Parábola del saludo
El saludo de todos los días es como una tarjeta de presentación ante los demás. Al saludar evita usar formas establecidas y protocolarias, rebuscadas por la vanidad de los hombres. Es mejor un saludo lleno de simplicidad, sin abusar de los saludos que por ahí corren.
Saludo chuleta: "¡Hola! No tengo tiempo ahora porque llego tarde. Ya nos veremos". Tan rápido es que ni siquiera da tiempo a contestar. Con este saludo (?) no se siente ni pena ni gozo, sino todo lo contrario.
Saludo paliza: contrario al anterio, pues es un saludo que nunca acaba y más parece discurso oficial que otra cosa, pues te cuentan la vida propia y la ajena, y al final no sabes si te han saludado o te han recitado la Biblia en pasta, Dios me perdone.
Saludo dentífrico: "¡Qué bien estás! Buen tiempo tenemos, ¿verdad?". Esto se va diciendo con la voz engolada y sin dejar de enseñar los dientes. Te quedas perplejo, porque el remedo de beso se pierde en el aire y no sabes si te han saludado a ti o a la pelusa del aire. Parece que eso es cumplir el expediente o salir del paso, y para eso mejor es no perder el tiempo.
El arte de saludar a quienes nos encontramos en el camino debe ser aprendido por todos, de tal manera, que nos quitemos de la cabeza esos saludos tontos, sinsentido, que están llenos de palabras de adulación... Cuando se saluden entre ustedes, haganlo con sencillez y con verdad, pues el hermano lee mejor el corazón que entiende los sonidos.
El documento Nican Mopohua (1649) describe los encuentros de la Virgen Santa María de Guadalupe con el indio Juan Diego en el cerro del Tepeyac. La Señora se presenta como "la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive...". Juan Diego dice, por su parte, que ante ella se siente "un hombrecillo, cordel, escalerilla de tablas, cola, hoja, gente menuda". A ella se dirige el indio candorosamente: "Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿estás bien de salud, Señora y Niña mía?" Es este saludo un poema de sencillez. La preocupación primera de Juan Diego es si nuestra Señora está contenta, si en su corazón se aposenta la alegría.
Cuando saludemos, no usemos, pues, fórmulas establecidas... Ni siquiera esos saludos tontos de los que hemos hablado más arriba. Que nuestro saludo sea sencillo y sincero, que de la abundancia de nuestro corazón hable y bese nuestra boca.
Nunca he entendido a los estirados que no contestan al saludo o, si lo hacen, parece que están concediendo un favor, pasando una factura o perdonando la vida. Sépanlo, no hay cargo ni encomienda ni prebenda que sitúe a un hombre por encima de otro hombre, pues todos tenemos dos agujeritos en la nariz y algún remiendo en el alma, y Dios nos hizo a todos lo mismito de importantes.
No neguemos el saludo, aunque seamos muy importantes, que la verdadera importancia está en la nobleza del corazón y su tarjeta de identidad es el saludo. Mientras más nobles, más sencillos. El que no se adelanta a saludar por mantener las distancias, va haciéndose cada vez más lejano y termina siendo extraño a los hermanos.
El saludo de todos los días es como una tarjeta de presentación ante los demás. Al saludar evita usar formas establecidas y protocolarias, rebuscadas por la vanidad de los hombres. Es mejor un saludo lleno de simplicidad, sin abusar de los saludos que por ahí corren.
Saludo chuleta: "¡Hola! No tengo tiempo ahora porque llego tarde. Ya nos veremos". Tan rápido es que ni siquiera da tiempo a contestar. Con este saludo (?) no se siente ni pena ni gozo, sino todo lo contrario.
Saludo paliza: contrario al anterio, pues es un saludo que nunca acaba y más parece discurso oficial que otra cosa, pues te cuentan la vida propia y la ajena, y al final no sabes si te han saludado o te han recitado la Biblia en pasta, Dios me perdone.
Saludo dentífrico: "¡Qué bien estás! Buen tiempo tenemos, ¿verdad?". Esto se va diciendo con la voz engolada y sin dejar de enseñar los dientes. Te quedas perplejo, porque el remedo de beso se pierde en el aire y no sabes si te han saludado a ti o a la pelusa del aire. Parece que eso es cumplir el expediente o salir del paso, y para eso mejor es no perder el tiempo.
El arte de saludar a quienes nos encontramos en el camino debe ser aprendido por todos, de tal manera, que nos quitemos de la cabeza esos saludos tontos, sinsentido, que están llenos de palabras de adulación... Cuando se saluden entre ustedes, haganlo con sencillez y con verdad, pues el hermano lee mejor el corazón que entiende los sonidos.
El documento Nican Mopohua (1649) describe los encuentros de la Virgen Santa María de Guadalupe con el indio Juan Diego en el cerro del Tepeyac. La Señora se presenta como "la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive...". Juan Diego dice, por su parte, que ante ella se siente "un hombrecillo, cordel, escalerilla de tablas, cola, hoja, gente menuda". A ella se dirige el indio candorosamente: "Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿estás bien de salud, Señora y Niña mía?" Es este saludo un poema de sencillez. La preocupación primera de Juan Diego es si nuestra Señora está contenta, si en su corazón se aposenta la alegría.
Cuando saludemos, no usemos, pues, fórmulas establecidas... Ni siquiera esos saludos tontos de los que hemos hablado más arriba. Que nuestro saludo sea sencillo y sincero, que de la abundancia de nuestro corazón hable y bese nuestra boca.
Nunca he entendido a los estirados que no contestan al saludo o, si lo hacen, parece que están concediendo un favor, pasando una factura o perdonando la vida. Sépanlo, no hay cargo ni encomienda ni prebenda que sitúe a un hombre por encima de otro hombre, pues todos tenemos dos agujeritos en la nariz y algún remiendo en el alma, y Dios nos hizo a todos lo mismito de importantes.
No neguemos el saludo, aunque seamos muy importantes, que la verdadera importancia está en la nobleza del corazón y su tarjeta de identidad es el saludo. Mientras más nobles, más sencillos. El que no se adelanta a saludar por mantener las distancias, va haciéndose cada vez más lejano y termina siendo extraño a los hermanos.
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