miércoles, 22 de julio de 2015

EL CRUCIFIJO QUE HABLÓ A SAN FRANCISCO



El crucifijo que habló a san Francisco 

Asís, Italia



Historia de san Francisco y descripción del crucifijo 



Por: Fr. Tomás Gálvez | Fuente: fratefrancesco.org 




Una experiencia que marcó a Francisco para toda su vida

Un día de otoño de 1205, mientras oraba, el Señor le prometió a Francisco que pronto daría respuesta a sus preguntas. A los pocos días, paseando por los alrededores de Asís, pasó junto a la antigua iglesia de San Damián y, conmovido por su estado de inminente ruína, entró a rezar, arrodillándose con reverencia y respeto ante la imagen de Cristo crucificado que presidía sobre el altar. Y, estando allí, le invadió, más que otras veces, un gran consuelo espiritual. Con los ojos arrasados en lágrimas, pudo ver como el Señor le hablaba desde la cruz y le decía: "Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala".

Tembloroso y sorprendido, él contestó: "De muy buena gana lo haré, Señor". Luego se ensimismó y quedó como arrebatado, en medio de la iglesia vacía. Fue tal el gozo y tanta la claridad que recibió con aquellas palabras, que le pareció que era el mismo Cristo crucificado quien le había hablado.

Todos los biógrafos coinciden en calificar de éxtasis o visión la experiencia de San Damián. Santa Clara escribe que fue una "visita del Señor", que lo llenó de consuelo y le dió el impulso decisivo para abandonar definitivamente el mundo. A esta visión parece referirse San Buenaventura, cuando refiere que el santo, tras el encuentro con el leproso, estando en oración en un lugar solitario, tras muchos gemidos e insistentes e inefables súplicas, mereció ser escuchado y se le manifestó el Señor en la cruz. Y se conmovió tanto al verlo, y de tal modo le quedó grabada en el corazón la pasión de Cristo, que, desde entonces, a duras penas podía contener las lágrimas y los gemidos al recordarla, según confió él mismo, antes de morir. Y entendió que eran para él aquellas palabras del Evangelio: "Si quieres venir en pos de mí, niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme" (Mt 16, 24).

Tomás de Celano y los Tres Compañeros sitúan esta experiencia en San Damián. Según ellos, cuando el Señor le habló desde el crucifijo, Francisco experimentó un cambio interior que ni él mismo acertaba a describir. El corazón se le quedó tan llagado y derretido de amor por el recuerdo de la pasión, que desde entonces llevó grabadas en su interior las llagas de Cristo, mucho antes de que se le manifestaran en la carne. Por eso, añade San Buenaventura, "ponía sumo cuidado en mortificar la carne, para que la cruz de Cristo que llevaba impresa dentro de su corazón rodease también su cuerpo por fuera. Todo eso lo practicaba ya cuando aún no se había apartado del mundo, ni en el vestir ni en la manera de vivir". Se refiere a un cilicio, a un tejido muy basto, hecho de gruesos nudos, que empezó a llevar ceñido a la cintura, debajo de la ropa. Desde entonces será tal su austeridad, y tantas las mortificaciones a lo largo de su vida, que, sano o enfermo, apenas condescendió en darse gusto, hasta el extremo de reconocer, poco antes de morir, que había tratado con poco miramiento al "hermano cuerpo".

Descripción del crucifijo de San Damián

El crucifijo que habló a Francisco es hoy uno de los más conocidos y reproducidos del mundo. Se trata de un icono románico-bizantino del s. XII, de autor umbro desconocido y clara influencia sirio-oriental. Es de madera de nogal recubierta con una basta tela, sobre la que pintaron con colores vivos las figuras de Cristo y otros personajes de la Pasión. Sin el pedestal, mide 2’10 metros de alto por 1’30 de ancho.

En 1257, cuando las clarisas abandonaron San Damián, se lo llevaron consigo al nuevo monasterio de Santa Clara construido para ellas en Asís , donde lo conservaron durante siglos en la sacristía. En 1958, 20 años después de ser restaurado por Rosario Aliano, fue expuesto al público en la capilla de San Jorge. Después del terremoto de septiembre de 1997 el icono ha sido sometido a una nueva restauración, y allí sigue expuesto a la devoción de todos, libre ya del vidrio y del marco que antes lo contenía.

He aquí algunas claves para comprender el significado de este icono bizantino del siglo XII:

El Cristo de San Damián está vivo y sin corona de espinas, pues es el Cristo resucitado y glorioso que ha vencido a la muerte.

El paño de lino orlado de oro recuerda las vestiduras de los sacerdotes del Antiguo Testamento (Ex 28, 42).

Su postura expresa un gesto de acogida y parece abrazar a todo el universo.

Sus ojos no miran al espectador, sino que se dirigen al Padre, invitándonos también a nosotros a hacer lo mismo mediante la conversión.

Los 33 personajes que lo rodean representan la comunión de los santos de todos los tiempos.

Jesús, con los pies sobre fondo negro, parece que asciende del abismo.

La sangre de Cristo chorrea sobre los personajes que lo rodean, para indicar que han sido lavados y salvados por su Pasión.

La sangre de los pies cae sobre seis personajes apenas reconocibles, que podrían ser: San Juan Bautista, San Miguel, San Pablo y San Pedro, San Damián y San Rufino, patrón de Asís.

En cada extremo de los brazos transversales de la cruz hay tres ángeles que muestran a Cristo: son los mensajeros de la Buena Noticia.

Los personajes bajo los brazos de Jesús están todos en la luz, son hijos de la luz.

Tienen todos la misma estatura, pues son "hombres perfectos", que han alcanzado "plenamente la talla de Cristo" (Ef 4, 13).

Si se mira bien, sus rostros son como el de Cristo, pues en ellos ha sido restaurada la "imagen y semejanza de Dios" original.

Juan y María están en el puesto de honor, a la derecha de Cristo. El discípulo muestra y recoge la sangre del costado de Cristo. María manifesta dolor, pero también serenidad y admiración por la resurrección y por el nuevo hijo que su Hijo le acaba de encomendar.

El manto blanco de la Virgen simboliza pureza, y las piedras preciosas que lo adornan son los dones del Espíritu Santo. El vestido rojo oscuro representa el amor. La túnica morada bajo el vestido recuerda que María es la nueva Arca de la Alianza (la del Antiguo Testamento estaba cubierta con un paño de ese color).

A la izquierda de Jesús están Maria Madgalena y María de Santiago, que parecen preguntarse: ¿Quién nos abrirá el sepulcro?. Junto a ellas, el Centurión confiesa la humanidad y divinidad de Cristo: "Verdaderamente, este hombre era el Hijo de Dios".

Detrás del Centurión asoma el rostro de quien encargó el crucifijo y otras tres personas que evocan al Pueblo de Dios.

Bajo los personajes mayores, hay dos pequeños, uno a cada lado, que representan a los romanos y judíos que crucificaron a Jesús: el romano es un soldado con la lanza y la esponja.

A la izquierda de las piernas de Cristo se ve el gallo de Pedro, que recuerda nuestra debilidad e invita a la vigilancia. Pero también simboliza al sol naciente, Cristo, cuya luz se difunde por toda la tierra.

Sobre la tablilla con la inscripción "Rex iudeorum", en un círculo rojo, vemos a Cristo que sube al cielo, vestido de blanco, con estola dorada y una cruz luminosa en la mano, señal de victoria. El círculo expresa perfección y representa la plenitud de la gloria, donde lo reciben diez ángeles festivos.

La mano del Padre, en lo más alto del crucifijo, se encuentra en un semicírculo. La otra mitad no se puede ver, pues Dios Padre no tiene rostro, es un misterio.
San Juan Pablo II oró ante la Cruz de San Damián y ante la tumba de santa Clara (Asís, 1993)

Imágenes: Capilla de San Damián y Crucifijo: fratefrancesco.org

MARÍA MAGDALENA, LA ENAMORADA DE DIOS


María Magdalena, la enamorada de Dios
El amor de María Magdalena a Cristo fue un amor total. 


Por: Juan J. Ferrán, L.C. | Fuente: Catholic.net 




Realmente nos encontramos en el Evangelio a un personaje muy especial del que nos pareciera saberlo todo y del que casi no sabemos nada: María Magdalena. Magdalena no es un apellido, sino un toponímico. Se trata de una María de Magdala, ciudad situada al norte de Tiberíades. Sólo sabemos de ella que Cristo la libró de siete demonios (Lc 8, 2) y que acompañaba a Cristo formando parte de un grupo grande mujeres que le servían. Los momentos culminantes de su vida fueron su presencia ante la Cruz de Cristo, junto a María, y, sobre todo, el ser testigo directo y casi primero de la Resurrección del Señor. A María Magdalena se le ha querido unir con la pecadora pública que encontró a Cristo en casa de Simón el fariseo y con María de Betania. No se puede afirmar esto y tampoco lo contrario, aunque parece que María Magdalena es otra figura distintas a las anteriores. El rostro de esta mujer en el Evangelio es, sin embargo, muy especial: era una mujer enamorada de Cristo, dispuesta a todo por él, un ejemplo maravilloso de fe en el Hijo de Dios. Todo parece que comenzó cuando Jesús sacó de ella siete demonios, es decir, según el parecer de los entendidos, cuando Cristo la curó de una grave enfermedad.

María Magdalena es un lucero rutilante en la ciencia del amor a Dios en la persona de Jesús. ¿Qué fue lo que a aquella mujer le hechizó en la persona de Cristo? ¿Por qué aquella mujer se convirtió de repente en una seguidora ardiente y fiel de Jesús? ¿Por qué para aquella mujer, tras la muerte de Cristo, todo se había acabado? María Magdalena se encontró con Cristo, después de que él le sacara aquellos "siete demonios". Es como si dijera que encontró el "todo", después de vivir en la "nada", en el "vacío". Y allí comenzó aquella historia.

El amor de María Magdalena a Jesús fue un amor fiel, purificado en el sufrimiento y en el dolor. Cuando todos los apóstoles huyeron tras el prendimiento de Cristo, María Magdalena estuvo siempre a su lado, y así la encontramos de pié al lado de la Cruz. No fue un amor fácil. El amor llevó a María Magdalena a involucrarse en el fracaso de Cristo, a recibir sobre sí los insultos a Cristo, a compartir con él aquella muerte tan horrible en la cruz. Allí el amor de María Magdalena se hizo maduro, adulto, sólido. A quien Dios no le ha costado en la vida, difícilmente entenderá lo que es amarle. Amor y dolor son realidades que siempre van unidas, hasta el punto de que no pueden existir la una sin la otra.

El amor de María Magdalena a Cristo fue un amor total. "Para mí la vida es Cristo", repetiría después otro de los grandes enamorados de Cristo. Comprobamos este amor en aquella escena tan bella de María Magdalena junto al sepulcro vacío. Está hundida porque le han quitado al Maestro y no sabe dónde lo han puesto. La muerte de Cristo fue para María un golpe terrible. Para ella la vida sin Cristo ya no tenía sentido. Por ello, el Resucitado va enseguida a rescatarla. Se trata seguro de una de las primeras apariciones de Cristo. Era tan profundo su amor que ella no podía concebir una vida sin aquella presencia que daba sentido a todo su ser y a todas sus aspiraciones en esta vida. Tras constatar que ha resucitado se lanza a sus pies con el fin de agarrarse a ellos e impedir que el Señor vuelva a salir de su vida.

El amor de María Magdalena a Cristo fue un amor de entrega y servicio. Nos dice el Evangelio que María Magdalena formaba parte de aquel grupo de mujeres que seguía y servía a Cristo. El amor la había convertido a esta mujer en una servidora entregada, alegre y generosa. Servir a quien se ama no es una carga, es un honor. El amor siempre exige entrega real, porque el amor no son palabras solo, sino hechos y hechos verdaderos. Un amor no acompañado de obras es falso. Hay quienes dicen "Señor, Señor, pero después no hacen lo que se les pide". María Magdalena no sólo servía a Cristo, sino que encontraba gusto y alegría en aquel servicio. Era para ella, una mujer tal vez pecadora antes, un privilegio haber sido elegida para servir al Señor.

El amor de María Magdalena a Cristo constituye para nosotros una lección viva y clarividente de lo que debe ser nuestro amor a Dios, a Cristo, al Espíritu Santo, a la Trinidad. Hay que despojar el amor de contenidos vacíos y vivirlo más radicalmente. Hay que relacionar más lo que hacemos y por qué lo hacemos con el amor a Dios. No debemos olvidar que al fin y al cabo nuestro amor a Dios más que sentimientos son obras y obras reales. El lenguaje de nuestro amor a Dios está en lo que hacemos por Él.

En primer lugar, podemos vivir el amor a Dios en una vida intensa y profunda de oración, que abarca tanto los sacramentos como la oración misma, además de vivir en la presencia de Dios. En estos momentos además nuestra relación con Dios ha de ser íntima, cordial, cálida. Hay que procurar conectar con Dios como persona, como amigo, como confidente. Hay que gozar de las cosas de Dios; hay que sentirse tristes sin las cosas de Dios; hay que llegar a sentir necesarias las cosas de Dios.

En segundo lugar, tenemos que vivir el amor a Dios en la rectitud y coherencia de nuestros actos. Cada cosa que hagamos ha de ser un monumento a su amor. Toda nuestra vida desde que los levantamos hasta que nos acostamos ha de ser en su honor y gloria. No podemos separar nuestra vida diaria con sus pequeñeces y grandezas del amor a Dios. No tenemos más que ofrecerle a Dios. Ahí radica precisamente la grandeza de Dios que acoge con infinito cariño esas obras tan pequeñas. De todas formas la verdad del amor siempre está en lo pequeño, porque lo pequeño es posible, es cotidiano, es frecuente. Las cosas grandes no siempre están al alcance de todos. Además el que es fiel en lo pequeño, lo será en lo mucho.

Y en tercer lugar, tenemos que vivir el amor a Dios en la entrega real y veraz al prójimo por Él. "Si alguno dice: Yo amo a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no pude amar a Dios a quien no ve" (1 Jn 4,20). El amor a Dios en el prójimo es difícil, pero es muchas veces el más veraz. Hay que saber que se está amando a Dios cuando se dice NO al egoísmo, al rencor, al odio, a la calumnia, a la crítica, a la acepción de personas, al juicio temerario, al desprecio, a la indiferencia, a etiquetar a los demás; y cuando se dice SÍ a la bondad, a la generosidad, a la mansedumbre, al sacrificio, al respeto, a la amistad, a la comprensión, al buen hablar. La caridad con el prójimo va íntimamente ligada a la caridad hacia Dios. Es una expresión real del amor a Dios.

SANTA MARÍA MAGDALENA, DISCÍPULA DEL SEÑOR, 22 DE JULIO


María Magdalena, Santa
Discípula del Señor, 22 de julio


Por: Alejandro E. Pomar | Fuente: La Biblia Online 




Discípula del Señor

Martirologio Romano: Memoria de santa María Magdalena, que, liberada por el Señor de siete demonios y convertida en su discípula, le siguió hasta el monte Calvario y mereció ser la primera que vio al Señor resucitado en la mañana de Pascua y la que se lo comunicó a los demás discípulos (s. I).

Breve Biografía

Hoy celebramos a Santa María Magdalen, debemos referirnos a tres personajes bíblicos, que algunos identifican en una sola persona: María Magdalena, María la hermana de Lázaro y Marta, y la pecadora anónima que unge los pies de Jesús.

Tres personajes para una historia

María Magdalena, así, con su nombre completo, aparece en varias escenas evangélicas. Ocupa el primer lugar entre las mujeres que acompañan a Jesús (Mt 27, 56; Mc 15, 47; Lc 8, 2); está presente durante la Pasión (Mc 15, 40) y al pie de la cruz con la Madre de Jesús (Jn 19, 25); observa cómo sepultan al Señor (Mc 15, 47); llega antes que Pedro y que Juan al sepulcro, en la mañana de la Pascua (Jn 20, 1-2); es la primera a quien se aparece Jesús resucitado (Mt 28, 1-10; Mc 16, 9; Jn 20, 14), aunque no lo reconoce y lo confunde con el hortelano (Jn 20, 15); es enviada a ser apóstol de los apóstoles (Jn 20, 18). Tanto Marcos como Lucas nos informan que Jesús había expulsado de ella «siete demonios». (Lc 8, 2; Mc 16, 9)

María de Betania es la hermana de Marta y de Lázaro; aparece en el episodio de la resurrección de su hermano (Jn 11); derrama perfume sobre el Señor y le seca los pies con sus cabellos (Jn 11, 1; 12, 3); escucha al Señor sentada a sus pies y se lleva «la mejor parte» (Lc 10, 38-42) mientras su hermana trabaja.

Finalmente, hay un tercer personaje, la pecadora anónima que unge los pies de Jesús (Lc 7, 36-50) en casa de Simón el Fariseo.

Dos en una, tres en una

No era difícil, leyendo todos estos fragmentos, establecer una relación entre la unción de la pecadora y la de María de Betania, es decir, suponer que se trata de una misma unción (aunque las circunstancias difieren), y por lo tanto de una misma persona.

Por otra parte, los «siete demonios» de Magdalena podían significar un grave pecado del que Jesús la habría liberado. No hay que olvidar que Lucas presenta a María Magdalena (Lc 8, 1-2) a renglón seguido del relato de la pecadora arrepentida y perdonada (Lc 7, 36-50).

San Juan, al presentar a los tres hermanos de Betania (Marta, María y Lázaro), dice que «María era la que ungió al Señor con perfumes y le secó los pies con sus cabellos». El lector atento piensa: "Conozco a este personaje: es la pecadora de Lucas 7". Además, en el mismo evangelio de Lucas, inmediatamente después del episodio de la unción, se nos presenta a María Magdalena, de la que habían salido «siete demonios». El lector ratifica su impresión: "María Magdalena es la pecadora que ungió a Jesús". Y por último, en el mismo evangelio de San Lucas, pocos capítulos después (Lc 10), María, hermana de Marta, aparece escuchando al Señor sentada a sus pies. El lector concluye: "María Magdalena y esta María son una misma persona, la pecadora penitente y perdonada, que Juan también menciona por su nombre aclarándonos que vivía en Betania".

Pero esta conclusión no es necesaria porque:

no hay por qué relacionar a Juan con Lucas; los relatos difieren en varios detalles. Así, por ejemplo, la unción, según Lucas, tiene lugar en casa de Simón el Fariseo; su relato hace explícita referencia a los pecados de la mujer que unge a Jesús. Pero Mateo, Marcos y Juan, por su parte, hablan de la unción en Betania en casa de un tal Simón (Juan no aclara el nombre del dueño de casa, sólo señala que Marta servía y que Lázaro estaba presente), y mencionan el gesto hipócrita de Judas en relación con el precio del perfume, sin sugerir que la mujer fuese una pecadora. Sólo Juan nos ofrece el nombre de la mujer, que los demás no mencionan.

los «siete demonios» no significan un gran número de pecados, sino -como lo aclara allí mismo Lucas- «espíritus malignos y enfermedades»; este significado es más conforme con el uso habitual en los evangelios.

Dos teorías

Los argumentos a favor de la identificación de los tres personajes, como vemos, son débiles. Sin embargo, tal identificación cuenta a su favor con una larga tradición, como se ha mencionado. Hay que decir también que los argumentos a favor de la distinción entre las tres mujeres tampoco son totalmente concluyentes. Es decir que ambas teorías cuentan con razones a favor y en contra, y de hecho, a lo largo de la historia, ambas interpretaciones han sido sostenidas por los exégetas: así, por ejemplo, los latinos estuvieron siempre más de acuerdo en identificar a las tres mujeres, y los griegos en distinguirlas.

Una respuesta "oficial"

A pesar de que ambas posturas cuentan con argumentos, hoy en día la Iglesia Católica se ha inclinado claramente por la distinción entre las tres mujeres. Concretamente, en los textos litúrgicos, ya no se hace ninguna referencia -como sí ocurría antes del Concilio- a los pecados de María Magdalena o a su condición de "penitente", ni a las demás características que le provendrían de ser también María de Betania, hermana de Lázaro y de Marta. En efecto, la Iglesia ha considerado oportuno atenerse sólo a los datos seguros que ofrece el evangelio.

Por ello, actualmente se considera que la identificación entre Magdalena, la pecadora y María es más bien una confusión "sin ningún fundamento", como dice la nota al pie en Lc 7, 37 de "El Libro del Pueblo de Dios". No hay dudas de que la Iglesia, a través de su Liturgia, ha optado por la distinción entre la Magdalena, María de Betania y la pecadora, de modo que hoy podemos asegurar que María Magdalena, por lo que nos cuenta la Escritura y por lo que nos afirma la Liturgia, no fue "pecadora pública", "adúltera" ni "prostituta", sino sólo seguidora de Cristo, de cuyo amor ardiente fue contagiada, para anunciar el gozo pascual a los mismos Apóstoles.

La liturgia de su fiesta

Los textos bíblicos que se proclaman en su Memoria (que se celebra el 22 de julio) hablan de la búsqueda del «amado de mi alma» (Cant 3, 1-4a) o de la muerte y resurrección de Jesús como misterio de amor que nos apremia a vivir para «Aquel que murió y resucitó» por nosotros (2 Cor 5, 14-17). Ell evangelio que se proclama en la Misa es Jn 20, 1-2.11-18, es decir, el relato pascual en que Magdalena aparece como primera testigo de la Resurrección de Jesús, lo proclama «¡Maestro!» y va a anunciar a todos que ha visto al Señor. Como se ve, ninguna alusión a sus pecados ni a su supuesta identificación con María de Betania. Sólo pervive de esta supuesta identificación el hecho de que la Memoria litúrgica de Santa Marta se celebra justamente en la Octava de Santa Magdalena, es decir, una semana después, el 29 de julio. Santa María de Betania aun no tiene fiesta propia en el Calendario Litúrgico oficial.

Los textos eucológicos de la Misa de la Memoria de Santa María Magdalena nos dicen, por su parte, que a ella el Hijo de Dios le «confió, antes que a nadie... la misión de anunciar a los suyos la alegría pascual» (Oración Colecta). Magdalena es aquella «cuya ofrenda de amor aceptó con tanta misericordia tu Hijo Jesucristo» (Oración sobre las Ofrendas) y es modelo de «aquel amor que [la] impulsó a entregarse por siempre a Cristo» (Oración Postcomunión).

En la Liturgia de las Horas ocurre otro tanto, ya que los nuevos himnos compuestos después de la reforma litúrgica (Aurora surgit lúcida para Laudes y Mágdalæ sidus para Vísperas) hacen hincapié en los mismos aspectos: María Magdalena como testigo privilegiado de la Resurrección, primera en anunciar a Cristo resucitado, y fiel e intrépida seguidora de su Maestro. Algo similar se verifica en los demás elementos del Oficio Divino, en los que -nuevamente- no hay alusión ninguna a los supuestos pecados de la Magdalena ni a su condición de hermana de Marta y Lázaro.

Como claro contraste, cabe señalar que en la liturgia previa al Concilio, la Memoria del 22 de julio se llamaba «Santa María Magdalena, penitente», y abundaban las referencias a su pecado perdonado por Jesús y a su condición de hermana de Lázaro. El evangelio que se proclamaba era justamente Lc 7, 36-50, es decir, la unción de Jesús a cargo de «una mujer pecadora que había en la ciudad»: "in civitate peccatrix".

Finalmente, mencionemos que el culto a Santa María Magdalena es muy antiguo, ya que la Iglesia siempre veneró de modo especial a los personajes evangélicos más cercanos a Jesús. La fecha del 22 de julio como su fiesta ya existía antes del siglo X en Oriente, pero en Occidente su culto no se difundió hasta el siglo XII, reuniendo en una sola persona a las tres mujeres que los Orientales consideraban distintas y veneraban en diversas fechas. A partir de la Contrarreforma, el culto a María Magdalena, "pecadora perdonada", adquiere aun más fuerza.

La leyenda oriental señala que después de la Ascensión habría vivido en Éfeso, con María y San Juan; allí habría muerto y sus reliquias habrían sido trasladadas a Constantinopla a fines del siglo IX y depositadas en el monasterio de San Lázaro.

Otra tradición -que prevalece en Occidente- cuenta que los tres "hermanos" (Marta, María "Magdalena" y Lázaro) viajaron a Marsella (en un barco sin velas y sin timón). Allí, en la Provenza, los tres convirtieron a una multitud; luego Magdalena se retiró por treinta años a una gruta (del "Santo Bálsamo") a hacer penitencia. Magdalena muere en Aix-en-Provence, adonde los ángeles la habían llevado para su última comunión, que le da San Máximo. Diversos avatares sufren sus reliquias y su sepulcro a lo largo de los siglos.

Estas leyendas, naturalmente, no tienen ningún fundamento histórico y, como otras tantas, fueron forjadas en la Edad Media para explicar y autentificar la presencia, en una iglesia del lugar, de las supuestas reliquias de Magdalena, meta de innumerables peregrinajes.

Finalmente, cabe consignar que el apelativo "Magdalena" significa "de Magdala", ciudad que ha sido identificada con la actual Taricheai, al norte de Tiberíades, junto al lago de Galilea.

IMÁGENES DE SANTA MARÍA MAGDALENA, 22 DE JULIO









martes, 21 de julio de 2015

EL EVANGELIO DE HOY: MARTES 21 DE JULIO DEL 2015


Mi madre y hermanos cumplen la voluntad de Dios
Tiempo Ordinario


Mateo 12, 46-50. Tiempo Ordinario. Cristo quiere que seamos sus verdaderos hermanos o madres, distinguiéndonos por nuestra docilidad al Padre. 


Por: P. Francisco Javier Arriola LC | Fuente: Catholic.net 



Del 20 al 26 de Julio 2015
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Del Evangelio según san Mateo 12, 46 - 50
Todavía estaba hablando a la multitud, cuando su madre y sus hermanos, que estaban afuera, trataban de hablar con él. Alguien le dijo: «Tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablarte». Jesús le respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?». Y señalando con la mano a sus discípulos, agregó: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Oración Introductoria
"Corazón de Jesús traspasado de amor por mí, haz mi corazón semejante al tuyo". Abre, Señor, mi entendimiento para recibir tus palabras y hacerlas fructificar en mi vida. Renueva mis oídos del alma para escuchar tu mensaje, y concede a mi voluntad la fortaleza y decisión para cumplir tus designios de amor. Aumenta mi fe para verte en la oración; aumenta mi esperanza para entusiasmarme con el día en que pueda gozar eternamente de ti en el cielo y amarte sin fin.

Petición
Jesús, Señor de Misericordia, ayúdame a incrementar mi familiaridad contigo por la fe, de tal modo que te conozca cada vez más; y conociéndote, te ame más; y amándote, te imite más; e imitándote te siga y me entregue todo a ti sin reservas.

Meditación del Papa Benedicto XVI
"Quien acoge a Cristo en la intimidad de su casa se sacia con las alegrías más grandes". El Señor Jesús fue su gran atractivo, el tema principal de su reflexión y de su predicación, y sobre todo el término de un amor vivo e íntimo. Sin duda, el amor a Jesús vale para todos los cristianos, pero adquiere un significado singular para el sacerdote célibe y para quien ha respondido a la vocación a la vida consagrada: sólo y siempre en Cristo se encuentra la fuente y el modelo para repetir a diario el "sí" a la voluntad de Dios. "¿Qué lazos tenía Cristo?", se preguntaba san Ambrosio, que con intensidad sorprendente predicó y cultivó la virginidad en la Iglesia, promoviendo también la dignidad de la mujer. A esa pregunta respondía: "No tiene lazos de cuerda, sino vínculos de amor y afecto del alma". Y, precisamente en un célebre sermón a las vírgenes, dijo: "Cristo es todo para nosotros. Si tú quieres curar tus heridas, él es médico; si estás ardiendo de fiebre, él es fuente refrescante; si estás oprimido por la iniquidad, él es justicia; si tienes necesidad de ayuda, él es vigor; si temes la muerte, él es la vida; si deseas el cielo, él es el camino; si huyes de las tinieblas, él es la luz; si buscas comida, él es alimento". (Benedicto XVI, 2 de junio de 2012).

Reflexión 
En esta meditación no nos detendremos a elucubrar pensamientos sobre si Jesús tuvo hermanos o no, porque somos conscientes de que la palabra -hermano- y se usaba para designar a un rango muy amplio de familiares, parientes y cercanos. La virginidad de María, por gracia y designio de Dios, estuvo siempre intacta y San José fue siempre, con palabras del Evangelio, un justo y santo varón, el casto esposo de María.
Lo más importante es comprender que las palabras de Jesús no fueron ningún desaire para su Madre la Virgen Santísima. A primera vista puede parecer un rechazo o un desprecio hacia María. Pero hay que advertir que se trata de uno de los halagos y piropos más bellos a la Virgen María. El Señor les dice que la que le busca fuera del recinto no es sólo quien lo ha engendrado, sino quien más se ha destacado por cumplir la Voluntad de Dios. Es como darse cuenta de que no hay que reducir a su madre como a un simple hecho biológico, sino que Ella es el ser más excelso de la creación, la mujer que mejor ha obedecido a Dios reflejándolo en su incondicional "fiat", "hágase". De este modo, cualquiera que pretenda ser madre, hermano o hermana de Jesús, tiene que serlo primero por el fiel cumplimiento de la Voluntad de su Padre que está en los cielos.

Cristo quiere que seamos sus verdaderos hermanos o madres, pero distinguiéndonos principalmente por nuestra docilidad al Padre. Todos deseamos tener el beneplácito del Señor, que Él nos mire y nos diga que nos conoce porque cumplimos la voluntad de Dios. ¿Dónde encontramos su voluntad? En nuestro deber diario según nuestra condición de vida, en los mandamientos, en hacer el bien, en transmitirlo a los demás, en vivir de cara a Dios.
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María, antes de concebir a Dios en su seno, lo concibió en la fe. Dicen los santos padres que Cristo elogia a su Santísima Madre en este pasaje, para elevarla más aún sobre todo parentesco meramente humano a la maternidad espiritual. Todos estamos llamados a ser cercanos a Jesús, familiares, parientes, pero sobre todo hermanos porque con el bautismo hemos sido recibidos en adopción divina y Él nos ha rescatado con su muerte para hacernos hermanos.

María es una persona muy importante en la misión de Cristo, y en Ella, nosotros estamos llamados a ser piezas clave para la continuación de la misión de Cristo en el mundo. Por este motivo, no podemos ser extraños o ajenos al Señor, pues no nos sentiríamos interpelados con el encargo, por ejemplo, de ir y proclamar el Evangelio a todas las naciones. Hay que conocer, amar a Cristo como un hermano, hermana o madre. Sólo desde el amor los lazos humano-divinos se fortalecen.

Propósito
Rezaré un misterio del rosario para pedir a María que me enseñe a valorar a Cristo y a descubrirlo en los demás, de modo que vea a las personas como hermanos a quienes puedo ayudar.

Diálogo con Cristo
Padre Santo, tú que te manifestaste en Cristo para que nos reconociéramos como hermanos, hijos tuyos, concédeme la gracia de comprender que el mejor modo de comportarnos como miembros de esta familia santa es cumpliendo tu voluntad. Ilumina mi mente para descubrir lo que quieres de mí y para ver el camino que debo seguir para encontrarte a ti. Mira mi debilidad, mis rencores, desánimos, errores y pecados, y bórralos con el fuego de tu amor para que sea un digno miembro de tu Iglesia.

«Toda la pedagogía de la liturgia cuaresmal concreta este imperativo fundamental. Seguir a Cristo significa, ante todo, ponernos a la escucha de su palabra. La participación en la liturgia dominical, semana tras semana, es necesaria para todo cristiano precisamente para entrar en una verdadera familiaridad con la palabra divina: el hombre no sólo vive de pan, o de dinero, o de la carrera; vive de la palabra de Dios, que nos corrige, nos renueva y nos muestra los verdaderos valores fundamentales del mundo y de la sociedad.» Joseph Ratzinger, 26 de marzo de 2005

ESTAMPITAS CON ORACIONES A LA VIRGEN MARÍA




RECUÉRDAME SEÑOR...


RECUÉRDAME SEÑOR

Recuérdame Señor que cada noche es un nuevo comienzo porque promete un nuevo día, que cuando elevo mi mirada al cielo entre la tenue luz de las estrellas, Tú me miras, yo te miro, no hay distancias. Recuérdame que mi vida es un instante, sólo un paso entre la tierra y la eternidad.

Recuérdame por favor cuánto me amas para que yo te ame sin reservas de una manera semejante y sólo en tu costado abierto quiera descansar.

LA MURALLA DE NIEVE



LA MURALLA DE NIEVE

Cuando comenzó el año 1814, las tropas de suecos, cosacos, alemanes y rusos estaban a media hora de marcha de la ciudad de Sleswick. Cada día, llegaban noticias terribles desde el campo sobre el comportamiento de los soldados. Se pensaba que el ataque final llegaría la medianoche del 5 de enero, que se acercaba.

En las afueras de la ciudad, en el lado por donde venían los enemigos, había una casa solitaria, y en ella había una anciana creyente, que estaba orando seriamente con las palabras de un antiguo himno, para que Dios levantase una muralla alrededor de ellos, de forma que el enemigo no pudiera atacarles. En esa misma casa vivían su hija, viuda, y su nieto, un joven de 20 años. Él oyó la oración de su abuela, y no pudo evitar decir que no comprendía cómo ella podía pedir algo tan imposible como que un muro se construyera alrededor de la casa para librarlos del enemigo. La anciana añadió:
- "Sin embargo, ¿piensas que si fuera la voluntad de Dios construir una muralla alrededor de nosotros, sería imposible para Él?

Llegó la terrible noche del 5 de enero y a la medianoche, los soldados empezaron a entrar en todos lados. La casa de la que hablábamos estaba cerca de la carretera, y era mayor que las casas que estaban cerca, que eran solo casas muy pequeñas. Sus habitantes miraban con ansias o temor cómo los soldados entraban en una y otra casa para pedir lo que quisieran; pero todos pasaron de largo de su casa.

Durante todo el día había habido una terrible nevada (la primera del invierno) y hacia la noche la tormenta se hizo tan violenta que apenas se reconocía con otros años.

Al final cuatro partidas de cosacos llegaron, porque la nieve no los dejaba entrar antes en la ciudad por otro camino. Esta parte de las afueras estaba un poco lejos de la ciudad misma. Las casas cercanas a donde vivía la anciana se vieron así llenas con 50 o 60 de estos hombres salvajes. Fue una noche terrible para los que vivían en esa parte de la ciudad, llena a rebosar con tropas enemigas. Pero ni un solo soldado entró en la casa de la abuela; y en medio de los gritos de alrededor ni siquiera se oyó un golpe en la puerta para asombro de la familia.

A la mañana siguiente, cuando salió el sol, vieron la causa. La tormenta había descargado una cantidad tal de nieve entre la carretera y la casa que no se podía llegar allí.

- "¿Ves ahora, hijo mío," -dijo la anciana- "que fue posible para Dios levantar una muralla alrededor de nosotros?".

PENSAMIENTO DEL PAPA FRANCISCO SOBRE LA IGLESIA


LA HOMOSEXUALIDAD Y CRISTIANISMO

Homosexualidad y cristianismo
El tema de la homosexualidad es muy variado y dista mucho de la Gay pride


Por: Francisco Xavier SÁNCHEZ | Fuente: El observador 



Julio 2015
En estos últimos días hemos comenzado a vivir en México un debate en torno al tema del matrimonio entre parejas homosexuales. Doy mi punto de vista como sacerdote, como profesor de universidad, y como acompañante espiritual durante algunos años de personas homosexuales en Paris, Francia.
Considero que la Iglesia tiene aún mucho camino por hacer en lo referente al acompañamiento de personas homosexuales y lesbianas. Que viven muchas veces situaciones de sufrimiento, de incomprensión y de rechazo en su entorno.
¿Cuáles son las causas de la homosexualidad? Es un tema complejo que cuando no se tienen los elementos suficientes de análisis es mejor no hablar para no decir tonterías. La realidad es que durante muchos siglos han existido (y existirán) personas que en algún momento de su vida se han “descubierto” atraídas por personas del mismo sexo.
El tema de la homosexualidad es muy variado y dista mucho de la “Gay pride” (marcha del orgullo gay), que no hace sino ridiculizar a muchos homosexuales. Porque la reivindicación por la dignidad homosexual no se consigue exhibiendo cuerpos semidesnudos que bailan sensualmente en un carnaval. Es una lucha en primer lugar contra ellos mismos por aceptar su propia identidad y posteriormente contra una buena parte de la sociedad que los rechaza.
Por razón de mis estudios viví más de once años en Paris y trabajé como confesor durante 5 años en la CatedralNotre-Dame de Paris, ubicada en el departamento IV y a un lado del barrio “Le Marais”, lugar de encuentro para homosexuales. Escuché varios testimonios de hombres y mujeres –católicos algunos y otros no– con tendencia homosexual. Tengo que confesar la gran calidad humana y la riqueza interior que encontré en muchos de ellos. Por eso estoy en contra de ridiculizar al homosexual viéndolo únicamente como amanerado, joto, maricón, marimacha, etc. Hay muchos homosexuales para quienes su preferencia sexual por el mismo sexo no es tan manifiesta. Hay algunos que tratando de esconderla se han hasta casado y tenido hijos llevando una doble vida. El tema de la homosexualidad es un tema complejo para ser abordado en pocas líneas.
Me parece que la sociedad (y las diferentes confesiones religiosas) debe aceptar que si dos parejas del mismo sexo desean vivir juntas, se les otorguen los derechos necesarios. Sin embargo a ese tipo de uniones considero que no se les puede llamar “matrimonio” porque no los son. En Francia, que está considerado un país muy abierto e incluso liberal, hace poco se han hecho grandes manifestaciones para no poner en igualdad las uniones entre homosexuales y el matrimonio clásico. En segundo lugar considero que tampoco se les debe acordar el derecho a la adopción de hijos. Ellos pueden ser (y muchos de ellos lo son) excelentes tíos y familiares de los niños, pero de allí a querer educarlos es diferente. Ante los derechos del homosexual prevalecen los derechos de los niños a tener una familia heterosexual (padre y madre).
Hay mucho tema de reflexión al respecto y en la Iglesia aún nos queda mucho trabajo por hacer para tratar de acompañar a nuestros hermanos y hermanas homosexuales.

ORACIÓN A LA VIRGEN DE GUADALUPE



ORACIÓN A LA VIRGEN DE GUADALUPE 


Virgen Santísima de Guadalupe, Madre de Dios, Señora y Madre nuestra. Venos aquí postrados ante tu santa imagen, que nos dejaste estampada en la tilma de Juan Diego, como prenda de amor, bondad y misericordia. Aún siguen resonando las palabras que dijiste a Juan con inefable ternura: "Hijo mío queridísimo, Juan a quien amo como a un pequeñito y delicado," cuando radiante de hermosura te presentaste ante su vista en el cerro del Tepeyac.

Haz que merezcamos oír en el fondo del alma esas mismas palabras. Sí, eres nuestra Madre; la Madre de Dios es nuestra Madre, la mas tierna, la mas compasiva. Y para ser nuestra Madre y cobijarnos bajo el manto de tu protección te quedaste en tu imagen de Guadalupe.

Virgen Santísima de Guadalupe, muestra que eres nuestra Madre. Defiéndenos en las tentaciones, consuélanos en las tristezas, y ayúdanos en todas nuestras necesidades. En los peligros, en las enfermedades, en las persecuciones, en las amarguras, en los abandonos, en la hora de nuestra muerte, míranos con ojos compasivos y no te separes jamás de nosotros.

¿CÓMO PUEDO NEGARME A MI MISMO?


¿Cómo puedo negarme a mi mismo?
Sabemos que en el desarrollo de la vida espiritual de nuestras almas, estas han de pasar por tres vías si es que desean alcanzar su plena integración en el amor del Señor, negarse a uno mismo es una de ellas.


Por: Juan del Carmelo | Fuente: Religion en Libertad 




Negarse uno a sí mismo, es una de las tres condiciones que el Señor nos fija, para seguirle a Él .Hay distintos grados de amor, y el mínimo que el Señor nos demanda es el cumplimiento de los diez Mandamientos, pero por encima de esto está el entregarse incondicionalmente a Él negándose uno mismo y siguiéndole, tal como Él mismo nos indicó:

"El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará". (Mt 16,24-25)
En su misma exposición ya la divide en tres partes de actuaciones que hemos de tener para alcanzar la vida eterna de la manos del Señor, Estas son: 1.- Negarnos a nosotros mismos. 2.- Tomar su cruz, y 3.- Seguir al Señor. Veamos pues.

Negarse uno a sí mismo, es una decisión que uno ha de tomar, si es que quiere caminar en seguimiento de Cristo. Por amor hacia Él, debes de estar dispuesto a perder su vida por Él si ello fuese necesario, pues los hombres llega a conocer el amor de Cristo, en la medida en que renuncian a sí mismos, y el último grado y el más duro de esa renuncia es entregar la vida por él alabándole y dándole las gracias por la oportunidad que da al que así se entrega.

Es preciso elegir, dice San Agustín: "Amar a Dios hasta el desprecio de sí mismo, o amarse a uno mismo hasta el desprecio de Dios". San Agustín también nos decía: "…, el único y verdadero negocio de esta vida, es el saber escoger lo que se ha de amar, ¿qué tiene de particular que si me amas y deseas seguirme renuncies a ti mismo por amor?". Y por ello aseguraba: "Si te pierdes cuando te amas a ti mismo, no hay duda que te encuentras cuando te niegas. (…). Antepón a todos tus actos la voluntad divina y aprende a amarte no amándote".

Es necesario que nos neguemos a nosotros mismos, pues tal como escribía Jean Lafrance: "No hay santidad sin renunciamiento, hay que tomarlo o dejarlo". Quien muere con Cristo resucitará ya en este mundo, día a día a una vida nueva de amor, al Señor y a todo lo por Él creado, en especial a nuestros semejantes, una vida nueva de oración incesante y sobre todo de amor inagotable. Negarse uno a sí mismo es la negación de uno mismo, es humillarse uno, bajándonos de nuestro pedestal, de ese pedestal que la soberbia de nuestro yo, ha creado y si logramos aplastar nuestro yo, habremos aplastado nuestro hombre viejo, para que nazca el hombre nuevo, que sabrá aceptar y tomar su cruz para seguir al Señor.

Benedicto XVI, ya en su época de cardenal Ratzinger, escribía que: "…, el combate contra el propio egoísmo, la "Negación de sí mismo", conduce a una alegría interior inmensa y lleva a la resurrección". Y en este mismo sentido corroborando lo dicho por Benedicto, el Beato Susón escribía también diciéndonos: "El que se renuncia y muere a si, empieza a vivir una vida celestial y sobrenatural. Con todo, aún hay quien vuelve a apartarse de Dios y no persevera en su santa unión". Aquel que persevera y se desprende de verdad de sí mismo, al negarse a su yo, deja penetrar íntimamente en Dios, siente un divino arrebatamiento, no por sus propias fuerzas, sino a impulso de una gracia superior que no se ve pero se siente y coloca a un espíritu creado en el Espíritu increado de Dios y ÉL, le regala con aquél éxtasis de San Pablo, y de otros santos de quienes habla San Bernardo.

Y uno se pregunta: ¿Y cuál es el camino que hay que seguir para negarse a uno mismo? Para comprender bien, cuál es el camino, que hay que seguir para negarse uno a sí mismo, hay que tener presente lo que nos dice el Kempis, poniendo en boca del Señor las siguientes palabras: "Me tiene sin cuidado cuanto pueda recibir de tu parte, si no te das tú mismo; es a ti a quién quiero, no tus dádivas. ¿Es que podría bastarte a ti todo cuanto tienes, sin Mí? De igual manera, tampoco me satisface cuanto puedas tú ofrecerme, si no te ofreces a ti mismo".

Y así es El Señor nos desea a nosotros, no a lo que podamos tener, a Él solo le interesa nuestra alma desnuda, pero desnuda no solo de lo que podamos poseer materialmente, sino también de apetencias y de deseos de bienes materiales e inmateriales. Nos quiere solo con el hambre del deseo de llegar a entregarnos a su amor. La persona humana, es un manojo de deseos que cuando alguno se materializa, le crea una necesidad a esta persona. Solo prescindiendo de deseos y de necesidades puede uno llegar a negarse a sí mismo y seguir al Señor. Porque si lo que queremos es poseerlo todo, hay que perderlo todo, para alcanzar el Todo de todo que es el Señor.

Existen tres reglas para negarse a uno mismo, escritas por el Beato Susón y así, este nos dice que para volver a Dios lo que se debe de hacer es:

1).- Convencerse de la bajeza de su ser, el cual, separado de la omnipotencia de Dios es verdaderamente nada.
2).- Pensar que Dios fue el que creó y conserva su naturaleza, y que uno no ha hecho sino mancharla de pecado; y que antes de volverla a Dios tiene que limpiarla de nuevo y purificarla.
3).- Rehacerse por un odio generoso a sí mismo, desprenderse de la multitud de amores terrenos que ocupan nuestro corazón, renunciarse por completo a sí mismo y abandonarse a la voluntad de Dios en todo y en todo momento de nuestras vidas. Mantenerse siempre firme en el deseo de amar más y más al Señor, lo mismo en las alegrías que en los sufrimientos, lo mismo en el trabajo que en el descanso.
Negarse a sí mismo, es buscar uno siempre el descendente camino de la humidad y la humillación. No ir a la búsqueda del camino ascendente; que es el camino del dinero, del honor de la fama, del triunfo, del brillo; buscar a los que triunfan y tomarlos de ejemplo; dejarse llevar por lo que a uno le pide el cuerpo y la sociedad en que vive.

Por el contrario, el camino descendente; es el camino del fracaso ante los ojos de los demás, del sacrificio, de la oscuridad; es buscar a los más pequeños, a los insignificantes, a los oprimidos; no aceptar las tendencias y los deseos de nuestro ser, que desgraciada mente lo dominan los deseos de nuestro cuerpo mortal. Solo nos salvaremos, nadando a contracorriente y solo podremos nadar a contracorriente, con la ayuda del que "Todo lo puede", sin Él nada podemos.

San Juan Pablo II nos decía que Cristo conoce a la criatura humana en profundidad y sabe que para que alcance la vida tiene que realizar una "transición", una "pascua", de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios, renegando al "hombre viejo" para dejar espacio a ese hombre nuevo, redimido por Cristo.

Aquel que logra, alcanzar su propia negación llega a comprender que, nuestra anulación es el modo más potente que tenemos de unirnos al Señor y de hacer el bien a las almas; es lo que San Juan de la Cruz repite casi en cada línea. Cuando podamos sufrir y amar, podemos mucho, es cuando podemos lo más que se puede alcanzar en este mundo: El sentir que sufrimos, y alabar el sufrimiento, porque este nos identifica con Él que tanto sufrió por culpa de nuestros pecados. Él tiene que ser la única la razón de nuestra existencia y todo nuestro amor ha de ser para Él y solo para Él.

PARA REZAR... UN CIRIO ENCENDIDO


Para rezar...un cirio encendido


Arroja fuera de ti las preocupaciones, aparta de ti tus inquietudes. Dedícate un rato a Dios y descansa un momento en su presencia.


Por: P. Evaristo Sada LC | Fuente: la-oracion.com 




Esta es mi rutina todas las mañanas al comenzar la meditación: Entro a mi habitación, cierro la puerta y las persianas, apago las luces, enciendo un cirio, lo pongo frente al crucifijo, me arrodillo o me siento, y en un ambiente de completo silencio voy a la profundidad del corazón: "Cuando ores, entra en tu alcoba, y cerrada tu puerta ora a tu Padre que está en lo secreto." Mt 6,6

Busco la calma, callo todo aquello que no me lleva al encuentro conmigo mismo y con Dios. El silencio es la frecuencia para el encuentro con Dios. Debe reinar el silencio para escuchar a Dios, sobre todo silencio en el corazón. El silencio requerido para la meditación debe ser no sólo de ruidos exteriores, también y sobre todo de los ruidos interiores que provocan la imaginación, la memoria y las emociones.

Para este momento San Anselmo escribe: "Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él." (San Anselmo)

Jesús buscó siempre el silencio. El silencio del corazón de María el día de la anunciación, el silencio de la cueva de Belén, el silencio de la casita humilde en Nazaret, el silencio del desierto al comenzar la vida pública, el silencio de las noches de oración, el silencio del huerto de los olivos, el silencio de la cruz, del sábado santo y de la resurrección. Hoy está en el silencio del Sagrario y te espera en el silencio de tu corazón. Quiere que en él encuentres un silencio sonoro: la irrupción del mismo Espíritu que se hizo presente en la comunidad de los apóstoles y se posó sobre cada uno de ellos cuando estaban en oración (Hechos 1,14; 2,1)

El silencio es la puerta de acceso al corazón. El silencio y la soledad son preparación para el encuentro con Dios; el encuentro con Dios es comunión y plenitud. Primero es ausencia de interferencias, luego es el ambiente propicio para la escucha, luego la unión de corazones: un silencio fascinante, fecundo, revelador.

Veo con toda calma la llama del cirio: humilde, serena, ardiente, luminosa. Cierro los ojos y con la mirada interior, la de la fe, traigo a la memoria la llama que el Espíritu Santo encendió en lo más profundo de mi corazón el día de mi Bautismo. Esa llama que arde en lo más profundo de mi ser es la presencia de Dios vivo. "¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?" 1 Cor 3,16

"Di, pues, alma mía, di a Dios: -Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro.- Y ahora, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte." (San Anselmo)

El silencio ahora es atención amorosa a la presencia oculta de Dios en el corazón: "Olvido de lo creado, memoria del Creador, atención a lo interior, estarse amando al amado." (Suma de perfección, San Juan de la Cruz) Ya en la presencia de Dios, permaneces en sus brazos: "callado y tranquilo, como un niño recién amamantado en brazos de su madre." (Sal 131) Y entonces te quedas envuelto en la presencia de Aquél en quien "vivimos, nos movemos y existimos" (He 17, 28)
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