Hambre de Dios
Autora: Madre Teresa de Calcuta
Tiempo atrás las Hermanas tropezaron con una persona en circunstancias penosas. Era una de esas personas encerradas en sí mismas, sin contacto con la sociedad que las rodea. Ocurrió en Roma, donde las Hermanas están trabajando. Creo que las Hermanas no habían descubierto nada parecido. Le lavaron las ropas, limpiaron su habitación, le prpararon un poco de agua caliente, lo dejaron todo ordenado y limpio. Hasta le dejaron preparada un poco de comida. A todo esto, él parecía mudo.
No fue capaz de pronunciar palabra alguna. Las Hermanas tomaron la decisión de acudir a su casa dos veces al día. A los pocos días, aquel hombre rompió su silencio pare decir: "Hermanas, vosotras habéis traído a Dios a mi vida. Traedme también a un padre.
Las hermanas acudieron a un sacerdote. Aquel hombre se confesó, después de 60 años al día siguiente murió. Esto es algo hermoso. La ternura de las jóvenes Hermanas llevó a Dios a la vida de aquel hombre que a lo largo de tantos años había permanecido olvidado de lo que es el amor de Dios, el amor de uno hacia otro, de lo que significa sentirse amados. Lo había olvidado, porque su corazón se había cerrado todo. El trabajo humilde, sencillo, lleno de ternura de as jóvenes Hermanas fue el vehículo de que se sirvió Dios para penetrar en la vida de aquel pobre hombre. Pero lo que más me impresionó fue la grandeza y dignidad de la vocaci{on sacerdotal: aquel pobre hombre tuvo necesidad del sacerdote para entrar en contacto con Dios.
Creo que es esto lo que podemos aprender de nuestra Señora: su ternura. Todos, vosotros y yo, tenemos que hacer uso de lo que Dios nos ha dado, de aquello para lo cual nos ha creado Dios. Porque Dios nos ha creado para cosas más grandes: para amar y para ofrecer amor, para que experimentemos una profunda ternura hacia los demás, como la tuvo él. Y para que sepamos ofrecer a Jesús a los demás.
La gente no tiene hambre de nosotros. La gente tiene hambre de Dios. Tiene hambre de Jesús, de la eucaristía.
Autora: Madre Teresa de Calcuta
Tiempo atrás las Hermanas tropezaron con una persona en circunstancias penosas. Era una de esas personas encerradas en sí mismas, sin contacto con la sociedad que las rodea. Ocurrió en Roma, donde las Hermanas están trabajando. Creo que las Hermanas no habían descubierto nada parecido. Le lavaron las ropas, limpiaron su habitación, le prpararon un poco de agua caliente, lo dejaron todo ordenado y limpio. Hasta le dejaron preparada un poco de comida. A todo esto, él parecía mudo.
No fue capaz de pronunciar palabra alguna. Las Hermanas tomaron la decisión de acudir a su casa dos veces al día. A los pocos días, aquel hombre rompió su silencio pare decir: "Hermanas, vosotras habéis traído a Dios a mi vida. Traedme también a un padre.
Las hermanas acudieron a un sacerdote. Aquel hombre se confesó, después de 60 años al día siguiente murió. Esto es algo hermoso. La ternura de las jóvenes Hermanas llevó a Dios a la vida de aquel hombre que a lo largo de tantos años había permanecido olvidado de lo que es el amor de Dios, el amor de uno hacia otro, de lo que significa sentirse amados. Lo había olvidado, porque su corazón se había cerrado todo. El trabajo humilde, sencillo, lleno de ternura de as jóvenes Hermanas fue el vehículo de que se sirvió Dios para penetrar en la vida de aquel pobre hombre. Pero lo que más me impresionó fue la grandeza y dignidad de la vocaci{on sacerdotal: aquel pobre hombre tuvo necesidad del sacerdote para entrar en contacto con Dios.
Creo que es esto lo que podemos aprender de nuestra Señora: su ternura. Todos, vosotros y yo, tenemos que hacer uso de lo que Dios nos ha dado, de aquello para lo cual nos ha creado Dios. Porque Dios nos ha creado para cosas más grandes: para amar y para ofrecer amor, para que experimentemos una profunda ternura hacia los demás, como la tuvo él. Y para que sepamos ofrecer a Jesús a los demás.
La gente no tiene hambre de nosotros. La gente tiene hambre de Dios. Tiene hambre de Jesús, de la eucaristía.
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