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lunes, 4 de junio de 2018
domingo, 3 de junio de 2018
PAPA FRANCISCO SOBRE EL CORPUS DOMINI, MISTERIO DE ATRACCIÓN Y TRANSFORMACIÓN EN CRISTO
Papa Francisco sobre el Corpus Domini: Misterio de atracción y transformación en Cristo
Redacción ACI Prensa
Foto: ACI Prensa
El Papa Francisco comenzó a hablar antes de rezar el Ángelus explicando que en muchos países “se celebra la solemnidad del Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo, es decir, el Corpus Domini” y que se trata de “un misterio de atracción a Cristo”.
“La fiesta del Corpus Domini es un misterio de atracción a Cristo y de transformación en Él”, indicó.
Francisco recordó el Evangelio de la última cena y señaló que “desde ese testamento de amor, la comunidad cristiana se reúne cada domingo y cada día, entorno a la Eucaristía”.
Añadió que “cada vez que celebramos la Eucaristía, mediante este sacramento así sobrio y junto solemne, nosotros hacemos experiencia de la Nueva Alianza, que realiza en plenitud la comunión entre Dios y nosotros”.
Toda Eucaristía “mientras constituye un acto de culto público a Dios, se refiere a la vida y eventos concretos de nuestra existencia”.
“Mientras nos nutrimos del Cuerpo y Sangre de Cristo, somos asimilados a Él, recibimos en nosotros su amor, no para tenerlo para nosotros celosamente, sino para compartirlo con los demás”.
El Pontífice explicó entonces que “es una presencia que como fuego quema en nosotros las actitudes egoístas, nos purifica de la tendencia de dar solo cuando hemos recibido, y enciende el deseo de hacer también en nosotros, en unión con Jesús, pan partido y sangre derramada por los hermanos”.
“Es escuela de amor concreto, paciente y sacrificado, como Jesús en la cruz”, que “nos enseña a ser más acogedores y disponibles hacia cuantos están en búsqueda de comprensión, de ayuda, de que les animen, y son marginados y están solos”.
“La presencia de Jesús vivo en la Eucaristía es como una puerta, una puerta abierta entre el templo y el camino, entre la fe y la historia, entre la ciudad de Dios y la ciudad del hombre”.
Sobre las procesiones que se realizan en muchos países, afirmó que “constituyen un signo elocuente del hecho de que Jesús, muerto y resucitado, continúa recorriendo los caminos del mundo, se une a nosotros y guía nuestro camino: alimenta la fe, la esperanza y el amor; reconforta en las pruebas, sostiene el compromiso por la justicia y la paz”.
El Papa recordó que él mismo presidiría una procesión en la localidad de Ostia, a las afueras de Roma, “como hizo el beato Pablo VI hace 50 años”.
PAPA FRANCISCO: LA EUCARISTÍA CORAZÓN DE LA IGLESIA QUE SACIA MÁS QUE NADA
La Eucaristía corazón de la Iglesia que sacia más que nada, dice el Papa en Corpus Christi
Redacción ACI Prensa
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa.
La localidad de Ostia, a las afueras de Roma y situada junto al mar, fue el lugar donde el Papa Francisco celebró este año la Solemnidad del Corpus Christi, y habló de la eucaristía como el corazón de la Iglesia, que es el único que sacia verdaderamente.
Francisco dijo que “la Eucaristía es el corazón palpitante de la Iglesia, la genera y regenera, la reúne y le da fuerzas”.
En la Misa que presidió en la parroquia de Santa Mónica, antes de la procesión por las calles, el Papa habló del Evangelio de la Última Cena y expresó que “Jesús prepara para nosotros y nos pide también nos preparemos”.
“Prepara un lugar y una comida. Un lugar, mucho más digno que la ‘gran sala arreglada’ del Evangelio. Es nuestra casa espaciosa aquí abajo, la Iglesia, donde hay y debe haber puesto para todos”.
Pero “nos ha reservado también un lugar arriba, en el paraíso, para estar junto a Él y entre nosotros para siempre”. Unos dones “que nos sirven para vivir”, añadió.
“Pero la Eucaristía nos prepara también un puesto arriba, en la eternidad, porque es el Pan del cielo. Viene de allí, es la única materia en esta tierra que sabe realmente a eternidad”.
“Es el pan del futuro, que ya nos hace pregustar un futuro infinitamente más grande que cualquier otra expectativa mejor. Es el pan que sacia nuestros deseos más grandes y alimenta nuestros sueños más hermosos. Es, en una palabra, la prenda de la vida eterna: no solo una promesa, sino una prenda, es decir, un anticipo concreto de lo que nos será dado”, explicó.
Francisco dijo que “en la vida necesitamos alimentarnos continuamente, y no solo de comida, sino también de proyectos y afectos, deseos y esperanzas”. “Tenemos hambre de ser amados. Pero los elogios más agradables, los regalos más bonitos y las tecnologías más avanzadas no bastan, jamás nos sacian del todo. La Eucaristía es un alimento sencillo, como el pan, pero es el único que sacia, porque no hay amor más grande”.
En la homilía que pronunció, también denunció que existen personas que “carecen de un lugar digno para vivir y del alimento para comer”. “Todos conocemos a personas solas, que sufren y que están necesitadas: son sagrarios abandonados. Nosotros, que recibimos de Jesús comida y alojamiento, estamos aquí para preparar un lugar y un alimento a estos hermanos más débiles”.
“La Eucaristía en la vida se traduce pasando del yo al tú”, destacó, para pedir a continuación que sean derribados “los muros de la indiferencia y del silencio cómplice, arrancadas las rejas de los abusos y las intimidaciones, abiertas las vías de la justicia, del decoro y la legalidad”.
DIOS ESTÁ AQUÍ
¡Dios está aquí!
En Jueves Santo, el Señor, nos dejó la Eucaristía. Lo hizo de una forma privada, desconcertante (postrándose) memorial de su pasión, muerte y resurrección para sus amigos. ¿Lo recordamos?
Hoy, y pasado este tiempo de Pascua, la festividad del Corpus Christi nos exige un paso más: hay que pasar del aspecto privado, a la fe pública y activa. Hoy, al paso del Señor, somos nosotros quienes nos arrodillamos porque, entre otras cosas, vemos que la fuente del amor y de la alegría, de la esperanza y del amor, del perdón y del futuro, fluye en uno de los días más grandes de nuestro calendario cristiano. ¡Dios está aquí!
En el Corpus, la presencia del Señor, se dilata. No se conforma con recibirnos, cómodamente, en el interior de una iglesia. Ahora, el Señor, nos dice: si creéis de verdad en mí, dad también testimonio de mí y conmigo.
Hoy, más que nunca, nuestras calles son testigos de cientos y miles de manifestaciones de todo tipo. ¿Es la procesión del Corpus una manifestación pública de nuestra fe? ¿Somos conscientes del gran don, del gran milagro, de la gran presencia divina que sale fuera del templo en medio de una lluvia de pétalos, en custodias sencillas o artísticas, incienso y música?
El Señor, más que custodias, nos necesita a nosotros. Custodias, pero de carne y de hueso; para amar y para ayudar; para levantar y dignificar tantas situaciones que, injustamente, emergen a nuestro encuentro.
El Señor quiere que, nosotros, seamos las más valiosas y auténticas custodias de su amor allá donde nos encontremos. No podemos conformarnos acompañar a Jesús, en el día del Corpus, y a continuación, encerrarle –sin más trascendencia– en la conciencia de cada uno.
Este año, la festividad del Corpus, nos debe de interpelar: ¿Qué hago yo por el Señor? ¿Manifiesto públicamente mis convicciones religiosas? ¿Son mis acciones y mis palabras destellos de que Dios vive en mí? ¿Soy custodia, que cuando se contempla, infunde caridad, cercanía, compromiso, justicia, paz, etc.?
Necesitamos al Señor en nuestro mundo. La vida del hombre, no por estar blanqueada con el poderoso caballero “don dinero” es totalmente feliz. Hay muchas personas que necesitan que, el Señor, las toque para que las sane; otras tantas que les mire, porque están sedientas de amor; otras más que –hambrientas o pobres– esperan la mano tendida de los cristianos.
Sí. ¡Necesitamos el Cuerpo del Señor por nuestras calles y plazas! Pero, su Cuerpo, necesita manos, voz y pies. Manos que indiquen el camino verdadero a los hombres y mujeres de nuestro tiempo; voz que sea voz de los que no tienen voz, de la verdad frente a la mentira, del reino de Dios frente a un mundo que se endiosa; de pies que acompañen a los que se cansan de creer, de esperar y hasta de vivir.
¡Sí! ¡Necesitamos el Corpus Christi por nuestras calles y plazas! Para que, por un momento, todas ellas se conviertan en gigantescos altares; para que, por unas horas, pueblos y ciudades tengan aspecto de cielo; para que, por un instante, el amor venza al odio, la alegría a la tristeza y la valentía del cristiano a su tímido afán evangelizador.
Uno, cuando participa de un banquete suculento, enseguida lo pregona. La festividad del Corpus Christi denota la fortaleza o la debilidad de la Eucaristía en muchos cristianos. Si, de verdad, creyésemos que Cristo camina bajo palio, nos daríamos de golpes por participar en el cortejo; dejaríamos la agenda libre de todo compromiso; nos pondríamos el mejor traje de fiesta, ante el paso de tan buen amigo.
Recuperemos el gusto por la Eucaristía y, a continuación, brillará con esplendor una de las manifestaciones que más ha calado, y lo sigue haciendo, en nuestra vida católica. ¡Te necesitamos, y en la calle, también, Señor!
© Padre Javier Leoz
LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS, 3 JUNIO
LOS CINCO MINUTOS DE JESÚS
3 junio
No olvides que el sentido de la Comunión no es el santificar los momentos que pasas en el templo.
Lo esencial no es el sitio donde comes, sino donde vives; serás en consecuencia, buen cristiano, si no te contentas con comer a Cristo, sino que lo vives. Lo comes, para vivirlo.
P. Alfonso Milagro
NARDOS AL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS, 3 JUNIO
Nardo del 3 de Junio:
¡Oh Sagrado Corazón, refugio del Niño Dios!
Meditación: En una Doncella latía un Pequeño que renovaría la tierra vacía, ya que en ella sembraría semillas para llenarla de Vida. Aquel pequeño Corazón era el Sol que con Su calor nos enseñaría lo que es el Amor, con Su Luz a no perdernos en la oscuridad, con Su Omnipotencia a aumentar nuestra Fe, con Su silencio el valor de hacernos pequeños y con Su Presencia la Única Senda, pues El es el Rey.
Jaculatoria: ¡Enamorándome de Ti, mi Amado Jesús!
¡Oh Amadísimo, Oh Piadosísimo Sagrado Corazón de Jesús!, dame Tu Luz, enciende en mí el ardor del Amor, que sos Vos, y haz que cada Latido sea guardado en el Sagrario, para que yo pueda rescatarlo al buscarlo en el Pan Sagrado, y de este modo vivas en mí y te pueda decir siempre si. Amén.
Florecilla: Comulguemos pidiéndole al Señor tener un corazón pequeño, y que sea El nuestro único sustento.
EL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 3 JUNIO 2018, CORPUS CHRISTI
Lecturas del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Domingo, 3 de junio de 2018
Primera lectura
Lectura del libro de Éxodo (24,3-8):
En aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una: «Haremos todo lo que dice el Señor.»
Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos, y vacas como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre, y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después, tomó el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió: «Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos.»
Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: «Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos.»
Palabra de Dios
Salmo
Sal 115
R/. Alzaré la copa de la salvación,
invocando el nombre del Señor
¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre. R/.
Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas. R/.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo. R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta a los Hebreos (9,11-15):
Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su tabernáculo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado. No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna. Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas de una becerra tienen poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo. Por esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.
Palabra de Dios
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Marcos
(14,12-16.22-26):
El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?»
Él envió a dos discípulos, diciéndoles: «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?" Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.»
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo.» Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: «Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.»
Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.
Palabra del Señor
Comentario al Evangelio del domingo, 3 de junio de 2018
Fernando Torres cmf
La Eucaristía, signo de la Nueva Alianza
Desde el primer momento, los discípulos de Jesús comprendieron que las comidas que habían celebrado con Jesús no habían sido simples comidas. Habían sido algo más. Especialmente, la última cena que Jesús había celebrado con ellos tuvo un significado especial. No sólo porque fue un momento de despedida. Además, Jesús, al repartir el pan y el vino entre los discípulos, había hecho, de aquel compartir, el signo de su sangre y de su cuerpo. Y les dijo que la entrega de su vida, que iba a ser una realidad poco después, sería el signo de la Nueva Alianza que Dios iba a hacer con la humanidad. Aquella entrega se simbolizaba en la entrega del pan y el vino a todos los comensales.
Los discípulos ya habían oído hablar de la alianza entre Dios y su pueblo. Abrahán había sido el primero. Luego, Moisés y el pueblo rescatado de la esclavitud. Pero todas aquellas alianzas habían sido rotas por la infidelidad del pueblo. Ahora oían hablar a Jesús de una Nueva Alianza que se firmaría sobre la sangre de Jesús. Y se dieron cuenta de que aquella última cena con Jesús era un momento clave en la vida de Jesús y en las suyas. Aquella cena era importante para toda la humanidad. Por eso, cuando después de la resurrección de Jesús se volvieron a reunir, celebraron una cena parecida a aquella. Recordaron la presencia de Jesús y repitieron sus palabras cuando repartieron entre todos el pan y el vino. Aquel pan y aquel vino se hicieron signo de la presencia real de Jesús entre ellos. Aquel pan y aquel vino fueron y siguen siendo signo de la Nueva Alianza, la alianza del amor y de la fidelidad de Dios que va siempre más allá de nuestra infidelidades, limitaciones y pecados.
Hoy, los cristianos, seguimos celebrando aquella cena. La llamamos Misa o Eucaristía. En ella recordamos a Jesús y repetimos sus palabras sobre el pan y el vino que se convierten en signo vivo de su presencia entre nosotros y en señal de la Alianza, del amor de Dios para nosotros. En la Misa nos juntamos personas de diversas procedencias y, en el nombre del Señor Jesús, descubrimos que Dios nos hace hermanos a todos, que nos invita a vivir en amor y justicia, que nos invita a hacer la paz entre nosotros y a trabajar por la paz en el mundo. Escuchamos la Palabra de Dios y, al comulgar el pan y el vino, recibimos en nuestro corazón la presencia viva de Jesús que nos anima a comprometernos para hacer de este mundo una única cena donde todos nos encontremos como hermanos y nadie se sienta excluido, porque todos somos hijos. En la Misa rezamos juntos el Padrenuestro, la oración que Jesús nos regaló y que nos hace darnos cuenta de que Dios es padre de todos. Y damos gracias porque en Jesús Dios nos ha liberado de la muerte y del pecado.
Para la reflexión
¿Qué significa para mí la celebración de la Misa cada domingo? ¿Es una ocasión gozosa para encontrarse con los hermanos? ¿O procuro escaparme de ella porque es un rito aburrido y sin sentido? ¿Cómo la viviría si me diese cuenta de que Jesús está con nosotros?
sábado, 2 de junio de 2018
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