lunes, 24 de agosto de 2015

SAN BARTOLOMÉ, APÓSTOL, 24 DE AGOSTO


Bartolomé, Santo
Apóstol, 24 de agosto
Fuente: Centro de Espiritualidad Santa María 




Apóstol y Mártir

Martirologio Romano: Fiesta de san Bartolomé, apóstol, al que generalmente se identifica con Natanael. Nacido en Caná de Galilea, fue presentado por Felipe a Cristo Jesús en las cercanías del Jordán, donde el Señor le invitó a seguirle y lo agregó a los Doce. Después de la Ascensión del Señor, es tradición que predicó el Evangelio en la India y que allí fue coronado con el martirio (s. I)

Etimológicamente: Bartolomé = hijo de Tolomé” (Bar =hijo. Tolomé = “cultivador y luchador”).. Viene de la lengua hebrea.

Breve Biografía
A este santo (que fue uno de los doce apóstoles de Jesús) lo pintaban los antiguos con la piel en sus brazos como quien lleva un abrigo, porque la tradición cuenta que su martirio consistió en que le arrancaron la piel de su cuerpo, estando él aún vivo.

Parece que Bartolomé es un sobrenombre o segundo nombre que le fue añadido a su antiguo nombre que era Natanael (que significa "regalo de Dios") Muchos autores creen que el personaje que el evangelista San Juan llama Natanael, es el mismo que otros evangelistas llaman Bartolomé. Porque San Mateo, San Lucas y San Marcos cuando nombran al apóstol Felipe, le colocan como compañero de Felipe a Natanael.

El encuentro más grande de su vida.

El día en que Natanael o Bartolomé se encontró por primera vez a Jesús fue para toda su vida una fecha memorable, totalmente inolvidable. El evangelio de San Juan la narra de la siguiente manera: "Jesús se encontró a Felipe y le dijo: "Sígueme". Felipe se encontró a Natanael y le dijo: "Hemos encontrado a aquél a quien anunciaron Moisés y los profetas. Es Jesús de Nazaret". Natanael le respondió: " ¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno?" Felipe le dijo: "Ven y verás". Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: "Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño" Natanael le preguntó: "¿Desde cuando me conoces?" Le respondió Jesús: "antes de que Felipe te llamara, cuando tú estabas allá debajo del árbol, yo te vi". Le respondió Natanael: "Maestro, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel". Jesús le contestó: "Por haber dicho que te vi debajo del árbol, ¿crees? Te aseguró que verás a los ángeles del cielo bajar y subir alrededor del Hijo del Hombre." (Jn. 1,43 ).

Felipe, lo primero que hizo al experimentar el enorme gozo de ser discípulo de Jesús fue ir a invitar a un gran amigo a que se hiciera también seguidor de tan excelente maestro. Era una antorcha que encendía a otra antorcha. Pero nuestro santo al oír que Jesús era de Nazaret (aunque no era de ese pueblo sino de Belén, pero la gente creía que había nacido allí) se extrañó, porque aquél era uno de los más pequeños e ignorados pueblecitos del país, que ni siquiera aparecía en los mapas. Felipe no le discutió a su pregunta pesimista sino solamente le hizo una propuesta: "¡Ven y verás que gran profeta es!"

Una revelación que lo convenció.

Y tan pronto como Jesús vio que nuestro santo se le acercaba, dijo de él un elogio que cualquiera de nosotros envidiaría: "Este si que es un verdadero israelita, en el cual no hay engaño". El joven discípulo se admira y le pregunta desde cuándo lo conoce , y el Divino Maestro le añade algo que le va a conmover: "Allá, debajo de un árbol estabas pensando qué sería de tu vida futura. Pensabas: ¿Qué querrá Dios que yo sea y que yo haga? Cuando estabas allá en esos pensamientos, yo te estaba observando y viendo lo que pensabas". Aquélla revelación lo impresionó profundamente y lo convenció de que este sí era un verdadero profeta y un gran amigo de Dios y emocionado exclamó: "¡Maestro, Tú eres el hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel! ¡Maravillosa proclamación! Probablemente estaba meditando muy seriamente allá abajo del árbol y pidiéndole a Dios que le iluminara lo que debía de hacer en el futuro, y ahora viene Jesús a decirle que El leyó sus pensamientos. Esto lo convenció de que se hallaba ante un verdadero profeta, un hombre de Dios que hasta leía los pensamientos. Y el Redentor le añadió una noticia muy halagadora. Los israelitas se sabían de memoria la historia de su antepasado Jacob, el cuál una noche, desterrado de su casa, se durmió junto a un árbol y vio una escalera que unía la tierra con el cielo y montones de ángeles que bajaban y subían por esa escalera misteriosa. Jesús explica a su nuevo amigo que un día verá a esos mismos ángeles rodear al Hijo del Hombre, a ese salvador del mundo, y acompañarlo, al subir glorioso a las alturas.

Desde entonces nuestro santo fue un discípulo incondicional de este enviado de Dios, Cristo Jesús que tenía poderes y sabiduría del todo sobrenaturales. Con los otros 11 apóstoles presenció los admirables milagros de Jesús, oyó sus sublimes enseñanzas y recibió el Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego.
El libro muy antiguo, y muy venerado, llamado el Martirologio Romano, resume así la vida posterior del santo de hoy: "San Bartolomé predicó el evangelio en la India. Después pasó a Armenia y allí convirtió a muchas gentes. Los enemigos de nuestra religión lo martirizaron quitándole la piel, y después le cortaron la cabeza".

Para San Bartolomé, como para nosotros, la santidad no se basa en hacer milagros, ni en deslumbrar a otros con hazañas extraordinarias, sino en dedicar la vida a amar a Dios, a hacer conocer y amar mas a Jesucristo, y a propagar su santa religión, y en tener una constante caridad con los demás y tratar de hacer a todos el mayor bien posible.

Oración

Oh, Dios omnipotente y eterno, que hiciste este día tan venerable día con la festividad de tu Apóstol San Bartolomé, concede a tu Iglesia amar lo que el creyó, y predicar lo que él enseñó. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén

¡Felicidades a los Bartolomés!

domingo, 23 de agosto de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: DOMINGO 23 DE AGOSTO DEL 2015


¿También ustedes quieren marcharse?
Tiempo Ordinario


Juan 6, 55. 60-69. Domingo 21o.Tiempo Ordinario B. Maestro, ¿a quién vamos a seguir si no te seguimos a ti? Tú tienes palabras de vida eterna. 


Por: P. Sergio A. Córdova LC | Fuente: Catholic.net 



Te adelantamos las Reflexiones del Evangelio de la 21a. Semana del Tiempo Ordinario,  del domingo 23 al sábado 29 de agosto 2015.
---------------
Del santo Evangelio según san Juan 6, 55. 60-69
Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?» Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: «¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?... «El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. «Pero hay entre vosotros algunos que no creen.» Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: «Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.» Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él. Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.» 

Oración introductoria

Espíritu Santo, dulce huésped del alma, muéstrame el sentido profundo de la oración, dispón mi espíritu para rezar con fe. Ayúdame a orar con la esperanza que nunca defrauda y en la caridad que no espera recompensa, porque quiero crecer en mi amor y ser fiel. No quiero dejar nunca a Jesús, que tiene la Palabra que me muestra el camino para la vida eterna.

Petición
Señor, que sea fiel a tu gracia. Lléname de tu amor.

Meditación del Papa Francisco
Las Bienaventuranzas de Jesús son portadoras de una novedad revolucionaria, de un modelo de felicidad opuesto al que habitualmente nos comunican los medios de comunicación, la opinión dominante. Para la mentalidad mundana, es un escándalo que Dios haya venido para hacerse uno de nosotros, que haya muerto en una cruz. En la lógica de este mundo, los que Jesús proclama bienaventurados son considerados “perdedores”, débiles. En cambio, son exaltados el éxito a toda costa, el bienestar, la arrogancia del poder, la afirmación de sí mismo en perjuicio de los demás.
Queridos jóvenes, Jesús nos pide que respondamos a su propuesta de vida, que decidamos cuál es el camino que queremos recorrer para llegar a la verdadera alegría. Se trata de un gran desafío para la fe. Jesús no tuvo miedo de preguntar a sus discípulos si querían seguirle de verdad o si preferían irse por otros caminos. Y Simón, llamado Pedro, tuvo el valor de contestar: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”. Si sabéis decir “sí” a Jesús, entonces vuestra vida joven se llenará de significado y será fecunda. (S.S. Francisco, Mensaje para la XXIX Jornada Mundial de la Juventud, 2014).
Reflexión
El discurso eucarístico de Jesús llega a su fin. Pero, como hemos ido meditando en estas últimas semanas, cuando no se escuchan las palabras de nuestro Señor con fe, sino que se las interpreta de un modo humano, demasiado "carnal", "tierra-tierra", las cosas acaban mal. Querer interpretarlas al pie de la letra es un absurdo y una locura. Y es lo que les pasó a los judíos. Pero no por culpa de Jesús, sino por las malas disposiciones de sus oyentes. Ya El se lo había anunciado y les había insistido, más de una ocasión, en la necesidad ineludible de la fe. Pero fue inútil. Y ahí tenemos los resultados...: el escándalo, la deserción y el abandono del Señor: "Duras son estas palabras –concluyen escandalizados-. ¿Quién puede oírlas? Es inaceptable este discurso. ¿Cómo hacerle caso?".

Pero a nuestro Señor no le preocupa "la opinión pública", ese tirano que esclaviza a tantos hombres, incluso a aquellos que se consideran más inteligentes y libres. ¡Cuántos de nosotros somos víctimas de la opinión de los demás! Jesús no se retracta ni mitiga sus palabras para que sus discípulos no se le vayan. El quiere gente convencida, no admiradores fáciles, y menos aún aduladores engañosos y frívolos.

Se cuenta que cuando Cronwell hacía su entrada triunfal en Londres, alguien le hizo notar la enorme afluencia de pueblo que acudía de todas partes para verle. "La misma habría -respondió él fríamente- y mucha más aún para verme ahorcar". ¡Así de veleidosas son las multitudes! Jesús lo sabía muy bien y, por eso, no se dejaba impresionar por la respuesta de las masas: ni el aplauso de los hombres le hacía sentirse más "importante", ni se alteraba por la más o menos frecuente "impopularidad" de su mensaje. Por ello gozaba de tanta libertad de espíritu: porque no se peocupaba por lo que los demás pensasen de El.

Nuestro Señor sabía que mucha gente -incluso entre sus discípulos- no creía en El. Sabía que era piedra de escándalo para muchos y "signo de contradicción". Pero eso no lo amedrentaba ni le hacía echar marcha atrás: "¿Esto os hace dudar? ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?". Y enseguida invita a sus oyentes a "subir" otra vez a la esfera de la fe: "El espíritu es el que da la vida; la carne no aprovecha para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Pero algunos de vosotros no creéis". Volvemos otra vez a la primera condición, indispensable, para seguir a Jesús: tener FE en El, querer creer en El, tener el valor de jugarse el todo por el todo por El.

En la santa Misa, inmediatamente después de la consagración, el sacerdote dice: "Mysterium fidei, ¡Este es el sacramento de nuestra fe!". Y enseguida toda la asamblea aclama: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor Jesús!". La Eucaristía es, ante todo, un misterio y un sacramento de fe en la Pasión, muerte y resurrección del Señor. Juan Pablo II, en su última encíclica, dedicada al tema de la Eucaristía, nos dice que estas palabras se refieren a Cristo en el misterio de su Pasión, pero revelan también el misterio de la Iglesia. Ella, en efecto, tiene su fundamento y su fuente en el "Triduo pascual", pero éste está como incluido, anticipado y "concentrado" en el don de la Eucaristía.

Pero tener fe no es un mero sentimiento de la presencia de Dios, ni creer solamente en los dogmas y verdades que nos enseña la Iglesia Católica. Creer es confiar ciegamente en Jesús, entregarse a El, ponerse en sus manos, sabiendo que con El estamos seguros, en medio de todas las dificultades de la vida. Como la historia de aquel equilibrista de Nueva York. Para sus espectáculos solía atar un cable entre dos edificios, a gran altura, y luego caminaba por dicho cable con una barra de equilibrio. Al bajar, era ovacionado por todo el mundo. En una ocasión, durante uno de sus espectáculos, dice a los presentes: "Subiré nuevamente, pero ahora con una carretilla. Sólo necesito que crean que lo puedo hacer". Hay un silencio sepulcral entre la multitud. Al fin, uno grita: "Sí, adelante, yo creo que tú puedes". A lo cual el equilibrista responde: "Si en verdad crees que lo puedo hacer, ¡ven y súbete en la carretilla!"... Algo así es la fe.

¿Serías capaz de subirte tú a la carretilla con Jesús? Si de verdad creemos en Cristo, debemos ser capaces de hacerlo, sin pensarlo dos veces. El no falla. Sólo entonces podremos afirmar, como Pedro al final del discurso de Jesús: "Maestro, ¿a quién vamos a ir si no te seguimos a ti? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos que tú eres el Mesías, el Santo de Dios".

Propósito
Visitar al Santísimo sacramento para confirmar mi fe y mi fidelidad a Dios, además de agradecerle su amor.

Diálogo con Cristo 
Señor, tengo necesidad de ti, de tu gracia, de tu amor, de tu amistad, de tu protección y de tu perdón. No permitas que me separe de ti. Dame tu ayuda y tu gracia para vivir unido a ti en todo momento: que inicie mi día poniéndome humildemente ante tu presencia, que te recuerde y te visite durante la jornada y que no me duerma sin agradecerte tu amor.


 
Preguntas o comentarios al autor  P. Sergio Cordova LC

IMÁGENES DE SANTA ROSA DE LIMA



SOÑAR CON UN MUNDO CRISTIANO


Soñar un mundo cristiano
Tendríamos que mirar adentro, a ese corazón que sueña el bien y no lo hace
Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net 




¿Podemos soñar un mundo cristiano? Quizá sea un poco difícil. ¿Podemos soñar, entonces, en un país cristiano, una ciudad cristiana? ¿Cómo serían, cómo vivirían los hombres y mujeres que tuviesen el amor como punto de referencia de todas sus decisiones?

Soñemos, por un momento, en esa civilización del amor. Todo nacería de la Eucaristía. La misa sería el centro de la vida de cada corazón, de la familia, del mundo del trabajo, de los hospitales, de los políticos. Todos acudirían a celebrar con amor el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. La semana recibiría luz y sentido desde la experiencia dominical, desde el Evangelio escuchado y el amor recibido en el momento íntimo, profundo, eclesial, de la comunión eucarística.

En esta sociedad no habría odios, ni guerras, ni rencores. Alguna discusión se escaparía, quizá un rato de rabia, pero el perdón cubriría todo, y la justicia reinaría en lo más profundo de cada corazón.

Los esposos se amarían, sin egoísmos, sin celos. Ella pensaría en hacerle feliz a él, y él no se dejaría ganar en generosidad. Acogerían con amor cada hijo que Dios les concediese. También si viene enfermo, también si va a significar un mayor esfuerzo para toda la familia. No olvidarían a los abuelos: irían a visitarlos, los invitarían a casa, les darían un lugar principal en el hogar. Educarían a los hijos a la alegría, a la esperanza, a la ayuda mutua, a la donación a los demás. No permitirían imágenes o escenas en televisión que hablen de odio, traición, infidelidad o placeres egoístas.

Los hijos obedecerían con cariño, pensarían cómo hacer más feliz a sus padres, se ayudarían entre sí, trabajarían juntos para el bien de la familia. Escucharían con afecto a los abuelos, buscarían ratos para estar con ellos. Irían a visitar a ancianos que viven solos, a enfermos que pasan horas y horas en espera de alguien que les dé consuelo. Los ancianos harían todo lo posible para no obstaculizar la vida de sus hijos, respetarían a las nueras y los nueros. Buscarían mil maneras ingeniosas para ayudar con discreción y ofrecer esa sabiduría madurada con el paso de los años y los ratos de oración ante Cristo en el Sagrario.

Los edificios no serían bloques de existencias aisladas en las que el saludo se cruza solamente en el ascensor o la escalera. Cada vivienda, cada urbanización, sería una comunidad de afecto en las que todos pensasen en el vecino anciano, en el enfermo, en el que necesita un poco de dinero para esa operación más cara.

En el trabajo, los jefes evitarían cualquier abuso, cuidarían que el salario fuese justo, pensarían en las familias de sus trabajadores y buscarían mil maneras ingeniosas para ayudar sin ofender al que se encuentra en una situación difícil. Los empleados, obreros, oficinistas, respetarían a sus jefes, buscarían cómo hacer más fácil la tarea directiva. El salario que llegase a sus bolsillos sería para la familia, y sólo en familia verían cómo hacer que ese dinero ayudase a los de casa y a los de lejos (sin olvidar antes a ese vecino que pasa por un problema de dinero).

Los empresarios y los banqueros no vivirían sólo para acumular dinero, vencer a la competencia y dominar el mercado. Su ilusión sería dar más trabajo, con mejor seguridad, en un clima de amor y de respeto. No habría créditos con intereses abusivos. Cuando en el banco se descubriese que alguno no puede pagar la mensualidad o cubrir el crédito, se inventarían mil maneras de solidaridad y de apoyo para que nadie, por culpa de los créditos, cayese poco a poco en la pobreza y la desesperanza de deudas absurdas y opresoras.

Los médicos y enfermeras amarían a los enfermos, se preocuparían por ellos. Verían en cada uno a Cristo sufriente, y los tratarían como a hermanos, sin quejas, sin prisas, sin protestas. Los enfermos, a su vez, ofrecerían sus dolores a Dios por tantos hombres y mujeres que no tienen esperanza, que no aman, que no conocen el sentido de la vida ni la belleza de sus almas. Sabrían esperar, con paciencia, la llegada de su turno, y algunas veces intentarían consolar al mismo médico que llora ante la inevitable derrota de la muerte: “doctor, llega la muerte, pero yo viviré para siempre: ¡nos vemos en el cielo...!”

Los políticos serían honestos, trabajarían por el bien de la sociedad, de los pobres, los marginados, los enfermos. Harían maravillas para que el hospital fuese bien atendido, para mejorar las calles, para hacer que los parques y el aire limpio alegrasen la vida de los pequeños, los medianos y los grandes. Los policías y los jueces no pedirían un cumplimiento frío, ausente, de las normas ciudadanas, sino que tratarían a cada uno con respeto, incluso al que falló, al que tuvo un mal momento. Su respeto, su honradez, serían garantía de que la justicia basada en el amor es más eficaz que la orden impuesta desde el miedo, o que ese mundo triste de los sobornos y los favoritismos.

Hemos soñado un poco. Llega la hora de despertar, de mirar afuera, de encontrar los males de siempre y las penas que no acaban. Quizá condenemos a aquel, que va a misa, que presume de cristiano pero vive como pagano. Quizá nos quejemos ante Dios por un mundo que pudo haber sido un poco mejor, más justo, más llevadero...

Haríamos bien en no juzgar, ni a Dios ni al hermano. Tendríamos que mirar adentro, a ese corazón que sueña el bien y no lo hace, que se ilusiona con las bienaventuranzas y persigue luego un placer amargo o unos dineros ganados a escondidas...

Sabemos que el sueño puede ser menos sueño si ahora mismo dejo ese proyecto de egoísmos y empiezo a mejorar mi cariño aquí, en casa, entre los míos. O allá, entre la gente con la que viajo, en el lugar donde trabajo, en ese encuentro fortuito con alguien que también espera, este día, amar y ser amado, para ser, de veras, más cristiano, más bueno. Así podremos imitar un poco a ese Padre bueno de los cielos que no ha dejado ni un día de amarnos con locura, porque somos sus hijos predilectos...

PALABRAS DE VIDA ETERNA - REFLEXIÓN DEL EVANGELIO DE HOY DOMINGO 23 DE AGOSTO 2015


Palabras de vida eterna



En estos domingos pasados se nos presentaba el “discurso de vida” de Jesús en que proclama lo que será la Eucaristía: su presencia real por amor a nosotros; una presencia tan real que le podemos comer, como el abrazo más íntimo que pudiéramos pensar. Y no sólo que le podemos comer, sino que lo debemos hacer si queremos tener la vida eterna. Esto es difícil entender cuando no se tiene fe o cuando se quieren entender los mensajes de Jesús según nos convenga a nosotros, con todos nuestros intereses materialistas, de orgullo, de poder, de comodidad, de egoísmo.

Esto es lo que pasó cuando Jesús hablaba. La gente se decía: “Duras son estas palabras”. Yo creo que no era sólo por lo de comer el Cuerpo de Jesús. Este comer su cuerpo llevaba consigo la entrega de nuestro ser en El y para bien de los hermanos. Llevaba consigo el aceptar una vida de servicio, no de triunfalismo, el buscar no sólo comer el Cuerpo de Jesús, sino dejarnos comer por los demás. Esto requería todo un desprendimiento de muchas cosas, pero sobre todo del egoísmo y del afán de riquezas, de poder, de lujo, de comodidades, para el bien de los demás. Por eso, cuando Jesús se dio cuenta de lo que pasaba, el murmullo y las primeras decepciones, lo explicó diciendo que en nosotros se da esa lucha entre la carne y el espíritu; y hay muchos que se dejan llevar por las tendencias de la carne despreciando al espíritu. Uno de ellos era uno de sus mismos discípulos, Judas. El evangelista lo expresa con claridad diciendo que estas palabras las había dicho Jesús por causa del traidor.

Entonces Jesús tuvo que plantearles claramente a sus discípulos: “También vosotros queréis marcharos?” Fue san Pedro, más voluntarioso, como otras veces, quien le responde: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”. Esto se parece a lo que nos cuenta hoy la primera lectura, en tiempos de Josué, el sucesor de Moisés. Eran momentos difíciles para el servicio de Dios, porque muchos en el pueblo se habían dejado seducir del culto de los dioses en la tierra que conquistaban. Era un culto más atractivo, porque dejaba que la persona tuviera muchos vicios apetitosos a los sentidos, pero contrarios a la ley de Dios. Hasta que Josué tuvo que plantarse y con decisión decir al pueblo: “¿A qué dios queréis servir? Yo con mi familia serviremos al Señor”. Entonces el pueblo aceptó servir al Señor Dios que les había sacado de Egipto, no tanto por convicción de razones, sino por la energía y el ejemplo de aquel hombre que desgastaba su vida por el servicio a Dios y al bien del pueblo.

La comunión no es sólo un acto que puede ser más o menos bonito, un acto para quedar bien ante los demás o ante el mismo Dios. Es sobre todo un acto de fe. Al terminar la consagración, el sacerdote nos dice: “Este es el sacramento de nuestra fe”. Y cuando vamos a comulgar nos dice: ”El Cuerpo de Cristo”, y nosotros respondemos: “Amén”. Este amén es un acto de fe, diciendo que es verdad, que así lo creemos. Pero, como hemos visto otras veces, la fe no es sólo una creencia intelectual, sino que es sobre todo una entrega en las manos de Jesús. Es ponerse a su disposición para que vaya aceptando nuestro ser, de modo que nos asimilemos a su manera de ser.

En nuestro seguimiento a Cristo habrá muchos momentos en que nos parece todo bastante fácil y tranquilo; pero habrá otros momentos en que, sea por las pasiones internas o por las dificultades externas, todo se nos hace difícil y quizá hasta nos haga clamar: “Son muy difíciles los mensajes de Jesús”. Pero tengamos confianza especialmente cuando le recibimos en la comunión. No es que haya que ser santos para comulgar; basta que tengamos fe y mucha humildad para arrojarnos en los brazos de Cristo. Él tiene palabras de vida eterna. Es decir, que sus mensajes y su gloria no son para un instante, sino para siempre. Si le recibimos con esta fe, iremos viendo que nuestra vida cada vez un poco más se irá transformando en su vida y nos costará menos el servir a los demás, haciéndolo con el gozo y la libertad de Cristo Jesús.


P. Silverio Velasco (España)

HACER LEÑA DEL ÁRBOL CAÍDO


Hacer leña del árbol caído
Ante el árbol caído descubrimos corazones muy distintos


Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net 




El árbol caído está ahí, al alcance de todos. Cualquiera puede llegar para arrancar sus ramas, partir su tronco, usar su leña para el fuego o para las mil posibilidades de la carpintería.

Hay hombres que “caen”, que sucumben, que son declarados perdedores a los ojos del mundo. Su desgracia se convierte, para algunos, en motivo de alegría. Acuden raudos a desgajar, humillar, “hacer leña” de una vida que ha mostrado su punto más débil, o que tal vez ha dado un mal paso y ha sido descubierta en un escándalo o en un delito despreciable.

Es fácil arrojar piedras sobre quien está caído. Es fácil señalar con el dedo a quien, desde un puesto público, pude haber tenido un mal momento. Es fácil, sobre todo, inventar acusaciones, promover rumores, sacar a relucir historias del pasado difícilmente comprobables, con tal de destruir la fama de un personaje que resulta incómodo. Especialmente, en estos últimos años, si ese personaje es un miembro de la Iglesia.

Es triste ver a quien se alegra de la derrota ajena. Es triste, sobre todo, ver cómo algunos disfrutan y se ensañan cuando los que caen son gente de Iglesia. La prensa destaca con titulares el escándalo de algún obispo o sacerdote, muchas veces sin comprobar si la noticia es cierta. Escritores famosos o simples lectores preparan cartas llenas de rabia, como quien ha encontrado un signo de victoria, un trofeo que lucir y con el que desacreditar a la Iglesia católica.

Pero hay otro modo de ver las cosas. Un condenado, incluso si lo es justamente, no ha perdido su dignidad, ni deja de merecer ayuda y un poco de consuelo.

Es por eso que un gran número de sacerdotes, religiosos y laicos se dedican a asistir a los presos y a sus familiares, para ayudarles a redescubrir su dignidad, para no dejarles hundidos en la derrota.

Esto vale para el mundo de la justicia humana, y también para el mundo de las normas eclesiásticas. Si un obispo o un sacerdote han sido castigados por sus errores no merecen ser abandonados o despreciados como seres malditos, sino que necesitan, como cualquier otro ser humano, sentirse ayudados, perdonados, amados y curados en sus heridas.

Lo mismo podemos decir para los laicos. Si un hombre o una mujer se divorcia y contrae matrimonio civil, inválido a los ojos de la Iglesia, no podrá ciertamente acercarse a recibir la comunión mientras viva en esa situación desordenada. Pero ello no debe convertirse en motivo para que algunos puedan señalarle con desprecio o quieran dejarle de lado en la vida de una parroquia.

Ante el árbol caído descubrimos corazones muy distintos. Unos, esperamos que pocos, llenos de rabia, o con una especie de alegría casi diabólica ante el fracaso ajeno. Otros, esperamos que muchos, capaces de acercarse con afecto, para que no se sienta solo quien ahora, inocente o culpable, sufre ante la condena de los hombres.

Son los corazones compasivos quienes mejor imitan el corazón del Dios bueno. Ese Dios que no desea la muerte del pecador, sino sólo lo mejor que se le puede pedir: que se convierta, que viva (cf. Ez 18,23). Ese Dios que anhela darle un abrazo, a través de su Hijo Jesucristo, que no vino para los justos, sino para los pecadores (cf. Mt 9,13). Porque Jesús quería curar y levantar a los troncos caídos y desechados por los hombres, pero intensamente amados por el Padre de los cielos.

¿CÓMO SON NUESTROS AMIGOS?


¿Cómo son "nuestros amigos"?
Agradezcamos a Dios el tesoro de la amistad, y pensemos en Jesús, el Mejor Amigo, que nos enseñe a ser como Él.


Por: María Esther de Ariño | Fuente: Catholic.net 




Por ahí suelen decir que "La familia nos la da Dios y los amigos los elegimos nosotros" Esa elección de personas para darles nuestro afecto y nuestra confianza son muy importantes en nuestra vida. No es fácil tener un amigo o una amiga en quién podamos confiar plenamente pero cuando gozamos de ese privilegio, bien podemos decir que poseemos unos de los más grandes y preciados tesoros. Por la clase de amigos que tenemos se nos puede clasificar sin lugar a equivocación, el refrán dice: "Dime con quién andas y te diré quién eres"

Pero no son lo mismo "nuestros amigos", que se suelen contar en número muy reducido, que nuestras amistades. Estas pueden ser muchas y muy variadas. Son personas que apreciamos sinceramente, pero a veces no van muy acorde con nuestra personalidad. Y ciertamente esas personas nunca pueden llegar a la intimidad de nuestro "yo", pero están en nuestro entorno y convivimos con ellas con gusto y con cariño.

Entre estas amistades se dan aquellas que siempre están dispuestas a "ganarnos" , y es curioso porque les gusta ganarnos especialmente en cuanto dolor o sucedido desagradable que les podamos platicar:

si es un dolor de cabeza... ¡ah no, dolor de cabeza como el de ellas no existe!
si nos hemos roto un pie... ellas los dos y además la cadera
si nos caímos y rodamos dos o tres escaleras... ellas cinco
si tenemos gripa... ¡gripa la de ellas y con tos!
si el dentista nos está arreglando una muela... a ellas le han tenido que sacar las cuatro del juicio
si en la conversación les contamos algo que nos sucedió, siempre a ellas les pasó lo mismo ¡pero mucho peor, mucho más terrible!

En fin, jamás les "ganaremos" y al final nos callamos con la impresión de que lo nuestro era "tan poca cosa"... que ni valía la pena de haberlo contado.

Otra variante de estas amistades es la que nos dejan el alma helada, como si toda la nieve del más crudo invierno nos cubriera sin piedad. Son aquellas que nos llegan con la información más negativa y desesperanzadora jamás sospechada: "el país va a la ruina, este año es el peor para la agricultura, el pescado, todo el pescado está contaminado, la carne, ya no se puede comer carne ¡a las vacas le dan clembuterol para que estén más gordas, el agua no se puede beber, los médicos, los ingenieros, los abogados, etcétera , son unos interesados, la Iglesia y sus ministros se hunden, el año y el fin del mundo..." Es inútil decirle a esas personas que la vida tiene cosas muy hermosas, que el país puede salir adelante, que hay seres humanos muy buenos, que hay que tener fe...Te mirarán con cara de conmiseración y luego al oído te dirán como en secreto: "no seas inocente, yo se de muy buena fuente que..." y otro jarro de agua fría y se irán con sus agoreras predicciones a otra parte y nosotros nos quedamos como si un huracán hubiese acabado con todas las flores de nuestro jardín...

Hay una gama infinita de estas formas de ser. Las hay que fabulan, mienten y se lo creen. Otras son de las que nada ni nadie es capaz de escapar de su crítica, para estas, no hay otros tema de conversación. Padre, madre, hermanos, la suegra, la cuñada, amigas, el vecino, (si es mujer casada, no digamos el pobre marido) nadie se salva. Critican y critican a destajo. El jefe, los compañeros de trabajo, la empresa, nada es de su gusto... el que cae en sus garras sale hecho "trizas". El ingenio se les agudiza, la lengua no para y si no encuentran eco en nosotros, pronto la conversación termina.

La mayor de mis hijas me decía un día que hay amigas que son como el te de manzanilla y que hay otras que son como la salsa picante. Y es cierto. Todos conocemos a esas personas que al hablar con ellas son como brisa fresca, como un dulce remanso, como cálido y bonito sol de una tarde de primavera que por muchas cosas amargas o impaciencias desbordadas que les contemos, siempre ponen en nuestra alma la tranquilidad, el buen juicio, la ternura de sus palabras o consejos y nos van dejando la paz y el bienestar que deseábamos encontrar : Ellas son, como el te de manzanilla.

Y hay otras que son algo así como un gran plato de comida irritante o picosa, tomado a la hora de cenar que nos quita el sueño, nos desazona, nos indigesta y nos quita, casi, casi, la alegría de vivir y es que sus miles de tribulaciones, sus vidas conflictivas, sus traumas, sus enojos, sus problemas de ellas contra el mundo, sus dificultades y aprietos contados todos en tropel, casi sin respirar, nos dejan exhaustos e incapaces de decir una palabra que pueda llevar un paliativo a tanta desgracia o infortunio. Por otro lado sabemos que nada ni nadie podrá aligerar ese cúmulo de sucesos en alguien que no está dispuesto a dejar es actitud de agobio y desdicha.

Quizá en mi caso pueda pertenecer a uno de esos grupos o lo más probable es que tenga de todos un poco, pero de todas maneras a las amistades hay que quererlas como son y las necesitamos, porque ponen la sal y la pimienta en nuestras vidas, porque son un tesoro que Dios ha puesto a nuestro lado para que nos ayudemos a ser mejores y estar cerca de Él. Y por nuestro lado haremos un esfuerzo para parecernos más a un te de manzanilla ... a ser benevolente (desear el bien del otro) a ser compasivo con el sufrimiento, a regalar mi tiempo, mi compañía, mis fuerzas....

Agradezcamos a Dios el tesoro de la amistad, y pensemos en Jesús, el Mejor Amigo, que nos ayude a serlo y recordemos este día lo que nos ha dicho:

"Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15,13).

viernes, 21 de agosto de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: VIERNES 21 DE AGOSTO DEL 2015


Amarás a Dios y luego al prójimo como a ti mismo
Tiempo Ordinario


Mateo 22, 34-40. Tiempo Ordinario. Pero el amor hay que demostrarlo más con nuestros comportamientos que con buenos deseos. 


Por: P. Sergio Cordova LC | Fuente: Catholic.net 



Del santo Evangelio según san Mateo 22, 34-40
Mas los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?» Él le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas».
Oración introductoria
Jesús, lo más importante en mi vida debe ser el amor, a Ti y a los demás. Por ello, tener un diálogo de amor personal contigo es mi gran anhelo. Aumenta mi fe, mi esperanza y mi caridad para ser perseverante en la oración.
 
Petición
Cristo, Rey nuestro, quiero amarte con todo micorazón y todas mis fuerzas.
Meditación del Papa Francisco
El Evangelio de hoy nos recuerda que toda la Ley divina se resume en el amor a Dios y al prójimo. El evangelista Mateo, cuenta que algunos fariseos se pusieron de acuerdo para poner a Jesús a una prueba. Uno de ellos, un doctor de la Ley le dirigió esta pregunta: '¿Maestro, en la Ley cual es el gran mandamiento?'. Jesús citando el Libro del Deuteronomio respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento'.
Y podría haberse detenido aquí. En cambio Jesús añade algo que no había sido solicitado por el doctor de la ley: Dice de hecho: 'El segundo, después, es similar a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. Tampoco este segundo mandamiento es inventado por Jesús, pero lo toma del Libro del Levítico. La novedad consiste justamente en poner juntos estos dos mandamientos --el amor de Dios y el amor por el prójimo-- revelando que estos son inseparables y complementarios, son dos caras de una misma medalla. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo, y no se puede amar al prójimo sin amar a Dios. (S.S. Francisco, Ángelus, 26 de octubre de 2014, en Santa Marta).
Reflexión
Recuerdo que hace unos años me encontré con un señor en el tren, mientras viajaba de Roma a Florencia. Comenzamos a conversar y, en un momento dado, me dice este buen hombre: –"Padre, yo soy muy católico, igual que toda mi familia. Desde pequeño he sido siempre muy creyente". Como me lo decía tan convencido, ponderándomelo tanto, yo me permití preguntarle si iba a misa los domingos y si rezaba todos los días al menos una breve oración. ¡Y cuál no fue mi sorpresa al escucharle decir: –" Padre –me respondió muy serio– soy católico, pero no fanático". Me sorprendí tanto que no supe si echarme a reír o a llorar... Me parecía casi increíble lo que oía.

Creo que hoy muchos cristianos –o que se dicen cristianos– cometen el grandísimo error de disociar su fe y su comportamiento: afirman creer y amar a Dios, pero luego no hacen nada para probar su fe y su amor a Él. Como el caso de la chica que te conté la semana pasada. ¿Te acuerdas?

En el evangelio de hoy vemos a uno de los fariseos que se acerca a nuestro Señor para preguntarle cuál es el primer mandamiento; y Jesucristo le responde sin vacilar: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas". Ésta era la fórmula más sagrada y solemne para un israelita y constituía como el "corazón" de toda la Ley. La llamaban el "shemá" y todo judío piadoso lo conocía de memoria. Al igual que nosotros, los cristianos, aprendimos de memoria desde niños el primer mandamiento de la ley de Dios.

Hemos oído miles de veces y tenemos archisabido que "el primer mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas”, y pensamos que de verdad lo amamos, aunque nuestras obras desdigan lo que afirman nuestras palabras. Pero el amor hay que demostrarlo más con nuestros comportamientos que con buenos deseos o sentimientos. "Obras son amores –reza el refrán popular–, que no buenas razones".

¿Qué pensaríamos nosotros de cualquier persona –podrías ser también tú mismo-- que dijera amar mucho a sus padres o a sus abuelos, pero que nunca fuera a visitarlos a su casa dizque porque "no tiene tiempo", porque viven muy lejos, o simplemente porque "no le nace"? ¿Verdad que eso nunca sucede en la vida real? Sería inconcebible, pues el amor nos lleva a estar cerca de los seres a quienes amamos. Y entonces, ¿por qué con Dios nos comportamos de esa manera? Decimos que lo amamos, pero no estamos dispuestos a visitarlo ni siquiera media horita cada semana. ¿Cada semana? ¡Ojalá fuera al menos cada semana! Y en ocasiones ni nos acordamos de Él a lo largo del día, al menos que "nos urja" pedirle algún favor. Es que somos a veces demasiado interesados...

A este primer mandamiento, nuestro Señor añade otro: "Amar al prójimo como a uno mismo". Es el mandamiento de la caridad, que es igual de importante que el primero. Es más, "quien dice amar a Dios a quien no ve, pero no ama a su hermano a quien ve, es un mentiroso", nos dice san Juan. Y el mismo Cristo afirma que "de estos dos mandamientos penden toda la Ley y los profetas". O sea que aquí se halla resumida toda la revelación bíblica. Éste fue el "mandamiento nuevo" que Él vino a traernos; éste es el núcleo del Evangelio y la esencia del cristianismo. Quien no vive el mandato de la caridad, simplemente no puede llamarse cristiano.

 
Propósito
Vamos a visitar a nuestro Señor al menos cada semana en la Misa dominical y acordamos de conversar con Él algún ratito durante el día, creo que Él se sentirá feliz porque le mostramos nuestro amor filial con obras. Pero, además, nuestra vida cristiana mejorará de una manera muy notable. Entonces amaremos de verdad a Dios con nuestro comportamiento y no sólo con buenos sentimientos o palabras bonitas.

DECÍDETE A VOLAR


Decídete a volar


Abandona tu comodidad, enfrenta tus miedos e inseguridades, y sólo así, comenzarás a volar...

Si sientes que la vida no tiene sentido, que los problemas te están acabando, memoriza esta parábola:

"Un pájaro que vivía resignado en un árbol podrido en medio del pantano, se había acostumbrado a estar ahí, comía gusanos del fango y se hallaba siempre sucio por el pestilente lodo.
Sus alas estaban inutilizadas por el peso de la mugre, hasta que cierto día un gran ventarrón destruyó su guarida; el árbol podrido fue tragado por el cieno y el se dio cuenta de que iba a morir.
En un deseo repentino de salvarse, comenzó a aletear con fuerza para emprender el vuelo, le costó mucho trabajo porque había olvidado como volar, pero enfrentó el dolor del entumecimiento hasta que logró levantarse y cruzar el ancho cielo, llegando finalmente a un bosque fértil y hermoso."

Los problemas son como el ventarrón que ha destruido tu guarida y te están obligando a elevar el vuelo o a morir.

Nunca es tarde. No importa lo que se haya vivido, no importan los errores que se hayan cometido, no importa las oportunidades que se hayan dejado pasar, no importa la edad, siempre estamos a tiempo para decir BASTA, para oír el llamado que tenemos de buscar la perfección, para sacudirnos el cieno y volar ALTO y muy lejos del pantano. 

Abandona la vía segura y cómoda. Lánzate a la ruta incierta, llena de enigmas e inseguridades y hazlo solitariamente.

Que la fuerza te acompañe.

EL PUENTE


El Puente 



No hace mucho tiempo, dos hermanos que vivían en granjas adyacentes cayeron en un conflicto. Este fue el primer conflicto serio que tenían en 40 años de cultivar juntos hombro a hombro, compartiendo maquinaria e intercambiando cosechas y bienes en forma continua.

Esta larga y beneficiosa colaboración terminó repentinamente. Comenzó con un pequeño malentendido y fue creciendo hasta llegar a ser una diferencia mayor entre ellos, hasta que explotó en un intercambio de palabras amargas seguido de semanas de silencio.

Una mañana alguien llamó a la puerta de Luis. Al abrir la puerta, encontró a un hombre con herramientas de carpintero. "Estoy buscando trabajo por unos días", dijo el extraño, "quizás usted requiera algunas pequeñas reparaciones aquí en su granja y yo pueda ser de ayuda en eso".

"Sí", dijo el mayor de los hermanos, "tengo un trabajo para usted. Mire, al otro lado del arroyo, en aquella granja, ahí vive mi vecino, bueno, de hecho es mi hermano menor".

"La semana pasada había una hermosa pradera entre nosotros y él tomó su buldózer y desvió el cauce del arroyo para que quedara entre nosotros".

"Bueno, él pudo haber hecho esto para enfurecerme, pero le voy a hacer una mejor. ¿Ve usted aquella pila de desechos de madera junto al granero?"

"Quiero que construya una cerca, una cerca de dos metros de alto, no quiero verlo nunca más."

El carpintero le dijo: "Creo que comprendo la situación. Muéstreme donde están los clavos y la pala para hacer los hoyos de los postes y le entregaré un trabajo que lo dejará satisfecho."

El hermano mayor le ayudó al carpintero a reunir todos los materiales y dejó la granja por el resto del día para ir por provisiones al pueblo.

El carpintero trabajó duro todo el día midiendo, cortando, clavando.

Cerca del ocaso, cuando el granjero regresó, el carpintero justo había terminado su trabajo.

El granjero quedó con los ojos completamente abiertos, su quijada cayó.

No había ninguna cerca de dos metros; en su lugar había un puente. Un puente que unía las dos granjas a través del arroyo. Era una fina pieza de arte, con todo y pasamanos.

En ese momento, su vecino, su hermano menor, vino desde su granja y abrazando a su hermano le dijo: "Eres un gran hombre, mira que construir este hermoso puente después de lo que he hecho y dicho".

Estaban en su reconciliación los dos hermanos, cuando vieron que el carpintero tomaba sus herramientas. "¡No, espera!", le dijo el hermano mayor, "quédate unos cuantos días. Tengo muchos proyectos para ti".

"Me gustaría quedarme" dijo el carpintero, "pero tengo muchos puentes por construir."

LA FE ME DA LA CERTEZA QUE EL DOLOR TIENE SENTIDO


La fe me da la certeza que el dolor tiene sentido
El hombre que descubre en los sufrimientos propios los sufrimientos de Cristo, les da contenido y significado.


Por: Alfredo Ortega-Trillo | Fuente: Catholic.net 




La neuritis es la inflamación de un nervio. Y no hay cosa que duela más que un nervio inflamado, al punto que inmoviliza a quien lo padece, dejándolo rígido como una tabla. Esta noche, esta neuritis, este dolor de Dios que se me corre desde el hombro hacia abajo es como una bendición, porque me sitúa justamente en el tema que me ocupa: el valor salvífico del sufrimiento. Y no es que este dolor me haga santo, por supuesto, pero reconozco que, acercándome a mis límites me planta los pies sobre terreno. Sólo pido a Dios que el dolor al correrse por mi brazo no me paralice la palabra antes de que ésta salga de mis dedos.

Hay muertes que no son noticia y que, sin embargo, pueden dejarnos pasmados ante una cajita de madera cubierta de claveles horizontales. “El Zoruyo” era un niño de tres años cuyo más grande anhelo era llegar a los cinco para subirse a los columpios del jardín de niños Ovidio Decroly de los Arenales en Tijuana. Pero Dios permitió que ese niño de tres años celebrara a cubetazos con los niños del vecindario una guerra de agua y felicidad y al día siguiente muriera de neumonía. ¿Por qué si Dios es bueno permite que sucedan estas cosas? ¿Por qué permite el sufrimiento, las miserias, los terremotos, las inundaciones y las muertes de todos los días de tantos niños inocentes como El Zoruyo?

Me aviento al ruedo con un toro grande, y a usted se le abren los ojos buscando las distancias entre los cuernos y el capote. Mas, se lo digo de antemano, siento desilusionarlo si espera pases formidables. Ante la muerte de los inocentes sólo nos queda aceptar con humildad los designios inescrutables de Dios, de la misma forma que no nos queda más remedio que arrodillamos consternados delante del misterio más grande que es, precisamente, la muerte del mayor inocente, Cristo quien, por encima de su inocencia, voluntariamente aceptó padecer su destino de Cruz para salvarnos.

Aunque fuimos hechos de tiempo y de barro nuestro destino son la eternidad y el Cielo, y el sentido del dolor escapa a nuestra dimensión terrenal. Por eso al reflexionar sobre el valor del sufrimiento debemos partir por redimensionar nuestra perspectiva de apreciación acerca de los verdaderos males que afligen al hombre, comenzando por reconocer que el único mal absoluto es el infierno.

No todo el mal que sufre el hombre procede de cataclismos o enfermedades. Parte del sufrimiento de los hombres es causado por otros hombres. La injusticia social, por ejemplo, no es sino el producto de hombres que, teniendo el poder de incidir en las vidas de otros hombres y el libre albedrío o libertad de escoger entre hacer el bien o el mal, los someten a esquemas de miseria y opresión.

Buscar el sentido del sufrimiento en la ocasión para ejercitar la caridad podría parecer un razonamiento siniestro pero, considere usted que si no existieran la pobreza ni las enfermedades ni las injusticias ni las catástrofes naturales no tendrían significado el amor, el sacrificio ni la entrega generosa. Si no existieran esos flagelos estaríamos ya en el Cielo. Y entonces ¿qué sentido tendría esta tierra a la que fuimos arrojados tras el pecado de Adán? Ningún propósito tendría el hombre sensible al sufrimiento ajeno, el hombre que se conmueve ante la desgracia del prójimo, el buen samaritano del Evangelio. Y, en cambio, esa parábola se ha convertido en uno de los pilares de la cultura moral de nuestra civilización.

Andan pregonando por allí: “pare de sufrir”, pero esa divisa no es cristiana. Jesucristo mismo nos indica así el camino: “Si alguno quiere venir en pos de mí, tome su cruz y sígame”. El dolor ofrece al cristiano la ocasión de dar testimonio de su fe. El Evangelio del sufrimiento habla ante todo del sufrimiento “por Cristo”, “por Su causa”, “por Su nombre”. De igual manera, el hombre que descubre en los sufrimientos propios los sufrimientos de Cristo, les da contenido y significado.

Tampoco es que seamos masoquistas los cristianos. Yo contra la neuritis tomo Naxen cada doce horas, y para el dolor que no puedo quitarme con una tableta de 500 miligramos, la fe me da la certeza, aunque muchas veces yo no lo entienda, de que existe un significado.

¿POR QUÉ ADORAR LA CRUZ?


¿Por qué adorar la cruz?
La Cruz es símbolo por antonomasia de la pasión de Jesucristo y lo representa en el acto de su inmolación
Por: P. Lic. José Antonio Marcone, V.E. | Fuente: apologetica.org 




Un amigo me hizo las siguientes preguntas: “Dado que la adoración es un acto específico que la creatura dirige sólo a la divinidad, ¿por qué entre los ritos del Viernes Santo está el de la adoración de la Cruz? ¿No se configura como un acto de idolatría? Entonces, ¿porqué usar esta terminología, que aparece como blasfema, contra el clarísimo primer mandamiento de la Biblia? ¿Porqué usar esta terminología que podría desviar a aquella parte del pueblo de Dios que no tiene instrumentos culturales suficientes para comprender que no se trata, en definitiva, de un culto dirigido a un objeto de madera? ¿Cómo nació este uso en la Iglesia Católica? ¿A qué época se remonta? Cada vez que participo en la celebración del Viernes Santo siempre afloran de nuevo estas preguntas. Mentalmente las resuelvo siempre diciéndome que se trata de un acto de veneración”. Para responder estos interrogantes he escrito este pequeño artículo.

1. ¿Qué entendemos por adoración?

Quiero, ante todo, aclarar la terminología. La palabra adoración es genérica. Deriva del latín ad-orare, cuyo primer sentido es elevar una súplica. Después significa tener veneración por alguien, y de aquí, adorar. Ahora bien, como sucede con toda cosa genérica, requiere la especificación. Cuando la veneración se dirige a Aquel que tiene la excelencia absoluta, es decir, a Dios esta adoración se llama adoración de latría.

Por otro lado, Dios comunica su excelencia a algunas creaturas, aunque no según igualdad con Él, sino según cierta participación. Por eso veneramos a Dios con una veneración particular que llamamos latría, y a ciertas excelentes creaturas con otra veneración que llamamos dulía. Pero es necesario estar muy atentos, porque el honor y la reverencia son debidos solamente a la creatura racional. Por lo tanto, la dulía corresponde solamente a la creatura racional.

En consecuencia, en sentido estricto, tenemos una adoración de latría que es sólo para Dios y una adoración de dulía, para las creaturas. Vemos entonces que el sentido vulgar de la palabra adoración (que coincide con el último sentido de la palabra latina) se identifica con aquello que hemos llamado, con Santo Tomás de Aquino, "adoración de latría".

2. ¿Debemos adorar la cruz de Jesús con adoración de latría?

Santo Tomás se hace esta misma pregunta [1]. Nos referimos a la misma cruz de Jesús, aquella en la cual fue clavado. Esta es la respuesta: la adoración de latría solamente debe ser dirigida a Dios. La dulía (proviene de la palabra griega doûlos que significa siervo) debe ser dirigida solamente a las creaturas racionales. Pero a las creaturas materiales ("insensibles", dice Santo Tomás) podemos presentarle honor y obsequio en razón de la naturaleza racional. Esto podemos hacerlo de dos modos: el primer modo es en cuanto la creatura insensible representa a la naturaleza racional; el segundo es en cuanto la creatura insensible está unida a la naturaleza racional.

“De ambos modos debe ser venerada por nosotros la cruz de Jesús –dice Santo Tomás. Del primer modo, en cuanto representa para nosotros la figura de Cristo extendido sobre la cruz. Del segundo modo, a causa del contacto que tuvo la cruz con los miembros de Cristo y porque fue bañada con su sangre. Por lo tanto –continúa diciendo Santo Tomás- de ambos modos la cruz es adorada con la misma adoración que recibe Cristo, es decir, adoración de latría”.

Debemos estar atentos a aquello que dice Santo Tomás. No damos a la cruz (objeto de madera) el culto de latría en cuanto objeto de madera sino en cuanto representa a Cristo y en cuanto estuvo en contacto con su cuerpo y con su sangre, es decir, en razón de Cristo. Esto quiere decir que la adoración de latría va dirigida a Cristo y no a un pedazo de madera. Dice el P. Fuentes respecto a esto: “Evidentemente el concepto clave es aquí la distinción, dentro de la adoración de latría (...), entre latría absoluta y latría relativa: latría absoluta es la que se da a una cosa en sí misma (por ejemplo, a Dios, a Jesucristo, etc.); latría relativa es la que se da a una cosa no por sí misma sino en orden a lo que es representado por ella (las imágenes). Por tanto, si bien la cruz no es adorada con culto de latría absoluta, sí lo es con el de latría relativa”[2].

Ahora bien, ¿qué sucede con las cruces que nosotros tenemos ahora? Estas cruces son imitaciones de la "vera cruz" de Jesús, cruces hechas de piedra, de madera o metal. La respuesta a esta pregunta pienso que aclarará un poco más nuestro tema.

3. ¿Debemos adorar las imágenes de Cristo con adoración de latría?

Partimos del punto que estas cruces de las cuales hablamos no son otra cosa que imágenes de Jesús, es decir, tratan de representar pictóricamente al Dios encarnado, al Verbo hecho hombre. Exponemos la doctrina de Santo Tomás respecto a la actitud que nosotros debemos tener hacia las imágenes pictóricas de Cristo.

Podemos considerar las imágenes en general en dos sentidos. Primero, en cuanto es una cierta cosa, hecha con un material determinado. Segundo, en cuanto es imagen de una realidad, la cual se configura como ejemplar o modelo de dicha imagen. En el primer sentido, esto es, en cuanto es una cosa cualquiera, a las imágenes de Cristo (y también a las cruces hechas actualmente; por ejemplo, de madera esculpida o pintada), no se les debe dar ninguna reverencia, porque solamente debemos dar reverencia a la creatura racional. Por lo tanto, a las imágenes de Cristo (y también a las de los santos), tomadas en este primer sentido, no debe brindárseles ni adoración de latría, ni dulía, ni siquiera veneración.

En el segundo sentido la cosa es diferente. Porque cuando yo me dirijo a una imagen en cuanto representa otra realidad y me la recuerda, no me estoy dirigiendo a la imagen misma sino a la realidad que representa. Es en este sentido que nosotros presentamos honor y obsequio a las imágenes de Cristo (y a las cruces). Por eso, en este sentido, damos a las imágenes de Cristo la misma reverencia y veneración que damos a la persona de Cristo. Y dado que a Cristo lo adoramos con adoración de latría, en consecuencia a su imagen debemos adorarla también con adoración de latría. Para ser más exactos digamos que también a las imágenes de Cristo las adoramos con latría relativa. Esto lo dice San Juan Damasceno bellamente: “Imaginis honor ad prototypum pervenit”, esto es, “el honor dado a una imagen se dirige y llega hasta el prototipo”.

Resumiendo: adoramos las imágenes de Cristo y las cruces en cuanto son símbolos de una realidad ulterior y divina. Por eso dice el Libro Ceremonial de los Obispos: “Entre las imágenes sagradas, la figura de la cruz "preciosa y vivificante" ocupa el primer lugar, porque es el símbolo de todo el misterio pascual. Ninguna imagen más estimada ni más antigua para el pueblo cristiano. Por la Santa Cruz se representa la pasión de Cristo y su triunfo sobre la muerte, y al mismo tiempo anuncia la segunda y gloriosa venida, según la enseñanza de los Santos Padres” (n. 1011).

4. Respuesta puntual a las preguntas

Podemos ahora responder puntualmente a las preguntas puestas al principio de este pequeño artículo.

1) “Dado que la adoración es un acto específico que la creatura dirige sólo a la divinidad, ¿porqué entre los ritos del Viernes Santo está el de la adoración de la Cruz?”  Porque la Iglesia quiere que, a través de la cruz, que representa a Cristo y estuvo en contacto con Él, adoremos al que es hombre y Dios. Ella es el “símbolo por antonomasia de la pasión de Jesucristo” y “representa al mismo Jesucristo en el acto de su inmolación. Por eso debe ser adorada con una acto de adoración de "latría relativa" en cuanto imagen de Cristo y por razón del contacto que con Él tuvo”[3].

2) “¿No se configura como un acto de idolatría?” No, porque el culto de latría no va dirigido al pedazo de madera sino a Cristo.

3) “Entonces, ¿porqué usar esta terminología, que aparece como blasfema, contra el clarísimo primer mandamiento de la Biblia?” Esta terminología, teológicamente hablando, es correctísima. Se puede decir con toda propiedad "adoración de la cruz" porque se puede dar culto de latría relativa a un objeto insensible en razón de Cristo, que es Dios.

Respecto al problema bíblico es verdad que el primer mandamiento dice: “No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto” (Éx.20,4-5). Pero en realidad “ese precepto no prohíbe hacer alguna escultura o imagen, sino que prohíbe hacerlas para ser adoradas. Por eso se agrega inmediatamente: "No te postrarás ante ellas ni les darás culto" (Éx.20,5). Y dado que el movimiento de adoración que se dirige a la imagen es el mismo que va dirigido y termina en la cosa, al prohibir la adoración de las imágenes lo que se prohíbe es la adoración de la cosa, semejanza de la cual es la imagen. Por lo tanto debe entenderse que ese precepto prohíbe la fabricación y la adoración de las imágenes que los gentiles hacían para adorar a sus dioses, es decir, a los demonios. Por eso, en el mismo paso de la Escritura, antes se dice: "No habrá para ti otros dioses delante de mi" (Éx.20,3)”[4]. Esto que acabamos de decir queda confirmado por el mismo Yahveh cuando manda a Moisés hacer la escultura de dos ángeles para que adornen el arca de la Alianza: “Harás dos querubines de oro macizo; los pondrás en los dos extremos del propiciatorio” (Éx.25,18). Si la prohibición fuese de hacer imágenes en absoluto, el primero en quebrantar dicha prohibición hubiese sido el mismo Dios. El mismo Dios, según vemos en este texto, manda hacer dos esculturas para ser veneradas.

Además hay que tener en cuenta que en el Antiguo Testamento esta prohibición de hacer y adorar imágenes adquiría un sentido especial porque el verdadero Dios se había revelado como un ser espiritual e incorpóreo y, por lo tanto, no era posible hacer alguna imagen corporal que expresara adecuadamente a ese Dios incorpóreo. “Pero dado que en el Nuevo Testamento Dios se hizo hombre, puede ser adorado en su imagen corporal”[5]. Por lo tanto, vemos que ni en el acto de adoración de la cruz ni en la terminología usada para expresarlo hay algo que se oponga a la revelación del Antiguo o del Nuevo Testamento. Al contrario, el Nuevo Testamento, al revelarnos la encarnación de Dios, nos autoriza a adorarlo en su imagen corporal.

4) “¿Porqué usar esta terminología que podría desviar a aquella parte del pueblo de Dios que no tiene instrumentos culturales suficientes para comprender que no se trata, en definitiva, de un culto dirigido a un objeto de madera?” El problema no es la terminología que, como dijimos, es correcta. Tanto la terminología como el tema en sí mismo podría explicarse de tal manera que todos lo entiendan, aún aquellos que tienen menos "instrumentos culturales". Hay muchos misterios en nuestra religión que no son fáciles de entender en el primer intento. Necesitan una explicación llena de ciencia y caridad, es decir, con la capacidad de adaptarse a las condiciones del oyente. Esa es la tarea de los pastores. Precisamente, uno de los problemas más graves de nuestro tiempo, como ya lo hacía notar el Papa Pablo VI[6], es el dramático alejamiento y posterior ruptura entre Evangelio y cultura. Por eso hace falta afrontar una evangelización profunda, que llegue hasta los fundamentos culturales de las distintas sociedades.

5) “¿Cómo nació este uso en la Iglesia Católica? ¿A qué época se remonta?” Pienso, junto con Santo Tomás, que este uso nació de los mismos apóstoles. Lo que Santo Tomás dice respecto a las imágenes de Cristo se puede aplicar, y con mayor razón, a la cruz misma de Cristo. Dice este santo: “Los Apóstoles, por el familiar instinto del Espíritu Santo, transmitieron ciertas cosas a las iglesias para que sean conservadas que no dejaron en sus escritos, sino que las han entregado a la sucesión de los fieles para que sean ordenadas como precepto de la Iglesia. Por eso dice San Pablo: "Manteneos firmes y conservad las tradiciones en las cuales fuisteis instruidos, sea por medio de nuestra viva voz (es decir, oralmente), sea por medio de nuestra carta (es decir, transmitido por escrito)" (2Tes.2,15). Y entre estas tradiciones recibidas oralmente está la de la adoración de la imagen de Cristo. De hecho se dice que San Lucas evangelista (que fue compañero de los apóstoles) pintó una imagen de Cristo, que se encuentra en Roma”[7].

Sin duda que ya las primeras comunidades cristianas adoraban la cruz, como es testigo aquel antiquísimo cántico que se dirige a la cruz como si fuese una persona y le atribuye poder para dar la salvación: O Crux, ave, spes unica. Hoc passionis tempore, auge piis iustitiam, reisque dona veniam. “Ave, oh Cruz, esperanza única. En este tiempo de pasión aumenta la justicia de los santos y a los culpables dales el perdón”. Los Santos Padres de los primeros siglos, como San Agustín y San Juan Damasceno, hablan del rito de la adoración de la cruz como algo ya consolidado en la Iglesia.

En el siglo IV Santa Elena, la madre del emperador Constantino, impulsada por esta devoción a la cruz de Cristo, se empeña en buscarla y la encuentra. Sin duda que este hallazgo de la "vera cruz" habrá estimulado muchísimo la devoción a ella.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...