Fiesta de Cristo Rey
Fin del año litúrgico
• 1) Para saber
Termina el año litúrgico. La Iglesia celebró ayer en el último domingo del tiempo ordinario, como culmen de todos los misterios, a Jesucristo, Rey del Universo.
El Papa Benedicto XVI ha querido reflexionar el Salmo 109 cuyo sentido se dirige a celebrar precisamente al Mesías como un rey victorioso y glorificado a la derecha de Dios.
El Salmo inicia con una declaración solemne: “Dijo el Señor a mi Señor: 'Siéntate a mi derecha, mientras yo pongo a tus enemigos como estrado de tus pies'”. Dios mismo entroniza al Rey en la gloria, haciéndole sentar a su derecha, el cual es un signo de grandísimo honor y de absoluto privilegio. Así, el Mesías, Jesucristo, que es Dios y hombre es invitado a participar en el señorío divino, donde recibe todo honor y gloria. A este pasaje se refiere el mismo Jesús a propósito del Mesías (cfr Mt 22,41-45).
• 2) Para pensar
La gran tentación es destronar a Cristo para ponernos en su lugar y sentirnos “reyes”, incluso lo cantamos: a pesar de todo… “sigo siendo el rey”. Tal vez no lo hacemos conscientemente, pero con nuestra indiferencia a la voluntad de Dios en la práctica lo vivimos.
Por ello es bueno que se nos recuerde nuestro lugar, y Dios habla de muchas maneras. Así le sucedió a un hombre que acababa de ser elegido al Parlamento Británico.
Este hombre llevó muy orgulloso su familia a Londres. Se sintió muy importante mientras les contaba a su esposa e hijos de su nuevo empleo y los llevó a hacer un recorrido por la ciudad. Cuando entraron en la Abadía de Westminster, su hija de 8 años se quedó pasmada por el gran tamaño de la magnífica estructura.
Su orgulloso padre le preguntó: «Querida, ¿en qué estás pensando?» Ella contestó: «Papi, estaba pensando en lo grande que eres en nuestra casa, y lo pequeño que te ves aquí.»
Sin saberlo, aquella niña dijo algo que su padre necesitaba escuchar. El orgullo puede infiltrarse en nuestra vida muy fácilmente, y de vez en cuando, es bueno que a uno «le bajen los humos». No olvidemos lo que el apóstol Santiago escribió: «Dios resiste a los soberbios pero da gracia a los humildes» (Cap. 4,6).
• 3) Para vivir
San Josemaría nos propone entronizar la cruz de Cristo en el lugar donde desarrollamos nuestras labores cotidianas, hacer que ahí reine Cristo: “¡Qué hermosas esas cruces en la cumbre de los montes, en lo alto de los grandes monumentos, en el pináculo de las catedrales!... Pero la Cruz hay que insertarla también en las entrañas del mundo.
Jesús quiere ser levantado en alto, ahí: en el ruido de las fábricas y de los talleres, en el silencio de las bibliotecas, en el fragor de las calles, en la quietud de los campos, en la intimidad de las familias, en las asambleas, en los estadios... Allí donde un cristiano gaste su vida honradamente, debe poner con su amor la Cruz de Cristo, que atrae a Sí todas las cosas.” (Vía Crucis, 11a Estación, n. 3).
Pidamos al Señor que nos ayude a vernos como realmente somos. Con su ayuda, aprenderemos a deshacernos del necio orgullo. Así contribuiremos a que el reinado de Cristo sea ya una realidad y verdaderamente reine en nuestras almas y en el mundo.
Pbro. José Martínez Colín
Fin del año litúrgico
• 1) Para saber
Termina el año litúrgico. La Iglesia celebró ayer en el último domingo del tiempo ordinario, como culmen de todos los misterios, a Jesucristo, Rey del Universo.
El Papa Benedicto XVI ha querido reflexionar el Salmo 109 cuyo sentido se dirige a celebrar precisamente al Mesías como un rey victorioso y glorificado a la derecha de Dios.
El Salmo inicia con una declaración solemne: “Dijo el Señor a mi Señor: 'Siéntate a mi derecha, mientras yo pongo a tus enemigos como estrado de tus pies'”. Dios mismo entroniza al Rey en la gloria, haciéndole sentar a su derecha, el cual es un signo de grandísimo honor y de absoluto privilegio. Así, el Mesías, Jesucristo, que es Dios y hombre es invitado a participar en el señorío divino, donde recibe todo honor y gloria. A este pasaje se refiere el mismo Jesús a propósito del Mesías (cfr Mt 22,41-45).
• 2) Para pensar
La gran tentación es destronar a Cristo para ponernos en su lugar y sentirnos “reyes”, incluso lo cantamos: a pesar de todo… “sigo siendo el rey”. Tal vez no lo hacemos conscientemente, pero con nuestra indiferencia a la voluntad de Dios en la práctica lo vivimos.
Por ello es bueno que se nos recuerde nuestro lugar, y Dios habla de muchas maneras. Así le sucedió a un hombre que acababa de ser elegido al Parlamento Británico.
Este hombre llevó muy orgulloso su familia a Londres. Se sintió muy importante mientras les contaba a su esposa e hijos de su nuevo empleo y los llevó a hacer un recorrido por la ciudad. Cuando entraron en la Abadía de Westminster, su hija de 8 años se quedó pasmada por el gran tamaño de la magnífica estructura.
Su orgulloso padre le preguntó: «Querida, ¿en qué estás pensando?» Ella contestó: «Papi, estaba pensando en lo grande que eres en nuestra casa, y lo pequeño que te ves aquí.»
Sin saberlo, aquella niña dijo algo que su padre necesitaba escuchar. El orgullo puede infiltrarse en nuestra vida muy fácilmente, y de vez en cuando, es bueno que a uno «le bajen los humos». No olvidemos lo que el apóstol Santiago escribió: «Dios resiste a los soberbios pero da gracia a los humildes» (Cap. 4,6).
• 3) Para vivir
San Josemaría nos propone entronizar la cruz de Cristo en el lugar donde desarrollamos nuestras labores cotidianas, hacer que ahí reine Cristo: “¡Qué hermosas esas cruces en la cumbre de los montes, en lo alto de los grandes monumentos, en el pináculo de las catedrales!... Pero la Cruz hay que insertarla también en las entrañas del mundo.
Jesús quiere ser levantado en alto, ahí: en el ruido de las fábricas y de los talleres, en el silencio de las bibliotecas, en el fragor de las calles, en la quietud de los campos, en la intimidad de las familias, en las asambleas, en los estadios... Allí donde un cristiano gaste su vida honradamente, debe poner con su amor la Cruz de Cristo, que atrae a Sí todas las cosas.” (Vía Crucis, 11a Estación, n. 3).
Pidamos al Señor que nos ayude a vernos como realmente somos. Con su ayuda, aprenderemos a deshacernos del necio orgullo. Así contribuiremos a que el reinado de Cristo sea ya una realidad y verdaderamente reine en nuestras almas y en el mundo.
Pbro. José Martínez Colín