domingo, 27 de marzo de 2016

PASCUA DE LA MISERICORDIA PARA TODOS, AUN SIN SABERLO, NADA MÁS NECESITAMOS



Pascua de la Misericordia para todos: aun sin saberlo, nada necesitamos más
La condición cristiana exige combatir el mal, denunciar las injusticias, revestirnos de auténticas entrañas de misericordia ante dramas de nuestra vida cotidiana


Fuente: Ecclesia 


 Un año el alba de la Pascua ha llegado circundada de situaciones personales y colectivas que reclaman sanación, misericordia, redención y, en suma, resurrección. Varios podrían ser los ejemplos que avalarán esta afirmación. Pondremos solo algunos ejemplos, de distinta naturaleza y valoración.

Así y sin ir más lejos, en las vísperas mismas de la Semana Santa, la Unión Europea firmó un acuerdo ya definitivo –lo de definitivo es, al menos por ahora…- con Turquía –país donde prosiguen los atentados yihadistas- sobre los refugiados , que, aunque menos rechazable que el del 7 de marzo ,  no acaba de satisfacer las auténticas expectativas de la mejor humanidad de bien. El sábado 19 de marzo se estrelló un avión en territorio ruso, con el saldo de 62 víctimas mortales, entre ellas dos pilotos españoles. El domingo 20, otro trágico accidente, en este caso  de un autobús, sembró el dolor en España, con la muerte de trece universitarias  europeas en Tortosa. Y en Madrid, días antes, en medio de la indiferencia ciudadana y policial –salvo excepciones-, un grupo de hinchas del PSV Eindhoven se burló y se mofó impunemente de un grupo de indigentes rumanas. Y ya más lejos de nuestras fronteras,  Brasil está siendo testigo de una, cuando menos, poco edificante historia, con la corrupción al fondo, a propósito del  nombramiento de su expresidente, Luiz Inácio Lula da Silva, como ministro, en una maniobra política de más que dudosa significación estética y ética.

Sí, también eran tantos motivos para la alegría y la esperanza. Las calles de toda nuestra España han vuelto en Semana Santa a llenarse de hermosísimas expresiones de piedad popular y nuestras celebraciones litúrgicas del Triduo Pascual han vuelto a derramar gracia de Dios por doquier, amén de otros muchos ejemplos anónimos de actitudes y de acciones solidarias dignas del ser humano y del ser cristiano.

Sin embargo y lejos de planteamientos maniqueos o de botellas medio llenas o medio vacías, la cierto es que la humanidad entera sigue gimiendo  y necesitando auténticos valores, rearme moral, misericordia y redención. Sigue, incluso tantas veces sin saberlo, necesitando y demandando la Pascua. Y la Pascua está aquí en nosotros, ahora en su esplendor celebrativo, intensificada, si cabe aún más, en pleno Año Jubilar de la Misericordia. Y ni podemos ni debemos ser prófugos de ella, prófugos de una Pascua que vuelve y viene a nosotros como el más pleno y definitivo abrazo y pacto de Dios con su pueblo.

Ante el eterno problema del mal  y su infinita e irresoluble cadena de interrogantes –mal, a veces, inevitable y otras muchas veces fruto de la acción inadecuada del hombre- la única respuesta definitiva no es otra que Jesucristo y este crucificado y resucitado por nosotros y para nosotros. El gemido, el llanto, la impotencia, la negligencia y el pecado de la entera humanidad de todos los tiempos han sido asumidos en la cruz salvadora y florecida del Señor del tiempo y de la historia. Nada necesitamos más que la Pascua. Nada necesitamos más que poner nuestras miradas, penas, gozos, alegrías y expectativas en Él. En su cruz, caben todas las cruces de todas las personas y situaciones.

Y para ello, el Dios de Jesucristo nos confía a los cristianos ser testigos de la Pascua. Los cristianos, en efecto, estamos llamados y urgidos a afrontar la realidad con un plus añadido de humanidad, bien impregnados por nuestra fe, una fe a la que siguen a las obras, una fe que solo es avalada por la autenticidad de las obras. Y esta íntima unidad entre fe y obras se ha de traducir a la vida, a la vida concreta, a la personal y a la social.

La condición cristiana exige combatir el mal, denunciar las injusticias, revestirnos de auténticas entrañas de misericordia ante dramas como el de los migrantes y los refugiados y asumir con responsabilidad –como demandó Francisco el Domingo de Ramos- su destino. Ser cristiano significa no permanecer indiferentes ante ningún dolor humano y rechazar y evitar toda forma de corrupción, tenga el “color” que tenga… Ser cristiano significa ejemplaridad, ecuanimidad, coherencia, valentía y testimonio cabal de la Pascua. Y todo ello en medio de un mundo que se olvida de la Pascua, pero que nada necesita más que la Pascua.

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