miércoles, 11 de octubre de 2017

SAN JUAN XXIII, EL PAPA BUENO, 11 OCTUBRE


JUAN XXIII
(1881-1963)



Angelo Giuseppe Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte, diócesis y provincia de Bérgamo, el cuarto de trece  hermanos. Ese mismo día fue bautizado. En la parroquia, bajo la guía del excelente sacerdote don Francesco Rebuzzini, recibió una impronta eclesiástica imborrable, que le sirvió de apoyo en las dificultades y de estímulo en las tareas apostólicas.

Recibió la confirmación y la primera comunión en 1889; en 1892 ingresó en el Seminario de Bérgamo, donde estudió humanidades,  filosofía y hasta el segundo año de teología. Allí, con catorce años, empezó a redactar unos apuntes espirituales que le acompañaron, de una u otra forma, a lo largo de su vida, y que fueron recogidos en Diario de un alma. También desde entonces practicaba con asiduidad la dirección espiritual. El 1 de marzo de 1896, el padre espiritual del Seminario de Bérgamo, don Luigi Isacchi, lo admitió en la Orden Franciscana Seglar, cuya regla profesó el 23 de mayo de 1897.

De 1901 a 1905 fue alumno del Pontificio Seminario Romano, gracias a una beca de la diócesis de Bérgamo para seminaristas aventajados. En este tiempo, hizo también un año de servicio militar. Fue ordenado sacerdote el 10 de agosto de 1904 en la Iglesia de Santa María in Monte Santo, en la Piazza del Popolo de Roma. En 1905 el nuevo Obispo de Bérgamo, mons. Giacomo Maria Radini Tedeschi, lo nombró su secretario, cargo que desempeñó hasta 1914, acompañando al Obispo en las visitas pastorales y colaborando en múltiples iniciativas apostólicas: Sínodo, redacción de la publicación mensual “La vita diocesana”, peregrinaciones, obras sociales. También era profesor de historia, patrología y apologética en el Seminario. En 1910, en la reordenación de los Estatutos de la Acción Católica, el Obispo le confió la sección V (las mujeres católicas). Colaboró con el diario católico de Bérgamo, fue predicador asiduo, profundo y eficaz.

Durante estos años tuvo la oportunidad de conocer en profundidad a los santos pastores, San Carlos Borromeo (del que publicó las Actas de la visita apostólica realizada a Bérgamo en 1575), San Francisco de Sales y el entonces Beato Gregorio Barbarigo. Fueron años en los que adquirió una gran experiencia pastoral al lado del Obispo mons. Radini Tedeschi. Cuando murió el Obispo en 1914, Don Angelo siguió como profesor del Seminario y dedicándose a las diversas actividades pastorales, sobre todo la asociativa.

Cuando en 1915 Italia entró en la guerra, fue movilizado como sargento de sanidad. El año siguiente pasó a ser capellán castrense en los hospitales militares de retaguardia y coordinador de la asistencia espiritual y moral a los soldados. Al terminar la guerra, fundó la “Casa del estudiante”, dedicada a la pastoral estudiantil. En 1919 fue nombrado director espiritual del Seminario.

En 1921 comenzó la segunda parte de su vida, al servicio de la Santa Sede. Llamado a Roma por Benedicto XV como Presidente para Italia del Consejo central de la Pontificia Obra para la Propagación de la Fe, recorrió muchas diócesis italianas para organizar los Círculos Misioneros. En 1925 Pío XI lo nombró Visitador Apostólico para Bulgaria, elevándolo al episcopado con el título de Areópolis. Eligió como lema episcopal “Oboedientia et pax”, programa que siempre le acompañó.

Ordenado Obispo el 19 de marzo de 1925 en Roma, marchó a Sofía el 25 de abril. Nombrado posteriormente primer Delegado Apostólico, estuvo en Bulgaria hasta finales de 1934, visitando las comunidades católicas, cultivando relaciones respetuosas con las demás comunidades cristianas. Actuó con solicitud caritativa durante el terremoto de 1928. Sufrió en silencio incomprensiones y dificultades de un ministerio caracterizado por la pastoral de pequeños pasos. Se perfeccionó en la confianza y el abandono a Jesús Crucificado.

El 27 de noviembre de 1934 fue nombrado Delegado Apostólico en Turquía y Grecia. El nuevo campo de trabajo era vasto y la Iglesia católica estaba presente en muchos ámbitos de la joven república turca, que se estaba renovando y organizando. Su ministerio con los católicos fue intenso, y se distinguió por un talante de respeto y diálogo con el mundo ortodoxo y musulmán.

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, estaba en Grecia, que quedó devastada por los combates. Intentó recabar información sobre los prisioneros de guerra y puso a salvo a muchos judíos sirviéndose del “visado de tránsito” de la Delegación Apostólica. El 6 de diciembre de 1944 Pío XII lo nombró Nuncio Apostólico en París.

Durante los últimos meses de la contienda y los primeros de la paz, ayudó a los prisioneros de guerra y se preocupó por la normalización de la organización eclesiástica de Francia. Visitó los santuarios franceses, participó en las fiestas populares y en las manifestaciones religiosas más significativas. Estuvo atento, con prudencia y confianza, a las nuevas iniciativas pastorales del episcopado y del clero de Francia. Siempre se caracterizó por la búsqueda de la simplicidad del Evangelio, incluso cuando trataba los más complejos asuntos diplomáticos. El deseo pastoral de ser sacerdote en cualquier circunstancia lo sostenía. Y una sincera piedad, que se transformaba cada día en un prolongado tiempo de oración y de meditación, lo animaba.

El 12 de enero de 1953 fue creado Cardenal y el 25 promovido al Patriarcado de Venecia. Estaba contento de poder dedicarse los últimos años de su vida al ministerio directo de la cura de almas, deseo que siempre le acompañó desde que se ordenó sacerdote. Fue pastor sabio y emprendedor, a ejemplo de los santos pastores que siempre había venerado: San Lorenzo Justiniani, primer Patriarca de Venecia, y San Pío X. Con los años, crecía su confianza en el Señor, que se manifestaba en una entrega pastoral activa, dinámica y alegre.

Tras la muerte de Pío XII, fue elegido Papa el 28 de octubre de 1958, y tomó el nombre de Juan XXIII. En sus cinco años como Papa, el mundo entero pudo ver en él una imagen auténtica del Buen Pastor. Humilde y atento, decidido y valiente, sencillo y activo, practicó los gestos cristianos de las obras de misericordia corporales y espirituales, visitando a los encarcelados y a los enfermos, acogiendo a personas de cualquier nación y credo, comportándose  con todos con un admirable sentido de paternidad. Su magisterio social está contenido en las Encíclicas Mater et magistra (1961) y Pacem in terris (1963).

Convocó el Sínodo Romano, instituyó la Comisión para la revisión del Código de Derecho Canónico, convocó el Concilio Ecuménico Vaticano II. Como Obispo de la diócesis de Roma, visitó parroquias e iglesias del centro histórico y de la periferia. El pueblo veía en él un rayo de la  benignitas evangelica y lo llamaba “el Papa de la bondad”. Lo sostenía un profundo espíritu de oración; siendo el iniciador de la renovación de la Iglesia, irradiaba la paz de quien confía siempre en el Señor. Se lanzó decididamente por los caminos de la evangelización, del ecumenismo, del diálogo con todos, teniendo la preocupación paternal de llegar a sus hermanos e hijos más afligidos.

Murió la tarde del 3 de junio de 1963, al día siguiente de Pentecostés, en profundo espíritu de abandono a Jesús, deseando su abrazo, rodeado por la oración unánime de todo el mundo, que parecía haberse reunido en torno a él, para respirar con él el amor del Padre.

Juan XXIII fue declarado beato por el Papa Juan Pablo II el 3 de septiembre de 2000 en la Plaza de San Pedro, durante la celebración del Gran Jubileo del año 2000.



Tomado del Librito de la Celebración para la Canonización de los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II, 27 de abril de 2014

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