Meditaciones de Adviento
Considera cómo después de tantos siglos, después de tantos ruegos y suspiros, aquel Mesías, que no fueron dignos de ver los santos Patriarcas y Profetas, el suspirado de las gentes, nuestro Salvador vino por fin, ha nacido ya y se ha dado todo a nosotros.
El Hijo de Dios se ha hecho pequeñito, para hacernos grandes: se ha dado todo a nosotros, para que nosotros nos demos todos a Él; y ha venido a manifestarnos su amor, para que nosotros le correspondamos con el nuestro.
Recibámoslo, pues, con afecto, amémosle, y recurramos al mismo en todas nuestras necesidades. Los niños, dice san Bernardo, son fáciles en dar aquello que se les pide.
Jesús ha querido venir tal, por manifestarse propenso y fácil a darnos sus bienes, ya que todos los tesoros están en sus manos, y en ellas puso el Padre todas las cosas, nos dice san Juan (3, 35).
Si queremos luz, Él por esto ha venido para iluminarnos. Si queremos fuerza para resistir a los enemigos, Jesús ha venido para confortarnos. Si queremos el perdón y la salvación, Él ha venido para perdonarnos y salvarnos. Si, finalmente, queremos el sumo don del amor divino, Él ha venido para inflamarnos; y por esto, sobre todo, se ha hecho niño, y ha querido presentarse a nosotros pobre y humilde, para apartar de nosotros todo temor y conquistarse nuestro amor.
Por otra parte, Jesús ha querido venir de chiquito, para hacerse amar de nosotros, con amor no solo apreciativo, sí también tierno. Todos los niños saben ganarse un especial cariño de quien los guarda.
¿Quién, pues, no amará con toda la ternura a un Dios viéndole hecho niñito, menesteroso de leche, temblando de frío, pobre, envilecido y abandonado, que llora, que da vagidos en un pesebre sobre paja? Esto hacía exclamar al enamorado san Francisco: Amemos al Niño de Belén, amemos al niño de Belén. Almas venid a amar a un Dios hecho pobre, pequeñito, que es tan amable, y que ha bajado del cielo para darse todo a nosotros.
(San Alfonso María de Ligorio)
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