Benedicto XVI, 1927-2022: Su vida y legado
Redacción ACI Prensa
El Papa Emérito Benedicto XVI murió el 31 de diciembre de 2022, a la edad de 95 años, poniendo fin a la vida trascendental de un hombre de Iglesia que proclamó la “eterna alegría" de Jesucristo y se llamó a sí mismo un “humilde obrero” en la viña del Señor.
Su muerte ocurrió a las 9:34 a.m. (hora de Roma).
Datos biográficos
El Cardenal Joseph Aloisius Ratzinger fue elegido Papa el 19 de abril de 2005, y tomó el nombre de Benedicto XVI. Ocho años después, el 11 de febrero de 2013, con entonces 85 años sorprendió, al mundo con el anuncio, pronunciado en latín, de que estaba renunciando al papado.
Fue la primera renuncia de un Papa en cerca de 600 años. Benedicto XVI indicó que su avanzada edad y falta de fuerza eran inadecuados para el ejercicio de su cargo.
Sin embargo, el enorme legado de sus profundas contribuciones teológicas a la Iglesia y al mundo continuarán siendo una fuente de reflexión y estudio.
Incluso antes de su elección como Papa, Ratzinger ejerció una duradera influencia en la Iglesia moderna, primero como un joven teólogo durante el Concilio Vaticano II (1962-1965), y luego como prefecto de la Congregación del Vaticano (hoy Dicasterio) para la Doctrina de la Fe.
Un defensor elocuente de la enseñanza católica, acuñó el término “dictadura del relativismo” para describir la creciente intolerancia secularista contra la fe religiosa en el siglo XXI.
El pontificado de Benedicto XVI fue moldeado por su profunda comprensión de este desafío para la Iglesia y el catolicismo frente a la creciente agresión ideológica, sobre todo de una mentalidad occidental cada vez más secular, tanto dentro como fuera de la Iglesia.
Benedicto fue también un arquitecto clave de la lucha contra los abusos sexuales en la Iglesia a inicios de la década del 2000. Supervisó importantes cambios al derecho canónico y expulsó del estado clerical a cientos de abusadores.
Millones han leído los libros de Benedicto, incluyendo el innovador “Introducción al cristianismo”, de 1968, y los tres volúmenes de “Jesús de Nazaret”, publicados entre 2007 y 2012, durante sus años como Pontífice.
Benedicto XVI fue el primer Papa en renunciar al cargo en casi 600 años. Viajó en helicóptero desde la Ciudad del Vaticano a Castel Gandolfo el 28 de febrero de 2013, y desde mayo de ese año comenzó una vida de retiro en el monasterio Mater Ecclesiae en los jardines del Vaticano.
Un helicóptero transporta al Papa Emérito Benedicto XVI al retirarse oficialmente en la Ciudad del Vaticano, el 28 de febrero de 2013. Crédito: Getty Images News/Getty Images.
“Soy simplemente un peregrino que inicia la última etapa de su peregrinaje en esta tierra”, dijo en sus palabras finales como Pontífice.
“Caminemos junto al Señor por el bien de la Iglesia y del mundo”, añadió.
Benedicto era conocido por su amor por la música -tocaba piezas de Mozart y de Beethoven en el piano- y por su afición por los gatos, las galletas de Navidad y ocasionalmente algo de cerveza alemana.
El fallecido Papa era también conocido por su amabilidad, cortesía y por ser un verdadero hijo de Baviera.
Una llamada superior en tiempos de guerra
Joseph Ratzinger nació el 16 de abril de 1927, Sábado Santo, en el pueblo bávaro de Marktl am Inn. Sus padres, Joseph y María, lo criaron en la fe católica.
Su padre, miembro de una tradicional familia bávara de granjeros, sirvió como oficial de policía, pero era tan fiero oponente de los nazis que la familia tuvo que reubicarse en Traunstein, un pequeño pueblo en la frontera austriaca.
Joseph y sus hermanos mayores, Georg y María, crecieron durante el auge en Alemania del nazismo, al que luego calificaría de “régimen siniestro” que “desterró a Dios y así se volvió impermeable a todo lo verdadero y bueno”.
Fue reclutado en el servicio antiaéreo auxiliar del ejército en los últimos meses de la II Guerra Mundial. Desertó y pasó un breve tiempo en un campo de prisioneros de guerra estadounidense.
Después de la guerra, retomó sus estudios para el sacerdocio y fue ordenado el 29 de junio de 1951, junto con su hermano, Mons. Georg Ratzinger.
Los dos permanecieron cercanos a lo largo de sus vidas. Benedicto viajó a Baviera en junio de 2020, poco antes de la muerte de su hermano, ocurrida el 1 de julio de ese año.
De izquierda a derecha: Joseph Ratzinger (hijo); María y Joseph Ratzinger (padres); María (hermana de Benedicto XVI); y Georg Ratzinger. Crédito: Vatican Media.
Mientras que Georg se convirtió en un destacado director de coro, Joseph realizó estudios de doctorado en teología y finalmente llrgó a ser profesor universitario y decano y vicerrector de la prestigiosa Universidad de Ratisbona en Baviera.
Joseph sirvió como experto (peritus) en el Concilio Vaticano II junto al Cardenal Joseph Frings, entonces Arzobispo de Colonia. En 1972, se unió a prominentes teólogos como Hans Urs von Balthasar y Henri De Lubac para fundar la publicación teológica Communio, para reflexionar fielmente sobre teología en el tumultuoso periodo posterior al Concilio, y para refutar las varias falsas interpretaciones de los documentos conciliares que se estaban difundiendo.
El Papa San Pablo VI lo nombró Arzobispo de Munich y Freising a inicios de 1977, y lo creó Cardenal en junio de ese año.
En 1981, Juan Pablo II nombró al Cardenal Ratzinger prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidente de la Pontificia Comisión Bíblica y presidente de la Comisión Teológica Internacional.
Tuvo un papel decisivo en la preparación del Catecismo de la Iglesia Católica (publicado en 1992), y en aclarar y defender la doctrina católica.
Fue vilipendiado por su labor por los medios de comunicación seculares y grupos católicos progresistas, especialmente cuando cumplió con la tarea de investigar obras de algunos teólogos que proponían enseñanzas erróneas y hasta heréticas. En 1997, a la edad de 70 años, el entonces Cardenal pidió a Juan Pablo II que le permitiera renunciar a su cargo en la Curia para poder trabajar en la Biblioteca del Vaticano. Juan Pablo II le solicitó que se quedara y siguió siendo una de las figuras clave del pontificado hasta la muerte del Pontífice en abril de 2005.
Después de la muerte de Juan Pablo II, Ratzinger fue elegido para el papado en uno de los cónclaves más cortos de la historia moderna.
Un llamado a la renovación
El Cardenal Ratzinger eligió el nombre de Benedicto XVI porque, como explicó en una Audiencia general apenas pocos días después de su elección, Benedicto XV (Papa entre 1914 y 1922) también había dirigido a la Iglesia a través de un periodo de confusión en la I Guerra Mundial (1914-1918).
“Como él, deseo poner mi ministerio al servicio de la reconciliación y la armonía entre los hombres y los pueblos, profundamente convencido de que el gran bien de la paz es ante todo don de Dios”, señaló el 27 de abril de 2025.
“El nombre Benedicto evoca, además, la extraordinaria figura del gran ‘patriarca del monacato occidental’”, añadió refiriéndose a San Benito. Este co-patrono de Europa fue “un punto de referencia fundamental para la unidad de Europa y un fuerte recuerdo de las irrenunciables raíces cristianas de su cultura y de su civilización”.
Benedicto XVI en la logia de bendición de la Basílica de San Pedro después del anuncio de su elección como Papa, el 19 de abril de 2005. Crédito: Vatican Media.
El pontificado de Benedicto XVI estuvo marcado por los esfuerzos de renovación eclesiástica, intelectual y espiritual, incluida la confrontación del relativismo y el secularismo, la lucha contra el flagelo del abuso sexual del clero, el impulso de la reforma litúrgica y la promoción de una interpretación auténtica del Concilio Vaticano II.
En su homilía previa al cónclave de 2005 que lo eligió Papa, el todavía Cardenal Ratzinger advirtió de una “una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el propio yo y sus antojos”.
Subrayó entonces que Jesucristo “es la medida del verdadero humanismo”, y que una fe madura y una amistad con Dios nos dan los criterios para distinguir “entre lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad”.
En su discurso en el salón de Westminster a los líderes de la sociedad británica durante su visita al Reino Unido en 2010, Benedicto XVI habló sobre los inmensos peligros para la sociedad contemporánea, cuando la religión es separada de la vida pública.
“Hay algunos que desean que la voz de la religión se silencie”, apuntó, “o al menos que se relegue a la esfera meramente privada. Hay quienes esgrimen que la celebración pública de fiestas como la Navidad deberían suprimirse según la discutible convicción de que ésta ofende a los miembros de otras religiones o de ninguna. Y hay otros que sostienen —paradójicamente con la intención de suprimir la discriminación— que a los cristianos que desempeñan un papel público se les debería pedir a veces que actuaran contra su conciencia. Éstos son signos preocupantes de un fracaso en el aprecio no solo de los derechos de los creyentes a la libertad de conciencia y a la libertad religiosa, sino también del legítimo papel de la religión en la vida pública”.
Involucrar al Islam, alentar la evangelización
Mucho más controversial fue su discurso de 2006 en la Universidad de Ratisbona, en su encuentro con el mundo de la cultura. Benedicto XVI criticó las formas de pensamiento secular que promueven “una razón que sea sorda a lo divino y relegue la religión al ámbito de las subculturas”, considerando esta actitud “incapaz de entrar en el diálogo de las culturas”. También reprochó a las escuelas de pensamiento cristianas y musulmanas que equivocadamente exaltan la “trascendencia y la diversidad” de Dios, de tal forma que la razón humana y el entendimiento del bien “dejan de ser un auténtico espejo de Dios”.
Algunos medios y varios políticos alemanes tomaron ese discurso fuera de contexto a propósito, centrándose en una sola cita antigua de un emperador bizantino. Tal tergiversación estuvo acompañada por un estallido de violencia anticristiana en regiones del mundo musulmán. A pesar de tales reacciones, la contribución real de Benedicto XVI condujo a esfuerzos más significativos en un diálogo cristiano-musulmán sincero, uno que no disimula las diferencias y que llama a la reciprocidad mutua en el respeto de los derechos.
El Papa Benedicto XVI intercambia regalos con el rey Abdullah de Arabia Saudita (izquierda) en el Vaticano, el 6 de noviembre de 2007. Crédito: POOL/AFP vía Getty Images.
Habiendo reconocido la profunda crisis existencial y espiritual que enfrenta el mundo, Occidente en particular, Benedicto XVI recordó a los católicos de todo el orbe el llamado a evangelizar. Fue un gran partidario de la nueva evangelización, especialmente en la predicación y la vivencia del Evangelio en lo que describió como el "continente digital", el mundo de las comunicaciones en línea y las redes sociales.
“No hay prioridad más grande que esta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante”, escribió en su exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini de 2010, sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia.
Puntos de vista opuestos del Vaticano II
Benedicto también vio la necesidad de que la Iglesia adopte una comprensión auténtica del Vaticano II, señalando en un discurso pronunciado en 2005 dos modelos interpretativos en competencia (hermenéutica) que habían surgido después del Concilio.
El primero, una hermenéutica de la discontinuidad y la ruptura, propone que hay una escisión fundamental entre el Concilio y el pasado, y que no son los textos sino un vago “espíritu del Concilio” los que deben guiar su interpretación e implementación. Así pues, lamentó, “en una palabra sería preciso seguir no los textos del Concilio, sino su espíritu. De ese modo, como es obvio, queda un amplio margen para la pregunta sobre cómo se define entonces ese espíritu y, en consecuencia, se deja espacio a cualquier arbitrariedad”.
Contra esta hermenéutica de la ruptura, Benedicto propuso una hermenéutica de la reforma y continuidad, a la que llamó “renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino”.
Sus esfuerzos por establecer una interpretación correcta del Concilio Vaticano II se extendieron hasta el final de su pontificado. El 14 de febrero de 2013, apenas dos semanas antes de que tuviera efecto su renuncia, comentó que el Concilio fue inicialmente interpretado “a través de los medios”, que lo presentaron como una “lucha política” entre diferentes corrientes dentro de la Iglesia.
Este “Concilio de los medios de comunicación” creó “tantas calamidades”, teniendo como resultado que seminarios y conventos cerraran, y la liturgia fuera “banalizada”. Benedicto XVI afirmó que la verdadera interpretación del Vaticano II está emergiendo “con toda su fuerza espiritual”.
El Papa Benedicto XVI asiste al Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana en la sala del Sínodo, el 19 de octubre de 2012. El Sínodo de los Obispos fue establecido por el Papa Pablo Vl en 1965, después del Concilio Vaticano II. Crédito: Franco Origlia/Getty Images.
El llamado a la continuidad y reforma encontró una expresión rica en la atención del Papa a la liturgia, en particular a través de su gran libro “El espíritu de la liturgia” (2000), y sus esfuerzos por alentar el retorno a la reverencia y belleza litúrgicas. “Sí, la liturgia se vuelve personal, verdadera y nueva”, propuso, “no a través de tonterías y experimentos banales con las palabras, sino a través de una entrada valiente en la gran realidad que a través del rito siempre está delante de nosotros y nunca puede ser superada del todo” (p. 169). Sobre todo, su visión de la liturgia colocaba a Dios una vez más al centro: “La verdadera ‘acción’ en la liturgia en la que se supone que todos debemos participar es la acción de Dios mismo. Esto es lo nuevo y distintivo de la liturgia cristiana: Dios mismo actúa y hace lo que es esencial” (p. 173).
Al llevar su preocupación a la práctica, publicó la carta apostólica Summorum Pontificum en 2007, con la que amplió significativamente el permiso para que los sacerdotes celebren la Eucaristía de acuerdo al Misal previo a las reformas de 1970. En la carta con la que acompañó Summorum Pontificum, escribió: “En la historia de la Liturgia hay crecimiento y progreso, pero ninguna ruptura. Lo que para las generaciones anteriores era sagrado, también para nosotros permanece sagrado y grande y no puede ser improvisamente totalmente prohibido o incluso perjudicial. Nos hace bien a todos conservar las riquezas que han crecido en la fe y en la oración de la Iglesia y de darles el justo puesto”.
Y en respuesta a la pregunta de si esta reautorización de la Misa Tridentina era poco más que una concesión a la Fraternidad cismática de San Pío X, Benedicto le dijo a Peter Seewald en sus “Últimas conversaciones” (2016), “¡Esto es absolutamente falso! Para mí era importante que la Iglesia estuviera en armonía consigo misma, con su propio pasado. Que lo que antes era sagrado para ella no se considerara ahora algo erróneo”.
Sus esfuerzos por reformar la Curia romana quedaron incompletos en el momento de su dimisión. La atención de los medios se centró especialmente en el llamado escándalo Vatileaks, relacionado con la filtración de documentos papales privados y el arresto y juicio de un mayordomo del Santo Padre. Sin embargo, dio pasos importantes hacia una genuina transparencia financiera que también llevó a cabo el Papa Francisco.
De manera similar, en sus años como prefecto y luego como Pontífice, sentó una base vital para la respuesta de la Iglesia a la crisis y ayudó a allanar el camino para reformas más amplias bajo el pontificado de Francisco.
Una posición firme en los casos de abuso
Mucho antes de su elección como Papa, el entonces Cardenal Ratzinger había impulsado esfuerzos serios para enfrentar el flagelo del abuso sexual del clero. En 2001, tuvo un papel decisivo en la asignación de los casos de abuso bajo la jurisdicción de la Congregación para la Doctrina de la Fe y ayudó a los obispos de Estados Unidos a recibir la aprobación del Vaticano para la Carta de Dallas y las Normas esenciales que luego formaron la base para el inmenso progreso en el tratamiento del abuso del clero en los Estados Unidos.
En los días previos al fallecimiento de Juan Pablo II en marzo de 2005, Ratzinger escribió las meditaciones del Vía Crucis del Viernes Santo en Roma.
En su reflexión en la novena estación, hizo una condena lacerante: “¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él!”.
Sus palabras pronosticaban su compromiso con la lucha contra los abusos desde el momento de su elección.
El Cardenal Joseph Ratzinger en la Vigilia Pascual en la Basílica de San Pedro, el 26 de marzo de 2005. Crédito: Franco Origlia/Getty Images.
A los dos meses de asumir el papado, Benedicto disciplinó al padre Marcel Maciel, el carismático e influyente fundador de los Legionarios de Cristo que durante mucho tiempo había sido acusado de abusar sexualmente de los seminaristas y luego se reveló que había llevado una doble vida profundamente escandalosa.
Cientos de sacerdotes que habían cometido abusos sexuales fueron expulsados del estado clerical bajo Benedicto. Esta fue una continuación de su trabajo en la Congregación para la Doctrina de la Fe, pero ahora las sanciones llegaron acompañadas de pedidos formales de disculpas a las víctimas, incluidas las de Estados Unidos, Australia, Canadá e Irlanda. En 2008, durante su visita a los Estados Unidos, se encontró personalmente con víctimas, y en 2010 escribió una carta pastoral a los católicos de Irlanda, pidiendo su perdón por el enorme sufrimiento causado por los abusos.
“Habéis sufrido inmensamente”, escribió, “y eso me apesadumbra en verdad. Sé que nada puede borrar el mal que habéis soportado. Vuestra confianza ha sido traicionada y vuestra dignidad ha sido violada. Muchos habéis experimentado que cuando teníais el valor suficiente para hablar de lo que os había pasado, nadie quería escucharos”.
Un distinguido profesor y teólogo
A pesar de su avanzada edad en el momento de su elección, Benedicto continuó la costumbre de Juan Pablo II de viajar por el mundo. Sus 24 visitas apostólicas fuera de Italia incluyeron tres viajes a su Alemania natal y tres Jornadas Mundiales de la Juventud.
Su visita a Turquía en 2006 se centró en las relaciones con el islam y el cristianismo ortodoxo, destacando su asistencia a una Divina Liturgia celebrada por el patriarca ortodoxo de Constantinopla. Durante su viaje a los Estados Unidos en 2008, visitó el sitio de las torres destruidas del World Trade Center, una sinagoga de Nueva York y la Universidad Católica de América.
“Cristo es el camino que conduce al Padre, la verdad que da sentido a la existencia humana, y la fuente de esa vida que es alegría eterna con todos los Santos en el Reino de los cielos”, le dijo a las 60 mil personas reunidas para la Misa en el Estadio de los Yankees en Nueva York, en abril de 2008.
De izquierda a derecha: Joseph Ratzinger (hijo); María y Joseph Ratzinger (padres); María (hermana de Benedicto XVI); y Georg Ratzinger. Crédito: Vatican Media.
Benedicto XVI en la logia de bendición de la Basílica de San Pedro después del anuncio de su elección como Papa, el 19 de abril de 2005. Crédito: Vatican Media.
El Papa Benedicto XVI intercambia regalos con el rey Abdullah de Arabia Saudita (izquierda) en el Vaticano, el 6 de noviembre de 2007. Crédito: POOL/AFP vía Getty Images.
El Papa Benedicto XVI asiste al Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana en la sala del Sínodo, el 19 de octubre de 2012. El Sínodo de los Obispos fue establecido por el Papa Pablo Vl en 1965, después del Concilio Vaticano II. Crédito: Franco Origlia/Getty Images.
El Cardenal Joseph Ratzinger en la Vigilia Pascual en la Basílica de San Pedro, el 26 de marzo de 2005. Crédito: Franco Origlia/Getty Images.
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