jueves, 1 de enero de 2015

GRACIAS PADRE.... POR EL AÑO 2015


Hoy di: ¡Gracias, Padre!
Gracias por el don de la existencia. Gracias por haberme hecho a tu imagen y semejanza. Gracias por el don gratuito de tu amor.
Por: P. Evaristo Sada LC



Hoy sé un hijo agradecido.

Levanta la mirada y dile gracias al Creador del universo:

Padre:

Gracias por el don de la existencia.
Gracias por haberme hecho a tu imagen y semejanza.
Gracias por el don gratuito de tu amor, gracias por amarme como soy.
Gracias porque me has dado ojos para ver,
oídos para escuchar, manos para acariciar,
inteligencia para conocer la verdad, voluntad para buscar el bien,
corazón para amar y para hacerlo tu morada.
¡Mi corazón: templo de la Trinidad! ¡Cosa maravillosa!

Gracias por la capacidad de asombro que me diste.
Gracias por mis padres, por mi familia, por tener un hogar que me cobija.
Gracias por los amigos fieles y también por los que me han hecho sufrir.
Gracias por los tiempos dolorosos de mi vida,
por dejarme sentir la soledad para venir luego a colmarla con tu misericordia.
Gracias por quienes rezan por mí.
Gracias por la vocación y misión que me confiaste.
Gracias por haber puesto tu mirada en mí, gracias por confiar en mí.
Gracias por tantas experiencias bellas de mi vida.
Gracias sobre todo por la experiencia del amor de Cristo.
Gracias por haberlo enviado a vivir con nosotros como uno de nosotros,
para revelarnos tu rostro, redimirnos y trazarnos el camino.
Nos amó hasta el extremo,
nos dio como Madre a María Santísima,
se quedó para siempre en la Eucaristía,
y al final nos entregó a su mismo Espíritu, fuente del mayor consuelo.
Gracias por mi bautismo, por mi Madre la Iglesia,
por mi ángel de la guarda y por esperarme con los brazos abiertos en el cielo.
Gracias por tu paciencia conmigo,
gracias por perdonarme siempre y por seguirme amando sin guardar resentimientos.
Gracias por la vida y por la eternidad que me espera.
Una y mil veces: ¡Gracias Padre!


¡Gracias Padre por este Año Nuevo que inicia!

miércoles, 31 de diciembre de 2014

RECOMENDACIONES DEL PAPA FRANCISCO PARA FIN DE AÑO: AGRADECER Y PEDIR PERDÓN A DIOS


Papa Francisco frente a imagen del Niño Jesús, en la Basílica de San Pedro. 
Foto: L'Osservatore Romano.

“Agradecer y pedir perdón” a Dios al concluir el año, alienta el Papa Francisco



VATICANO, 31 Dic. 14 / 01:07 pm (ACI/EWTN Noticias).- Al presidir la celebración de las primeras Vísperas de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios y Te Deum de agradecimiento por el año que culmina, el Papa Francisco alentó a los fieles a “agradecer y pedir perdón” a Dios.

El Santo Padre subrayó que al terminar el año hoy “alabamos al Señor con el himno del Te Deum y al mismo tiempo le pedimos perdón”.

“La actitud de agradecer nos dispone a la humildad, a reconocer y a acoger los dones del Señor”, indicó.

A continuación, el texto completo de la homilía del Papa Francisco, gracias a la traducción de Radio Vaticano:

La Palabra de Dios nos introduce hoy, de forma especial, en el significado del tiempo, en el comprender que el tiempo no es una realidad extraña a Dios, simplemente por que Él ha querido revelarse y salvarnos en la historia, en el tiempo. El significado del tiempo, la temporalidad, es la atmósfera de la epifanía de Dios, es decir, de la manifestación del misterio de Dios y de su amor concreto. En efecto, el tiempo es el mensajero de Dios, como decía san Pedro Fabro.

La liturgia de hoy nos recuerda la frase del apóstol Juan: «Hijos míos, ha llegado la última hora» (1Jn 2,18), y la de San Pablo, que nos habla de «la plenitud del tiempo» (Ga 4,4). Por lo que el día de hoy nos manifiesta cómo el tiempo que ha sido – por decir así – ‘tocado’ por Cristo, el Hijo de Dios y de María, y ha recibido de Él significados nuevos y sorprendentes: se ha vuelto ‘el tiempo salvífico’, es decir, el tiempo definitivo de salvación y de gracia.

Y todo esto nos invita a pensar en el final del camino de la vida, al final de nuestro camino. Hubo un comienzo y habrá un final, «un tiempo para nacer y un tiempo para morir», (Eclesiastés 3,2).

Con esta verdad, bastante simple y fundamental, así como descuidada y olvidada, la santa madre Iglesia nos enseña a concluir el año y también nuestros días con un examen de conciencia, a través del cual volvemos a recorrer lo que ha ocurrido; damos gracias al Señor por todo el bien que hemos recibido y que hemos podido cumplir y, al mismo tiempo, volvemos a pensar en nuestras faltas y en nuestros pecados: Agradecer y pedir perdón.

Es lo que hacemos también hoy al terminar el año. Alabamos al Señor con el himno del Te Deum y al mismo tiempo le pedimos perdón. La actitud de agradecer nos dispone a la humildad, a reconocer y a acoger los dones del Señor.

El apóstol Pablo resume, en la Lectura de estas Primeras Vísperas, el motivo fundamental de nuestro dar gracias a Dios: Él nos ha hecho hijos suyos, nos ha adoptado como hijos. ¡Este don inmerecido nos llena de una gratitud colmada de estupor!

Alguien podría decir: ‘Pero ¿no somos ya todos hijos suyos, por el hecho mismo de ser hombres?’. Ciertamente, porque Dios es Padre de toda persona que viene al mundo. Pero sin olvidar que somos alejados por Él a causa del pecado original que nos ha separado de nuestro Padre: nuestra relación filial está profundamente herida. Por ello Dios ha enviado a su Hijo a rescatarnos con el precio de su sangre. Y si hay un rescate es porque hay una esclavitud. Nosotros éramos hijos, pero nos volvimos esclavos, siguiendo la voz del Maligno. Nadie nos rescata de aquella esclavitud substancial sino Jesús, que ha asumido nuestra carne de la Virgen María y murió en la cruz para liberarnos, liberarnos de la esclavitud del pecado y devolvernos la condición filial perdida.

La liturgia de hoy recuerda también que «en el principio – antes del tiempo – era la Palabra... y la Palabra se hizo hombre’ y por ello afirma san Ireneo: Éste es el motivo por el cual la Palabra se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, entrando en comunión con la Palabra y recibiendo así la filiación divina, se volviera hijo de Dios.

Al mismo tiempo, el don mismo por el que agradecemos es también motivo de examen de conciencia, de revisión de la vida personal y comunitaria, del preguntarnos: ¿cómo es nuestra forma de vivir? ¿Vivimos como hijos o vivimos como esclavos? ¿Vivimos como personas bautizadas en Cristo, ungidas por el Espíritu, rescatadas, libres?  O ¿vivimos según la lógica mundana, corrupta, haciendo lo que el diablo nos hace creer que es nuestro interés?

Hay siempre en nuestro camino existencial una tendencia a resistirnos a la liberación; tenemos miedo de la libertad y, paradójicamente, preferimos más o menos inconscientemente la esclavitud.

La libertad nos asusta porque nos pone ante el tiempo y ante nuestra responsabilidad de vivirlo bien. La esclavitud, en cambio, reduce el tiempo a ‘momento’ y así nos sentimos más seguros, es decir, nos hace vivir momentos desligados de su pasado y de nuestro futuro. En otras palabras, la esclavitud nos impide vivir plena y realmente el presente, porque lo vacía del pasado y lo cierra ante el futuro, frente a la eternidad. La esclavitud nos hace creer que no podemos soñar, volar, esperar.

Decía hace algunos días un gran artista italiano que para el Señor fue más fácil quitar a los israelitas de Egipto que a Egipto del corazón de los israelitas. Habían sido liberados ‘materialmente’ de la esclavitud, pero durante el camino en el desierto con varias dificultades y con el hambre, comenzaron entonces a sentir nostalgia de Egipto cuando ‘comían... cebollas y ajo’; pero se olvidaban que comían en la mesa de la esclavitud.

En nuestro corazón se anida la nostalgia de la esclavitud, porque aparentemente nos da más seguridad, más que la libertad, que es muy arriesgada. ¡Cómo nos gusta estar enjaulados por tantos fuegos artificiales, aparentemente muy lindos, pero que en realidad duran sólo pocos instantes! ¡Y Éste es el reino del momento, esto es lo fascinante del momento!

De este examen de conciencia depende también, para nosotros los cristianos, la calidad de nuestro obrar, de nuestro vivir, de nuestra presencia en la ciudad, de nuestro servicio al bien común, de nuestra participación en las instituciones públicas y eclesiales.

Por tal motivo, y siendo Obispo de Roma, quisiera detenerme sobre nuestro vivir en Roma, que representa un gran don, porque significa vivir en la ciudad eterna, significa para un cristiano, sobre todo, formar parte de la Iglesia fundada sobre el testimonio y sobre el martirio de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Y por lo tanto, también por ello rendimos gracias al Señor. Pero, al mismo tiempo, representa una responsabilidad. Y Jesús dijo: «Al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más».

Por lo tanto, preguntémonos: en esta ciudad, en esta Comunidad eclesial, ¿somos libres o somos esclavos, somos sal y luz? ¿Somos levadura? O ¿estamos apagados, sosos, hostiles, desalentados, irrelevantes y cansados?

Sin duda, los graves hechos de corrupción, emergidos recientemente, requieren una seria y conciente conversión de los corazones, para un renacer espiritual y moral, así como para un renovado compromiso para construir una ciudad más justa y solidaria, donde los pobres, los débiles y los marginados estén en el centro de nuestras preocupaciones y de nuestras acciones de cada día. ¡Es necesaria una gran y cotidiana actitud de libertad cristiana para tener el coraje de proclamar, en nuestra Ciudad, que hay que defender a los pobres, y no defenderse de los pobres, que hay que servir a los débiles y no servirse de los débiles!

La enseñanza de un simple diácono romano nos puede ayudar. Cuando le pidieron a San Lorenzo que llevara y mostrara los tesoros de la Iglesia, llevó simplemente a algunos pobres. Cuando en una ciudad se cuida, socorre y ayuda a los pobres y a los débiles a promoverse en la sociedad, ellos revelan el tesoro de la Iglesia y un tesoro en la sociedad.

Pero, cuando una sociedad ignora a los pobres, los persigue, los criminaliza, los obliga a ‘mafiarse’, esa sociedad se empobrece hasta la miseria, pierde la libertad y prefiere ‘el ajo y las cebollas’ de la esclavitud, de la esclavitud de su egoísmo, de la esclavitud de su pusilanimidad y esa sociedad deja de ser cristiana.

Queridos hermanos y hermanas, concluir el año es volver a afirmar que existe una ‘última hora’ y que existe ‘la plenitud del tiempo’. Al concluir este año, al dar gracias y al pedir perdón, nos hará bien pedir la gracia de poder caminar en libertad para poder reparar los tantos daños hechos y poder defendernos de la nostalgia de la esclavitud, y no ‘añorar’  la esclavitud.

Que la Virgen Santa, la Santa Madre de Dios, que está en el corazón del templo de Dios – cuando la Palabra – que era en el principio – se hizo uno de nosotros en el tiempo, Ella que ha dado al mundo al Salvador, nos ayude a acogerlo con el corazón abierto, para ser y vivir verdaderamente libres, como hijos de Dios.

TARJETAS Y GIFS DE FELIZ AÑO NUEVO 2015







































EL EVANGELIO DE HOY: MIÉRCOLES 31 DE DICIEMBRE DEL 2014


Y la Palabra se hizo carne
Adviento

Juan 1, 1-18. Dejar que la luz de la cueva de Belén entre en nuestro entendimiento y sobre todo en nuestro corazón. 


Por: Misael Cisneros | Fuente: Catholic.net



Del santo Evangelio según san Juan 1, 1-8
En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios.
Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan. Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por él. No era él la luz, sino quien debía dar testimonio de la luz. La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y clama: Este era del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado. 


Oración introductoria
Señor Jesús, ante un año más que termina te suplico humildemente que me concedes vivir junto a Ti el nuevo año, que está por comenzar para que sea una nueva oportunidad de mejorar mi servicio a los demás. Ven, Espíritu Santo, y guía esta oración para que sepa encontrar en ella la luz que guíe mi propósito de crecer en el amor.

Petición
Jesús, no quiero pedirte nada, sino darte las gracias por todos tus beneficios, pues sé que todo lo que soy y todo lo que tengo es un don tuyo.

Meditación del Papa Francisco
Es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo. Y es que la característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre. Porque una luz tan potente no puede provenir de nosotros mismos; ha de venir de una fuente más primordial, tiene que venir, en definitiva, de Dios.
La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida. Transformados por este amor, recibimos ojos nuevos, experimentamos que en él hay una gran promesa de plenitud y se nos abre la mirada al futuro. (Papa Francisco, encíclica Lumen fidei, n. 4)
Reflexión
Hoy nuestros ojos ven la luz para no andar en tinieblas. Cristo niño se nos presenta como la estrella que guiará nuestros pasos en la noche de la vida, pues cuando la noche es más negra es cuando más brillan las estrellas, es cuando más fuerte brilla Cristo en nuestro corazón.

El ambiente de la Navidad es uno de los períodos que más disfrutamos y que más deseamos. Tal vez si nos dieran a elegir por un estado permanente en nuestra vida escogeríamos la Navidad. No sólo por los regalos, fiestas, turrones y música, sino porque en el fondo resuenan palabras de amor, de esperanza, de perdón que nos gustaría escuchar más a menudo.

En este día nuestros ojos contemplan la imagen de un niño que como todo recién nacido, cautiva por su sencillez, por su hermosura, por su debilidad. Experimentamos la necesidad de prestarle nuestra ayuda y nuestra atención. Esto es lo que admiran nuestros ojos materiales: un niño que llora, duerme y sonríe. Pero nuestros ojos espirituales vislumbran por la fe al Verbo hecho carne por amor a nosotros los hombres.

Está de nuestra parte, por tanto, que nosotros aceptemos esa luz que viene a iluminar nuestro corazón, que viene a traernos la alegría y sobre todo la esperanza y el amor, a pesar de que muchos hombres se esfuercen por apretar los ojos para no ver la Luz que es Cristo. Podemos pensar la imagen de Cristo en el portal a través de un prisma en donde todos sus rayos son rayos que reflejan a un padre bueno, no tirano ni cruel, a un amigo con el que siempre podemos contar, a un hermano que nos prestará su apoyo incondicional para realizar nuestras pequeñas o grandes empresas. Así se nos presenta hoy el Verbo encarnado, como un destello de esperanza y de amor. Sólo necesitamos dejar que la luz de la cueva de Belén penetre en nuestro entendimiento y sobre todo en nuestro corazón.

Propósito
Como parte de la celebración del fin de año, leer un pasaje del Evangelio que hable sobre el amor de Dios.

Diálogo con Cristo
Señor, gracias por darme tu Palabra para conocer el camino que me puede llevar a la santidad. Gracias por tu amor y por todas las gracias que me has concedido. Me duele mucho el haberte fallado tantas veces, te pido perdón por esas ocasiones que no supe amar, confío en tu misericordia. Te suplico que mis actitudes y actos concretos estén siempre impregnados por el amor.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...