El Papa pide a los cristianos que imiten a Jesús y no rechacen tocar la miseria humana
Redacción ACI Prensa
Foto: Daniel Ibáñez / ACI Prensa
Frente a la tentación de alejarse de las llagas de Cristo, el Papa Francisco afirmó que “Jesús toca la miseria humana, invitándonos a estar con Él y a tocar la carne sufriente de los demás”.
Durante la homilía pronunciada en la Misa con motivo de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, celebrada este viernes 29 de junio en la Plaza de San Pedro del Vaticano, el Santo Padre advirtió que “no son pocas las veces que sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor”.
El Pontífice, que celebró la Misa acompañado de los 14 nuevos Cardenales creados el día anterior en el Consistorio, atribuyó esta actitud a la acción del demonio que, actuando “a escondidas” trata de alejar a los cristianos de Jesús.
El Pontífice reflexionó sobre la identidad de Jesús, y cómo el pueblo de Israel, entonces, al igual que “tantos rostros sedientos de vida” hoy, preguntaba: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. El Papa señaló que Jesús retoma esa pregunta y es Él mismo quien se la plantea a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”.
“Pedro, tomando la palabra en Cesarea de Filipo, le otorga a Jesús el título más grande con el que podía llamarlo: ‘Tú eres el Mesías’, es decir, el Ungido de Dios”, señaló.
En este sentido, explicó que “me gusta saber que fue el Padre quien inspiró esta respuesta a Pedro, que veía cómo Jesús ungía a su Pueblo. Jesús, el Ungido, que, de poblado en poblado, camina con el único deseo de salvar y levantar lo que se consideraba perdido: ‘unge’ al muerto, unge al enfermo, unge las heridas, unge al penitente, unge la esperanza”.
En esa unción, “cada pecador, perdedor, enfermo, pagano pudo sentirse miembro amado de la familia de Dios. Con sus gestos, Jesús les decía de modo personal: tú me perteneces”.
De esta manera, “todo yugo de esclavitud es destruido a causa de su unción” y, por lo tanto, “no nos es lícito perder la alegría y la memoria de sabernos rescatados, esa alegría que nos lleva a confesar ‘tú eres el Hijo de Dios vivo’”.
Francisco explicó que Jesús, el Ungido de Dios, “lleva el amor y la misericordia del Padre hasta sus últimas consecuencias”, hasta la cruz. “Tal amor misericordioso supone ir a todos los rincones de la vida para alcanzar a todos, aunque eso le costase el ‘buen nombre’, las comodidades, la posición…, el martirio”.
Fue precisamente en el momento en que Jesús anuncia su misión de acudir a Jerusalén para ser crucificado cuando Pedro reacciona: “¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte”. Pedro, señala el Papa, “se transforma inmediatamente en piedra de tropiezo en el camino del Mesías; y creyendo defender los derechos de Dios, sin darse cuenta se transforma en su enemigo (lo llama ‘Satanás’)”.
“Contemplar la vida de Pedro y su confesión, es también aprender a conocer las tentaciones que acompañarán la vida del discípulo. Como Pedro, como Iglesia, estaremos siempre tentados por esos ‘secreteos’ del maligno que serán piedra de tropiezo para la misión. Y digo ‘secreteos’ porque el demonio seduce a escondidas, procurando que no se conozca su intención”.
Por el contrario, “participar de la unción de Cristo es participar de su gloria, que es su Cruz”. “Gloria y cruz en Jesucristo van de la mano y no pueden separarse; porque cuando se abandona la cruz, aunque nos introduzcamos en el esplendor deslumbrante de la gloria, nos engañaremos, ya que eso no será la gloria de Dios, sino la mofa del ‘adversario’”.
Frente a la tentación de permanecer alejados de las llagas de Cristo en la cruz, el Santo Padre recordó que “confesar la fe con nuestros labios y con nuestro corazón exige identificar los ‘secreteos’ del maligno”.
“Aprender a discernir y descubrir esos cobertizos personales o comunitarios que nos mantienen a distancia del nudo de la tormenta humana; que nos impiden entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y nos privan, en definitiva, de conocer la fuerza revolucionaria de la ternura de Dios”.
El Pontífice finalizó la homilía señalando que “contemplar y seguir a Cristo exige dejar que el corazón se abra al Padre y a todos aquellos con los que Él mismo se quiso identificar, y esto con la certeza de saber que no abandona a su pueblo”.
Antes de la celebración, el Papa bendijo los palios destinados a los Arzobispos metropolitanos nombrados a lo largo del año y que les serán impuestos en sus respectivas diócesis.