Madre Teresa: Sacerdote narra la intensa experiencia de haber sido su chofer
Foto: Twitter del P. Jaime Baertl SCV
Lima, 05 Sep. 15 / 04:22 am (ACI).- En 1989 se llevó a cabo en el puerto del Callao (Perú) un “Congreso Internacional sobre la Reconciliación en el pensamiento del Papa Juan Pablo II” y los organizadores invitaron a Madre Teresa para que diera dos conferencias: una a los participantes en el Congreso y otra en un pueblo joven frente a gente muy humilde.
El P. Jaime Baertl, sacerdote sodálite, era el Secretario General de dicho evento y tuvo la responsabilidad de hacer las gestiones para que la Beata participara del mismo. Sin embargo, dos meses antes del Congreso, Madre Teresa sufrió una deficiencia cardiaca y le pusieron un marcapaso por lo que les comunicaron que la religiosa no podría asistir.
“Como era de suma importancia su presencia por el grave problema de la teología marxista de la liberación, los obispos consideraban, que si era posible y esto no afectaba su salud, había que insistirle”, contó el P. Jaime Baertl a ACI Prensa.
Es así que el presbítero habló con Madre Teresa y le pidió en nombre del Santo Padre que si no afectaba su salud, que por favor estuviera en el Congreso Internacional.
“Al escuchar que eran deseos del Santo Padre no dudó en decir que venía aunque estuviese muerta. Me mostraba –señaló P. Baertl– su obediencia absoluta al Santo Padre incluso aunque esto fuera contra sí misma. Muy edificante”.
Cuando Madre Teresa arribó al Perú, el sacerdote del Sodalicio de Vida Cristiana, un instituto de vida consagrada fundado en el Perú, tuvo el honor de ser su chofer durante los días de su visita.
“El día de su llegada la recogí en el aeropuerto en la escalinata del avión. El auto estaba a unos 50 metros del avión. Muchos periodistas y personal del aeropuerto estaban ahí y no dejaban avanzar a la Madre. Fue muy complicado llegar al auto”, narró el sacerdote.
Ya en el carro, la religiosa miró hacia el asiento de atrás y preguntó a la superiora de su congregación en Lima por “la bolsa”. La hermana sin entender muy bien le enseñó una bolsa, pero Madre Teresa replicó: “no, la otra”.
“No entendíamos –comentó el P. Baertl–. Cuando se explicó bien se refería a que le habían dado en el avión la comida que había quedado pues la había pedido para sus pobres”.
“Las azafatas no querían entregarle esa comida por regulaciones, pero ella nunca se quedaba conforme, ni quieta y las convenció a que le dieran la comida para sus pobres. Subí al avión y recogí ‘la bolsa’. Cuando llegué al auto me tomó la mano y con una mirada tierna me agradeció”.
Al día siguiente el P. Baertl fue a recogerla a la casa de las Hermanas de la Caridad en una zona muy pobre y peligrosa, en medio de un mercado en el distrito de la Victoria. Allí las religiosas acogen a ancianos pobres, abandonados, indigentes y personas con discapacidad.
“Tan pronto salimos me hizo detener el auto, miro a un lado y al otro y al ver la pobreza, tanto material como moral de la zona, dijo: ‘estamos en el lugar correcto’”.
Otro día estaban en el Callao en una zona muy pobre, de igual manera le pidió detener el carro. Al ver la miseria y la pobreza, la Madre Teresa le preguntó a la hermana que iba con ella si estaban trabajando en esa zona. La hermana respondió que no y ella le pidió que hablara con el Obispo del Callao para que pudieran trabajar ahí. De esta manera “mostraba su interés por estar entre los más pobres de los pobres”, afirmó el sacerdote.
“En las mañanas, cuando la recogía de la casa de las hermanas acá en Lima, siempre la encontraba sirviendo personalmente a alguien, a alguno de los marginados y abandonados que habían recogido y traído a casa. Por ser ella y por su edad podría haberse abstenido de hacer labores duras de limpiar a un enfermo o dar de comer o lo que fuese, pero no era así: ella estaba sirviendo como una más”.
Durante las conversaciones que mantuvo esos días con Madre Teresa, el P. Baertl descubrió a “una religiosa normal como sus demás hermanas”, pero lo que más le impresionó de ella fue su “sobriedad de vida en todo sentido, el que tenía una fe muy grande, convicciones profundas, amor a los pobres y capaz de hacer cualquier cosa por ellos, obediencia a la Iglesia y al Santo Padre”.
Han pasado 26 años desde que este sacerdote sirviera como chofer de la Beata, y aún la recuerda con mucho cariño. Lo que más admiraba en ella, comenta, es su “olvido de sí misma”.
“Ella no importaba. No es que no se tuviera un recto amor a sí misma, sino que lo que para ella importaba era la misión y su convicción de que el amor es capaz de todo. Este tema del amor al Señor, y por Él, del amor a los demás era una santa obsesión que me impresionó mucho”.
“Estoy convencido de la actualidad de su persona y del testimonio que daba, de lo que ella transmitía con su absoluta sobriedad personal; más aún, en una cultura del narcisismo y del amor propio, del individualismo y de la autosatisfacción al extremo, ella mostraba, con fuerza interior, que todo es basura frente a Jesucristo como diría San Pablo”, concluyó el P. Baertl, el primer sacerdote sodálite.
No hay comentarios:
Publicar un comentario