

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net Anclado en la esperanza | |
A veces quedamos anclados en el pasado, inmovilizados por la pena ante lo sucedido. Una y otra vez nos lamemos la herida. | |
Ocurrió. Cometí ese pecado que tanto daño me hizo. Falté a una promesa dada. No ayudé a un familiar que me necesitaba. Traicioné la confianza de un amigo. O, simplemente, fui víctima de los actos que otros cometieron con una malicia que me llena de rabia. Ocurrió. A veces quedamos anclados en el pasado, inmovilizados por la pena ante lo sucedido. Una y otra vez nos lamemos la herida. La pena domina nuestras almas. Vivir así, con la mirada puesta en los errores pasados, puede llevarnos hacia la apatía y la desgana, hacia tristezas enfermizas, hacia reproches continuos hacia otros o hacia uno mismo. Tenemos, sin embargo, un presente en nuestras manos y un futuro abierto a mil posibilidades. Miradas de amigos y familiares me invitan a dar un paso hacia adelante, sin dejarme apresar por las arenas movedizas de un pasado que no puedo cambiar. Incluso Dios mismo me mira con un afecto particular, intenso. Me busca para lavar mis faltas. Me invita a perdonar a quien me haya traicionado. Me lanza a edificar mi vida no desde lágrimas amargas sino desde una esperanza que viene de lo alto. Necesito dejar de lado actitudes malsanas que me arrastran a la pereza. Sólo entonces empezaré a vivir anclado en la esperanza. Amanece un nuevo día. Dios me renueva su amor de Padre y me regala su gracia. Tomado de su mano puedo emprender esta jornada con el deseo de dar mi tiempo, mis cualidades y mi corazón al servicio de quien necesita a su lado una mano amiga y llena de esperanza. |
El Pan de los ángeles.
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P. Antonio Royo Marín O.P.
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Autor: P. Juan P. Ferrer | Fuente: Catholic.net Bartolomé, el hombre que se entusiasmó por Cristo | |
Si dejas a Dios de veras entrar en tu corazón, todo lo que anhelabas, esperabas, deseabas, se convertirá en realidad. | |
Vamos a contemplar en la figura del Apóstol Bartolomé el entusiasmo por Cristo de un hombre que poco antes, ante las palabras de Felipe, había dicho: ¿De Nazaret puede salir algo bueno? San Juan nos trasmite una historia bellísima en el relato de la vocación de los primeros discípulos (Jn 1, 45-51). Felipe, a quien poco antes el Señor había llamado a su seguimiento, se encuentra con Natanael y le dice lleno de gozo: AAquel de quien, escribió Moisés en la ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret. El bueno de Natanael le responde con un cierto aire de desconfianza: ¿De Nazaret puede haber cosa buena?. Poco después tras el encuentro de Jesús y Natanael, éste último exclama con ilusión y fuera de sí: "Rabbi, tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel", y todo porque el Maestro le había dicho que lo había visto debajo de la higuera. Parece una escena surrealista, pero encierra una gran verdad, que vamos a comentar. ¿De Nazaret puede haber cosa buena? (Jn 1,46). Natanael, tal vez acostumbrado ya a tantos falsos mesías que habían salido como estrellas fugaces en la historia del pueblo de Israel, se extraña de aquellas palabras tan encendidas de Felipe en las que le comunica que un tal Jesús, de Nazaret, hijo de José, es el anunciado por Moisés y los profetas. No es rara esta experiencia para el hombre de hoy y de siempre, que lo ha esperado todo de todo y de todos y casi siempre se ha visto a sí mismo sorprendido por la inconsistencia de las cosas. Por eso, Natanael se sorprende y responde con esa pregunta: ¿De Nazaret puede haber cosa buena?. Este tipo de repuestas se encuentran en los labios de muchos hombres de hoy a propósito de cualquier nueva proposición de dicha ofrecida por la sociedad o por un amigo. La desilusión y la desconfianza se han instalado en ese corazón ya un poco seco y pasota del hombre moderno. "Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios, Tú eres el Rey de Israel" (Jn 1,49). Después de que Felipe le invite a acercarse a Cristo y de que Cristo hable de su honradez y rectitud, son esas palabras de Cristo: "Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi", (Jn 1,48), las que mueven de una forma terrible el interior de Natanael y en un grito de admiración y de reconocimiento llama a Jesús "Hijo de Dios". Para Natanael, tal vez un inquieto rabino o estudioso de las Escrituras, de repente la vida se ha iluminado con la presencia de aquel hombre que le ha presentado su amigo Felipe. En él ha encontrado de repente y de golpe a quien buscaba y lo que buscaba en una armoniosa síntesis. Es como si una vida ya al borde del desencanto se encontrara de repente con esa verdad que lo explica todo y llena de paz y felicidad el corazón. Todavía no sabe cómo, pero Natanael intuye que aquel hombre va a colmar todas sus expectativas. "Has de ver cosas mayores" (Jn 1,50). Jesús le anuncia que aquella primera experiencia se va a multiplicar. Es como si le dijese: si dejas a Dios de veras entrar en tu corazón, todo lo que anhelabas, esperabas, deseabas, se convertirá en realidad. Y es que Dios es mucho más de lo que el hombre puede imaginarse. En realidad la felicidad que el hombre busca no es nada al lado de lo que Dios le ofrece. Dios siempre supera toda expectativa, todo deseo, toda esperanza. Natanael, el desconfiado, de repente ha quedado cogido por Cristo y un sentimiento de entusiasmo se apodera de él. En adelante será un don, una gracia, un privilegio servir a aquel Maestro que ya le había visto cuando estaba debajo de la higuera. Si nosotros dejáramos a Dios entrar en nuestro corazón a fondo, si nosotros hiciéramos una experiencia auténtica de Dios, si nosotros nos liberáramos del miedo a abrir las puertas del corazón a Dios, también diríamos, llenos de entusiasmo y gozo, "Rabbí, Tú eres el Hijo de Dios". Este Apóstol, con su admiración por Cristo, nos puede enseñar a nosotros, hombres de hoy, una serie de actitudes muy necesarias frente a las cosas de Dios, pues a lo mejor es posible que nuestra vida espiritual y religiosa esté impregnada de modos fríos, racionalistas, calculadores, lejanos todos ellos de ese talante alegre, cordial y humano que debe caracterizarnos como hijos de Dios. Hay que decir que a veces el debilitamiento en la fe de muchos hermanos nuestros ha sido culpa de no ver en la religión a una persona, sino sólo un conjunto de principios y normas. Si nuestra religión no es Cristo, si el porqué de nuestra fidelidad no es su Persona, si en cada mandamiento no vemos el rostro de Jesús, la religión terminará agobiándonos, porque se convertirá en un montón de deberes, sin relación a Aquél a quien nosotros queremos servir. Vamos, pues, a exponer algunas de las características que deben brillar en la vivencia de nuestra fe y de nuestros deberes religiosos. Si Cristo, don de Dios al mundo, es lo mejor para el hombre, entonces es imposible no vivir con gozo y alegría profunda la fe, es decir, la relación personal del hombre con Dios. Muchas veces los cristianos con nuestro estilo de vivir la fe, marcado por la tristeza, la indiferencia, el cansancio, estamos demostrando a quienes buscan en nosotros un signo de vida una profunda contradicción. El cristianismo es la religión de la alegría y no puede producir hombres insatisfechos. Al revés, la religión vivida de veras, como fe en Jesucristo, confiere al hombre plenitud, gozo, ilusión. Frente a todas las propuestas de felicidad, que terminan con el hombre en la desesperación, Cristo es la respuesta verdadera que no sólo no engaña sino que colma mucho más de lo esperado. Esta certeza debe reflejarse en nuestro rostro, rostro de resucitados, rostro de hombres salvados. Si Cristo está vivo y es Hijo de Dios, mi relación con él tiene que ser mucho más personal, cercana e íntima. Tal vez ha faltado en muchas educaciones religiosas ese acercamiento humano a la figura de Cristo, un acercamiento que nos permite establecer con él una relación más cordial y sincera, como la que se tiene con un amigo. Es fácil comprender por qué con frecuencia la vida de oración de muchos creyentes es árida, seca, distraída. No se entra en contacto con la Persona, sino sólo tal vez con una idea de Dios, aun dentro del respeto y de la veneración. De ahí el peligro para muchos hombres de racionalizar la misma oración, convirtiéndola en reflexión religiosa, pero no en experiencia de Dios. Lógicamente la fe se empobrece mucho así. Y no debe ser así. La fe ha de ser vivida como experiencia personal de Cristo, y por tanto en un clima de cordialidad y de cercanía. Si Cristo es, en fin, la esperanza del mundo, de la que hablaron Moisés y los profetas, entonces hay que vivir en la práctica la fe con seguridad y convencimiento. Podemos dar la impresión los cristianos de que creemos en Cristo, pero no lo suficiente como para abandonar otros caminos de felicidad al margen de él, de su Evangelio, de su Persona. Y esto en la vida se convierte en una contradicción práctica. Aparentamos tener lo mejor, pero nos cuidamos las espaldas teniendo reemplazos. Es como si afirmáramos que tal vez la fe en Cristo no es del todo segura y cierta, que tal vez él nos puede fallar. El mundo necesita de nosotros hoy la certeza de nuestra fe, una certeza que nos lleve a quemar los barcos, porque ya no los necesitamos, seguros como estamos de que hemos elegido la mejor parte. Conclusión. Cómo se necesita en estos momentos en nuestra vida de cristianos y creyentes estas características en nuestra relación con Dios: un estilo de fe lleno de gozo y de entusiasmo, una relación con Dios cercana y cordial, una certeza absoluta de Dios como lo mejor para el hombre de hoy. En esta sociedad en que por desgracia la fe se ha convertido en una carga, hacen falta testigos vivos de un Evangelio moderno y verdadero. En este mundo en que falta alegría en muchos cristianos que viven un poco a la fuerza su fe, hacen falta rostros alegres porque saben vivir su religión en la libertad. Y en este peregrinar hacia la eternidad en el que muchos creyentes miran hacia atrás acordándose de lo que dejan, hacen falta hombres que caminen con seguridad y certeza, sin volver los ojos atrás, hacia el futuro que Dios nos promete. |
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net ¿Qué quiere Dios de mí? | |
Es difícil descubrir la voluntad de Dios. Si tenemos un corazón atento sabremos leer sus mensajes. | |
La pregunta surge en momentos clave de la propia vida: ¿qué quiere Dios de mí? En ocasiones, esa pregunta encierra un error de fondo, pues uno llega a imaginar a Dios como un rey arbitrario que ordena y dispone según sus caprichos y sin interesarle el bien de sus "súbditos". Pero Dios no actúa así: lo que busca es nuestro bien, aquello que nos permita alcanzar una vida plena, sana, justa, bella. Si nos situamos en una correcta manera de ver a Dios, podemos empezar el camino que nos permita descubrir lo que Dios quiere de cada uno. El punto de partida correcto es siempre el mismo: reconocer que Dios me ama. En otras palabras, lo primero que Dios quiere es mi propio bien, mi propia felicidad, mi propia existencia. Empezar a vivir es ya una respuesta, la más radical y profunda, a la pregunta sobre lo que Dios desea de mí. Esa es la primera voluntad de Dios para mí: que exista, que viva. Desde esa primera respuesta, podemos avanzar en la búsqueda de algo más concreto: ¿hacia dónde dirigir mis pasos para recorrer el camino que Dios ha pensado para mí? Tengo una voluntad libre. Con ella escojo el rumbo de mi vida. La nave humana avanza según las decisiones que cada uno toma cada día. Aquí se hace más intensa la búsqueda: ¿qué voy a decidir hoy? ¿Cómo reconocer aquellos actos que están de acuerdo con lo que Dios espera de mí? Para responder, contamos con muchas señales. Dos tienen un valor especial y una visibilidad muy concreta. La primera señal arranca de la misma historia personal, del pasado y de lo que ocurre en el presente. La voluntad de Dios para mí se manifiesta en hechos, en encuentros, en lecturas, en consejos buenos. Identifico así estrellas que iluminan el camino por el que debo avanzar. Esas señales a veces son difíciles de entender. ¿Qué quiere Dios cuando empieza una enfermedad que me incapacita de golpe o poco a poco? ¿Qué me pide si a mi lado sufre un familiar que necesita continuamente ayuda? ¿Qué me ofrece tras una llamada telefónica que abre un interesante horizonte profesional? ¿Qué me diría ante la propuesta deshonesta de un "amigo" que me invita a colaborar con él en un negocio sucio? Lo que ocurre cada día da pistas, pero no siempre son suficientes. Por eso necesitamos abrirnos a la segunda gran señal de Dios: su Evangelio. Quien lo toma entre sus manos como un libro vivo, como la enseñanza y el ejemplo de Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, descubrirá todo un mundo de indicaciones, exigentes y hermosas, que nos permiten avanzar, poco a poco, hacia la vida verdadera. ¿Es difícil descubrir la voluntad de Dios? Si tenemos un corazón atento sabremos leer sus mensajes. Si los comprendemos de modo adecuado, estaremos listos para la siguiente etapa, la que rezamos en el Padrenuestro: "hágase tu voluntad". Es decir, estaremos dispuestos a aceptar todo lo que Dios nos pida. En ocasiones cuesta. Pero si reconocemos que Dios es un Padre bueno, aquello que nos propone será visto como lo que es: un camino para avanzar en el amor, una invitación a vivir un poco aquí en la tierra como viviremos, si actuamos como auténticos discípulos e hijos, eternamente en el cielo. |