teológicamente el martirio se define así: sufrimiento voluntario de la condenación a muerte, infligida por odio contra la fe o la ley divina, que se soporta firme y pacientemente y que permite la entrada inmediata en la bienaventuranza.

También el concilio ha procurado dar su propia visión teológica del martirio, en la que es fácil ver una articulación que se puede describir con estas características: en primer lugar, las premisas cristológicas, luego la inserción en el escenario eclesial, después la comprobación de la especificidad del mártir creyente y, finalmente, la parénesis, para que todos los bautizados estén dispuestos a profesar la fe incluso con la entrega de su propia vida. "Dado que Jesús, el Hijo de Dios, manifestó su amor entregando su vida por nosotros, nadie tiene mayor amor que el que entrega su vida por él y por sus hermanos (premisa cristológica). Pues bien, algunos cristianos, ya desde los primeros tiempos, fueron llamados, y seguirán siéndolo siempre, a dar este supremo testimonio de amor ante todos, especialmente ante los perseguidores (escenario eclesial). Por tanto, el martirio, en el que el discípulo se asemeja al maestro, que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma a Él en la efusión de su sangre, es estimado por la iglesia como un don eximio y la suprema prueba de amor (especificidad del martirio). Y aunque concedido a pocos, todos deben estar prestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirle por el camino de la cruz, en medio de las persecuciones que nunca faltan a la Iglesia " (LG 42; cf. también LG 511; GS 20; AG 24; DH 11.14).

Como se advierte en este texto, el Vaticano II inserta al mártir en una clara perspectiva cristocéntrica; la muerte salvífica de Jesús de Nazaret constituye el principio normativo del discernimiento del martirio cristiano. De todas formas, esta centralidad se describe con la expresión "dar la vida por los hermanos", que recuerda el texto de Jn 15, 13 y permite verificar que lo que mueve al mártir a dar su vida es el amor arquetípico y normativo de Cristo. Igualmente, el recuerdo de la dimensión eclesial no hace más que subrayar la continuidad del testimonio de amor dado por el mártir para confirmar a los hermanos en la fe. Además, cuando el texto conciliar habla de la especificidad del martirio cristiano diciendo que es un "don eximio", y por tanto una gracia y un carisma dados a quien más ama, y "la suprema prueba de amor", es decir, el testimonio definitivo del amor, tanto lo uno como lo otro es visto como algo que se da en la Iglesia y para la Iglesia, para que de este modo pueda crecer "hacia aquel que es la cabeza, Cristo. Por él, el cuerpo entero, trabado y unido por medio de todos sus ligamentos, según la actividad propia de cada miembro, crece y se desarrolla en el amor" (Ef 4,15-16; cf. 1 Cor 12-14).

Así pues, cabe pensar que con esta descripción, el Vaticano II abre el camino a una interpretación nueva y más globalizante del testimonio del mártir, con vistas a las nuevas formas de martirio a las que hoy asistimos debido a la modificación de los acontecimientos. Por tanto, es lícito pensar que con el concilio se llega a identificar el martirio con la forma del don de la vida por amor.

El texto de LG 42, anteriormente citado, no habla ni de profesión de fe ni de odio a la fe; los supone ciertamente, pero prefiere hablar de martirio como signo del amor que se abre hasta hacerse total donación de sí.

Si se subraya el amor más que la fe, se comprende que es más fácil destacar la normatividad del amor de Cristo, que está en la base del testimonio del mártir; en efecto, esta forma de amor sigue siendo creíble también entre los contemporáneos, que se ven provocados por una persona en la esfera más profunda de su ser.

Luego si el acento se pone en el amor que está en la base del testimonio del mártir, se comprende también que resulte mucho más fácil la identificación del mártir con aquel que no sólo profesa la fe, sino que la atestigua en todas las formas de justicia, que es el mínimo del amor cristiano.

Por consiguiente, el amor permite referir a la identidad del mártir su testimonio personal y su compromiso directo en el desarrollo y progreso de la humanidad; el mártir atestigua que la dignidad de la persona y sus derechos elementales, hoy universalmente reconocidos pero no respetados, son los elementos básicos para una vida humana. Si se asume este horizonte interpretativo, resulta claro que el mártir no se limita ya a unos cuantos casos esporádicos, sino que se le puede encontrar en todos aquellos lugares en los que por amor al Evangelio, se vive coherentemente hasta llegar a dar la vida, al lado de los pobres; de los marginados y de los oprimidos, defendiendo sus derechos pisoteados. Mártir, por lo tanto, no es sólo el que derrama su sangre sino que lo es también aquel que día a día da su vida por sus hermanos en el servicio del Evangelio.
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