viernes, 21 de septiembre de 2018

ANÉCDOTAS DEL PADRE PÍO


Anécdotas del Padre Pío



🌸 Hacía tanto tiempo que no iba a visitar al Padre Pío que me sentía obsesionada por la idea de que se hubiera olvidado de mí.
Una mañana, después de haberle confiado, como de costumbre, mi hija bajo su protección, fui a Misa. De regreso, encontré a la pequeña saboreando un caramelo. Sorprendida le pregunté quién le había dado el “melito”, como ella llamaba a los caramelitos, y muy contenta me señaló el retrato del Padre Pío que dominaba sobre el corralito donde dejaba a la pequeña durante mis breves ausencias.
No di ninguna importancia al episodio y no pensé más en él.
Después de algún tiempo, no logrando sacarme de la cabeza la idea de que el Padre Pío se hubiera olvidado de mí, pude finalmente ir a visitarlo. Inmediatamente después de la confesión, cuando fui a besarle la mano, me dijo riendo: “... ¿también tú querías un “melito”?

🌸 No había remedios para mi cabello que iba desapareciendo de mi cabeza, y sinceramente me disgustaba quedar calvo. Me dirigí al Padre Pío y le dije: “Padre, ruegue para que no se me caiga el cabello”.
El Padre en ese momento bajaba por la escalera del coro. Yo lo miraba ansioso esperando una contestación. Cuando estuvo cerca de mí cambió el semblante y con una mirada expresiva señaló a alguien que estaba detrás y me dijo: “Encomiéndate a él”. Me di vuelta. Detrás había un sacerdote completamente calvo, con una cabeza tan brillante que parecía un espejo. Todos nos echamos a reír.

🌸 Una señora devota del Padre Pío comió un día un par de higos de más. Asaltada por los escrúpulos, pues le parecía que había cometido un pecado de gula, prometió que iría en cuánto pudiera a confesarse con el Padre Pío. Al tiempo se dirigió a San Giovanni Rotondo y al final de la confesión le dijo al padre muy preocupada: “Padre, tengo la sensación de que me estoy olvidando de algún pecado, quizá sea algo grave”. El Padre le dijo: “No se preocupe más. No vale la pena. ¡Por dos higos!”.

🌸 Una vez un paisano del Padre Pío tenía un fuertísimo dolor de muelas. Como el dolor no lo dejaba tranquilo su esposa le dijo: “¿Por qué no rezas al Padre Pío para que te quite el dolor de muelas? Mira aquí está su foto, rézale”. El hombre se enojó y gritó furibundo: “¿Con el dolor que tengo quieres que me ponga a rezar?”. Inmediatamente cogió un zapato y lo lanzó con todas sus fuerzas contra la foto del Padre Pío.
Algunos meses más tarde su esposa lo convenció de irse a confesar con el Padre Pío a San Giovanni Rotondo. Se arrodilló en el confesionario del Padre y, luego de decir todos los pecados que se acordaba, el Padre le dijo: “¿Qué más recuerdas?” “Nada más”, contestó el hombre. “¿Nada más?  ¡¿Y qué hay del zapatazo que me diste en plena cara?!”

🌸 Una señora sufría de tan terribles jaquecas que decidió poner una foto del Padre Pío debajo de su almohada con la esperanza de que el dolor desaparecería. Después de varias semanas el dolor de cabeza persistía y entonces su temperamento italiano la hizo exclamar fuera de sí: -“Pues mira Padre Pío, como no has querido quitarme la jaqueca te pondré debajo del colchón como castigo”. Dicho y hecho. Enfadada puso la fotografía del padre debajo de su colchón.
A los pocos meses fue a San Giovanni Rotondo a confesarse con el padre. Apenas se arrodilló frente al confesionario, el padre la miró fijamente y cerró la puertecilla del confesionario con un soberano golpe. La señora quedó petrificada pues no esperaba semejante reacción y no pudo articular palabra. A los pocos minutos se abrió nuevamente la puertecilla del confesionario y el padre le dijo sonriente: “No te gustó ¿verdad? ¡Pues a mí tampoco me gustó que me pusieras debajo del colchón!”.

🌸 El padre Rafael, que fue su Prior de 1933 a 1940, dice: El 10 de junio de 1940 llegó al convento una señora con un hijo de seis años enfermo de encefalitis. Al día siguiente escuchó la misa del padre Pío. Después de la misa, al verlo pasar para ir a confesar, le presentó a su hijo en brazos toda llorosa y desconsolada. El padre Pío la miró con compasión, le hizo una señal de bendición y entró en el confesonario. La pobre madre, un poco decepcionada pero con fe, se quedó en la iglesia a rezar hasta que el padre terminó de confesar. Después se retiró ella al albergue donde acostó al niño, que al momento se quedó dormido. Hacia las 5:30 p.m. el niño se despertó y se levantó solo totalmente curado. A la mañana siguiente, la madre le agradeció al padre Pío, que le respondió: “Agradéceselo a la Virgen que te ha dado esta gracia”. En ese momento estaba presente el doctor Filippo De Capua, pediatra de Foggia, que vio al niño antes y después de la curación.

🌸 Cierto día, un comerciante de la ciudad de Pisa llega a San Giovanni Rotondo a pedir al Padre Pío la sanación de una hija que estaba muy enferma. Cuando estuvo frente al padre, éste lo miró y le dijo: "Tú estás mucho más enfermo que tu hija. Yo te veo muerto".
—¿Qué dice, Padre? ¡Yo estoy muy bien! —¡Miserable! -Le grita el Padre Pío-. ¡Infeliz! ¿Cómo puedes estar bien con tantos pecados en la conciencia? ¡Estoy viendo por lo menos treinta y dos!
El hombre se sorprendió mucho, y terminó arrodillándose para confesarse.
Terminada la confesión, el comerciante de Pisa decía a todos: "¡Él sabía todo y me ha dicho todo!"

🌸 En una ocasión un hombre, relacionado con una organización criminal, había decidido matar a su esposa. Para hacer creer que se trataba de un suicidio, pensó acompañarla a San Giovanni Rotondo, simulando amor y fe. Era un ateo, que no creía ni en Dios ni en el diablo. Aprovechando el viaje, entró en la sacristía donde confesaba el P. Pío para ver este "típico fenómeno de histerismo". Apenas el Padre Pío lo ve, se le acerca, lo aferra del brazo y le grita: “¡Fuera, fuera, fuera! ¿No sabes que te está prohibido mancharte las manos de sangre? ¡Vete!”
Todos los presentes quedaron aturdidos. Enloquecido, el pobre infeliz huyó, como si le hubiera caído fuego encima. ¿Qué pasó en la noche? Sólo Dios lo sabe y el Padre Pío. La mañana siguiente el hombre estaba a los pies del Padre Pío, que lo recibió con amor, lo confesó, le dio la absolución y luego lo abrazó tiernamente. Antes de que se retirara, le dijo: "Tú siempre has deseado tener hijos, ¿no es verdad?” El hombre lo miró sorprendido, y luego contestó: "Sí, y mucho"
"Bien, ahora no ofendas más al Señor y tendrás un hijo". Un año después, retornaron los dos esposos para que les bautizara al hijo.

🌸 Lo excepcional de los estigmas del Padre Pío servía siempre para atraer desde lejos a los grandes pecadores. Sus respuestas, sencillas y profundas a la vez, terminaban con las grandes objeciones que atormentaban toda una vida.  —Padre, ¡Yo no creo en Dios! Le dijo un día uno de esos grandes ateos. —Hijo mío, ¡pero Dios sí cree en ti! Contestó el Padre Pío, y bien pronto, el ateo terminó arrodillándose para confesar sus pecados. —Padre, le dijo otro, ¡he pecado demasiado, no tengo más la esperanza de ser perdonado! —Hijo mío, Dios perdona sin cansarse a las almas más obstinadas: ¡le costaste demasiado para que te abandone!

🌸  Declara el padre Alessio Parente: Un día una señora me dijo: “El Padre Pío es un santo”. Y me contó que su única hija había tenido una hemorragia interna y, a pesar de los esfuerzos de los doctores, no pudieron hacer nada para salvarla. Decía: “Yo lloraba e invocaba constantemente al Padre Pío”. De pronto, lo he visto a mi costado. Me ha puesto una mano sobre mi espalda y me ha dicho: “No te preocupes, yo seré el doctor de tu hija”. Después desapareció. En ese momento, mi hija se agitó en la cama y yo pensé que era el fin. Llamé al doctor y pudo constatar que la hemorragia había cesado. La misma mañana le dieron de alta en el hospital.

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