Lecturas del Sábado de la 27ª semana del Tiempo Ordinario
Sábado, 13 de octubre de 2018
Primera lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas (3,22-29):
La Escritura presenta al mundo entero prisionero del pecado, para que lo prometido se dé por la fe en Jesucristo a todo el que cree. Antes de que llegara la fe estábamos prisioneros, custodiados por la ley, esperando que la fe se revelase. Así, la ley fue nuestro pedagogo hasta que llegara Cristo y Dios nos justificara por la fe. Una vez que la fe ha llegado, ya no estarnos sometidos al pedagogo, porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis vestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y, si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos de la promesa.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 104,2-3.4-5.6-7
R/. El Señor se acuerda de su alianza eternamente
Cantadle al son de instrumentos,
hablad de sus maravillas;
gloriaos de su nombre santo,
que se alegren los que buscan al Señor. R/.
Recurrid al Señor y a su poder,
buscad continuamente su rostro.
Recordad las maravillas que hizo,
sus prodigios, las sentencias de su boca. R/.
¡Estirpe de Abrahán, su siervo;
hijos de Jacob, su elegido!
El Señor es nuestro Dios,
él gobierna toda la tierra. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Lucas (11,27-28):
En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo: «Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.»
Pero él repuso: «Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.»
Palabra del Señor
Comentario al Evangelio del sábado, 13 de octubre de 2018
CR
Queridos hermanos:
Jesús universaliza la dicha. Sólo un vientre lo pudo llevar; sólo dos pechos lo criaron; sólo una mujer lo dio a luz, como paso o puente entre el embarazo y la crianza. Es, en cierto modo, la singularización máxima de la dicha (perdónese la palabra "singularización"). Pero a Jesús le interesa convertir el punto en una línea, y la línea en un plano, y el plano en un volumen. Quiere alargar, dilatar, ahondar. Quiere que la felicidad no sea un monopolio, ni un oligopolio. La quiere democratizar: todos han de poder tener acceso a ella. Todos, sin diferencia ni distinción: varones y mujeres, pequeños y grandes, judíos y griegos, circuncidados e incurcuncisos, esclavos y libres.
¿Cómo? Pues haciendo todos algo semejante a lo que hizo María: concebir y dar la luz. Concebir la Palabra a través de la escucha, es decir, a través de la acogida por la que la alojamos y la dejamos madurar y crecer en nosotros. No realicemos un aborto provocado de la Palabra, expulsándola del seno de la conciencia. Puede producir malestar y causar trabajos, perturbar la placidez en que vivíamos, hacernos sufrir. Vienen a ser algo parecido a las molestias y mareos que experimenta la embarazada.
Dar a luz la palabra: cumplirla. Si no la cumplimos, nos parecemos a lo que decía el profeta: concebimos, sentimos dolores, nos retorcimos, dimos a luz: nada, viento. Nos nace un feto ya muerto. Es preciso, por tanto, guardar la palabra y cumplir la palabra. La mejor forma de guardarla es darle cumplimiento. Ese es el don, ese es el reto; esa, la gracia, esa, la tarea. Prestemos oído para la escucha y pongamos manos a la obra. Es lo que se nos ha dicho también en la parábola del buen samaritano, que concluye con estas palabras: “Ve y haz tú lo mismo”.