miércoles, 28 de marzo de 2018

HACE CUÁNTO NO TE CONFIESAS?


¿Hace cuánto que no te confiesas?
Muchos creyentes sienten que el Sacramento de la Reconciliación no es para ellos y suelen explicar por qué citando alguna de estas cuatro objeciones


Por: Alejandra María Sosa Elízaga | Fuente: Siame.mx 




Cuando le haces esta pregunta a alguien, con lamentable frecuencia te responden: ‘uuuuuyyyy, ni me acuerdo’, o ‘supongo que antes de hacer mi Primera Comunión’, o peor aún: ‘nunca’.  Muchos creyentes sienten que la Confesión -es decir, el Sacramento de la Reconciliación- ‘no es para ellos’, y suelen explicar por qué citando alguna de estas cuatro objeciones que vale la pena revisar y responder:

1) No tengo pecados.- Cuando alguien afirma esto -y no es la Virgen María- cabría preguntarle qué entiende por ‘pecado’; quizá cree que pecar es hacer algo gordo como matar a alguien o robar un banco, pero no sólo es así. Pecar es decirle ‘no’ a Dios, a lo único que te pide que es amar. Jesús nos dejó sólo un mandamiento: ‘que os améis unos a otros como Yo os amo’ (Jn 15, 12) y advirtió también que el pecado no sólo abarca las obras, sino las intenciones del corazón (ver Mt 5, 21-28), así que, cada vez que piensas pestes de alguien, deseas su mal, envidias, juzgas, albergas rencor, estás pecando. También se peca de palabra: por ejemplo cuando mientes, criticas, difamas a otros; de obra: cuando haces algo por rencor, ira, egoísmo o para dañar;  y de omisión: cuando no haces un bien que podrías haber hecho. ¿Te das cuenta? ¡Es facilísimo pecar!, ¿quién no ha dicho una mentira?, ¿quién no ha sentido rencor? Dice San Juan: “Si decimos: ‘No tenemos pecado’, nos engañamos” (1Jn 1,8).

2) ¿Por qué tengo que ir a decirle mis pecados a uno que quizá es más pecador que yo?.- Por dos razones: a) Porque a quien le dices tus pecados es a Dios. El sacerdote es sólo un mediador para que tú puedas recibir el perdón de Dios, y la efectividad de este Sacramento no depende de la santidad del sacerdote. b) Porque fue Jesucristo el que instituyó el Sacramento de la Reconciliación, cuando les dio a Sus apóstoles el poder de perdonar pecados en Su nombre (ver Jn 20,22-23; Mt 16,19 y 2Cor 5,18) y para que pudieran perdonarlos ¡tenían que oírlos! y obviamente delegar este poder a sus sucesores a través de los siglos. Jesús instituyó este Sacramento para tu bien.

3) Tuve una mala experiencia y ya no quiero volverme a confesar.- ¿Nunca has tenido un incidente desagradable durante la comida? Y no por eso has dejado de comer… Es cierto que no todos los sacerdotes tienen el carisma de ser buenos confesores, pero afortunadamente son muchos los que tienen la paciencia, sabiduría y tacto que se requieren. No dejes que una mala experiencia te prive de disfrutar un Sacramento en verdad consolador. Pídele a algunos católicos que conozcas que te recomienden a un sacerdote que sepan que es buen confesor, ve con él y verás la diferencia. Date una oportunidad.

4) No necesito confesarme; le pido perdón a Dios en mi interior y basta.-El Sacramento de la Reconciliación te da muchas cosas que no puedes obtener por ti mismo: a) Decir lo que hiciste.- No es lo mismo pensar que hiciste mal y olvidarlo, que decírselo a alguien. Eso te hace reconocerlo, asumirlo y buscar cambiar (Como cuando en las juntas de Alcohólicos Anónimos alguien se levanta y dice su nombre y reconoce que es alcohólico: comienza su sanación). b) Desahogarte.- Hay cosas que has hecho que no puedes contarle a nadie. Es un alivio poderlas decir al sacerdote y saber que él no las dirá a nadie, bajo pena de excomunión. c) Recibir consejo.- Por su gracia sacerdotal, experiencia y todo lo que ha oído, un buen confesor te ilumina, te da ideas para superar tu pecado que a ti no se te hubieran ocurrido. d) Recibir el perdón de Dios.- ¡Es maravilloso que Dios condescienda a permitir que un hombre perdone lo que le hacemos a Él! Escuchar las palabras de la absolución y recibir la bendición es sentir de manera palpable que el Señor nos perdona. e) Recibir una gracia especial para superar tu pecado.- El Señor derrama sobre ti toda Su gracia y Su ternura y te da una fuerza especial para que no caigas de nuevo en aquello que te hizo caer. Es algo extraordinario que te pierdes si no te confiesas.

Cuando leemos la parábola del ‘hijo pródigo’ que Jesús nos cuenta como ejemplo del amor de Dios Padre (ver Lc 15,11ss), nos conmueve lo que sucede al joven que luego de haberse alejado y caído en lo peor vuelve a casa: es recibido por su papá que ¡lo abraza y lo besa! Siempre he pensado que afuera de los confesionarios debería haber alguien abrazando a los que salen de confesarse, para hacerlos sentir ese gozoso gesto de bienvenida del Padre celestial que está haciendo ¡fiesta! por su conversión.

La Iglesia pide que te confieses cuando menos una vez al año para asegurarse de que aunque sea cada doce meses aligeres tus cargas y te dejes apapachar por Dios, Padre amoroso que viene a tu encuentro con los brazos abiertos.  ¿Lo dejarás abrazarte o lo dejarás esperando? Tú decides…

LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS, 28 MARZO


LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS
28 marzo




Cristo era un hombre en verdad perfecto: de vida interior y de oración, al par de celo y acción; de rigurosa autoridad para consigo mismo y de gran magnanimidad para con los demás; grandeza y humildad son unificadas por Cristo en su doctrina; madurez y sabiduría, junto al don de ser refrescante y juvenil, conocedor profundo del alma humana; bondadoso hasta sobrepasar los límites que pudiéramos imaginar; con los miserables, con los pobres, con los amigos, aun con los que lo traicionan.

Yo soy discípulo de Cristo, seguidor de Cristo, apóstol de Cristo; él debe ser para mí el Jefe, el Líder, el verdadero Maestro, a quien debo escuchar, para aprender cuanto tenga que decirme.


P. Alfonso Milagro

EL EVANGELIO DE HOY MIÉRCOLES SANTO 28 MARZO 2018


Lecturas del Miércoles Santo
Miércoles, 28 de marzo de 2018




Primera lectura
Lectura del libro de Isaías (50,4-9a):

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. Tengo cerca a mi defensor, ¿quién pleiteará contra mí? Comparezcamos juntos. ¿Quién tiene algo contra mí? Que se me acerque. Mirad, el Señor me ayuda, ¿quién me condenará?

Palabra de Dios

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Salmo
Sal 68,8-10.21-22.31.33-34

R/. Señor, que me escuche tu gran bondad el día de tu favor

Por ti he aguantado afrentas, 
la vergüenza cubrió mi rostro. 
Soy un extraño para mis hermanos, 
un extranjero para los hijos de mi madre; 
porque me devora el celo de tu templo, 
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí. R/.

La afrenta me destroza el corazón, y desfallezco. 
Espero compasión, y no la hay; 
consoladores, y no los encuentro. 
En mi comida me echaron hiel, 
para mi sed me dieron vinagre. R/.

Alabaré el nombre de Dios con cantos, 
proclamaré su grandeza con acción de gracias.
Miradlo, los humildes, y alegraos, 
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón. 
Que el Señor escucha a sus pobres, 
no desprecia a sus cautivos. R/.

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Lectura del santo evangelio según san Mateo (26,14-25):

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?»
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?» 
Él contestó: «ld a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: "El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos."»
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. 
Mientras comían dijo: «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.»
Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?»
Él respondió: «El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.»
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?»
Él respondió: «Tú lo has dicho.»

Palabra del Señor

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Comentario al Evangelio del miércoles, 28 de marzo de 2018
Adrián de Prado Postigo, cmf


Queridos hermanos:

Hoy es Miércoles Santo. Un día «santo» porque en él se trasluce el misterio último de la libertad del hombre. No se trata de una libertad cualquiera: es la libertad del ser humano que ha sido hecho capaz de pronunciar su palabra y ofrecer su servicio delante de Dios.
Dios se nos ha hecho tan cercano en Jesús –somos tan libres a su lado- que a veces dejamos de ser conscientes de que dicha libertad es nuestra condición más propia. Vemos al Señor yendo y viniendo entre los hombres, lo vemos hablándolos y dejándose preguntar por ellos, tocándolos, esperándolos, corrigiéndolos, entrando en sus casas, sentándose a sus mesas. Y nos parece que su cercanía es una obviedad, algo que es así y no puede ser de otra manera: quizá a veces nos sintamos lejos del querer de Dios pero no solemos dudar de que Él tiene que estar al alcance de nuestro querer.

Sin embargo, la libertad de que gozamos no es una prerrogativa del hombre, sino un fruto de la liberalidad de Dios. Un Dios que pudo haber permanecido oculto en la esfera de su gloria, alejado de toda volubilidad humana. Pero Él nos habló y nos dio la libertad de hablarle; se entregó a nosotros y nos dio la libertad de entregarnos a Él. Lo dice Isaías, en una imagen que bien puede aplicarse al mismo Cristo: «Yo no me resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda, (...) las mejillas, (...) el rostro». En Jesús, Dios hizo posible que nos relacionásemos con él por nuestra propia voluntad, incluso hasta el extremo de poder pleitear contra él y hasta condenarle en un juicio sumarísimo.

El evangelio muestra con claridad esta libertad mayúscula de que gozamos. Tenemos, en primer lugar, una palabra libre ante Dios: «¿Soy yo acaso, Maestro?», pregunta Judas. «Tú lo has dicho», dice Jesús. Nuestra palabra tiene consistencia delante de Cristo, incluso cuando es una palabra blasfema, envenenada. Tenemos también, en segundo lugar, una misión libre ante Dios: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?», dicen los discípulos. «Id a la ciudad», dice Jesús. Nuestro servicio tiene consistencia delante de Cristo, incluso si es un servicio torpe o ingenuo. Podemos inquirir a Cristo y obedecerle, podemos hablarle y servirle... Ahora bien, nuestra palabra y ofrenda, que son libres ante Dios, acabarán corrompiéndose si no se convierten poco a poco en lo que están llamadas a ser: palabra y ofrenda libres con y para Dios.

Dejemos hoy que la libertad del hombre llegue hasta nosotros en todo su misterio, que Cristo nos diga a cada uno: «Tú lo has dicho». Y al hablarle, ¿será nuestro diálogo el culmen de la amistad o el comienzo del desencuentro?

Fraternalmente:
Adrián de Prado Postigo, cmf.

POR QUÉ RECORRER SIETE IGLESIAS EN SEMANA SANTA?


¿Por qué recorrer siete iglesias en Semana Santa?
Redacción ACI Prensa






El recorrido de las siete iglesias en la noche del Jueves Santo –que en algunos lugares se extiende a la mañana del Viernes Santo– es sin duda una de las tradiciones más comunes de la Semana Santa en toda América Latina.

Estas visitas, y la oración en cada una de ellas, simbolizan el acompañamiento de los fieles a Jesús en cada uno de sus recorridos desde la noche en que fue apresado hasta su crucifixión.

A continuación el sentido de cada uno de los 7 recorridos:

1. Primera iglesia

En la primera iglesia se recuerda el trayecto de Jesús desde el Cenáculo, en donde celebra la Última Cena con sus discípulos, hasta el huerto de Getsemaní en donde ora y suda sangre.


2. Segunda iglesia

En la segunda se medita sobre el paso desde el huerto de Getsemaní hasta la casa de Anás, donde fue interrogado por este y recibe una bofetada.

3. Tercera iglesia

En la tercera iglesia, la oración se centra en el recorrido de Jesús hasta la casa de Caifás, lugar donde recibió escupitajos, insultos y sufrió dolores durante toda la noche.

4. Cuarta iglesia

El centro de la reflexión para la cuarta iglesia es la primera comparecencia de Jesús ante Pilatos, el gobernador romano de la región. Allí Jesús fue acusado por los judíos que levantaron falsos testimonios contra él.

5. Quinta iglesia

En la quinta iglesia se acompaña al Señor en su comparecencia ante el rey Herodes, quien junto con sus guardias también lo injurian.


6. Sexta iglesia

 En la sexta iglesia se medita sobre la segunda comparecencia ante Pilatos y cuando Jesús fue coronado con espinas y condenado a muerte.

7. Séptima iglesia

En el último templo recordamos el recorrido de Cristo desde la casa de Pilato hasta el Monte Calvario llevando la cruz a cuestas, su muerte y su paso al sepulcro, de donde resucita al tercer día.

Esta meditación se hace de manera especial y más intensa durante la oración del Vía Crucis, el Viernes Santo.

MEDITACIONES DEL PAPA FRANCISCO PARA EL VÍA CRUCIS 2018


Estas son las meditaciones del Vía Crucis 2018 que presidirá el Papa Francisco
Redacción ACI Prensa





La Santa Sede dio a conocer las meditaciones del Vía Crucis que el Papa Francisco presidirá el 30 de marzo, Viernes Santo, en el Coliseo Romano, y que fueron escritas por quince jóvenes de entre 16 y 27 años.

A continuación el texto publicado por la Santa Sede:

Introducción

Los textos de las meditaciones sobre las catorce estaciones del Vía Crucis de este año han sido escritos por quince jóvenes, de una edad comprendida entre los 16 y 27 años. Las principales novedades son dos: la primera no tiene comparación con las ediciones del pasado debido a la edad de los autores: jóvenes y adolescentes (nueve de ellos son estudiantes del Liceo de Roma Pilo Albertelli); la segunda consiste en la dimensión «coral» de este trabajo, sinfonía de muchas voces con tonos y sellos diferentes. No existen «los jóvenes», sino Valerio, María, Margarita, Francisco, Clara, Greta...

Con el entusiasmo típico de su edad aceptaron el reto que les propuso el Papa en este año 2018, dedicado principalmente a las jóvenes generaciones. Lo han hecho con una metodología precisa. Se reunieron en torno a una mesa y leyeron los textos de la Pasión de Cristo según los cuatro Evangelios. Se pusieron, por lo tanto, ante la escena del Vía Crucis y la «vieron». Después de la lectura y dando el tiempo necesario, cada uno de los chicos manifestó qué detalle de la escena lo había impresionado. De este modo fue más fácil y natural asignar las distintas estaciones.

Tres palabras clave, tres verbos, marcan el desarrollo de estos textos: en primer lugar, como ya se ha mencionado, ver, después encontrar, por último rezar.

Cuando se es joven se desea ver, ver el mundo, ver todo. La escena del Viernes Santo es poderosa, incluso en su atrocidad: verla puede provocar rechazo o misericordia y, por tanto, ir al encuentro. Precisamente como hace Jesús en el Evangelio todos los días, también este día, el último. Él encuentra a Pilato, Herodes, los sacerdotes, los guardias, su Madre, el Cireneo, las mujeres de Jerusalén, los dos ladrones, sus últimos compañeros de camino. Cuando se es joven se tiene la oportunidad de encontrar a alguien cada día, y cada encuentro es nuevo, sorprendente. Se envejece cuando no se quiere ver a nadie, cuando el miedo que va aislando vence a la apertura confiada: miedo de cambiar, porque encontrar quiere decir cambiar, estar dispuestos a ponerse en camino con ojos nuevos. Finalmente, ver y encontrar empuja a rezar porque la vista y el encuentro generan misericordia, también en un mundo que parece carente de piedad y en un día como este, abandonado a la ira absurda, a la cobardía y a la pereza distraída de los hombres.

Pero si seguimos a Jesús con el corazón, también a través del misterioso camino de la cruz, entonces pueden renacer el valor y la confianza y, después de haber visto y estar abiertos al encuentro, experimentaremos la gracia de rezar juntos, y nunca más solos.




VÍA CRUCIS

Primera estación: Jesús es condenado a muerte

Por tercera vez les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré». Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío. Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad (Lc 23,22-25).

Meditación

Te veo, Jesús, delante del Gobernador, que por tres veces intenta enfrentarse a la voluntad del pueblo, y al final elige no elegir; delante de la masa de gente, que es consultada por tres veces y siempre decide contra ti. La muchedumbre, es decir, todos y ninguno. El hombre pierde su propia personalidad escondido en la masa; es una voz entre otras mil voces. Antes de negarte, se niega a sí mismo, diluyendo la propia personalidad en aquella fluctuante multitud sin rostro. Y, sin embargo, es responsable. Es el hombre quien te condena, engañado por los agitadores, por el mal que se propaga con voz mentirosa y ensordecedora.

Hoy nos horroriza esa injusticia y nos gustaría distanciarnos de ella. Pero al hacerlo, nos olvidamos de todas las veces en que también nosotros hemos decidido salvar a Barrabás en vez de a ti. Cuando nuestro oído se ensordeció a la llamada del bien, cuando hemos preferido no ver la injusticia ante nosotros.

En esa plaza abarrotada, habría sido suficiente que un corazón solo hubiera dudado, con que una sola voz se hubiera alzado contra las mil voces del mal. Recordemos esa plaza y ese error cada vez que la vida nos pone ante una elección. Dejemos que nuestros corazones duden y hagamos que nuestra voz se alce.

Oración

Te pido, Señor, que veles por nuestras decisiones:
ilumínalas con tu luz,
cultiva en nosotros la semilla de una duda.
Sólo el mal no duda nunca.
Los árboles que hunden sus raíces en la tierra,
si están regados por el mal, se marchitan,
pero tú has puesto nuestras raíces en el Cielo
y las ramas sobre la tierra para reconocerte y seguirte.
Pater noster...



Segunda estación: Jesús con la cruz a cuestas

Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,34-35).

Meditación

Te veo, Jesús, coronado de espinas, mientras tomas tu cruz. La recibes como siempre has recibido todo y a todos. Te cargan con el madero, pesado, áspero, pero tú no te rebelas, no rechazas ese instrumento de tortura injusto e innoble. Lo tomas sobre ti y comienzas a caminar llevándolo sobre los hombros. Cuántas veces me he rebelado y enfadado por los trabajos que he recibido, y que he considerado pesados e injustos. Tú no haces eso. Solo tienes algún año más que yo; hoy se diría que eres aún joven, pero eres dócil, y tomas en serio lo que la vida te ofrece, cada ocasión que se te presenta, como si quisieras llegar hasta el fondo de las cosas y descubrir que hay siempre algo más que lo que se ve, un significado escondido y sorprendente. Gracias a ti comprendo que esta es una cruz de salvación y de liberación, cruz de apoyo en el tropiezo, yugo ligero, carga que no pesa.

Del escándalo que representa la muerte del Hijo de Dios, muerte de pecador, muerte de malhechor, nace la gracia de descubrir en el dolor la resurrección, en el sufrimiento tu gloria, en la angustia tu salvación. La misma cruz, símbolo de humillación y dolor para el hombre, se manifiesta ahora, por la gracia de tu sacrificio, como una promesa: de cada muerte resurgirá una vida y en cada oscuridad resplandecerá una luz. Y podemos exclamar: «Ave, oh cruz, única esperanza».

Oración

Te ruego, Señor, que con la luz de la cruz, símbolo de nuestra fe,
aceptemos nuestros sufrimientos e, iluminados por tu amor,
abracemos nuestras cruces, que tu muerte y resurrección vuelven gloriosas.
Danos la gracia de mirar nuestras historias
y descubrir en ellas tu amor por nosotros.
Pater noster...



Tercera estación: Jesús cae por primera vez

Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado (Is 53,4).

Meditación

Te veo, Jesús, sufriendo mientras recorres el camino hacia el Calvario, cargado con nuestros pecados. Y te veo caer, con las manos y las rodillas en el suelo, lleno de dolores. ¡Con qué humildad has caído! ¡Cuánta humillación sufres ahora! Tu naturaleza de hombre verdadero se muestra claramente en este momento de tu vida. La cruz que llevas es pesada; necesitarías ayuda, pero cuando caes al suelo nadie te socorre, es más, los hombres se burlan de ti, ríen ante la imagen de un Dios que cae. Tal vez están decepcionados, quizás se hicieron una idea equivocada de ti. A veces creemos que tener fe en ti significa no caer nunca en la vida. Junto a ti caigo yo también, y conmigo mis ideas, las que tenía sobre ti: ¡Qué frágiles eran!

Te veo, Jesús, que aprietas los dientes y, completamente abandonado al amor del Padre, te levantas y retomas tu camino. Con estos primeros pasos hacia la cruz, tan vacilantes, me recuerdas, Jesús, a un niño que da sus primeros pasos en la vida y pierde el equilibrio, y cae y llora, pero luego continúa. Se confía en las manos de sus padres y no se detiene; él tiene miedo pero sigue adelante, porque el miedo deja paso a la confianza.

Con tu valentía nos enseñas que los fracasos y las caídas nunca deben parar nuestro camino y que siempre podemos elegir: rendirnos o levantarnos contigo.

Oración

Te pido, Señor, que despiertes en nosotros los jóvenes
la valentía de levantarnos después de cada caída
tal y como hiciste tú en el camino del Calvario.
Te pido que sepamos apreciar siempre
el don inmenso y precioso de la vida
y que los fracasos y las caídas
no sean nunca un motivo para despreciarla,
conscientes de que, si nos fiamos de ti,
nos levantaremos de nuevo y
encontraremos la fuerza para seguir siempre adelante.
Pater noster...



Cuarta estación: Jesús encuentra a su Madre

Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción —y a ti misma una espada te traspasará el alma—, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» (Lc 2,34-35).

Meditación

Te veo, Jesús, cuando encuentras a tu Madre. María está allí, camina por la calle llena de gente, hay muchas personas a su lado. Lo único que la distingue de los demás es que ella está allí para acompañar a su hijo. Una situación que se constata todos los días: las madres acompañan a sus hijos a la escuela o al médico o los llevan con ellas al trabajo. Pero María se distingue de las demás madres: está acompañando a su hijo a morir. Ver morir a un hijo es lo peor que se puede desear a una persona, la más antinatural; aún más atroz si el hijo, inocente, está muriendo a manos de la justicia. ¡Qué escena tan antinatural e injusta ante mis ojos! Mi madre me ha educado en el sentido de la justicia y a tener confianza en la vida, pero lo que mis ojos ven hoy no tiene nada de esto, no tiene sentido y está lleno de sufrimiento.

Te veo, María, que miras a tu pobre hijo: tiene las marcas de la flagelación en la espalda y se ve obligado a soportar el peso de la cruz, y probablemente muy pronto caerá bajo ella por el cansancio. Y tú sabías que tarde o temprano sucedería, te lo habían profetizado, pero ahora que ha acaecido todo es diferente; siempre ocurre así, no estamos preparados para la vida, para su crudeza. María, ahora estás triste, como lo estaría cualquier mujer en tu lugar, pero no estás desesperada. Tu mirada no se ha apagado, no está vacía, no caminas con la cabeza agachada. Eres luminosa también en tu tristeza, porque tienes esperanza, sabes que el viaje de tu hijo no es solo de ida, y sabes, lo sientes como solo las madres lo perciben, que pronto lo volverás a ver.

Oración

Te pido, Señor, que nos ayudes
a tener siempre presente el ejemplo de María,
que aceptó la muerte de su hijo
como un gran misterio de salvación.
Ayúdanos a vivir con la mirada orientada al bien de los otros
y a morir en la esperanza de la resurrección,
conscientes de no estar nunca solos,
ni abandonados por Dios, ni por María,
Madre buena que se preocupa siempre por sus hijos.
Pater noster...



Quinta estación: El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz

Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús (Lc 23,26).

Meditación

Te veo, Jesús, aplastado bajo el peso de la cruz. Veo que tú solo no puedes; precisamente en el momento de más dificultad, te has quedado solo, ya no están los que se decían amigos tuyos: Judas te ha traicionado, Pedro te ha renegado, los otros te han abandonado. Pero de repente sucede un encuentro imprevisto, alguien, un hombre cualquiera que tal vez te escuchó hablar pero no te siguió, ahora está aquí, a tu lado, hombro con hombro, para compartir tu yugo. Se llama Simón y es un extranjero que viene de lejos, de Cirene. Hoy, para él, es algo inesperado, que se le revela como un encuentro.

Son infinitos los encuentros y desencuentros que vivimos cada día, sobre todo para nosotros, los jóvenes, que entramos continuamente en contacto con realidades nuevas, con nuevas personas. Y en el encuentro inesperado, en lo accidental, en la sorpresa desconcertante, es donde se esconde la oportunidad para amar, para reconocer lo mejor del prójimo, aun cuando nos parezca diferente.

Jesús, algunas veces nos sentimos como tú, abandonados por los que creíamos que eran nuestros amigos, bajo un peso que nos aplasta. Pero no debemos olvidar que hay un Simón de Cirene dispuesto para cargar con nuestra cruz. No debemos olvidar que no estamos solos, y esta certeza nos dará la fuerza para hacernos cargo de la cruz del que está a nuestro lado.

Te veo, Jesús: ahora parece que sientes un poco de alivio, ahora que ya no estás solo puedes respirar por un instante. Y veo a Simón: quién sabe si ha experimentado que tu yugo es ligero, quién sabe si se da cuenta de lo que significa ese imprevisto en su vida.

Oración

Señor, te pido que cada uno de nosotros
encuentre el valor para ser como el Cireneo,
que toma la cruz y sigue tus pasos.
Que cada uno de nosotros sea tan humilde y fuerte
para cargar con la cruz de los que encontramos.
Que cuando nos sintamos solos
podamos reconocer en nuestro camino un Simón de Cirene
que se detiene y carga con nuestro peso.
Concédenos que sepamos buscar lo mejor de cada persona,
y de abrirnos a cada encuentro incluso en la diversidad.
Te pido para que todos nosotros
podamos encontrarnos inesperadamente a tu lado.
Pater noster...



Sexta estación: La Verónica enjuga el rostro de Jesús

Sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado (Is 53, 2-3).

Meditación

Te veo, Jesús, digno de compasión, casi irreconocible, tratado como el último de los hombres. Caminas con dificultad hacia tu muerte con la cara ensangrentada y desfigurada, aunque como siempre mansa y humilde, dirigida hacia lo alto. Una mujer se abre camino entre la multitud para ver de cerca tu rostro que, quizá tantas veces, había hablado a su alma y ella había amado. Lo ve sufrir y lo quiere ayudar. No la dejan pasar, son muchos, demasiados, y armados. Pero a ella esto no le importa, está determinada a llegar a ti y consigue tocarte apenas un instante, acariciarte con su velo. Su fuerza es la de la ternura. Vuestros ojos se cruzan por un instante, el rostro de uno en el rostro del otro.

Esa mujer, Verónica, de la que no sabemos nada, de la que no conocemos la historia, se gana el Paraíso con un simple gesto de caridad. Se te acerca, observa tu rostro destrozado y lo ama todavía más que antes. Verónica no se queda en las apariencias, tan importantes hoy en nuestra sociedad de la imagen, sino que ama incondicionalmente un rostro feo, descuidado, sin maquillaje e imperfecto. Ese rostro, tu rostro, Jesús, precisamente en su imperfección muestra la perfección de tu amor por nosotros.

Oración

Te pido, Jesús, que me des la fuerza
de acercarme a los demás, a cada persona,
joven o anciana, pobre o rica, querida o desconocida,
y de ver en esos rostros tu rostro.
Ayúdame a socorrer con prontitud
al prójimo, en el que tú habitas,
como la Verónica corrió hacia ti en el camino del Calvario.
Pater noster...



Séptima estación: Jesús cae por segunda vez

Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se preocupará de su estirpe? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron [...] El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento (Is 53, 8.10).

Meditación

Te veo, Jesús, caer una vez más ante mis ojos. Cayendo otra vez me demuestras que eres un hombre, un hombre auténtico. Y veo que te alzas de nuevo, más decidido que antes. No te alzas con soberbia; no hay orgullo en tu mirada, hay amor. Y al proseguir tu camino, levantándote después de cada caída, anuncias tu Resurrección, demuestras estar siempre preparado para volver a cargar sobre tus hombros ensangrentados el peso de los pecados del hombre. 

Al caer de nuevo, nos has mandado un claro mensaje de humildad, has caído en tierra, en ese humus del que hemos nacido los «humanos». Somos tierra, somos barro, somos nada en comparación contigo. Pero has querido ser como nosotros, y ahora te muestras cercano a nosotros, con nuestras mismas dificultades, las mismas debilidades, con el mismo sudor de la frente. Ahora tú, en este viernes, como nos ocurre también a nosotros, estás postrado por el dolor. Pero tienes la fuerza para seguir adelante, no tienes miedo a las dificultades que puedas encontrar, y sabes que al final del esfuerzo está el Paraíso; te levantas para dirigirte precisamente allí, para abrirnos las puertas de tu Reino. Eres un rey extraño, un rey en el polvo.

Siento un vértigo: nosotros no somos quienes para comparar nuestras dificultades y nuestras caídas con las tuyas. Las tuyas son un sacrificio, el sacrificio más grande que mis ojos y toda la historia jamás podrán ver.

Oración

Te pido, Señor, que estemos dispuestos a levantarnos de nuevo después de una caída,
que aprendamos de nuestros fracasos.
Recuérdanos que cuando nos toque equivocarnos y caer,
si estamos contigo y nos aferramos a tu mano,
podremos aprender a levantarnos.
Haz que los jóvenes llevemos a todos tu mensaje de humildad
y que las generaciones futuras abran los ojos para verte
y sepan comprender tu amor.
Enséñanos a ayudar a quien sufre y cae a nuestro lado,
a enjugar su sudor y a tender la mano para levantarlo.
Pater noster...



Octava estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén

Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?» (Lc 23,27-31).

Meditación

Te veo y te escucho, Jesús, mientras hablas con las mujeres que encuentras en tu camino hacia la muerte. A lo largo de tus jornadas has visto a muchas personas, has ido al encuentro y a hablar con todos. Ahora hablas con las mujeres de Jerusalén que te ven y lloran. También yo soy una de esas mujeres. Pero tú, Jesús, en tu amonestación usas palabras que me impresionan, son palabras concretas y directas; a primera vista, pueden parecer duras y severas porque son francas. De hecho, hoy estamos acostumbrados a un mundo de palabras ambiguas, una fría hipocresía oculta y filtra lo que realmente queremos decir; las advertencias se evitan cada vez más, se prefiere abandonar al otro a su propio destino, sin molestarse en exhortarlo por su propio bien.

En cambio tú, Jesús, hablas a las mujeres como un padre, también cuando las reprendes; tus palabras son palabras de verdad y llegan inmediatas con el único propósito de corregir, no de juzgar. Es un lenguaje diferente al nuestro, tú hablas siempre con humildad y llegas directamente al corazón.

En este encuentro, el último antes de la cruz, brota una vez más tu inmenso amor hacia los últimos y los marginados. De hecho, en aquel tiempo, las mujeres no eran consideradas dignas de ser interpeladas, mientras que tú, con tu amabilidad, eres verdaderamente revolucionario.

Oración

Te suplico, Señor, que yo,
junto con las mujeres y los hombres de este mundo,
seamos cada vez más caritativos
con los necesitados, tal como lo fuiste tú.
Danos la fuerza para ir contra corriente
y entrar en auténtica relación con los demás,
construyendo puentes y evitando cerrarnos en el egoísmo
que nos lleva a la soledad del pecado.
Pater noster...



Novena estación: Jesús cae por tercera vez

Pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. (Is 53,5-6).

Meditación

Te veo, Jesús, mientras caes por tercera vez. Has caído ya dos veces y dos veces te has levantado. No hay ya límites para el cansancio y el dolor, pareces definitivamente derrotado con esta tercera y última caída. ¡Cuántas veces en la vida de cada día nos toca caer! Caemos tantas veces que perdemos la cuenta, pero siempre esperamos que cada caída sea la última, porque se necesita la fuerza de la esperanza para hacer frente al sufrimiento. Cuando uno cae tantas veces, las fuerzas al final colapsan y las esperanzas desaparecen definitivamente.

Me imagino a tu lado, Jesús, en el camino que te conduce a la muerte. Es difícil pensar que precisamente tú eres el Hijo de Dios. Alguno ha intentado ya ayudarte, pero estás agotado, inmóvil, paralizado y da la impresión de que no podrás continuar. Pero veo que de repente te levantas, enderezas las piernas y la espalda, todo lo que es posible llevando una cruz sobre los hombros, y empiezas a caminar de nuevo. Sí, te diriges hacia la muerte, y quieres hacerlo sin ahorrarte nada. Quizás es esto el amor. Lo que entiendo es que no importa cuántas veces caigamos, siempre habrá una última, quizás la peor, la prueba más terrible en la que estamos llamados a encontrar las fuerzas para llegar al final del camino. Para Jesús, el final es la crucifixión, el absurdo de la muerte, pero revela un significado más profundo, un propósito más elevado, el de salvarnos a todos.

Oración

Te suplico, Señor, que nos des cada día
la fuerza para seguir en nuestro camino.
Que mantengamos hasta el final
la esperanza y el amor que nos has dado.
Que todos puedan hacer frente a los desafíos de la vida
con la fuerza y la fe con la que tú has vivido
los últimos momentos de tu camino
hacia la muerte en cruz.
Pater noster...



Décima estación: Jesús es despojado de las vestiduras

Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo (Jn 19,23).

Meditación

Te contemplo, Jesús, desnudo, como nunca antes te había visto. Jesús, te han quitado tus vestiduras y se las están jugando a los dados. A los ojos de estos hombres has perdido el único jirón de dignidad que te quedaba, el único objeto que poseías en este camino de sufrimiento. Al principio de los tiempos, tu Padre había hecho vestidos para los hombres, para cubrirlos de dignidad; ahora los hombres te los quitan. Te contemplo, Jesús, y veo a un joven emigrante, un cuerpo destrozado que llega a una tierra muchas veces cruel, dispuesta a quitarle sus ropas, su único bien, y venderlas, dejándolo así solo con su cruz, como la tuya, solo con su piel maltratada, como la tuya, solo con sus ojos hinchados por el dolor, como los tuyos.

Pero hay algo que los hombres a menudo olvidan sobre la dignidad: que esta se encuentra bajo tu piel, es parte de ti y siempre estará contigo, y más aún en este momento, en esta desnudez.

La misma desnudez con la que nacemos es la que la tierra nos acoge en el atardecer de la vida. De una madre a la otra. Y ahora aquí, en esta colina, está también tu madre, que de nuevo te ve desnudo.

Te veo y comprendo la grandeza y el esplendor de tu dignidad, de la dignidad de cada hombre, que nadie podrá jamás suprimir.

Oración

Te pido, Señor, que todos reconozcamos
la dignidad de nuestra naturaleza,
incluso cuando nos encontramos desnudos y solos ante los hombres.
Que sepamos ver siempre la dignidad de los demás,
y honrarla y protegerla.
Te pedimos que nos des la audacia necesaria
para conocernos a nosotros mismos por encima de lo que nos cubre;
y para aceptar la desnudez que nos pertenece
y nos recuerda nuestra pobreza,
de la que te enamoraste hasta dar la vida por nosotros.
Pater noster...



Undécima estación: Jesús es clavado en la cruz

Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,33-34).

Meditación

Te veo, Jesús, despojado de todo. Han querido castigarte a ti, inocente, clavándote en el madero de la cruz. ¿Qué hubiera hecho yo en su lugar, habría tenido el coraje de reconocer tu verdad, mi verdad? Tú has tenido la fuerza de soportar el peso de una cruz, de que no te creyeran, de ser condenado por tus palabras incómodas. Hoy no somos capaces de aceptar una crítica, como si cada palabra fuera pronunciada para herirnos.

Tú tampoco te detuviste ante la muerte, creíste profundamente en tu misión y te fiaste de tu Padre. Hoy, en el mundo de internet, estamos tan condicionados por todo lo que circula en la red que a veces dudo hasta de mis propias palabras. Pero tus palabras son distintas, son fuertes en tu debilidad. Tú nos perdonaste, no tuviste rencor, nos enseñaste a poner la otra mejilla y fuiste más allá, hasta el sacrificio total de tu propia vida.

Miro alrededor y veo ojos fijos en las pantallas del teléfono, entregados a las redes sociales para condenar cada error de los demás sin posibilidad de perdón. Hombres que, dominados por la ira, se gritan con odio por los motivos más insignificantes.

Miro tus heridas y soy consciente, ahora, de que yo no habría tenido tu fuerza. Pero estoy sentada aquí a tus pies, y me despojo yo también de toda duda, me levanto de la tierra para poder estar más cerca de ti, aunque solo sea por algunos centímetros.

Oración

Te pido, Señor, que ante el bien
tenga la disposición para reconocerlo;
que ante una injusticia tenga
la valentía de tomar las riendas de mi vida y actuar de otro modo;
que me libere de todos los miedos
que como clavos me paralizan y me alejan
de la vida que tú has esperado y preparado para nosotros.
Pater noster...



Duodécima estación: Jesús muere en la cruz

Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y, dicho esto, expiró. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios, diciendo: «Realmente, este hombre era justo» (Lc 23,44-47).

Meditación

Te veo, Jesús, y esta vez no querría verte. Estás muriendo. Era hermoso contemplarte cuando hablabas a las multitudes, pero ahora todo ha terminado. Y yo no quiero ver el final; muchas veces he desviado la mirada hacia otra parte, casi me he habituado a huir del dolor y de la muerte, me he anestesiado.

Tu grito en la cruz es fuerte, desgarrador: no estábamos preparados para tanto tormento, no lo estamos, no lo estaremos nunca. Huimos por instinto, presos del pánico, ante la muerte y el sufrimiento, los rechazamos, preferimos mirar hacia otro lado o cerrar los ojos. En cambio, tú permaneces ahí, en la cruz, nos esperas con los brazos abiertos, abriéndonos los ojos.

Es un gran misterio, Jesús: nos amas muriendo, abandonado, dando tu espíritu, cumpliendo la voluntad del Padre, retirándote. Tú permaneces en la cruz, y nada más. No te pones a explicar el misterio de la muerte, de la conclusión de todas las cosas, haces más que eso: lo atraviesas con todo tu cuerpo y tu espíritu. Un misterio grande, que sigue interrogándonos e inquietándonos; nos desafía, nos invita a abrir los ojos, a descubrir tu amor también en la muerte, es más, a partir precisamente de la muerte. Es ahí donde nos amaste: en nuestra condición más verdadera, ineludible e inevitable. Es ahí donde comprendemos, aunque todavía de modo imperfecto, tu presencia viva, auténtica. De esto, siempre, tendremos sed: de tu cercanía, de tu ser Dios con nosotros.

Oración

Te pido, Señor, que abras mis ojos,
que te vea también en los sufrimientos,
en la muerte, en el final que no es el final verdadero.
Remueve mi indiferencia con tu cruz, sacude mi apatía.
Interrógame siempre con tu misterio desconcertante,
que supera la muerte y da la vida.
Pater noster...



Decimotercera estación: Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre

Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos (Jn 19,38-40).

Meditación

Te veo, Jesús, todavía ahí, en la cruz. Un hombre de carne y hueso, con sus fragilidades, con sus miedos. ¡Cuánto has sufrido! Es una escena insoportable, tal vez justamente porque está impregnada de humanidad. Esta es la palabra clave, la cifra de tu camino, plagado de esfuerzo y sufrimiento. Precisamente esta humanidad que a menudo nos olvidamos de reconocer en ti y de buscar en nosotros mismos y en los demás, demasiado ocupados en una vida que aprieta el acelerador, ciegos y sordos ante las dificultades y los dolores de los otros.

Te veo, Jesús. Ahora no estás ya ahí, en la cruz; regresaste al lugar de donde viniste, colocado sobre el seno de la tierra, sobre el seno de tu Madre. Ahora el sufrimiento ha pasado, ha desaparecido. Esta es la hora de la piedad. En tu cuerpo sin vida se reverbera la fuerza con la que afrontaste el sufrimiento; el sentido que conseguiste darle se refleja en los ojos de quien está todavía ahí y ha permanecido a tu lado y siempre permanecerá a tu lado en el amor, dado y recibido. Se abre para ti, para nosotros, una nueva vida, la del cielo, bajo el signo de lo que resiste y no se quiebra por la muerte: el amor. Tú estás aquí, con nosotros, en cada instante, en cada paso, en cada incertidumbre, en cada oscuridad. Mientras la sombra del sepulcro se extiende sobre tu cuerpo que yace entre los brazos de tu Madre, yo te veo y tengo miedo, pero no desespero, tengo confianza que la luz, tu luz, volverá a brillar.

Oración

Te pido, Señor,
que tengamos siempre viva la esperanza y
la fe en tu amor incondicional.
Que sepamos mantener siempre viva y encendida
la mirada hacia la salvación eterna,
y que podamos encontrar descanso y paz en nuestro camino.
Pater noster...



Decimocuarta estación: Jesús es puesto en el sepulcro

Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús (Jn 19,41-42).

Meditación

No te veo ya, Jesús, ahora está oscuro. Caen sombras alargadas desde las colinas, y las lámparas del Shabbat inundan Jerusalén, fuera de las casas y en las habitaciones. Golpean las puertas del cielo, cerrado e impenetrable. ¿Para quién es tanta soledad? ¿Quién puede dormir en una noche así? Resuenan en la ciudad el llanto de los niños, los cantos de las madres, las rondas de los soldados. Muere el día, y solo tú te has dormido. ¿Duermes? ¿Y cuál es tu lecho? ¿Qué manta te oculta del mundo?

José de Arimatea ha seguido tus pasos desde lejos, y ahora sin hacer rumor te acompaña en el sueño, te quita de las miradas de los indignados y los malvados. Una sábana envuelve tu frío, seca la sangre y el sudor y las lágrimas. De la cruz desciendes, con ligereza, José te lleva sobre las espaldas, pero eres ligero: no cargas el peso de la muerte, ni del odio, ni del rencor. Duermes como cuando te envolvieron en la cálida paja y otro José te tenía en brazos. Igual que entonces no había lugar para ti, tampoco ahora tienes dónde reclinar la cabeza; pero en el Calvario, en la dura cerviz del mundo, crece ahí un jardín donde nadie ha sido sepultado aún.

¿A dónde te has ido, Jesús? ¿A dónde has descendido, si no es a lo más profundo? ¿A dónde, si no es a ese lugar todavía intacto, a la cámara más angosta? Estás atrapado en nuestros mismos lazos, en nuestra misma tristeza estás encerrado. Has caminado como nosotros sobre la tierra, y ahora, bajo tierra, como nosotros, encuentras espacio.

Querría correr lejos, pero tú estás dentro de mí; no debo salir a buscarte, porque tú llamas a mi puerta.

Oración

Te rezo a ti, Señor, que no te has manifestado en la gloria
sino en el silencio de una noche oscura.
Tú que no miras la superficie, sino que ves en lo secreto
y entras en lo más profundo,
desde lo hondo escucha nuestra voz:
que podamos, los que estamos cansados, descansar en ti,
reconocer en ti nuestro origen,
ver en el amor de tu rostro dormido
nuestra belleza perdida.
Pater noster...
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