domingo, 29 de marzo de 2020

UNA PUERTA ABIERTA - MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 29 DE MARZO DE 2020


UNA PUERTA ABIERTA


Estamos demasiado atrapados por el «más acá» para preocuparnos del «más allá». Sometidos a un ritmo de vida que nos aturde y esclaviza, abrumados por una información asfixiante de noticias y acontecimientos diarios, fascinados por mil atractivos que el desarrollo técnico pone en nuestras manos, no parece que necesitemos un horizonte más amplio que «esta vida» en la que nos movemos.

¿Para qué pensar en «otra vida»? ¿No es mejor gastar todas nuestras fuerzas en organizar lo mejor posible nuestra existencia en este mundo? ¿No deberíamos esforzarnos al máximo en vivir esta vida de ahora y callarnos respecto a todo lo demás? ¿No es mejor aceptar la vida con su oscuridad y sus enigmas, y dejar «el más allá» como un misterio del que nada sabemos?

Sin embargo, el hombre contemporáneo, como el de todas las épocas, sabe que en el fondo de su ser está latente siempre la pregunta más seria y difícil de responder: ¿qué va a ser de todos y cada uno de nosotros? Cualquiera que sea nuestra ideología o nuestra fe, el verdadero problema al que estamos enfrentados todos es nuestro futuro. ¿Qué final nos espera?

Peter Berger nos ha recordado con profundo realismo que «toda sociedad humana es, en última instancia, una congregación de hombres frente a la muerte». Por ello, es ante la muerte precisamente donde aparece con más claridad «la verdad» de la civilización contemporánea, que, curiosamente, no sabe qué hacer con ella si no es ocultarla y eludir al máximo su trágico desafío.

Más honrada parece la postura de personas como Eduardo Chillida, que en alguna ocasión se expresó en estos términos: «De la muerte, la razón me dice que es definitiva. De la razón, la razón me dice que es limitada».

Es aquí donde hemos de situar la postura del creyente, que sabe enfrentarse con realismo y modestia al hecho ineludible de la muerte, pero que lo hace desde una confianza radical en Cristo resucitado. Una confianza que difícilmente puede ser entendida «desde fuera» y que solo puede ser vivida por quien ha escuchado, alguna vez, en el fondo de su ser, las palabras de Jesús: «Yo soy la resurrección y la vida». ¿Crees esto?


Evangelio Comentado por:
José Antonio Pagola
Jn (11,1-45)

CORONAVIRUS: CÁRITAS LIMA COORDINARÁ AYUDA CON PARROQUIAS, RELIGIOSOS Y MOVIMIENTOS LAICOS


Coronavirus: Cáritas Lima coordinará ayuda con parroquias, religiosos y movimientos laicos
Redacción ACI Prensa
Crédito: Cáritas Lima




La Vicaría de la Pastoral Social y de la Dignidad Humana - Cáritas Lima informó que, ante las nuevas medidas para combatir la pandemia del coronavirus en Perú, tiene preparado un Plan de acción con el que se coordinará toda ayuda social con las más de cien parroquias de jurisdicción, así como con las comunidades religiosas, movimientos y otras instituciones.

A través de un comunicado publicado el 28 de marzo, Cáritas Lima anunció que “en los últimos días se ha organizado un Plan de acción para responder al actual estado de emergencia”, y que se coordinará con “los 13 decanatos que agrupan a las 125 parroquias” de la Arquidiócesis de Lima “en tres áreas fundamentales”.

En primer lugar se coordinará para “identificar y focalizar personas y/o familias altamente vulnerables de su jurisdicción que no estén contando con las ayudas ofrecidas por el Estado”; además, a “evaluar cómo canalizar las donaciones de alimentos y otros suministros importantes”; y finalmente a “intensificar la ayuda interparroquial hacia las comunidades parroquiales más vulnerables”.

También, Cáritas Lima invitó “a participar a las comunidades religiosas, movimientos y otras instituciones que tengan la capacidad instalada y la experiencia de trabajar con comedores y atención directa a personas vulnerables”.

“Para ello, Cáritas Lima se estará comunicando para generar acciones coordinadas”, añadió.

En otro punto de comunicado, la caridad católica informó que todas las donaciones recibidas en sus almacenes “han sido entregadas a personas necesitadas y a organizaciones capacitadas en la distribución adecuada y segura de alimentos, contando con la ayuda del Ejército Peruano y la Policía Nacional”.

También reiteró “su disposición para actuar como agente de atención social, sumándose a la gran red de solidaridad de la que ahora somos testigos”, y por ello, ha fortalecido “las coordinaciones con las autoridades nacionales y locales”.

“Cáritas Lima se compromete a aplicar y cumplir con los protocolos de sanidad y seguridad que el gobierno ha dispuesto para esta emergencia. Para ello, se están coordinando el acopio y distribución con INDECI, el Ejército, la Policía, los Bomberos y los Municipios que ahora tienen un rol importante de subsidiaridad”, anunció.

Finalmente, la institución de la Iglesia agradeció “la solidaridad y servicio de todas las personas e instituciones que vienen colaborando, buscando aliviar la situación de nuestros hermanos y hermanas que más están sufriendo en estos momentos difíciles”.

En un comunicado publicado el 22 de marzo, la Oficina de Prensa del Arzobispado de Lima aseguró que Cáritas Lima, es la única institución de la Arquidiócesis de Lima que está articulando la ayuda social de la Iglesia de Lima con las instancias del Estado, por lo tanto, es la única autorizada a recibir donaciones”.

Luego el Arzobispado de Lima desautorizó “cualquier intento particular de otra institución religiosa o parroquial, que haya solicitado donaciones de índole económico (dinero o depósitos bancarios) o bienes materiales (víveres) con el objeto de realizar ayuda social en esta situación de pandemia”.

Cinthya Tello, directora general de Cáritas Lima, dijo a ACI Prensa el 23 de marzo que el comunicado salió así “porque lo que quiere evitar la Arquidiócesis de Lima es la aglomeración de gente para evitar el contagio y acatar las medidas dadas por el gobierno”.

Además, aclaró que si las parroquias o instituciones religiosas y/o laicas quieren dar algún tipo de apoyo primero deben llamar a Cáritas Lima. Sin embargo, esto último no era explícito en el comunicado del Arzobispado de Lima.

Sobre el comunicado arquidiocesano dijo que había “salido muy mal” y que pediría la Oficina de Prensa sacar “otro comunicado”, “porque eso ha salido desde el mismo Arzobispado de Lima y me lo enseñaron ya al final”.


Para realizar una consulta a Cáritas Lima se puede comunicar a través de sus redes sociales en Facebook, Instagram, Twitter, al télefono +51 998400156 o al correo electrónico: info@vicariadelacaridad.org.pe.

Para donaciones de carácter económico aquí las cuentas oficiales de Cáritas Lima:

Scotiabank

Soles: 000-0995487 / CCI: 009-010-000000995487-06
Dólares: 000-2472478 / CCI: 009-010-000002472478-03

BCP – Banco de Crédito

Entrar a “Pago de servicios” a nombre de “Vicaria de la Caridad”. Código 21517

LÁZARO, EL HOMBRE QUE MURIÓ DOS VECES


Lázaro, el hombre que murió dos veces
¿Murió, realmente, o sólo estuvo suspendida su vida en aquellos cuatro días?


Por: José Luis Martín Descalzo | Fuente: Vida y misterio de Jesús de Nazaret




1. El misterio de Lázaro

Detengámonos para preguntarnos por el misterio de esta alma, el más agudo misterio de cuantos existan. ¿Qué experimentó Lázaro? ¿Qué significaron para él esos cuatro días... dónde, dónde? ¿Qué fue para él la vida y cómo cruzó los años después de su regreso? Desgraciadamente nadie responderá a estas preguntas. Escritores, poetas, han girado sobre esta misteriosa existencia, pero sólo pueden ofrecernos sus imaginaciones o aplicar a Lázaro lo que ellos piensan de la vida y de la muerte.

Luis Cernuda nos contará, por ejemplo, que a Lázaro no le gustó resucitar. Que al oír la llamada de Jesús:

"hundió la frente sobre el polvo
al sentir la pereza de la muerte.
Quiso cerrar los ojos,
buscar la vasta sombra",
–y que, forzado por aquella voz que le arrastraba–
"sintió de nuevo el sueño, la locura
y el error de estar vivo",
–y tuvo que pedirle al Profeta–
"fuerza para llevar la vida nuevamente",
–aunque, al menos descubriera que, en adelante,
debería vivir trabajando–
"no por mi vida ni mi espíritu,
mas por una verdad en aquellos ojos
entrevista ahora".

Hermoso, sí, pero ¿quién nos lo certifica? Para Jorge Guillén, al contrario, Lázaro no se encontró nada a gusto muerto. Se encontró harapiento despojo de un pasado, siendo ya, no Lázaro, sino ex-Lázaro, en un fatal naufragio oscuro. Por eso, cuando Jesús le resucite, le pedirá que le deje aquí, en la pequeña y dulce tierra de los hombres, y que su cielo no sea otra cosa que una pequeña Betania, en una gloria terrena. De nuevo, poesía, sólo poesía.

En realidad nada sabemos de lo que atravesó antes, durante y después, por el alma de Lázaro. ¿Murió, realmente, o sólo estuvo suspendida su vida en aquellos cuatro días? ¿Su «segunda» vida fue, en realidad, una «segunda vida», o una prolongación de la anterior? ¿Añadió Cristo «un codo más» a su existencia? ¿Y cómo fue ese añadido? Las leyendas han tejido este segundo «trozo» de vida de Lázaro, hasta hacerle algunas obispo de Lyon muchos años más tarde. Pero sólo son leyendas. Tal vez lo único que sabemos -que tenemos derecho a suponer- es que Lázaro comenzó a vivir «de veras» ahora que sabía lo que la muerte era. Es decir, que vivió como los hombres todos deberían hacerlo si se sintieran resucitar cada mañana.


2. La verdadera vida

Lo que sí podemos hacer nosotros -aunque San Juan no lo haga expresamente- es leer esta página a la luz de todo el resto de su evangelio. Para empezar descubriendo que el concepto de «vida» y el de «vida eterna» son dos de las ideas claves de todo el cuarto evangelio y dominan todo el cuadro que éste da de la salvación obrada por Cristo. Como comenta Wikenhauser la noción de «vida» en Juan corresponde en importancia a la de «reino de Dios» en los sinópticos. 21 veces aparece en este evangelio la palabra «vida», 15 las palabras «vida eterna».

Según Juan, Jesús es siempre depositario y dispensador de la vida. Hablando de sí mismo dice que vive, es decir, que posee la vida (6, 57; 14, 19), que tiene la vida en sí mismo (5, 26), que es la vida (11, 25, 14, 6). Antes de la encarnación la vida estaba en él (1, 4), él era la palabra de vida, en él está la vida que nosotros hemos recibido de Dios. Por eso él es la resurrección y la vida (11, 25), el camino, la verdad y la vida (14, 6). Por eso se designa a sí mismo como el pan de vida (6, 35-48), como luz de la vida (8, 12), como aquel que da el agua viva (4, 10-11; 7, 38), el pan vivo (6, 51). Sus palabras son espíritu y vida (6, 63), palabras de vida eterna (6, 68), porque vivifican, dispensan la vida. El vino al mundo para darle la vida (6, 33; 10, 10). El comunica la vida a los hombres de acuerdo con la voluntad divina y por encargo de Dios (17, 2); Dios les da vida a través de él (1 Jn 5, 11).

Dios es el Padre que vive (6, 57). Él es el único que originalmente posee la vida y Él quien la comunica. No hay otra vida que la que Dios posee. Los hombres tienen vida en el Hijo, en su nombre (3, 15; 20, 31). Y esta vida que el Hijo comunica a los hombres es mucho más que la vida natural, es la vida trascendente del mundo superior, la vida eterna, un bien en orden a la salvación, o, para ser más exactos, es la salvación misma, la condición de quien está salvado. Los hombres realmente vienen al mundo privados de vida, creen vivir pero están muertos, están en la muerte, y lo están mientras no reciban vida de Jesús.

A la luz de todo esto, ¿podemos entender mejor lo sucedido a Lázaro? ¿No será su resurrección, además de un milagro, un paradigma de todo el pensamiento de Jesús sobre la vida y la muerte? ¿No tiene o puede tener todo hombre dos vidas, una primera y mortal, y una segunda que se produce en su encuentro con Cristo? ¿No es todo creyente un Lázaro... que tal vez ignora que lo es? ¡Ah si todos vivieran su «segunda y verdadera vida» como debió de vivirla Lázaro!

Pero evidentemente la resurrección del hermano de Marta y María fue sólo un ensayo. Y tal vez no debiéramos ni siquiera llamarla resurrección. Hay teólogos que prefieren hablar de «resucitación», para diferenciarla de la verdadera, la de Jesús. Porque el Lázaro de Betania volvió a morir años o meses después de su primer «regreso». La segunda vida, o el segundo trozo de su vida, no comportaba la inmortalidad, que es la sustancia de la resurrección. En Jesús, la segunda vida fue la eterna, la inmortal, la interminable. En Lázaro, hay que repetirlo, sólo hubo un anuncio, un ensayo. En todo caso el verdadero y más profundo milagro de aquel día, más que la misma recuperación de la vida terrena, fue el encuentro de Lázaro con Cristo. Un milagro, una fortuna, que cualquier creyente puede encontrar.


3. Las consecuencias

Muchos de los judíos que habían venido a Betania y vieron lo que había hecho, creyeron en él, pero algunos se fueron a los fariseos y les dijeron lo que había hecho Jesús. Y desde aquel día tomaron la resolución de matarle (11, 45-54). Esta es la lógica de la raza humana. Como comenta Fulton Sheen: "De la misma manera que el sol brilla sobre el barro y lo endurece, y brilla sobre la cera y la ablanda, así este gran milagro endureció algunos corazones para la incredulidad y ablandó a otros para la fe. Algunos creyeron, pero el efecto general fue que los judíos decidieron condenar a muerte a Jesús".

El apóstol sabe muy bien que los milagros no son remedios contra la incredulidad. Si Lázaro y sus hermanas hubieran creído hacer algún favor al triunfo de Cristo, «ayudándole» con un supuesto milagro, habrían demostrado, entre otras cosas, muy corta inteligencia y mucho desconocimiento de la realidad. Habrían, en definitiva, acelerado su muerte. Porque los fariseos poco hubieran tenido que temer de Cristo si éste hubiera sido un impostor. Era el conocimiento de su poder divino lo que les empujaba a la acción, porque eso era lo que le volvía verdaderamente peligroso. No niegan sus milagros. Al contrario: lo que les alarma es precisamente que hace muchos, y que la gente le seguirá cada vez en mayor número. Estrecharán el cerco, no porque le crean un impostor, sino porque se dan cuenta de que no lo es.

Jesús lo sabe. Tenía razón en el fondo Tomás al decir que subir a Jerusalén era ascender a la muerte. Jesús no sólo se ha metido en la madriguera del lobo, sino que le ha provocado con un milagro irrefutable. La resurrección de Lázaro no dejaba escapatoria: o creían en éI, o le mataban. Y habían decidido no creer en él. Por eso esta resurrección era el sello de su muerte. Pero aún no había llegado su hora. Por eso señala el evangelista que, después de estos hechos, Jesús ya no andaba en público entre los judíos; antes se fue a una región próxima al desierto, a una ciudad llamada Efrem, y allí moraba con los discípulos (Jn 11, 54).


4. Las otras lágrimas

Lo que no podía evitar Jesús era la tristeza. Y no muchos días más tarde sus ojos volverían a llenarse de lágrimas. Pero de lágrimas esta vez diferentes: Así que estuvo cerca, al ver la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: ¡Si al menos en este día comprendieras los caminos que llevan a la paz! Pero no, no tienes ojos para verlo (Lc 19, 41). No tenían ojos, efectivamente. Ante sus ojos se les había puesto la prueba definitiva: habían visto un muerto de cuatro días levantándose con sólo una palabra; había ocurrido a la luz del día y ante todo tipo de testigos, amistosos y hostiles; tenían allí al resucitado con quien podían conversar y cuyas manos tocaban. Pero su única conclusión era que tenían que matar al taumaturgo y que eliminar su prueba.

Es por esta ceguera por lo que ahora llora Cristo. Un día, esa ciudad que ahora duerme a sus plantas bajo el sol, será asolada porque no supo, no quiso entender. Y serán los jefes de ese pueblo los supremos responsables; los mismos que acudieron a Betania seguros de que Jesús no se atrevería a actuar ante sus ojos; los mismos que de allí salieron con el corazón más emponzoñado y con una decisión tomada. Y Jesús ve ya esa ciudad destruida, arrasada, sin que quede en pie una piedra sobre otra. Y llora. Porque quiere a esta ciudad como quería a Lázaro. Pero sabe que si él puede vencer a la muerte y a la corrupción de la carne, se encuentra maniatado ante un alma que quiere cegarse a sí misma. El es la resurrección y la vida, pero sólo para quien cree en él. Lázaro, en realidad, dormía. Su alma no se había corrompido, no olía a podredumbre. Los fariseos, que horas más tarde regresaban hacia sus madrigueras, creían estar vivos. Pero sus almas olían mucho peor que la tumba de Lázaro.

(Tomado de "Vida y misterio de Jesús de Nazaret", III, ED. SÍGUEME)

Imagen: La resurrección de Lázaro, P. Rupnik. Capilla de las Hermanas Hospitalarias del Sagrado Corazón del Padre Menni, en Betanzos, Galicia

IMÁGENES Y HOMILÍA COMPLETA DEL PAPA FRANCISCO DURANTE LA BENDICIÓN URBI ET ORBI EXTRAORDINARIA, 27 DE MARZO DE 2020















Homilía completa del Papa durante la bendición Urbi et Orbi extraordinaria

27 de marzo de 2020



«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos. 

Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús. Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—. Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40). 

Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38). No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados. 

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad. 

Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos. 

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”. 

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras. 

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere. 

El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza. 

Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza. «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7). 

LECTURAS BÍBLICAS DE HOY DOMINGO 5° DE CUARESMA, 29 DE MARZO DE 2020


Lecturas de hoy Domingo 5º de Cuaresma - Ciclo A
Hoy, domingo, 29 de marzo de 2020



Primera lectura
Lectura de la profecía de Ezequiel (37,12-14):

Así dice el Señor: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago.» Oráculo del Señor.

Palabra de Dios


Salmo
Sal 129,1-2.3-4ab.4c-6.7-8

R/. Del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa

Desde lo hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz,
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica. R/.

Si llevas cuentas de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto. R/.

Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela la aurora. R/.

Porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos. R/.


Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (8,8-11):

Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

Palabra de Dios


Evangelio de hoy
Evangelio según san Juan (11,3-7.17.20-27.33b-45), 
del domingo, 29 de marzo de 2020


En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.»
Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.»
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa.
Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»
Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?»
Le contestaron: «Señor, ven a verlo.»
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!»
Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?»
Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.
Dice Jesús: «Quitad la losa.»
Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.»
Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.»
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario.
Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.»
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Palabra del Señor




Comentario al Evangelio de hoy domingo, 29 de marzo de 2020
Fernando Torres cmf


De la vida-muerte a la Vida-Vida

      La cuestión que hoy nos podemos plantear es la siguiente: ¿De qué se murió Lázaro? Si el domingo pasado, la lectura del Evangelio nos hablaba del ciego de nacimiento y nos hacía pensar que el ciego no lo era sólo en el sentido físico sino que tampoco podía ver la verdad que es Jesús, hoy podemos pensar que la muerte que afecta a Lázaro es también algo diferente de la muerte física. 

      Lázaro, se dice al principio de la lectura, está enfermo. Pero, para Jesús, esa enfermedad no terminará en muerte sino que servirá para dar gloria a Dios. Ahí está la clave del mensaje de Jesús para nosotros: no estamos enfermos de muerte. O mejor dicho, la muerte no es mortal de necesidad. Sobre todo cuando Jesús está por medio. Entonces se impone una fuerza mayor, una fuerza más fuerte que la muerte, una fuerza capaz de decir “Quitad la losa” a pesar del hedor del que lleva cuatro días enterrado, una fuerza capaz de gritar “Lázaro, ven afuera”. Es la fuerza de Jesús, el que dice de sí mismo que “es la resurrección y la vida”. 

      Necesitamos leer con atención este relato y dejar que sus palabras, las de Jesús, nos lleguen al corazón. Porque sabemos que estamos enfermos de muerte. Somos muy conscientes de que el orgullo, la envidia, el deseo de independencia, el desprecio, y tantos otros virus afectan a nuestro ser y nos van matando poco a poco. Después de tantos años de ciencia e investigación, todavía no tenemos unas medicinas que curen de verdad esas enfermedades, que nos matan en vida. Terminamos viviendo una muerte-vida que no lleva a ningún lugar. Nos enroscamos en nosotros mismos y nos alejamos del que es la fuente de la vida.

      Jesús nos invita a salir de la cueva, de la fosa, en que nos hemos metido nosotros mismos. Nos invita a reconocer que no tenemos fuerzas para salir nosotros solos. Nos tiende la mano y nos saca a la luz –también dijo “Yo soy la luz del mundo” (Jn 12,1)–. Y aunque al principio no podemos caminar bien porque las vendas nos lo impiden, enseguida descubrimos, si nos atrevemos a salir, que él, Jesús, es el sol que más calienta, que da gusto estar a su lado, que es el pan que da la vida, que él es la vid y nosotros los sarmientos. Dicho de otra manera, que Jesús es la Vida-Vida, la Vida-Viva. 

      Jesús realiza así la antigua promesa de sacar al pueblo de sus sepulcros y de darnos una tierra donde vivir para siempre (primera lectura). En Jesús vivimos ya según el Espíritu. La fuerza del pecado que nos mata ya no puede nada contra nosotros. Jesús es el vencedor del pecado y de la muerte (segunda lectura). 



Para la reflexión

      ¿Cuáles son las enfermedades del espíritu que me matan? ¿En mi familia? ¿Con los amigos? ¿En el trabajo? ¿Creo de verdad que Jesús me llama del sepulcro y me da la vida? ¿Quiero salir del sepulcro o sólo es algo que digo con los labios pero no con el corazón?

¡QUÉDATE EN CASA!





jueves, 26 de marzo de 2020

IMÁGENES DE LA ORACIÓN DEL ÁNGELUS












LECTURAS BÍBLICAS DE HOY JUEVES 26 DE MARZO DE 2020


Lecturas de hoy Jueves de la 4ª semana de Cuaresma
Hoy, jueves, 26 de marzo de 2020



Primera lectura
Lectura del libro del Éxodo (32,7-14):

EN aquellos días, el Señor dijo a Moisés:
«Anda, baja de la montaña, que se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto. Pronto se han desviado del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se postran ante él, le ofrecen sacrificios y proclaman: “Este es tu Dios, Israel, el que te sacó de Egipto”».
Y el Señor añadió a Moisés:
«Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso, déjame: mi ira se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo».
Entonces Moisés suplicó al Señor, su Dios:
«¿Por qué, Señor, se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto, con gran poder y mano robusta? ¿Por qué han de decir los egipcios: “Con mala intención los sacó, para hacerlos morir en las montañas y exterminarlos de la superficie de la tierra”? Aleja el incendio de tu ira, arrepiéntete de la amenaza contra tu pueblo. Acuérdate de tus siervos, Abrahán, Isaac e Israel, a quienes juraste por ti mismo: “Multiplicaré vuestra descendencia como las estrellas del cielo, y toda esta tierra de que he hablado se la daré a vuestra descendencia para que la posea por siempre”».
Entonces se arrepintió el Señor de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo.

Palabra de Dios


Salmo
Sal 105,19-20.21-22.23

R/. Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo

V/. En Horeb se hicieron un becerro,
adoraron un ídolo de fundición;
cambiaron su gloria por la imagen
de un toro que come hierba. R/.

V/. Se olvidaron de Dios, su salvador,
que había hecho prodigios en Egipto,
maravillas en la tierra de Cam,
portentos junto al mar Rojo. R/.

V/. Dios hablaba ya de aniquilarlos;
pero Moisés, su elegido,
se puso en la brecha frente a él,
para apartar su cólera del exterminio. R/.


Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Juan (5,31-47):

EN aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:
«Si yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero. Hay otro que da testimonio de mí, y sé que es verdadero el testimonio que da de mí.
Vosotros enviasteis mensajeros a Juan, y él ha dado testimonio en favor de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para que vosotros os salvéis. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y vosotros quisisteis gozar un instante de su luz.
Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido llevar a cabo, esas obras que hago dan testimonio de mí: que el Padre me ha enviado.
Y el Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su rostro, y su palabra no habita en vosotros, porque al que él envió no lo creéis.
Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! No recibo gloria de los hombres; además, os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros.
Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibisteis; si otro viene en nombre propio, a ese sí lo recibiréis.
¿Cómo podréis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que yo os voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí escribió él. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».

Palabra del Señor





Comentario al Evangelio de hoy jueves, 26 de marzo de 2020
José Luis Latorre, cmf



Queridos amigos.

Vivimos en un ambiente bastante indiferente; ambiente en el cual Dios parece no existir ni contar para nada; ambiente en que el camino señalado por el mismo Dios no parece interesar mucho a una gran mayoría, prefieren otras cosas más interesantes e importantes –el becerro de oro-. La fe prácticamente está en descrédito. Grandes sectores de bautizados viven como si Dios ya no les dijera nada y han dejado de practicar sus enseñanzas. Son cristianos de nombre, pero no de hecho. Hoy hay mucha gente que tal vez no entienda nuestro lenguaje sobre la fe e incluso tal vez la puede llegar a malinterpretar, pero se quedan cuestionados por las obras de amor de muchos cristianos.

El evangelio de hoy nos ha narrado una disputa de Jesús con los judíos. También Jesús se sintió incomprendido, rechazado y atacado; no comprendían sus palabras. Por eso él apela a las obras que hace, pues ellas hablan de quién es Él y quién le envía. Las obras son irrefutables y las personas de recta intención las entienden y comprenden.

Para vivir una vida auténtica y profundamente religiosa se necesita haber tenido la experiencia de “sentirse dependiente de Dios”, unidos a Él con un vínculo indisoluble, como el hijo se siente unido con sus padres. Cuando uno se siente profundamente hijo de Dios brotan en él actitudes espirituales y prácticas que caracterizan la vida de la persona y la diferencian de los demás. El creyente, por ejemplo, en la prueba no abandona a Dios como si fuera la causa del mal, sino que se vuelve más hacia Él con una insistencia invencible como Moisés que intercedió por su pueblo cuando esté se construyó el becerro de oro ofendiendo gravemente al Señor. Por otra parte el creyente adulto en la fe siente como prueba personal las pruebas de sus hermanos próximos o lejanos; ora por todos y es un intercesor universal dispuesto a cargar con las debilidades de los demás y sufrir para que los otros sean aliviados, como hizo Moisés por su pueblo, y sobre todo Jesús el inocente muerto como pecador por nosotros, injustos.

La existencia de un Dios que es Amor no se demuestra más que dejando transparentar que vive en los corazones de quienes le acogen; Jesús será creído cuando los que creemos en Él vivamos con autenticidad sus enseñanzas: “vosotros sois mis discípulos si hacéis lo que Yo os mando”. Ante personas que entregan su vida a los más débiles, que no acusan sino que suplican y perdonan a quienes les ofenden, suele surgir la pregunta: ¿por qué actúan así? Y es que las obras tienen un valor incuestionable e irrefutable; ante una persona de bien no cabe más que la admiración y la imitación. Como dice Jesús “si no me creéis a Mí, creed a las obras que hago”. Hoy más que nunca el testimonio coherente de los cristianos cambiará el mundo y lo hará un poco más humano.

José Luis Latorre

Misionero Claretiano

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