El hecho de la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor tiene en
los Evangelios una importancia muy grande. Como la tiene después para la
vida de la Iglesia, que le consagra hoy una fiesta especial, la cual
reafirma nuestra esperanza en el Señor Resucitado, pues sabemos que,
cuando se nos manifieste, transformará nuestros cuerpos mortales,
eliminando de ellos todas las miserias, y configurándolos con su cuerpo
glorioso e inmortal...
Lo que pasó en el Tabor lo sabemos muy de memoria.
Jesús, al atardecer de aquel día, deja a los apóstoles en la
explanada galilea y, tomando a los tres más íntimos --Pedro, Santiago y
Juan--, se sube a la cima de la hermosa montaña.
Pasa el Señor la noche en oración altísima, dialogando efusivamente
con Dios su Padre, mientras que los tres discípulos se la pasan felices
rendidos al profundo sueño...
Al amanecer y espabilar sus ojos los discípulos, quedan pasmados
ante el Maestro, que aparece mucho más resplandeciente que el sol...
Se le han presentado Moisés y Elías, que le hablan de su próxima pasión y muerte...
Se oyen los disparates simpáticos de Pedro, que quiere construir tres tiendas de campaña y quedarse allí para siempre...
El Padre deja oír su voz, que resuena por la montaña y se esparce por todos los cielos: -¡Éste es mi Hijo queridísimo!...
Y la palabra tranquilizante de Jesús, cuando ha desaparecido todo:
-¡Animo! ¡No tengáis miedo! Y no digáis nada de esto hasta que yo haya
resucitado de entre los muertos...
Pedro recordará muchos años después en su segunda carta a las Iglesias:
- Si os hemos dado a conocer la venida poderosa de nuestro Señor
Jesucristo, no ha sido siguiendo cuentos fantasiosos, sino porque fuimos
testigos de vista de su majestad. Cuando recibió de Dios Padre honor y
gloria, y de aquella magnifica gloria salió la poderosa voz: ¡Éste es mi
Hijo amadísimo en quien tengo todas mis delicias! Y fuimos nosotros
quienes oímos esta voz cuando estábamos con él en la montaña santa.
Este hecho del Tabor tuvo muchas repercusiones en la vida de Jesús y de los apóstoles.
Sí, en la de Jesús ante todo. Porque Jesús no era insensible al
dolor que se le echaba encima con la pasión y la cruz. La vista de la
gloria que le reservaba el Padre por su obediencia filial fue para Jesús
un estímulo muy grande al tener que enfrentarse con la tragedia del
Calvario.
Para los apóstoles, ya lo sabemos también. Acabamos de escuchar a
Pedro. Y sabemos cómo la visión del Resucitado ante las puertas de
Damasco fue para Pablo una experiencia extraordinaria, que supo
transmitir después en sus cartas a las Iglesias: -¡Nuestro cuerpo, ahora
sujeto a tantas miserias, será transformado conforme al cuerpo glorioso
del Señor!...
Así lo es también para nosotros. Porque la vida no se nos ofrece
siempre risueña, sino que muchas veces nos presenta unas uñas bien
aceradas.
En esos momentos de angustia, recordamos con la visión del Tabor la palabra del apóstol San Pablo:
- Comprendo que los padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un día se nos revelará.
Cuando todo nos va bien en la vida, solemos decir con Pedro --del
que dice el Evangelio que no sabía lo que se decía--: ¡Qué bien se está
aquí!...
Pero es cuestión de dejar el Tabor para después. Ahora hay que subir
a Jerusalén con Jesús. Es decir, hay que cargar con la cruz de cada
día, porque en el Calvario nos hemos de encontrar con el Señor, para
encontrarnos seguidamente con Él en el sepulcro vacío...
La Transfiguración fue un paréntesis muy breve, aunque muy intenso,
en la vida de Jesús. Detrás quedaban casi tres años de apostolado muy
activo, en los que había predicado y hecho muchos milagros. Ahora había
que enfrentarse con Getsemaní, la prisión, los tribunales, los azotes y
el Gólgota. Pero la experiencia del Tabor le anima a seguir adelante sin
decaer un momento.
Para nosotros, es cuestión de mirar a nuestro Jefe y Capitán, Cristo Jesús.
Hay que tener fe en Dios, cuando nos brinda la misma gloria que a Jesucristo.
Porque si Dios nos ofrece el mismo cáliz que a su Hijo, es decir, la
misma suerte en sus sufrimientos, es porque nos tiene destinados
también a la misma gloria y felicidad que las de Jesucristo.
Jesús se manifiesta en el Tabor, más que en ninguna otra ocasión,
como el esplendor de la gloria del Padre. Nadie ha visto la gloria
interna de Dios. Pero mirando a Jesús envuelto en una luz que opaca y
anula del todo la luz del sol, nosotros llegamos a barruntar lo que es
ese Dios que un día veremos cara a cara y que nos envolverá con sus
esplendores. Esplendores que son ya ahora una realidad que llevamos
dentro, aunque no los vemos. La Gracia del Bautismo nos ha transformado
en esa luz que nos hace gratos, ¡y tan gratos!, a los ojos divinos...
¡Señor Jesucristo! ¡Qué grande, qué amoroso, y qué humilde, te
muestras en el Tabor! ¿Cuándo, pero cuándo nos será dado gozar de aquel
espectáculo que enloqueció a los discípulos?...
Ya vemos que nos preparas cosa buena de verdad. El caso es que sepamos merecerla....
Preguntas o comentarios al autor
P. Pedro García Cmf