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| Oración, la gran palanca de la fe |  
 "Dadme un punto de apoyo y moveré la tierra."
 
 Es 
muy conocida esta frase de Arquímedes de Siracusa: “Dadme un 
punto de apoyo y moveré la tierra”, la verdad de 
cuyo principio ha sido demostrada por la ciencia y la 
experiencia y de sobra conocemos la fuerza prodigiosa que desarrolla 
la palanca, barra rígida apoyada sobre un punto llamado fulcro, 
según definición de la mecánica física, teniendo por una parte 
la resistencia, que es lo que se quiere levantar o 
mover, y por otra, la fuerza. La distancia que hay 
entre el punto de apoyo y la fuerza es el 
"brazo de palanca", que puede ser igual o desigual, como 
la balanza y la "romana", en la que al ser 
el brazo del peso muy corto y el de la 
fuerza muy largo, permite pesar toneladas con gramos. Si el 
brazo de la palanca es suficientemente largo, un solo gramo 
es capaz de contrapesar muchas toneladas. Leonardo Da Vinci, adelantándose 
en esto a Stevin de Brujas, aprovechó este conocimiento para 
demostrar la ley de la palanca por el método de 
las velocidades virtuales, principio que ya enunciaba Aristóteles, anticipándose a 
Bernardino Baldi y a Galileo. Con una palanca conveniente, hasta 
un niño puede levantar miles de toneladas: Dicho esto, hemos 
entrado en el tema. Ha dicho Jesús: “Si tenéis fe 
como un grano de mostaza diréis a esta montaña: “Lánzate 
al mar, y se lanzará”.
 
 
 LA ORACIÓN PALANCA MORAL
 
 Con 
la fe como fulcro, o punto de apoyo, la esperanza 
como barra que sostiene el peso a levantar, la oración 
en el extremo opuesto, ésta se constituye en la palanca 
que levanta el mundo, según el principio científico de Arquímedes 
y el testimonio de la Sagrada Escritura.
 
 El Movimiento de 
Cursillos de Cristiandad usa mucho el vocablo, "Palanca", incluyendo en 
ella la oración y los sacrificios que se hacen para 
conseguir el fruto del Cursillo. Resulta que la esperanza del 
orante y la confianza de conseguir lo que se pide, 
se convierten en brazo de palanca, de forma que cuanto 
mayor es la "confianza", mayor es el poder de la 
palanca, y bastará una fuerza pequeñísima para obtener lo que 
se pide. Sin fe, si no creemos que Dios puede 
darnos lo que pedimos, no hay oración posible. Si no 
creemos que Dios existe, o si, creyéndolo, pensamos que no 
puede darnos lo que le pedimos, la oración es inútil. 
Por eso los musulmanes, que creen en el fatalismo, determinado 
infaliblemente, no tienen oración de petición. Al no creer que 
Dios nos puede dar lo que le pidamos, sólo hacen 
oración de adoración, practicada, eso sí, con gran devoción tres 
veces al día; pero sin pedir nada a Dios, porque 
creen que es inútil.
 
 
 LA FE, PUNTO DE APOYO Y 
LA CONFIANZA, BRAZO DE PALANCA
 
 Para que la oración sea 
eficaz, es necesario esperar que Dios nos va a dar 
lo que le pedimos, y eso es confianza, que no 
sólo nace de la fe en que Dios puede darnos 
lo que le pedimos, sino fiarse de la promesa de 
Dios de escucharnos: “Pedid y recibiréis, llamad y se os 
abrirá, buscad y hallaréis”. “El que pide recibe, al que 
llama se le abre, el que busca, encuentra”. Esa verdad 
revelada es la fuente de la que brota la confianza 
de que Dios nos concede lo que le pedimos porque 
lo ha prometido. Esta es la fe y la confianza 
que pide Cristo, cuando garantiza que si decís a esta 
montaña: “arráncate y arrójate al mar, os obedecerá”. “Si tenéis 
fe, todo lo que pidiereis en la oración, lo alcanzaréis." 
La fe y la confianza, que se completan la una 
a la otra, hacen la oración eficaz.
 
 
 LOS APOSTOLES VACILABAN
 
 Maestro, 
te he traído a mi hijo, que tiene un espíritu 
que no lo deja hablar; cada vez que lo agarra 
lo tira al suelo, echa espumarajos, rechina los dientes y 
se queda tieso. He pedido a tus discípulos que lo 
echen, y no han podido
 Jesús preguntó al padre del poseso: 
--¿Cuánto tiempo hace que esto sucede? --Desde la niñez –respondió-- 
y muchas veces lo ha tirado al agua y al 
fuego, para acabar con él. Pero si puedes algo, socórrenos, 
compadecido de nosotros. Jesús le dijo: --Si tú puedes creer, 
todo es posible para el que cree. El padre del 
muchacho exclamó: --¡Señor! Yo creo, pero ayuda tú mi incredulidad. 
Aquel padre creía, pero no creía con bastante firmeza para 
tener confianza ilimitada en Cristo. También los discípulos creían en 
el poder de Cristo, pero dudaban por falta de confianza 
y preguntan a Jesús: -- ¿Por qué no pudimos echarlo 
nosotros? -- Esta ralea no sale más que a fuerza 
de oración confiada. Los discípulos pidieron a Jesús que les 
aumentara la fe y la confianza: --Señor, auméntanos la fe. 
La diferencia entre la fe y la confianza se ve 
con mucha claridad en el caso del padre de este 
endemoniado. (Mc 11, 21).
 
 Dice el texto latino: "Si habueritis 
fidem sicut granum sinapis et non haesitaveritis...". “Si tuviereis fe 
como un grano de mostaza y no vacilarais. El verbo 
“haesito”, significa dudar, vacilar e indica incertidumbre, irresolución. Cuando "la 
confianza" es ilimitada, o lo que es lo mismo, cuando 
el brazo de palanca es muy grande, la oración obra 
milagros. Pero este brazo de palanca tan colosal es escaso.
 
 
 ¿QUÉ REMEDIO?: LA POLEA
 
 Cuando deseamos conseguir algo careciendo de esta 
confianza ilimitada, podemos usar la polea, verdadera palanca, que es 
una cuerda flexible y deslizante alrededor de una rueda, que 
en el extremo de la cuerda lleva el peso, y 
al otro extremo la fuerza para que tirando el peso 
vaya subiendo poco a poco. Una serie de tirones va 
elevando el peso; pero si se deja de tirar y 
se suelta la cuerda, el peso, que ya había subido 
a cierta altura, cae precipitadamente.
 
 Así funciona nuestra oración, cuando 
la confianza es limitada... Y así resulta ser nuestra oración 
ordinaria, como elevada por la polea. Queremos obtener de Dios 
una gracia, que es como querer levantar un peso, pero 
no tenemos la confianza suficiente para poder alcanzarla de una 
vez, por falta de fuerza capaz de levantarla de un 
solo tirón, y pedimos repetidas veces a Dios lo que 
deseamos, como a pedacitos de confianza. Actuamos como con la 
polea, subimos el peso a base de tirones sucesivos. Si 
nuestra confianza fuera muy grande, como la del centurión de 
Cafarnaún, o la de la Cananea de Tiro, de los 
cuales dijo Jesús admirado: “No he encontrado tanta fe en 
Israel”, no necesitaríamos orar más que una vez para obtener 
lo que pedimos, como ellos. Al no tener esa confianza, 
necesitamos dar tirones sucesivos. Ha sido necesario repetir y repetir 
nuestra oración porque nuestra confianza es muy pequeña. Si nuestros 
pedazos de confianza son más grandes, necesitaremos repetir nuestra oración 
menos veces.
 
 
 ANTE EL FRACASO DE LA ORACIÓN
 
 Cuando la confianza 
es nula, aunque se repitan mil veces las oraciones no 
se logra nada, como si no se tira de veras 
de la polea, el peso se quedará donde está. Cuando 
se deja de orar porque se cede al cansancio de 
pedir, o se desconfía de ser escuchado, o se deja 
vencer por el aburrimiento el desánimo, no se conceden las 
peticiones. Como cuando se quiere subir un peso por medio 
de la polea, nos cansamos y soltamos la cuerda el 
peso cae, y los esfuerzos anteriores han resultado inútiles. Previendo 
esto los mecánicos, inventaron la polea compuesta, el polipasto, formado 
de dos o tres poleas simples, para que, aunque dejemos 
de tirar, el peso se mantenga. Este símil es por 
analogía, la oración hecha por dos o más personas. Mientras 
una deja de pedir, las otras siguen pidiendo, hasta que 
se consigue lo que se pide. Esta es la fuerza 
de la oración de la Iglesia, de la familia o 
de la comunidad. En este principio se basa el Apostolado 
de la Oración, en el que miles y miles de 
personas piden a Dios la misma gracia continuamente, como si 
cada una tuviera un cabo de diversas cuerdas unificadas, para 
conseguir de Dios la gracia que se pide.
 
 
 ORACIÓN 
FRÍA Y RUTINARIA
 
 Pero si los que piden no tiran de 
veras su oración resulta ser oración de disco, de CD, 
a la que le falta la confianza. Si cada uno 
ora con un poquito de confianza, probablemente Dios concederá nuestra 
petición. Si se reza mecánicamente, sin verdadero empeño, Dios no 
ha prometido darnos sin más ni más todo lo que 
le pidamos, aunque se lo pidamos millares de veces, o 
se lo pidan millones de personas. La promesa es clara: 
"Todo lo que pidiereis con fe, sin andar vacilando, se 
os concederá", y esto según la determinación de su Providencia, 
pero no en virtud de su promesa. En muchas ocasiones 
Dios concede lo que se le pide, aunque nosotros no 
lo veamos. Miles de almas alcanzan, por ejemplo, su salvación, 
y muchas personas han alcanzado la plenitud de las virtudes, 
sin que nos demos cuenta de que la consiguieron por 
nuestras oraciones.
 
 Santa Teresita de Lissieux lo dice de esta 
manera plática: En la lamparita mortecina del sagrario, la sacristana 
encendió con cuidado una vela y con ella las de 
toda la comunidad.
 
 Hemos convertido la palanca y la polea 
en una imagen para explicar de algún modo el funcionamiento 
de la oración, que, según San Agustín, es “la fuerza 
del hombre y la debilidad de Dios”.
 
 
 
 HÁGASE TU VOLUNTAD
 
 Jesús 
no ha señalado un catálogo de cosas que podemos pedir, 
su madre le pidió en Caná vino, el buen ladrón 
le pidió el paraíso. Podemos pedir de todo y todo, 
pero somos como niños que no saben lo que piden 
y debe quedar el discernimiento de la madre dar lo 
bueno y lo mejor y no dar lo malo, que 
a veces deslumbra y es bonito y bien visto, lo 
razonable es lo, después de pedir, lo dejemos en manos 
de Dios, que él sí sabe lo que nos conviene 
más o lo que nos puede dañar. Para que después 
no se nos pueda decir, “Fraile mostén, tú te lo 
tienes, tú te lo ten”, terminar siempre nuestras peticiones, como 
nos enseña Jesús en la oración que nos enseñó: “Hágase 
tu voluntad“, que es como Él oró en la agonía 
de Getsemaní: “Padre, si es posible, pase de mí este 
cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.
 
 
 EL PADRE COLOMA
 
 Escribe el Padre Coloma, insigne escritor costumbrista:
 
 “Una 
tarde vi llegar al aperador del Cortijo. Fui volando a 
verlo: su hijo había llegado de África y por él 
supe que de tres de los míos que estaban en 
el ejército, el mayor había muerto; al segundo lo había 
matado a traición un moro y que el tercero estaba 
en el hospital de Algeciras. Volví en busca de Chana, 
mi mujer, y le di la noticia. Ella se encogió 
como si viera venir el torreón de Tepul: los ojos 
se le desencajaron y se puso más blanca que un 
papel. --Vamos a Algeciras, Cristóbal, me dijo. Aparejó la burra 
y tomamos el camino de Algeciras. Chana caminaba en la 
burra arrebujaá en un pañolón rezando credos y salves. Yo 
iba detrás echando sapos y culebras, y renegando de cuanto 
bicho viviente se menea… Yo no era malo, creía en 
Dios y en la Virgen Santísima y en cuanto hay 
que creer en el mundo; pero aquella pena me había 
derramado toda la hiel por el cuerpo, y hasta la 
saliva de la boca me sabía amarga... De repente tropezó 
la burra y tiró las alforjas… Me cegué… me cegué 
y eché una blasfemia. Chana saltó de la burra como 
si hubiera oído la trompeta del juicio; se me puso 
delante más tiesa que un muerto en la sepultura y 
me dijo: -¡Calla esa lengua, Cristóbal! ¡Calla esa lengua; que 
bien mereces que Dios te mate a tu hijo!”. - 
Y ¿por qué hace Dios con nosotros esas tropelías?- grité 
yo más furioso. –Porque somos pecadores, contestó con una voz 
que parecía un juez sentenciando a muerte .Mira –añadió levantando 
la mano-- esos puñados de estrellas: mira las lágrimas que 
costamos a María Santísima… Cuéntalas si puedes… ¡Ella las derramó 
y nosotros pecamos!... Yo no se lo que me pasó 
entonces; pero el corazón se me salía por la boca, 
y me fui quedando atrás, atrás, pare verme solo. Miraba 
yo esas benditas estrellas del cielo, y se me salían 
por los ojos las lágrimas como garbanzos. --Virgen Santísima que 
por mí lloraste- decía yo a voces-; si no supe 
lo que dije… ¡Madre de pecadores, ampara a esta oveja 
perdida! ¡Madre que perdiste a un hijo, ten piedad de 
quien pierde tres de un golpe!... --Llegamos a Algeciras por 
la mañana, y nos fuimos derechos al hospital; preguntamos a 
un cabo por Sebastián Pérez, y nos hizo entrar en 
la oficina del registro. Había allí un sargento, que buscó 
el nombre en el registro. --Sebastián Pérez -dijo- entró el 
25 de mayo... Salió el 1 de junio. --Y ¿para 
dónde ha salido?, preguntó Chana. --Para el camposanto, con los 
pies por delante, respondió el sargento. --Sentí que Chana me 
clavaba las uñas en el brazo, y que temblaba como 
si tuviera frío de cuartanas. --Vamos al camposanto, dijo. Y 
fuimos al camposanto, pero ya lo habían cerrado y el 
conserje no nos quiso abrir. --Chana se sentó en el 
umbral y por una rendijilla de la puerta miraba allá 
dentro, por ver desde lejos la tierra que se comía 
a su hijo. Teníamos diez reales, y Chana mandó decir 
una misa a la Virgen de los Dolores. Yo me 
escurrí a la sacristía, en busca de un Padre cura, 
y me confesé mientras tanto, llorando de hilo en hilo. 
A la vuelta caminamos siete horas sin decir palabra. Al 
oscurecer me faltó hasta el aliento y me dejé caer 
junto a un pozo de abrevar ganado. Chana se apeó 
de la burra y se sentó a mi vera. --¿Qué 
haremos ahora, Chana?, pregunté yo, hablando primero. --¿Qué haremos? Lo 
que dice el Padrenuestro… Cristóbal… Hágase tu voluntad en la 
tierra como en el cielo… --Yo me eché a llorar 
como una criatura, porque, aunque era hombre que con una 
mano paraba una yunta de bueyes, no tenía en el 
corazón el aguante de aquella santa mujer, que no era 
una mujer de carne y hueso, sino un ángel del 
cielo. --¿Y qué ha sido de Chana? --A Chana le 
pasó lo que al caballo viejo… Desde entonces hincó la 
cabeza en tierra y no la volvió a levantar nunca. 
Corazón le sobraba; pero el cuerpo se le iba solo 
a la sepultura, y a los tres meses estaba en 
la eternidad con sus tres hijos.” Yo me quedé solo, 
señorito, solo… Trabajo cuando hay en qué, y cuando no 
hay, nunca me niegan un pedazo de pan por esos 
cortijos, y siempre que paso por el Cristo de Mirabal, 
me asomo a la capilla y digo: --“Señor, aquí está 
tío Pellejo… Setenta años tengo ya… ¡no se te olvide!”
 
 Así acaba el insigne costumbrista Padre Luís Coloma autor de 
cuentos infantiles, Ajajú y Periquillo sin miedo, Medio Juan y 
Juan y Medio, Por un piojo, Caín, Mal alma, La 
Gorriona y Era un santo, Paz a los muertos, y 
cuentos rurales, Ranoque y Juan Miseria. Pequeñeces, que le colocó 
en el primer plano de la actualidad literaria, Boy, La 
reina mártir, Jeromín y Fray Francisco. Del estruendo que provocó 
Pequeñeces asegura que fue como entrar por primera vez en 
la ducha y recibir la inesperada rociada, como después diría 
Martín Descalzo que le había ocurrido a él con su 
primera novela, “La Frontera de Dios”, ganadora del Premio Nadal. 
El moralismo con que termina Coloma la historieta del Tío 
Pellejo, busca conducir al lector a la resignación del “Hágase 
tu voluntad” de la tía Chana, respondiendo al tío Pellejo: 
--¿Qué haremos ahora, Chana”? –pregunté yo. --¿Qué haremos? Lo que 
dice el Padrenuestro… Cristóbal… Hágase tu voluntad en la tierra 
como en el cielo…”
 
 Porque Dios sabe mejor que nosotros 
lo que nos conviene para nuestra mayor felicidad definitiva y 
eterna.
 
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 Para orar, es necesario querer orar. La oración 
es buscar a Dios, es ponernos en contacto con Dios, 
es encontrarnos con Dios, es acercarnos a Dios. Orar es 
llamar y responder. Es llamar a Dios y es responder 
a sus invitaciones. Es un diálogo de amor.
 
 Algunas 
recomendaciones prácticas y consejos que cada persona puede adaptar a 
su estilo de vida lo encontrarás en el
 Taller de Oración
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