María es nuestra Madre, la
causa de nuestra alegría. Por ser Madre, yo jamás he tenido dificultad
alguna en hablar con María y en sentirme muy cercana a Ella.
Madre Teresa
de Calcuta
Autor: Francisco Sunderland | Fuente: Catholic.net Volverán a encontrarse con el Padre | |
Juan 14, 6-14. Fiesta de Felipe y Santiago Apóstoles. Jesús es la vida que da la paz, la alegría y la fuerza que tanto deseamos. | |
En aquel tiempo dijo Jesús a Tomás: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto. Le dice Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Le dice Jesús: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Al menos, creedlo por las obras. En verdad, en verdad os digo: el que crea en mí, hará él también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me pedís algo en mi nombre, yo lo haré. Oración introductoria Ven, Espíritu Santo, inspira este momento de oración, para descubrir o confirmar el camino, la verdad y el estilo de vida que me propone Cristo Resucitado y pueda vivir así, en plenitud, la voluntad de Dios. Petición Concédeme, Padre Bueno, vivir ese amor unitivo con Cristo, que Tú concedes a quienes te lo piden. Meditación del Papa El cristianismo, religión del Logos, no relega la fe al ámbito de lo irracional, sino que atribuye el origen y el sentido de la realidad a la Razón creadora, que en el Dios crucificado se manifestó como amor y que invita a recorrer el camino del quaerere Deum: "Yo soy el camino, la verdad y la vida". Comenta aquí santo Tomás de Aquino: "El punto de llegada de este camino es el fin del deseo humano. Ahora bien, el hombre desea principalmente dos cosas: en primer lugar el conocimiento de la verdad que es propio de su naturaleza. En segundo lugar, la permanencia en el ser, propiedad común a todas las cosas. En Cristo se encuentran ambos... Así pues, si buscas por dónde pasar, acoge a Cristo porque él es el camino". El Evangelio de la vida ilumina, por tanto, el camino arduo del hombre, y ante la tentación de la autonomía absoluta, recuerda que "la vida del hombre proviene de Dios, es su don, su imagen e impronta, participación de su soplo vital". Y es precisamente recorriendo la senda de la fe como el hombre se hace capaz de descubrir incluso en las realidades de sufrimiento y de muerte, que atraviesan su existencia, una posibilidad auténtica de bien y de vida. (Benedicto XVI, 3 de mayo de 2012).. Reflexión Toda la vida de Jesús gira en torno a su Padre. Se puede decir que está realmente enamorado de Él. Busca complacerlo en todo y hacer de su voluntad la primera prioridad de su vida. "Señor, enséñanos al Padre y eso nos bastará". ¿Por qué pide esto Felipe que es el mismo discípulo que dijo a Jesús "enséñanos a orar?" Tal vez sea porque ve a Jesús tan alegre en su quehacer cotidiano de frente al Padre, porque ve que el estar con el Padre le da tanta energía y entusiasmo. Tal vez sea porque él mismo quisiera experimentar esa felicidad que ve Jesús cuando está con el Padre. Jesús responde que el secreto de su gozo, es decir, estar con el Padre, no es tan oculto como parece. La clave está en estar con Jesús que siempre está cercano a nosotros, dispuesto a venir cuando lo llamemos. Propósito Al final del Evangelio dice Jesús que aquello que pidamos en su nombre lo concederá. Que la primera petición sea justamente esa: Jesús, quiero estar contigo, permíteme conocerte más. Diálogo con Cristo Jesús, eres camino, camino al Padre. Jesús eres verdad, verdad de que podemos conocer a Dios y amarlo. Jesús eres vida, vida que da la paz, la alegría y la fuerza que tanto deseamos como Felipe. Conoce más acerca de la Fiesta de Felipe y Santiago Apóstoles |
Autor: P Juan Ferrán LC | Fuente: Catholic.net Felipe, el que se fió de Cristo | |
No le pide explicaciones; no le pregunta qué significa aquello de seguirle, no le pide tiempo para pensárselo. | |
Vamos a contemplar en la figura de Felipe especialmente un aspecto que se repite a lo largo de su contacto con el Maestro varias veces: Felipe es un hombre que se fía de Cristo. En los Evangelios la confianza en Dios se convierte desde el principio, tanto en una condición para seguir a Cristo como en una necesidad de cara a los milagros que Jesús hace. Con la fe se puede todo: se echan demonios, se devuelve la vista a los ciegos o la salud a los leprosos, se trasladan montes o árboles. Es impensable la relación con Cristo de los Apóstoles y de los Discípulos sin fe. Incluso podemos afirmar que la traición de Judas se empezó a gestar por culpa de su falta de fe en Jesús. El mismo Jesús enseña que sin fe no se puede agradar a Dios. Así en las diatribas a los fariseos les acusa de descuidar la fe (Mt 23,23). Pone la fe como condición para no perecer (Jn 3,16). La fe es también el camino seguro hacia la vida eterna (Jn 6,35-40). Y proclama dichosos a quienes sin ver crean (Jn 20, 24-29). Para un cristiano la esencia de la confianza en Dios es contemplar en Jesucristo al Mesías, al Esperado de las Naciones, al Hijo de Dios que viene a salvarnos, que viene a guiarnos, que viene a enseñarnos, convirtiéndose así en "camino, verdad y vida". En esta confianza en Dios entra también la Iglesia, divina y humana, instrumento de salvación y certeza de los bienes futuros. Y entra también la Persona del Papa, Vicario de Cristo, Maestro de nuestra fe y Pastor de nuestros corazones. Fiarse de Dios es, pues, entregarse a Dios sin condiciones, sin exigencias, sin reticencias, en la certeza de que él es lo mejor que tenemos, El único que no nos puede fallar, la Verdad que nos puede guiar en la confusión de la vida. Fiarse de Dios es poner a su servicio nuestra inteligencia y nuestra libertad sin pedirle pruebas. Fiarse de Dios es creer de veras en el que tanto nos ama. En la vida de Felipe hay varios momentos en los que tiene que vivir la confianza a tope, es decir, fiarse de Cristo. A todo Apóstol, llamado por Cristo, se le exige de una forma radical fiarse de su Maestro. Es verdad que Cristo realizó grandes signos ante sus Apóstoles, como echar demonios, resucitar muertos, devolver la vista a los ciegos o la salud a los leprosos, pero indudablemente la confianza en él estaba más allá de estas cosas, porque la confianza no es asombro, sino entrega incondicional. Se puede en la vida admirar, pero no amar. Se puede en la vida asombrarse ante un gesto de alguien, pero ello no significa decisión de seguirlo. Se pude en la vida quedarse anonadado ante un líder, pero ello no lleva a dar la vida por él sin más. Vamos a recorrer esos momentos en que Felipe se fía de Cristo. Sígueme (Jn 1,43). Es una de las pocas veces que Cristo, en el momento de llamar a sus Apóstoles, se dirige a uno de ellos con esta palabra. Nada sabíamos hasta ese momento de Felipe: ¿Quién era? ¿Quién le había acercado a Cristo? ¿Qué sabía él de Cristo? El caso es que Felipe escucha aquella invitación y a continuación él mismo acerca a Natanael a Cristo anunciándole que él es el Mesías de quien había hablado Moisés. En el comportamiento de Felipe percibimos e intuimos que se fía plenamente de Cristo. No le pide explicaciones; no le pregunta qué significa aquello de seguirle, no le pide tiempo para pensárselo. Simplemente la personalidad de Cristo le cautiva de tal manera que él se entrega sin más. Allí comienza una vida de fidelidad, con sus altibajos, hasta ese momento culminante en que da la vida por el Maestro. ¿Dónde nos procuraremos panes para que coman éstos? (Jn 6,5-7). Nos encontramos ante una escena bellísima. Cristo se da cuenta de que le estaba siguiendo mucha gente y quiere ayudarles, no sólo espiritualmente, sino también materialmente. Se dirige a Felipe sin más y le hace la pregunta citada. El Evangelio dice intencionadamente que lo hace para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. El bueno de Felipe le hace un cálculo humano correcto: Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco. Después viene el milagro. Detengámonos un momento realmente en lo que Cristo pretende con Felipe al hacerle aquella pregunta. Jesús quiere fortalecer la confianza absoluta de Felipe y por ello, a través de aquel milagro, le va a enseñar que él se debe fiar siempre de su Maestro, aunque las dificultades parezcan insalvables. Sin duda, tras el milagro, Felipe se dio cuenta de que en toda ocasión y circunstancia había que fiarse de Jesús. Así la fe de Felipe en Jesús maduró un poco más. Señor, muéstranos al Padre y nos basta (Jn 14,8-9). Es como un arrebato de Felipe que escucha emocionado las tiernas palabras de Cristo sobre el Padre. Y Cristo le responde: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Otra vez una invitación a la confianza plena. Es como si le dijera: "Cree en todo lo que te digo y enseño". El misterio de Dios sólo puede entrar en la mente humana a través de la fe, y por eso Cristo le está pidiendo que crea en las verdades que enseña agarrándose de la fe. Ese va a ser el medio con el que Felipe va a contar para recorrer el difícil camino de la vida, especialmente cuando muy pronto vaya a vivir el drama de la pasión y su fe se achique ante la muerte del Maestro. Para nosotros cristianos, seguidores de Cristo, que arrastramos ya una historia de la Iglesia en la que se ha visto tan claramente la mano de Dios, es imperdonable el no fiarnos de Dios. Es realmente maravilloso el constatar cómo las puertas del mal no han prevalecido contra la Iglesia de Cristo. Y es que al cristiano de hoy le siguen alentando aquellas palabras de Jesús: Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28,20). Ante esta realidad, vamos a reflexionar qué implica para nosotros, hombres, este fiarnos de Cristo y las dificultades que encontramos a veces para ello. Fiarnos de Dios para nosotros es, ante todo, doblegar nuestra mente con la humildad ante el que nos supera plenamente. Los hombres de hoy le damos excesiva importancia a nuestra razón. Exigimos que la razón sea la norma de la verdad. No somos conscientes de cómo nuestra razón puede estar tocada por el subjetivismo o el relativismo. Al vivir en un mundo tremendamente pragmático y empírico queremos que todo pase por la razón, incluso Dios. No somos conscientes de que Dios nos supera absolutamente y que, por tanto, no puede caber su infinitud en nuestra finitud. Sería como querer meter el mar en una pequeña charca. Por eso, una de las realidades que en la vida cotidiana embellece más a la razón es reconocer su propia pequeñez y sus limitaciones. Precisamente en la fe puede encontrar la razón las certezas, las seguridades, el conocimiento que por sí misma no puede alcanzar. La humildad de la razón se llama lucha contra el racionalismo, el orgullo y la vanidad; y se manifiesta en la sencillez, en la conciencia de sus propias limitaciones y en la paz del que se fía en alguien que es más grande que ella, porque la ha creado. Fiarnos de Dios para nosotros es, también, aprender a ver su amor y su presencia en las circunstancias de la vida, tanto favorables como adversas; es poner más nuestra confianza en él que en nuestros esfuerzos; es esperarlo más todo de él que de los demás. Es confiar en su Providencia que no permite que se nos caiga un pelo de la cabeza sin su consentimiento. Muchas veces los cristianos damos la impresión de que, confiando en Él, tenemos miedo a que Dios se distraiga, no se entere, no nos eche una mano. Y tendríamos que hacer ver a los demás que la confianza en Dios está muy encima de nuestras seguridades personales. Da mucha paz al corazón del hombre que lucha todos los días por sacar un hogar adelante, por educar a los hijos, por mantenerse en el camino correcto la certeza de un Dios Padre que le acompaña, que siente con él, que le protege. Esta certeza es la confianza auténtica. Fiarnos de Dios para nosotros es, finalmente, erradicar de cara al futuro esa ansiedad que nos lleva con frecuencia a olvidarnos de Dios y a poner nuestro corazón y nuestras fuerzas en objetivos que consideramos fundamentales para nuestra vida. A veces constatamos que el corazón es prisionero de la ansiedad, que vivimos desasosegados, que no tenemos tiempo para pensar en las verdades esenciales de la vida. No se trata de vivir el reto del futuro con inconciencia, sino más bien de encontrar respuestas para este futuro en el Corazón de Dios, no dejando de luchar al mismo tiempo por lo inmediato. El problema se agudiza cuando el futuro nos atormenta como si todo dependiera de uno mismo o de las circunstancias. Un cristiano no puede vivir en esa dinámica. Para algo nos fiamos de Dios, sabiendo al mismo tiempo que Dios nos apremia, nos exige, nos anima a luchar. Todo esto se podría aplicar al campo de la propia santidad, de la familia, de la vida profesional, de los retos personales. Impresiona en la vida de los Apóstoles como se lanzaron a un futuro incierto, solamente confiados en la Palabra de Aquél que los invitaba a seguirle. )¿e qué iban a vivir? ¿Y sus familias? ¿Y su futuro? ¿Y si fallaba el plan? |
Autor: María Cruz | Fuente: Catholic.net Dios envió a su Hijo para salvarnos. | |
Juan 3, 13-17. Fiesta La Santa Cruz. Gracias Señor Jesús, porque entregaste tu vida en la cruz. | |
En aquel tiempo Jesús dijo a Nicodemo: Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por Él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Oración introductoria Señor Jesús, hoy que se celebra la Santa Cruz, en algunos países, quiero agradecerte el que hayas aceptado el anonadarte a Ti mismo para venir a salvarme. Que nunca me acostumbre o sea indiferente ante tu sacrificio en la cruz. Concédeme que en esta oración pueda percibir un poco más tu amor, vivo y verdadero, para buscar, con tu gracia, corresponderte. Petición Jesucristo, dame tu gracia para cargar mi cruz con amor y paciencia, contemplándote siempre a Ti, que vas mostrándome el camino que debo seguir. Meditación del Papa Dios se ha mostrado verdaderamente, se ha hecho accesible, ha amado tanto al mundo que -nos ha dado a su hijo Unigénito, para que quien cree en Él no se pierda sino que tenga vida eterna-, y en el supremo acto de amor de la cruz, sumergiéndose en el abismo de la muerte, la ha vencido, ha resucitado y nos ha abierto también a nosotros las puertas de la eternidad. Cristo nos sostiene a través de la noche de la muerte que Él mismo ha atravesado; es el buen Pastor, bajo cuya guía nos podemos confiar sin temor, ya que Él conoce bien el camino, ha atravesado también la oscuridad. (...) Se nos invita, una vez más, a renovar con valor y con fuerza nuestra fe en la vida eterna, es más, a vivir con esta gran esperanza y a dar testimonio de ella al mundo: después del presente no está la nada. Y precisamente, la fe en la vida eterna da al cristiano el valor para amar aún más intensamente esta tierra nuestra y trabajar para construirle un futuro, para darle una esperanza verdadera y segura. Benedicto XVI, 2 de noviembre de 2011. Reflexión Hoy celebramos la fiesta de la Cruz, símbolo del cristiano. En este diálogo entre Jesús y Nicodemo se anuncia de una manera oculta el momento supremo de la vida de nuestro Salvador: la crucifixión. La cruz no es sólo un símbolo material, sino la guía de nuestra vida. Dios en su gran amor, viendo la necesidad que tenía el mundo de ser salvado, no dudó en entregar a su propio Hijo para su salvación. Las circunstancias históricas concurrieron para que la redención se realizara por medio de la cruz. A partir de este acontecimiento la cruz se ha convertido en señal de salvación para todo el que cree que Jesús es el redentor del hombre. A pesar de que Jesús se puso el primero en el padecer no nos resulta fácil asumir la realidad de la cruz y todos la esquivamos de la mejor manera posible. Pero si ser cristiano es seguir al crucificado, ¿por qué rehusamos seguir sus huellas? Sólo desde el amor se entiende esta entrega, y sólo el amor hace posible convertir en alegría las mayores angustias de la vida. Es cuestión de amor, y cuando algo nos cuesta mucho es señal de que el termómetro del amor marca baja temperatura. Propósito Participar en una hora eucarística o hacer un acto de adoración a la Santa Cruz. Diálogo con Cristo Señor Jesús, que por nuestro amor entregaste tu vida en la cruz, te pedimos acrecientes en nosotros el amor para que podamos asumir con prontitud de ánimo los sufrimientos de la vida. |
Autor: Ma. Susana Ratero | Fuente: Catholic.net Con María, y una barca que se aleja | |
Cuando sientas que las olas del dolor, de la cruz... o cualquier otra, te separe del Maestro, corre con tu corazón a los pies de María. | |
Leo el Evangelio según San Marcos (6,30-34). Lo leo, Madrecita, refugiada en tu Corazón, pues por experiencia he aprendido que es el mejor sitio para escuchar a tu Hijo, para aprender sus enseñanzas y sacar el mayor fruto en mi propia vida. Así pues, mirando tu pequeña imagen de Luján, el corazón se va a aquella casa, donde Jesús está con sus discípulos y “los que iban y venían eran muchos y no les quedaba tiempo ni para comer”… Me acompañas, dulce Madre, me tomas de la mano y me sientas muy cerquita del Maestro, para escuchar su Palabra… Cada palabra, cada mirada de Él, es bálsamo exquisito para mi alma dolorida. En un momento, al ver tanta gente, Jesús les dice a los discípulos: “Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco”. Se despide de nosotras y se aleja. - ¿Adónde va, Madre? ¿Podemos seguirle? Me tomas de la mano y me conduces a la orilla del lago, justo a tiempo para ver al Maestro y los discípulos subir a una barca y alejarse. Una honda pena me llena el alma. Jesús se aleja… se va… o lo que es peor, no puedo seguirle. Y las olas del lago marcan la distancia con acompasado canto en la orilla. - Madre ¿Qué hago ahora? - Aprende, hija, aprende. Mira las aguas ¿Qué ves? Sin comprenderte aun y sin pensar un poco más allá de lo que tengo a la vista, te digo sorprendida: - Pues… agua, Madre… el agua es… solo agua… - No si la miras con el alma, hija. Vamos, atrévete, te sorprenderás. Y de tu mano dejo a mi alma mirar con sus ojos. Y el agua ya no es agua. Las olas no son olas, sino que son… son todos mis miedos, mis olvidos, mis excusas, mis pecados. Todo lo que no me permite seguir a Jesús por donde va. Y mi alma gime en una pregunta: - Madre ¿Qué hago? ¿Cómo paso por encima de todo esto? ¿Cómo torno en puente estas aguas turbulentas? Me abrazas suavemente y me acaricias el cabello. Siente mi corazón inmensa paz. Siente mi alma que aun no se acabaron los caminos. - No es un puente el único camino para llegar, hija. Además, en la barca se van las herramientas que necesitas para construirlo. No, no puedes hacer un puente. - ¿No hay esperanza, entonces, Madre? - Siempre la hay, querida hija, siempre…Mira a tu alrededor. Allí noto que “les vieron marcharse y muchos cayeron en cuenta; y fueron allá corriendo, a pie, de todas las ciudades y llegaron antes que ellos” - ¿Rodear el lago, Madre? ¿Ir por tierra siguiendo al que va por las aguas? ¿Cómo llegaré? Es demasiado lejos… no podré, Maria, lo siento… - ¡Vaya, que pronto bajas los brazos! - Es… que conozco mis fuerzas y sé que no podré. - Bien dices, hija. Conoces “tus” fuerzas, pero ¡Te aseguro que desconoces las mías! - No te comprendo, Madre. Y estiras tu mano segura hacia la mía, vacilante. Tu mano es segura, brillante, purísima ¿Cómo negarme a tomarla? Y la aprieto con todas mis fuerzas. - ¿Lista?-me dices sonriente- Prepárate, hija mía, prepara tu alma para el milagro. Y, antes que alguna pregunta turbase tan delicado momento, comienzas a correr por la orilla. Me llevas. Siento los pies ágiles y el corazón liviano. Conoces todos los atajos, todos los secretos del camino. La gente corre a esperar a Jesús y noto que, de tu Mano, voy más rápido. Y compruebo que eres el camino más corto, perfecto, fácil y seguro para llegar a Jesucristo. Estamos a pocos metros de la barca. Jesús nos ve llegar. Tu, espléndida, yo, jadeante, asombrada, feliz… Las demás personas nos miran con asombro pues no comprenden cómo hemos llegado antes que ellos. Recupero el aliento mientras Jesús se nos acerca. Te abraza. Le hablas de mí. El Maestro me mira y se compadece. Las palabras se me han volado… no hacen falta. Él conoce bien cada dolor, cada espina de mi corazón, cada pecado cometido. El Maestro, entonces, se dispone a enseñarnos. Te sientas a mi lado, Madre, y das a mi alma el mejor de los consejos, el que repites a cada devoto tuyo: ”Haz todo lo que Él te diga” El alma se va serenando. Apoyo mi cabeza en tu hombro mientras le escucho. Cuando Jesús hace unos segundos de silencio, tú te apresuras a explicarme lo que no entendí. Ya cae la noche, el sol se ha escondido por completo en la ventana de la parroquia. Ya no estoy sentada a la orilla del lago sino en el banco… pero aún siento Tu Mano entre las mías… Al mirarlas, veo con alegría que aun sostienen el Rosario, rezado antes de Misa… Te había pedido abrazar al Maestro cuando terminase de hablar, pero temí no poder hacerlo por tanta gente que había a su alrededor. Pero recordé tus palabras: “¡Tu no conoces mis fuerzas!”. Y me diste el regalo del abrazo con Jesús. No a la orilla del lago, sino en la Eucaristía. Un abrazo de Corazón a corazón. Un abrazo lleno de palabras, de lágrimas, de caricias, de alivio para el alma. Ahora sé que muchas veces sentiré que Jesús se aleja y unas olas de dolor, de olvido y hasta de pereza intentarán separarme de Él. Sé, Madre, que entonces deberé tomar tu Mano y correr contigo, porque Tú conoces todos los caminos para llegar a Él… todos los atajos, todos los secretos. Amigo mío, amiga mía que lees este sencillo relato. Cuando sientas que las olas del dolor, del olvido, la indiferencia… o cualquier otra, te separe del Maestro, corre con tu corazón a los pies de María. Pídele te dé su Mano para seguir a Jesús. Ella es el camino más corto, fácil, seguro y perfecto para llegar al más ansiado de los destinos: El Corazón de Jesús. NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna. |
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